Lo identitario está muy bien. Es lo que José Antonio Primo
de Rivera llamaba “lo espontáneo” en
uno de sus más memorables artículos: lo
que sale de la tierra natal. Luego vino Konrad Lorenz y le quitó la poesía
llamándolo “instinto territorial”.
Algo propio de los mamíferos superiores.
Lo que estos no tienen y lo que José Antonio opuso a esta “espontaneidad”, era “lo difícil”, es decir, un patriotismo
que no derivara de nuestros rasgos biológicos, sino que los sustituyera por una
“misión y un destino nacionales”. Obviamente, éste segundo patriotismo, no
está al alcance de todos. Se nota, por ejemplo, en la dificultad que tienen los
nacionalistas catalanes en dar una proyección de futuro a su nacionalismo “espontáneo”.
En ellos todo empieza y termina con la independencia. Me quejo de que, a veces, cuando se habla de “lo identitario”, se aluda
solamente a lo “microidentitario”. Y es que es para quejarse.
Hoy, en mi 66 cumpleaños –importante porque solamente se
cumple una vez 66 años y porque cada día es irrepetible– me han dado una
primera alegría. Mi nieto, residente en un país que no viene al caso mencionar, ya tiene centro para cursar
sus estudios. Sus padres estuvieron dudando si matricularlo o no en el Colegio
Alemán y al final –con buen criterio por su parte– han decidido hacerlo en otro
con un sistema particular de enseñanza de las matemáticas, vinculado al Instituto
Tecnológico de Massachussets, e “inmersión lingüística” en inglés y cantonés.
Además, claro está, de la enseñanza en lengua española… Así que cuando la
criatura tenga 17 años hablará a la perfección inglés, cantonés y castellano y la
enseñanza de las matemáticas le predispondrá a estudiar alguna carrera de
ciencias. Dicho de otra manera: mi nieto
será “competitivo”. Podrá trabajar en cualquier lugar del mundo y
hablará las tres lenguas que, sin duda, serán las más habladas, las
tres que sobrevivirán de seguro en tiempos de globalización… La nuestra, por
cierto, es una de ellas, la que se hablará desde los Grandes Lagos hasta la
Tierra de Fuego. ¿Díganme si no es para estar orgulloso incluso para un antiglobalizador como el que suscribe?
Claro está que en esto de la educación de los nietos no hay nada
seguro. Mucho más seguro es el destino
de las lenguas. Sobrevivirán aquellas que muestren por sí mismas, vitalidad y
tengan capacidad para crear cultura y ciencia. Las demás, malvivirán a base de
subvenciones, generarán jóvenes poco competitivos para salir de su “espacio de
confort lingüístico”, o simplemente desaparecerán. Es triste, pero vivimos
en un siglo que será cualquier cosa menos el siglo de las “identidades”. No
crean que no lo lamento. El catalán, por
ejemplo, está unido a mi infancia: toda mi familia paterna hablaba en catalán. Eran
los años 50, en pleno franquismo. No era obligatorio, no lo enseñaban en las
escuelas, pero la sociedad lo transmitía espontáneamente. Hoy, en la misma zona
se habla castellano, catalán y árabe. ¿Qué ha ocurrido? Dos fenómenos: que
la natalidad específicamente catalana es una de las más bajas del mundo y que
las migraciones interiores y exteriores han alterado el panorama. De poco sirve
que la Generalitat haya impuesto obligatoriamente el catalán en la escuela… Y
sí, creo que el catalán está en riesgo de desaparición, tal como dice la
Generalitat. La diferencia es que, aunque no me satisface la desaparición de
los rasgos identitarios de una tierra, lo considero inevitable y, por eso, en
su momento, me opuse a la “inmersión lingüística”.
Pero un rasgo del
nacionalismo “espontáneo” es ir de victoria en victoria hasta la derrota final.
No es que me oponga a que la Generalitat tenga permanentemente a la lengua
catalana en la UVI lingüística, es que si
quiere ser una institución de “todos los catalanes”, tiene que reconocer que
algunos tenemos horizontes mayores y, por tanto, permitir lo que solamente un
nacionalista se negaría: a aprender lenguas de proyección mayor por un lado y,
por otro, a ser educados en el idioma de los padres y en su cultura tradicional.
¿En árabe también? Pues mira, no, porque la cultura árabe no tiene nada que ver
con la tradición europea (y Cataluña, mientras no se demuestre lo contrario, es Europa), mientras que no hay ninguna contradicción entre la
cultura catalana, la cultura española y la cultura clásica que las engloba a
ambas. Toda familia tiene derecho a planificar el futuro a su voluntad y hoy,
en tiempos de movilidad laboral, la inmersión lingüística en catalán supone una
amputación para la competitividad de los jóvenes de Cataluña.
Una conclusión: en el estudio sobre Iberia
que ha publicado hace unas semanas, planteaba que la fórmula de organización de
las comunidades llamada “Estado Nacional” no ha sido única en la historia.
Tiene un antes (los Reinos) y un después (en el que estamos entrando todavía a
trompicones). Para sobrevivir en el
siglo XXI, los “Estados Nacionales” deberán federarse en “grandes espacios”, a la
vez, económicos y etno–culturales. Así mismo, las “identidades” deberán
reconfigurarse: hasta la revolución francesa, la “identidad” más importante,
era la regional; luego ha sido el “Estado Nacional” y, la tendencia, es a que
en el futuro, sea una identidad mayor –¿Europa, Iberoamérica, Eurasia?– la que
pueda competir con la globalización. Y esto tiene consecuencias
lingüísticas: porque lo que no puede hacerse es imponer lenguas regionales
acordes con la realidad del siglo XVIII, pero condenadas a morir a lo largo del
siglo XXI.
Me quejo de que este problema –que, a fin de cuenta, conduce
directamente a plantearse el problema de “lo difícil”– es ignorado por la
totalidad del nacionalismo catalán y por buena parte del nacionalismo español.
Porque si quieres ser competitivo, la “inmersión lingüística” en Cataluña te
permitirá optar a un trabajo en Andorra… no mucho más lejos. Y eso, jode.