info-Krisis.- La duración del impacto de un acto terrorista sobre el conjunto de la sociedad se estima no superior a los cuatro días, acabados los cuales, la víctima es olvidada, sus familiares cargan en solitario con el dolor y las protestas ciudadanas se diluyen como un azucarillo. Los muertos pasan a la estadística y sus nombres ds olvidan. Por lo demás, no vale la pena desgañitarse mucho con condenas a ETA y a la madre que la parió, la imagen que queda fijada en la retina de la gente es la del presidente del gobierno, la del ministro del interior, algún miembro de la familia real y el jefe de la oposición condenando el atentado. A la sociedad no le llega ni que usted ni yo estemos contra ETA o que pidamos la cadena perpetua (y a todo esto ¿por qué cadena perpetua y no pena de muerte? Para delitos de especial gravedad el sentido común dice que cuatro paredes para un castigo son tres de más y que su poder ejemplificante es superior).
Creo que algunas veces enfocamos mal el problema. La acción de ETA y su misma existencia es, simplemente, tan odiosa que ante su primera manifestación en forma de crímenes reaccionamos como cualquier bien nacido: exteriorizando la protesta contra ETA y queriendo hacer algo para acabar con el medio siglo de actividad terrorista de la banda. Valdría la pena aprovechar estos momentos de “crisis” para plantearse qué es ETA, por qué existe hoy y quién forma parte de ETA. Empecemos por esto último.
La militancia etarra o el pringao criminal
A poco del atentado de Palma de Mallorca se han publicado las fotos de los terroristas. Es habitual. En realidad, a la vista de anteriores ocasiones en las que se ha hecho lo mismo, tenemos todo el derecho a dudar si verdaderamente se trata de los asesinos que pusieron la bomba en Mallorca o bien, simplemente, de las primeras fotos de etarras que tenían a mano en Interior, como para indicar que “todo está controlado”. Y lo mejor del caso es que nosotros pensamos también que, efectivamente, “todo está controlado”, luego explico el por qué.
Las fotos que hemos visto no difieren extraordinariamente de las que se han ido publicando reiteradamente en los últimos años. Siempre chavales jóvenes, siempre luciendo su mejor aspecto de descerebrados, siempre trasluciendo una imagen de escasa formación intelectual, moral y humana, siempre evidenciando un inequívoco aspecto de impericia tanto en terrorismo como en cualquier otra actividad. Así son siempre los próximos etarras que resultarán detenidos. Habrán colocado entre 3 y 6 bombas, asesinado entre 1 y 4 personas, y tendrán que sumar a sus actuales 20 ó 23 años, treinta más a la sombra. Ni siquiera tiene aspecto de psicópatas. Se trata simplemente de “pringaos”. Claro está que llamarles “pringaos” sin añadir que se trata de asesinos sería olvidar que ellos han elegido su camino y que deberán pagar por ello, su opción, simplemente, ha destruido su vida.
Cualquier chiquiliquatre que ingresa en estos momentos en ETA debería saber que no tiene por delante mucho futuro que digamos. Unos meses de preparación, su integración en un comando reunido a prisa y corriendo, apoyado por una pobre infraestructura, probablemente “quemada” por desarticulaciones anteriores, sin preparación técnica (no digamos política), tras haber disparado un par de cargadores en cualquier monte y leído cuatro comics sobre cómo armar un petardo, es lo que el neonato etarra porta en sus maletas para este viaje sin retorno. Entre tres y seis meses después, su foto aparecerá en un cartel. A partir de ese momento, puede ser detenido en cualquier instante. Fin de la historia. Otro chiquiliquatre lo sustituirá con idéntica perspectiva de futuro: treinta años a la sombra.
Desde el punto de vista político y jurídico, se trata de asesinos. Desde el punto de vista social no les cabe otro calificativo que el de “pringaos”. Un “pringao” es aquel que destroza su vida al servicio de una causa con la que ni siquiera está identificado. Se inmola al servicio de los intereses de otros, que, por supuesto, no son los suyos.
La “excepción vasca”
Hubo un tiempo en el que las fotos de los militantes de ETA eran diferentes. Los juzgados en el proceso de Burgos eran “hombres” hechos y derechos. Sabían lo que querían, e incluso sabían cómo lograrlo. No es que fueran menos criminales que estos, pero al menos mataban con la convicción moral de que estaban construyendo una opción política. En ellos había una voluntad política.
