lunes, 18 de octubre de 2010

El papel simbólico del petróleo en la crisis de la civilización


Infokrisis.- Hay algo en el oro negro que lo hace particularmente inquietante. Pocas veces, la realidad ha estado tan próxima del símbolo y pocas veces el símbolo ha tenido una importante real en la vida de todo el planeta. En las líneas que siguen vamos a realizar una interpretación simbólica de la crisis del petróleo, pero no nos detendremos en el "mundo mágico" de los símbolos, sino que descenderemos, en apoyo de nuestra tesis, a la realidad cotidiana, objetiva y racional. 


La primera “crisis del petróleo” digna de tal nombre, se produjo en 1859, tras la perforación del famoso pozo del coronel Drake Titusville en Pennsilvania. Poco después estalló la guerra civil americana y el precio del petróleo se elevó hasta 15 dólares el barril. Bastó con aumentar la producción a 3000 barriles por día para que el precio volviera a caer a siete dólares. Desde entonces, el mismo remedio se ha aplicado en cada nueva crisis petrolera. Pero ahora las cosas son sensiblemente más complejas. A partir de 1999, el precio del petróleo no deja de aumentar, como consecuencia de que la demanda de crudo ha ido aumentando, pero la oferta ya no puede crecer más.
Hemos alcanzado un punto de confluencia de distintos factores: después de treinta años de mejorarse los sistemas de extracción de petróleo y alcanzarse a perforar profundidades que antes parecían inalcanzables, tras veinte años de realizar constantes prospecciones en busca de nuevas cuencas petrolíferas y de aumentos constantes en la producción, se ha alcanzado el punto de inflexión en el que las necesidades petroleras mundiales (la demanda) siguen creciendo, mientras que la oferta empieza, inevitablemente, a disminuir.
Esta tendencia compromete el proceso de globalización mundial iniciado desde principios de los años noventa. La era del combustible barato ha concluido y el precio de los transportes encarece el traslado de las manufacturas de un lado a otro del planeta. Así pues, el petróleo ha apuntillado la era de la globalización. Nuestra civilización se alimenta de energía; si ésta falla, los pilares del desarrollo se desintegran. El fin de la era del petróleo es, en definitiva, va a tener, sin duda, mucho que ver con el fin del mundo moderno.
Cuando las realidades se convierten en símbolos
El universo simbólico no podía haber proporcionado un elemento tan característico del mundo moderno como es el petróleo. Se tiene a nuestra época por decadente y terminal, acaso la más alejada de la mítica Edad de Oro originaria, hasta el punto de que cabría llamar a nuestra era, la Edad del Petróleo, no en vano, este mineral se sitúa en las antípodas del oro.
Habitualmente, se asocia el oro, con su resplandor característico a la naturaleza solar, igualmente brillante, pura y resplandeciente, que luce en las alturas. A este respecto, es significativo que el petróleo se extraiga de las profundidades de la Tierra, allí en donde las viejas tradiciones clásicas consideraban al mundo telúrico y al subsuelo como algo siniestro, el reino de Vulcano, en donde el fuego que existe no es el procedente del sol, sino que se asocia a los infiernos.
La limpieza del oro tiene su contrapartida en el tizne oleaginoso y untoso del petróleo, que para acentuar estas características, además, al arder, produce una densa humareda negra. No en vano, el petróleo es el principal contaminante del planeta. Y, en cuanto a su color, difícilmente podríamos encontrar otro mineral que estuviera tan alejado del brillo solar, como éste mineral, denso, oscuro y opaco, casi como si se tratara de un plomo líquido.
Sin embargo, es frecuente que se llame al petróleo, “oro negro”, lo cual, hace más fácil su asociación y su inversión con el oro.
El petróleo fue llamado en la Edad Media, “aceite de piedra” (petrus-oleos), se le conocía pero, ni siquiera se le utilizaba para encender lámparas. Se le tenía como “acqua infernales” y, por tanto, se le alejaba de la sociedad. Hoy, sin embargo, es el centro de la civilización y nuestro bienestar depende de este mineral líquido, cuyos derivados están presentes, no sólo en carburantes, sino en plásticos, incluso en alimentos. Su valor central en nuestra civilización, sella, así mismo nuestro destino problemático en el momento en que se agote.
El petróleo procede de la descomposición de masas de materia orgánica, sometidas a presión durante milenios. Así pues, cuando consumimos petróleo, estamos agotando algo más que las reservas de este mineral: estamos consumiendo nuestro pasado.
Hay algo infernal en el petróleo. Si lo consideramos como la antítesis del Oro y su inversión, si valoramos su ubicación en el mundo subterráneo, nos sugerirá la misma condición que el “Ángel Caído”: lo contrario de la solidez y brillantez del oro. Además, se añade el hecho de que, así como el oro en su reflejo, encerraba para los antiguos, la naturaleza del Sol, el petróleo, en su opacidad, es simplemente, su negación. Ahora bien, en tanto que el oro se asocia al sol y el petróleo a la combustión, resulta evidente que ambos tienen, en su esencia, una relación con el elemento fuego. El oro es el fuego solar y el petróleo, el fuego destructor. El oro es el material con el que, simbólicamente, están hechos los dioses, el petróleo, por el contrario, es el material de los infiernos.
No puede extrañar, pues, que la crisis que tenemos ante la vista en las dos próximas décadas, tenga que ver con el “oro negro”. Sin el petróleo sería incomprensible el mundo moderno, el maquinismo y la misma globalización. En realidad, la ausencia de petróleo antes de que se haya logrado encontrarle un sustituto, generará el fin de la civilización moderna, del maquinismo y ya hoy está poniendo en aprietos la globalización del mercado de manufacturas.
