domingo, 17 de octubre de 2010

Conspiradores, conspirativos y conspiranoicos (VI de VIII). La mentalidad conspiranoica

Publicado: Miércoles, 30 de Julio de 2008 12:37 
Infokrisis.- La verdad es al conspiracionismo, lo que la democracia es a los partidos mayoritarios en España: pura coincidencia. A decir verdad el peor enemigo de la "teoría de la conspiración" (entendiendo por tal, la opuesta a la "verdad oficial") es el conspiranoico que reduce su punto de vista al nivel puramente grotesco, exótico y risible. Sin embargo, es interesante, desde de la perspectiva de esta serie abordar la mentalidad conspiranoica y sus características.
10. La mentalidad conspiranoica.
El conspiranoico es algo diferente al que intenta establecer una teoría de la conspiración. El mismo neologismo indica una familiaridad y entendimiento con determinaba enfermedad mental: la paranoia. Se trata de una enfermedad curiosa pero suficientemente conocida.
Toda forma de paranoia es un trastorno delirante que hace que el sujeto mantenga una o unas pocas ideas delirantes como única sintomatología. Para que una idea sea delirante debe tener necesariamente tres características:
1) estar firmemente sostenida por el sujeto a base de razonamientos inadecuados;
2) ser fija y no corregirse mediante la experiencia o mediante demostración de su falsedad.
3) ser errónea y sin fundamento lógico.
No toda idea sostenida con firmeza es muestra de paranoia. Una arraigada convicción religiosa o política, por ejemplo, no lo es, siempre y cuando el sujeto sea capaz de presentar su posición como anclara en razonamientos aceptados por la sociedad. Una idea religiosa o política empieza a ser paranoide cuando se radicaliza en extremo y está más allá de cualquier razonamiento lógico y ponderación y cuando es afirmada mediante cualquier razonamiento extravagante.
Existen dos tipos de delirios, lo “impositivos” (cuando el sujeto quiere comunicar a otros sus posturas y sus creencias por encima de cualquier otra cosa) y los “defensivos” (cuando el sujeto se siente amenazado y experimenta la sensación de vivir clandestinamente  oculto ante las amenazas contra él que imagina). Es importante señalar que el paranoico utiliza silogismos y razonamientos para justificar su creencia, e incluso que tales sistemas son adecuados y correctos, pero parte de bases erróneas. Se han dado casos de individuos que se creían Napoleón y eran capaces de establecer estrategias adecuadas ante war-games… el problema es obvio: ellos no eran –no podían ser- Napoleón.
A diferencia de los trastornos esquizoides, los trastornos delirantes no implican alucinaciones (sensaciones irreales que el sujeto toma como integrantes de su cotidianeidad). El delirante solamente muestra un comportamiento extraño en relación a la idea delirante que le domina, si bien es cierto que cada vez ocupa más espacio en su cerebro.  El paranoico es aquel que asume, sostiene y defiende un pensamiento delirante. Un conspiranoico será quien perciba detrás de episodios traumáticos de una conspiración, una idea delirante.
Los rasgos del conspiranoico son pues:
- asume una creencia con una persistencia obsesiva que ocupa un papel de centralidad en su vida: todo lo que le ocurre está vinculado a la “conspiración”.
- la creencia es improbable o, al menos, él no está en condiciones de demostrar su realidad con argumentos comprensibles para la gente normal.
- sostiene esta creencia con un énfasis desmesurado por encima de toda medida.
- esta creencia hace que su vida se altere profundamente.
- en ocasiones el sujeto adopta una posición secretista cuando es preguntado por desconocidos de los que recela y a quien íntimamente considera partícipes en la conspiración.
- esto le lleva a un estad de hipersensibilidad  en relación a su idea delirante que termina en un desgaste nervioso del sujeto.
- cuando se le lleva la contraria reacciona con una hostilidad desmesurada. El tiempo le vuele cada vez más irritable en todos los aspectos de su vida.
- la obsesión delirante va creciendo y, a medida que el sujeto avanza en esa dirección, no nota que cualquier otra tendencia de su espíritu (incluida la sexualidad) va siendo absorbida por la obsesión. La vida del sujeto se va empobreciendo progresivamente.