A partir del atentado de la calle del Correo cualquiera que hasta ese momento hubiera considerado a ETA como un fenómeno “político”, debió de renunciar a este punto de vista: lo peor de aquel atentado, no sólo fueron los muertos, sino que ETA jamás lo reconoció como propio… a pesar de que las pruebas eran abrumadoras. Simplemente, ETA no quiso reconocer que había asesinado a inocentes y, explícitamente, asumía que no había explicación posible.
La sociedad española, y especialmente la oposición democrática, a partir de ese momento debió empezar a ver a ETA con otros ojos. Y sin embargo, no fue sino hasta entrado el felipismo, cuando el PSOE advirtió que no se trataba más que de un grupo de descerebrados dirigidos por asesinos en serie y psicópatas que argumentaban las más peregrinas razones para justificar sus desmanes. Y un fenómeno así solamente puede combatirse generando otro de efectos opuestos y que haga gala de la misma brutalidad. Durante la época del GAL la mayor parte de los españoles permanecíamos absolutamente indiferentes ante la liquidación física de etarras. Que los lloren sus madres que para eso parieron monstruos; la sociedad española no los lloró. El problema fue que el felipismo, fenómeno político corrupto como pocos, no fue capaz de encargar esta tarea más que a una banda de chorizos integrales dirigidos por incompetentes absolutos.
En los años 90, el terrorismo etarra quedó como “la excepción vasca” en Europa. Hasta el IRA se desmovilizó. Antes, en los años 80, todas las “organizaciones armadas” que actuaban en Europa Occidental fueron completamente desmanteladas, algunas de las cuales habían logrado un nivel de estructuración muy superior al de ETA (Brigadas Rojas, por ejemplo). ETA permaneció a título de excepción. ¿Algo se estaba haciendo mal? ¿por qué se hacía mal?
¿Para qué sirve ETA en 2009?
No creo que quede nada en ETA que remita a los viejos ideales de “independencia y socialismo”. Estos, como máximo, quedan como coreografía emotiva y romántica para justificar unos crímenes. Y, a todo esto, ¿qué sentido tienen esos crímenes? Respuesta: Mantener la llama de la franquicia. En general, poco más. Pero ¿por qué ese interés en mantener viva a una organización terrorista cuando por vía democrática sería posible llegar más lejos en la independencia vasca? Esa es la pregunta clave. Y responderla es bastante fácil.
Hubo un tiempo en el que ETA actuaba en función de una estrategia política inexorable y claramente definida. Eran los tiempos del “Vasconia” de Federico Krutwig, incluso de la Ponencia Otsagabia de Moreno Bergareche, de las resoluciones emanadas por los organismos directivos de la banda, etc. Eso quedó ya muy lejos y a partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco y del empantanamiento de la banda y la sucesión de redadas, detenciones, etc., e incluso de la hostilidad social creciente, era imposible que la banda siguiera actuando por consideraciones políticas. En ese momento, ETA ya no tenía posibilidades de elaborar una estrategia y si hasta ese momento había tenido cierta iniciativa estratégica en el Euskalherria, a partir de ese momento le iba a ser imposible reconstruirla. Luego, ETA ya no servía como organización política, pero siempre podía servir para los intereses personales de su cúpula.
A partir de ese momento, ETA empezó a adquirir una nueva fisonomía: unos dirigentes políticos a los que solamente les interesaba su margen de maniobra, esto es, de poder, y unos dirigentes terroristas que, en principio pensaban sólo en sobrevivir y luego en extraer un beneficio personal a la situación. Pero el zapaterismo añadió un nuevo elemento en la ecuación.
El terrorismo sienta mal a las víctimas y a sus familiares, mucho más que al poder. El terrorismo nunca erosiona al poder, siempre, en cambio, opera un reflejo condicionado en la opinión pública: a cada acto terrorista, el grueso de la ciudadanía se aproxima al gobierno, acogiéndose bajo la protección de su paraguas. Además, el terrorismo tiene un efecto traumático en la opinión pública que no puede desdeñarse especialmente en momentos como éste en los que las noticias alarmantes sobre el paro, la crisis económica y la endiablada ausencia de “brotes verdes” son el pan de cada día de la información. El terrorismo permite que incluso la oposición tenga que callarse: ¿cómo no va nadie a dejar de apoyar al gobierno en su lucha antiterrorista? Hasta el jefe de la oposición cierra filas y apoya las iniciativas de Interior… Cada atentado es como una diversión cruel que distrae la atención de los problemas centrales de la gobernabilidad del Estado.
