domingo, 17 de octubre de 2010

Conspiradores, conspirativos y conspiranoicos (V de VIII). La actitud ante las conspiraciones

Publicado: Miércoles, 30 de Julio de 2008 09:07 
Infokrisis.- Sabemos lo que son las conspiraciones y cómo actúan, nos falta ahora saber cuáles son las opiniones y las actitudes de la sociedad. Dejaremos esta entrega en la frontera con los conspiranoicos que serán el objeto de la siguiente. Dada la extensión del tema hemos prefeirdo ampliar las entregas de la serie para poder tratar toda la materia con cierto detalle. 


9. La actitud ante las conspiraciones
Ocurrida una tragedia y lanzada una versión oficial, casi inmediatamente empieza a ser cuestionada si se percibe que hay en ella elementos lógicos que no encajan. Incluso cuando los muertos están todavía calientes, si tales elementos anómalos están presentes, empieza a forjarse lo esencial de la “teoría de la conspiración”.
¿Quiénes son los que están en mejores condiciones de percibir tales “elementos anómalos”. Tres tipos de personas:
- los intuitivos que, por algún motivo, perciben que algo falta en la versión oficial y que ese algo es precisamente lo esencial; advierten que esa versión es débil y está constituida sobre premisas previas cuya veracidad no se ha confirmado.
- los que “saben”: conocen el estilo de trabajo de las agencias de seguridad (públicas o privadas) y perciben el aroma inequívoco que de lo que ha sido construido ad hoc; para ellos, cualquier conspiración es un problema técnico que se programa precisamente para que sus autores intelectuales no sean identificados; reconoce el contenido de las informaciones y aspectos de la conspiración como elementos que, posiblemente, él mismo haya utilizado, o incluso de los que haya sido víctimas, o que conoce porque está incluido en un servicio especial.
- los “buscadores” que quienes leer la prensa y tienen el habito de confrontar informaciones, atribuir a cada información el valor de veracidad que le corresponde según la fuente, quienes analizan lo que leen y lo valoran en su conjunto. Es natural que sean precisamente periodistas experimentados que ya se han tomado en ocasiones anteriores con episodios similares o que han oído hablar de ellos, o simplemente, que conocen cuáles son los mecanismos de manipulación, quienes primero adviertan que no todo encaja en la versión oficial y que, a fin de cuentas, en el terrorismo internacional, nada es lo que parece.
- los “profesionales” quienes conocen profesionalmente alguno de los aspectos incluidos en la versión oficial y experimentan perplejidad al comprobar que lo dicho no coincide con la realidad, luego lo incluido en la versión oficial es falso y si todo está tan claro ¿por qué introducir elementos falsos? A partir de este razonamiento van advirtiendo otros datos aislados que no encajan, hasta finalmente, adherirse a la teoría de la conspiración.
Era del todo evidente que cuando entre los cientos de informaciones que se publicaron en los días posteriores a los ataques del 11-S uno era particularmente espectacular: entre las ruinas del WTC se había encontrado el pasaporte semiquemado de Mohamed Atta. Era la prueba definitiva… sólo que era imposible a la vista de la inmensa bola de fuego en el que se convirtió el avión en cuyo interior se encontraba Atta. En el caso del 11-M, la prueba del 9 de que algo no funcionaba y que se estaba recurriendo a introducir informaciones falsas fue la noticia ya mencionada de que en el registro al locutorio de Vallecas se había encontrado el trozo de plástico que faltaba en la carcasa del teléfono móvil encontrado en la mochilla que no explotó. Era demasiado perfecto para ser cierto. Y, por supuesto, no lo era. Los periodistas no publicamos noticias simplemente por capricho o por que nos las inventemos, sino porque alguien nos comunica informaciones, a las que dada la calidad del informador, consideramos ciertas. Que lo sean o no, es harina de otro costal. Resulta evidente que cuando la noticia del pasaporte de Atta fue publicada en el New York Times o cuando la noticia del fragmento de carcasa apareció en El País, eso se debía a que “alguien” había dado a algún periodista el dato concreto y ese dato venía de una fuente lo suficientemente cualificada como para se tomara tan en serio hasta el punto de publicarlo.
A esta primera fase la podríamos llamar: el “levantado de la liebre”. Por distintos motivos, algunos observadores perciben que no todo está claro en la versión oficial. A nivel de opinión pública global, las actitudes varían:
- La inmensa mayoría de la opinión pública queda traumatizada con el instante traumático de la conspiración. Siempre que se produce un atentado (11-M, 11-S) o una acción espectacular (23-F), la tendencia de la población es a confiar en el Estado y en sus aparatos. Es la frase que oí en cierta ocasión: “Cuando llueve, es preciso colocarse bajo el paraguas”. El paraguas protector es el Estado. Incluso en un momento como el 11-M en el que el objetivo era barrer las posibilidades de que el PP venciera por tercera vez consecutiva, la opinión pública en su conjunto mostró confianza hacia las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y todos los sectores de la sociedad revalidaron su apoyo a las instituciones democráticas, sin fisuras y sin matices. Así pues, cuando se produce el estallido de la conspiración, la opinión pública queda, por este orden: aterrorizada y paralizada. El terror desorienta, impide pensar con claridad, genera un desgaste nervioso en el sujeto que merma incluso sus fuerzas físicas, en una palabra: paraliza. No