- en el límite la obsesión tiende a exteriorizarse. En algunos casos el sujeto aspira a transmitir a otros su obsesión, compartir sus delirios y ganar adeptos para lo que considera su causa.
El conspiranoico tiene algunas variaciones notables: su idea central es el descubrimiento de las causas últimas que han provocado tal o cual episodio. No es raro que el conspiranoico haga un viaje hacia atrás en el historia que puede oscilar de unas décadas a incluso varios siglos. Habitualmente, ni tiene formación en Historia, ni siquiera en periodismo, ni mucho menos conoce los mecanismos de la política, ni tampoco le interesa excesivamente la actualidad. Simplemente, cuando ocurre un suceso traumático, se obsesiona con él y empieza a recopilar su arsenal de datos paranoicamente ordenados. Eugenio D’Ors decía de los paranoicos que es imposible discutir con ellos porque siempre tienen razón… tienen razón a condición de aceptar su lógica y su selección de datos.
Existe cierta predisposición en algunas ecuaciones personales. Los trastornos conspiranoicos solamente se manifiestan en personalidades extremadamente desconfiadas con poca empatía con el mundo que les rodea; suelen aparecer en individuos ególatras y extremadamente orgullosos (de hecho el dominar una temática conspiranoica les alimenta tanto en su egolatría como en su orgullo pues no en vano consideran que así saben algo que les está vedado a la mayoría). Frecuentemente la conspiranoia viene acompañada por manía persecutoria. El sujeto se sabe seguido, si ocurre algo en su vida lo interpreta como conspiración contra él, cree que le siguen los pasos, su teléfono está intervenido, su correspondencia abierta por otros, su correo electrónico vigilado. A diferencia de otras manifestaciones paranoicas, el conspiranoico no está particularmente dominado por delirios de grandeza, a menos que en su particular escala de valores el hacer sido capaz de desentrañar el nudo de una conspiración lo sitúa en el Empíreo de los elegidos.
Así pues, la personalidad conspiranoica es un narcisista que ha experimentado frustraciones de distintos tipos o complejos de culpabilidad que le han llevado a tener un muy bajo nivel de autoestima. Algunos ejemplos aclararán estos conceptos:
- el antifascista: el rechazo al fascismo o a sus formas extremas puede ser considerado como lógico para determinado espacio político. El problema no es cuando el antifascismo es la consecuencia de una opción política, sino cuando aparece en individuos sin ningún tipo de criterio político. Habitualmente, en estos casos corresponde a deseos edípicos. Se considera al fascismo como el “padre” que ha destrozado la infancia y hurta el cariño de la madre (en este caso de la población), por tanto habrá que “matar al padre” pare recuperar la iniciativa social. Habitualmente el antifascismo aparece en sectores políticos extremadamente minoritarios, inadaptados y extremistas con ideas muy mal definidas que dicen hablar en nombre del pueblo pero que son rechazadas por ese mismo pueblo. Cuando este ocurre aflora su complejo edípico no resuelto e intenta solucionarlo mediante el ejercicio del antifascismo que, frecuentemente, tiene también un carácter necrológico (homenajes reiterados a los “antifascistas muertos” prescindiendo de cómo y por qué murieron). En su tiempo, el anticomunismo obedecía a pautas relativamente similares.
