lunes, 18 de octubre de 2010

Cerolo a la alcaldía y con él la minoría gay...


Infokrisis.- La cuestión gay sigue a la orden del día. La intención del PSOE de presentar a Pedro Cerolo como cabeza de la lista socialista municipal por Madrid, la ha revivido, lo que implica que no estaba resuelta. La cuestión es, si bien el alcalde de París es gay, ¿puede ser el Alcalde de Madrid alguien con mentalidad de minoría y predispuesto a apoyar las iniciativas de las minorías sobre las mayorías? No parecde evidente. De todas formas, el PSOE debe pensar que en Madrid hay mucho gay y que se parte con un buen porcentaje de electores. Pero Madrid no es Malasaña y, por lo demás, en Malasaña no son todos los que están... Presentamos a continuación el Capítulo VI del libro "Los Gays vistos por un Hétero" que puede adquirirse al precio de 12,00 €+ 4,00 €de gastos de envío, solicitándolo a infokrisis@yahoo.es.


VI
La «cuestión gay» existe...
Todas estas discusiones molestan profundamente a algunos exponentes del movimiento gay. He consultado textos emitidos por distintos sectores del mismo en los que se niegan a participar en debates y discusiones que toquen la «cuestión homosexual». Afirman que lo que hay que considerar anómalo es la «homofobia» . Y hasta aquí podemos estar de acuerdo, a condición de definir que queda incluido en esa palabreja. Por que, si de lo que se trata es de condenar la «fobia a lo igual» (homofobia) está claro que es condenable y, más que condenable, tratable por cualquier psiquiatra. Ahora bien, si por homofobia se entiende cualquier postura que no comulgue con las reivindicaciones del movimiento gay, lo lamento pero ustedes, caballeretes, lo que intentan hacer es blindarse ante cualquier oposición y tratar de establecer un patrón de normalidad definido y diseñado por ustedes mismos. Un capricho, vamos.
Mundo gay y mundo de la moda
Literalmente, «conspiración» significa «respirar juntos». Pues bien, hay una «conspiración» universal de progres, modistos y diseñadores gays para convertir la sexualidad en algo ambiguo. La cosa no es nueva. Viene de lejos, desde que en los años 60 empezaron a aparecer algunas modelos que no respondían al esquema que hasta entonces se había tenido de la mujer: senos y caderas marcados, formas redondeadas y andares seductores. A partir de entonces, las pasarelas se llenaron de modelos huesudas, a menudo esqueléticas, con una alta carga de «ambigüedad». Desde entonces, esa tendencia se ha acentuado y resulta inseparable de las ideas aportadas por el contingente homosexual que se mueve en el terreno del diseño y de la moda, que puede calificarse como «amplio». No es que los diseñadores homosexuales hayan «conspirado» en el sentido que los antisemitas atribuyen a los judíos, reuniéndose en truculentos cenáculos para deliberar la forma más contundente de conquistar el mundo. Los homosexuales han «conspirado», en el sentido de «respirar juntos» un mismo tipo de ideas que, probablemente, hayan surgido directamente de su visión de la sexualidad. Han intentado trasladar a la moda –consciente o inconscientemente su visión de la sexualidad: por que es inevitable que aquel al que le atraen los hombres, vea en la mujer un competidor... y que termine –consciente o inconscientemente– tendiendo a atenuar los rasgos femeninos del cuerpo de la mujer, esto es, desfeminizando a la mujer, convirtiéndolo en un ente ambiguo, rebajando su capacidad de atracción.
Desfeminizar a la mujer y masculinizar al hombre, tal es el programa, que permite lograr unos estándares estéticos que satisfacen a quien está desvirilizado y/o feminizado, sino en su cuerpo, si en su mente. El resultado ha sido peripatético. Una parte muy sustancial de las modelos que desfilan en las pasarelas, no son mujeres «normales»; no es que estén mejor o peor, es que no responden, ni en sus andares ni en sus gestos, ni en su atuendo, a la feminidad. Diríase que algunos diseñadores practican una especie de odio a la forma femenina, prefieren humillar a la mujer convirtiéndola en un espantajo ridículo y en el símbolo mismo de la esterilidad. Esto se completa con una moda masculina «audaz» (o agilipollada, que todo tiene su calificación precisa y desinhibida) en la que abundan las transparencias o las faldas. Feminización del varón. Masculinización de la mujer. Bonito panorama el generado por la clique de diseñadores. Triste horizonte para los heterosexuales. Y que quede claro, no es que acusemos al «mundo gay» de una conspiración consciente, sino que los principios del mundo gay aplicados al diseño y a la moda, producen este panorama.
