Hoy, quienes verdaderamente merecen una Laureada de San
Fernando en España son los padres. No
hay acto más heroico en la sociedad española de 2018 que el desear tener
conscientemente hijos y estar dispuestos a educarlos. No me voy a quejar de
que los héroes siempre son una minoría, ni que la imagen de los padres empieza
a ser una especie en vías de extinción (Cataluña es una de las zonas del
planeta en donde la natalidad está más baja, a pesar de la aportación de
1.500.000 inmigrantes en los últimos 20 años y, ni aún así). De lo que me voy a quejar es de que nadie
parece haber enseñado a los padres a educar a sus hijos.
Si alguien pretende superar a la familia como “célula base
de la sociedad”, lo tiene claro. El
inevitable fracaso de los “nuevos modelos familiares” degradará la vida
comunitaria al nivel de “tribu” en su acepción africana: es decir, donde no
existen familias estables y, por tanto, no existe la posibilidad de educar a
los hijos en el seno de la familia, siendo encargada “la tribu” de hacerlo a
través de alguna institución interpuesta creada al efecto. La familia, habrá
que recordarlo, es una institución extendida en todo el universo indo-europeo,
mientras que la “tribu” –al menos la forma a la que nos dirigimos- es
fundamentalmente africana. Hay que ir
con cuidado con los experimentos de “fusión” y “mestizaje” porque nunca sitúan
su resultado en un nivel intermedio, sino inferior a las dos partes. Haga
fusión entre Beethoven y el rap y lo que tendrá será un producto infumable.
No nos desviemos. La ruptura entre las generaciones fue en
los años 60 el primer problema con el que se encontró la educación de los
hijos. Esta ruptura se debió a los cambios rápidos de civilización: los padres
ya no comprendían el mundo de sus hijos, ni tampoco podían dedicarles mucho
tiempo a su educación porque, tras la segunda guerra mundial, con la
incorporación de la mujer al mundo laboral, quedó abolida la división de
funciones en el seno de la familia. Los padres encargaban –como se había hecho,
más o menos, siempre- a los abuelos el cuidado de sus hijos. A mediados de los años 70 se impusieron los
métodos de educación antiautoritarios. Fue un error y de ese error me quejo
como de que no aparezcan pedagogos capaces de proponer una marcha atrás.
Los padres intentan hoy ser “amigos de los hijos”, intentan
razonarles, no imponerles criterios autoritarios, no gritarles ni darles órdenes,
tratar de convencerlos de que hagan o coman esto o aquello… Lo he visto en
innumerables ocasiones –soy abuelo, así que sé de lo que hablo- en parques
públicos, en transportes, en locales: cualquier cosa antes de ordenarles o
imponerles algo. ¿No quieren comer? ¡Que le vamos a hacer! ¡lo hemos intentado!
Cualquier cosa antes que hacer algo que
contravenga la voluntad del pequeño y si se trata de torcer esa voluntad que
sea mediante el convencimiento racional…
Lo que es la ignorancia: hasta los 7 años el cerebro del niño no está completamente formado.
Hasta esa edad carece de “uso de razón”, por tanto, todo lo que sea razonar con
él, es completamente inútil. El niño se mueve por impulsos, instintos, no por razonamientos.
Por tanto, todos los padres que antes de esa edad quieren “razonar” con sus
hijos es como si lo hicieran con una pared. El niño ni lo entiende, ni lo retiene.
Antes de esa edad lo que hay que enseñarles son “dinámicas”: la de comer, la de
jugar, la de ordenar lo que ha desordenado, la de hacer sus necesidades y
mantener higiene personal, la socialización con otros niños, valorar y
adiestrarle en los “buenos instintos” y enseñarle lo que es “malo” y que no
deberá hacer nunca. No es importante que comprenda los motivos, sino habituarlo
a esa dinámica. Será a partir del momento en que tenga “uso de razón” cuando
habrá que hacerle entender los motivos. Antes es inútil. Y es justamente la
tendencia que sigue la educación moderna en el seno de la familia. ¿El
resultado? Que los niños no aprenden dinámicas sino a moverse por impulsos
adquiridos cuando eran los “reyes de la casa” y su voluntad era ley. Es así
como tenemos desde hace unas décadas a pequeños dictadores y no a hombres y
mujeres dignos de tal nombre de tamaño pequeño…
Me quejo de que hay
algo todavía peor que la caída de las tasas de natalidad. Me quejo de que una
gran parte de los padres tratan de razonar con niños de año y medio o tres
años, como si se tratara de premios Nobel. En otras palabras: me quejo de que
no saben educar a sus hijos. Me quejo de que uno de los frentes en donde la
crisis social del siglo XXI es más estridente y grave es en la educación,
incluida la educación en el seno de la familia.