domingo, 17 de octubre de 2010

A 40 años de mayo 68 (XI de XVI) La ideología revolucionario de los estudiantes

Publicado: Sábado, 03 de Mayo de 2008 17:25 
Infokrisis.- Iniciamos, en la recta final de este estudio sobre mayo del 68, tres artículos sobre la Ideología del movimiento estudiantil, a los que seguirán unas conclusiones. Hay que decir que, de esta ideología, hoy no queda ni la sombra. La aceleración de la historia se demuestra en casos como éste en donde una ideología paso de ser indiscutible en 1968 a ser absorbida por el marxismo dos años después, y a desparecer por completo al cabo de dos años más.En nuestra tribulada época subsiste lo que es más fuerte que el fuego. Y la ideología del movimiento estudiantil era apenas tan superificla como el discurrir de un sky. A poco de pasar, la nieve recubre otra vez el surco. A partir de lo que exponemos quizás sea más fácil entender porqué el movimiento de mayo no fue en toda Europa más que el escenario de un juego lúdico en el que participarían... los hoy dirigentes de las democracias burguesas de Europa Occidental. El Frente de Liberación Popular de Julio Cerón dio 8 ministros e incontables directores generales, Gerard Schröder y el ala mayoritaria del SPD alemán así como los ecologistas fueron miembros del SDS, el socialismo frances (y el neogaullismo) está repleto de "hijos de mayo". ¡Menuda revolución que hace de sus miembros los émulos aventajados de lo que decían combatir!

   
 
La ideología revolucionaria del 68
Si hemos aludido especialmente al situacionismo fue por que, en cierta medida, sus representantes en Francia tuvieron arte y parte en la elaboración de las tesis contenidas en el documento Nous sommes en marche y en los documentos elaborados por otras comisiones similares durante las ocupaciones de las facultades, que, de alguna manera resumen las tesis de lo que se puede considerar como el movimiento estudiantil en estado puro, no reductible a las líneas políticas de los distintos grupúsculos que participaron en los incidentes.
El valor de estos documentos es relativo. Por nuestra parte no vemos en los sucesos de mayo ninguna ideología subyacente que constituyera el motor de la revuelta y su carburante intelectual. Sí, existió, pero su importancia fue mínima. Y cuando se empezó a analizar, ya había desaparecido completamente del escenario universitario, arrasado literalmente por las consignas de los grupúsculos.
Desde el punto de vista de la historia de las ideas, los conceptos que constituyen lo que podemos llamar la “ideología de mayo 68” es interesante, no tanto por su contenido, sino por el hecho de que fue la última vez en la historia reciente que una joven generación reflexionó sobre sí misma. Nunca más ha vuelto a ocurrir. Tras mayo del 68, la juventud perdió su conciencia de generación y nunca más ha vuelto a recuperarla.
La mayor parte de razonamientos y discusiones que tenían lugar en la época eran superficiales y pertenecían mucho más a las “poses” revolucionarias que a actitudes verdaderamente profundas.
Explicaremos en primer lugar por qué apareció esa generación en aquel preciso momento de la historia. Mas adelante realizaremos una exposición de los puntos esenciales de su doctrina. Evitaremos realizar una crítica sistemática a algo que como ya explico Raymond Aron en aquella época, era tan débil que no merecía ni siquiera ser criticado.
En nuestra opinión es preciso leer La sociedad del espectáculo de Guy Debord que ya hemos mencionado, para entender la matriz del movimiento. Mao 68 no fue nada más que un chispazo que tuvo cierta notoriedad, precisamente, por que entraba dentro del espectáculo. Es significativo que algunos agitadores medianamente dotados, Rudy Dutschke o Danny Cohn Bendit alcanzaron fama en tanto supieron generar espectáculos mediante la provocación a altos funcionarios de sus gobiernos. Al igual que los anarquistas que frecuentemente son víctimas de las prácticas antiautoritarios que denuncian en otros, los revolucionarios de mayo que aborrecían de la sociedad del espectáculo, terminaron ellos mismos integrándose en ella.
1. Los cambios generacionales en el 68
La nueva situación creada con la innovaciones aparecidas a mediados de los años 60, supusieron una ruptura generacional y un imposible diálogo entre padres e hijos. Es en el curso de esa época cuando la historia empezó a acelerarse: los padres habían vivido el período difícil de la guerra y la postguerra, habían sufrido como, por lo demás, todas las generaciones anteriores.