es raro, por ejemplo, que el 11-S siguiera acompañado en el año siguiente por el episodio del ántrax (que nunca se ha investigado hasta el final pero del que se sabe que la cepa del virus salio de un laboratorio militar de los EEUU) y de dos docenas de alarmas de nuevos ataques cuyo impacto en la opinión pública fue demoledor: curiosamente, tras cumplirse la última fase de la conspiración del 11-S –la invasión de Irak- estas alarmas desaparecieron por completo. Así mismo no es raro que la opinión pública norteamericana que permaneció paralizada entre el 11-S y el inicio de la invasión de Irak, la opinión pública norteamericana no se había recuperado de una alarma de ataque cuando ya se veía sometida a otro. Estos anuncios, emitidos a través de la prensa, de los informativos de TV, de programas infantiles que se interrumpían para anunciar una nueva alarma, generaron tal terror que la sociedad americana confió en su gobierno y toleró con mansedumbre bovina que su gobierno se embarcara en las agresiones contra Afganistán y contra Irak. Buena parte de esa opinión pública ha seguido lastrada por las impresiones grabadas a fuego en su subconsciente y han seguido aceptando la versión oficial sobre los atentados del 11-S.  Este primer grupo podemos llamarlo “sumiso” en la medida en que acepta como cierto cualquier información y versión que emane del gobierno y que sea considerada como “versión oficial”.
- El grupo de la desconfianza: miran con reservas, tanto de lo que ha visto como de lo que le han dado como “versión oficial”. Ahí entran las categorías que hemos enumerado antes. Este grupo tiene tres elementos en su contra: es un sector minoritario de la sociedad; no dispone de los recursos propios de quienes han promovido la “versión oficial”; y, finalmente, se trata de un sector heterogéneo y, en cierto sentido, incluso caótico como veremos más adelante. Es posible que, como ha ocurrido en España, algunos medios de comunicación hayan visto en la construcción de una “teoría de la conspiración” un elemento para ampliar la audiencia de sus medios, o como está ocurriendo en EEUU, a pesar de que la totalidad de las grandes plataformas y medios de comunicación acepte sin reservas la “versión oficial”, exista un fuerte movimiento cívico que utiliza Internet como vehículo de transmisión de la información e incluso sale a la calle para protestar, formado en parte por las familias de las víctimas, algo inédito hasta ahora y que no había ocurrido en anteriores conspiraciones (caso del asesinato de Kennedy, por ejemplo). Este grupo es el que podemos llamar “levadura”, por una parte desmonta la versión oficial denunciando sus inconsecuencias y levantando ladrillo a ladrillo la teoría de la conspiración. Este grupo incluye tanto a quienes investigan como a quienes asumen los resultados de esa tarea de demolición de la versión oficial y son completamente conscientes de que se ha producido una conspiración inconfesable, aun cuando una parte sustancial de este grupo no maneje bien todos los datos. Este grupo supone un 10-15% de la sociedad, lo suficiente como para hacerse oir y poner en peligro la versión oficial.
- El grupo de la denuncia. Un grupo que puede abarcar a un 20% de la sociedad y que está formado por el grupo social que se interesa por la teoría de la conspiración e incluso comparte buena parte de sus contenidos, pero que evita exteriorizar su protesta simplemente por miedo o por prudencia. Ese miedo puede emanar de la sensación de que quien es capaz de firmar fríamente el asesinato de cientos de personas, es verdaderamente peligroso y prefiere no evidenciar su adhesión a la teoría de la conspiración; así pues, calla y practica la política del avestruz. Otros, adoptan una posición similar como producto de un razonamiento diverso: “sí, la versión oficial falla en varios puntos, pero la teoría de la conspiración está todavía en pañales”… el razonamiento desemboca en el axioma de que “una mala teoría es mejor que ninguna teoría”, pues no en vano, la teoría oficial puede criticarse, pero ofrece alguna certidumbre (aunque sea falsa), mientras que la ausencia de una teoría impide realizar una crítica sistematizada y sume en un vacío que nada es capaz de llenar. Este grupo, tiene razón en algo: si bien existen “versiones oficiales cerradas” (Kennedy fue asesinado por un loco solitario, el 11-S fue planificado y ejecutado por Bin-Laden desde Afganistán, el 11-M fue el producto de la acción de una célula islamista fanatizada por la adhesión de Aznar a la Conferencia de las Azores), no puede decirse lo mismo de la “teoría de la conspiración”. En efecto, cada “teoría de la conspiración” dista mucho de estar “cerrada”. Muy frecuentemente ni siquiera existe como tal (caso de España con el 11-M, en donde hasta ahora lo que se ha hecho ha sido encontrar agujeros negros a la versión oficial pero no enunciar ninguna “teoría de la conspiración” (salvo el pequeño grupo que ha sostenido siempre y contra toda lógica que  “era ETA”). En EEUU, donde sí se han cerrado teorías de la conspiración, esas son contradictorias o, incluso, deslabazadas. Una técnica de operaciones psicológicas en este terreno consiste en el lanzamiento deliberado de “teorías de la conspiración” absurdas y basadas en datos erróneos con el fin de desprestigiar las investigaciones contrarias a la versión oficial. A esto se le puede considerar “intoxicación informativa” y es emitido por el mismo núcleo autor de la versión oficial con fines de desprestigio.
Y luego están los “conspiranoicos”…
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com