En los meses previos al inicio de la guerra civil estuvo informado y
participó en los preparativos de la sublevación comprometiendo a sus milicianos
con la conspiración. En ese momento había aceptado el liderazgo de Calvo Sotelo
dentro del Bloque Nacional en el que su formación participaba y cuando éste
resulta asesinado por elementos republicanos próximos al Partido Socialista,
Albiñana en su calidad de médico estará presente en la autopsia realizada al
cadáver. Este asesinato resultó ser el pistoletazo de salida para el estallido
de la conspiración cívico-militar, así que inmediatamente termina la autopsia
retorna a Burgos portando mensajes del General Mola, “el Director” de la
operación.
La conspiración será un éxito en Burgos. Allí apenas existían falangistas
y mucho menos estaban presentes otras tendencias, tampoco había carlistas, así
que el peso de la movilización civil recayó sobre los albiñanistas (1). Ruiz
Vilaplana, atento observador de todo lo que ocurría en la provincia da algunos
datos sobre la composición sociológica del albiñanismo burgalés: ''Las
primeras camisas azules que se vieron, junto con los uniformes del Ejército, no
fueron de los fascistas sino de los "Legionarios de Albiñana"...
Eran, en su mayoría, obreros campesinos, reclutados entre los enemigos de las
organizaciones sindicales afectas a la casa del pueblo de cada localidad;
Albiñana, conocedor del espíritu guerrero y agrio de estos labriegos, les dotó
de un vistoso uniforme (camisa azul celeste y gorro militar) y recorría con ellos
la provincia" (2).
Extinguida la resistencia republicana en Burgos, los “camisas azul
celeste” se dedicaron a patrullar y detener a significados izquierdistas, pero
no rehuyeron los combates. Al carecer de fuerza para organizar fuerzas eficaces
propias debieron aproximarse a las milicias carlistas con las que finalmente se
integraron el 8 de enero de 1937 tal como dio cuenta un Manifiesto del Partido
Nacionalista Español publicado en la primera página de El Pensamiento Navarro.
El Boletín Carlista publicó unos días después también en primera página un
comentario que explicaba el por qué los albiñanistas habían ido a parar a la
Comunión Tradicionalista. Hay constancia de la presencia de los Legionarios de
España en los Tercios Cid y Calvo Sotelo, compuestos por militantes del PNE y
por miembros de Renovación Española. Ambas unidades sumaron 280 hombres de los
que 60 resultaron muertos en combate y otros 100 heridos. Se registró su
presencia en los combates habidos en Villareal de Álava; Monte de San Pedro (Vizcaya)
y Espinosa de los Monteros. Los efectivos fueron unidos al Tercio de la Virgen
Blanca. A mediados de diciembre de 1936 hay constancia de la existencia de una
“Compañía Legionaria Albiñanista” en la IV División de Navarra, operando en el
sector de Murguía (3).
Los albiñanistas, a la hora de la verdad, como se ve, no eludieron
el compromiso y conocieron el fuego enemigo. Pero la realidad era que el PNE
había llegado al 18 de julio de 1936 muy mermado de efectivos (al igual que
Renovación Española) y no pudo jugar un papel autónomo y decisivo en ningún
combate. Las tres compañías que logró movilizar fueron poco para que pudieran
hacerse un hueco entre las milicias movilizadas por la Falange y por la
Comunión Tradicionalista, así que, finalmente, optaron por incorporarse a esta
última. El llamado Decreto de Unificación
El “Partido Nacionalista de Español”, muy mermado de efectivos –en
el frente no pondrá en combate más de tres compañías- se acabará integrando en
la Comunión Tradicionalista en enero de 1937.
El 17 de julio, Albiñana deberá volver a Madrid por orden de Mola
para transmitir las últimas órdenes a la guarnición madrileña. Es la misión más
peligrosa de toda su vida y es allí en donde le coge la sublevación de las
tropas. Al ser una personalidad extremadamente conocida y fácilmente
reconocible no dudó en disfrazarse de ciego para recorrer las calles del Madrid
agitado y convulso por los sucesos y durante unos días se refugió en casa de un
sacerdote amigo. Al convencerse de que ese lugar no es seguro no le queda más
remedio que entrar en el edificio de las Cortes y refugiarse allí haciendo
valer su condición de diputado con la consiguiente inmunidad parlamentaria que,
al menos en teoría, seguía vigente en ese momento. Allí se alojó provisionalmente
en una habitación contigua a la enfermería, mientras le traían la comida de un
bar próximo.
