sábado, 16 de octubre de 2010

Arnau de Vilanova: médico, profeta y cabalista


Infokrisis.-Este artículo es el resultado de nuestra interpretación particular de los conocimientos adquiridos durante el curso dado en 1990 por el Padre Colomer, especialista en Teilhard du Chardin y Arnau de Vilanova, una gran figura de la erudición catalana. Conocíamos el estudio del Padre Colomer sobre Teilhard en donde en unas pocas páginas resumió la filosofía y la visión del mundo del polémico teólogo, pero ignorábamos que otra parte de sus investigaciones se centraba en el estudio de Arnau de vilanova y, especialmente, de las relaciones entre la cábala y Arnau. Cuando leímos la obra de Francis Yates sobre Giordano Bruno y el cabalismo cristiano, nos sorprendió el porqué la generación de humanistas renacentistas se había sentido tan atraída por la cábala. Yates no lo explica, seguramente porque ignora la existencia de Arnau de Vilanova. De haberlo tomado en consideración hubiera concluido que los humanistas renacentistas habían llegado a la cábala... a través de Arnau. Escribimos este artículo, publicado en su momento en la revista Sabes MAS, como tributo a la erudición del malogrado Padre Colomer, del que guardamos un entrañable recuerdo.


Arnau de Vilanova se quería ciudadano de aquello que se llamó “la catolicidad” en un tiempo en el que la Nación –cualquiera que fuese- era completamente inexistente.  Su drama consistió en que su figura, no solamente se adelantó a su tiempo, sino que también fue "testigo de la tradición" en  un momento en la que ésta se empezaba a diluir. Arnau, efectivamente, prefigura a los hombres del Renacimiento en su polifacetismo, en el interés que tuvo por todas las ramas del saber; frecuentemente se le ha comparado a Paracelso, pero también pueden encontrarse sin dificultad similitudes con Giordano Bruno, Marsilio Ficino, Pico della Mirandola y otros muchos. Al mismo tiempo, Arnau es heredero de la gloriosa tradición esotérica anterior, personificada en figuras como San Alberto Magno, Roger Bacon, Joaquín de Fiore, Avicena o Galeno a quienes leyó y tradujo. Arnau es profundamente universal y, en tanto que tal, es decir, al no sentirse ligado a ninguna tierra, encarna los valores de lo que, con Evola, hemos dado en llamar “Luz del Norte”.

Esta es pues la vida y la obra de un hombre excepcional, que percibiendo la proximidad del fin de los tiempos, propuso renovar la Cristiandad. La Inquisición –esos impenitentes y renovados representantes de la “Luz del Sur”, del sacerdocio y del dogma incuestionable, lo procesó por ello y la quema de sus libros años después de su muerte creó un dramático vacío documental.

Se tienen pocos datos sobre la vida de este hombre que fue llamado en rigor "Médico de Reyes y Papas". El mismo nos dice en su "Espejo Médico" que nació en Vilanova de Filoca, cerca de Daroca, en 1240, cuando el territorio hacía poco que había sido conquistado por nuestro "Buen Rey Jaime". La zona había sido repoblada con cristianos venidos de las tierras de Lleida.

A los veinte años fue a estudiar a Montpellier y logró graduarse en la Escuela de Medicina célebre de esa ciudad. Quinientos años después, los médicos barceloneses, seguían viajando a esta ciudad del Mediodía francés a la vista de la decadencia de los estudios de medicina en los Estudios Generales de Barcelona, traspasados luego a Cervera. Los judíos establecidos en Avignon, Narbona y Montpellier, habían ejercido la ciencia médica mucho antes de establecer la escuela en 1201. Arnau permaneció hasta 1270 en Montpellier y tuvo como profesor a Antón Martí quien "sembró en su espíritu la semilla del hebreo", al decir de sus propias palabras.

Por esas fechas, Arnau había acumulado una notable biblioteca compuesta por libros de inspiración joaquinita, platónica y aristotélica sin que faltarán obras de Santo Tomas -imprescindibles en la época- textos de medicina y otras ciencias.

