Lo vimos todos.
Es más, se ha reproducido en toda Europa: en el asalto y saqueo a Decathlon en
de la calle Canuda en Barcelona, los asaltantes eran MENAS, por mucho que El
Periódico y los Mossos d’Esquadra dijeran (y mintieran) que se trataba de “ultraderechistas”
(apuntando, por cierto, a Vox, cuyos resultados en las próximas elecciones autonómicas
son temidos por la gencat). Para confirmar la mentira, el merluzo que robó una
de las bicicletas, tardó poco en colocar un anuncio en Wallapop: “Bici
modelo rockider st 100 sport Trail nueva, usada una vez, la vendo porque me he comprado
una mejor”… firma: “Hussein”. Luego, la tónica de atribuir los
incidentes a “los ultras” y eliminar cualquier referencia a los MENAS se ha
convertido en una estrategia de comunicación del ministerio de la verdad orwelliano.
Lo primero
que sorprende es que la situación en España está degenerando demasiado rápidamente.
Y no nos referimos a las protestas contra el toque de queda, sino a la creación
de unas bandas étnicas, pura delincuencia, que quieren el control de la calle para
poder realizar a gusto saqueos, robos y exacciones de todo aquello que luego
pueden utilizar o vender. Desde hace dos veranos los MENAS se han convertido
en un foco de inquietud ciudadana: allí donde existe un centro de MENAS, allí
parece que se trasladan los problemas. Siempre, las autoridades municipales
de izquierdas, dicen que no hay porque alarmarse, que todo se debe a discriminación
por parte de vecinos racistas. Pero lo cierto es que hay racismo cuando la
convivencia de vuelve imposible y la población caracteriza al delincuente como
miembro de determinado grupo étnico.
La absurda
política del gobierno sobre los MENAS (lo normal sería ponernos en la puerta
del consulado de su país de origen y que las autoridades de ese país se
preocuparan de enviarlos junto a su familia) no da resultado: los jóvenes “tutelados”
se han convertido en “guerrilleros urbanos” a poco de llegar. Quieren bicicletas
de alta gama, quieren ropa de marca, quieren que se les pague el móvil, quieren
internet, quieren paguita, cama y alimentación, lo quieren todo y exigen más,
entre otras cosas poder traficar y vender objetos robados. Y si alguien
protesta, es que es racista.
La culpa es,
por supuesto, de una legislación permisiva que ha permitido que jóvenes sin
educación, sin intención de tenerla, ni de integrarse, se instalen entre
nosotros. Los primeros, obviamente, a la vista de las facilidades para
todo, han llamado a más y estos a más y a más. Y así hemos llegado a la
situación de saturación actual. A ellos no se les puede hablar de “restricciones”,
ni de “toques de queda”: desde que han puesto pie en España han hecho lo que
les da dado la gana y piensan seguir haciéndolo. Como “Hussein” el chorizo
tonto que se llevó la bici.
Pero los
incidentes son un problema para el gobierno porque se están extendiendo como un
reguero de pólvora y pueden convertirse una tradición vespertina como en
Francia. Así que la política de comunicación de la gencat y del gobierno
Sánchez-moños es la más lógica en estas circunstancias: el ejercicio de la
mentira y asumir las funciones del ministerio de la verdad orwelliano: si todos
hemos visto las fotos de los saqueos y de los incidentes y se perciben con
facilidad rostros que no corresponden al arquetipo étnico español y, para
colmo, vemos luego anuncios firmados por apellidos tan poco españoles como “Hussein”,
es blanco y en botella: son cualquier cosa, menos “ultraderechistas”.
El Periódico
-una máquina de mentir al servicio del socialismo desde su fundación- fue el
primero el elaborar la teoría: “Son ultraderechistas”. Luego, los
Mossos asumieron la tesis: órdenes son órdenes y la gencat había ordenado que
silencio con el tema de los MENAS -que luego los magrebíes no votarán las
listas de ERC, ni a su maltrecho conseller de treball Chakir el Homrani, en las
próximas elecciones. A la vista de que las fotos, los testimonios en redes
sociales, las declaraciones de policías, han hecho imposible ocultar la
presencia de MENAS, el gobierno ha optado por aludir a “ultras”, “radicales”,
sin especificar nacionalidad, ni orientación política. “Ultras” compromete
menos, pero se sobreentiende que si son “ultras”, se trata, en realidad, de “ultraderdechistas”…
Muy inteligente
todo. Se puede mentir y cuanto más se mienta, más descrédito pesará sobre
los portavoces del régimen
Incluso el PP
ha aprovechado para atacar veladamente a Vox por los incidentes, compartiendo
trinchera con “Unidas Podemos”. Pero que Casado no se queje luego de que le
arrojen epítetos de “traidor”, “vendido”, “chiquiliquatre”… aunque el que le correspondería con justicia
es el “extraviado”, al apuntarse al “frente anti Vox y pro-inmigracionista”.
En realidad ha
hecho Casado ha simplificado de una vez por todas el panorama político español.
Porque, en el momento actual, estamos asistiendo a los primeros ensayos del “todos
contra Vox”. Otro de los rasgos que nos remiten a la política francesa en
donde, en períodos electorales, solamente existe FN/RN a un lado y “todos los
demás” a otro.