viernes, 15 de octubre de 2010

Crítica de la ideología liberal (II de IV) Alain de Benoist

El liberalismo debe sin embargo reconocer forzosamente la existencia del hecho social. Pero antes que preguntarse porque existe lo social, los liberales se han preocupado sobre todo de saber cómo éste puede establecerse, mantenerse y funcionar. La sociedad, como se sabe, no es para ellos una entidad diferente de la simple suma de sus miembros, el todo no es nada más que la suma de sus partes. Sólo es el producto contingente de las voluntades individuales, un simple acercamiento de individuos que buscan todo de defender y a satisfacer sus intereses particulares. Su objetivo esencial es regular pues las relaciones de los intercambios. Esta sociedad puede ser concebida, ya sea como la consecuencia de un acto voluntario racional inicial (es la ficción del “contrato social"), o como el resultado del juego sistémico de la totalidad de las acciones producidas por los agentes individuales, juego regulado por la “mano invisible" del mercado, que “produce" lo social como el resultado no intencional de los comportamientos humanos. El análisis liberal del hecho social descansa así, sobre una aproximación contractual (Locke), o sobre el recurso a la “mano invisible" (Smith), o sobre la idea de un orden espontáneo, no subordinada a un cualquier diseño (Hayek).

Los liberales desarrollan la idea de una superioridad de la regulación mediante el mercado que sería el medio más eficaz, más racional, y más justo, para armonizar los cambios. En primer lugar, el mercado se presenta ante todo como una “técnica de organización" (Henri Lepage). Desde el punto de vista económico, es a la vez lugar real en el que se intercambian las mercancías y la entidad virtual en la que se forman de modo óptimo las condiciones del cambio, es decir el ajuste entre la oferta y la demanda y el nivel de los precios.

Pero los liberales no se preguntan sobre el origen del mercado. El intercambio comercial es, en efecto, para ellos el “modelo natural” de todas las relaciones sociales. Deducen de ello que el mercado es también una “entidad natural”, definiendo un orden anterior a toda deliberación y a toda decisión. Constituyendo la forma de intercambio más conforme a la naturaleza humana, el mercado estaría presente desde el alba de la humanidad en todas las sociedades. Encontramos aquí la tendencia de cada ideología a “naturalizar” sus presupuestos, es decir a presentarse, no por lo que es, una construcción del espíritu humano, sino como un simple descriptivo, una simple nueva transcripción del orden natural. Rechazando paralelamente el Estado como un artificio, la idea de una regulación “natural" de lo social mediante el mercado puede entonces imponerse.

Comprendiendo la nación como mercado, Adán Smith opera una disociación fundamental entre las nociones de espacio y de territorio. Rompiendo con la tradición mercantilista que identificaba todavía territorio político y espacio económico, muestra que el mercado no podría por naturaleza estar encerrado en límites geográficos particulares. El mercado no es, en efecto, tanto un lugar como una red. Y esta red tiene vocación de extenderse hasta los confines de la tierra, ya que su único límite reside a fin de cuentas en la facultad de intercambiar. " Un comerciante, escriba Smith en un fragmento célebre, no es necesariamente ciudadano de ningún país en particular. Le es, en gran parte, indiferente el lugar  en el que tenga su comercio, y no le hace falta ás que un pequeño disgusto para que se decida a llevar su capital de un país en otro, y con él toda la industria que esta capital puso en actividad” (13). Estas líneas proféticas justifican el juicio de Pierre Rosanvallon que ve en Adán Smith al primer internacionalista consecuente". "  La sociedad civil, concebida como un mercado fluido, añade Rosanvallon, se extiende a todos los hombres y permite superar las divisiones de países y razas."

La principal ventaja de la noción de mercado es que permite a los liberales solucionar la difícil cuestión  del fundamento de la obligación en el pacto social. El mercado puede ser considerado como una ley reguladora del orden social sin legislador. Regulado por la acción de una “mano invisible", neutra por naturaleza en tanto que no encarnada por individuos concretos, establece un modo de regulación social abstracta, fundado sobre “leyes" objetivas consideradas como capaces de regular las relaciones entre individuos sin que existan entre ellos ninguna relación de subordinación o mando. El orden económico estaría así llamado a realizar el orden social, pudiendo definirse uno y otro como una emergencia no instituida. El orden económico, dice Milton Friedmann, es “la consecuencia no intencional y no querida de las acciones de un gran número de personas movidas solamente por sus intereses”.  Esta idea, abundantemente desarrollada por Hayek, se inspira e la fórmula de Adán Ferguson (1767) evocando hechos sociales que “derivan de la acción del hombre, pero no de su diseño"

