Los años 80 fueron la
edad de oro de tertulianos. Su ocaso se produjo al iniciarse la guerra de Irak,
cuando todos, absolutamente todos los opinadores, fuera cual fuera la opinión
que habían mantenido hasta ese momento, todos sin excepciones, fueron las
correas de transmisión de aquel juicio que todos, Aznar el primero, sabía que
era falso: la existencia de “armas de destrucción masiva”, con la que
justificar la invasión de Irak. Unos pocos años antes, a menor escala, también hubo unanimidad cuando alguien
decretó que Serbia esta oprimiendo al “pueblo de Kosovo” y que era preciso
detener la carnicería (que nunca existió) con bombardeos masivos de la OTAN.
Le cupo al carpetovetónico sociata, Luis Solana, el ejercer como telefonista
entre el Pentágono y las bases militares americanas. Desde entonces, nunca,
absolutamente nunca más volvimos a creer ni en su sinceridad, ni en sus buenas
intenciones, ni siquiera en su capacidad de análisis o en que, simplemente,
supieran de lo que estaban hablando. Me quejo de que esa certidumbre ha ido
aumentando con el tiempo.
Hoy, el opinador que se precie debe, necesariamente,
defender las ideologías de género y la inmigración masiva. De lo contrario, nunca
accederá al “cuerpo de zapadores” de la Brunete Mediática. De tanto en tanto,
en algún programa, que quiere alardear de “objetividad”, especialmente en
especiales informativos, se abren las puertas a “disidentes”. Solamente
aparecerán una vez en su vida en los medios. Frecuentemente, esta objetividad
se completa –en Cataluña lo hemos visto recientemente- colocando en el mismo
saco a eventuales opinadores-petardos y a opinadores disidentes, como
diciendo, “vean lo que opinan los que no
son independentistas”. Siempre el
tonto, eclipsa al que presenta argumentos asumibles. Lo importante, para la industria de la opinión políticamente correcta,
es nunca presentar la opinión disidente como bien argumentada y si –como en el
caso del independentismo catalán- los sectores disidentes son importantes, hay
que desvalorizarlos poniendo en el mismo plano al chalado analfabestia con la
opinión ponderada y argumentada.
Digan lo que digan los que aparecen regularmente en los
espacios televisivos, es que no muestren sus opiniones personales, ni su
capacidad crítica, sino que deben
encarnar las posiciones de los distintos partidos mayoritarios. Deberá
haber, necesariamente, una opinión de centro-derecha, otra de centro-izquierda,
otra de centro-centro y, como máximo una situada ligeramente más a la derecha y
otra levemente más a la izquierda. Eso es todo. Sus opiniones deberán coincidir
con las cuatro opciones mayoritarias. Durante 40 años, la “banda de los cuatro”
estuvo formada por PP, PSOE, PNV y CiU. En los últimos cinco, esta composición
se ha alterado: visto lo aportado por los nacionalistas regionalistas y visto
que la aparición de Cs y Podemos, ha desvalorizado completamente lo que podían
aportar los primeros, estas dos siglas han tomado la sustitución. Lo importante es no cuestionar el régimen
autonómico, seguir defendiendo la ficción de que es ineludible y confirmar a
diario el hecho de que nuestra constitución es una gozada y da gloria verla de
joven que está y de lustrosa… cuando todos saben que, desde mediados de los
años 80 había quedado prematuramente avejentada.
Dado que los programas del corazón han establecido que el
televisionario se engancha a pares en disputa, la figura de dos tertulianos que
se llevan como el perro y el gato se ha trasladado a los opinadores. Es necesario que, de tanto en tanto,
especialmente sobre temas poco interesantes, estallen rifirrafes controlados,
parezca que están por llegar a las manos y algunos simulen ataques de nervios y
enfatizar sus posiciones. Combates con tongo. Créanme. Cosas que tiene la
sociedad del espectáculo. Como cuando las ruedas de los trenes chirrían algo
más en algún tramo de los raíles. Son mercenarios, nada más.
Finalmente, el tertuliano debe tener determinados reflejos
condicionados. Por ejemplo: si se trata de un atentado islamista, se tratará de
destacar que la población a reaccionado sin caer en la “islamofobia” y se denunciará con el mismo énfasis al que
prendió la mecha de la bomba que al que recordó que, mira por donde, era de
profesión islámica y venía del norte de África. Si se trata de “migrados”, no habrá que aludir a lo que es evidente,
que buscan la sopa boba, sino a su condición de “refugiados”. Si son manteros,
se destacará que “de algo tienen que vivir”. Se insinuará que todos se van a
integrar con una facilidad pasmosa y que, de hecho, el que muestren voluntad de
trabajar ya indica su “potencial”. Ningún tertuliano que quiera aparecer otra
vez pondrá en duda que han venido para pagar la pensión del abuelo. Y,
claro, nunca se destacará que la única causa que ha hecho crecer en los últimos
20 años el primitivismo, la delincuencia, la violencia de género, en Europa, el
único fenómeno nuevo que podría explicarlo, es precisamente la llegada de estas
buenas gentes angelicales y con las que hemos contraído una deuda tan grande
que deberemos anteponer a la que tenemos con nuestros hijos o con nuestros
mayores…
¿Tertulianos? Ninguno
tiene honestidad suficiente para decir: “Sobre
este tema, coño, es que no tengo ni repajolera idea”. O aquello otra de “Sobre esto, prefiero no opinar, para no
perder las amistades”. O incluso reconocer: “Tengo mi opinión, que no es la vuestra, ni la dirección del programa,
pero me van bien los euracos que pillo, así que permitidme que no la exponga”.
¿Tertulianos? Su período dorado ha quedado muy lejos: vendedores de humo, tan
desinformados como el ciudadano medio, ciegos que guían a ciegos, correas
necesarias de transmisión para mantener esa ignorancia y desinformación, reflejos
engañosos de una libertad de expresión que circula entre límites estrechos…
conformistas sin principios y, frecuentemente, sin criterio. ¿Una tertulia? Cambiar de canal. Cerrad la
tele. Forjaros vosotros mismos vuestra opinión. Me quejo de que el pensamiento
crítico ha desaparecido…