domingo, 17 de octubre de 2010

Conspiradores, conspirativos y conspiranoicos (VII de X). Modelos de conspiraciones y de conspiradores (A)

Publicado: Miércoles, 30 de Julio de 2008 21:22 
Infokrisis.- Vamos a entrar durante tres entregas en la casuísticas de las conspiraciones para poder inferir en la última de estas entregas unos ragos comunes que están presentes en todas ellas. Hemos elegido algunas conspiraciones suficientemente conocidas en España para facilitar la comprensión de los mecanismos que desvelamos. La serie se ha alargado más de lo previsto al querer agotar el tema.
11. Modelos de conspiraciones y de conspiradores (A)
Toda conspiración siempre ha tenido cierto margen de riesgo. Ahora cualquier conspiración es, a la postre, una máquina de asesinar. Se diría que en sociedades como la moderna, insensibilizadas por el consumo, abotargadas por el ocio y  con un repliegue hacia lo individual, la gente solamente reacciona ante baños de sangre y solamente ante estos está dispuesta a modificar sus opiniones. No es raro que atentados como el 11-S o el 11-M hayan buscado realizar estrategias concretas causando el mayor número de víctimas posibles. Pero la cosa no es nueva. La conspiración de patricios que culminó en el asesinato de Julio César puede ser considerada como la primera con resultado de muerte de un líder político. A decir verdad, esta conspiración queda demasiado lejos como para que podamos encajarla con los esquemas de las conspiraciones que se viven hoy en día. Si queremos referencias históricas más recientes, sin duda habrá que recurrir a los atentados sufridos por Napoleón (tres especialmente, el llamado “atentado de la máquina infernal”, la conspiración de Cadoudal, uno de los jefes de la “chouannerie”, los rebeldes vandeanos que ya tuvo que ver con el anterior atentado y, especialmente, la llamada “conspiración de los puñales”). Y aquí las cosas ya empiezan a estar más oscuras. Fouché ya se encargada de la seguridad del Consulado y con Fouché no es solamente un concepto moderno de policía el que irrumpe, sino también el maestro del doble juego, de la infiltración, la provocación, la manipulación y el engaño. Y se ve.
En efecto, en la llamada “conspiración de los puñales” (ocasionalmente también conocido como el Complot de la Opéra, Napoleón –al decir de Fouché- deberñia haber sido asesinado por unos presuntos conspiradores a la salida del edificio de la Ópera de París el 18 vendimiario del año IX, o más claramente, el 10 de octubre de 1800. Pero Fouché estaba allí para impedirlo… El ministro de policía afirmó en sus memorias que a mediados de septiembre se había enterado a través de las confidencias de uno de los presuntos conjurados, un tal Harel, realizadas a Bourienne, secretario del Primer Cónsul, de la intención de atentar con el primer cónsul (Napoleón) en la Ópera. El confidente menciona a una larga lista de conjurados, todos ellos personajes importantes pero procedentes de distintos horizontes políticos. Cuando esto llega a oídos de Fouché, encarga a Harel que prepare una trampa contra los conjurados. Éste les promete que dispondrá de cuatro hombres armados dispuestos a disparar contra Napoleón cuando salga de ver la ópera Los Horacios. Apostados en las inmediaciones del céntrico teatro, en lugar de disparar contra Napoleón los cuatro “asesinos” detienen a dos de los conjurados in situa y al resto en sus domicilios.
Hoy, la crítica histórica considera el “complot de los puñales” como fraudulento. Fouché se sirvió de un provocador, Harel, para detener a algunos opositores y presentar la intentona como un complot jacobino, contribuyendo a reforzar el poder del Primer Cónsul y su propia imagen como guardián de la seguridad. Cuatro de los acusados serán guillotinados.
Estamos ante un complot típico de la modernidad con la variante de que el atentado, finalmente, no llega a cometerse, pero sirve para acentuar la represión contra los adversarios políticos. Es lo que podemos llamar el “falso complot”: basta simplemente con que un provocador se infiltre en las filas de la oposición –y especialmente en los más radicales- para convencerles de que es posible cometer una atentado. Antes de ejecutarlo, todos los detenidos y la represión se abata, no solamente contra el pequeño grupo de conspiradores sino que apunta al ambiente político considerado en aquel momento como “enemigo principal”. Tal es la técnica y el modelo que se ha repetido a lo largo de los últimos 200 años… y también en España y en un tiempo muy reciente.