Sin embargo, la generación del 68, remontaba sus primeros a los años de la postguerra, en la que Europa empezaba a remontar. El mayor trauma lo había constituido, en Francia, la guerra de Argelia. Nada grave, a fin de cuentas.
Esa generación creció en una época de progreso económico y avances tecnológicos. La calidad de la vida mejoró. Si hasta ese momento, la generación de los padres no difería extraordinariamente de los hijos y, por tanto, las generaciones se parecían extraordinariamente unas a otras, a partir de mediados de los 60 se produce la ruptura.
Esa ruptura se experimentó con más intensidad en la Universidad. Hasta ese momento un título universitario había sido una garantía de triunfar en la vida. La Universidad era la puerta del éxito social. Sin embargo, a partir de mediados de los 60, se producen dos fenómenos en la universidad europea: de un lado la masificación, el título ya vale poco y ni siquiera garantiza que el receptor pudiera obtener un trabajo bien remunerado; algunas carreras empezaban a generar peligrosos excedentes cuyo refugio era el paro o empleos que no tenían nada que ver con lo estudiado. Además, la enseñanza universitaria vivía una crisis en sí misma: los catedráticos se habían apoltronado, la investigación no figuraba entre las tareas preferenciales de la universidad y, para colmo, los contenidos de la enseñanza no estaban adaptados al cambio científico tecnológico que se estaba produciendo en esos momentos. Existía un desfase entre la universidad y el avance de las ciencias. Y aquella iba varios pasos retrasada.
El resultado de todo esto fue un conflicto que generó distintas contradicciones:
- entre las generaciones
- entre la universidad y la sociedad
- entre las costumbres tradicionales y los nuvos modos
- entre profesores y alumnos
- entre lo que el estudiante pretendía ser y lo que era
Para colmo, en aquel momento, irrumpieron una serie de nuevas teorías, surgidas algunas de nuevas interpretaciones del marxismo, otras que suponían un enlace entre el anarquismo y el marxismo, se revitalizó el trotkysmo, apareció el maoísmo, se crearon ideologías de síntesis (el freudo-marxismo, el aggiornamento católico con aperturas al castrismo, al guevarismo, al marxismo).
Todo esto llegó en un momento en el que la generación nacida en la postguerra (1945-1953) buscaba respuestas. Aquella generación vio como ya no era necesario trabajar desde muy joven para ganarse la vida; el clima de bonanza económica generado por la reconstrucción de Europa, la irrupción, primero de la Europa Verde y luego del Mercado Común, había liberado mucho tiempo para el ocio. Pero los elementos para ejercer el tiempo de ocio eran, en aquella época, escasos e incomparables con la oferta de ocio actual. La sociedad de la informática no había irrumpido aún y el ansia de saber que experimentaban algunos, en especial, los estudiantes, solamente se pudiera satisfacer con la lectura.
Yo soy testigo de que en aquellos momentos, con escasos 15 años, cuando cursábamos el quinto curso del Bachillerato, nos regalábamos sobredosis de lectura: mi generación había leído a esa edad a Marcuse y Fulcanelli, a Freud y a Althusser, a Dino Buzzati y a Nietzsche… era una generación que buscábamos respuestas y que, seguramente, maduramos algo después que la de generación de nuestros padres, pero desde luego mucho antes que la generación de nuestros hijos. Estábamos pendientes de las corrientes intelectuales de nuestro tiempo. Y, al a postre, fuimos víctimas de los mitos de aquella época.
En ese contexto, se produjo una contradicción entre la envoltura de la llamada revolución de mayo del 68 y lo que era en realidad:un movimiento completamente banal que solamente pudo tener un impacto desmesurado en la sociedad por tres motivos:
- por que fue el primer movimiento político “espectáculo”.
- por que quienes movieron hilos le aureolaron de un interés muy superior al que merecía.
- por que se presentó como un movimiento renovador.
La originalidad del movimiento era muy relativa y en su componente mayoritaria no pasaba de ser un refrito de distintas variedades de marxismo y un revival del anarquismo pasado por el tamiz situacionista.
