domingo, 17 de octubre de 2010

Reflexiones sobre Madrid y el casticismo (I de III). Del centro a la periferia

Publicado: Domingo, 22 de Junio de 2008 18:47 
Infokrisis.- Hemos pasado dos días en Madrid presentando la revista IdentidaD y saludando a los amigos de la capital. A diferencia de otras visitas a Madrid, en esta ocasión no hemos salido del Madrid de los Austrias. El hábito del madrugón hizo, además que pudiéramos darnos una vuelta por el amanecer madrileño, cuando las calles están casi desiertas y se experimenta el frescor de la reciente noche que excluye el olor a gasolina quemada, el calor sofocante y el gentío abigarrado y “multicutural” de algunas zonas. Eso nos ha permitido reflexionar sobre Madrid, el casticismo y España. Tómense estas líneas como apuntes y reflexiones de uno de provincias vagando por los amaneceres de la capital, nada orgánico en definitiva.

“El París de la Francia” o “la Francia de París”

Desde tiempo inmemorial a nadie se le ha ocurrido discutir a París el carácter de capital francesa. Puede decirse, sin temor a equivocarnos, que París ha hecho a Francia especialmente a partir del siglo XVII, aunque siempre, desde la formación del reino en los siglos XII y XIII, el impulso de construcción nacional ha tenido como centro a París.

En buena medida, la historia de Francia es la historia de París y mucho más desde la revolución francesa. El jacobinismo exasperó esta tendencia convirtiendo a París en denominador común de toda Francia y “lo parisino” fue exportado a todo el territorio nacional convirtiéndose en estándar de “lo francés”. Y en eso están. Ayer mismo, mientras leía la prensa en la Plaza de la Ópera de Madrid supe que la Asamblea Francesa había rechazado el proyecto sobre las lenguas regionales (75 en Francia) con los votos del Partido Comunista, el Partido Socialista y buena parte del centrismo francés. Y es que la izquierda francesa es jacobina por definición y uno de los “valores de la República” es, precisamente, el jacobinismo. Donde hubo mucho todavía queda algo.

Esto ha hecho que toda Francia se intentara construir a medida y modelo de París, lo que ha tenido como contrapartida el arrinconamiento de las riquezas culturales y antropológicas de las regiones que si bien ha desterrado la posible irrupción de cualquier movimiento separatista, también ha estado en el origen del chauvinismo, esto es, de la desmesura nacionalista llevada más allá de todo límite razonable. Francia, afortunadamente, es algo más que París, es Normandía y Bretaña, es Aquitania y Auvernia, es la Costa Azul y Saboya, son los “tres Pirineos” (tan diferentes cada uno de ellos de los otros dos), es Alsacia, etc.

A diferencia de la derecha española y no digamos de la extrema-derecha carpetobetónica, en Francia, es frecuente que las banderas regionales estén muy presentes en sus manifestaciones y actos. Lo que aquí es un desdoro allí se ve como una riqueza e incluso como una revuelta contra el jacobinismo y la república. La derecha tradicional francesa, en tanto que antijacobina, prefiere partir de la “Francia profunda” y de la “Francia real”, aludiendo a aquel tiempo anterior al marasmo de 1789 en la que las regiones sumadas daban como resultado “Francia”. La visión de la derecha nacional francesa es pre-revolucionaria en tanto que antijacobina: las regiones sumadas más París dan Francia. El propio Maurras desconfiaba de la vida parisina que veía la quintaesencia de la relajación y la pérdida de valores. Él y toda la primera generación de intelectuales que dieron vida a Action Française (en particular Leon Daudet autor de las Cartas desde mi molino y Tartarin de Tarascón) confiaban mucho más en la Francia profunda, más auténtica y sencilla –aquí diríamos, más castiza- que en el Gran París cosmopolita. Esa generación de intelectuales que dieron vida con Maurras al frente al “nacionalismo integral” desconfiaban de aquel París que había impreso su carácter a Francia y se había convertido en el sinónimo de Francia y de “lo francés”. En España, naturalmente, las cosas han ido de otra manera.

Los madriles, refugio de desarraigos y azote de periferias

Madrid no es París, ni Lutetia era la presunta Mantua Carpetana en el que se situaría el origen del Madrid mítico. París era capital de Francia desde que Clovis se instaló allí en el 508 y la ciudad había sido fundada en el 250 a. de C. con un primer núcleo de población del que hay constancia arqueológica indiscutible en la Isla de la Cité. Así que no estamos hablando de una capitalidad joven sino de una ciudad que, prácticamente desde hace 2000 años ya era emblemática.

