miércoles, 2 de julio de 2025

LA COLINA INSPIRADA (4) - NAUNDORFF Y EL "NAUNDORFISMO"

5. Naundorff y el “naundorfismo

La figura de Naundorff aparece también en la novela de Barres y en la historia de la colina de Sión–Vaudemont. Hay que decir que la mayoría –sino todos– de los vintrasianos eran “naundorfistas”, pero pocos de entre ellos, ni el propio Naundorff se consideraban vintrasianos. Ambos, nunca se encontraron por mucho que estuvieron exiliados en Londres. El supuesto “rey perdido”, Naundorff, consideraba a Vintras un simple charlatán. Había llegado a Francia en 1839, cuando el seudo profeta todavía no pensaba siquiera en constituir su Obra de la Misericordia. Vintras creía que Naundorff era el auténtico Luis XVII, el delfín desaparecido en La Bastilla. Ambos, ciertamente, tenían ambiciones religiosas, pero Naundorff, estaba más próximo a la herejía arriana que al catolicismo (negaba la divinidad de Cristo). Vintras, aceptaba todos los puntos de vista católicos… y alguno más de su propia cosecha. Ambos personajes, en realidad, tenían muy poco en común, sin embargo, sus nombres han quedo unidos para la historia del siglo XIX francés dentro del exotismo del legitimismo monárquico sectario. Aún hoy, en París siguen reuniéndose una vez al año los “naundorfistas” para honrar al descendiente del “rey legítimo”. En cuanto a los vintrasianos, en los años 70, todavía existían algunas “septenas” en París de las que hoy (creemos) ya no quedan rastros. Valdrá la pena detenernos en el fenómeno “naundorfista” en la medida en que está presente en La colina inspirada y se trata de un episodio prácticamente desconocido en España.

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La historia de Naundorff no es diferente de la de otros “reyes perdidos”: Sobre el suelo de la península ibérica florecieron también leyendas del mismo estilo. Jamás se encontró el cadáver de Roderic o Don Rodrigo, último rey godo; su recuerdo y el de la monarquía legítima animó a su portaespadas, Don Pelayo, a iniciar la reconquista en su nombre. Más tarde, floreció el mito de Otger Khatalon, héroe epónimo de Cataluña; oriundo de Baviera, empuñaba como el Hércules mítico una pesada maza; liberó el valle de Arán y el valle de Aneu del dominio musulmán; una vez cumplida su obra desapareció; no está muerto, solo oculto, y solo volverá cuando se produzca una nueva crisis desintegradora.

Alfonso el Batallador y Don Sebastián de Portugal, desaparecido tras la batalla de Alcazalquivir, dejaron tras de sí un hálito de misterio; años después todavía se creía que seguían vivos e incluso algunos impostores pretendieron usurpar su personalidad. Caudillo derrotado en ocasiones (Dagoberto, Arturo), en otras muerto, pero cuyo cadáver jamás se encuentra (Barbarroja, Rodrigo), o simplemente líder victorioso de un período áureo (Federico Barbarroja, Guesar de Ling), consciente de que los ciclos históricos han decaído y que decide pasar a un estado de latencia hasta que se produzca la renovación del tiempo (de la que él mismo será vehículo), este mito es transversal en el espacio y en el tiempo, reiterándose en todo el ciclo indo ario.

Siempre la morada de este rey perdido es un símbolo polar: una montaña inaccesible (Barbarroja), una isla dorada (el Avalon de Arturo), el "centro" de la tierra (Cheng Rezing, el "rey del mundo" extremo oriental), un castillo dorado (Otger Khatalon). El presentimiento de su supervivencia anima a otros a emprender gestar y hazañas imposibles (la reconquista de Don Pelayo en relación a Rodrigo, los atentados del "Wherwolff" en relación a Adolfo Hitler, la conquista del Grial por los caballeros del Arturo muerto en Avalon) o estar a la espera de la llamada del monarca para acudir a la última batalla (el tema del Räkna–rok y de la morada del Walhalla, el tema del último avatar de Buda y de Shambala). Lo que se pretende en otros casos es tomar el mito del rey perdido de una forma utilitarista: sería él y sus presuntos descendientes los que garantizarían la legitimidad dinástica (los descendientes de Dagoberto II en el affaire de Rennes le Chateau, los partidarios de Naundorff en la cuestión del Delfín, los de Juan Orth en la dinastía austro húngara, incluso los de la gran duquesa Anastasia en el caso de la herencia de los Romanov, etc.).