Se conoce la metáfora de Adam Smith sobre la “mano invisible":  “Buscando su propio beneficio, el individuo [es conducido]  por una mano invisible a promover un fin que no forma parte en absoluto de su intención” (14). Esta metáfora va mucho más allá de la observación, en general banal, de que los resultados de la acción de los hombres a menudo son muy diferentes de los que ellos mismos esperan (lo que Max Weber lo llamó la “paradoja de las consecuencias"). Smith localiza en efecto esta observación en una perspectiva optimista. " Cada individuo, añade, pone sin cesar todos sus esfuerzos esfuerzas en buscar, por todo el capital de que pueda disponer, el empleo más ventajoso; es cierto que es su beneficio lo que contempla y no el de la sociedad;  pero el cuidado que se da para encontrar su beneficio personal lo conduce naturalmente, o más bien necesariamente, a preferir precisamente este género de empleo que le parece ser más ventajoso para la sociedad". Y más lejano: “Aun buscando nada más que su interés personal, trabaja a menudo de una manera más eficaz para el interés de la sociedad que si realmente este fuera su objetivo".

Las connotaciones teológicas de esta metáfora son evidentes:  la” mano invisible" sólo es un avatar profano del Providencia. Hace falta también precisar que contrariamente a lo que a menudo se cree, Adán Smith no asimila el mecanismo mismo del mercado al juego de la mano invisible", porque no hace intervenir ésta más que para describir el resultado final de la composición de los cambios comerciales. Sin embargo, Adam Smith todavía admite la legitimidad de la intervención pública cuando las meras acciones individuales no logren realizar el bien público. Pero esta restricción saltará velozmente. Los neoliberales reniegan de la noción misma de bien público. Hayek prohibió por principio toda aproximación global a la sociedad:  ninguna institución, ninguna autoridad política debe asignarse  objetivos que pudieran cuestionar el buen funcionamiento del "orden espontáneo". En estas condiciones, el único papel que la mayor parte de los liberales permiten a atribuir al Estado es de garantizar las condiciones necesarias para el libre juego de la racionalidad económica a través del mercado. El estado no podría tener finalidad propia. No hay más que garantizar los derechos individuales, la libertad de los intercambios y el respeto a las leyes. Dotado de pocas funciones más que de atribuciones, deben en todos los demás campos ser neutral y renunciar a proponer un modelo de “vida buena” (15).

Las consecuencias de la teoría de la “mano invisible” son decisivas, en particular sobre el plano moral. En algunas frases, Adán Smith rehabilita en efecto muy exactamente comportamientos que los siglos pasados siempre habían condenado. Afirmando que el interés de la sociedad está subordinado al interés económico de los individuos, hace del egoísmo la mejor forma de servir a otros. Tratando de maximizar nuestro mejor interés personal, obramos sin saberlo, y sin que contemplemos siquiera el interés de todos. La libre confrontación en el mercado de los intereses egoístas permite “naturalmente, o más bien necesariamente", su armonización mediante el juego de “la mano invisible" que los conducirá a la excelencia social. No existe pues nada inmoral en buscar prioritariamente su interés propio, ya que a fin de cuentas la acción egoísta de cada uno acabará, como por casualidad, en el interés de todos.  Es lo que Fréderic Bastiat resumirá con la fórmula:  “Cada uno, trabajándole para sí mismo, trabaja para todos” (16). El egoísmo no es pues finalmente más que un altruismo bien comprendido… Y son las actuaciones de los poderes públicos quienes merecen por el contrario ser denunciadas como inmorales" cada vez que, bajo pretexto de la solidaridad, contradicen el derecho de los individuos a actuar en función de sus meros intereses.

El liberalismo vincula individualismo y mercado declarando que el libre funcionamiento del segundo también es el garante de la libertad individual. Asegurando el mejor rendimiento de los intercambios, el mercado garantiza la independencia de cada agente en efecto. Idealmente, si el buen funcionamiento del mercado no es estorbado por nada, esta adecuación se opera de modo óptimo, permitiéndole alcanzar un conjunto de equilibrios parciales que definen el equilibrio global. Definido por Hayek como “catalaxia", el mercado constituye un orden espontáneo y abstracto, soporte instrumental formal del ejercicio de las libertades privadas. El mercado no representa pues sólo la satisfacción de un ideal de optimación económica sino la satisfacción de todo aquello a lo que aspiran individuos considerados como sujetos genéricos de libertad. Por fin, el mercado se confunde con la justicia misma, lo que conduce Hayek a definirlo como un “juego que aumenta las probabilidades de todos los jugadores", antes de añadir que, en estas condiciones, los perdedores harían mal en quejarse y no tienen más que o cogerse a sí mismos. El mercado sería por fin, intrínsecamente “pacificador", ya que reposa sobre él “dulce comercio" que, reemplazando por principio la negociación al conflicto, neutraliza al tiempo tiempo el juego de la rivalidad y de la envidia.