Mucho más nebulosa es la existencia de una Mantua Carpetana que estaría en el origen de la actual Madrid [tratamos este tema en un artículo ya lejano titulado: Madrid, el misterio de los orígenes]. Si existió no debió tener importancia y no fue sino hasta un período relativamente reciente, a partir de 1561 cuando Felipe II estableció la corte. De hecho, los visigodos ignoraron a la presunta Mantua Carpetana y asentaron su capital en la no muy lejana Toledo. Para colmo, capital de facto, hubo que esperar hasta 1931 para que la II República oficializara el rol de Madrid como capital reconocida.

El fondo de la cuestión es que:

- Madrid es una ciudad joven, mucho más jóvenes que Burgos, Santiago, Pamplona, Barcelona o Valencia.

- Todos los reinos peninsulares, sin excepción, son anteriores a la irrupción de Madrid en la historia.

- Esto hace que exista en toda la periferia identidades y tradiciones específicas y muy ricas, pero no así en Madrid.

- Las tradiciones y costumbres madrileñas de las que se tiene constancia se forman en los siglos XVII-XVIII y especialmente en el XIX son, pues, recientes, y desde luego muy posteriores a la formación de las tradiciones satures, leonesas, castellanas, vascas, o a las procedentes de los antiguos reinos y condados catalano-aragoneses.

Para colmo, el crecimiento originario de Madrid se debe sobre todo a que ha sido elegida como lugar en el que se asienta la Corte. Madrid crece porque es corte y quien desea algo de la realeza debe de acudir a Madrid para obtenerlo.

Madrid está en el eje de las dos Castillas… pero es otra cosa y siempre ha aspirado a ser otra cosa diferente a Castilla, al margen de que la ciudad tomara partido por el bando comunero antes de ser sede capitalina. Con el paso del tiempo Madrid ha sido poblado por gentes que iban a Madrid, vivían en Madrid, pero no eran de Madrid. Aún hoy es difícil encontrar madrileños de origen en la capital y si ellos lo son, los padres de estos son de cualquier lugar de España. En apenas 100 años, Madrid ha pasado de estar poblada por 500.000 habitantes a tener en toda la provincia 6.500.000 de habitantes. Es difícil encontrar algún madrileño cuyos abuelos hayan nacido en la capital.

Madrid es una ciudad hecha a base de migraciones interiores venidas de todos los puntos de España. Barcelona, por su parte, solamente registró llegada de inmigrantes de otros puntos de España durante la primera revolución industrial e incluso entonces los principales contingentes seguían procediendo de las zonas rurales deprimidas de la propia Catalunya que tenían mucho más reforzado incluso que los propios barceloneses de origen su identidad regional. Esto ha hecho que la tradición catalana pudiera pervivir –hasta cierto punto- en el seno de la modernidad.

El proceso de formación de la población madrileña ha tenido otras consecuencias. Madrid creció con aportaciones por goteo procedentes de todas las regiones. El hecho de que fuera por goteo dificultó el que esos contingentes, una vez llegados a la capital, conservaran sus tradiciones y su identidad regional de origen. Madrid se convirtió en eso que Camilo José Cela llamaba “una mezcla de Navalcarnero y Kansas City poblada por subsecretarios”.

No es raro lo que siguió: a la inexistencia de una tradición específicamente madrileña siguió la identificación del casticismo madrileño con lo español. Dicho de otra manera: desde Madrid es muy difícil percibir la riqueza regional de España y se tiende a considerar esa riqueza como rival y concurrente de “lo español”. Desde Madrid apenas se percibe que Catalunya es infinitamente más que ERC y Euskal Herria mucho más que el PNV. La falta de tradición específicamente madrileña hizo que “lo madrileno” y “lo español” se confundieran. Y “lo español” terminó siendo visto desde Madrid como concurrente de “lo regional”.

Aún hoy es frecuente que los catalanes se sientan “catalanes” y no entren en discutir lo obvio que, por historia, también son españoles y por eso se entiende que utilicen un lenguaje propio, tengan unas fiestas propias, unas tradiciones específicas e incluso una forma de ser que, hasta la irrupción del proceso de nivelación operado por la globalización, era acusado y específico. Salvo en sectores muy minoritarios y enfermizos, lo normal en Catalunya es que la selección española de fútbol tenga el mismo seguimiento que en cualquier otro lugar del Estado. A nivel de calle el problema lingüístico no existe y es raro encontrar a algún cenutrio que se niegue a hablar castellano por principio y por pura cabezonería. El problema lingüístico ha sido creado por la clase política y por la reaparición del nacionalismo catalán en los años 60 que ya tenía poco que ver con el regionalismo anterior de Cambó y de la Lliga Regionalista con su carácter católico de derecha regionalista dotado de un proyecto muy claro y rotundo: que los catalanes aspiraran a llevar las riendas de España (y estaba en su derecho a la vista de que en el siglo XIX el empresariado catalán había logrado lo que fracasó en otros lugares de España, la industrialización).