Ahora bien, si había algo de interés en aquel movimiento y algo verdaderamente nuevo, fue la reflexión que los estudiantes hicieron sobre su propia condición y sobre la función de la universidad dentro de la sociedad. De ahí salió un programa –enunciado durante las asambleas y ocupaciones del mayo francés especialmente por la comisión Nous sommes en marche- de lo que algunos han llamado “reformismo-revolucionario”.
Pues bien, esto que pertenece a la variante francesa del movimiento estudiantil –en cada país tuvo unas características nacionales muy acusadas y en lo que respecta a España, la particular situación política que vivíamos hizo que este aspecto estuviera casi completamente ausente del panorama universitario, centrándose todo en las luchas de oposición al franquismo- fue excepcionalmente breve y las esperanzas suscitadas no duraron mucho más allá de lo que duraron las ocupaciones, el frenesí de las asambleas, de las manifestaciones y de las barricadas. En 1971 de todo esto ya no quedaba absolutamente nada. El movimiento estudiantil seguía como denominación de marca utilizado por los grupúsculos marxistas, pero se había perdido toda la voluntad de debatir sobre la condición estudiantil y todo se supeditaba a formas tradicionales –e incluso arcaicas- de marxismo.
Si vale la pena dedicar unos folios a exponer el análisis que el movimiento estudiantil realizaba de sí mismo, de la universidad y de la sociedad, es porque fue, sin duda, lo más creativo de aquella época. Y fue tan breve como exuberante.
2. La revuelta como proceso iniciático
A pesar de los instigadores de la revuelta fueron especialmente grupos maoístas y trotskystas, lo que nos ha quedado de mayo del 68 era un estilo contrario al marxismo ortodoxo. Mientras los grupúsculos marxistas conocían a la perfección la frase de Lenin en ¿Qué hacer?No hay revolución sin doctrina revolucionaria”, los contestatarios estaban mucho menos interesados por las doctrinas. Cohn Bendit asumió como un valor positivo la falta de doctrina del movimiento de mayo: “… la fuerza de nuestro movimiento se apoya en una espontaneidad incontrolable que lo impulsa sin pretender canalizar, y mucho menos apropiarse, la acción que ha provocado”. Era la ideología, a fin de cuentas, del “prohibido prohibir” que ha quedado como paradigma del movimiento de mayo.
Si atravesamos el contenido de esta frase veremos que si en ella radica todo el encanto romántico del movimiento de mayo del 68, no es menos cierto que ella incluye también su debilidad: ni estructuras, ni límites, ni programas, ni formalismos… ¿qué queda? Apenas un movimiento lúdico expresión del excedente de adrenalina juvenil, absolutamente nada más. Dicho con otras palabras: superficialidad pura y simple.
En realidad, los incidentes de mayo responde a una situación antropológica y cultural. Antes, los adolescentes sabían que dejaban de ser jóvenes para convertirse en adultos después de superar una prueba de “iniciación”. El joven africano, todavía hoy, a partir de determinada edad sufre una “aventura iniciática” (cazar un león, permanecer una semana solo en la selva, conseguir la cabeza de un enemigo, etc.), ese momento marcaba un “tránsito” de la infancia a la juventud. Su vida, a partir de ese momento, dejaba de estar vinculada a la madre, para serlo a la sociedad de los hombres. Y eso implicaba que su comportamiento iba a ser, a partir de ese momento, diferente.
En Europa, esos ritos, mal que bien, lograron prolongarse hasta inmediatamente antes de la II Guerra Mundial. En la universidad era miembro de las corporaciones que suponían una männerbunde, una verdadera “sociedad de hombres”. Entrar en la universidad, suponía pasar a ser “hombre”. El matrimonio confirmaba en esa condición. Pero, la revolución de las costumbres que se produjo en los años 60, unido a que las destrucciones de la guerra eliminaron la mayor parte de la patina tradicional en Europa, generaron una confusión en los jóvenes: no tenían noción exacta de cuando dejaban de ser niños y pasaban a ser hombres. Julio Caro Baroja decía que cuando se cierra la puerta a lo iniciático, lo iniciático entra por la ventana. Así pues, los jóvenes reconstruyeron un sistema para establecer cuando entraban en la madurez: la “aventura iniciática” pasó a ser la barricada, la ocupación del centro de estudios, la asamblea, el frenesí del activismo callejero, la exaltación del enfrentamiento contra el “enemigo”… Hubo mucho de iniciático en mayo del 68.