- el antisemitismo: es hijo directo siempre de un complejo de culpabilidad, habitualmente ligado a la enseñanza de la religión cristiana y especialmente cuando este adoctrinamiento reviste caracteres sombríos (especialmente basados en idea del pecado y del homenaje que debe todo católico a quien murió y resucitó por él). También aquí el culto necrológico y sadomasoquista está presente de manera desmesurada. Cuando se ha “mamado” esa educación desde la infancia y se ha hecho del “pecado” el eje de la vida, es evidente que, antes o después el sujeto “peca”. La religión católica, consciente de la debilidad de la naturaleza humana y de la inevitabilidad del pecado, había previsto esa situación psicológica ofreciendo a cambio el sacramento de la confesión: el sujeto peca, pero confesar implica limpiar el pecado. Pero para individuos que han recibido en su infancia una educación excesivamente estricta y que luego, por algún motivo, tienen la sensación de ser “grandes pecadores”, la única forma de expiar su culpabilidad y encontrar una coartada gratificante es encontrando a alguien más culpable que ellos, al lado de los que el propio pecado (una masturbación, un pensamiento obsceno, un deseo erótico, dada la hostilidad del catolicismo hacia el sexo, las principales ideas “pecaminosas” del sujeto tienen que ver con el sexo) sea casi una bagatela. Los antisemitas subliman este complejo de culpabilidad en los judíos que crucificaron, torturaron y asesinaron a Cristo. El delirio antisemita no es, pues, más que una sublimación de un complejo de culpabilidad que se argumenta sobre una casuística inconexa de judíos que aparecen en el arte, en la política, en la filosofía, etc.
El conspiranoico trabaja con un esquema mental muy sencillo basado en tres puntos:
- selección maniquea de hechos: no todas las informaciones sirven a efectos conspiranoicos sino solamente aquellas que refuerzan al sujeto en su obsesión. No se trata de hecho que no encajen con la “versión oficial”, sino con su particular visión de la conspiración. Esto ha sido muy evidente en relación a algunos “trabajos” sobre el 11-M cuando un sector que empezó haciéndose eco de la “verdad oficial” de las primeras 72 horas posteriores al atentado cuando “había sido ETA” y que han seguido sosteniéndolo a lo largo de los cinco años siguientes. Es particularmente interesante el vídeo colgado en youTube del momento de las explosiones en Atocha cuando el comentarista señala con una voz trémula a un pasajero que pasa ante la cámara huyendo del que dice es un conocido etarra que “lleva un par de mandos a distancia en las manos”. El parecido es muy relativo y los mandos a distancia no aparecen por ningún sitio.
- desconsideración por la calidad de las fuentes: cualquier dato aparecido en una web sin padre ni madre, de más que dudosa fiabilidad, es tomado como un dato “bueno” si corresponde con la visión conspiranoica. Es evidente que el universo conspiranoico se retroalimenta a sí mismo, los datos ofrecidos por unos son recuperados por otros sumándose a los datos no menos extravagantes e inverosímiles que uno mismo va incorporando. El resultado es que a medida que pasa el tiempo la visión conspiranoica va ganando en exotismo y delirio. El conspiranoico otorga solamente fiabilidad a la fuente que confirma sus delirios. Así ha sido posible que durante 20 años circulara el fantasma de un llamado Priorato de Sión que “movía los hilos” desde el período de los reyes merovingios en Francia. A pesar de que absolutamente nada más que una casuística mal armada conseguía demostrar algunas vaguedades, el tema despertó el interés de grandes grupos editoriales que convirtieron en best sellers lo que no era más que mediocres novelitas de capa y espada. Durante ese tiempo, incluido hoy, han proliferado los conspiranoicos que “lo saben todo” sobre el Priorato de Sión y que, de tanto en tanto, añaden algo más de leña al fuego.
- pensamiento teleológico: como resultado de los dos elementos anteriores, el pensamiento conspiranoico es fundamentalmente teleológico es decir traza la dirección previa por la que deben concurrir todas las pruebas que le interesan y en función de esta dirección las acepta, las rechaza, las intuye o, simplemente, las crea sobre la base de indicios, sospechas o criterios específicamente paranoides.
En función de todo esto, no es raro que una de las líneas de defensa de toda conspiración consista en ridiculizar a los críticos con la versión oficial reduciéndolos a la mera categoría de conspiranoicos. El conspiranoico es una contraimagen grotesca del investigador o del buscador ponderado y sincero. Para el conspiranoico lo que cuenta no es la búsqueda de la verdad (a menudo, si fuera capaz de encontrarla, la rechazaría por que no responde a sus expectativas), y su verdad es, necesariamente, compleja, extremadamente retorcida y en absoluto demostrable. Si se pudiera demostrar, para el tal demostración no sería más que una artimaña conspirativa.
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com