miércoles, 13 de octubre de 2010

Enseñanzas de 50 años de terrorismo

info-Krisis.- Al título de este capítulo puede resumirse diciendo que el terrorismo, considerado en la forma que ha revestido entre 1957 (inicio de la revuelta argelina) hasta el 11 de septiembre de 2001, ha constituido un rotundo fracaso. Las cárceles y los cementerios están llenos de antiguos terroristas. Si ha habido una enseñanza es que, salvo en situaciones de ocupación militar, en donde es fácil activar el ciclo provocación-acción-represión, el terrorismo ha fracasado completamente. Y sin embargo, sigue existiendo.

En este capítulo pretendemos responder a este enigma: siendo la estrategia un fracaso ¿a qué se debe que sigan existiendo determinados focos de actividad terrorista?

LOS MOTIVOS DEL FRACASO: ESCASA CAPACIDAD DE ATRACCION
Insistimos, salvo en situaciones de ocupación militar flagrante, como pudo ser en su momento Vietnam o en la actualidad Irak o Afganistán, el terrorismo no ha logrado incorporar a las masas. Ha llamado siempre la atención el que los terroristas realizaran sus más horrorosas acciones en nombre del “pueblo”, pero eso pueblo, en la mayoría de los casos, no les ha apoyado. El pueblo es el terrorista, lo que el pez al agua. El pez se ha ahogado por falta de agua. Las Brigadas Rojas murieron sin suscitar ni un mínimo entusiasmo en la clase obrera italiana a la que pretendían liberar. Los dirigentes de la Fracción del Ejército Rojo fueron hallados muertos en sus celdas, sin que ni un solo exponente de la clase obrera alemana se conmoviera más allá de lo que puede conmover cualquier otra muerte de un ser humano. El GRAPO jamás ha contado con un apoyo popular mínimamente apreciable y, en cuanto a ETA, ni siquiera en su cuota del 15% del electorado radical abertzale existía unanimidad respecto a la justeza de su acción. Sin una puerta que se abra para albergar al terrorista una vez cometida su acción, o sin un baúl inofensivo en el que puedan guardarse las armas junto al resto del ajuar en un hogar a salvo de cualquier sospecha, la acción del terrorismo no es viable. Al menos tal como fue concebido en los años 50 y 60: como movimiento de liberación… es difícil liberar a quien no se considera oprimido y es mucho más difícil luchar contando con el apoyo de alguien que se siente ajeno al terrorismo.
En realidad, el terrorismo ha persistido en zonas en donde se han dado determinadas circunstancias:
donde ha existido algo de apoyo popular, como en el caso vasco o irlandés, siendo ambos casos completamente diferentes o en el caso palestino por unas circunstancias muy concreta (60 años de ocupación israelí) o en situación de ocupación militar (Irak y Afganistán).
Allí donde ha existido inestabilidad política y debilidad para combatir el terrorismo. En el caso español, por ejemplo, el terrorismo pudo persistir mientras duró la transición y durante todo el tiempo que tardó la democracia en asentarse (entre 1976 y 1983) y a partir de entonces, logró sobrevivir en un clima de debilidad política en la que los socialistas no se sentían seguros con los antiguos funcionarios de la policía franquista y cometieron la estupidez de intentar arreglar las cosas “a la francesa”, tal como hicieron los “barbouzes” con la OAS, el GAL y aquello resultó un desastre. Pero, cuando el PP subió al poder y decidió terminar radicalmente con el problema, en cinco años logró arrinconar a la banda y sumirla en una agonía de la que en el momento de escribir estas líneas todavía no se ha zafado.
Cuando existen complicidades de altos vuelos. A nadie se les escapa –solamente a los portavoces oficiales del nacionalismo vasco- que ETA logró sobrevivir gracias a que el nacionalismo moderado jugó con ella el “juego de las partes”: los radicales golpeaban y, como dijo Arzallus en su famosa frase, otros recogían los frutos. Antes, ETA se había beneficiado de la complicidad francesa que entre principios de los años 60 y hasta mediados de los 80, es decir, durante un ciclo de 25 años, permitió que se albergara en su territorio el santuario etarra. De no haber existido tal santuario, ETA no habría podido prorrogar su acción ni siquiera hasta 1970.
Cobertura por parte de todo o de una parte de un Estado. Hemos sostenido en otros capítulos de este libro que el terrorismo, en muchas ocasiones, no siempre es autónomo, sino que muy frecuentemente pasa a ser un instrumento de política exterior de algún Estado, beneficiándose, por ello, de importantes coberturas, ayudas, información y complicidades. Entre 1972 y 1986, ETA contó con la ayuda y protección de las autoridades argelinas, los etarras pudieron establecer campos de entrenamiento en ese país y obtener fondos y armamentos. Otro tanto ocurrió con las guerrillas latinoamericanas hasta 1970, todas ellas tributarias del régimen castrista. Y en cuanto a regímenes como el libio o el sirio, apoyaron de manera bastante indecente, por lo demás, a los más variados grupos extremistas europeos y árabes.
Allí donde han aparecido uno o varios de estos elementos, el terrorismo ha podido mantener cierta iniciativa en algunos países. Ahora bien, en el momento en que la situación política o la coyuntura internacional cambiaron, y algunas de estas circunstancias dejaron de estar presentes, el terrorismo periclitó.
En España resulta evidente que, en primer lugar, el desmantelamiento de la URSS, derivó en que regímenes como el argelino fueron abandonados a su suerte y debieron cortar los vínculos con organizaciones terroristas, entre otras ETA, vínculos que anteriormente habían sido “recomendados” con todo el poder de sugestión que podía tener la KGB. Por lo demás, cuando terminó la transición, tras el período de debilidad y de errores protagonizado por Barrionuevo y su olvidable sucesor en el cargo, el Estado Español recuperó una solidez y una determinación que fue en detrimento de la actividad etarra y consiguió arrinconar a la banda. A partir de 1979, el gobierno francés, por otra parte, ya había comprendido que España iniciaba una marcha imparable hacia la convergencia con Europa y que sus socios del entonces “Mercado Común” no iban a permitir que el Estado galo albergara sobre su suelo a un grupo de aventureros sin escrúpulos. Francia, por lo demás, sentía que el problema vasco podía trasladarse a su territorio. Así pues, bruscamente a partir de principios de los años 80, el “santuario francés” dejó de ser tal. Finalmente, ETA consiguió prolongar su acción gracias al apoyo popular y a lo que hemos dado en llamar “complicidades de altos vuelos”. Pero cada vez estuvo más arrinconada, especialmente, desde la muerte de Miguel Angel Blanco y de la movilización de una parte sustancial de la sociedad vasco contra el terror: esta movilización dejó en evidencia que el apoyo popular a la banda era protagonizado por una minoría vociferante, pero en absoluto significativa. Y, por otra parte, el PNV empezó a valorar que los “muchachos de la gasolina”, empezaban a ser peligrosos y que era mayor cortejar a su electorado antes que tratarlos de igual a igual.
En otros lugares y a otras organizaciones les ha ido mucho peor. Salvo en Nicaragua y por razones de política exterior de la administración Carter, los sandinistas –un grupo “guerrillero” que en realidad no era sino una organización terrorista ampliada- lograron subir al poder, no tanto gracias a su capacidad militar, que nunca fue excesiva, sino gracias a la actitud de los EEUU que, en un momento dado decidieron cortar bruscamente su apoyo al gobierno de Anastasio Somoza. En pocos días, la Guardia Nacional somocista que, podía haber vencido en campo abierto a los insurgentes, se encontró sin municiones y cortada de cualquier apoyo político internacional. El régimen se desplomó en pocos días. En otros países en los que, con una situación igual o peor (Guatemala, El Salvador), existió una firme voluntad por parte del sucesor de Carter (Reagan) de combatir la insurgencia, ésta no pudo superar el umbral de un movimiento insurreccional perpetuamente acosado y que jamás estuvo en condiciones de provocar un vuelco político.
Peor situación se dio en España, en los distintos grupos nacionalistas-terroristas (Terra Lliure, el Front d’Alliberament de Catalunya antes, el Exercito Gallego do Pobo Ceibe) y media docena de grupos anarquistas (OLLA, GARI, MIL, grupos autónomos, etc.) y, los marxistas-leninistas (FRAP primero y GRAPO hasta hoy), no estuvieron en condiciones de reclutar el más mínimo apoyo popular. Es más, de hecho, perdieron todo apoyo popular en cuanto persistieron en sus tácticas terroristas, al margen de cualquier otra consideración razonable. A diferencia de la leyenda con que algunos ex miembros de estos grupos han pretendido aureolarse –pues no han faltado refundiciones de sus documentos y enumeración de sus acciones editados en forma de libros encomiásticos-, la verdad es que buena parte de sus integrantes respondían a las características de lo que unos han llamado “delincuentes lombrosianos” y otros como Julio Caro Baroja opinan que “entre los terroristas se da mucho tarado” (Terror y Terrorismo, Plaza&Janés, 1989). Más adelante insistiremos y desarrollaremos este punto.