Han quedado atrás los tiempos en los Zapatero llegó a la Moncloa mesiánico e ingenuo-felizote, pensando que pasaría a la historia de España en dos patadas resolviendo por vía de la negociación el problema de ETA. Sus asesores en la materia, le habían contado que dentro de ETA había una posición favorable a la negociación. Es posible –seguro en nuestra opinión- que ZP se arrojara en plancha por la vía de la negociación por que le presentaron “argumentos de peso”. Y, uno de ellos, sin duda, era que “alguien” dentro de la cúpula etarra ya había colaborado con un sector de las fuerzas de seguridad del Estado. Ese “alguien” garantizaba el buen fin del “proceso de paz”.
A partir de aquí, las preguntas que pueden formularse son muchas.
¿Qué permite suponer un entendimiento entre ETA y un sector de la seguridad del Estado? Respuesta: el atentado del 11-M y cuatro hechos vinculados al mismo.
a) El increíble paralelismo de las “caravanas de la muerte” que llevaron parte de los explosivos de Mina Conchita a Madrid y de la furgoneta etarra cargada de amonal que debía ser colocado en el “corredor del Henares” (era, además, la tercera furgoneta-bomba detenida por la policía y que apuntaba al “corredor del Henares”).
b) El robo de un coche por parte de la banda en el callejón en el que vivía Rodríguez Trashorras, el pequeño delincuente condenado por haber vendido una parte de los explosivos.
c) El hecho de que en pisos francos de ETA en Francia se hubieran encontrado rastros que indicaban que estaban ensayando dispositivos de detonación activados por teléfonos móviles (sin duda la peor forma de activar un explosivo y la que ningún terrorista real utilizaría jamás) idénticos a los utilizados el 11-M.
d) El que entre 2002 y 2004 se había producido un número excepcionalmente anómalo de detención de etarras que dejaba suponer la existencia de un “topo” situado en funciones de dirección en ETA.
No es que ETA tuviera nada que ver con el 11-M, sino simplemente, que alguien de dentro de ETA accedió a crear pistas falsas o elementos que, en el primer momento pudieran ser utilizadas por los autores intelectuales para realizar su objetivo: inducir una versión inicial errónea del atentado, confundir a un ministro del interior del PP de poca experiencia en materia antiterrorista (Acebes) induciéndole a hacer pública la hipótesis etarra… sobre la “pista islámica”, de tal manera que fuera fácil desatar una oleada de histeria entre el 11 y el 14-M –el “queremos saber la verdad”- que tuvo como conclusión el fin buscado: el tránsito de 1.500.000 de votos del PP al PSOE que implicaron el fin de la “era Aznar”. Para este objetivo era ABSOLUTAMENTE NECESARIO poder contar con algún puntal en el interior de la banda, un canal de transmisión de “peticiones”.
No se trataba, por supuesto, de un infiltrado policial al estilo de “Lobo” o de “Cocoliso”, sino de algo mucho más rentable: un etarra de estricta observancia, miembro de la banda desde su adolescencia y que, en un momento dado de su vida, con familia, hijos, cáncer de estómago, entiende que si lo detienen nunca más saldrá en libertad. Tiene nombres y apellidos. Es “Josu Ternera”, el “inaprensible”…
Algo debieron detectar sus colegas del “aparato militar” cuando crearon una estructura terrorista completamente diferenciada de la conocida por “Ternera” y cuando, finalmente, lo desplazaron de las conversaciones de paz… entrañando el fin del proceso, el ridículo espantoso de Zapatero (“hoy estamos mejor que mañana”… y, 24 horas después de pronunciada esta frase, saltó por los aires la T-4) y la nueva situación que se abre ante nuestros ojos.
