Estoy fascinado por ese programa que emiten en no sé qué
canal, sobre “minicasas”. Parece
increíble que hoy, en los EEUU, el país en el que casi todo es “grande”, la
gente acceda a vivir en ridículas casas de muñecas. Y luego nos quejábamos
en estos pagos de aquella ministra zapateriana que animaba a construir
viviendas de 30 metros cuadrados. Los adictos a las minicasas hubieran
confundido estos habitaculos (eludo expresamente el acento en la segunda “a”
para enfatizar), con verdadero palacetes. Pero esto indica a qué punto se está llegando en los EEUU: la especulación
inmobiliaria, el precio del suelo, los márgenes de beneficio de contratistas,
propietarios de parcelas, ayuntamientos, notarios, registradores, prestamistas,
es tal alto que una casa de muñecas puede costar en torno a 75.000 euros… una
ganga. Lo único que pueden permitirse parejas jóvenes que, obviamente,
prefieren tener perros a hijos. El otro día casi me hace llorar un pobre
diablo, militar recién licenciado de Afganistán, que marcada algo menos de
medio metro cuadrado y decía que allí instalaría “el centro multimedia”… Y es
que la gente se conforma con poco. De eso, a fin de cuentas, es de lo que me
quejo.
Llevó veinte años preguntándome si la civilización
estadounidense sobrevivirá a la vuelta de diez años y ya he fallado en dos
previsiones, pero creo que esta es la definitiva: por mucho que se autorice el uso de la marihuana para fines de
atontamiento del personal y para que su vida discurra en menos de 20 metros
cuadrados, antes o después, aquello se mostrará como inviable, no solamente
para las clases más bajas, sino incluso para las clases medias. De hecho,
ya lo es. Que la crisis terminal derive de un desastre natural (ahí está la
falla de San Andrés dispuesta para anegar la primera zona industrial y
tecnológica de los EEUU), o por una crisis política (antes de Trumb un mulato, después
de Trumb un self-made-man, una mujer o un hispano ¿y después…?), o simplemente
por una serie de revueltas raciales y sociales (WASP contra negros, negros
contra hispanos, musulmanes contra todos, hispanos contra WASP, coreanos contra
vietnamitas, cubanos contra colombianos…), el caso es que yo no me gastaría en
los EEUU ni el valor de una minicasa.
Pero ¿y en España? Los
precios de la vivienda vuelven a dispararse en zonas como Barcelona,
demostrando que la ley de la oferta y la demanda nunca atiende a los principios
de la lógica aristotélica: los inversores se han arrojado al negocio de los
pisos turísticos y el que lo paga es el pobre diablo que quiere vivir en
Barcelona y que, nuevamente, como hace diez años, se ve inducido a pagar por
algo que no vale ni la mitad de lo que le exigen. Luego será el llanto y el
crujir de dientes, como hace diez años, justamente. Pero el problema es que con pisos de 30-50 metros cuadrados resulta
prácticamente imposible tener familia y, desde luego, más de un hijo. Sin
olvidar que comprar un piso implica jugar a la ruleta rusa: el barrio aceptable
hoy puede degradarse hasta lo indecible mañana; los vecinos, aparentemente
tranquilos, pueden cambiar por camorristas, ocupas o, simplemente, hijoputas
escandalosos… y no está claro que la revalorización actual de la vivienda
(con sus oscilaciones), facilite el desprenderse de un piso y poder comprar otro
más atractivo.
Y luego están los revientapisos. España –y concretamente las grandes ciudades- se han convertido en el
paraíso de los revientapisos. No se le ocurra hacer daño a ninguno. Si ve
que están robando su piso, perderá mas si les hace frente y alguno, al huir,
sufre un traspies y se tuerce un tobillo. Por increíble que pueda parecer,
algunos juzgados han admitido a trámite denuncian de ladrones de pisos que se
han visto sorprendidos y atacados por sus propietarios. No olvide que estamos en la España del siglo XXI, y el eslogan que
mejor cuadra es “Spain is a crazy country”.
Yo sé que mi casa no es mi “castillo”. Tampoco es que sea
una minicasa. Pero, en cualquier caso, es donde vivo, donde trabajo, donde
estudio y donde viven seres muy queridos por mí. Pensar que algún cabronazo
llegado de cualquier parte de la galaxia (o incluso de la España mangui) pueda
entrar en mi casa, revolver mis cosas y recibir del perista de turno lo mínimo
para visitar el narcopiso del Raval y atizarse un pico o dos, me revuelve las tripas. No estaría de más que el gobierno, en
lugar de dedicar tanto tiempo a asuntos estúpidos, aprobara por “decreto ley”
(ya que le ha encontrado e gustillo) en la que estableciera el derecho a la
legítima defensa en el interior del hogar (y del vehículo) eximiendo
expresamente de cualquier responsabilidad a quien repeliera un atentado contra
su hogar y contra su intimidad, utilizando los métodos adecuados (eso que hoy
se conocen como “medidas desproporcionadas”).
Pero “Spain is a crazy country”, así que
no sueñen: ustedes serán yunque y los revienta pisos su martillo… eso mientras
sigan votando. Aprovecho para quejarme de que, se vote lo que se vote, mira tú
por dónde, esto siempre va a peor. Moraleja:
no pierdas el tiempo y no dejes que vuelvan a decepcionarte otra vez, porque ya
has hecho demasiadas el panoli.