UN PRODUCTO DE LA MODA
En 1965-73 la guerrilla estaba de moda. La experiencia castrista parecía haber enseñado que un foco guerrillero resuelto era capaz de crear las condiciones objetivas necesarias para provocar el hundimiento de un régimen. Regis Debray, impenitente admirador –y seguidor- en la época de Castro y del Ché, lo había dicho en su “Guerra de Guerrillas”: “No era preciso que existieran condiciones objetivas para la revolución, el foco guerrillero las creaba”. El espejismo en que cayó toda una generación de revolucionarios latinoamericanos, costó cientos de muertes. Finalmente, tras haber vivido su experiencia guerrillera de unos días, Debray fue capturado por los rangers bolivianos y no tuvo el menor empacho, primero en “cantar” todo lo que sabía de la guerrilla y en segundo lugar, una vez liberado y retornado al paraíso cartesiano francés, en convertirse en funcionarios socialista y culpar al pintor Ciro Bustos de haber delatado al Ché… Aún hoy, Debray se niega a entrar en el fondo de la cuestión. Pero, en el fondo, estos hijos de papá europeos, intelectuales cultivados, solamente estaban en condiciones de haber la guerra de guerrillas en una biblioteca dotada de aire acondicionado, no en el altiplano. Una vez vivida la experiencia, pasaban a “redimensionar” la teoría: Debray escribió su “Crítica de las Armas”, renunciando a sus ardores juveniles atemperados por un año de cárcel boliviana.
Pero en esa época, una parte de la Cuarta Internacional, animada por la experiencia del Partido Revolucionario de los Trabajadores argentino, había decretado la guerra de guerrillas. En Europa, la sección más influyente y la única que estaba en condiciones de realizar algo parecido era, con mucho, la Liga Comunista Revolucionaria francesa, que ya había tenido un papel importante (como Juventud Comunista Revolucionaria) en las jornadas de mayo de 1968. La LCR, Krivinne, Bensaind, Weber, empezaron a multiplicar los ataques contra la formación de extrema-derecha Ordre Nouveau como una forma de “gimnasia revolucionaria” que debería de servir de escuela de cuadros para el futuro movimiento guerrillero. Se trataba solo de ir amplificando la intensidad de las operaciones contra la extrema-derecha a todo el Estado. Otro sueño que se desvaneció cuando la magistratura decidió tomar cartas en el asunto y disolver la LCR. En ese período, el partido hermano del grupo de Krivinne, en España, del mismo nombre, se escindió en dos y una de las fracciones fue a converger con ETA(VI Asamblea), pero en esta organización, lo poco que quedaba de interés por la lucha armada se concentró en los atracos y las “expropiaciones” de material para elaborar propaganda política. Nada importante.
En cuanto a los marxistas-leninistas, los maoístas, ciertamente, su verbalismo revolucionario parecía prometedor para los que esperaban una “insurrección armadas de masas” y una “guerra popular prolongada”… pero todo terminaba ahí. Ni en Italia, Bélgica, Portugal o España en donde los maoístas arraigaron más y mejor, estuvieron en condiciones de realizar “operaciones militares”. Y las pocas que hicieron, aun no está claro desde donde se planificaron. Más adelante insistiremos en este extraño asunto. En cualquier caso, solamente el GRAPO siguió en su “mantenella y no enmendalla” que le llevó a las dimensiones de una pequeña secta de delincuentes comunes con alguna irisación política siempre declinante desde 1975.
Los estudios de la revista teórica de la IV Internacional –Imprecor- o las revistas doctrinales del PCE(m-l), eran francamente aburridas, sus debates bizantinos sobre las condiciones objetivas, la preparación del proletariado para la lucha y demás, suscitaban el bostezo y a distancia de treinta años, parece increíble, no sólo que alguien las leyera, sino que alguien se atreviera a escribir todo aquel cúmulo de insensateces. Pero ahí están para los estudiosos, con su carga ideológica y su capacidad para el autoengaño.
En el fondo, en aquella época el maoísmo y el trotskysmo estaban de moda en Europa y en América Latina, justo en un momento en que el castrismo parecía, aportar poco desde el punto de vista teórico… y ya se sabe que siempre hay muchos que se apuntan a la moda. Luego tuvieron toda la vida para arrepentirse.
Hacia 1975, ambas modas ya habían periclitado: el trotskysmo solamente parecía haber adquirido una dimensión considerable en Argentina (5000 tipos armados concentrados fundamentalmente en la provincia de Salta), pero en Europa, Alain Krivinne ya se había convencido de que la “gimnasia revolucionaria” generaba, sobre todo, agujetas, pero la lucha contra otros jóvenes de extrema-derecha mal armados y peor organizados, no preparaba para derribar al Estado. Esto sin contar con que la clase obrera francesa se configuraba como la más aburguesada de toda Europa. Por lo tanto, no había apoyo popular. En cuanto al maoísmo, se había disuelto como un azucarillo. El FRAP declaró la insurrección en enero de 1975 y en junio del mismo año ya había sido completamente desarticulado. Tan solo lograron asesinar a media docena de policías nacionales, elegidos al azar y sin ninguna tarea “represiva” específica. Y en cuanto a la OMLE; reconvertida en PCE(r) y su “sección técnica” en GRAPO pasó, en pocos meses, de ser un pequeño grupo perdido en una galaxia de pequeños grupos activistas, a ser una secta cuya violencia sorprendió en un primer momento para luego concentrar buena parte de las actividades policiales entre 1976-1979 y quedar esquelética en los años 80.
Claro que cuando esto ocurría, la moda había dejado ya de ser moda y los maoístas de ayer que seguían en activo, se preparaban para ser funcionarios socialistas, tanto en Francia, como en Italia, como en España, como en Portugal (ahí tenemos a Joao Barroso, actual presidente del Consejo de Europa, ex militante del Movimiento por la Reconstrucción del Partido del Proletariado…).
CUANDO EL ESTADO VA UN PASO POR DELANTE
En septiembre de 1975 el SAS inglés utilizó por primera vez un robot para desactivar una bomba situada en el Hotel Hilton de Londres. Con una cámara de TV y un brazo articulado, dispuestos sobre una oruga, el “Little Willie”. A este robot siguieron otros aun más perfeccionados hasta el punto de que, en la actualidad, una bomba localizada equivale a una bomba desactivada o cuya explosión está controlada. Mientras el terrorismo occidental estaba íntimamente relacionado a los servicios secretos de Europa del Este, pudo contar con avances técnicos suficientemente sofisticados ideados en los laboratorios de la NKVD, el KGB o los servicios checos o búlgaros. El 29 de marzo de 1974, Bernard Calladene, uno de los responsables del antiterrorismo inglés en Irlanda, falleció cuando estalló una bomba bajo su coche. La particularidad es que la bomba se activó cuando Calladene enfocó su linterna en los bajos del vehículo. En efecto, el detonante estaba unido a un dispositivo fotoeléctrico. El MI-5 concluyó que el dispositivo había sido elaborado en Checoslovaquia. Quince años antes el KGB había construido pistolas eléctricas que disparaban cianuro. Manejadas por sus propias redes terroristas, diezmaron la resistencia anticomunista ukraniana. Pero, a partir de la subida al poder de Gorbachov, con la glasnost, todas estas iniciativas fueron abandonadas. A partir de 1985, el terrorismo occidental dio muestras de indigencia tecnológica.
Frente a esta indigencia, EE.UU. había creado un primer sistema de localización electrónica llamado Octopus que en noviembre de 1975 contaba con veinte millones de datos incluidas fotografías. Octopus era capaz de identificar inmediatamente a cualquier sospechoso que figurara en las fotografías. A este sistema siguieron otros mucho más sofisticados basados, no sólo en el reconocimiento fotográfico de huellas digitales, sino en los reconocimientos faciales a partir de fotos tomadas por las videocámaras situadas en aeropuertos y puntos calientes. A principios de los años 90, con el aumento creciente de la telefonía móvil y el uso de Internet, se pusieron las bases de lo que luego sería la red “Echelon” de intervención y lectura digitalizada y autoselectiva de comunicaciones.
Ya hemos trazado en otro lugar de esta pequeña obra un esbozo de la historia reciente del terrorismo, lo suficiente como para saber que a partir de 1980-83, el terrorismo político utilizaba las mismas tácticas que un siglo antes… solo que el enemigo –el Estado- era más fuerte. Con la introducción de las nuevas tecnologías en el trabajo policial, la distancia que separaba a los núcleos terroristas de sus enemigos, las fuerzas de seguridad del Estado, se fue ampliando, hasta hacerse completamente insalvable. Pero el problema no era solo tecnológico, estaba también el “factor humano”.
Las distintas fuerzas de seguridad del Estado estaban compuestos por una legión de funcionarios exentos de comportamientos y actitudes pequeño-burguesas, son sistemáticos en el cumplimiento de sus funciones, están extremadamente jerarquizados, reciben recompensas por resultados, además del salario base. Están ahí para cumplir con un cometido, que es su trabajo, su vocación y su medio de vida, el que han elegido y el que lo seguirá siendo durante toda su vida; no son coleccionistas de nada, no se llevan trabajo a casa, procuran no dejar cabos sueltos, les pagan por eso y constituyen una pequeña legión que actúa con todo el tiempo del mundo.