Pasó a ser médico de Pedro II de Aragón al que tratará de distintas dolencias hasta 1289, fecha en que vuelve a Montpellier donde residirá los diez años siguientes componiendo buena parte de su obra; en ese tiempo tradujo a Avicena y Galeno. También escribe obras de carácter profético que empiezan a ser miradas con desconfianza por los inquisidores que ven indicios del pensamiento de los begardos, fatricellis y otras herejías medievales.

En 1297 publicará su "Introducción a Joaquín de Fiore" y se hará portaestandarte del profetismo cristiano y del milenium apocalíptico que se originará con la llegada del anticristo que Arnau anuncia a fecha fija. El estudio de la cábala hebrea y su contacto con antiguos alumnos del Studium Hebraicum de Barcelona y Montpellier le induce a intentar la sistematización de una cábala cristiana a partir del análisis del nombre seccreto de Dios, "Yhavhé".

Su actividad como médico de Jaime II le dará gran prestigio entre la corte catalano-aragonesa y, de médico de palacio, pasará a ser consejero del Rey. A finales del siglo XIII escribirá para Jaume II un "Tratado sobre la Prudencia de los Estudiantes Católicos" y otro para contribuir a la educación del hijo del Rey.

En 1298 Felipe el Hermoso, rey de Francia, lo envía en una embajada al Valle de Arán. Aprovecha su estancia en París para difundir sus ideas escatológicas sobre la llegada del anticristo. Esto le valdrá un primer proceso del que solo le salvará su cargo de embajador y la inesperada influencia a su favor de Nogaret, el canciller del rey Felipe el Hermoso;  este hombre, que ha pasado a la historia con el nombre de "el chacal" por haber expoliado y destruido a la Orden del Temple, preferirá alinearse con Arnau, y salvarle la vida. Gracias al apoyo de Nogaret, pudo apelar a Roma contra la sentencia de la Sorbona y ser recibido por el papa Bonifacio VIII al que sanará de sus enfermedades crónicas.

Lo vemos en el 1302 en Calatuña polemizando con los dominicos de Gerona. Al año siguiente se ve forzado a escribir varios opúsculos contra los dominicos de Marsella que también le acusan de herejía, impiedad y contactos excesivamente estrechos con el cabalismo hebreo y los sabios islámicos. Estos ataques le obligan a pedir la protección del nuevo papa Benedicto XI del que será su médico, pero no podrá evitar que muera al poco tiempo, según algunos rumores, envenenado por un "espiritual", Bernardo Delicieux.

Marcha a la corte de Federico III de Sicilia, al que la cristiandad tiene por gran protector de los franciscanos "espirituales". Los disidentes franciscanos, en su intento de predicar una vida pura y ascética, huyendo de oropeles y vanidades, no hacían si no mirar hacia el interior de sí mismos y rechazar lo que representaba la Roma papal: el sacerdocio, la mediación entre Dios y el Hombre, la imagen y el formalismo sobre lo real y auténtico. No en vano encontramos en la prédica de Francisco de Asís elementos tan absolutamente relacionados con una concepción del mundo antitética a la sostenida por la Iglesia que no podía sino terminar alineándose con las posiciones del Imperio. La catolicidad está en estas cuando Arnau establece su programa de reforma de la cristiandad. Es significativo que el eje de su programa gravite en el aspecto guerrero –y, en definitiva, Imperial- y caballeresco: no será el sacerdote, sino el guerrero al servicio del Imperio, quien reconquiste los Santos Lugares en una nueva cruzada. Arnau considera que solo la derrota del Islam puede crear un clima favorable para una vigorización y un fortalecimiento de la catolicidad. Sus escritos quieren ser el tambor que llama a la “Guerra Santa”.

Clemente V, su amigo será elegido papa poco tiempo después, cuando se ciernen sombras amenazadores sobre los templarios y las concepciones tradicionales de la humanidad medieval. Dos años después, en 1309, concluida la primera parte del drama templario, todos los reinos de Occidente han tomado medidas, más o menos duras, para disolver la orden en sus territorios; ese año, Arnau llega de nuevo a la corte de Sicilia con la esperanza de poder formular el paradigma de una nueva política cristiana para toda la catolicidad capaz de sustituir el plan templario.