El peor fantasma del mundo gay
Hay una pesadilla inconfesada entre los gays: la persistencia de un cierto tipo de varón que no ofrece concesiones a la ambigüedad. Arturo Fernández, por ejemplo. Un tipo simpaticote, heterosexual de estricta observancia, tronchamozas sin machismos avasalladores, elegante, educado y que se cuida; a menudo, resulta, encantador para el otro sexo. O mi padre, un tipo con perfil y porte de senador romano, andares decididos y armoniosos, ingenioso en la conversación, serio cuando se le exigía y ocurrente cuando se terciaba. Le gustaban las mujeres con acusados rasgos de feminimidad, pero no tenía inconveniente en bailar con la más fea si eso ayudaba a alguna mujer a superar algún complejo. Valiente, pero no agresivo. Hombre de su tiempo que evolucionaba con su tiempo pero que siempre mantuvo valores constantes inamovibles a lo largo de toda su vida. Es importante esto de admirar al padre y recordar a la madre como una gran mujer.
Hay que reconocer algo al mundo gay. Gracias a ellos algunos varones se cuidan más físicamente. No hace mucho, se consideraba «una mariconada» que el hombre utilizara algún tipo de afeite o cosmético. Dicen –y me lo creo– que los after-shave fracasaron hasta que a alguien se le ocurrió que su aplicación debía generar un picor en la barba recién rasurada. Soportar el escozor era «cosa de hombres». El after-shave que irrumpió tardíamente en los cincuenta, salvó a muchos varones de ver sus mandíbulas cuarteadas y perpetuamente irritadas por la cuchilla de afeitar. Pero hacía falta ir algo más allá. En los 60 y 70, prácticamente, los únicos hombres que cuidaban su físico y su piel eran gays o poco menos. La cosa, en cualquier caso, no estaba bien vista, ni la mayoría de los varones lo considerábamos necesario. A mi me sorprendía que un amigo gay que se aproximaba a la cincuentena tuviera la piel tersa como la de una criatura. Utilizaba un sinfín de potingues y eso le ha permitido llegar a los sesenta, con el cutis de adolescente. Yo mismo sostuve que era impropio que el hombre se cuidara de su físico, lo veía como algo superfluo. Resabios de un machismo que, efectivamente, era inherente a la sociedad tardofranquista. Hoy mi opinión es otra: gracias al mundo gay, el hombre se cuida algo más. Y es bueno que así sea. Las emanaciones de gas, humos, tabaco, aire viciado en locales climatizados o no, terminan destrozando nuestro pellejo. Así que hay que cuidarse e hidratar la piel, que ya nos la deshidratará la vida. Pues bien, el uso de cosméticos para el varón ha penetrado a través del mundo gay. Reconocimiento sincero.
Pero, claro, alguien concibió que había que aprovechar estos avances para reciclarlos en el ciclo de la ambigüedad. Hacia marzo de 2004, la prensa mundial lanzó a un nuevo tipo masculino: el «metrosexual». Definido como heterosexual (pero no fanático), asumía rasgos hasta ahora reservados en la modernidad a la mujer: se pinta las uñas, cuida extraordinariamente su físico, utiliza pendientes y cultivaban, en general, su parte femenina. Culto a la ambigüedad. Alejamiento de la polaridad.
Evidentemente, los «metrosexuales» están mal definidos o son, sencillamente, inexistentes. Se toma un personaje mediático como quintaesencia del modelo y se lanza el «producto» (lo «metrosexual»), siendo conscientes que algunos sujetos responderán e imitarán al modelo. De ahí se infiere un nuevo modelo masculino, en realidad inexistente, pero cuya función no es afirmar una nueva identidad sexual, sino mostrar a un varón desvirilizado.
No tengo idea de dónde habrá salido todo esto de lo «metrosexual», pero no me cabe la menor duda de que, a la postre, atenta contra el «eterno masculino», en la medida en que atenúa la polaridad sexual. En la práctica el «metrosexual» interesa más al homosexual que a la mujer, a pesar de que el modelo haya sido pergueñado con una tendencia hétero.