Frente a ellos se encuentran los terroristas: mentalidades extrañas, unos hiperintelectualizados, otros hombres de acción, pero no de pensamientos, caracteres broncos y radicales, a menudo pasionales, han ligado su vida a la “revolución”, pero esta carece de futuro, sus análisis son subjetivos, muchos de ellos albergan una profunda desconfianza hacia el futuro y no se sienten competitivos en esta sociedad que abominan por que no tienen lugar en ella, son marginados, a los que, para colmo se unen en muchos casos distintas psicopatías y en otras problemas de adicciones a drogas químicas; los hay, incluso, que subconscientemente, creen que el terrorismo que son capaces de desatar contribuirá a hacerles olvidar sus problemas y sus traumas personales. Además, el tiempo no les sobra; son pocos, los suficientes como para causar sobresaltos, pero no en número suficiente como para alterar el curso de las cosas. Frecuentemente, sus comportamientos registrar tics pequeño-burgueses. A unos les gusta alardear de sus acciones ante chicas o en el círculo de amigos de la infancia, a otros les encanta coleccionar trofeos, los hay incluso que anotan en diarios personales lo que hacen cada día y la mayoría deja datos sobre su vida y sus contactos demasiado visibles como para que si son detenidos puedan destruirlos u ocultarlos.
Para colmo, en el accionar de los terroristas todo es previsible. Las fuerza de seguridad del Estado lo tienen fácil: les basta con elaborar un patrón de actuación, así pueden adelantarse al episodio terrorista. Saben que precisarán alquilar pisos y que lo harán a nombre de parejas o de chicas que figuran como estudiantes. O bien que están tocando a grupos de ocupas, con lo cual no será un gran problema poner en marcha unos cuantos cientos de policías para que 365 días al año, durante un mínimo de ocho horas al día, cuarenta horas a la semana, realicen seguimientos sistemáticos, intervenciones de teléfonos o, interceptación de correspondencia, infiltración de agentes o mercenarios a sueldo, etc. Es una cuestión de tiempo el que logren identificar a los cabecillas, aislarlos, distribuir sus fotos en decenas de miles de ejemplares y a través de los medios y esperar resultados. Apenas una cuestión de tiempo que una célula terrorista sea desarticulada, sin recurrir a los sofisticado métodos de la policía científica que pueden acelerar incluso aún más el proceso.
Digámoslo ya: los medios con los que cuenta el Estado moderno son incomparablemente superiores a los medios con los que cuenta en la actualidad cualquier grupo terrorista. Y, para colmo, las gentes que de dedican al antiterrorismo tienen una dedicación full time a su tarea, mientras que para los terroristas se trata de una actividad más, entre otras, o bien su actividad central… pero obsesiva, mientras que para un funcionario, al terminar la jornada de 40 horas se “desconecta” del trabajo, se recargan baterías y al lunes siguiente se empieza con redoblado ímpetu. El terrorista profesional, jamás puede desconectar, por que la desconexión es susceptible de implicar un fallo en su seguridad, la caída y una o dos décadas de cárcel. O quizás la muerte.
No hay perspectivas de que un planteamiento como éste pueda cambiar. Todo lo contrario: la desproporción de medios tiende a ampliarse. El ciberespacio, el boom de las comunicaciones generan, efectivamente, nuevos canales por los que puede discurrir la acción terrorista… pero en ellos también, el dominio ejercido por los medios de comunicación del Estado es aún mayor. El sistema “Echelon” y las redes equivalentes europea y rusa, hacen que una palabra-objetivo sea retenida por procesadores excepcionalmente rápidos, el número desde el que se ha llamado sea aislado, sea donde sea desde donde se realiza la comunicación. Investigaciones como la desarrollada sobre los atentados del 11-M se realizaron casi completamente a partir de los listados y los datos ofrecidos por los operadores de telefonía móvil.
En el futuro, todo esto aumentará con bases de datos de ADN que permitirán descubrir muchas características de los terroristas, sistemas de reconocimiento de voz que permitirán seleccionar los tonos de voz buscados entre millones, documentos de identidad prácticamente imposibles de falsificar en los que se incluirán datos médicos imposibles de atribuir a otras personas fuera de los titulares, etc. La era de las nuevas tecnologías dista mucho de haber dado su última aportación a la lucha antiterrorista.
UNA CARRERA ABANDONADA POR LOS TERRORISTAS
Los debates que tuvieron lugar en los años 70 en el interior de las organizaciones terroristas, era absolutamente absurdo. De un lado se defendía el carácter popular de la “lucha armada” y su necesario “arraigo en las masas” y de otro se sostenía la contundencia de esa lucha. Algo incompatible: por que, o bien las células terroristas son cerradas y desvinculadas de cualquier “combate político”, y por tanto están al resguardo de la represión, o bien, realizan “trabajo de masas” y, por tanto, son fácilmente identificables por los cuerpos de seguridad del Estado.
Entre 1975 y 1976, en España este debate bizantino, propio de terroristas con mala conciencia, embargó las discusiones en el interior de ETA(p-m). El otro sector de la banda, desde 1973, tenía excepcionalmente claro que ETA debía ser una banda especializada en operaciones terroristas, y, solamente a nivel de cúpula debían de existir relaciones con el “frente político”. Tal era la concepción de José María Beñarán Ordeñaba (a) “Argala”, probablemente el cerebro más lúcido de ETA en toda su historia. Frente a él, fue tomando cuerpo las extrañas doctrinas elaboradas por Eduardo Moreno Bergareche (a) “Pertur” en la ponencia “Otsagabia” elaborada a finales de 1975. “Pertur” defendía una simbiosis en la que el terrorista debía evitar especializarse en la “acción militar” y procurar realizar “trabajo político”. Lo político y lo militar estaban unidos en la concepción de “Pertur”. En la de “Argala”, eran realidades completamente diferentes: una misma estrategia, pero solo relaciones en la cúpula. En la práctica, ETA(p-m) ha desaparecido y ETA(m) ha podido sobrevivirle veinte años más.
Pero, en cualquier caso, lo que era evidente es que, el terrorismo ha carecido de modelo organizativo adecuado a la realidad, al menos desde hace treinta años. Cuando el FLN argelino se puso en marcha, su estructura organizativa, formada por células triangulares de las que solo una de sus miembros tenía relación con el eslabón superior, constituía, globalmente una pirámide que, aparentemente, daba solidez y prevenía a la totalidad de la organización de las eventuales caídas de una parte de la misma. Ahora bien, eso valía en 1958-63, y quizás diez años después. Pero cuando, las fuerzas de seguridad fueron perfeccionando sus sistemas de investigación, esta estructura piramidal no estuvo en condiciones de introducir modificaciones que la capacitaran para resistir los envites policiales. De hecho, lo que ocurrió fue todo lo contrario.
Un exiliado español en Uruguay que, sin pertenecer a los “tupamaros”, si al menos les prestó sus teorizaciones, Abraham Guillén, ya había teorizado sobre la necesidad de “autonomía táctica” de las células terroristas, las cuales debían tener iniciativa propia, estar formadas por un mínimo de tres y un máximo de cinco personas, reclutadas para que fueran una unidad autosuficiente. Es muy difícil, incluso para una policía eficiente, identificar a cinco personas en una ciudad de dos millones de habitantes, si no intentan captar militantes, ponerse en contacto con otras células ni esperan órdenes. Guillén estaba en contra de que la organización tuviera “frentes fijos”, rechazaba que las armas y todo lo que se refiere a logística fuera almacenado en unos pocos depósitos o que existiera un “hospital” o una “cárcel del pueblo” a la que debieran recurrir todas las células. Era mejor que cada cual, por sí mismo, cada célula, creara su propia estructura. Si caía, se perdía solo una parte y nada más que una parte, pero el resto permanecía a salvo. De hecho, Guillén lo que estaba proponiendo es que al esquema del FLN argelino (que hico fortuna entre los terroristas europeos y latinoamericanos de los años 70) se le amputara de un extremo: la posibilidad de que cada célula triangulas conectara con la superior.
Pero en la práctica esto implicaba que todo el movimiento tenía un alto grado de conciencia política, sentido de la táctica y comprendía todos los elementos estratégicos al ciento por ciento. Lo cual no era así. En buena medida los terroristas, lejos de ser grupos de “cuadros”, son soldados de base, que precisan órdenes claras, precisas y extremadamente concretas. Para colmo, de tanto en tanto, se reúnen en asambleas para “decidir” lo que hay que hacer… Claro está que en esas reuniones, en aquella época, se iba con antifaz o máscara…, como los brasileños de la ALN que, tras permanecer unas horas con un calor sofocante, oculto el rostro bajo la máscara, se la quitaban para respirar y, de paso, verse unos a otros las caras.
Estas formas organizativas –que en España siguen practicando lo que queda de ETA y del GRAPO- se prestan extraordinariamente a la infiltración y, consiguientemente, exponen al movimiento terrorista a la represión.
Hoy las alternativas siguen siendo dos: o bien la “profesionalización” que implica una cierta fisonomía de secta, y un alejamiento de las masas, o bien la “apertura” que genera una estructura “movimentista” que, a la postre, es vulnerable. Solamente en las zonas de ocupación militar –como Irak y Afganistán o Palestina- es posible conjugar ambos tipos de organización terrorista. Pero nunca en zonas del mundo desarrollado, políticamente estables.