A diferencia del PNV que sostiene la existencia de un grupo étnico diferenciado para basar su nacionalismo, en Catalunya éste solamente podía tener la lengua como elemento diferenciador. De ahí la importancia que el nacionalismo ha puesto siempre en la promoción del catalán. Veinticinco años después de acelerar este proceso, la Generalitat ha terminado comprobando –como le ha ocurrido al gobierno vasco- que el catalán cada vez se conoce más… y se habla menos (noticia leída en el ABC del viernes 20 leída en un bar de la plaza de la Ópera en Madrid). Esta constatación les ha inducido a nuevas medidas de proteccionismo lingüístico por pura desesperación (exigencia de hablar catalán para los profesores universitarios… si Einstein hubiera querido dar clases en Catalunya hubiera debido aprender catalán y su tesis sobre la relatividad habría valido tanto a la hora del currículo como su Nivel C de catalán…) o bien anular toda enseñanza en castellano en Euskal Herria, medidas ambas aprobadas en la semana que concluye.

Paréntesis sobre la “guerra del francés”

Mientras que en Madrid, el jacobinismo fue un producto ideológico de la revolución francesa, en España existió un jacobinismo ante litteram que emergió desde Madrid unido a otros factores (la crisis imperial, la formación de la mentallidad castiza, la irrupción del siglo de las luces y de las ideas de la ilustración, la implantación de la dinastía borbónica) y contribuyó a la laminación de los particularismos de la periferia en beneficio de un centralismo cada vez más nivelador que concluiría bruscamente, no con una revolución, sino con el inicio de la “guerra de la independencia”.

Los hechos que siguieron al 2 de mayo de 1808 tienen mucho más de verdadera guerra civil en el que una España ilustrada partidaria de la renovación del Estado y de la administración sirviendo a la nueva monarquía de José I, se enfrenta a otra España ilustrada reunida en Cádiz y dotada de los mismos objetivos, a la que se añaden una España profunda que combate desde las guerrillas; los primeros est´n apoyados por los ejércitos napoleónicos y los segundos por los ejércitos ingleses de Wellington. Las ideas de la ilustración y de las luces estaban presentes en ambos bandos y ambos bandos encontraron el mismo impulso ideológico solo que uno creyó que José I podía encarnar las ideas de reforma y los oros creyeron que podían ser encarnadas por Fernando VII. Obviamente, unos y otros se equivocaron.

De hecho, el 2 de mayo es importante porque sobre él se cimenta el mito (entendido en el sentido positivo y soreliano de “idea indiscutible”, situada por encima del razonamiento lógico) del nacionalismo español. El cuadro de Goya sobre los fusilamientos de la Moncloa, el bando del Alcalde de Móstoles, el “¡Se nos los llevan!” (marcado hoy a pocos metros de la entrada principal del Palacio Real), se convirtieron en dramáticas declaraciones de independencia de la “Nación Española”.

Además, el hecho de que el primer centenario del 2 de mayo, tuviera lugar a muy poca distancia de la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, hizo que el tema de “la revuelta contra el invasor” dominara sobre cualquier otro factor. Lo que nos había hecho el extranjero en Cuba, rememoraba lo nos había hecho el otro extranjero en 1808. Ambos hechos contribuyeron a exacerbar ese frente del rechazo que fue el nacionalismo español y el desprecio hacia todo lo que procedía del exterior, tics que todavía conservan buena parte de los nacionalistas españoles en sus últimas trincheras.

Finalmente se consiguió la victoria sobre “el francés” como suma de muchas circunstancias (desgaste de los ejércitos napoleónicos tras el fracaso de su marcha hacia Moscú y unido a la eficacia de las tropas inglesas desplegadas en España). También sería erróneo no recordar que entre los 12.000 exiliados afrancesados (a los que hay que sumar el séquito de cada uno de ellos, compuesto por familiares, sirvientes, secretarios, etc., que probablemente elevaran la cifra hasta 50-60.000 personas) pertenecientes a todas las clases sociales, la inmensa mayoría de ellos no tenían conciencia de haber “traicionado a España”. Los bandos del “intendente de Segovia” (cargo equivalente al de delegado del gobierno) de origen catalán, aventurero y explorador, Domingo Badía, más conocido como “Alí Bey”, son ilustrativos a este respecto.

