En 1965 Dalí decía a Amanda Lear
con quien empezaba a relacionarse: "¿Conoces "La Melancolía"?
Pues bien, eres tú". aludía a la figura angélica que aparecía en el famoso
grabado de Dürer y que siempre tuvo muy presente desde su juventud.
Contemporáneo de El Bosco, Dürer
pertenecía a una familia procedente de Hungría que, antes de transformar su
nombre en el que le dio la fama, se apellidaba Ajlos, derivado de Ajlo que
significaba "puerta". Alberto Ajlos, padre del pintor, se estableció
en Nuremberg y germanizó su nombre: Dürer.
Esto explica sólo alguna de las
particularidades de su escudo familiar. En 1523 el pintor realizó una
composición heráldica con su escudo en la que, efectivamente, puede verse la
puerta que evoca su apellido. Otras características del mismo escudo nos
permiten intuir que Dürer estaba familiarizado con el simbolismo tradicional.
Efectivamente, a la puerta en cuestión se accede mediante tres peldaños y la
prueba de que no se trate de una puerta terrestre nos la da el hecho de estar
situada sobre nubes. Pero si ese es el escudo, el acompañamiento es todavía más
sorprendente: sobre él un yelmo y sobre el yelmo unas alas y entre estas, la
figura de un personaje de raza negra. El escudo de Dürer no es solamente el
emblema de un linaje familiar, es, sobre todo, el jeroglífico de la obra
filosofal.
El escudo de armas de Durero: la puerta sobre los cielos
Dürer jugaría, en muchas ocasiones, con el simbolismo de la puerta. Solía firmar sus cuadros con una gran "A", inicial de Albrecht, que correspondía a la puerta, en cuyo interior colocaba la "D". La puerta es un símbolo universal, equivalente el puente, evoca tránsito, paso de una a otra realidad, iniciación, principio de algo y fin de su anterior; en el mundo clásico, el dios de las puertas era Jano quien, por lo demás, era también el dios de la iniciación. Dios bifronte se conmemoraba su fiesta en el inicio del año, cuyo primer mes le estaba consagrado. En este caso la puerta no es terrestre: situada sobre una nube, indica una posibilidad de realización espiritual, operada en tres fases, los tres peldaños que llegan hasta ella. Franquear el umbral supone, elevarse hasta los tres grados de la perfección, supone el trabajar sobre los tres elementos constitutivos del Ser: cuerpo, alma y espíritu, representados precisamente por la figura de raza negra, el yelmo y las alas de águila. Estas últimas evocan el alma y su naturaleza solar, pues, no en vano, el águila al ser la única ave que puede mirar al sol de frente, indica que en sí posee algo de la naturaleza del Sol; y este elemento ígneo es asimilado en el hombre a su alma tan eterna e inmortal como dormida o latente. El yelmo, en tanto que cubre la cabeza del guerrero, va íntimamente relacionada a lo mental, allí donde se producen todos los procesos del pensamiento que caracterizan al espíritu, el cual hay que dominar y forzar a que transmute su naturaleza. Finalmente, la figura de raza negra, alude al cuerpo físico, al plomo opaco, terrestre, verdadero templo dentro del cual se opera la doma del espíritu y la consiguiente liberación del alma.
Todo este proceso hermético está excepcionalmente detallado en los tres grabados que Salvador Dalí más admiraba de Dürer: "El caballero, la muerte y el diablo", "La melancolía" y "San Jerónimo en su celda". Elaboradas entre 1513 y 1514 entran de lleno en la tradición renacentista para la que la pintura debe ser vehículo de expresión, no solo de ideas estéticas y éticas, sino además de un esoterismo que en la época derivaba de la colusión entre la cábala cristiana, la herencia del gibelinismo y el redescubrimiento del mundo clásico. Esta influencia es patente en algunos cuadros de Dürer y muy evidente en el Parmigiano y entre los pintores de la corte de Cosme I de Medici.
