domingo, 17 de octubre de 2010

EL ESPÍRITU DE LA LEGIÓN EN SUS CANCIONES (I de II)

 

Las canciones expresan el estado de ánimo de un pueblo y, análogamente, la combatividad y la moral de una tropa. La tropa suele cantar dos tipos de canciones; por una parte, las ceremoniales y de circunstancias, habitualmente encargadas a un compositor de prestigio y que enseñadas oficialmente durante el período de instrucción; éstas se convierten en algo así como el distintivo de un cuerpo. Luego están las que nacen de esa misma tropa en los momentos de asueto; se componen en las guardias o en las tardes cuarteleras, en plena cantina o incluso en los descansos en el combate, habitualmente la música es tomada en préstamo de canciones populares de ese momento. Estas últimas expresan sobre todo el estado de ánimo y las preocupaciones de los soldados con toda la sinceridad con la que el vino y el coñac hacen decir siempre la verdad.

En este sentido, si hay un cuerpo cuyas canciones hablen por sí mismas y en las que lo “oficial” surgido de las alturas y lo “oficioso” nacido de la misma tropa hablen un mismo lenguaje, ese es el Legión Española, el antiguo Tercio de Extranjeros. No hay lenguaje más claro, casi diríamos, lacónico –en su sentido más originario, espartano- que el lenguaje de la Legión.

Existen tres himnos oficiales de la Legión: La Canción del Legionario, El Novio de la Muerte, Tercios Heroicos y la Oración del Legionario. Más que “oficiales” habría que decir “tradicionales”. Y, por supuesto, existen decenas de canciones legionarias, elaboradas por la tropa, que siguen enseñándose unos legionarios a otros, sin excluir que muchas hayan desaparecido al caer en desuso, al verse diezmadas las unidades en momentos de guerra o, simplemente, por puro aburrimiento. Las primeras se deben a compositores y músicos reputados y en cuanto a las segundas, en buena medida se trata de canciones populares de una época a la que los legionarios adaptaron su propia letra.

  


El tema del Amor y de la Guerra

Dado que en la legión van a parar gentes de muy diversa extracción, también parece que reputados poetas han vestido la camisa legionaria. Uno de los temas más habituales de toda esta música es la referencia al amor y a la mujer y, entre todas, quizás la más impactante y que demuestra una inusitada sensibilidad es aquella desenfadada que cantan los legionarios de marcha en las primeras escenas de ¡A mí la Legión! y cuyo estribillo dice:

“A la Legión, a la Legión,a la Legión vine a luchar.Adelante la Legión,porque en ella está el amory en el amor la eternidad”.

El guerrero –y el legionario es un guerrero, no un repartidor de bocatas a domicilio como algún político cretino ha querido reconvertirlo- es excesivo en todo. En el combate se convierte en una verdadera máquina de matar y en un verdadero candidato a la muerte (en la misma película de de Juan de Orduña, ¡A mí la Legión!, en el despacho de alistamiento, un legionario toma la filiación a los recién llegados:

- ¿Nombre?- Rodrígo Díaz de Vivar…- ¿El Cid Campeador?- Puede…

Y luego pasa otro:

- Edad (es un crío)- Veintiún años…- Muchachos, ¿sabes a lo que has venido?- A morir por la Legión…

.. y es imposible no sentir un escalofrío, especialmente porque no se trataba de mera retórica. La acción heroica, la aceptación del hecho de la muerte y su búsqueda intuida como el sentido de lo humano, y experimentada como convicción y no por la lectura de las espesas obras de los filósofos existencialistas, el encontrar, finalmente, un sentido a la vida, aunque ese sentido fuera la muerte, todo ello ejerció una influencia notable en cierta juventud de la pre-guerra y, casi nos  atreveríamos a decir en un sector minoritario, pero existente, de la juventud actual.

Hubo un tiempo en el que alistarse en la Legión suponía aceptar el hecho muy probable de morir en la Legión, esto es, por la Legión. Y se cumplía la misma ley que han experimentado todos los guerreros en todas las épocas y que el propio Millán Astray conocía bien, pues no en vano, una parte del Código de la Legión había salido de las páginas de El Bushido de Inazo Nitobe, el samurai cuya obra tradujo al español el fundador de la Legión. Esa ley era: vive con intensidad y toda la conciencia de existir como te sea posible, porque este puede ser el último día de tu vida. La certidumbre de la muerte, su aceptación y, por tanto, su búsqueda, hace que el guerrero viva con una intensidad desmesurada todas las pasiones. El amor la primera.