Las viejas tradiciones ancestrales de Oriente y Occidente, sostenían que en la Edad de Oro (en nuestro ámbito religioso-cultural, en el mito del Paraíso edénico primordial), existía una comunicación directa entre los seres humanos y la trascendencia. Este tema está presente en el mito edénico cuando, antes de la Caída, la pareja originaria no experimentaban sensación de vergüenza y pudor por su desnudez. En la Edad de Oro, los seres humanos no eran trascendencia pura, pero se aproximaban a ella. Es la Caída (presente en todas las tradiciones) la que retrae esa trascendencia a su mínima expresión en un estado de latencia en el ser humano. La “luz” se ha retirado del Mundo. La “luz” ha abandonado a los seres humanos que ni siquiera son conscientes de que aún resta en ellos un reflejo de la trascendencia, aun en forma latente.
A esta primera “Caída”, se suceden otras que llevan hasta nuestro desgraciado siglo. El petróleo está constituido por restos muertos de materia orgánica, plurimilenariamente pútridos, su opacidad absoluta lo hace impenetrable a cualquier rastro de luz superior. Para colmo, el modelo de civilización que se ha creado sobre la base del consumo petrolífero, supone una etapa de despersonalización y masificación traída por las cadenas de producción y montaje, los ritmos de trabajo frenéticos que ya advirtió y denunció Fritz Lang en “Metrópolis”. Gracias al petróleo –aunque no solamente a causa del petróleo- el ser humano ha conquistado la condición, dudosamente honrosa y digna, de productor alienado y consumidor integrado.
Por todo ello, resulta evidente que, en el inicio de nuestro ciclo, el Oro era el símbolo que convenía a una naturaleza capaz de experimentar la atracción y la sintonía con la trascendencia, de la misma forma que, en este fin de ciclo, el petróleo protagoniza, no solamente la antítesis del oro en el terreno simbólico, sino que encarna en sí mismo, los procesos terminales de un ciclo de civilización.
Una reflexión sobre el fin del ciclo
Las guerras de Afganistán e Irak, los conflictos que están asolando África, la inestabilidad de algunos países iberoamericanos, tiene mucho que ver con el petróleo, de la misma forma que la creciente escasez de crudo generará tensiones geopolíticas y geoestratégicos insoportables que culminarán en nuevas y asoladoras “guerras del petróleo”.
Y, en este terreno, no cabe lugar para el optimismo. Cada vez la demanda energética es mayor. El petróleo existente en el planeta, es finito. Cada día se consumo, por tanto, las reservas disminuyen inexorablemente. A pesar de que muchos países tercermundistas, para lograr créditos fáciles del Banco Mundial y del FMI, falsearon sus cifras de reservas petrolíferas adulterándolas al alza, ahora se tiene la completa seguridad de que los hallazgos de nuevos pozos se están ralentizando cada vez más y los ya existentes, no están en condiciones de abastecer a una demanda creciente. Para colmo, las energías de sustitución todavía están en pañales (la fusión en frío no estará disponible antes de 30 años... si llega a estarlo) o bien, no responden a las necesidades globales (energía eólica, energía solar, etc. o bien resultan peligrosas y limitadas a algunos sectores (energía nuclear) o bien caras, sucias e, igualmente, limitadas (carbón o pizarras bituminosas).
Así pues, no debemos forjarnos vanas ilusiones, ni esperanzas carentes de base científica. La realidad es que nuestro modelo de civilización solamente es sostenible mediante altos consumos energéticos; si no están a nuestro alcance, la civilización se para; si se para, muere.
De ahí que los próximos años vayan a ser decisivos y recuerden en dramatismo el escenario pintado en la serie “Mad Max”. Entonces, el cuadro dantesco de una civilización quebrada por falta de carburante parecía una exageración. Eran todavía los tiempos del “combustible barato”. Esos tiempos ya han terminado. A medida que se vaya acercando el colapso de la civilización del petróleo, su precio se irá encareciendo. Resultará dramático, ver como algunos países pobres –e, incluso, productores de petróleo- no están en condiciones de hacerse con stoks situados en los mercados a un precio superior a sus posibilidades. Veremos como otros países en los que aparecen bolsas de petróleo significativas, se convierten en presas para otros países, ávidos de combustible.
Este futuro no es ciencia ficción. Está ya entre nosotros. Todos los grandes acontecimientos que ocurren en el mundo desde mediados de los años 90, están relacionados con el petróleo y con su control. No se dice en voz alta, no se reconoce, pero es así. La guerra de Irak (para controlar las primeras reservas mundiales de petróleo), la guerra de Afganistán (para disponer de una salida al mar para el petróleo del Caspio), la guerra de Chechenia (para obstaculizar el acceso del petróleo del Caspio a Europa Occidental), la presencia norteamericana en el Magreb y en toda la costa de África Occidental, en pugna con Francia, los intentos de desestabilización en Venezuela, el naciente conflicto en Bolivia, la próxima destrucción de amplios sectores naturales en Alaska, la guerra de Putin contra los “oligarcas”, por el control de Yukos la gran petrolera rusa, etc, son muestras de lo que decimos: las “las guerras del petróleo” ya han comenzado. El fin de nuestro ciclo de civilización, también.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es