La aparición de Al Qaeda y de Bin Laden y el desarrollo por la RAND Corporation (un think-tank conservador norteamericano) de la idea de net-war, aportan algunos elementos nuevos, pero antes de entrar en este apasionante tema, vale la pena introducir un elemento importante. Las nuevas tecnologías y el terrorismo
UNA MIRADA HISTORICA: ALIANZA ANTIGUA Y DIVORCIO MODERNO
Lo más sorprendente del terrorismo es que –excepción hecha de Al Qaeda, sea lo que sea- las estrategias del terrorismo no han variado en absoluto en los últimos 150 años. Mejor dicho, si han variado en un sentido. Los primeros teóricos del terrorismo del siglo XIX eran decididos partidarios de introducir las nuevas tecnologías desarrolladas en la época en las tácticas terroristas. A partir de los años 70, se diría que la imaginación se ha secado en las mentes de los terroristas que apenas son capaces de concebir atentados a lo Ravachol.
Antes de la dinamita, el terrorista contaba con pocas armas. Los “assesins” ismaelitas del Viejo de la Montaña contaban con sus puñales y alfanjes, luego se añadió al arsenal la pistola y el revólver. Más tarde, la pólvora se utilizó en “máquinas infernales”. Era el precedente del “coche bomba”. Napoleón tuvo que sufrir varios atentados de este tipo, con carruajes bomba que contenían toneles rebosantes de pólvora negra. Luego vinieron las bombas Orsini, pesadas, características, difíciles de transportar, a base de pólvora y metal que debería convertirse en metralla. La dinamita y la gelignita aparecieron entre 1860 y 1870. Inmediatamente fueron incorporadas al arsenal del perfecto terrorista.
KarlHeinzen, un demócrata radical alemán (1809-1880) insertó algunas ideas interesantes en su folleto “Asesinato” y en su revista “La Evolución”. Decía Heinzen que la clave del éxito del terrorismo había que buscarla en las nuevas tecnologías. Aludía a los nuevos explosivos. Hasta entonces, el único explosivo conocido era la pólvora negra, pero entonces se empezaba a trabajar en las dinamitas. Y el detalle no pasó desapercibido a Heinzen. En su locura visionaria anticipó el atentado contra Carrero Blanco: había que crear bombas bajo el pavimento que estallaran al paso de los poderosos. También aludió a formas de guerra química: propuso envenenar alimentos. Y para colmo recomendó que las organizaciones internacionales terroristas concedieran “premios de investigación”. Todo ello lo decía con una seriedad pasmosa.
El año después de su muerte, en 1881, quedó claro que su mensaje no había caído en saco roto. Efectivamente, ese año tuvo lugar el Congreso Internacional Anarquista en el curso del cual uno de los delegados, un tal Ganz, propuso que se creara un grupo de expertos dependientes de la Internacional, especialistas en química y tecnología. En la revista “Le Révolté” de 23 de julio de 1881 se daba cuenta de la resolución final del congreso que incluía la aprobación de una moción en la que se mencionaba la aportación de la química “a la causa revolucionaria”, por lo que se hacía un llamamiento a los afiliados para que “se entregaran al estudio de estas ciencias”.
Poco después, Johann Most (n. 1846) dio una nueva vuelta de tuerca. Entró a trabajar en una fábrica de explosivos y advirtió lo que era elemental: que era más fácil y seguro robar el material manufacturado antes que dedicarse a fabricar la nitroglicerina por su cuenta. Varios de sus camaradas ya habían saltado por los aires, o bien el fruto de sus esfuerzos, a la hora de la verdad, se había resistido a estallar. A partir de Most, los grupos terroristas miran a los arsenales militares, a las fábricas de explosivos y a las minas u obras públicas donde puede haber almacenado material explosivo, detonantes y mechas. Pero Most hizo algo más: creó la carta-bomba y, puestos a elucubrar, imaginó que era posible bombardear, desde globos aerostáticos o dirigibles, comitivas de autoridades, desfiles militares o palacios. También a partir de la revolución de 1905, los revolucionarios rusos pensaron en el avión como útil terrorista para acercarse a sus objetivos.
Realmente poco, por que los primeros fenianos, también utilizaron la imaginación. En 1880 gastaron 60.000 dólares en EEUU para construir tres submarinos que jamás pasaron del nivel de proyecto. Pero era suficiente como para ver que su imaginación era fértil. O’Donovan Rossa, uno de los líderes fenianos irlandeses, proyectó bombardear el Parlamento Británico con gas de osmio. Intentó adquirir cerillas explosivas y estiletes envenenados, armas imposibles e inexistentes pero por las que pagó buenos dólares americanos. Había mucha imaginación en todo esto, tanto como inconsciencia, ingenuidad y un punto de locura.
En realidad, mucho de todo esto era mera palabrería. “Por la boca muere el pez” dice el viejo refrán y, evidentemente, en el momento en que un anarquista o un radical manifestaban claramente sus propósitos y los dejaban escritos en actas de congresos internacionales, antes o después llegaban a manos de la policía que inmediatamente se dedicaba a seguirlos, perseguirlos y desarticularlos. O bien a infiltrarlos. Esto hizo que, en buena medida, todos estos proyectos enloquecidos de incorporación de las nuevas tecnologías del siglo XIX a la actividad terrorista, quedaran en agua de borrajas. La mayor parte de los terroristas debían dedicar su tiempo a protegerse a sí mismos, en absoluto tenían capacidad para traducir su pensamiento en medidas prácticas.
Pasaron las décadas y, a medida que entramos en el siglo XX, se va perdiendo esa voluntad de incorporar las nuevas tecnologías a la iniciativa terrorista. A pesar de que durante la Primera Guerra Mundial se utilizaron millones de litros de gases tóxicos, y era posible robar alguna partida, en los años veinte, pródigos en operaciones terroristas, jamás se utilizaron gases. La máxima innovación correspondió a principios de los años 60 a los antifascistas portugueses dirigidos por el capitán Galvao que secuestraron un buque de pasajeros en alta mar. Algo que desde la piratería clásica no se había prodigado en aguas del Atlántico. Diez años después, palestinos y sus aliados izquierdistas alemanes y japoneses secuestraron decenas de aviones a partir de la guerra de los Seis Días entre Israel y los países árabes. Pero, en ocho años de secuestros continuos, al diario cairota Al Ahram debió reconocer el 28 de junio de 1976 que “lejos de haber dañado a Israel, los secuestros habían robustecido a este Estado y suscitado una hostilidad hacia los palestinos”. Ciertamente, este tipo de secuestros suponían una “innovación” táctica, pero no tecnológica y, de hecho, aportaron poco.
Pues bien, hoy la cosa no ha variado extraordinariamente. Lo que ha variado es el modelo organizativo, el modelo estratégico y el modelo táctico. Algo que analizamos en otra parte de esta obra.
EL PROCESO DEGENERATIVO DE LAS ORGANIZACIONES TERRORISTAS
El tiempo –y no sólo el terror- lo matan todo. El promedio de actividad de una organización de terrorismo urbano en los años 70 y principios de los 80, se prolongaba, en el mejor de los casos, a cuatro años. Solamente ETA y el IRA, por circunstancias socio-políticas, diferentes, pero muy localizadas, pudo prolongar su acción durante unas décadas. Pero todo tiene un límite y ninguna de estas dos organizaciones ha logrado ir mucho más allá. De hecho, la ley universal es: o bien una organización terrorista alcanza sus objetivos políticos, o bien prolonga su acción más allá del “plazo de caducidad”, con lo cual en el mejor de los casos, su terrorismo se vuelve residual (ETA) o bien es completamente desarticulada por la policía (FLQ, Montoneros, Tupamaros, Brigadas Rojas, etc.).
Hay una tercera posibilidad: cuando una organización terrorista prolonga su actuación más allá de los cuatro años de caducidad pero sufriendo una mutación interior que la deslizan a través de un proceso degenerativo irreversible. El Frente Nacional de Liberación de Córcega, los Montoneros argentinos, las guerrillas colombianas, Sendero Luminoso, el IRA y el GRAPO, son ejemplos flagrantes. Sigamos el proceso con el detenimiento que permite la brevedad de esta obra.
En 1975 algunas presas políticas de Yeserías tuvieron noticias de las presas de la Organización Marxista Leninista de España, de que sus “comandos” habían sido los causantes del asesinato de cuatro policías el 1º de octubre. Por entonces se pensaba que eran supervivientes del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), vinculado al maoísta PCE(m-l) y en ese momento casi completamente desarticulado, quienes actuaban a la desesperada y autónomamente. Pero no era así, gracias a las presas políticas democráticas de Yeserías se supo que había una nueva organización terrorista que pocas semanas después sería bautizada con el nombre de GRAPO. En septiembre de 1975 el GRAPO todavía no había nacido, y las acciones eran cometidas por la “sección técnica” del PCE(reconstituido).