El ideal de masculinidad, no queda definido por Santiago Segura en su «Torrente», sino por esos varones elegantes, educados, encantadores y que se sienten atraídos por el otro sexo y generan una atracción similar en la mujer. Lo hétero se ve atacada en todos los frentes. «Torrente» es el paradigma del estándar heterosexual decadente, abotargado, estúpido, machista hasta la náusea y, de paso, con alguna pulsión homosexual, con complejo de castración que resuelve acariciando revólveres de calibres anacondíacos. «¿Lo veis? Ese es un heterosexual de estricta observancia?», nos dicen ¿Cómo evitar rechazarlo? Pero no es el estándar, sino la caricatura.
Alejado de la caricatura, se encuentra el peor fantasma del mundo gay, una virilidad heterosexual, agradable y atractiva, que se ha intentado contrarrestar con el lanzamiento mediático de un tipo humano ambiguo e inexistente, el «metrosexual» del que, muy probablemente, a la hora de que usted lea estas líneas, ya no quedará ni el recuerdo, sólo la referencia en las hemerotecas. Pero la virilidad está en otra parte.
¿Hay diferencia entre lo masculino y lo femenino?
Si hay diferenciación sexual y de género, la teoría de la polaridad entre los sexos tiene visos de verosimilitud. Si no hay diferenciación, tal teoría es más falsa que un euro con el perfil de Franco. Y hay diferenciación, para quien quiere verla.
Para quien está empeñado en demostrar que tal diferenciación es inexistente, el trabajo es doble: por una parte, justificar la negativa en base a fatalidades de pretensión científica (las veremos) y, luego, procurar que las modas atenúen las diferencias que pudieran existir. Si, de paso, se crea una situación de terrorismo intelectual en la que, quien plantea la diferenciación de roles sexuales, sea considerado machista, homófobo, fascista, reaccionario, sino hijoputa, se tiene la actual situación: traga o serás estigmatizado. En el fondo, los movimientos de reivindicación sexual tienen un límite, más allá del cual se llega a la frontera que separa lo solemne de lo ridículo, lo justo de lo tiránico, lo razonable de lo desmadrado. Buena parte del movimiento de liberación gay, tiene una innata tendencia a situarse en ese punto. Si, las diferenciaciones sexuales y de género existen; negarlas es negar la gravedad. La puedes negar, claro está, pero no evitarás que todo lo que arrojes al aire, caiga sobre tu cabeza.
Nos permitirá el lector que en esta parte hablemos con cierta frecuencia del movimiento feminista. En el fondo, ya lo hemos dicho, el feminismo está emparentado con el movimiento de liberación gay. Los pasos por los que éste transita han sido, en buena medida, trazados por aquel. El movimiento feminista de los años sesenta –la mamá del movimiento gay– llegaba a negar incluso la existencia misma de la mujer. Como lo oyen: igual que si un clérigo negara la existencia de la religión. Algunos lo han hecho, pero no deja de ser absurdo. Así las alegres muchachas del feminismo llegaron a negar cualquier determinismo biológico. La eximia feminista, Giséle Halimi, decía en 1974: «La idea de que el comportamiento humano está dictado por cromosomas es una estupidez». Olvidaba, por supuesto, que los cromosomas sino «tienen» sexo, lo determinan. Simone de Beauvoir en «El Segundo Sexo» había escrito: «No se nace mujer, se deviene mujer». Y su marido, Sartre, la quería tanto que estaba dispuesto a elaborar una teoría existencialista capaz de demostrar esta peregrina idea de su cónyuge bienamada. Decía Sartre, en síntesis: «el hombre inventa a la mujer», nosotros no somos más que lo que los otros quieren ver en nosotros. «El otro no existe»; nosotros le damos vida. La negativa es una forma de afirmación: no hay sexos... luego no hay problema.
La existencia de los sexos no puede ser puesta en duda por la biología. Cuando las Halimi, las Beauvoir y los Sarte, soltaban sus genialidades, la ciencia ya sabía que bajo el sexo latía una base biológica indiscutible. En las especies animales, bastaba variar la cantidad de andrógenos a las que se exponía un feto para provocar un comportamiento macho o hembra en el recién nacido. Cuando Kate Millett, líder del feminismo USA de los 60, decía que «Los estereotipos sexuales están desprovistos de toda base biológica», ante ella, como diría el poeta, era de gran elegancia el bostezar.