De hecho, siempre el desengaño amoroso ha constituido una de las causas más habituales para alistarse en la Legión. Pero también en las filas de la Legión, los amores del Caballero Legionario con la cantinera o con cualquier otra mujer, alcanzan una intensidad inusitada como en el estribillo que hemos citado. Y no es raro que así sea. La trilogía amor – muerte – eternidad, ha sido presentida por el poeta e intuida por los Caballeros Legionarios que han hecho de ella una verdadera obsesión. Esta obsesión es el leit-motiv central de El Novio de la Muerte.

La segunda estrofa de este conocido himno legionario dice así:

Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

Pero la asunción de la muerte como novia y compañera ha sido inducida por la muerte de la mujer amada. No es un desengaño amoroso, sino una tragedia personal, la pérdida de la compañera que hace que la unidad hombre-mujer, soldada por el amor y concebida como un todo, rompa la unidad esférica (esto es, perfecta) con la que había sido percibida desde Platón, y la vida de la parte superviviente carezca ya de sentido. La canción es ilustrativa al respecto. El legionario ha hecho gala de su valor y ha muere heroicamente:

Cuando, al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.
Y aquella carta decía:
”…si algún día Dios te llama
para mi un puesto reclama
que buscarte pronto iré”.

Esa misma carta termina con una recapitulación de los motivos de su compromiso con la Legión:

Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi ¡Bandera!

También hay en todo ello un deseo de exceso y de intensidad. Es frecuente en todos los cantos de guerra de los cuerpos de élite las alusiones a lo que podríamos llamar el “erotismo de la muerte”. Las tropas de asalto alemanas de la I Guerra Mundial cantaban: “… y si la muerte llega y nos acaricia”, que parece hablar otro lenguaje diferente al no-guerrero para el que la llegada de la muerte supone un mazazo insoportable y no una caricia.

A fuerza de considerar la posibilidad de morir en cualquier choque, el miembro de cualquier cuerpo de élite –y, por supuesto, de la Legión-, el guerrero tiende a establecer un nexo de proximidad con la muerte y considerarla una compañera inseparable que, en cualquier momento, podrá manifestarse y, cuando lo haga, hará, solamente, que tener en cuenta el Credo de la Legión y, en concreto el punto 10º o “Espíritu de la muerte”:

El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde.


Caminar al paso con la muerte

La muerte es el hecho esencial de la milicia y, mucho más, de los cuerpos de élite. Se dice que una buena muerte redime toda una vida. Pero no es cierto, más bien habría que decir que un comportamiento heroico exalta las mejores virtudes de lo humano. El deseo de libertad es una de ellas. En un sentido metafísico la libertad es la capacidad de dominio sobre los instintos, los miedos, los deseos y todo aquello que nos puede dominar. Desde este punto de vista, si el mayor riesgo de una vida humana, es la muerte, será cierto que sólo el desprecio a la muerte da  la libertad. Por eso, sin duda, al cantar El Novio de la muerte, el legionario recuerda la clave de toda esta filosofía:

Mi divisa no conoce el miedo,
mi destino tan sólo es sufrir;
mi bandera luchar con denuedo
hasta conseguir vencer o morir.

Y, en cuanto al estribillo de Tercios Heroicos, que en realidad fue el primer himno oficioso de la Legión Española a poco de constituirse, se repite dos veces

Legionarios a luchar,legionarios a morir,legionarios a luchar,legionarios a morir.

Este himno, en nuestra modesta opinión, es de todas las canciones de la Legión, probablemente la más poética y, si se nos apura, la más almibarada, como si a poco de ser fundado, el Tercio de Extranjeros todavía no hubiera conseguido traducir a canto espontáneo su espíritu. Excesivamente retórica, esta canción se redime precisamente por su estribillo que resume el ideario de su fundador: luchar y morir. Cuando los legionarios, pocos años después tienen ya un himno oficial asumido por todos, las ideas están mucho más claras. Es el Espíritu de Acudir al Fuego, el 7º del Credo Legionario:

La Legión desde el hombre solo hasta La Legión entera, acudirá siempre donde oiga fuego, de día, de noche, siempre, siempre, aunque no tenga orden para ello.

 


¿Por qué esa insistencia en conocer el fuego del enemigo? En la notable película alemana de postguerra, El Puente, el general de la Volkstrum de ese distrito, encarga al Sargento Heimdal que cuide de los muchachos de las Hitler Jugend que se han incorporado ese día a la defensa de la Patria; el general pregunta: -¿Qué ha aprendido usted a lo largo de toda esta guerra?, y el sargento Heimdal contesta: -A esconderme. Es el tradicional e hispánico escaqueo. En la Legión el escaqueo del fuego enemigo está proscrito. Lo que el código ordena es, justamente, lo contrario: acudir al fuego. Y en el Himno de la Legión, en su primera estrofa se indica el por qué:

Soy valiente y leal legionario
soy soldado de brava legión;
pesa en mi alma doliente calvario
que en el fuego busca redención.