Sus adversarios verterán sobre él las calumnias más abyectas, dirán que ha calumniado a Jaime II ante el Papa. El rey lo cita en Málaga y le retira su confianza; aquí se iniciará el principio del fin. Envejecido y enfermo decide desplazarse de nuevo a la corte de Sicilia en donde le soplan vientos más favorables, pero fallece en el navío que lo traslada ante los baluartes de Génova. Era el año del Señor del 1311.

ARNAU, MEDICO Y ALQUIMISTA

Hasta aquí llega la biografía "oficial" de Arnau de Vilanova. ¿Puede decirse algo más? Si nos detuviéramos aquí estaríamos solo ante un médico notable y gran erudito; pero Arnau era mucho más que eso. Un maravilloso cuadro de Josep María Sert expuesto actualmente en la "Sala de la Ciencia Catalana" del Ayuntamiento de Barcelona, nos muestra a Arnau tomando el pulso a un enfermo y acariciando con la otra mano la panza de una retorta alquímica. Sert se hizo eco de la tradición que ligaba indisolublemente el nombre de Arnau de Vilanova al noble arte de la alquimia. Alquimia, o si se quiere, “Arte Real”.

Michel Maier, alquimista y rosacruz alemán del siglo XVII en su tratado "Symbola aureae mensae" cita un texto de Johan Andreae en el que alude a una transmutación de plomo en oro realizada por el mismo Arnau de Vilanova: "En vida nuestra, hemos recibido en la curia Romana al Maestro Arnau de Vilanova, médico y teólogo supremo (...). Era también gran alquimista que había fabricado varillas de oro, las cuales no presentaron ninguna dificultad a dejarse someter a todas las pruebas". Giovanni Francesco Mirandola, añade en su "Tratado sobre la Fabricación del Oro", que las láminas fundidas por Arnau nada tenían que envidiar al oro extraído de las minas de Aruzzo.

Estos testimonios prueban que existió una tradición renacentista que consideraba a Arnau como uno de los grandes alquimistas medievales, si bien es cierto que entre el centenar largo de obras firmadas por Arnau de Vilanova de las que se tiene constancia, muchos son tratados de alquimia, si bien es cierto que buena parte de ellos son apócrifos.   

Los teólogos católicos actuales tienden a considerar que cualquier obra firmada por Arnau, por el mero hecho de tratar de alquimia, es automáticamente apócrifa. Pero esto dista mucho de ser evidente; en las obras incuestionablemente escritas por Arnau se perciben igualmente ecos de la vieja alquimia, aunque traten de medicina o escatología; por lo demás, algunas, como "El camino del camino" o el "Gran Rosario", siendo aceptados como escritas por él, tocan directamente aspectos alquímicos. En "El camino del camino" puede leerse en la introducción: "Aquí da comienzo este tratado somero, breve, sucinto y útil para quien quiera comprenderlo. Los indagadores hábiles encontrarán en sus páginas una parte de la piedra vegetal que han ocultado con celo de otros filósofos". El libro fue remitido a Benedicto XI en 1303.

En un manuscrito que el bibliógrafo francés Poirier atribuye a Arnau se describe el proceso de rejuvenecimiento que deben seguir aquellos adeptos que han alcanzado la eterna juventud; estos afortunados alquimistas deberán periódicamente untarse "dos o tres veces por semana con el meollo de la cañafístula. Cada noche antes de acostarse pondrán en la cabeza un sinapsismo compuesto por azafrán oriental, pétalos de rosas rojas, esencia de sándalo, acíbar y ámbar, todo ello disuelto en aceite de rosas a lo que se añadirá un poco de cera".

Esto puede parecer extraño e ingenuo, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que algunos de los tratados alquímicos atribuidos a Arnau suponen una renovación en las concepciones herméticas y orientaron el trabajo futuro de generaciones de alquimistas hasta llegar a Fulcanelli. Este, en efecto, considerado como el gran alquimista del siglo XX, cita en sus dos obras -"Las moradas filosofales" y "El misterio de las catedrales"- textos de Arnau.