Se notará que en Hayek, la teoría de ella “mano invisible" es formulada de nuevos en una prospectiva “evolucionista". Hayek rompe, en efecto, con cada razonamiento de tipo cartesiano como con la ficción del contrato social, que implica la oposición, clásica a partir de Hobbes, entre estado de naturaleza y sociedad política. En la línea de Davide Hume, hace por el contrario elogio de la costumbre y del hábito, que opone a todo “constructivismo”.  Pero afirma al mismo tiempo que la costumbre selecciona las reglas de conducta más eficaces y más racionales, es decir las reglas de conducta fundadas sobre los valores mercantiles, cuya adopción conduce a rechazar el "orden tribual" de la “sociedad arcaica”. Por esta razón, aún reclamándose de la tradición", critica los valores tradicionales y condena firmemente toda visión organicista de la sociedad. Para él, el valor de la tradición deriva efectivamente y ante todo de que es espontánea, abstracta, impersonal, y por tanto, inapropiable. Es el carácter selectivo de la costumbre lo que explicaría que el mercado haya de imponerse poco a poco. Hayek estima así que todo orden espontáneo es fundamentalmente “justo" al modo como Darwin afirma que los supervivientes de la lucha por la vida" necesariamente son los mejores". El orden del mercado constituye desde ese momento un orden social que prohíbe por denifición a los que formar para de él tratar de reformarlo.

Se percibe así que la noción de mercado constituye va en los liberales mucho más alla de la esfera económica.  Mecanismo de alquiler óptimo de los recursos raros y sistema de regulación de los circuitos de producción y consumo, el mercado también es –sobre todo- un concepto sociológico y “político”. El propio Adán Smith, en la medida en que hace del mercado el principal protagonista del orden social, es llevado a concebir las relaciones entre los hombres en función del modelo de las relaciones económicas, es decir, como relaciones con la mercancía. La economía de mercado desemboca de manera natural en la sociedad de mercado. "El mercado, escribe Pierre Rosanvallon, es primeramente una forma de representación y estructuración del espacio social;  solamente en segundo lugar es un mecanismo de regulación descentralizado de las actividades económicas mediante el sistema de precios” (17).

Para Adán Smith, el cambio generalizado es la consecuencia directa de la división del trabajo:  “Así, cada hombre subsiste mediante cambios y se convierte en una especie de mercader y la sociedad misma pasa a ser específicamente una sociedad comerciante” (18). El mercado es, pues , en la prospectiva liberal, el paradigma dominante en el seno de una sociedad llamada a definirse en parte ella misma de parte a parte como sociedad de mercado. La sociedad liberal no es más que el lugar de los cambios utilitarios en los que participan individuos y grupos que son movidos por el mero deseo de maximizar su interés propio. El miembro de esta sociedad, dónde todo puede comprarse y venderse, es comerciante,   propietario o productor, y en todo caso, consumidor.  “Los derechos superiores de los consumidores, escribe Pierre Rosanvallon, son a Adam Smith lo que la voluntad general es a Rousseau."

En la época moderna, el análisis económico liberal se verá extendido progresivamente a todos los hechos sociales. La familia será asimilada a una pequeña empresa, las relaciones sociales a una interacciones de estrategias competitivas interesadas, la vida política a un mercado dónde los electores venden su voto a la mejor oferta. El hombre será percibido como una capital, el niño como un bien de consumo duradero. La lógica económica será proyectada sobre el conjunto de toda la sociedad en la que está encastrada, hasta a englobarla completamente. Tal como ha escrito Gérald Berthoud, “la sociedad puede entonces concebirse a partir de una teoría formal de la acción finalizada. La relación costo-beneficio pasa a ser el único principio que guía al mundo” (19). Todo se convierte en factor de producción y consumo, todo se supone que debe resultar de la adecuación espontánea entre la oferta y la demanda. Cada cosa vale lo que vale su valor de cambio, mesurado por su precio. Y, paralelamente, todo lo que no puede expresarse en términos cuantificables y mesurables es tenido como carente de interés o inexistente. El discurso económico se revela profundamente cosificador de las prácticas sociales y culturales, intensamente ajeno a cada valor que no se expresa en términos de precio. Reduciendo todos los hechos sociales a un universo de cosas mesurables, por fin transforma a los mismos seres humanos en cosas, cosas sustituibles e intercambiables ante la mirada del dinero.

(c) Alain de Benoist
(c) Por la traducción Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.