Los GRAPO no captan miembros directamente; sus miembros proceden del PCE(r), organización de la cual la mayoría de militantes han compartido movilizaciones con otros sectores de la oposición democrática y son suficientemente conocidos como para que en los meses siguientes la mayoría de ellos sean identificados por la policía que, en poco tiempo estuvo en condiciones de trazar un plano de la implantación nacional del PCE(r), a partir del cual se fueron operando las detenciones. Cuando se resuelven los secuestros de Oriol y Villaescusa, el GRAPO de la época queda casi completamente desarticulado. Pero se viven momentos de gran politización y radicalismo en la sociedad española (estamo en los momentos más duros de la transición) y el GRAPO logra reconstituirse y mantener cierto nivel de operatividad en los tres años siguientes.
Esta “resurrección” es facilitada por una característica del GRAPO y del PCE(r) que no está presente en otras organizaciones políticas. En efecto, el núcleo impulsor del grupo tiene una estructura de clan. Se trata de lumpenproletarios ligados entre si por vínculos familiares: hermanos, primos, cuñados, todos ellos con un alto nivel de cohesión vincular entre sus miembros y un amplio sentimiento de solidaridad. Pero, aun así, a principios de los años 80, el GRAPO está de nuevo casi completamente desarticulado.
En realidad, el GRAPO era (o debía ser) un embrión de guerrilla. Pero, al mismo tiempo, tenia el cometido mucho más prosaico de facilitar medios para que la dirección del PCE(r), pudiera desempeñar sus funciones. En la práctica eso equivalía a que, entre asesinato y asesinato, la única tarea del GRAPO consistía en realizar atracos, robos en furgones blindados y secuestros. El GRAPO había iniciado desde principios de los años 80 un proceso de”bandización”. Muy poco distinguía a sus miembros de atracadores normales y corrientes: lo hacían por una causa, remotamente política, si, pero hacían exactamente lo mismo que un delincuente común. A este proceso debía de seguir otro en el que eran aún más visibles las tendencias degenerativas.
En efecto, hacia mediados de los años 90, el GRAPO había dejado prácticamente de existir y las únicas posibilidades de reavivarlo eran a través los presos que, tras 15 y 20 años de cárcel volvían a salir en libertad. Las organizaciones del PCE(r), sin excepción, estaban disueltas, extinguidas o desarticuladas. ¿Dónde captar nuevos militantes? En esos años, a partir de 1990, la extrema-izquierda, limitada en su capacidad de crecimiento, manifestó un interés creciente por los “movimientos sociales” considerados como fuerzas “objetivamente revolucionarias”, pero solamente en uno de estos sectores el GRAPO logró contar con cierta posibilidad de arraigo: entre los “okupas”. En ese sector se dio una circunstancia que venía improvisadamente en ayuda de los reclutadores del GRAPO: nuevamente lograba penetrar en un ambiente “lumpen” en donde no existían fronteras nítidas entre los contenidos políticos y la delincuencia común. Los últimos mohicanos del GRAPO encontraron entre los okupas una nueva generación de reclutas necesitados de medios de subsistencia, algunos de los cuales querían “dignificar” su vida insertando un contenido político, por marginal que fuera.
Pero ni en estos ambientes encontraron el sector “objetivamente revolucionario” que buscaban, ni los nuevos reclutas eran como los austeros primeros militantes del PCE(r). En general se trataba de “colgados”, o de lo que Caro Baroja había llamado unos “completos tarados”. Marginales en cualquier caso. Con un grupo de marginales no se ataca al corazón del sistema.
Análogo proceso se ha dado en otras organizaciones. El FNLC es hoy una parte sustancial de la mafia corsa. Tanto los militantes del IRA(p) como de los protestantes unionistas de las Fuerzas Voluntarias del Ulster (UVF) o de la Asociación para la Defensa del Ulster (UDA), experimentaron procesos degenerativos que les convirtieron en mafias de arrabal. Implícitamente renunciaron a sus objetivos políticos para luchar sólo por el “control” de los negocios ilegales de uno u otro barrio.
Bakunin había sido el primero en fijarse en el delincuente común como ayuda inestimable para la causa revolucionaria. Lo definió como “enemigo del Estado”, sincero y no contaminado por doctrinas inmovilizantes. Posteriormente, en los años 20 y 30, los terroristas croatas y macedonios no dudaron en falsificar moneda y, con posterioridad a 1905, los bolcheviques adoptaron la táctica del atraco bancario para financiarse. El IMRO, la Organización Revolucionaria Macedonia, terminó siendo un grupo de pistoleros a sueldo de quien estuviera dispuesto a pagarles. Otro tanto ocurrió con el Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK) que nació como grupo de resistencia antiserbio, para pasar a ser sin solución de continuidad, un grupo de atracadores que operaban en toda Europa Occidental, especialmente en España, mientras que su cúpula trabajaba con las mafias del narcotráfico turco penúltima etapa de la “ruta de la seda” que conducía la heroína cultivada y procesada en el Afganistán post-talibán, hasta los mercados de Europa Occidental, a través del “corredor isámico de los Balcanes”. En cuanto a los Montoneros argentinos, el secuestro de Jorge Born por cuyo rescate recibieron 75 millones de dólares, una cantidad espectacular para la época, supuso el fin de la organización, cuando una parte de la dirección, consciente de la imposibilidad de alcanzar sus objetivos, se vio con un dinero entre las manos que les aseguraba el retiro para el resto de sus días.
En realidad, la palabra “bandido” tiene, por extraño que parezca, un origen político. “Bandido” era el que se colocaba en algún “bando” y el bando se distinguía por su “bandera”. Y esta implicaba una catalogación, finalmente, política. Caro Baroja acepta que “bandido” y “bandolero” derivan de la palabra toscaza “bando”. Aparece esta catalogación ya en la Navarra del siglo XIII. Es en el siglo XVII cuando el bandolerismo se extiende a buena parte de Europa y, frecuentemente, actúan en un Estado y se refugian en otro vecino, donde son bien recibidos y que utilizan como “santuario”. Cuando se produzcan las “guerras napoleónicas” surgirán distintos movimientos de resistencia que, tras la retirada de las tropas francesas, protagonizarán movimientos de bandidos. En toda Italia y en España se reprodujo este fenómeno. En general, los “bandidos”, primero pertenecieron a un “bando” político o guerrillero y luego, degeneraron, acaso por que se habían habituado a un tipo de vida al margen de cualquier norma o no encontraban lugar en la sociedad o en el Estado. Solamente en un caso, los bandidos realizaron el recorrido inverso: en efecto, en el Estado de Yenan, durante los primeros años de la revolución, Mao-Tse Tung pudo integrar en sus filas a miembros de las poderosas sociedades secretas de bandidos. Pero se trata de una excepción. En el fondo, los restos de las organizaciones de defensa y apoyo mutuo que aparecieron en el sur de Italia a lo largo del siglo XIX, subsisten todavía hoy bajo la forma de organizaciones delictivas: Mafia, Camorra, N’Dragheta, etc.
En este caso, el proceso degenerativo se produce cuando el adversario para el que ha sido creada la “banda” o “bandería”, ya ha desaparecido, pero sus miembros se resisten a disolverla y pasan a tener otra orientación. Diferente del caso en el que, la banda percibe que no está en condiciones de alcanzar sus fines y se reconvierte lenta, pero inexorablemente, en organización de carácter mafioso. En los próximos años, algunos núcleos que participaron en la vida de ETA, darán presumiblemente un giro en esa dirección. Esto se producirá cuando se haya operado el desmantelamiento total de la organización, o bien cuando la puesta en libertad de algunos de sus miembros, genere en torno a ellos, en su barrio o en su pueblo, una corriente de solidaridad, reforzada por la sensación de que los antiguos terroristas siguen contando con armas a su disposición y, acaso, constreñidos por necesidades materiales o por una mezcla de estas y del estilo de vida llevado hasta entonces en donde un joven que a los 25 años se exilia, permanece cinco en clandestinidad cometiendo atentados, es detenido, pasa 20 años de cárcel, al salir a los 50, jamás ha conocido lo que es un trabajo fijo, estable, con horarios de ocho horas, cinco días a la semana, y un mes de vacaciones anuales…
LAS VICTIMAS: DE LO SELECTIVO A LO MASIVO
Pero, si esto es lo que ataque a la degeneración de las organizaciones terroristas, en lo que se refiere al terrorismo en general, también se ha producido un cambio de perspectiva. Cuando el terrorismo moderno da sus primeros pasos, en el período napoleónico, sus mentores están horrorizados de causar daño a algún inocente. Esta repugnancia durará hasta mediados de los años 60 cuando los “tupamaros” entregaban recibos de confiscación a las personas a las que sustraían algún bien material. Un día improbable, la organización devolvería el bien confiscado. La buena conciencia quedaba a salvo.