Tras las argumentaciones del feminismo radical de los 60 (hoy afortunadamente periclitado y en el basurero de la historia de las ideas) se podían encontrar auténticas barbaridades que tenían como fondo latente, el miedo a la maternidad o la inadaptación psicológica para asumir el hecho biológico de la maternidad. Y esto les llevaba a paradójicas posturas de puritanismo sexual. Las feministas minimizaban hasta la obsesión la diferenciación biológica hombre-mujer (que no es electiva sino que nos viene impuesta por el hecho mismo de nacer y por los andrógenos de los que nos hemos alimentado en el útero) en beneficio de la perspectiva social (que si podemos elegir y depende sólo de nosotros). Eso implica negar la sexualidad en sí misma, en tanto que una de sus facetas es la reproducción, algo visiblemente desagradable para el feminismo.
Esta idea viene acompañada de otra no menos original: el mito de la «bisexualidad». En el nacimiento –decían las ínclitas feministas de la contestación– el sexo está «superficialmente decidido, es la educación familiar y las relaciones sociales quienes finalmente lo modelan». Respuesta incorrecta: es la presencia de tales o cuales hormonas lo que determinan el sexo y, con el sexo, las predisposiciones innatas en una u otra dirección. El doctor Gérard Zwang afirma:«La condición humana no se vive en tanto que hombre o mujer. Desde el momento mismo de la fecundación, los roles están hechos. Algunos se recrean hablando de la bisexualidad de cada ser humano. Tal concepción no supera el nivel científico de las conversaciones de salón (...) La herencia sexual somática no puede ser rechazada. Las actitudes hombrunas de algunas mujeres y las actitudes femeninas de algunos hombres, no pueden cambiar en absoluto la polaridad genésica». Y sigue nuestro doctor: «En cuando a los transexuales que se hacen mutilar los senos o los genitales, que se colocan mamas y se hormonan, se trata de graves enfermos mentales»(protestas dirigidas a Alain de Benoist que es quien extrae la cita en su libro «Vu de Droite» página 343). Benoist, por cierto, añade de su propia cosecha: «No es ni el azar ni las estructuras sociales las que hacen que un recién nacido, niño o niña, lo siga siendo toda su vida. Es el andamiaje cromosomático de las células que lo constituyen. Señalemos además que, si existiera verdaderamente bisexualidad biológica, sólo el hombre podría pretenderla, pues es el único portador de dos cromosomas sexuales X e Y, mientras que la mujer tiene dos gonosomas X)».
Luego están las secreciones endocrinas, por si no hubiera suficiente diferenciación. También aquí hay diferencias hormonales. Y luego están las resistencias al esfuerzo y al dolor, las patologías, e incluso –añade Benoist– el funcionamiento del hipotálamo. Y concluye: «La actividad de los medicamentos y de los tóxicos varía con el sexo. Basándose en diferentes paraencimas o en las encimas, puede hablarse incluso de un “sexo bioquímico”. Para algunas sustancias, resulta evidente la diferencia sexual de actividad y, paralelamente, una diferencia sexual de metabolismo». ¿Ha dicho «diferencias del hipotálamo»? Efectivamente, el endocrinólogo Gilbert-Dreyfus lo explica: «Algunas funciones del hipotálamo, aglomerado de fibras y núcleos nerviosos que forma parte integrante del cerebro, se ejercen de manera diferente de un sexo a otro. Los cerebros del hombre y de la mujer y su modo de pensamiento, no son ciertamente idénticos y considero falsa la afirmación según la cual no hay cerebro masculino ni cerebro femenino sino un solo y único cerebro, el de la especie humana».
La presencia de una tasa de andrógenos más elevada en los muchachos que en las chicas, se evidencia a través de una mayor agresividad en el sexo masculino. Si de lo que se trata es de hacer dos sexos iguales y de borrar cualquier rastro de diferenciación sexual, hay que actuar desde la formación del feto en el útero materno. Hoy podría hacerse. La cuestión es si debería hacerse y las consecuencias de tal modificación. Y, finalmente, ¿a quién podría ocurrírsele una idea tan peregrina?
El varón se caracteriza por potencia, resistencia, energía, combatividad, instinto de caza, de dominio y conquista, voluntad de poder, características surgidas del fondo de los tiempos que permitieron que las sociedades de cazadores sobrevivieran. Si lo hicieron fue por un estricto proceso de selección natural y de distribución de roles. El que el «primer mundo» viva un período de relativa paz y estabilidad, no quiere decir que el futuro sea un mundo «sin historia». Los períodos de paz y estabilidad son accidentes en la historia. Afortunadamente el nuestro es un accidente que nos tiene a nosotros como protagonistas. No sabemos lo que durará, sólo podemos intuir que no será eternamente y que, antes o después, habrá que reemprender la lucha por la vida y quizás en unas circunstancias muy dramáticas. Y muy posiblemente lo que nos ayude a salir de un nuevo bache (que quizás no sea bélico –o si– pero puede ser ecológico o climático) será de nuevo el instinto del cazador. Elimínalo y terminarás eliminando también las posibilidades de supervivencia de la especie.