El 28 de julio el vicepresidente de las Cortes, Luis Fernández
Clérigo, se entrevistó con él transmitiéndole la petición del presidente Diego
Martínez Barrio que abandonara el edificio (ambos tenían información de que las
milicias anarquistas preparaban el asalto del lugar con el desprestigio que eso
acarrearía para la causa republicana en el extranjero) a lo que Albiñana se
negó exigiendo garantías de seguridad personales.
El 3 de agosto de 1936, finalmente, abandonó el lugar con la
garantía personal del presidente del gobierno, José Giral, de que su vida sería
respetada. El propio vicepresidente de las Cortes le envió un vehículo y le
acompañó junto con una escolta para trasladarlo a la Cárcel Modelo en donde un
juez del Tribunal Supremo decretó su inmediata puesta en libertad (4). Sin
embargo, la policía lo mantuvo detenido alegando su peligrosidad.
El 23 de agosto, los milicianos anarquistas asaltaron la cárcel (5)
con la intención de fusilar a todos los presos considerados como fascistas. Los
socialistas, al parecer más ponderados, acordaron que solamente se asesinara a
un porcentaje… Albiñana formaba parte de este grupo siendo fusilado en el patio
de la prisión poco después (6).
Albiñana tuvo un postrero triunfo: aún hoy algunas calles de
poblaciones de la Comunidad Valenciana, que fue la suya, y otras tantas de
Burgos provincia por la que fue diputado en Cortes, llevan su nombre. Muchas de
ellas, aún hoy, siguen llevando su nombre.
NOTAS A PIE DE PÁGINA
(1) Antonio Ruiz Vilaplana, Secretario Judicial de Burgos, Oficial
Letrado del Tribunal de Cuentas de la Segunda República Española, escribió sus
impresiones acerca de lo acaecido en julio de 1936: "En el relato
sumario de los hechos acaecidos en Burgos, al iniciarse el movimiento militar,
habrá advertido el lector algo que puede causarle extrañeza: que no menciono
para nada a la Falange ni a los fascistas", Antonio Ruiz Vilaplana,
Doy fe..., (Editado a partir de la segunda edición publicada en París por
Imprimerie Cooperative Etoile) Editorial Epidauro, Barcelona, 1.977, pag. 27.
Este autor confirma que, efectivamente, apenas había falangistas en la
provincia. Decía al respecto: “en Burgos existía un pequeño grupo de
falangistas, no de acción, sino de partido, inscritos por el forzado
aburrimiento provinciano, por lo que apenas tuvieron intervención”.
(2) Ruiz Vilaplana, op. cit., pág. 30-31
(3) http://www.requetes.com/albinana.html
(4) El episodio es narrado por
Ramón Serrano Suñer con todo lujo de detalles en La Tragedia del 36, y
termina con estas palabras después de narrar las vicisitudes de Albiñana en el
edificio de las Cortes: “¡Extraña manera de llevar a la muerte a un Diputado
en coche oficial y acomodado por la autoridad que tenía la obligación de
hurtarle a la persecución y al crimen”; artículo reproducido en línea en
http://www.xn--forofundacionserranosuer-mlc.es/tragedia_36.html
(5) El día antes del asalto anarquista se había declarado un
incendio –seguramente provocado- en uno de los pabellones del edificio. Al día
siguiente un grupo de milicianos entró en la prisión con la excusa de evitar
fugas de presos, procediendo a fusilar a 40 presos en el patio y al día
siguiente a otros 30 después de simulacros de juicios. Algunos políticos
socialistas se acercaron a la prisión para convencer a los asaltantes de que su
gesto iría en perjuicio de la causa republicana. Cfr. Archivo Gomá:
Documentos de la Guerra Civil, Volumen 10, José Andrés Gallego, Consejo Superior
de Investigaciones Científicas, 1985, pág 453.
(6) “A Albiñana le reservaron una suerte especial. Le golpearon con saña, simularon varias veces su fusilamiento con balas de fogueo y terminaron matándole con dos balazos, luego los milicianos separaron la cabeza del tronco y la colocaron entre las piernas del cadáver. Así fue enterrado en una anónima tumba colectiva del Cementerio del Este.” (J. Rico Estasen, Memoria y recuerdo del doctor Albiñana (Informaciones 22-8-1959). Las reacciones de los republicanos ante este crimen son tratadas con cierto detenimiento en Historia de la Iglesia en España, 1931-1939: La Guerra Civil, 1936-1939, Gonzalo Redondo, Rialp, Madrid 1993, pág. 43 y sigs. El autor dice que “los hechos de la Cárcel Modelo produjeron consternación entre las autoridades republicanas” hasta el punto de que Indalecio Prieto dijo: “Con este episodio hemos perdido la guerra”.
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