Comentando los relieves hermétidos del pórtico principal de Notre Dame de París, Fulcanelli trae a colación un párrafo del "Gran Rosario": "Nuestra agua toma los nombres de las hojas de todos los árboles, de los árboles mismos y de todo lo que presenta un color verde a fin de lograr engañar a los insensatos". Pues bien, este interés por el verde coincide con otras apreciaciones incuestionablemente arnaldianas. En la Edad Media se consideraba que el verde era el color propio del Espíritu Santo, color de la esperanza y de la redención futura, Arnau vió la Tercera Persona, el símbolo de la "era del Paráclito" descrita por el Apocalipsis y por los textos joaquinitas.

Arnau es importante en la historia de la alquimia; no en vano fue el primer "filósofo por el fuego" que dividió la "obra filosofal", necesaria para alcanzar la transmutación de los metales, en fases o "regímenes", costumbre que luego seguirían todos los alquimistas posteriores a él. En el capítulo titulado "Práctica de la obra" incluído en su libro "El camino de los caminos" escribe: "... todos los cuerpos deben ser llevados a la materia prima para hacer posible la transmutación"; y en las páginas siguientes define por vez primera las cuatro etapas de este proceso: disolución, limpieza, reducción y fijación, estando cada uno de estos "regímenes" está sometido a un elemento: agua, tierra, aire y fuego, respectivamente.
En el curso de sus escritos alquímicos Arnau cita frecuentemente a Morieno y Geber, alquimistas árabes, lo cual coincide perfectamente con su conocimiento de la cultura islámica. Sus tratados escritos en Montpellier sobre "Del húmedo radical" y la "Filosofía Natural", son incuestionablemente suyos y evidencian su saber hermético y su práctica operativa en el laboratorio alquímico.

Tampoco es posible dudar de su conocimiento sobre los procedimientos de laboratorio. Se le tiene como descubridor de algunos compuestos químicos. Poco antes de morir escribió una fórmula que decía conducir inefablemente a la piedra filosofal: "Coge tres partes de limaduras de plata pura, tritúralas con una parte de mercurio hasta que resulte de ello una materia pastosa; cuécelo a fuego lento con una mezcla de vinagre y sal y sublímalo todo"... fórmula para la obtención del bicloruro de mercurio. Así mismo se le tiene por descubridor del ácido sulfúrico, el nítrico y el clorhídrico... En aquella época no existía la química tal como la entendemos hoy, la práctica con matraces y retortas, hornos y metales, no constituía sino prácticas alquimistas. Otro tanto puede decirse del ejercicio de la medicina, fronteriza con la magia y el hermetismo, un campo en el que Arnau destacó con luz propia.

Bonifacio VIII fue el gran protector eclesiástico de Arnau de Vilanova, mientras gobernó la cristiandad. A pesar de haber atacado al papado con una violencia irrespetuosa inusitada para la época, Bonifacio VIII lo salvó de las garras de la Inquisición y se limitó a llamarlo a Roma y reprenderlo, suave y amorosamente. No en vano Arnau había curado la dolorosa enfermedad de Bonifacio VIII, una litiasis renal crónica.

Llegado a Roma en agosto, Arnau confecciona un talismán que ostentaba el signo del león, correspondiente a ese mes. Mientras lo "magnetizaba", iba recitando salmos y versículos de la Biblia; colgado el amuleto en la región lumbar del Papa, tardó muy poco en hacer efecto y disolver sus cálculos renales. El Papa olvidó las altivas palabras que Arnau pronunciara meses antes: "La infalibilidad del Papa está tan garantizada como la de sus diagnósticos"...

El concepto que tenía Arnau de la ciencia médica entroncaba directamente con el saber hermético de su tiempo. Percibía en todas las cosas un "spiritus" que se manifestaba de distintas maneras, algo así como la fuerza vital que nos mantiene en pié y activos. Ese "spiritus" equivale, en su concepción, a una forma de energía capaz de ser transmitida de un ser a otro, mediante un proceso de sanación o bien susceptible de ser mermada por distintos factores que generarán enfermedad.

La posibilidad que el "médico" tiene de influir sobre el "spiritus" deriva de la estructura misma del cosmos. El hombre no puede influir sobre lo que es superior a él -Dios, los ángeles, etc.- pero sí sobre aquellas fuerzas "elementales" que se sitúan debajo suyo en la escala jerárquica. Captar y reconducir la fuerza de estos principios "elementales" de la naturaleza es la tarea del médico.