¿Y la mujer? Sensibilidad, ternura, intuición, receptividad, instinto materno. La mujer tiene acentuados todos los rasgos psíquicos y físicos que tienden a la conservación de la especie, desde luego, mucho más que el varón. La mujer se fatiga más rápidamente que el varón, pero es capaz de soportar una tensión psíquica mucho mayor. A pesar del tremendo esfuerzo que supone la maternidad, la mujer tiene tendencia a vivir más que el varón. Y para colmo, resiste mejor el dolor. Benoist escribe unas líneas inspiradas al respecto: «Teniendo como principal papel biológico dar la vida y favorecer su preservación, la mujer inclina a la tradición (concebida como repetición de lo que ya se ha probado) y a la educación (concebida como aprendizaje de un modelo y de su replicado). El hombre, por el contrario, tiende a la innovación, incluso cuando ésta comporta un riesgo (...) La superioridad biológica de la mujer en lo que respecta a la resistencia y a la vitalidad es tan conocida como la del hombre en lo que respecta al empleo puntual de la fuerza, el récord y el esfuerzo localizado. En la mujer, es lo continuo lo que fundamenta la superioridad; en el hombre es lo discontinuo».
Luego están las diferencias en materia de inteligencia. Sí, en materia de inteligencia, por que el coeficiente intelectual de las mujeres tiene menor variabilidad que el de los hombres. O dicho de otra manera: en las mujeres existe una gran concentración de Q.I. en la franja media, en los hombres, sin embargo, está mucho más repartido. Esto explica que una parte sustancial de los idiotas sea varón... pero también de los genios. Y esta es una de las causas de que las clases de recuperación, tengan un mayor número de chicos que de chicas. Nada de todo esto se explica en absoluto por la influencia del medio ambiente. Así que hay diferencias. Arianne Stassinopoulos escribe: «El cromosoma macho Y engendra una mayor variedad genética en todos los estadios del crecimiento, y el desarrollo masculino es más lento, concediendo más tiempo a la aparición de las variaciones». No existen diferencias de inteligencia entre los sexos, lo que ocurre es que están dotados de manera diferente.
El conde Keyselring llega incluso a afirmar «que la masculinidad o la feminidad de un ser humano es algo más profundo que su cualidad de ser humano en general» y luego pasa a definir a los hombres como «más individualistas» y a las mujeres como «más altruistas». De ahí establece la complementareidad necesaria entre ambos temperamentos. La mujer busca la duración en cualquier actividad, mientras que el hombre tiende a la intensidad.
Todo esto está muy bien. Parece que hemos logrado establecer que existen sexos y que los sexos no son iguales en rasgos. Ignoro por qué alguien puede dudarlo. Bien ¿y cómo es que aparece el movimiento de liberación de la mujer? Como siempre, hay causas diversas; una de ellas, la efectiva situación de inferioridad social de la mujer en la que algunas formas de la sociedad burguesa la habían recluido. Pero hay otros motivos. Fue en el mundo norteamericano en donde el movimiento adquirió su máxima irradiación. En EEUU se considera, gracias al calvinismo y al puritanismo, que el éxito económico es el reflejo de una justeza moral: un rico es superior moralmente y se ve recompensado por Dios con su fortuna. Tal visión deriva de la absolutización de los valores económicos que, a la postre, se convierte en fuente de legitimidades morales. La mujer americana vivía este orden de ideas dramáticamente: ella estaba a la sombra de su marido, luego no brillaba con luz propia y, por tanto, no existían posibilidades de que pudiera evidenciar su moralidad mediante el triunfo económico. Era en EEUU donde la mujer quiso igualarse al hombre para alcanzar algo que a algunas les importaba mucho más que el cuidado del hogar o los hijos. A partir de ahí, el proceso de americanización de la cultura mundial, unido a la situación objetiva de las mujeres, se extendió a todo el mundo y con él, el movimiento de liberación de la mujer.