Pero había otro elemento. La guerra mundial generó una desconfianza hacia la autoridad. Los vencedores consideraron que el peor pecado de los vencidos era el “autoritarismo”. A partir de finales de los años 40, la escuela empezó a demostrar un déficit de autoridad. El profesor, hasta ese momento mitificado en tanto que detentador de la autoridad, pasó –por iniciativa de ese mismo profesor- a relajar su “poder” y a intentar aproximarse cada vez más a sus alumnos. En mayo del 68 irrumpió la primera generación de jóvenes que ya no habían educado en escuelas autoritarias gobernadas por omnipotentes profesores. No digamos en los países que tuvieron regímenes fascistas. La misma Alemania se consideró un “país vencido” hasta 1965-67; a partir de esas fechas, cuando irrumpió la juventud que no había conocido las escuelas del nacional-socialismo y que se había educado en un sistema progresivamente más “libre” y “antiautoritario” varió extraordinariamente su percepción de su propia historia y fue a partir de ese momento en donde al peso de la derrota se unió la negación de su propia historia reciente y el afianzamiento de su complejo de culpabilidad.
Veinte años es el espacio de tiempo en el que una generación tardaba en hacerse presente. Los nacidos entre 1945 y 1950, se hicieron adultos entre 1965 y 1970. Y se sintieron desorientados porque se trató de la primera generación de la historia que no tuvo conciencia clara de cuál era la barrera entre la juventud y la madurez. Y, por eso mismo, era una generación extraordinariamente proclive a la revuelta en un momento en el que la política no era todavía denostada por los jóvenes y en un momento en el que todavía existían algunos rasgos de la vieja escuela (el inducir al alumno a leer y a estudiar) y no se habían manifestado aún los rasgos de la nueva escuela (aprender jugando que no hacía sino prolongar la infancia hasta edades muy avanzadas).
Esto generó el que en aquellos momentos todavía existiera entre los jóvenes un afán por formarse (no orgánicamente en el marco de la escuela tradicional, sino en un marco casi autodidacta o al menos generacional: fueron las universidades libres, los cursos paralelos y demás intentos surgidos en los propios sucesos de mayo) y las ideas fermentaran en sectores minoritarios pero relativamente amplios de los jóvenes.
Cuando, a lo largo de los años 70 y especialmente en los 80, desapareció todo rastro de la escuela tradicional. Esto coincidió con la irrupción de las nuevas tecnologías en el odio: vídeo primeros, videojuegos después, universo de los ordenadores, del DVD y, finalmente, de Internet. Todo esto redujo el ejercicio del intelecto entre los jóvenes a niveles mínimos, ya no se leía apenas, ya no se reflexionaba sobre nada (el soporte físico del libro es fundamental para poder reflexionar sobre algo concreto) y, la necesidad iniciática de la juventud dejó de estar protagonizada por la necesidad de la revuelta, para pasar a estar vinculado a las tribus urbanas. Éstas dieron una identidad a los jóvenes y les facilitaron la experiencia de la “aventura” (enfrentamientos con otras tribus urbanas, con la policía, exaltación de los hinchas en el estadio, etc.).
3. El nacimiento de la ideología estudiantil
La excusa que siempre planteó Cohn Bendit y el Mouvement du 22 Mars, para justificar la ausencia de doctrina revolucionaria, era que la doctrina separa y sólo la acción une. Sastre fue el primero, pero no el único en explicar que Fidel Castro no era comunista en Sierra Maestra, sino que fue la experiencia de la acción lo que terminó haciendo de él un militante comunista, ejemplo y razonamiento discutible desde todos los puntos de vista, pero que en mayo del 68 y con posteriormente se repitió hasta la saciedad.