La palabra clave es “redención”. El diccionario de la Real Academia de la Lengua, nos aporta el sentido de la palabra “redención”. Acto de redimir, claro. Y redimir: “Poner término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia”. Parece que en este término alguno de los redactores del Diccionario hubiera pasado por el Tercio. Para hombres a los que la vida, por algún motivo, se ha hecho insoportable, la Legión ofrecía la posibilidad de redención por una doble vía. La primera dejar su yo a la puerta del cuartel –ese yo es el que sufre penuria, dolor, adversidad o molestia-, la segunda es ir al paso con la muerte, como si se tratara de una compañera más de la formación. Si el mayor riesgo para la vida es la muerte, ¿cómo habría que calificar a alguien que dejara de tener miedo a la muerte? Es simple, ese sería un hombre libre.

El Pobrecitos maridos infelices, que ha empezado casi como una canción de reclutamiento exhibiendo las bondades de la vida legionaria, para luego ciscarse en la intendencia, más tarde en el rechazo a la filosofía del pico y de la pala, vuelve en sus últimos cuatro versos a los lemas propios de un cartel de reclutamiento:

Son diez pesetas,
bien comido y bien servido,
tendrás fama de león,
aunque seas un cabrón en la Legión.

Y es que el Caballero Legionario es el campo de batalla lo que el león es en la selva.

Una sociedad sin clases, una casta guerrera

En la canción Pobrecitos maridos infelices, se cuenta la historia de uno que luego la propia canción calificará de mandante:

Y ese otro que en su pueblo,
se las daba de sereno,
con el hambre que pasaba
se alistó al Tercio de Extranjeros,

¿Qué ocurre, pues, con la Legión Española? ¿Está formada por desheredados de la fortuna? ¿acaso por gentes que han perdido toda esperanza de prosperar en la escala social? Planteamiento erróneo. Eso vale para las categorías burguesas y para la forma pequeño burguesa de ver la vida. En la Legión Española se respira otro aroma.

Hay un mito que ha soportado el paso del tiempo: el que a la legión van a parar hombres de todas las condiciones sociales. Eso pudo ser cierto en algún momento y hoy, digamos, que no lo es tanto. En 1967, se alista en el Tercio de Extranjeros, un personaje extraño que parecía sacado de la película ¡A mí la Legión!. Modales refinados, educación exquisita, aspecto extremadamente agradable, un hombre de mundo, acompañado por alguien que parecía ser su amigo inseparable, o al menos una especie de machaca. Solamente había dado un nombre al alistase: “Juan de Austria” (y seguramente el escribiente debió bromear: “el de Lepando ¡no?”), como el “Mauro, solamente Mauro” que se alista en la película de Juan de Orduña. Al cabo de unos meses, “Juan de Austria” debe abandonar la legión. Se trataba del SAR el Príncipe Sixto Enrique de Borbón Parma (al que nunca agradeceremos suficiente los desvelos que tuvo por nosotros durante nuestra estancia en París). Como el “Mauro, solo Mauro” de la película que también resulta ser el príncipe de un país balcánico… En cuanto al machaca de “Juan de Austria”  que se había alistado en la Legión para acompañar al Príncipe, naturalmente, no fue expulsado y debió cumplir con su compromiso militar hasta el final, como los buenos…

Hoy, es posible que el nivel medio de los Caballeros Legionarios sea diferente al de los años 20 e incluso diferente a la situación de Sixto Enrique de Borbón en los 60. España ha cambiado y su estructura de clases también ha cambiado. Sin embargo, la Legión Española sigue siendo una estructura de combate que está al margen de las clases y por encima de las clases sociales. De hecho, pertenecer a la Legión Española es algo más que pertenecer a una “clase social”, supone, sobre todo pertenecer a una casta: la casta guerrera.

Si hay una canción que resuma lo que un marxista contrito consideraría como la “concepción de clase” de la Legión Española es la que lleva por título el de su primer verso: Como somos caballeros legionarios. Empieza la canción reconociendo que el “estilo legionario” puede disgustar a muchos (la casta guerrera, solamente es comprendida por la casta guerrera, frecuentemente despreciada por la burguesía, casta hegemónica en la modernidad):
Como somos caballeros legionarios
hay mucha gente que no nos camela
como si fuera un delito
ser de La Legión Extranjera
Las dos estrofas siguientes suponen una afirmación explícita de que para el Caballero Legionario no existen clases sociales:

Nosotros no nos preocupamosni del más grande ni el más chiconi tampoco olvidamosni a los pobres ni a los ricosCuando vamos por la carreteray nuestras carnes se tuestan al solla sangre de nuestras venases igual que la mejor.