Esta concepción fue completada con otra derivada de su admirado Galeno. Arnau era contrario a la prescripción sistemática de fármacos; consideraba que aquel fármaco que servía para una persona era inocuo con otra. El tratamiento de la enfermedad debía ser personalizado; cada médico tenía necesariamente que establecer un vínculo personal y único con su paciente, si quería hacer honor a su juramento hipocrático.

El tratamiento debía ser pues personalizado y esto por tres motivos que hacen de Arnau, un adelantado a su tiempo. En primer lugar por que cada déficit de "spiritus" responde a una problemática concreta que tiene que ver con el sujeto como tal, con su comportamiento moral, su estilo de vida y su actividad; toda enfermedad es, pues, la manifestación de un desarreglo más profundo. En segundo lugar, porque el médico debe penetrar en el conocimiento de la enfermedad a través de la "experiencia"; esto le ha valido a Arnau el ser considerado como un precursor del empirismo, pero más bien, cuando se refiere a "experiencia" Arnau aludiendo a la "intuición mística" esto es a prescindir de todo apriorismo y situarse con una mixtura de amor, caridad, unión con Dios y vacío interior, ante el paciente, estado de conciencia en el que aparecerá la "intuición mística". Finalmente, Arnau es un precursor de los tratamientos psicológicos: considera que la fuerza de voluntad y la convicción del paciente en su curación, le conducirán inexorablemente a ella. Para Arnau la curación puede ser, en el fondo, autocuración.

Arnau, médico de poderosos, no utilizó su influencia para alcanzar fama y poder, sino antes bien, aprovechó su privilegiada situación para difundir sus ideas espirituales sobre el fin de los tiempos y la necesaria reforma de la cristiandad.

ESCATOLOGIA, MILENARISMO Y CABALA

Hacia finales del siglo XI Joaquín de Fiore había escrito tres textos proféticos que fueron agrupados en lo que se ha dado en llamar "El Evangelio Eterno". En su conjunto se trata de un intento de interpretación de las profecías contenidas en el Apocalipsis. Joaquín de Fiore describe un ciclo de 2160 años compuesto por nueve siglos de "incubación" completados por 1260 años (42 generaciones de 30 años cada una), esto es, el período que va desde el año del nacimiento de Cristo hasta el 2160. Estas profecías culminaban con la "segunda llegada de Cristo" o "advenimiento de la Era del Divino Paráclito" y tuvieron gran repercusión en su momento. Esta visión derivaba directamente de la astrología, ciencia tradicional cuya materia es la observación de las posiciones del Sol y de los Astros. Estamos, una vez más, en presencia de una ciencia tradicional emparentada con los principios olímpicos y solares que informan la “Luz del Norte”.

Por extraño que parezca, en cierta forma, las profecías de Joaquín de Fiore se cumplieron y el año 1260 estuvo marcado por distintas convulsiones: se extendieron la cábala y la brujería que obligaron a los papas a tomar medidas promulgando bulas condenatorias y endureciendo la actividad de la Inquisición. Los dominicos impusieron sus conceptos escolásticos. Es en torno a esa misma fecha cuando se precipitan los mesianismos de todo tipo: aparecen varios falsos mesías judíos y en distintos puntos del Islam surgieron autotitulados "Imanes ocultos".

La Era del Divino Paráclito se inaugurará 900 años después de esta fecha. El tiempo comprendido entre 1260 y el 2160 estará cubierto por "cinco períodos de prueba" (un tema que luego recuperarían los Hermanos del Libre Espíritu y otras herejías medievales). De Fiore estableció un paralelismo entre los cinco períodos que precedieron la llegada de Cristo (asirio-babilónico, persa, griego, helenístico y romano) y los que se sucederían a partir de 1260. No dudó que el exilio de los papas en Avignon equivalía a la cautividad del pueblo judío en Babilonia.

Arnau de Vilanova tomó este pensamiento escatológico y lo rectificó, uniéndolo a un proyecto de reforma espiritual de la cristiandad. Esto ocurrió entre 1297 y 1305, cuando Arnau compuso su obra "Del tiempo de la llegada del Anticristo"; se preocupó de justificar la necesidad profética en los textos evangélicos con objeto de evitar la acusación de herejía: era lícito, desde el punto de vista evangélico, estudiar las Escrituras "para descubrir los planes de Dios", al mismo tiempo que es bueno conocer las características del fin de los tiempos y saber cuando llegan, para estar preparados.