Cuanto más amado es un rey, más huella deja en la historia y menos súbditos creen que haya desaparecido para siempre. Este fue el caso del Delfín de Francia que hubiera sido coronado como futuro Rey Luis XVII, de no ser porque sus padres fueron asesinados por los revolucionarios y él mismo, preso en la Torre del Temple, desapareció para la historia. Se ignora realmente su final. Era el Rey esperado por los monárquicos que debía terminar con los excesos de la revolución, sus masacres, sus destrucciones, sus guerras civiles y las que amplió a escala europea el heredero de la revolución, Napoleón Bonaparte. Por eso muchos se negaron a aceptar que hubiera muerto por las precarias condiciones de vida en La Bastilla. Y, entonces, apareció Naundorff. Su aventura es una de las más fascinantes historias de la Francia decimonónica.

Se llamaba Karl Wilhelm Naundorff. No se tiene constancia de su fecha de nacimiento, solo de su defunción: 1845. Se sabe que antes de aparecer en Francia, fue relojero. Al parecer, su origen era prusiano, pero murió afirmando que era el Delfín de Francia, príncipe Luis Carlos, Luis XVII, hijo de Luis XVI Rey de Francia y de María Antonieta de Austria. No era el único que aspiraba a tener este título. Antes (y después de él) existieron otros 30 aventureros que aspiraron a ser “Luis XVII”. Pero Naundorff fue diferente a todos ellos y el único que logró convencer a personas que había conocido al Delfín en sus años de infancia.

¿Era un falsario? No, para los “naundorfistas” que creyeron durante años que el Delfín había sobrevivido a su prisión del Temple. Hoy sigue teniendo partidarios. En la actualidad, existen métodos basados en el análisis de ADN para saber si alguien es quien dice ser y si desciende de sus padres. Obviamente, con el ADN de Naundorff se han hecho pruebas de este tipo… que han generado nuevas polémicas. El genetista Gérard Lucotte, en 2012, tomó muestras de un descendiente de Naundorff y las comparó con el haplotipo borbónico. El resultado lo sintetizó así: “Encontramos en Karl–Wilhelm Naundorff la mayoría de los marcadores del cromosoma Y de los Borbones, él es parte de la familia”… Otros estudios genéticos, sin embargo, han demostrado justo lo contrario.

Si nos remontamos a 1789, comprobaremos que, desde el encarcelamiento del matrimonio real en La Bastilla, ya habían corrido rumores de que simpatizantes monárquicos habían conseguido sacar al Delfín de la prisión y que vivía en un lugar secreto. Los rumores involucraban a Paul Barras (líder del Directorio entre 1795 y 1799) y a Josefina de Beauharnais (primera esposa de Napoleón). Si estos rumores son ciertos, el episodio debió tener lugar entre el arresto de la pareja real en 1792 y su asesinato en 1793. Las primeras noticias que se tienen de Naundorff no son anteriores a 1810.

Llevaba una vida alejada del mundanal ruido ganándose la vida como relojero. Detenido por la policía para confirmar su identidad, los funcionarios le preguntan su filiación y contesta que ha nacido en Weimar y tiene 43 años. La policía sospecha, porque el interrogado no parece tener más de 25. Declarará más adelante ante la policía que era hijo de Luis XVI y de María Antonieta. Declaró haber escapado del Temple en 1795 y buscar protección de las tropas napoleónicas. Finalmente, convenció al encargado de revisar pasaportes que le extendió un certificado para que pudiera seguir ejerciendo su oficio de relojero.