De los tres grabados en cuestión
que tanto sorprendieron a Dalí hay que situar en primer plano a "La
Melancolía"; la melancolía a la que se refería Dürer, no tenía nada que
ver con el concepto actual referido a relacionado con un espíritu triste,
romántico, taciturno e impotente. La palabra derivó de los términos griegos
melas y chole, negro y bilis respectivamente, el melancólico es, pues, aquel
cuya personalidad está marcada por la bilis negra, en oposición a los otros
tipos (flemático, colérico y sanguíneo) individualizados por la psicología
renacentista. El melancólico que nos presenta Dürer es, pues, la persona que ha
advertido la impotencia de lo humano, estudia y trabaja para superar esa
condición, transcenderla. Todo el cuadro contiene los elementos y símbolos del
Opus Nigrum, distribuidos en función de una geometría esotérica que ya
estudiaremos en su momento .
El hombre considerado desde el punto de vista del hermetismo es "plomo opaco", pertenece al reino de Saturno cuyo nombre, constituido por la raíz "Sat" (=el que es), ilustra perfectamente la situación del hombre que vive rodeado de tinieblas. Los atributos de Saturno están representados en la parte superior del grabado: la balanza y el reloj de arena. Junto a ellos aparecen dos símbolos verdaderamente complementarios: la escalera y el arco iris. Ambos sugieren en la simbólica tradicional tránsito: el arco iris fue utilizado frecuentemente -incluso en el cristianismo- como enlace entre dos mundos: el físico y el metafísico, entre dos órdenes de ideas, entre el devenir y el ser, es equivalente al puente que comunica dos orillas; pero este símbolo está completado por el de la escala. Siempre la escala ha sugerido, no solo tránsito, sino ascenso: la vemos en el primer grabado del "Liber Mutus", está presente en el medallón del pórtico central de Notre Dame de París, la volvemos a ver en varias obras del rosacruz alemán Michel Maier, y nos la encontramos en Dürer, finalmente, constituida por siete peldaños: en la cosmogonía medieval de la que aun se nutría Dürer, el siete estaba asociado a los siete planetas o a las siete esferas planetarias, que el iniciado había de recorrer para seguir su camino de perfección. La primera etapa, naturalmente, era aquella en la que el hombre no contaba sino con su materialidad que Dürer representa con un poliedro de aceradas aristas cuya sola imagen nos indica solidez, materialidad.
Para ascender por los peldaños del
Saber es preciso triturar los elementos densos (materiales) y anular su poder:
dado que lo semejante se une a lo semejante, según reza la máxima hermética, el
eje de la personalidad, mientras esté constituido por la parte densa, el cuerpo
físico, el conjunto se sentirá atraído por el mundo físico y material. El
hermetista tritura en su mortero de ágata la materia prima, pero esta operación
tiene también un equivalente interior: el triturar los rastros de materialidad
que pueda contener su espíritu. Dürer representa esta operación con la imagen
de una enorme rueda de molino situada entre la figura humana meditabunda y el
poliedro, sobre ella está situada un pequeño ángel.
Las características de lo que hay
que triturar están implícitas en el poliedro, pero Dürer la completa con un
perro que descansa a los pies de la figura humana, retorcido sobre sí mismo.
Este perro es el equivalente al que muerde la pierna del vagabundo pintado por
El Bosco como reflejo de la primera carta del Tarot. El nerviosismo, la
fiereza, la inestabilidad, lo visceral del perro, hacen que la iconografía
tradicional tienda a asimilarlo al espíritu. Éste, cubre y desfigura la acción
del "oro", del alma, representada aquí por la esfera, el más perfecto
de los cuerpos en tanto que todos sus puntos distan lo mismo del centro y
suponen la irradiación de un solo punto central. Precisamente la figura humana
meditabunda sostiene entre sus manos y a sus pies los instrumentos requeridos
para la transformación: con la regla y el compás mide las proporciones y dibuja
las formas, con el cepillo de carpintero, la lima y el cincel, pule y desbasta,
con los clavos, fija, operaciones todas que tienen su equivalente en los
procesos de perfeccionamiento interior.