Los sexos existen... y en distintos planos
Ya hemos apuntado algo que puede parecer sorprendente: el sexo es una calidad fisiológica... pero no sólo fisiológica. También existe un sexo de la mente. Existe una forma de ver las cosas «masculina» y otra «femenina». Es posible que esa forma de ser, derive de secreciones hormonales que generen distintas capacidades físicas y cada género busque adaptarse de la mejor manera posible para el cumplimiento de sus funciones. Sea como fuere, a un sexo físico, corresponde un sexo mental. En los casos de homosexualidad, transexualismo, es evidente que «algo» ha ocurrido: el sexo físico no corresponde al mental, esto es, a la forma de ver el mundo y de comportarse en él. Ha existido, por tanto, un «problema» de sexualización. A partir de aquí, aparece toda la «cuestión homosexual»: como producto de un defecto de sexualización. El caso más extremo y visible es el del transexualismo; no es que se sientan atraídos por su mismo sexo, es que se sienten miembros del otro sexo.
En nuestra óptica, el sexo de una persona está definido por sus genitales y por su cerebro. Aparecen así dos tipos: hombre y mujer. Y luego se genera una serie de combinaciones: sexo masculino, mente femenina; sexo femenino, mente masculina; sexo masculino que desea convertirse en femenino; sexo femenino que desea convertirse en masculino. Y de ahí derivan las distintas identidades sexuales: heterosexualidad (individuos atraídos por personas de sexo contrario al propio), homosexualidad (individuos atraídos por personas de su mismo sexo: Gay: hombre homosexual y Lesbiana: mujer homosexual) y, como no, bisexualidad (individuos que pueden experimentar atracción sexual por otros de su mismo sexo o de sexo contrario). Y, finalmente, transexualismo (identificación sexual con el sexo contrario al que tiene genitalmente).
Sin embargo, el movimiento de liberación gay niega la mayor. En un texto de la fundación Triángulo puede leerse: «El proceso sexual, que pasaría por fases biológicas, sociales, hormonales y un largo etcétera, tendría básicamente dos modos de sexuarse: hombre y mujer. Hablaríamos pues de que un individuo se comienza a identificar sexualmente, bien como hombre, bien como mujer. Independientemente de cuáles sean sus genitales». ¿Independientemente de sus genitales? En absoluto. Pero luego, el mismo texto, se insiste algo más adelante: «Así, mi sexualidad será la construcción subjetiva y personal de mi manera peculiar de ser hombre o mujer, y las peculiaridades de esa sexuación, a partir del aprendizaje, la socialización, la cultura... que da riqueza a esa sexualidad (deseos, fantasías, gestos, sentidos...)». Obsérvese que no aparece ninguna referencia a la fisiología o a los procesos hormonales. Para el movimiento gay, una cosa son los «dos modos de experimentarse sexuado, ser hombre o ser mujer», y otra la «dirección del deseo» que experimenta cada ser sexuado y ese puede ser homosexual o heterosexual. Para nosotros, en cambio, los dos sexos físicos albergan y definen dos formas de percibir el mundo y de situarse en relación al mundo. Al sexo físico corresponde un sexo mental por que, éste, no es independiente de la fisiología, pertenece a nuestra herencia innata. Y este conjunto hace que la orientación del deseo sea hacia lo que es complementario, no hacia lo que es similar. El deseo no es completamente libre de la fisiología... está predeterminado por ella. Y cuando esta predeterminación no se cumple es que ha existido un problema en el proceso de sexualización.
Desde esta perspectiva, la homosexualidad no sería una libre opción, sino la resultante de un problema, acaso socio-cultural (ausencia de padre, peso excesivo de la madre en la educación del hijo), acaso fisiológico (disminución de andrógenos motivada por algunos aditivos contenidos en los alimentos). Interpretaciones al porqué alguien se siente atraído por individuos de su propio sexo, hay varias. Todas ellas son discutibles para el movimiento de liberación gay que explica su opción defendiendo su derecho a la libertad del deseo, algo que nadie discute, pero sí es susceptible de matización.
Somos biología y química. Somos el extremo límite de la evolución: disponemos de células extremadamente sofisticadas, capaces de generar vida intelectiva, proporcionando al ser humano conciencia de sí mismo. Pero el substrato del ser humano es químico y biológico. A lo que se une una componente antropológica insertada en los individuos desde los albores de la humanidad, cuando la lucha por la existencia y por la supervivencia del clan, generó la especialización en base a las características sexuales. Dígame como anda la química de su organismo y yo le diré cuáles son sus deseos. ¿Libre albedrío? Sí, pero no fanático....
© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es