Pero todo esto ha cambiado. El terrorismo, en la mayoría de los casos, ha dejado de ser algo selectivo, para transformarse en una sistemática manera de matar en la que, sobre todo, lo que cuenta es el número de víctimas y el espectáculo mediático. A partir del 11-S esta tendencia resulta innegable. Pero incluso esta tendencia tiene sus grados. Hubo un tiempo –finales de los años 60- en los que se justificaba ocasionar víctimas inocentes con frases cínicas y pretendidamente ingeniosas: “En el western de la sociedad cada cual merece la bala que se le dispara”. Así pues, todos somos culpables, luego todos podemos ser víctimas. ¿Por qué somos culpables? Por no apoyar al movimiento de liberación. Pero razonamientos de este tipo resultaban extremadamente débiles, especialmente, cuando las víctimas eran niños. A partir del 11-S, queda claro que ni siquiera es necesario explicar nada: las víctimas son los que pierden y, poco importa su rostro, contra más sean, menos se retendrán sus caras, pero mayor será el impacto alcanzado.
El terrorismo siempre ha intentado golpear los objetivos más desguarnecidos. Carrero Blanco murió por que solamente contaba con tres policías de escolta y realizaba siempre el mismo recorrido fijo. Pym Fortyun, Olor Palme, Anna Lindth fueron asesinados por carecer de escolta: eran blancos fáciles que no exigían un alto riesgo a los asesinos. Entre un concejal con escolta y otro sin escolta, ETA siempre ha elegido al segundo aun cuando se tratara de alguien políticamente irrelevante. Pero, resulta evidente que las masas son las más vulnerables. Están por todas partes, frecuentan lugares imposibles de proteger y transitan por zonas de alta densidad: rascacielos (11-S), estaciones (11-M), es posible asesinar a varios cientos de ellos, utilizando medios relativamente artesanales, el coche bomba, el paquete explosivo de alta potencia, el avión dirigido.
Las estadísticas a este respecto son espectaculares: la mayoría de los muertos en el WTC eran, o bien turistas no americanos o bien trabajadores de limpieza, policías o bomberos. Ningún yuppie, ningún nombre particularmente relevante: todos, economías modestas, rostros anónimos. Los aviones secuestrados, por su parte, iban con menos pasajeros que la media habitual. En cuanto al ataque al Pentágono, sorprendentemente, lo que impactara contra el macroedificio (fuera un mísil como se ha argumentado o fuera el Boeing de la versión oficial), impactó contra un ala en obras, murieron 126 civiles, albañiles, electricistas, fontaneros y solamente un general que se encontraba allí casualmente… En cuanto a los atentados de Balí, la mayoría de víctimas fueron turistas australianos. Las víctimas de los atentados de Casablanca fueron personas grises, sin historia, irrelevantes para alguien más allá de su círculo de amistades y familiares. Y entre las víctimas del 11-M abundaban los inmigrantes extranjeros, los pequeños funcionarios y estudiantes. No era la posición en los engranajes de poder, ni su relevancia social, lo que hizo que estos atentados fueran considerados espectaculares y terribles: sino el carácter masivo de las víctimas.
Es posible establecer una proporción aproximada entre dos atentados que conmovieron España: el 23 de diciembre de 1972, Carrero Blanco saltó por los aires en un atentado que mantuvo en vilo durante varios días a la opinión pública y generó cambios radicales en la historia del país. La muerte del delfín Carrero supuso el final del franquismo y su imposibilidad de encarrilarse hacia una democracia tutelada. Así mismo, algo más de 30 años después, no es un presidente del gobierno, sino 202 muertos los que generan un efecto parecido: cae, inopinadamente, un gobierno que tiene ganadas las elecciones y accede al poder la opción inesperada. La equivalencia es macabra y, sin duda, inexacta, pero en estos dos episodios: 1 víctima notables (Carrero Blanco, sin olvidar a sus dos acompañantes), operaron un efecto parecido a 202 víctimas desconocidas. Pero esta proporción es fundamental en un tiempo en el que los “notables” –a diferencia de 1973 cuando fue asesinado Carrero- se dotan de unos sistemas de protección y seguridad prácticamente invulnerables. Así los terroristas –abandonados los escrúpulos morales de los regicidas y de los anarquistas de los primeros tiempos del terrorismo moderno- tienden a utilizar a las masas como víctimas propiciatorias.
Las sociedades modernas viven un proceso creciente de masificación. Actividades que, hasta no hace mucho, eran privativas de pequeños grupos o individuos –desde el uso de drogas hasta la utilización de equipos de aire acondicionado- han pasado a ser masivas. Y este carácter masivo ha hecho que se transformaran en frentes de conflictividad. Si el terrorismo ya era problemático en su período selectivo, ahora todos estamos amenazados por la endiablada colusión entre la casualidad y el terror. No basta con ser inocentes para verse libre del terrorismo, hace falta llevar una vida completamente fuera de la sociedad y alejada de los grandes núcleos de población para evitar que nos golpee.
EL ACTO TERRORISTA: ESPECTACULO
A medida que la sociedad de la información ha ido implantándose, el carácter del acto terrorista ha ido variando sustancialmente. En 1967, Guy Debord, un miembro de la Internacional Situacionista, publicaba un ensayo-panfleto (en el sentido histórico de la palabra), titulado “La Sociedad del Espectáculo”. Un libro, ciertamente difícil, en el que Debord sostiene la tesis de que al producirse cierto nivel de acumulación de capital, éste se convierte en imagen, generando el inicio de lo que llama “espectáculo”. Esto implica que el trabajador, hasta ese momento alienado, pasa a convertirse en consumidor integrado. A partir de ahí, cualquier tarea que realice se convierte en útil para el capital: ocio, sexo, cotidianeidad. Cada actividad que realiza el trabajador valoriza algún aspecto del capital: llegan las vacaciones y el trabajador quiere satisfacer a sus hijos llevándolos a Disneyworld: allí lo que está haciendo es aumentar la cuenta de beneficios de una multinacional cuyo objetivo social es la explotación del ocio convertido en espectáculo. Es probable que si el hijo del trabajador no accede al escaparate de consumo que es Disneyworld se sienta frustrado y aniquilado como individuo. Sólo el acceso al espectáculo del consumo le produce sensación de existencia. Gracias al espectáculo el trabajador “vive”. Pero también ocurre que a fuerza “ganarse la vida”, en el fondo la pierde. A medida que este endiablado proceso de integración del productor en los mecanismos del consumo se va acelerando, la sociedad capitalista pasa a ser sociedad del espectáculo, en la que cualquier manifestación está reducida a su dimensión de espectáculo de consumo. Ni partidos, ni sindicatos están en condiciones de deconstruir este proceso. Debord y luego Toni Negri, concluyen que no hay esperanza de liberación, ni posibilidad de estructuras vanguardias combatientes; en consecuencia, no hay porvenir. Debord ve claro que la “vida” va contra el “espectáculo”, pero no alcanza a ver como la vida puede manifestarse victoriosamente contra su oponente. Da algunas pistas –la formación de “consejos obreros”- pero resultaban poco convincentes en 1967 y hoy son utopías. Hay que decir que, Debord, finalmente, se suicidó a mediados de los 90. Aun cuando su análisis de cómo el capital se transforma en espectáculo sea cuestionable (existe espectáculo antes de que exista concentración de capital, “panen et circenses” daban los emperadores romanos a su pueblo aun cuando el sistema de producción distara mucho de revestir formas capitalistas, el espectáculo ya estaba imbricado en el alma de la sociedad), en el fondo tiene razón en el dictamen final: el espectáculo se sitúa en el centro de la sociedad moderna. Cualquier actividad pasa a ser espectáculo –no por el capital, sino por los desarrollos tecnológicos de la sociedad moderna-… incluido el terrorismo.
El terrorista había advertido ya a finales de los años 60 que una acción terrorista era tanto más eficaz en cuanto que resultaba reflejada por los medios de comunicación. Cientos de bombas colocadas en postes de alta tensión y torres de comunicaciones no tendrán el mismo efecto mediático que una que estalle en un momento clave. Antes del 11 de septiembre de 1973, terroristas desconocidos, interrumpieron el fluido eléctrico en Santiago de Chile, justo cuando el presidente Salvador Allende se disponía a iniciar la retransmisión de un mensaje tranquilizador para la población. El efecto causado fue tremendo: se evidenció que el gobierno carecía de capacidad para mantener el orden y que la situación estaba fuera de control. El explosivo había volado una torre de alta tensión próxima a Santiago interrumpiendo lo esencial del flujo eléctrico. Antes y después, cientos de cargas explosivas similares habían estallado en el Chile de aquella época, pero solo aquella explosión revistió verdaderamente el carácter de “espectáculo”. Y aún deberían de pasar casi 28 años para que el 11-S de 2001 se confirmara esta tendencia del terrorismo a devenir espectáculo.
El 11-S fue concebido como espectáculo mediático. De ahí su eficacia. Si solamente nos hubieran informado escuetamente de que dos aviones se habían estrellado contra el WTC, la noticia habría causado un gran impacto, pero a los pocos días se habría difuminado como se difuminó el atentado contra Hipercor o contra el cuartel de la Guardia Civil en Vich o Zaragoza, o en otro plano, como se difuminó el efecto del atentado de Balí o contra el edificio federal de XXXXX. Pero el 11-S fue retransmitido en directo. Recordemos.