La siguiente estrofa es también antológica. Reconoce que el legionario ha tenido, con frecuencia, mala vida o una vida hecha de miseria y hambre. Lo que a otros les causaría bochorno reconocer, para el legionario es fácil asumirlo:

Si asaltamos los corralesy robamos las gallinases para matar el hambreque pasamos en la vida.

La última estrofa parece extraída de la película de Juan de Orduña o de la La Bandera protagonizada por Jean Gabin en 1935, en la que, desde Francia, se veía igualmente a nuestros Caballeros Legionarios. Un cuerpo en el que la alegría intensa y concentrada de quien sabe que cada día puede ser su último día

Si cantamos soleares
o bailamos bulerías
es para olvidar las penas
que pasamos en la vida.

Por encima de las clases, sin clases sociales, contra la consideración de los hombres en función de su origen, pero conscientes de que se pertenece a una entidad superior a la clase y, contraria a ella: una casta, la casta guerra.

 


El anonimato legionario

Se une a una deliberada y voluntaria destrucción de la personalidad anterior. Entrar en el Tercio equivale a un proceso iniciático: alistarse es morir como hombre viejo, como lo que se ha sido antes, para nacer como hombre nuevo. Ese “hombre nuevo” es una especie de sacerdocio templario, mitad monje, mitad soldado, cuyo hábito es la camisa y el gorrillo legionario. Desde este punto de vista, ser investido Caballero Legionario es similar a revestir una nueva “piel”, ya no será el polo y los jeans del joven discotequero, o la camisa y corbata del representante de comercio, sino el hábito de un verdadero sacerdocio ideado para dar y recibir la muerte.

Sería difícil encontrar una construcción tan hermosa como la Catedral de Chartres o la de Burgos. Hasta el artesano que cinceló su última piedra debería sentirse orgulloso y, sin embargo, no conocemos a ciencia cierta el nombre ni de los canteros, ni los maestros de obras. El anonimato es la garantía del verdadero arte porque aspira a representar no una forma personal concebida por un individuo concreto en un momento dado de la historia, sino a representa la belleza por sí misma.


En el Tercio de Extranjeros se busca, en esencia, lo mismo: no héroes individuales, sino una forma heroica de comportamiento colectivo y, para ello, hay que superar las barreras que las distintas personalidades imponen entre los voluntarios, “Yo Juan”, “Yo Pedro”, “Yo Macario Wilson”… No, el “Yo” no existe en la Legión. No puede existir. Donde está el “Yo”, no está el “espíritu legionario”. La Legión es una unidad, responde como un solo hombre. Por eso es importante dejar a la puerta del cuartel todo lo que nos hace ser “tú” o “yo”. Por eso es importante el corte de pelo, el uniforme, el marchar al paso, el cantar las mismas canciones, el comer en la misma mesa un mismo rancho, el beber, el ir de putas juntos, y el compartir las alegrías y las tristezas, que, a fin de cuentas, por ser de uno son de toda la unidad. Si un hombre está deprimido, esa debilidad, en combate, puede dañar a toda la unidad. Unidad, viene de Uno; hay tantos “yoes” como ranitos de arena en una playa. El yo no tiene lugar en la Legión Española, ni en cualquier otro cuerpo guerrero.

De ahí que no sea solamente por desengaños amorosos o frustraciones, ni siquiera para huir de un fracaso cualquiera por lo que se exalta el anonimato en las canciones legionarias, sino también y, sobre todo, para que el espíritu de cuerpo se imponga sobre el “tú” o sobre el “yo”. Ni siquiera es el “nosotros”. Es simplemente: Uno, la Legión.

El Novio de la Muerte, arranca con esta temática:

Nadie en el Tercio sabía
quien era aquel legionario
tan audaz y temerario
que a la Legión se alistó.

Y aunque el legionario protagonista de la canción, a fin de cuentas, ha sufrido la pérdida de su amada, a nadie se le escapa el valor educativo de la canción que opera a modo de cincel del escultor sobre el espíritu de cuerpo de todos los Tercios y Banderas de la Legión.

Y en el propio Himno de la Legión, esta idea, que fue el gran hallazgo de Millán Astray, se recoge explícitamente:

Somos héroes incógnitos todos,
nadie aspira a saber quien soy yo;
mil tragedias, de diversos modos,
que el correr de la vida formó.
Cada uno será lo que quiera,
nada importa su vida anterior,
pero juntos formamos Bandera,
que da a la Legión
el más alto honor

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com