Eso de que la “acción une” era evidentemente una frase tópica que apenas resistía un análisis superficial: la doctrina separaba sólo a los grupúsculos que no agrupaban en toda Francia a más de 2.500 militantes de las que en las universidades de París no habría más que 500-700 como máximo. Los grupúsculos eran un universo cerrado que ha aportado siglas a mayor del 68 y que constituyó –dato importante- los instigadores de su revuelta. Pero la carne de cañón la pusieron otros. El activismo lo que conseguía era arrastrar a gentes sin compromisos ni vínculos militantes que, pasadas las primeras experiencias (correr delante de la policía, lanzar un adoquín o un cóctel molotov pueden parecer excitantes… las primeras veces que se practica, pero en breve plazo termina aburriendo y siendo peligroso. Así pues, como máximo, la “acción” une brevemente, sin crear grandes vínculos de compromiso. Esto explica el por qué mayo del 68 tuvo la estructura de un souflé: se hinchó a la misma velocidad con la que se deshinchó. Y luego no quedó absolutamente nada…
En mayo del 68 cristalizaron algunas ideas que estaban en el clima de la sociedad europea occidental en aquella época y que en el curso de las ocupaciones cristalizaron en consignas llamativas y afiches que eran definitorios de un estado de espíritu. Eso fue lo mejor de mayo del 68 y lo que ha sobrevivido cubierta con cierta patina del tiempo.
Sin embargo, es cierto que tanto los estudiantes norteamericanos del SDS (Students for a Democratic Society) y del SDS alemán (Sozialistischer Deutscher Studentenbund), o incluso en las largas ocupaciones de los centros de estudio en Roma, se habían forjado algunas ideas a partir de las lecturas de los libros que llamaban la atención en la época.
¿Qué libros eran esos? Se ha pretendido que Mayo del 68 fue el hijo de las “tres M”: Mao, Marx y Marcusse. Falso al 100%. Mao no interesaba a nadie salvo a unos cuantos miles de maoístas. Marx era completamente desconocido en Francia. Marx se leía, pero en el 68 no era un autor excesivamente divulgado. Se leía más a los divulgadores de Marx y a sus intérpretes. Sastre se leía mucho más que cualquiera de las tres M. En cuanto a los clásicos del anarquismo, en 1968 ni siquiera eran leídos por los propios anarquistas y ya entonces tenían un indudable aroma a naftalina. Trotsky interesaba sólo a los trotskystas y su aridez era incompatible con la creatividad de mayo. Las obras del Ché Guevara se leían por exiguas minorías y a título de curiosidad. En cuanto a los socialistas utópicos se desenterraron luego, no en mayo del 68 y, en buena medida, de ellos nació el ecologismo.
Quienes sí tuvieron más importancia en el desarrollo de las ideas del movimiento de mayo fueron algunos profesores: Alain Touraine, Lefevre, Habermas y el propio Marcusse que, a fin de cuentas, también era docente. Eran los “profesores revolucionarios” que instigaban a los estudiantes a transformar la universidad radicalmente, que alimentaban sus deseos de rebeldía generando en la mentalidad de sus alumnos la idea de que la universidad debía y podía dejar de estar al servicio del capitalismo. Uno a uno, todos estos profesores terminaron siendo aplastados pro el monstruo que ellos mismos habían creado. Puestos a ser rebeldes, con quien resultaba más fácil serlo era contra estos catedráticos que, inevitablemente, siempre, se ponían de parte de los estudiantes más díscolos y no harían nada “autoritario” para cortar la rebelión. A Theodor W. Adorno, una alumna se le desnudó en clase. Váquez Montalbán tenía razón cuando decía que Adorno era capaz de construir una teoría sobre la sexualidad de los jóvenes, pero no de soportarla a diez pasos de distancia. Adorno como Hoffman, cuyo seminario fue saqueado por los propios estudiantes, murieron poco después de estos hechos. Su figura resulta hoy trágica. Una vez más, la revolución había devorado, no sólo a sus hijos, sino a sus propios padres. Habían olvidado algo esencial: los estudiantes revoltosos solamente admitían que el catedrático –y cualquier otro- les aplaudiera con reservas. André Stephane infería de este hecho que el movimiento estudiantil del 68 no fue una forma más de narcisismo.
El hijo del filósofo Norbert Bobbio, Luigi, sostenía que los profesores que se habían declarado a favor de los estudiantes seguirían siendo considerados como adversarios mientras no renunciasen a la posición de absoluta supremacía que tenían en la universidad. El problema era que la universidad es el lugar en donde se trasmite el saber y, por tanto, existe una relación jerárquica entre el que da y el que recibe… y el que recibe, a fin de cuentas, era el estudiante. Planteamientos como este figuran entre los tópicos más aberrantes que hicieron fortuna hasta principios de los años 60. Era el dogma de la “igualdad” llevado al límite –igualdad o “paridad”- que contribuyó a hacer olvidar cuál era la función de la universidad.