Inicialmente, un avión se estrella contra la primera torre del WTC. Justo en el momento en que América se levanta y en Europa el público se prepara para ver los informativos. Cinco minutos después del primer impacto, las televisiones de todo el mundo –y repito: de “todo el mundo”- se han conectado con Maniatan Sur. Es entonces cuando se produce el segundo impacto que es retransmitido en riguroso directo. Sigue el espectáculo. Hora y media después ésta segunda torre se desploma y una hora más tarde cae la primera. Las imágenes, a todo esto, son casi siempre las mismas que se repiten machaconamente a pesar de que era posible ofrecer miles de tomas diferentes, pero era evidente que se pretendía lograr un efecto acumulativo. Para colmo, estas imágenes estaban excepcionalmente bien seleccionadas: se tendía a presentar las dimensiones reales de la tragedia… pero a distancia. Se evitaba que aparecieran cadáveres o mutilaciones (a pesar de que se produjeron) por que lo importante era excitar el deseo de venganza, pero no generar un amedrentamiento total de la población americana que inhibiera el deseo de venganza. Mientras el público estaba literalmente petrificado en torno a los televisores se lanzaron los primeros mensajes subliminales sobre los autores: unas imágenes de palestinos festejando el crimen (que luego resultaron ser falsas), unas reivindicaciones (no menos falsas) pero que remitían al mundo árabe y, finalmente, la declaración del vicepresidente que atribuía a Bin Laden la responsabilidad de la tragedia (cuando tres años después ese vínculo no ha podido ser establecido sino a través de un vídeo… no menos falso encontrado “casualmente” en una casa abandonada de Kandahar…). Las imágenes fueron hipnóticamente reproducidas decenas de veces (aún cuando hubiera sido posible realizar tomas desde otros ángulos y mostrar escenas de pánico en Maniatan Sur. El espectáculo, para ser tal, debía ser estudiado hasta en sus más mínimos detalles: no podía haber lugar a la improvisación, ni a imágenes que pudieran distorsionar o atenuar los efectos que inicialmente se preveía alcanzar.
El 11-S fue el primer atentado mediático. La conclusión es que para los terroristas modernos, lo importante no es cometer un crimen o generar un dolor, sino que ese dolor irradie transmitiéndose a cuantos más televisores mejor. El 11-S, el terrorismo dejó de ser una tragedia entre terroristas y víctimas, para pasar a ser un espectáculo mediático universal. Abandonamos, a partir de entonces, el terrorismo-político para penetrar en el terrorismo espectáculo que, por sí mismo genera destrucción, pero cuyo fin no es la destrucción y la muerte, sino introducir en el cerebro ideas, sensaciones, impresiones y terrores que duren toda una vida.
A decir verdad, todavía no se sabe, a ciencia cierta, absolutamente nada de lo que ocurrió el 11-S. Las pruebas que señalan la responsabilidad de Al Qaeda, están muy disminuidas y son cuestionables. De lo que no cabe la menor duda es de que ningún tribunal legalmente constituido aceptaría las pruebas que pesan hoy sobre Bin Laden para condenarlo por su presunta participación en los atentados del 11-S.
LOS VERDUGOS: DE LO CONCRETO A LO ABSTRACTO
Uno de los atentados más misteriosos de la historia anterior al 11-S, tuvo lugar el 21 de diciembre de 1975 en Viena cuando un grupo de terroristas asaltó la sede de la Organización de Países Productores de Petróleo en Viena, mientras se celebraba una reunión presidida por el jeque Llaman. Se sabe que el comando estaba compuesto por alemanes y latinoamericanos y su jefe era Illich Ramírez (a) “Carlos”. Hoy “Carlos” está preso en París y se sabe que fue formado en Moscú y vinculado a los servicios secretos cubanos en París. Sé por confidencia directa de una alta funcionaria latinoamericana de la UNESCO que, “Carlos” estuvo escondido durante un tiempo en el domicilio de un funcionario cubano de ese organismo en París. Años después, Illich Ramírez lanzó una granada de mano en el drugstore de Saint Germain, también en París. Recorrí aquel lugar intentando encontrar una explicación a ambos atentados. Pues bien, nadie hasta hoy ha entendido exactamente el significado de ambas acciones: ni se sabe qué llevó a “Carlos” a realizar la operación de Viena, ni que le impulsó a lanzar una granada de mano criminal en aquel drugstore. De hecho, se tiene la sensación de que “Carlos” era un agente del Este, ocasionalmente al servicio de algún otro país árabe, quizás un aventurero sin escrúpulos que se beneficiaba de importantes coberturas y de complicidades hasta ahora poco conocidos… bien, pero siguen sin estar claros los motivos de ambos episodios terroristas. No se cansen investigando: jamás los entenderán, acaso por que no hay explicación. No hay ideología ni estrategia que pudiera contribuir a justificar acciones como estas.
Se sabe que los atentados del 11-S llevaron, primero a la invasión de Afganistán y luego a la de Irak. Se sabe, así mismo que el asesinato del archiduque Francisco Fernando, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo por el estudiante Gavrilo Prinzip, miembro de una sociedad secreta serbia –la “Mano Negra”, desencadenó la Primera Guerra Mundial. Pequeñas causas pueden producir grandes efectos. El terrorismo es una pequeña causa, pero, especialmente al transformarse en espectáculo, tiende a producir grandes efectos. De hecho, en nuestro libro “11-M: los perros del infierno” sosteníamos que el sentido de los atentados del 11-M era justamente el opuesto a los del 11-S: lo que se crea a raíz de estos, empieza a desmantelarse cuando el PSOE llega al poder en España, retira las tropas de Irak y se inicia el desmadejamiento de la coalición constituida tras el 11-S para invadir Afganistán y apoyar la política unilateralista norteamericana.
Todo esto está muy bien, pero ¿para quién trabajaba “Carlos”? Se intuye que para el Este… pero no está claro en qué dirección. Mientras se sabe todo sobre el terrorismo de ETA, incluidos sus contactos internacionales, mientras todos los aspectos que podían resultar misteriosos en la historia del IRA o de los Montoneros, o incluso del GRAPO, están más o menos resueltos… lo ignoramos absolutamente todo sobre los atentados del 11-M y del 11-S, no sabemos absolutamente nada fuera de duda sobre los atentados de Casablanca y, en general, sobre toda esa galaxia extraña que se ha dado en llamar “terrorismo internacional”. Repito: a pesar de todos los informes de inteligencia, ignoramos todo lo esencial sobre Al Qaeda y sobre sus reales o supuestos satélites. Y basta examinar superficialmente toda la literatura difundida en torno a estos grupos como para saber que es inconsistente y que no soportaría un examen profundo realizado por un tribunal regular.
Se sabe que “Argala” asesinó a Carrero Blanco y que, a su vez, fue asesinado por antiguos compañeros de armas del almirante. Se sabe que José Ternera dirigía ETA cuando cometió el atentado contra Hipercor. Se sabe que Bobby Sans fue miembro del IRA y falleció como resultado de una huelga de hambre en 1982. Se sabe que la dirección montonera en 1976 estaba compuesta por Mario Firmenich, Fernando Perdía, Carlos Obregón Cano y “el loco Galimba” (Eduardo Galimberti). Se sabe que el GRAPO era una emanación del PCE(r) cuyo secretario general era, y sigue siendo “el camarada Arenas”… no hay dudas de todo esto; los medios de seguridad del Estado han ido cosechando sobre todos estos grupos materiales concretos, ha obtenido declaraciones específicas, pruebas científicas exhaustivas, etc. No podemos hablar de misterio, sino de organizaciones clandestinas descubiertas y desarticuladas. Los criminales tienen nombre y rostro. No hay misterio posible. Los verdugos tienen un rostro concreto.
Pero esto era cosa de ayer. El terrorismo que ha aparecido en nuestros días, es de una matriz completamente diferente. No hay rostros: tan solo iconos. Bin Laden es un icono, paradigma de las fuerzas del mal. El restro de rostros pertenecen a cadáveres: Mohamed Atta y sus 18 compañeros el 11-S, los muertos en la explosión de Leganés que cerraron todas las pistas para la investigación sobre los atentados del 11-M, los suicidas de Casablanca (13 suicidas para causar 28 víctimas todas ellas irrelevantes…). Los rostros del terrorismo moderno son vagos, difusos, confusos y abstrusos. Carecen de rostro. Y lo que es peor, cuando se analiza lo poco que se sabe de ellos, no corresponden al perfil de ningún terrorista posible y mucho menos al del delincuente lombrosiano típico. Atta era un estudiante de urbanismo. “El Chino” –fallecido en Leganés- un pequeño delincuente común. “El Tunecino”, -así mismo fallecido en Leganés- un freakie religioso… pero que jamás había empuñado un arma ni hecho otra cosa que manifestar una intolerancia verbal irreprimible. De los muertos de Casablanca se sabe todavía menos salvo que eran chicos pobres del arrabal más pobre de la ciudad. Por no corresponder, el perfil de ninguno de estos corresponde al de un militante integrista. Atta habitualmente consumía alcohol. “El Chino” estaba casado con una madrileña con piercing, pantalones vaquero ajustados y tatuajes, algo que ningún islamista ortodoxo habría permitido para su esposa. En cuanto a “El Tunecino” era simplemente una caricatura de lunático religioso, acaso situada en el candelero del terrorismo por esa característica. Por lo demás, resulta curioso que todos estos suicidas no dejen –como hacen habitualmente los palestinos- una grabación explicando los motivos que les han llevado a quitarse la vida, a modo de último tributo rendido a su causa y con la esperanza de que la declaración tenga un efecto propagandístico y multiplicativo.
