Llega septiembre. Se han terminado las vacaciones y la
temática recurrente (desde los años 90) es iniciar el mes con algún artículo
denunciando y advirtiendo sobre el “síndrome de la depresión post vacacional”. ¿Es
algo nuevo? Lo conocían los romanos que habían elaborado aquella magistral
sentencia: “Post coitum omne animal
triste est”, en lengua de Cervantes, “todo animal está triste después del coito”.
Porque si las vacaciones son un placer, su final, claro está genera, en
la estricta interpretación freudiana, dolor. La psicología moderna tiende a
inventar la sopa de ajo: ante cada problema del alma descubre un nuevo síndrome
psicológico. El ser humano modelado por
la psicología actual es tan frágil y quebradizo como una porcelana de Sevres
mal cocida. Y el hecho de que, efectivamente, a muchos les falte un hervor, no
es como para lanzar el grito de alarma por el hecho de que se han acabado las
vacaciones y vienen las oscuridades otoñales. No me voy a quejar, claro está,
de que hayan terminado las vacaciones, de lo que me quejo es de la fragilidad
del hombre moderno que se derrumba ante cualquier cosa que se suponga una
cuesta arriba.
Los romanos solían consultar a los arúspices. Lo que ocurría
es que el espíritu romano era particularmente racionalista. Así que si la previsión del vidente no le
satisfacía, simplemente, se cambiaba de nombre y ahí queda eso.
Análogamente, yo recomendaría a los que fueran sensibles al síndrome postvacacional
y a los rigores del mes de septiembre, que reubicaran sus vacaciones: en lugar
de irse en agosto, váyanse en julio o en septiembre. Asunto resuelto.
Yo no recuerdo haber sufrido ningún síndrome postvacacional.
¿Motivo? Mis padres me enseñaron que
todo tiene su momento: hay un momento para comer y otro para estudiar, uno para
divertirse y otro para dormir. Si te han educado en esta verdad tan simple, no
te sorprende el que haya un momento para trabajar y otro para irse de
vacaciones. Y si en las escuelas se enseñaran rudimentos de psicología
budista (el budismo, más que una religión, es una psicología introspectiva que
enseña mucho sobre el ser humano y sobre sus reacciones) los jóvenes aprenderían
que no hay que alegrarse excesivamente con las vacaciones porque terminarán,
como no hay que alegrarse demasiado por la juventud, porque le seguirá la
vejez, ni con un coche nuevo, porque, antes o después dejará de funcionar. La estabilidad mental solamente puede salir
de una correcta asunción de la realidad y de un esfuerzo continuado por
alcanzar un nivel de objetividad que permita ver el mundo tal cual es, sin
prismas deformantes, sin falsas esperanzas, sin alegrías extremas que llevarán
a dolores igualmente extremos.
Pero la educación
moderna transmite solamente valores “finalistas”, en absoluto valores “instrumentales”:
nos dice cuales son los valores de los mundos de fantasía, pero no nos dice
nada sobre los valores que deberían acompañarnos en el día a día. Y en esto del
“síndrome postvacacional” es donde se nota esta carencia. Ignoramos como
sobrellevar el día a día.
Tenemos trabajos con los que no nos identificamos, que nos
cuesta reemprender porque nunca hemos tenido vocación para ejercerlos, han sido
para nosotros simples modus vivendi. Tenemos vidas y nos vemos obligados a
convivir con gentes con las que estamos completamente disconformes. Vivimos en
entornos urbanos agresivos y si queremos sobrevivir debemos comportarnos casi
como psicópatas. No somos seres integrados, sino rotos: hemos roto con nosotros
mismos, ignoramos nuestro verdadero rostro, confundimos el look con nuestra
personalidad real, desde los medios se facilita la ruptura generacional, la
guerra de sexos, se desvaloriza cualquier sentido comunitario, creemos que
tenemos alma, pero es como si tuviéramos un teléfono móvil sin batería que
además hemos olvidado cómo recargarlo. Andamos
“libres” pero perdidos por el mundo y extraviados por una vida que no
comprendemos. Como todo ser vivo, tendemos al placer y huimos del dolor. Somos débiles.
No es extraño que el “síndrome postvacacional” afecte a muchos de nosotros.
Así que si usted
siente a partir de mañana cansancio generalizado, fatiga, insomnio, dolores
musculares, falta de apetito, incapacidad para concentrarse, irritabilidad,
tristeza, desinterés y nerviosismo, es que usted ha sucumbido al síndrome
postvacacional. Pero sería engañarse dejar la cosa ahí: hay algo más. Eso
le dice que usted es débil, que usted no está preparado para la vida, que su
vida no termina de funcionar. ¿Pastillas?
No, cambie su vida. Asuma otra concepción del mundo, endurézcase. Golpe a
golpe. Septiembre a septiembre. Como se endurece el acero. Eso, o cambie
sus vacaciones a julio o a septiembre. O a fin de año que también está bien. Haga
como yo: sea feliz en cualquier cosa que haga. Incluso quejándose.