domingo, 17 de octubre de 2010

Reflexiones sobre tres filmes de Edgar Neville (III de V)

Publicado: Domingo, 23 de Marzo de 2008 21:21 
Infokrisis.- La Vida en un hilo, El último caballo y La Ironía del dinero, tienen en común, pertenecer a la amplia filmografía de Neville y el que las hayamos visualizados en nuestra soledad de la Semana Santa de 2008. Además de haber sido filmadas en blanco y negro y remitir al ambiente castizo por el que Neville siente una profunda nostalgia en la posguerra consciente de que la Villa y Corte va perdiendo tal carácter. Dentro de la reivindicación y revalorización que vive hoy la obra de Edgar Neville –reivindicación a la que nos sumamos- no sobrarán unos comentarios sobre estas tres cintas.

Las tres películas se pueden bajar cómodamente de de eDonkey a través de cualquier programa de P2P, como la mayor parte del cine de Neville. Tiene gracia que hoy Neville sea más buscado en estas redes que el cine de la inefable Coixet, o del aburrido León de Aranoa. El buen cine, como el vino, gana con el tiempo.
I. La vida en un hilo
La vida en un hilo es, sin duda una de las películas más geniales que ha dado la comedia española, pero nos plantea una pregunta inquietante sobre la libertad de opción: ¿qué ocurre si nos hemos equivocado? La respuesta de Neville es hasta cierto punto pesimista. Ocurre que es imposible desandar lo andado, salvo por la vía de la fantasía. Una mujer –Conchita Montes, inseparable de la aventura cinematográfica de Neville- se despide en la estación de sus cuñadas. Su marido ha muerto prematuramente y ella toma el tren para ir a la capital. Comparte cabina con una artista de circo, que hoy llamaríamos “mentalista” que le explica en qué consiste su espectáculo: no en adivinar el futuro, sino en adivinar el pasado… el pasado que realmente no ha sucedido pero que hubiera podido suceder.
Todo empieza cuando va a comprar una rosas a una floristería. Hay dos hombres: uno (Rafael Durán, en una de sus mejores interpretaciones) es un artista exuberante, con un sentido endiablado del humor y una alegría de vivir que lo delata como una verdadera fuerza de la naturaleza; el otro (Guillermo Marín) es su antítesis: serio, trabajador, vetusto en medio de un ambiente provinciano no menos vetusto. Ambos están comprando flores. Fuera llueve. Ella sale primera y luego el primero le ofrece acompañarla en taxis. Ella lo rechaza. Dado que la lluvia arrecia, cuando sale el segundo acepta ser acompañado por ella hasta su domicilio. Allí una relación que terminará en matrimonio, en vida burguesa y rutinaria y en tristeza, al fin y al cabo. Una mala elección. Pero ¿qué habría ocurrido si hubiera elegido acompañar al otro caballero? La mentalista le va explicando lo que hubiera ocurrido: con él la felicidad. Felicidad y rutina son antagónicos en el mundo de Neville. Siempre que aparece un personaje burgués en sus obras, siempre, lo que hay es una vida rutinaria que conduce a la frustración de los que están próximos a él. Entre bohemia y burguesía, el húsar voluntario a la guerra de África que fue Neville, elige siempre la bohemia.
Hay que decir que la película tuvo un desgraciado remake y vale la pena ver ambas películas para compararlas. En 1991 alguien convenció a las glorias del cine del momento para recuperar el guión de Neville y filmarlo en color, con infinitos más medios y con actores de moda. La película se llamó Una mujer bajo la lluvia. Pasó casi desapercibida. Ángela Molina no es, ni de lejos, Conchita Montes, como Antonio Banderas ni Imanol Arias son Rafel Durán o Guillermo Marín. La distancia es abismal y el efecto también. La espontaneidad de Durán , la introspección de Marín hacen palidecer a los pobres y abochornados Arias y Banderas que jamás debieron aceptar el reto de la comparación que podría hacerse. Y en cuanto a Ángela Molina, nunca nos ha parecido una actriz especial, compararla con Conchita Montes es absolutamente imposible. Así anda el cine español…
La película, unida a La Torre de los siete Jorobados, indica que hay algo en Neville que se siente apasionado por la magia y el ocultismo, aunque sólo por el carácter prohibido que le otorga. La magia es para Neville, digámoslo ya, una posibilidad de huir de la banalidad burguesa.
La opción que plantea para la mujer de la época es: ¿serenidad burguesa o furor de vivir? En el horizonte mental de Neville y de todas sus películas se encuentra arraigada la pareja unidad por el amor. ¿Convencional? No, simplemente el reconocimiento de la vieja idea platónica de que hombre y mujer forman una unidad. El problema no es ese, eso debería estar fuera de toda duda en estos tiempos en los que las “nuevas formas de convivencia” y los “hogares monoparentales” hacen furor. El problema es elegir bien y conscientemente. Y en toda elección, esta película nos lo demuestra, existe un momento para el azar.
II. El último caballo
La primera colaboración de Fernando Fernán Gómez con Neville fue anterior a la guerra, en El Malvado Carabel cuyo guión estaba basado en una novela de Wenceslao Fernández Flores. La novedad es que en esta película aparece por primera vez en el cine de Neville, el prematuramente malogrado José Luís Ozores.
