Lo normal sería decir eso: “Soy varón, español y no pego a
mi esposa”. Pero es una de esas frases que han sido sustituidas por
esta otra: “Soy varón, español y, por tanto, soy sospechoso de que, en cualquier
momento, la puedo emprender a palos con mi esposa”. Lo han logrado las
feministas y las ideologías de género: convertirnos a todos los varones españoles
en sospechosos. ¿Violencia doméstica?
Claro que la hay. La ha habido siempre porque siempre, toda sociedad, ha tenido
un poso de psicópatas, alcohólicos, politoxicómanos, tarados ultraviolentos que
la emprendían con sus mujeres o con quien tenían a su alcance. Y hoy esos
porcentajes siguen existiendo. Así pues, vale la pena reconocerlo, siempre
habrá un número de crímenes domésticos, como siempre habrá asesinos en serie, o
enfermos de apendicitis. No hará falta que haga el exorcismo necesario en
estos casos de que “condeno cualquier
forma de violencia de género”. En realidad, con decir, que condeno
cualquier vulneración del código penal, debería bastar. Pero las feministas han querido un tratamiento
específico de la cuestión y eso es lo que le han dado. Me quejo de que no
hayamos mejorado y me quejo de que no se reconozca públicamente que no podía
mejorarse. Verán.
En 1995, veo en un informe del Defensor del Pueblo (que
habrá que dar por bueno), que se produjeron 65 asesinatos en el ámbito
doméstico. Esa cifra es importante porque es el último año en el que la
sociedad española podía considerarse como tal: en 1996 empezó la inmigración
masiva (Aznar abrió las puertas…). En
1997, la cifra se había incrementado un 140%, pasando a 91 asesinatos. No
hay llegado ni extraterrestres, ni habían aparecido epidemias de virus
domésticos. El único dato sociológico
nuevo que se produjo entre 1995 y 1997 fue el inicio de la llegada masiva de inmigrantes.
Estos procedían de dos grupos en los que los malos tratos
dentro del hogar eran habituales y por distintos motivos, en grandísima medida “culturales”
(en el caso magrebí y andinos). Y, por lo mismo, el mayor número de denuncias
por violencia doméstica, coincidía con las zonas a las que habían ido a parar los
mayores contingentes de inmigración: Cataluña
(2.483), Madrid (3064) y Andalucía (3.642). Así pues, desde el principio, no había duda. Podía establecerse la siguiente ley:
“el aumento de la violencia de género en
España, no está ligada a los varones españoles, sino a la llegada masiva de
inmigrantes procedentes de zonas en donde ‘culturalmente’ es habitual agredir a
la mujer”.
Pero eso no se reconoció hasta que en 2004, Amnistia Internacional empezó a
reconocer, tímidamente, que violencia doméstica e inmigración estaban
próximos. Y en 2005 la misma
organización proclamó: “En España, las
mujeres inmigrantes tienen casi seis veces más riesgo de ser asesinadas que las
españolas”. Diagnóstico correcto, que la ONG utilizaba para pedir que
cualquier mujer de cualquier parte del mundo que llegara a España y dijera: “Mi marido me ha agredido en El Cairo o en
Canton, en Tombuctú o en Ciudad Juárez” tenía derecho inmediato a obtener
papeles en España…
Al menos Amnistía
Internacional había diagnosticado bien el problema, pero había dado con una
fórmula proinmigracionista absurda. Peor fue lo de ZP. Porque, cuando llegó
al poder, todos los varones españoles nos sentimos criminalizados por una
normativa que pretendía paliar una situación sin hacer el diagnóstico exacto. Si en lugar de criminalizar a TODOS los
varones, se hubiera reconocido que la violencia doméstica partía solamente de
varones españoles con algún problema (tara psíquica, alcoholismo, toxicomanía)
y de manera creciente de INMIGRANTES, hubiera podido habilitarse un remedio
eficaz: por ejemplo, campañas contra la violencia doméstica en lengua
árabe, cursos obligatorios sobre el asunto en árabe o para andinos, mayor
observación a estos grupos de inmigrantes y revisión, a la hora de conceder
papeles y luego ciudadanía sobre sus antecedentes en este terreno… Pero no: ¡ERA MUCHO MÁS FÁCIL CRIMINALIZAR A TODOS
LOS VARONES ESPAÑOLES Y OCULTAR EL HECHO DE QUE HABÍA AUMENTADO LA VIOLENCIA
DOMÉSTICA PORQUE HABÍA AUMENTADO LA INMIGRACIÓN!
Miro las estadísticas
de violencia doméstica en España desde el 1 de enero hasta el 24 de julio de
2018. Lo que me encuentro es: 23
mujeres asesinadas en España. Dos lo fueron por sus maridos ancianos, los cuales
se suicidaron luego, en ambos casos, las mujeres estaban aquejadas de
Alzheimer, casi entrarían más en suicidios por amor que en violencia doméstica.
En 11 casos (un 47%) el asesino es
español y en 8 casos se trata de extranjeros (por este orden: lituanos,
bolivianos, colombianos, guatemaltecos, rumanos, cubanos, en total un 35%). Pero
se da el caso de que, oficialmente, solamente existe un 10% de población
inmigrantes en España. En otras palabras:
las tasas de violencia doméstica entre la inmigración siguen siendo tres veces
y media más altas de lo que deberían… Mientras que las de la población
española, ¡son más bajas que en 1995! (32 asesinatos hasta julio de ese año,
por 11 en las mismas fechas de 2018). Dicho de otra manera: si la tasa de crímenes
domésticos de los españoles fuera la misma que la de la inmigración, se habrían
producido 80 asesinatos… pero sólo se han producido 11. Luego, la “igualdad” no existe en materia de
violencia doméstica. No lo interpreto, lo constato.
Estas son las cifras y esta es la realidad. Llevo 43 años
casado. No tengo porque soportar que
se me criminalice a mí, a los de mi sexo y de mi nacionalidad, por algo que
cometen otros y que otros consideran como “rasgo cultural”. Me quejo de
que, ante la oleada de histerismo que acompaña la divulgación de las “ideologías
de género”, nadie recuerde cifras y datos tan fáciles de obtener como éstos.