Cundo Alí Bey retorna de su viaje a La Meca como primer europeo que, disfrazado de árabe, ha conseguido entrar en la Gran Mezquita, ver la Kaaba y dar las res vueltas rituales en torno suyo, el 9 de mayo de 1808, corre inmediatamente a Bayona sin preguntar nada, para ponerse al servicio de Carlos IV. Éste le dice que “España ha pasado a Francia en virtud de un pacto” y que se ponga al servicio de Napoleón para lo cual le da una carta de recomendación. Domingo Badía se presenta ante Napoleón, departe con él sobre Egipto y, a partir de ese momento empieza a trabajar para la administración de José I, como intendente de Segovia.

Sus biógrafos, dada a relevancia del personaje, nos han detallado su drama: las tropas francesas cada vez exigen más, especialmente después del desembarco inglés. Los guerrilleros queman las cosechas, roban los almacenes y sabotean la producción… pero da la sensación de que no se trata de un movimiento organizado, con un mando único y que responde a una estrategia militar unificada, sino que estamos ante un fenómeno muy similar al bandolerismo en el que unos grupos situados en la montaña sabotean para sobrevivir y han entrado en una dinámica de vendettas más que de operaciones de guerrilla rural propiamente dichas.

Para colmo, el ejército francés, poco dotado para la política, considera que España es “territorio ocupado” y, por tanto, son dueños de comportarse como en cualquier otra país doblegado militarmente, buscando el botín y el saqueo. Muchos de los mariscales hacen un juego propio: enriquecerse al máximo en menos tiempo. Las exacciones están a la orden del día y los militares ni siquiera respetan a la administración que surge en torno a José I de quien, a estas alturas, no cabe la menor duda que aspiraba a una profunda reforma y modernización del país. La España de 1808 es un gigantesco caos inestable e ingobernable en el que se esté donde se esté, se está siempre en el lugar equivocado y/o difícil

Malasaña, Agustina de Aragón, el timbaler del Bruch, los guerrilleros de La Mancha y de Castilla, de Andalucía ¿han hecho bien luchando por Fernando VII el más  bandido y vil que haya visto la institución monárquica en lugar alguno de la tierra? Unos terminarán en el bando liberal, otros gritando “viva las caenas”… El mito fundador de la nación española estalla pronto a poco de terminado el conflicto. Se ha luchado contra el opresor y por Fernando VII que, a poco de llegar, se convierte en el opresor…

Esta no es la menor de las contradicciones de aquella época: los grandes nombres de nuestra marina –y nuestra marina entera que jamás se recuperó precipitando la desconexión con las colonias de América- muertos en Trafalgar combatieron codo a codo junto al almirante Villeneuve y los marinos franceses… algo que frecuentemente se olvida, pocos años antes de 1808. La Francia napoleónica y la España de Carlos IV eran naciones aliadas. Los afrancesados durante la Guerra de la Independencia estaban donde siempre habían estado, al lado de Francia y al lado de Carlos IV… que finalmente firma los acuerdos con Napoleón (que despreciaba a todo lo borbónico) el cual pone como rey a su hermano.

Como todo mito –y la Guerra de la Independencia es un “mito fundacional”- funciona siempre y cuando sea indiscutible. Y este mito tiene sobre todo impacto en Madrid con los hechos del 2 de mayo. Cuando se cumpla en Barcelona el bicentenario de la sublevación frustrada contra los franceses, se recordará muy poco a los menestrales escondidos en los tubos del órgano, detenidos allí y fusilados en la playa del Somorrostro por las tropas napoleónicas y, en cualquier caso, en el resto de España tendrán un nivel de conmemoración menor que el que ha tenido lugar en Madrid.

Los hechos de 2 de mayo en Madrid, desarrolados sobre todo en la capital, dan a los madrileños la sensación de que ellos tienen la patente de la idea de España Nación y contribuye a aumentar el distanciamiento entre la periferia y el centro y hacer del centro el intérprete de “lo español” y el único detentador de la patente de marca.

Por otra parte, a lo largo del siglo XIX cuaja el “casticismo” que ya se había adivinado desde mediados del siglo XVIII cuando empiezan a ponerse de relieve las reformar de los primeros Borbones y Madrid experimenta un salto cualitativo y empieza a ser “capital” y no solamente “sede de la corte”. La segunda parte de nuestra digresión irá precisamente centrada en el casticismo entendido como intento de creación de una tradición madrileña propia.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yhoo.es – http://infokrisis.blogia.com