Hace unas semanas, en Montreal pude asistir a un espectáculo
maravilloso: una familia que cambiaba de residencia, liquidaba todas las
pertenencias sobrantes que no querían trasladar a la nueva ubicación. Y a
precio de saldo. En las calles de Montreal es frecuente encontrarse con este
tipo de “trasteros”. Las distintas confesiones religiosas, además, los realizan
para obtener fondos. Los vecinos para deshacerse de objetos que tuvieron
importancia para ellos y que ya no la tienen, e incluso los niños para sacarse
unos dólares (allí también, recoger cascos vacíos puede ser una fuente de
ingresos). No hace falta rellenar papeles, ni pedir permisos: hace falta poner
una mesa delante de la casa y empezar a
vender. Normal como la vida. A este lado del Océano todo resulta más
complicado. La burocracia municipal entra en juego (pedir interminables
permisos que luego son respondidos negativamente) y las “ferias de antigüedades”
o “las firas de brocanters”, las ferias de trasteros convocadas por los
ayuntamientos resultan, en ocasiones, patéticas.
Solamente hay un sitio en donde en Cataluña se encuentran
objetos más misérrimos, inútiles y averiados que en los Todo a 100 chinos: en
este tipo de certámenes. Salvo en los “trasteros municipales” convocados por
los ayuntamientos, en el resto los vecinos no tienen lugar. Se recurre a los
profesionales de “las antigüedades”. Pero como en este país el criterio sobre
lo que es basura y lo que es antigüedad no está suficientemente claro,
frecuentemente, en las ferias de este tipo nos encontramos con que lo que se
ofrece no corresponde al reclamo publicitario.
Ayer mismo, con unos amigos estuve en Sils, en la feria de
las motos antiguas que se celebra cada año. Hombre, había motos antigua
perfectamente restauradas (una docena, no más), es resto era basura, incluso
como apuntó uno de los amigos, de esa que se es obtiene dragando un río y que
se presenta como “antigüedad” con solo quitarle el loco a manguerazo. Vi cochecitos
de niño de los años 40 que se encuentran en graneros y desvanes a 650 euros,
sin restaurar: da que pensar el que la basura se cotice tan cara en España. Y
dado que se trataba de una ferie de motos, nos intentaron vender una estufa
estilo salamandra, de cerámica, a 450 euros, que fuego se quedaron en 350 y
que, por cierto estaba fisurada. Vi un modelo de moto que había tenido, una Sanglas 400, modelo 1975, a la venta,
cubierta de polvo y sin asiento… Nos fuimos con las manos vacías y el estómago, afortunadamente, lleno.
En mi pueblo, el mismo día, hubo “trastero municipal”: mucha
gente vendiendo objetos inútiles, absurdos y poco público, después de quince
días de que el ayuntamiento lo anunciara a diestro y siniestro. No creo que,
por término medio, nadie obtuviera más de 10 euros en ventas. En Montreal he
visto familiar que conseguían varios miles de euros sin tanta épica.
Esto es lo que hay. ¿De qué me quejo? De muchas cosas. Entre
ellas que sea tan complicado el poner a
la venta por iniciativa propia los objetos sobrantes. Segundo que, cuando
los ayuntamientos convocan “trasteros municipales”, estos se convierten en verdaderos bazares de lo inútil y lo
tristemente fenecido. Tercero: que
las “ferias de antigüedades” consideran como “anticuario” al que vende
cualquier cosa, más que antigua, ruinosa. Cuarto: que también en esto, nuestro país sea insolvente y la falta de
espíritu crítico haya convertido todo esto en lugar de picaresca y
exteriorización de ignorancia. Díganme si no es para quejarse.