¿Alcohol? Con moderación. Eso lo primero. Y por dos motivos:
primero porque uno no puede abusar de lo bueno con el problema de que se
convierta en rutinario; en segundo lugar porque la tolerancia del cuerpo al
alcohol se va reajustando es como una “campana de Gauss”: si a los 20 años con dos cubatas ibas que te matabas, a los 40
seguramente resistías cuatro, pero a los 60 vuelve otra vez a los dos o el
cuerpo te lo demandará. Es triste, pero es así. Claro que puedes aguantar
mucho más, pero ¿para qué forzar al organismo a ritmos que no son los suyos? No
me voy a quejar de que a la vista de mi edad, he reducido al mínimo el consumo
de cubatas y solamente lo hago en ocasiones. He optado por no tomar cubatas en
lugares que no conozco: suelen ser decepcionantes, incluso en los lugares en
donde en otro tiempo eran aceptables. Y de eso si que me quejo.
La economía, contrariamente a lo que creen los legos en la
materia, es más simple que el mecanismo de un biberón: para salir adelante se
trata de ir reajustando precios según la oferta y la demanda, ahí está todo el
misterio. Hoy, en tiempos de crisis mantenida y sempiterna, lo que no pueden
hacer los pubs y bares es subir el precio de los cubatas, así que tienen a su
alcance dos recursos económicos: o bien
bajan la calidad del producto o bien disminuyen la dosis servida, de tal manera
que puedan prolongar la vida de cada botella de ron. Lo primero favorece
que se sirvan cubatas con rones miserables, seguramente fabricados en China o
por ahí. Lo segundo es todavía más perverso: cuando te sirven la copa y ves la cantidad de ron que vierten,
compruebas la mezquindad de ciertas concepciones económicas incompatibles con
el estilo de vida dionisíaco.
Hubo un tiempo en el que se utilizaba para engañar la vista,
el vaso de tubo con cubitos de hielo de un calibre que incluso un dedal de ron
parecía alcanzar la mitad del vaso. Hoy el truco está demasiado utilizado como
para que siga siendo eficaz. Así mismo el relleno de botellas de marca con ron
baratillo ha caído también en desuso. Hoy se tiende al minimalismo: cañas de un
euro que se pierden entre las caries y dosis de ron que ni siquiera atenúan el
dulzor de la cola. En un país en el que todo falla como España, ni siquiera el
cubata podía resistirse al apocalipsis generalizado. Incluso los nanos que van
de botellón, eligen el ron más barato y la coca de marca blanca para ahorrar
unos euracos: la resaca es –hay que
advertirlo- mayor, cuanto menor es la calidad. Y aunque, ciertamente, la
ventaja de una resaca es que puede conducir directamente a la abstinencia de
alcohol de por vida, yo recomendaría evitarla.
Hay distintas técnicas para preparar un buen cubata. Os
explico la mía que, de paso, os recomiendo: primero de todo, buenos materiales. ¿El hielo? Importante: con agua que sea
de buena calidad. Cuidado con los cubitos de hielo de agua del grifo
clorada y con lejía. Se trata de que el resultado final priorice el sabor a
ron, no a cubo de limpiar suelos. ¿Cubitos de hielo? Yo los desaconsejo: pero
si no hay más remedio, poned suficientes para que se enfríe no solamente los
líquidos, sino el mismo vaso (es buena política hacer girar con el dedo los
cubitos dentro del vaso para bajar la temperatura del vidrio). Si tenéis ocasión machacad el hielo a martillazo
limpio o con el triturador. Pilé que le dicen. ¿El Ron? Que sea del Caribe: me quedo con el de la Martinica, el dominicano,
el cubano. Evitar rones añejos: son para disfrutarlos a palo seco no en cóctel.
Los jóvenes y de buenas marcas, son los más adecuados. ¿Angostura? No hace daño
pero es prescindible y si recurrís a ella, sólo unas gotas. ¿Limón? Jamás de
los jamases. Desconfiad de la
profesionalidad de quien os sirva un cubata con limón: El azúcar de la cola
combina mucho mejor con naranja, antes que con la acidez del limón. ¿Proporciones? A tu gusto, pero lo esencial es que se note el ron, que es,
a fin de cuentas, lo que da vida al combinado. ¿La cola? Cuantas menos
mejor. Primero siempre el ron (hasta
la mitad del vaso... hay pilé, así que es mucho menos de lo que parece) y luego la cola. ¿Moverlo? Sin pasarse. ¿Degustarlo? Rápido o de lo contrario el pilé se convertirá en agua y
el combinado perderá fuerza. ¿Acompañamiento? Ni tapas, ni embutidos. ¿Actitud
mental? Concentrarse en los tragos. Antes de cinco minutos debería desaparecer
o de lo contrario los componentes se os degradarán en la copa. Hay otros
cubatas, pero éste es el mío y el que os recomiendo.
Un cubata es un
regalo. No puede convertirse en un hábito o en una rutina cotidiana. Me
quejo de que algunos amigos están en el otro barrio por haberlo tomado como
hábito acaparador. Es un regalo que nos
hacemos nosotros mismos a nosotros y a la gente que apreciamos. Y de lo que me
quejo es de que algo que puede estar próximo a lo sublime, se vea degradado por
hosteleros amateurs. Me quejo de que se le aplique al cubata del bar de la
esquina las leyes de la economía y no la búsqueda de la perfección.