En 1968 existía una Universidad que no funcionaba correctamente –nada extraño si tenemos en cuenta que hoy es todo el sistema educativo desde la pre-escolar hasta la universidad y el postgrado que no funciona- lo que el movimiento estudiantil proponía era que la universidad dejara de ser tal para convertirse en un organismo en el que el saber en lugar retransmitirse “verticalmente” (de profesores a alumnos, de enseñantes a enseñados), lo hiciera “horizontalmente” (entre alumnos y profesores).
En la posguerra se evidenció la crisis de la universidad en toda Europa, pero, como es habitual, ni el poder, ni la propia esfera académica manifestaron la más mínima intención de reformarla. Todo funcionó mientras el estudiante al acabar sus estudios se transformó en un ser perteneciente a una élite social. No fue raro que, a mediados de los años 60 todo el mundo aspirase a ir a la universidad. Así se llegó a la masificación y a la devaluación de los títulos. Y con ello llegó el paro. En 1968, la universidad era una fábrica de futuros parados. El estudiante ya tenía conciencia de que al concluir sus estudios no iba a ser miembro de esa élite, sino que iba a conocer el paro.
Todos estos elementos llevaron a algunos estudiantes a la reflexión. Y lo hicieron con los escasos medios de qué disponían; además lo hicieron anárquicamente, frecuentemente en medio del ludismo de las facultades ocupadas y las quermeses callejeras. De ahí surgió la ideología estudiantil
4. Universidad tradicional y universidad burguesa
El estudiante, frecuentemente guiado por los profesores “revolucionarios” y, ocasionalmente por los docentes “progresistas”, advierte inicialmente el mal funcionamiento de la universidad. Bruscamente advierte que va a ir directo al paro y que esto no le importa en absoluto a la mayoría de sus profesores. Un documento redactado durante la ocupación de la Facultad de Letras, Leyes y Magisterio de Turín en enero de 1968, titulado Didáctica y Represión sostiene lúcidamente: “La mayoría de los catedráticos se burla de la universidad y considera las cátedras como un cargo seguro, con su correspondiente retribución y que no les impide atender sus asuntos privados: unos son alcaldes, otros diputados, otros industriales, otros grandes abogados y otros, en fin, no hacen absolutamente nada. Para los profesionales, el título profesoras implica simplemente que pueden cobrar unos honorarios más elevados. Por lo que se refiere a la investigación, en nuestra universidad investigar quiere decir publicar artículos o libros. Y como el prestigio de los profesores se mide por el volumen de las publicaciones que realiza el Instituto en el que se encuentran enfeudados, impulsan a asistentes y becarios a trabajar en investigaciones completamente inútiles, pero susceptibles de ser publicadas y que valen para triunfar en concursos, en definitiva, si la Universidad es uan estructura feudal en poder de los catedráticos, la investigación es su blasón”.
Esta es la parte del documento que todavía hoy mantiene su actualidad. No han cambiado mucho las cosas desde entonces. Sin embargo, en el mismo documento, el análisis se convierte en ciencia ficción cuando responden a la pregunta “¿para qué sirve la Universidad? Con una sarta de tópicos: “Para adoctrinar a los estudiantes, para hacerlos autoritarios e incapaces de discutir, para hacerles perder su capacidad de individualizar la dimensión política y social de lo que están estudiando”. Y acto seguido recomiendan una universidad horizontal, es decir, del diagnóstico de un mal –la universidad degrada- se propone un peor: la universidad desprovista de su cualidad de centro de transmisión del saber. El SDS alemán había llegado a las mismas conclusiones. Y el famoso documento mil veces citado «De la misère en milieu étudiant considerée sous ses aspects économique, politique, psycologique, sexual et notammet intellectual, et de quelques moyens pour y remédier» publicado por los situacionistas en 1967.
En todos estos documentos, el diagnóstico sobre la crisis de la universidad es bueno y, en ocasiones incluso singularmente lúcido, pero todo se transforma en utópico, idealista y desenfocado en cuanto se trata de proponer soluciones y de aproximarse a las razones últimas de por qué existe esa crisis en la enseñanza.
