Puestos a elegir, me quedo con los que quitan lazos
amarillos. Sí, ya sé que los mozos de escuadra, les resulta más fácil identificarlos y multarlos que
detener carteristas en el metro de Barcelona o identificar narcos, pero,
hombre, es que Cataluña está hecha unos zorros con los lacitos de marras... Como
para que, de tanto en tanto, los “defensores de la república” siembren cruces
en las playas y de sus balcones cuelguen cada vez más trapos, trapitos y
traputos. Menudos atractivos turísticos. Y es que los indepes siguen
sin enterarse de tres cosas: 1) de que el “procés” hace ya tiempo que fracasó,
2) que el amarillo da mal fario y afea pueblos y ciudades y 3) que por mucho
que hablen en nombre de “toda Cataluña”, ellos no son ni la “mitad de Cataluña”.
Me quejo de que, con el tiempo, todo esto del independentismo generará –ha generado-
una secta, con sus creyentes, sus ritos, sus signos externos y sus
festividades. Me quejo de que, en Cataluña, llevamos desde 2003 que ni p’adelante
ni p’atrás. Y esto cansa, no a mí que voy de espectador, sino a los que se lo
toman en serio.
Si hubiera habido un referéndum por la independencia, la
cosa no habría cambiado. Salvo en la rara hipótesis de que hubiera resultado
positivo a la secesión, los indepes, al día siguiente hubieran propuesto otro y otro más de haber fracaso también. La
única forma de olvidarse de la “vía del referéndum” era que hubiera salido el “si
a la indepe” desde el principio. Entonces sí que nunca más se hubieran celebrado referendums en esta bendita Cataluña. Hace falta conocer un poco la
mentalidad indepe para saber qué pasa por sus meninges: lo que pasa es que
confunden la PARTE (ellos son una parte de Cataluña) con el TODO (y ni siquiera
son la parte mayoritaria sino la que goza de las mieles del poder autonómico
desde hace… 40 años).
Si reconocieran que
en Cataluña no hay UNA IDENTIDAD, sino DOS IDENTIDADES, darían con el
diagnóstico correcto. Por las razones que sean, desde hace muchos siglos,
Cataluña ha precisado aportes de población y eso es lo que ha generado que,
también desde hace mucho, haya un sector de la población nacido aquí e
identificada con lo de aquí y otro que se identifica más bien con “lo español”,
porque sus raíces son españolas. Como, por otra parte, a Cataluña no le ha ido
mal con el Estado Español (paradójicamente, le fue mucho mejor a partir de
1717...), y como la historia de la Península Ibérica demuestra, lo normal era ir
hacia una reunificación, que nadie en Cataluña cuestionaba salvo cuando
apareció el federalismo y luego el nacionalismo a imagen y semejanza del romanticismo alemán. Había DOS IDENTIDADES… pero, hasta la
aparición del nacionalismo, no eran contrapuestas. El problema del nacionalismo
fue que unos empezaron a creer que cuando se aludía a “Cataluña” solamente se
aludía a identidad indepe.
Y en eso siguen
cuando hace cuatro años que ha pasado la fecha fetiche enunciada en 2004 por
Carod-Rovira: “Independencia en 2014”… Pero la mentalidad mítico-fantástica, propía de cuento de hadas, del nacionalismo hace que cualquier cosa que imaginen
adquiera inmediatamente carta de naturaleza en su lógica: ¿para qué pensar
en los catalanes no independentistas? Forzosamente, en su lógica absurda, había
que reducirlos a “no-catalanes”, esto es, a invasores. Así que, usted y yo, que
hemos nacido aquí, que podemos alardear de árboles genealógicos de indudable
catalanidad de cuatro y seis siglos de antigüedad (miren mi apellido), pero no somos nacionalistas,
ni mucho menos independentistas, es más que ni siquiera creemos que Cataluña
haya sido nunca una “nación”, no somos catalanes, somos, simplemente,
invasores. Henos aquí en el terreno de la indigencia intelectual… pero ¿qué queréis? ¡es el nacionalismo!
El tema indepe tiene mala salida: la independencia es imposible por muchos motivos ya enunciados en este blog, pero cuando una fracción de una comunidad ha asimilado esa idea con tintes religiosos, propios de secta, no se puede desarraigar. Lo normal sería que en Cataluña imperara el buen sentido y que, electoralmente, esta peña fuera desalojada democráticamente… Pero, claro, cuarenta años de “escola catalana” son cuarenta años de difusión del dogma sectario y eso no se desarraiga de un plumazo… Habitualmente, los indepes se conforman con “signos externos”: primero fueron banderas raras con esa mala combinación de azul, amarillo, rojo y el blanco de la estrellita, banderas que ni son constitucionales, ni son autonómicas, ni siquiera tienen buena combinación de colores, pero que están en rotondas y lugares públicos ya me explicarán por qué (¡ah sí, porque los independentistas confunden la parte con el todo!). Luego fueron pancartas colgando anunciando alguno de los varios referéndums, luego carteles que animaban a votar Si (y que aún siguen colgados, descoloridos y roñosos), luego más carteles pidiendo la libertad de los detenidos y luego miles de lazos colocados por sectarios devotos. Todo un circo.
¿El resultado? Que
las ciudades catalanas están llenas de colgajos, afeadas, con acumulaciones de
símbolos de la nueva religión. Ya lo decía Spengler: cuando cae una religión
tradicional no la sustituye un período de racionalidad, sino de supersticiones
y creencias exóticas. A Cataluña le ha sentado mal el perder a Monserrat como "corazón espiritual".
Por lo mismo, constato que la caída de la idea de España, no ha generado un impulso hacia la superación del Estado-Nación con fórmulas más propias del siglo XXI, sino la aparición de nuevas religiones independentistas, dentro de las cuales, como en toda secta que se precie, hay santones, devotos y herejes. Suerte que, de momento, no hay mártires. Y de esto último no me quejo; lo celebro. Hoy, lo más parecido a un mártir es Artur Mas que le tocó pagar multas y fianzas por el anterior referéndum y que se tuvo que buscar la vida porque el independentismo nunca ha sido muy solidario a la hora de apoquinar efectivo.
Por lo mismo, constato que la caída de la idea de España, no ha generado un impulso hacia la superación del Estado-Nación con fórmulas más propias del siglo XXI, sino la aparición de nuevas religiones independentistas, dentro de las cuales, como en toda secta que se precie, hay santones, devotos y herejes. Suerte que, de momento, no hay mártires. Y de esto último no me quejo; lo celebro. Hoy, lo más parecido a un mártir es Artur Mas que le tocó pagar multas y fianzas por el anterior referéndum y que se tuvo que buscar la vida porque el independentismo nunca ha sido muy solidario a la hora de apoquinar efectivo.