Queda solo un elemento por
definir: el misterioso cuadrado mágico. La elaboración de dicho cuadrado
implica un grado de concentración interior y de meditación notable, actitud
interior imprescindible para la ejecución de los trabajos herméticos. El
grabado de Dürer, está trazado sobre la base de las rectas y diagonales que
constituyen el cuadrado mágico. Se sume como se sume, de cuatro en cuatro,
siempre dará como resultado el número 34.
La "obra al negro" ha
sido superada, el estado de muerte y postración, dejado atrás, el meditabundo
se ha puesto en pie, a la conquista del "mundo intermedio"
representado por los seres infernales; vencidos estos, nada pueden contra él y
ya nada impide el acceso a la montaña en cuya cumbre el castillo representa
tiene el mismo sentido que la "roca en el océano", la "isla de
Avalon", la "ciudad Santa", el "Shambala de los
iniciados", etc. el lugar, situado en un alta montaña, lejos del mundo de
lo contingente, donde ni el espacio ni el tiempo alteran la quietud y la
estabilidad olímpica de los que allí moran.
Pero aun hace falta una tercera
etapa que no es sino la profundización en la situación alcanzada. Y Dürer nos
la representa a través de "San Jerónimo en su celda", tercer grabado
de la serie. Es la celda de un monasterio cuyas paredes están ornadas con
distintos símbolos utilizados por el peregrino a lo largo del camino. Del techo
pende una calabaza, acaso la compostelana, indicativo de una búsqueda y de una
peregrinación interior concluida. Ante Jerónimo se encuentra un león, reposado
y tranquilo, el animal áureo y solar que no ataca a quien es de su propia
naturaleza. Está vigilante a los pies del Santo que luce sobre su cabeza el
resplandor del "cuerpo de gloria", inalterable e imperecedero. Su
espíritu, el perro, vencido, duerme y ya nada le impide, profundizar en el
estudio de la naturaleza que verá con los ojos del iluminado y de la
"inteligencia del corazón" (la intuición intelectual de la que
hablaban los escolásticos). Por lo demás el nombre mismo de Jerónimo indica su
carácter de perfección: derivado de "hieros" (Hiero-nymus), significa
"sagrado".
En otros cuadros Dürer intenta
transmitirnos símbolos herméticos. En un extraño autorretrato titulado
"Doctor, es ahí donde me duele", su dedo indica una costilla que nos
permite retornar al mito del andrógino que ya hemos aludido en las notas sobre
El Bosco: la ruptura interior que supone la escisión entre un espíritu femenino
y un alma masculina, entre un principio pasivo y otro activo, es vivido por
Dürer como un dolor, una carencia interior cuyo único remedio es la "unión
de los contrarios", la paz entre el espíritu y el alma representados por
el perro y el león situados a los pies de San Jerónimo.
El 6 de abril de 1528 falleció el
más grande de los artistas alemanes. De él se conservan la mayoría de sus obras
y su casa de Nuremberg, si bien reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial en
la que resultó dañada por los criminales bombardeos aliados. Los últimos siete
años de su vida estuvieron dedicados al estudio y la meditación.
Dalí dedicó a Dürer uno de sus
primeros artículos en la revista escolar "Studium", muestra de que ya
desde muy joven le llamó la atención. En su artículo menciona explícitamente
los tres grabados alquímicos a los que nos hemos referido de los que dice que "son
de una profundidad de pensamiento tan grande que muy pocos artistas han llegado
a tan alto nivel". Como sabemos, por la influencia del psicoanálisis, Dalí
se preocupó de investigar y desarrollar sus tendencias y motivos de
preocupación infantiles. Es de suponer que el interés que ya de muy joven
manifestó por Dürer fue racionalizado en su madurez; de hecho, en la producción
de Dürer hemos destacado voluntariamente tres elementos que serán casi una
constante en Dalí: la construcción geométrica los cuadros partiendo de unas
figuras básicas, construcción similar a la que es fácilmente perceptible en
"La Melancolía", el tema del andrógino derivado de "Doctor es
ahí donde me duele" y, finalmente, la filosofía hermética inherente a los
grabados de Dürer que, con el paso de los años, le pondrán en la pista de
alquimistas como Fulcanelli.