Lo que le mueve en esta investigación escatológica es la consideración de que el miedo al fin de los tiempos inducirá a la mayoría al arrepentimento y al ejercicio de la caridad, mientras que, paralelamente, creará un clima apto para aceptar la reforma de la cristiandad. Los teólogos que lo condenaron en el Concilio de Tarragona adujeron el versículo de San Pablo en "Los Hechos de los Apóstoles": "No conoceréis ni el día ni la hora"; pero Arnau alegó en su defensa que San Pablo, si bien excluye una investigación racional, no descarta una revelación sobrenatural.

El punto de partida de Arnau es la respuesta que da Jesús a sus discípulos remitiéndolos a las profecías de Daniel, cuando estos le preguntan sobre el fin de los tiempos. A partir del material profético contenido en el "Libro de Daniel", Arnau infiere la existencia de un ciclo de 1290 "días" -que entiende alude a años- desde la destrucción del Templo de Salomón y el inicio de la Diáspora, hasta la venida del anticristo. Dado que el Templo fue destruido por los legionarios de Tito en el año 70 de nuestra era, hay que sumar a los 1290 "días", estos primeros 70 años, lo cual nos da como fecha de la llegada del Anticristo el año 1360.

El anticristo no vino, pero Arnau tuvo razón en preveer grandes convulsiones para ese año: toda Europa se vio recorrida por cofradías de flagelantes que se azotaban para expiar sus pecados; su inspirador, Conrad Schmid, conocía la obra de Arnau. La sociedad medieval, a partir de esas fechas, fue resquebrajándose y ya nada pudo evitar la aparición del humanismo y el tránsito cada vez más acelerado hacia el mundo moderno y, por consiguiente, acarrear la ruina de la catolicidad. Las luchas entre partidarios del imperio y del papado arruinaron a las dos instituciones y abrieron el camino a la reforma protestante, muy alejada de la idea que Arnau se forjaba de la necesaria reforma de la Iglesia.

Hasta aquí la influencia netamente olímpica y solar que recibió y emitió Arnau. Pero su pensamiento se vio condicionado por otro tipo de pensamiento más polémico, el cabalismo hebreo, que supo reconducir y llevar por los caminos que luego, ya trillados, recorrieron buena parte de los humanistas del siglo XVI. En efecto, Arnau de Vilanova fue el primero en trasladar el cabalismo judío a la cristiandad e interpretar el misterio de la Trinidad cristiana en clave cabalística. A partir de Arnau se formó la escuela de cabalistas cristianos que tuvo entre sus más conocidos representantes a los grandes humanistas del Renacimiento: de Giordano Bruno a Marsilio Ficino y de Pico della Mirandola a Tomasso Campanella.

Arnau se explaya abundantemente en las nociones de cábala cristiana en su obra "Alocución sobre el significado del Tetragramaton". Tetragramaton quiere decir, literalmente, "cuatro letras". Los judíos tenían 72 nombres para llamar a Dios, solo uno era sagrado y no podía ser pronunciado más que por el Gran Sacerdote y solo en determinadas ceremonias. Estaba formado por cuatro letras que, según los cabalistas, hacían comprender la totalidad de lo creado representado por el Arbol Sefirótico.

Aquí existe un punto de confluencia entre pitagorismo y cabalismo hebreo. La "tetratkys" pitagórica (suma de los cuatro primeros números 1 + 2 + 3 + 4 que da como resultado 10, esto es un ciclo completo), tiene su equivalente en las cuatro letras del nombre sagrado de Dios (iod, he, vau y he) que dispuestas una sobre otra, esquematizan el Arbol Sefirótico compuesto por las 10 séfiras o "emanaciones de Dios".

El tetragramaton, encierra para Arnau, el misterio de la Trinidad: aunque el nombre oculto de Dios esté compuesto por cuatro letras, en realidad sólo son tres puesto que He se repite.