Pero su aventura no ha hecho más que comenzar, si bien tenía algunos precedentes. Después de la derrota de Waterloo y el final de “los cien días” de Napoleón, empieza a moverse asumiendo que es Luis XVII. Escribió a los emperadores de Austria y Rusia para afirmar sus derechos a la corona de Francia. Su institutriz, Madame de Sonnenfeld, hizo llegar una carta a Maria Teresa de Francia, Duquesa de Angulema, hija superviviente de Luis XVI (y, por tanto hermana de Naundorff), y más tarde, en 1818, al Duque de Berry, hijo de Carlos X, precisando que no reivindicaba el trono, sino simplemente su título de príncipe de Francia. Ese mismo año se casó con la hija de un comerciante de pipas de 16 años, que le dio nueve hijos. La pareja se trasladó a Brandenburg, pero la desgracia les persigue. El incendio de un teatro se extiende hasta su casa y pierde todas sus pertenencias. Un vecino le acusará de haber iniciado él mismo el fuego. En esta ciudad ya se presentaba como hijo del Rey de Francia y tuvo cierto eco mediático. El diario La Gaceta de Leipzig alude a él como “Luis Carlos, Duque de Normandía” y el artículo se reproduce en la prensa parisina en 1831. El rey de Prusia no está dispuesto a que surjan fricciones con la monarquía francesa, así que decide arrestarlo. Naundorff logrará huir a Suiza y llegar a París en 1833. Ya tenía partidarios y formó un remedo de Corte en la capital francesa.

Una de las primeras convencidas de la identidad entre Naundorff y el Delfín fue Agatha de Rambaud, que había sido doncella de la reina. Naundorff pareció reconocerla y reconocer un abrigo azul que había pertenecido al Delfín. Era la prueba que solía realizar la Señora de Rambaud para reconocer la realidad o falsedad de todos los que se le presentaban como hijos de Luis XIV.

– “¿Quizás recordará habérselo puesto en las Tullerías y en qué circunstancia?”. A lo que Naundorff contestó: – “No fue en las Tullerías, sino en Versalles, para una fiesta… y no me lo he puesto, creo, desde la fiesta, porque me molestaba”. La respuesta fue suficiente para disipar las dudas que pudiera albergar la Señora de Rambaud, inmediatamente escribió a la Duquesa de Angouléme y luego la visitó en Praga donde vivía exiliada. Ésta, ante esta y otras reiteraciones insistentes sobre la supervivencia de su hermano nunca dijo nada e, incluso, en algún momento, confesó que era el candidato que casi la había convencido.

Otras personas próximas a la familia real antes de la revolución reconocieron a Naundorff y se unieron a él: la Marquesa de Broglio–Solari (una de las asistentes de María Antonieta), Étienne de Joly (que había sido ministro de justicia del rey), Brémond (el secretario privado de Luis XVI) y algunos más. En algunos trabajos de investigación se da por cierto que Naundorff, cuando tenía 15 años, pudo haber sido sirviente de Élisabeth Vigée Le Brun, instalada en Viena a partir de 1793 y que había sido pintora y amiga de María Antonieta. Se cree que, conversando con ella, obtuvo muchos detalles sobre la familia real, el Delfín y su vida antes de la revolución, que dieron credibilidad a sus aspiraciones

En 1836, se sintió lo suficientemente respaldado por testimonios que habían conocido al Delfín como para reclamar su herencia. Por esas fechas los “legitimistas” que aceptaban que Naundorff era el “rey perdido”, constituían un sector importante de la opinión pública. El mes siguiente fue arrestado por la policía de Luis Felipe de Orleans, entonces Rey de Francia. La policía confiscó un total de 202 documentos y testimonios que probarían que las reivindicaciones de Naundorff eran ciertas. Resultó expulsado, refugiándose en Inglaterra. Allí se toleró su presencia para generar problemas a la monarquía de Luis Felipe de Orleans.

