Hubo un tiempo en el que los lectores empedernidos, teníamos
buenos motivos para pasear por cualquier barrio de Barcelona (o de cualquier
otra ciudad española, porque también en Esto, Cataluña y Tabarnia son España y la prueba del nueve es que el mismo
caos reina en unos que en otros lugares de la piel de toro). Existía una “ruta de las librerías”.
Cuarenta años de Generalitat han convertido a Cataluña en un erial cultural.
El otro día un amigo novelista me decía que lo habían contratado de una
biblioteca para que realizara una lectura de su obra… Estaba relativamente bien
remunerado, lo que no le habían dicho es que la lectura se realizaría como
trasfondo de… ¡una cata de vinos! Si no
había moyate, la cultura no prende… ¿Para cuándo actos culturales con
streepers?
Hace unas semanas di una conferencia en una biblioteca de
Barcelona: ¿creéis que se leían libros? En absoluto. Los libros que compra
preferentemente la Generalitat para las bibliotecas, escritos en catalán y
editados por los amigos, por tanto subvencionados (es importante retener que no
basta con editar en catalán para ser subsidiado, sino que hace falta pertenecer
al círculo de oro de los “amigos de los amigos” de la Gencat) nadie los lee.
Los jóvenes están en la biblioteca por el wi-fi, por los videojuegos y para
estudiar aprochando luz, tranquilidad y espacio. Las bibliotecas se han
convertido en “centros sociales” en los que se hace cualquier cosa, menos leer.
La cosa no va a cambiar si tenemos en cuenta que la medida
estrella de la clique autonómica presidida por Quin Torrat, en materia
cultural, es… ¡unificar carnés de bibliotecas! Es decir que si hasta ahora en
mi cartera tenía el carné de la biblioteca de Cataluña y el de la red de
Bibliotecas de la Diputación… ahora solo tendré uno (a pesar de que me temo que
para consultar la sala de reserva de la primera, necesitaré otro…). Así pues,
si este es el nivel de las bibliotecas y del mundo de la cultura en Cataluña
amamantado por la teta pública, podéis pensar cómo están las librerías
privadas. No es que sea para quejarse: es que es para llorar a moco tendido.
La mayoría de las que existían en los 80 están convertidas
en fast-food o en badulakes. Incluso la librería de El Corte Inglés ha
menguado. Librerías de viejo quedan pocas y todas a título póstumo. La “feria
del libro de ocasión” que estaba situada detrás de la Universidad Central y que
antes de allí tuvo su lugar durante siglos en el Portal de la Santa Madrona, ya ha
desaparecido del todo. No queda ni el recuerdo. La zona de Calle de Aribau entre Gran Vía y Aragón,
también se ha despoblado de librerías. No digamos las que estuvieron en calles
céntricas. Quedan algunas especializadas en cómics y cine. Poco más. Y luego
las que venden best-sellers a cascoporro y alguna que otra cosilla de relleno.
Ese es el resultado de 40 años de Gencat (en Cataluña, pero,
como digo, en otras partes, la situación no es mejor, aunque juraría que en
Valencia, está ligeramente algo mejor, mientras que en Madrid también hemos
asistido a oleadas de cierres de librerías). Como para estar orgulloso de los logros de la “construcción nacional de
Cataluña”. Se dirá que en otros países ocurre lo mismo y que lo digital y
Amazon se lo comen todo… No es cierto (al menos no es completamente cierto).
He visto librerías de viejo a montones en Budapest (una detrás de otra, quizás quince, veinte cerca de la universidad), en
Praga, en Lisboa, en Belgrado, en Montréal, en Québec, por limitarnos a la Vieja Europa. Item más: las librerías de viejo españolas por
Internet venden más caro que cualquier otra del mundo y, para colmo, te cobran
unos gastos de envío abusivos. De todo esto me quejo y en algún momento,
puedo reconocer que hasta lloro por el triste destino de la cultura. Para la Gencat no hay problema: librerías
que se cierran, clubs de cannabis que se abren (726, de momento). Es el gran
logro de la autonomía catalana regida por nacionalistas e independentistas.
Quedaría decir que, el
destrozo se completa con un panorama editorial bochornoso: el hecho de que
la infumable, miserable y, a ratos, incluso, repelente, última novela de Dan
Brown ambientada en España, Origen,
sea el no va más de ventas desde finales del año anterior, indica lo
preocupadas que están las editoriales buscando material “de calidad” con el que
entretener a los lectores. ¿Lo mismo que en otros países? También aquí la
respuesta es ampliamente negativa. Cataluña es España porque solamente en
España hay tal caos y no hay ni Gencat ni mare qu’els va parir que remedie
nuestra miseria cultural. De todo esto
me quejo y pataleo (y a ratos, lloro).