La hipótesis sobre la que la prensa (e incluso las fuerzas de seguridad del Estado) deberían trabajar es la de una “entente cordiale” entre determinados policías y determinados dirigentes de la banda. No sería la primera vez que en el terrorismo europeo se han dado estas circunstancias. A partir de la detención de Renato Curzio y Adrana Faranda, las Brigadas Rojas cayeron en manos de una dirección de la que hoy se sabe que, al menos uno de sus miembros –el más importante, por cierto, Mario Moretti- trabajaba para un sector de la seguridad del Estado. ¿Vamos a extrañarnos de que en España –cuya trayectoria terrorista hasta hace poco ha sido tan parecida a la de Italia- ocurran cosas similares?
El cambalache no es tan difícil de establecer: “yo no te detengo a ti, pero tú me llevas a los que ponen bombas”. Es como ir a la manicura: no te arrancan las uñas, pero te impiden que arañes. El intercambio de favores satisface a las dos partes: los “colaboracionistas” de la dirección etarra adquieren una especie de inmunidad (durante el “proceso de paz” se vio a Ternera en Navarra) que les justifica entregar regularmente a los “pringaos” de la base, y la seguridad del Estado puede alardear de éxitos y, al mismo tiempo, de tener controlado el fenómeno etarra, y por tanto, utilizarlo en beneficio propio. ¿Para qué acabar con ETA si ETA todavía puede rendir dividendos a un gobierno? Nadie acaba con la gallina de los huevos de oro.
A este respecto, valdría la pena recordar que en las elecciones de 2008, después de meses sin que ETA atentara, nuevamente volvió a hacerlo asesinando al ex concejal socialista Isaías Carrasco el 7 de marzo… cuando las elecciones eran el 9 de marzo. Era evidente que tal asesinato tenía como ÚNICO FIN, no matar a una figura absolutamente irrelevante en la política vasca… sino reforzar la sensación de que ZP “combate al terrorismo”… “por eso los terroristas asesinan a socialistas”. Se borraba así de un plumazo (y dentro del margen de días ajustado para que esa idea no se disipara en la cabeza de los electores) el efecto negativo que todavía ejercía el proceso de paz impulsado por ZP. El vínculo entre la seguridad del Estado (una seguridad, por algún motivo interesada en que ZP siga en el poder el máximo de tiempo posible) y ETA, aparecía de manera tan diáfana que resulta increíble que ningún medio de prensa osara ni siquiera plantear el por qué en “zona electoral” siempre un atentado, mira por dónde, termina arañando unos votos para el PSOE.
ETA es hoy un despojo de lo que fue a finales de los 70 o durante los 80. Un cadáver que “alguien” (la “X” actual es demasiado tonta para ver más allá la Moncloa) se encarga de mantener en vida latente unos veces para justificar una detención y prestigiar a un ministro, otras para crear un cortina de humo (contra más se hable de un atentado, menos e hablará de la crisis), a veces para tapar la paternidad de un crimen mayor (11-M), qué importa. El problema en todo esto es que mientras siga habiendo en la calle descerebrados con una parabellum o una olla de amonal, siempre podrán zafarse de cualquier tutela y actuar por sí mismos. Tal parece que es lo que ha ocurrido en Mallorca y en Burgos: uno o dos comandos de ETA se han visto momentáneamente revitalizados, aunque es difícil saber por quién y sólo el tiempo dirá para qué.
Desgraciadamente, la lucha antiterrorista y todo lo que tiene que ver con los entramados terroristas no es tan simple como nos lo presentan: los buenos no están a un lado y los malos a otro, frecuentemente hay sectores intermedios, ósmosis entre gentes de uno y otro lado que sirven a proyectos de manipulación, información no divulgada a la opinión pública, intereses de las empresas periodísticas. Nada es, en definitiva, lo que parece en el mundo del terrorismo. Por tanto, gritar “ETA: pena de muerte” o exigir la “cadena perpetua para etarras” es demasiado poco. LO QUE HAY QUE EXIGIR ES LA VERDAD SOBRE EL TERRORISMO. Que Rubalcaba no explique dentro de unos días cómo han detenido a los seis “pringaos” asesinos de las fotos difundidas por Interior, sino cómo es posible que “Josu Ternera” no haya sido todavía detenido y sea, en los últimos siete años, el único etarra de la banda que sigue en libertad. Combatir al terrorismo implica que el mejor terrorista no es aquel con el que te marcas una partida de mus, sino el que visitas en prisión.