Cada vez que se inicia un mundial de fútbol o algún equipo
español logra algún éxito en competiciones internacionales, parece como si el
patriotismo se reavivara y, salvo los raritos de siempre, se formara piña en
torno a la selección española o al deportista de turno. No es malo que así sea,
pero de lo que me quejo no es de eso,
sino de que solamente el patriotismo se ponga de manifiesto con ocasión de
eventos deportivos. Me quejo del patriotismo futbolero que ni es patriotismo,
sino que no pasa de ser una forma modulada de hooliganismo que afecta, no al equipo
de una ciudad, sino al de un Estado. Y en eso se queda. Y de eso me quejo.
Creo que hay sobredosis de fútbol. Creo que el fútbol es una cobertura al nihilismo (una más), una tapadera que
evita ver lo insustancial de la vida moderna y una especie de estupefaciente de
masas. Y lo dice alguien que en su juventud jugaba en el equipo del cole y
era un afamado y veloz extremo-izquierda. Porque lo interesante de un deporte
es practicarlo. Ver jugar un partido de tenis puede resultar un ejercicio de
cuello, pero nunca será tan excitante como jugarlo. La competición es para los
competidores competitivos. Sólo que en el último siglo se ha convertido en una
forma de ocio. Y no, los juegos olímpicos de la antigüedad tenían tanto que ver
con el deporte moderno, como la alquimia o la magia pueden tenerlo con la
química o con la física de nuestros días.
Que guste ver el fútbol
es una cosa, que su omnipresencia responde a unas necesidades muy concretas de
la actual ordenación político-económico del mundo es otra que, por lo demás,
nos parece innegable. Y en cuanto a las pasiones desatadas por el fútbol,
son desde todo punto de vista, extemporáneas, especialmente cuando en algunos
equipos relacionados con tal o cual provincia, están compuestos por gentes que
solamente pisaron ese lugar cuando fueron contratados. Lejanos están los
tiempos en que los clubes recurrían –como sería normal- a la cantera.
En España, además, la
liga profesional de fútbol es la más fuerte del mundo… lo que inmediatamente
remite al hecho de que el Estado Español es el que precisa a unos ciudadanos
más despreocupados por la cosa pública, de espaldas a la triste realidad que
les rodea y sempiternamente preocupados por la evolución de “su” equipo. No
me voy a quejar de que muchos jugadores son perfectos tontorrones que cobran
sueldos inmerecidos por algo que debería de haberse convertido en un trabajo “profesional”.
Es demasiado tópico pensar que un ingeniero de sistemas o un cirujano de
urgencias cobran salarios mezquinos comparados con el dinero que mueve la liga
profesional de fútbol. Sin olvidar que millones de niños africanos quienes
jugar a fútbol, no para divertirse, sino para convertirse en los nuevos Samuel
Etoo, o Zinedine Zidan, otro motivo para venirse a Europa que nunca termina de
tener el aforo completo.
Espero que gane España en el mundial, claro está. Pero si no
gana, no me llevaré un berrinche, de la misma forma que si ganara, cuando ganó, tampoco
vería aumentado mi patriotismo. No creo que masas en la calle desatadas por el fútbol puedan considerarse un fenómeno
político en apoyo de tal o cual tendencia: ni preocupan en exceso los fanáticos
del Barça cuando creen que su estadio ya es “territorio independiente de la
repúblicatalana”, ni los obsesos de la selección española que reducen el
patriotismo a los 90 minutos de un encuentro. El patriotismo es otra cosa mucho
más profunda, más auténtica, menos mediatizada y más esencial. Y ese
patriotismo está hoy casi ausente en España.
De hecho, cuando al “patriotismo” se le añade algún concepto
queda desvalorizado: es lo que le ocurre al “patriotismo constitucional” del
que hablara Aznar o del “patriotismo futbolero” tan presente en España y que la
prensa quiere ligar con alfileres a la “extrema-derecha”. Es un fenómeno primitivo de masas. Nada más. Superficial e irrelevante.
Lo más triste, y de lo que en realidad me quejo, es de que el patriotismo ha
quedado reducido a esto. El 95% de los hooligans que se manifiestan a favor de “la
roja”, lo ignoran todo sobre su propia patria, sobre su historia, sobre sus
raíces. ¿Qué patriotismo ni qué gaitas? Espectáculo de masas y punto. De
eso me quejo.