En 1837 y 1838, cuando fracasan sus dos peticiones de ser reconocido como heredero de la corona por la Cámara de Diputados, el movimiento naundorfista pierde fuerza, pero se fanatiza. En Londres, intenta que los católicos de las Islas Británicas lo reconozcan, pero no tiene éxito. Más éxito tendría, ya muerto, con dos papas, Leon XIII y Benedicto XV, que se dirigieron a sus descendientes utilizando el título de "Altezas Reales" y el mismo conde de Chambord, pretendiente legitimista a la Corona de Francia, en sus últimos años, reconoció también en privado –se dice– a Naundorff como al Delfín.

Ciertamente el relato de la huida del Temple y el de sus años de juventud parece bastante inverosímil, juega en contra de las aspiraciones de Naundorff, sin embargo, a su favor hay también hechos decisivos: se parecía extraordinariamente al Delfín, veinte servidores de la casa real que lo trataron en su niñez, volvieron a reconocerlo y fue capaz de reconstruir con excepcional precisión episodios y escenas de la vida en palacio y en cautiverio. También era capaz de describir el mobiliario de las habitaciones privadas de la familia real, recordar con precisión el nombre de compañeras de juegos de cuando apenas tenía siete años y el nombre del obrero que selló la habitación de Luis XVI. La hermana del Delfín presintió siempre que éste vivía, pero se negó a reconocer a Naundorff e incluso a recibirlo.

En Londres se dedicó al diseño de ingenios bélicos sufriendo crisis depresivas que le llevaron a fundar una seudo–religión. Escribió su "evangelio", la Doctrina Celeste y más tarde, dictado por el "espíritu" de Juana de Arco, publicó La revelación sobre los errores del Antiguo Testamento. El 31 de diciembre de 1839 predijo que ascendería al trono... El 9 de mayo de 1840 fundó el Alto Consejo de la Iglesia Católica y Evangélica. Un año después, alguien prendió fuego a su casa –previamente, había sido objeto de varias agresiones– y una explosión le desfiguró el rostro. En realidad, los delirios místicos de Naundorff se iniciaron en 1837, cuando empezó a comprobar que tenía obstáculos insuperables para ser reconocido como heredero de la Corona de Francia. Dijo proponerse reformar el catolicismo y durante su estancia en el Reino Unido realizó un llamamiento a los católicos de las Islas Británicas que fue suficiente para que el Papa Gregorio XVI, lo fulminara con la excomunión. Durante su estancia en el Reino Unido era ya un personaje aislado y lo esencial de sus partidarios se había ido disolviendo. Sin embargo, la “fuga religiosa” tendría como contrapartida el que buena parte de los ocultistas franceses del siglo XIX se considerasen “naundorfistas”.

En Londres, diseñó una bomba, la llamada “bomba Borbón” que consiguió vender al ejército holandés en 1841 y que se utilizó hasta la Primera Guerra Mundial. Cuatro años después, murió en Delft el 10 de agosto de 1845. Tanto sobre su tumba como en el certificado de defunción se dice: “Aquí yace Luis XVII, Rey de Francia y de Navarra, nacido en Versalles el 27 de marzo de 1785, fallecido el 10 de agosto de 1845.

¿Era el auténtico Delfín de Francia o se trataba del falsario más convincente que reivindicó ese título? ¿Podía haber triunfado su causa?

El historiador André Castelot aportó la prueba que parecía definitiva haciendo analizar un mechón de cabellos del niño muerto en la torre del Temple y comparándolo con otro que fue encontrado en un relicario con la inscripción "cabellos del Delfín", de cuya procedencia era imposible dudar. Pues bien, los cabellos del Delfín presentaban un defecto de conformación; el canal medular no se hallaba en posición central, sino que era excéntrico, anomalía que no presentaba el mechón del niño muerto en la torre del Temple. Eso contribuía a avalar la tesis del naundorfismo. Sin embargo, en 1951 se realizó una nueva peritación, cuando ya se sabía que este rasgo del cabello afecta a una de cada tres personas... lo que reducía la probabilidad de que Naundorff fuera el Delfín a un 33%. En 1998, se realizaron análisis genéticos en la Universidad de Lovaina que, comparados con el ADN mitocondrial de cabellos de descendientes maternos de la Reina María Carolina de Austria, hermana de María Antonieta, concluyeron que los resto de Naundorff no tenían nada que ver con el Delfín. Otros análisis genéticos han ido en la misma dirección. Los descendientes de Naundorff encargaron en 2004 un nuevo análisis genético del que nunca se han publicado los resultados. Un nuevo análisis independiente realizado en 2012 sentenció: “Encontramos en Karl–Wilhelm Naundorff la mayoría de los marcadores genéticos del cromosoma “Y” de Borbón, por tanto, forma parte de la familia”, trabajo que es contestado por otros genetistas. Así pues, ni siquiera en la época del análisis de ADN existe la completa seguridad sobre este asunto.