En efecto, como hemos dicho, el 23-F tuvo como objetivo de sus “aceleradores” el terminar para siempre con los movimientos golpistas y con la amenaza militar ¿cómo? Con la vieja técnica de hacer “saltar la liebre”: su hace que los conspiradores salgan a la superficie fuera de sus madrigueras… y entonces se les caza. Técnicamente era mucho más rentable acelerar el golpe y hacerlo fracasar acelerándolo para que tuviera lugar antes de que las redes golpistas estuvieran más solidificadas, antes que detener a ocho capitanes generales con el escándalo consiguiente. Pero quedó un fleco que no fue desarticulado para guardarlo para mejor ocasión.
En efecto, un año después todavía quedaban en Madrid rescoldos golpistas, desarticulados, desorganizados y sin líderes naturales ni gente con la capacidad organizativa y política de un coronal San Martín. Lo sé porque cuando se cumplió el primer aniversario del 23-F recalé en Madrid y me entrevisté con algunos de los golpistas que seguían en libertad. Con el comandante Sáenz de Ynestrillas, entre otros. Este sector había donado una respetable cantidad de dinero al Frente de la Juventud del que yo todavía formaba parte, si bien me encontraba en clandestinidad, para que organizaran manifestaciones y protestas ante el Congreso de los Diputados el primer aniversario del 23-F. Vi lo suficiente como para percibir que los ambientes golpistas estaban absolutamente desintegrados y sin posibilidad de operar en ningún sentido. Existía una corriente golpista cuyos elementos más imprudentes todavía –según me comentó el comandante Sáenz de Ynestrillas- cogían las monedas con la efigie del Rey, la escupían y la arrojaban al suelo en las salas de banderas. A pesar de este testimonio, la impresión que me llevé en otros encuentros, era que solamente un grupo muy reducido de militares de opiniones muy radicales que habían participado en la intentona golpista, inexplicablemente no habían sido detenidos ni con posterioridad al episodio del 23-F, ni sancionados posteriormente por sus opiniones. Y me fui de Madrid sin terminar de entender el motivo por el que oficiales que habían tenido que ver con el semidesconocido episodio que tuvo lugar en la tarde del 23-F en el Gobierno Militar de Madrid (que durante unas horas estuvo sublevado y a donde acudieron militantes de extrema-derecha a prestar su apoyo) no habían sido molestados.
Poco después volvía a Sudamérica y no regresaría hasta octubre de 1983 cuando después de que los socialistas hubieran ganado las elecciones. Sin embargo, cuando volví ya era consciente de lo que había ocurrido con aquellos golpistas.
En efecto, el 27 de octubre de 1982 casi todos los militares que habían tenido algo que ver con la ocupación del Gobierno Militar de Madrid el 23-F resultaron detenidos… con dieciocho meses de retraso. En los meses del verano algunos de estos militares habían recorrido algunas provincias españolas contactando con exponentes de la extrema-derecha, especialmente con individuos aislados que habían tenido un mínimo protagonismo en los últimos años del franquismo. Recuerdo concretamente que C. B. A., con quien milité en el Frente Nacional de Juventud y seguí en contacto durante muchos años después, había sido concejal de Mataró en los últimos años del franquismo. Uno de esos militares, reunido con él en el Hotel Ritz de Barcelona y estando presentes otros simpatizantes de la extrema-derecha, le propuso que se hiciera cargo de la alcaldía de Mataró “después del golpe”. En un local –propiedad de un “routier” de la extrema-derecha de la época de origen carlistas y que había pasado un tiempo por Fuerza Nueva- del pasaje situado en la calle de la Montera tuvieron lugar reuniones similares a mediados de 1982 en la que militares golpistas se reunieron con militantes de extrema-derecha (frecuentemente con militantes no adscritos a ninguna organización). Entre otros participaron en estas reuniones individuos como A. Asiego. Cuando poco después Asiego fue detenido en relación a una pequeña organización escindida de Fuerza Nacional del Trabajo (el sindicato de Fuerza Nueva)  cuando se descubrió que poseía unas cuantas armas viejas, Asiego fue interrogado sobre esas reuniones y quedó claro que todo lo habado en aquel local había sido grabado por la policía. Sin embargo, a pesar de que los servicios de seguridad del Estado tenían material más que suficiente para imputar el delito de sedición a los militares implicados, nada ocurrió.