Ambos, Fernán y Ozores son reclutas recién licenciados de una unidad de caballería que justo en ese momento, se convierte en una unidad motorista. Aman a sus caballos y temen que el ejército los venda a un contratista que los adquiera como monturas para picadores en corridas de toros. Así que Fernán se lleva su caballo a un Madrid de postguerra que ha cambiado demasiado. Ya no hay caballerías para guardar a los caballos. La imagen de Fernán Gómez pasando por la Cava Baja con el Arco de Cuchilleros al fondo, montado a caballo constituye un insufrible arcaísmo.
En buena parte de las imágenes se recrea al Madrid antiguo que va desapareciendo, poco a poco, que cambia irremisiblemente, que el ambiente de la postguerra está barriendo como el polvo con la escoba. Y ante el que todos somos unos inadaptados.
Tiene gracia que Ruiz Zafón en algunas de sus novelas exprese un lamento similar en relación a la Barcelona de los años 70, de la que se complace en decir que “es la Barcelona que fue y ya no es”, experimentando una sensación de nostalgia de irreprimible tristeza. A fin de cuentas, lo que ocurre es que “los tiempos van cambiando” y, el cambio se inició en la postguerra; la aceleración del cambio, parece tan inexorable como un ley física, sólo que aquí la velocidad de caída no es constante, sino siempre creciente.
La velocidad creciente del cambio ya fue presentida por Neville –que conocía California y Washington y sabía que en el límite de nuestro modelo de civilización estaban los EEUU- quien sentía, como Ruiz Zafón, la nostalgia de los valores y los paisajes perdidos.
La película, como todas las de Neville vuelve a destilar una ternura difícilmente igualable en cine del que la comicidad de Fernán Gómez es el mejor exponente. A fin de cuentas, lo que los tres protagonistas de la película buscan es la piedra filosofal de todos los que vivimos en la modernidad pero nos sentimos apegados a los valores tradicionales: de qué manera se puede mantener una estilo de vida tradicional en la modernidad. Los protagonistas lo intentan y lo consiguen: el caballo, ese arcaísmo de la milicia, se convierte en la justificación de la búsqueda. ¿Cómo poder mantener un caballo en el Madrid de postguerra que ha iniciado la vertiginosa carrera hacia la modernidad.
Lo consiguen, finalmente. Y tiene gracia que el caballo se llame Bucéfalo, no se sabe si por lo atrabiliario del nombre o por ser el caballo de Alejandro Magno, o quizás por ambas cosas. También aquí, Conchita Montes se convierte en la novia del protagonista al que le une un mismo corazón y un idéntico amor por el “último caballo”.
Una película para los amantes del Madrid antiguo.
III. La ironía del dinero
También aquí Neville se recrea en el Madrid al que ama profundamente. Se trata de una película que engloba a cuatro historias diferentes que reflejan una misma actitud ante el dinero hallado casualmente. Los protagonistas, gente honesta y, por tanto, desgraciada… se ven recompensados con el hallazgo de carteras perdidas. Su primer impulso es devolverlas, en el fondo, son honestos, pero siempre hay algo que se lo impide o que finalmente, constituye una sorpresa irónica.
La crítica a la burguesía y a su permanente preocupación por lo económico, se trasluce en esta película quizás con más intensidad que en otras. De hecho, es a este tema al que le dedica las 80 minutos de producción. Nuevamente Fernando Fernán Gómez protagoniza una de las historias, bordando el papel de un limpiabotas absolutamente apático, andaluz, que ha nacido cansado y para el que trabajar es verdaderamente una maldición. Esa primera historia transcurre en Sevilla como excusa para que Neville pudiera llevar a la pantalla algunos cuadros flamencos de singular belleza.
La ironía del dinero es una de sus últimas películas. Se realiza en 1955. Después solamente hará El Baile y Mi calle. Ha pasado el tiempo de la postguerra y Neville acepta que “su” Madrid ha cambiado. El narrador, inicia su historia en la terraza del Edificio España de la plaza del mismo nombre. A lo lejos todavía se divisan campos de cultivo a título póstumo. Neville lo sabe y quizás por eso ha filmado desde esas alturas, entonces insuperadas para nuestra arquitectura.
Otra de las historias tiene lugar en la estación de Austerlitz en París. Las otras, claro, en Madrid.
En las cuatro historias, gente sin escrúpulos tiraniza a gente honesta. También aparece al figura del “falso culpable” (Guillermo Marín en otra de las historias) que remite a un tema muy habitual en el cine de Fritz Lang (véase artículo sobre el cine de Lang en Infokrisis). Pero, que nosotros sepamos, Neville y Lang no se conocieron. Es posible que el nexo entre ambos fueran los directores artísticos y decoradores alemanes que conocieron el expresionismo alemán y que o bien antes de la guerra mundial o después de ella, llegaron a España.
Sigfrido Burman y el expresionismo alemán
Uno de ellos fue Sigfrido Burman del que resulta difícil obtener datos biográficos. Se sabe que había nacido en las inmediaciones Hannover y que llegó por primera vez a España en 1910. Diez años después, hablando perfectamente castellano, junto con el productor teatral Martínez Sierra, que será uno de los pioneros en la introducción del pictorismo en la cinematografía. Imbuido de una estética expresionista realizó los decorados para muchas obras de Neville y especialmente se dedicó al teatro hasta bien entrados los años 70.
La influencia de Burman en las películas de Neville es muy palpable, especialmente en la Torre de los Siete Jorobados, que puede ser considerada, verdaderamente, como la gran película del “expresionismo español”.
© Ernesto Milà – Infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com