No, decididamente, los modernos terroristas que aparecen a partir del 11-S son radicalmente diferentes a los anteriores. De ellos no se sabe apenas nada y lo que se conoce no corresponde al perfil apropiado a su carácter: son terroristas, no delincuentes comunes, ni técnicos en urbanismo. Nadie pasa de vender haschish en los barrios musulmanes de Madrid a matar a 202 personas, sin fases intermedias. O nadie pasa de diseñar parques y jardines y lanzarse dentro de un Boeing contra el WTC sin que, antes o después, alguien advierta que está cerca de un monstruo enloquecido.
Si hay una característica que corresponde a los terroristas aparecidos a partir de la mañana del 11-S, esa es la ambigüedad. Sus rostros son imprecisos, sus perfiles carecen de solidez, no han dejado constancia de sus intenciones en ningún manifiesto, en ningún vídeo, en ninguna declaración: simplemente, han vivido como hombres grises y, bruscamente, han muerto como terroristas.
Si a algunos de los terroristas clásicos les cuadra el calificativo de “perfectos tarados” y a otros el de “criminales lombrosianos”, y la mayoría son jóvenes equivocados que se han ido deslizando por el camino de la exaltación creciente y del radicalismo hasta que en su loca evolución han terminado cometiendo crímenes horrendos… con los terroristas modernos post-11-S, este perfil de difumina y se vuelve vidrioso e impreciso. Está claro que los cuerpos de seguridad del Estado tienen, casi como obligación, sembrar la tranquilidad entre la población: se comete un atentado y se operan unas detenciones, “asunto resuelto”, los criminales están a buen recaudo y algunos han muerto en el curso de su loca aventura. Pero ¿qué ocurre cuando esta versión, examinada con más detenimiento, impide que un tribunal delibere y dictamine sobre las investigaciones? Hoy, a tres años de la comisión de los atentados del 11-S, los tres únicos procesos que se han desarrollado (dos en Alemania y uno en EEUU), han llevado a la absolución de los acusados.
Digámoslo ya: lo ignoramos todo sobre los nuevos terroristas, en la misma medida en que lo sabemos todo de los terroristas clásicos. De hecho, no hace falta conocer los nombres y apellidos de las últimas promociones de etarras, nos basta saber que tanto por nuestro bien como por el de ellos, han sido detenidos en buena medida antes de que estuvieran en condiciones de cometer ninguna exacción ni ningún crimen. Lo ignoramos todo sobre la personalidad de los nuevos terroristas, a pesar de que, en ocasiones, parezca que algunos responsables policiales o periodistas habitualmente bien informados, parezcan hablar con conocimiento de causa.

LOS DESENCADENANTES DEL TERRORISMO
Las enseñanzas de los últimos 40 años de terrorismo, esto es desde la aparición de los movimientos de liberación nacional tercermundistas en los años 60, hasta el día antes del 11-S de 2001 pueden resumirse así: el terrorismo convencional ha fracasado, no volverá tal como lo hemos conocido en ese período. Puede ser que no existan “condiciones objetivas”, que se haya quedado anticuado y no esté en condiciones de reponerse del acoso de la seguridad del Estado. También puede ser que sus integrantes no sean precisamente inteligencias lúcidas sino los “perfectos tarados” o los “delincuentes lombrosianos” a los que se ha aludido.
Las guerras balcánicas de los años 90 fueron los cantos del cisne de los terrorismos nacionalistas. ETA languidece en las prisiones y seguramente algún dirigente desaprensivo ya piensa en hacer las maletas para las playas venezolanas acompañado de algún que otro millón de euros para vencer la inevitable moriña. El IRA pactó finalmente. Los movimientos marxistas-revolucionarias europeos al estilo de las Brigadas Rojas, Primalinea y demás, desaparecieron en la oscuridad de las cárceles hace ya 20 años. Ciertamente es posible avivar, utilizando a cuatro descerebrados, el terrorismo nacionalista en cualquier rincón de Europa, pero se tratará siempre de algo superficial, falso, sin gran arraigo (caso de Terra Lliure en Catalunya o del Exercito Gallego do Povo Ceibe). Un simple soplido bastará para desmantelar iniciativas de este estilo (tal como ocurrió con Terra Lliure en 1992).
En los países desarrollados ya nadie está dispuesto a morir ni a matar por causas políticas, es decir, por causas, más o menos, racionales. El nacionalismo tiene una componente irracional que lo hace más vulnerable a las tentaciones irracionales, pero los sistemas de seguridad del Estado son, precisamente en Europa de tal calibre que resulta difícil pensar que en algún país pudiera avivarse un núcleo terrorista al estilo de ETA o del IRA, sin que inmediatamente fuera localizado y desmantelado en la fase de proyecto.
Los marxistas-revolucionarios que aún creen en la insurrección armada de masas y en la guerra popular pueden contarse en Europa con los dedos de la oreja. Los anarquistas tienen estructura suficiente para ir a una gasolinera y, a escote, pagar un par de cócteles molotov o bien para comprar un petardo y lanzarlo contra un cajero automático. Para poco más. Otro tanto vale para los okupas. Mientras haya eventos antiglobalizadores en los que puedan infiltrarse y realizar demostraciones violentas seguirán manifestándose, pero a título póstumo. Julio Caro Baroja, con su entrañable prosa y su sabiduría septuagenaria, escribió que ya antes del desencadenamiento de la guerra civil, los anarquistas estaban periclitados. Menciona una tertulia desarrollada en el Ateneo de Madrid en la que todos los anarquistas radicales habían cumplido los ochenta, pero eran tan entrañables como inofensivos. Desde entonces el anarquismo no ha mejorado, ni hoy tiene capacidad para mejorar. En sus grupos sigue recomendándose la lectura de Kropotkin al que le cuadraría más la aureola del santo elevado a los altares. Bakunin llama la atención por su ingenuidad y los escritos neoanarquistas de mayo del 68 hasta nuestros días evidencian un irritante infantilismo y un verbalismo hiper-revolucionario que ya tiene hueco en una sociedad occidental a principios del siglo XXI.
Si el nacionalismo puede dar alguna sorpresa momentánea, el anarquismo y el marxismo-revolucionario están ya en la cloaca de la historia. No han sido capaces de renovar sus estructuras organizativas, ni su armamento, no han sido capaces de ganar al Estado la carrera por el dominio de las nuevas tecnologías y, finalmente, han terminado desapareciendo.
El lugar que han dejado ha sido ocupado, a partir del 11-S por un enigma: el “terrorismo internacional”, que, liberalmente, debería ser una estructura capaz de cometer actos de terror en cualquier lugar del mundo respondiendo a un solo centro directivo. Su icono Bin Laden, su nombre Al Qaeda. Ahora veremos que todo esto es altamente improbable. Ahora bien, si es rigurosamente cierto que el tránsito del siglo XX al siglo XXI ha supuesto también un cambio de milenio y con él han llegado ideologías y doctrinas milenaristas y escatológicas de contenido religioso, místico o simplemente supersticioso que anidan en los estratos más irracionales de la naturaleza humana. Nuevamente el irracionalismo…
Un análisis racional y razonable sobre las condiciones objetivas que imposibilitan el que un movimiento terrorista pueda alcanzar sus objetivos; un análisis sobre lo inhumano de pretender alcanzar unos objetivos políticos mediante el asesinato de seres humanos; una proyección lúcida de lo que supone la vida de un terrorista (con una mínima posibilidad de éxito y la certidumbre casi completa de que, al final del camino, le espera la cárcel o la muerte)… todo esto, son argumentos más que suficientes para que alguien que no sienta muy en el interior de sí mismo, la llama de lo irracional, deseche el terrorismo como recurso estratégico. Pero, el fundamentalismo religioso aprovecha el sustrato irracional. De ahí que hoy el único terrorismo posible que adquiera cierto nivel de peligrosidad, pueda proceder solamente de este sector.
Ahora bien… existen los fundamentalistas religiosos y aquellos que utilizan el fundamentalismo religioso para idear operaciones terroristas que supongan vuelcos en la situación internacional. En este sentido, nunca –y oiganlo bien- nunca se podrá estar seguro de que el ideador de los atentados y su mandatario sean fanáticos religiosos, sino que muy bien pudiera ocurrir –y estamos persuadidos de que la precisión de los atentados del 11-M y del 11-S es tal que no pudieron ser planificados por gentes fundamentalmente irracionales, sino por expertos que derrochaban rigor, método analítico y racionalidad en sus diseños criminales- que cerebros fríos y lúcidos, manipulen a cerebros carcomidos por el odio y el fanatismo religioso. No es por casualidad que subtitulamos nuestro libro “11-M: los perros del infierno” añadiendo que “En el terrorismo internacional nada es lo que parece”.
Esa, finalmente, es la enseñanza que se deriva de las primeras convulsiones del terrorismo emergente en estos primeros albores del siglo XXI.

© Ernesto Milá – infoKrisis – infokrisis@yahoo.es