A pesar de que, en lo personal, opinamos que se trató de un falsario, acaso de un mitómano lo suficientemente hábil como para recoger pequeños detalles de aquí y de allí, fundamentalmente, de sirvientes de la Familia Real, anécdotas que, luego, él mismo, unía y adornaba con más detalles alegando el paso del tiempo y su corta edad cuando fue encerrado en la Torre del Temple de París. André Castelot, reputado historiador francés, solo consigue interpretar las pruebas aportadas por Naundorff y la exactitud de sus respuestas, como fenómenos de telepatía y transmisión de pensamiento... cuando la interpretación más simple y directa hubiera sido reconocer en Naundorff al Duque de Normandía y Delfín de Francia, interpretando sus excentricidades como productos de una vida más que desgraciada. Su cautiverio en el Temple fue inhumano para un niño de apenas diez años; el ver guillotinados a sus padres, el trauma de la fuga de Varennes, la huida de la fortaleza del Temple, las peripecias posteriores –fueran cuales fuesen– la incredulidad con que fue acogida su aspiración, todo ello, muy bien podría haberle acarreado trastornos psíquicos profundos, estados depresivos agudos y una cierta paranoia que le llevase a confundir realidad con ficción. Un cuadro psicológico de este estilo nos parece más razonable que atribuir a la "telepatía" las respuestas acertadas que daba a quienes conocieron al Delfín y le interrogaban sobre su pasado.

El problema eran las implicaciones de aceptar que Naundorff era el Delfín. Su causa, de ser cierta, no podía triunfar. Existían demasiados intereses y la Francia de 1789 ya no era la misma que la que tuvo luego como monarcas a Luis XVIII el Deseado (1815–1824), ni mucho menos la de Carlos X (1824–1830) que, para colmo, inauguró otra dinastía, los Orleans, ni su sucesor, Luis Felipe I (1830–1848) bajo cuyo reinado se desarrolló lo esencial del “affaire Naundorff”. Los Borbón–Orleans, no eran los Borbones descendientes de Luis XVI. Puede imaginarse los intereses que estaban en juego. Es posible que Naundorff hubiera reunido una colección de detalles y datos ciertos sobre la vida del Versalles pre–revolucionario, pero esto era muy poco comparado con el poder de los monarcas que ocuparon el trono tras la caída de Napoleón. Simplemente, no podía vencer al sumatorio de intereses y fidelidades de los que en ese momento ocupaban el poder.

Lo más extraño de toda esta historia es que una constelación de sectas esotéricas y movimientos místicos hicieron causa común con Naundorff: Gerard Encausse (a) "Papus", Gran Maestre de la Orden Martinista, los hermanos Adrien y Josephin Peladan, fundadores de la Orden Rosacruz Católica, Stanislas de Guaita, dirigentes del Salón Rosacruz, Louis Claude de Saint Martin, preceptor de Luis XVII impuesto por la Revolución y fundador de la Orden Martinista. Todos ellos vieron en él, al "Rey Perdido" de las viejas tradiciones esotéricas y unos discretamente, otros en público, se confesaban "naundorfistas". Incluso hasta los años 30 del siglo XX, era frecuente entre los ocultistas franceses más conocidos, encontrar a partidarios de Naundorff.