La idea central para el movimiento estudiantil era que a través de la enseñanza se reproducían las elites del capitalismo y se fortalecía la estructura productiva capitalista… Y si eso era así ¿cómo es que el “sistema capitalista” no tenía interés en que la enseñaza fuera de mejorar calidad para que el sistema funcionara mejor? ¿cómo es que el “sistema” no intentaba que la universidad se adaptara mejor a la sociedad tecnológica que ya entonces empezaba a ascender significativamente?
Y es que el problema no era que el “capitalismo” intentara pervivir a través de meras élites formadas en la universidad (las “élites” capitalistas no lo son porque sus hijos pasen por la universidad, sino porque tienen el capital en su propiedad), sino que la universidad tal como se la concebía –y como se la concibe hoy- era el resultado de la sociedad burguesa del siglo XIX y en los años 60 y, a partir de la postguerra europea, debía de actuar en un marco social radicalmente diferente y, lo que era más evidente, en plena transformación. La sociedad burguesa iba desapareciendo, pero la universidad burguesa subsistía. Puestas así las cosas, hubiera bastado con que estudiantes y profesores hubieran exigido una reforma, para que el gobierno se hubiera debido hacer eco. En lugar de esto, lo que se propuso fue una revuelta y el poder reaccionó como ante cualquier motín.
Estos motines eran el resultado de la influencia del marxismo sobre el movimiento estudiantil. Siendo una exigua minoría, los marxistas supieron encajar su esquema dogmático con la crisis de la universidad. Llevaron lo “particular” (la crisis de la Universidad) a lo “global” (la necesidad de destruir al Estado burgués, desde el punto de vista marxista). Consideraron, falsamente, que la universidad reproducía los intereses del Estado… cuando era el Estado el que se despreocupaba de la universidad. Así pues, concluían, luchar contra la “universidad burguesa”, implicaba luchar contra el “Estado burgués”. Llegado a este punto, ya era irremediable que el movimiento de mayo terminara asumiendo la doctrina marxista, sino en las semanas de la revuelta, en los meses inmediatamente posteriores y lo que, a la postre, tenía de mayor el movimiento estudiantil, terminara en la cloaca del dogmatismo marxista.
Si, en lugar de haber dado a la palabra “universidad burguesa” un contenido “de clase”, en lugar de un contenido “psicológico”, el resultado de todo el análisis de la función de la universidad hubiera sido muy diferente. La universidad estaba en crisis porque había sido invadida por el “espíritu burgués”: por el afán de obtener el máximo de rentabilidad con el mínimo esfuerzo, por el gusto por ascender en la escala social, por el conformismo y la ley del mínimo esfuerzo, es decir, por factores psicológicos que aureolan a la condición de burgués… y que, por otra parte estaban también presentes –y siguen- en la condición estudiantil. No es raro que en esas mismas fechas, Brice Parían en El Hilo y la Aguja hubiera escrito: “Hemos querido dejar de ser burgueses, pero no somos más que antiguos burgueses que no quieren serlo y no saben qué otra cosa ser”.
La madre de todas las confusiones procedía de no ser capaces de distinguir entre “universidad tradicional” y “universidad burguesa”. La universidad tradicional había visto un lento proceso de degradación en los últimos años del XIX y las primeras décadas del XX, luego con la convulsión de la guerra éste proceso se aceleró y la universidad se convirtió en “burguesa”: daba acceso (o pretendía darlo) a una élite social… pero ¡ya no era una universidad tradicional! La universidad tradicional es la que se convierte en un foco de saber y en un centro de transmisión de ese saber. Lo que existe en la universidad tradicional no es la defensa de los “intereses de clase”, ni mucho menos se pretende trasmitir la conciencia de élite burguesa ¡sino que existe una relación jerárquica entre quien posee el saber y quien aspira a recibirlo!
A 40 años de mayo del 68, cuando se rescatan los textos situacionistas ricos en paradojas y en giros brillantes y elaborados, pero cuyo trasfondo es bastante mediocre en el momento en que se le desviste de toda esta parafernalia, lo que se percibe es que todavía la confusión entre “universidad burguesa” y “universidad tradicional” no se ha disipado, sino que el “pensamiento burgués” ha terminado por impregnar a todo el sistema educativo. Hubo un tiempo en el que la universidad se consideró como “un gueto de oro en un mundo de mierda”, ahora es un fragmento más de mierda en un sistema de enseñanza mérdico generado por el sistema burgués.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com