Por eso miente la información oficial que sostuvo que solamente el 1º de octubre de 1983 e ministro Rosón tuvo conocimiento del proyecto golpista. Manglano que ya dirigía el CESID detuvo el día 2 a los tres máximos implicados, tres coroneles. Se les ocuparon listas en las que figuraban 400 nombres. El plan golpista recibía el nombre de clave de MN (iniciales de “movimiento nacional”). El día 27 de octubre era la fecha de la que se dijo que los golpistas habían elegido para actuar a partir de la Academia de Artillería de Fuencarral, se ocuparía la Capitanía General de Madrid y la sede del Estado Mayor. Se dijo que estaban comprometidas la dos COES y el grupo de helicópteros de Calmenar Viejo. El detonante sería una explosión en un bloque de viviendas militares que se atribuiría a ETA. A pesar de que los  militares fueron juzgados y condenados a 12 años de prisión, ninguna investigación profundizó en todas estas informaciones que parecían altamente improbables y, mucho más, para quienes conocíamos en aquel momento la situación exacta de las redes golpistas: no quedaba absolutamente nada sólido en pie, salvo algunos oficiales dispersos, sin ninguna experiencia política, que alegremente concedían alcaldías y repartían cargos antes en su mayoría a gentes irrelevantes dentro de la extrema-derecha, ya de por sí muy atomizada en aquel momento.
¿Qué había ocurrido? Cuando se convocan las elecciones del 28 de octubre, las encuestas afirmaban unánimemente que UCD se desplomaría y que la victoria socialista estaba cantada. La información sobre la desarticulación de las redes golpistas que apareció en el diario barcelonés El Noticiero Universal tenía un título muy preciso: “Ante la victoria socialista se oye ruido de sables”. Esa era realidad: una vez más el golpismo, por segunda vez en menos de dos años, había sido el chivo utilizado para fines muy distintos a sus pretensiones. En efecto, cuando fue evidente que UCD iba a perder, el ministro del interior Rosón, buen conocedor de todas estas técnicas, echó mano a aquel pequeño grupo de imprudentes golpistas cuyas conversaciones y seguimientos tenía grabados desde hacía meses. Si no había actuado antes contra ellos era, precisamente, porque esperaba la situación política más favorable. La posibilidad de perder el poder le hizo recuperar el dossier: “Si los socialistas vencen, peligra la democracia y la prueba es que los golpistas están todavía vivos y activos y amenazan con un nuevo golpe. Así pues, no voten socialista por que volverá el ruido de sables y terminarán por arruinar a la joven democracia española”.
Esto explica el por qué los medios favorables a la UCD pintaran este golpe con tintes particularmente sangrientos: campaña de atentados previos en los que se buscaba matar cuanta más gente mejor para justificar el movimiento militar, un golpe de singular crueldad que contaba con la complicidad de unidades militares y cientos de fascistas armados, etc. Realmente, no había nada y la prueba de que no había nada más que titulares de prensa era que ninguna de las dramáticas informaciones vertidas en los días posteriores a la detención pudieron investigarse con posterioridad… simplemente porque jamás existieron. El plan era informal, estaba en pañales y ninguno de los implicados tenía capacidad, prestigio dentro de la milicia y relaciones políticas suficientes como para poder haber llevado adelante. Los militares detenidos fueron acusados de delitos menores (las conversaciones grabadas, los seguimientos eran suficiente prueba de cargo).
El intento de utilizar la amenaza golpista para detener la victoria socialista fue la última maniobra de Rosón. El 28 de octubre vencieron los socialistas y no hubo “ruido de sables”, simplemente porque en ese momento ya no había golpismo organizado.
Veintiún años después una conspiración –la del 11-M- sí estaría en condiciones de alterar el resultado electoral. Pero, como vemos, no era la primera vez. Fouché ha tenido distintas reencarnaciones en España.
Pero hay otros modelos conspirativos que datan igualmente del siglo XIX.
(c) Ernesto Milá - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com