Iod, la primera letra, en leerse -el hebreo se lee de derecha a izquierda- significa el punto que genera una línea: el "principio principiante sin principio" que hay en Dios Padre. He, al estar compuesto por un ángulo que une dos lados, contiene en sí mismo, el lazo de unión entre el principio y lo que se origina a partir de él. Iod es el "principio procedente del principio". Así pues, en el nombre de Dios existe un "principio si principio" concebido por El, que genera por simple aspiración (en latín He equivale a la H, letra muda, sin sonido, pero con aspiración; de ahí la importancia del aliento en algunas ceremonias mistéricas). Las tres personas de la trinidad son pues "el verdadero y perfecto Padre, el perfecto Hijo y el elemento que los une". El principio de la generación es el Padre, el principio generado el Hijo, y la unión de ambos procede de su común amor.
Mediante la cábala cristiana, Arnau de Vilanova, intenta lograr la conversión de los judíos al cristianismo persuadiéndolos de que los misterios de la religión católica ya se encontraban implícitos en los textos del antiguo Testamento.

El cabalismo alcanzó gran fuerza y repercusión en el Languedoc y la Provenza francesa pasando luego a la península ibérica en donde irradió a partir de la Escuela de Gerona, entre el 1200 y el 1260. Su método consiste en el análisis de los nombres y las letras de cada palabra mediante unos valores numéricos que se atribuyen a cada signo y unos patrones de análisis basados en la ley de las correspondencias.

Sobre la biografía de Arnau planea el misterio de sus contactos con cabalistas judíos muy famosos como Abulafia, de quien algunos biógrafos  -Joaquín Carreras entre ellos- sostienen que se conocieron. Abulafía alcanzó la iluminación meditando sobre las páginas del sagrado "Sepher Yetsira" y fue a Roma con la quimérica idea de convertir al Papa. Abulafia estuvo intelectualmente próximo a los "espirituales", franciscanos disidentes. En su biografía se cita que tuvo contactos con un "místico católico" al que logró convertir al cabalismo; algunos sostienen que ese místico no era otro que Arnau... Ubertino da Casale (uno de los líderes "espirituales" franciscanos, que aparecerá como co-protagonista de la conocida novela de Umberto Eco "El nombre de la rosa") aceptará la interpretación del tetragramaton de Arnau y la incorporará a su obra que gozó de gran prestigio y favor en la Corte de los Reyes Católicos, más de un siglo después. No en vano, el Cardenal Cisneros, como veremos, se sentía próximo a la corriente "espiritual" y joaquinita y mandó imprimir las obras de Ubertino da Casale, al tiempo que enviaba a los últimos franciscanos "espirituales" a predicar en el Nuevo Mundo, recién descubierto por Colón.

ARNAU Y "LO HOLISTICO"

Cuando esto ocurría, la obra de Arnau había entrado en el terreno mítico. Ciertamente no se había producido la venida del Anticristo y su polémica escatológica parecía haber sido estéril. La aparición de los apócrifos arnaldianos, la condena de su obra y la quema de buena parte de sus libros, hicieron que, a principios del siglo XVI, su figura quedara muy difuminada y se perdiera entre las brumas de la leyenda. En los últimos tiempos se ha pretendido hacer de Arnau una especie de avanzado de la ciencia médica moderna y se ha intentado despojar a sus escritos de todo lo que supusiera colusión con la magia, la cábala y la alquimia; se ha minimizado incluso su profetismo escatológico, reduciéndolo a una aportación anecdótica en el seno de su obra epistemológica y antropológica.

Pero todo esto supone olvidar que Arnau fue perseguido precisamente por eso que hoy se niega que estuviera presente en su obra. No fue perseguido por obtener derivados del mercurio sino por su práctica de la alquimia; no fue perseguido tanto por su apelación a la experiencia como por su voluntad de penetrar en los secretos del futuro mediante la interpretación profética; curó por procedimientos muy distintos de lo que hoy se entiende por "método científico", curó con una mezcla de magia, intuición espiritual y terapia psicológica. Su teología y su antropología deben más a Joaquín de Fiore y a la cábala herética que a la escolástica o el tomismo.

Disidente en su época, el pensamiento de Arnau es una suma coherente y completa -hoy diríamos "holística"- que incluye muchas disciplinas y resume el saber de su tiempo.

No en vano fue considerado un "set ciencies".

© Ernest Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://info-krisis.blogspotcom