sábado, 16 de octubre de 2010

Alí-Bey: aventurero y descendiente del profeta

Infokrisis.- El siglo XIX es un siglo turbulento y extraño donde lo peor se junta con lo infame. Hay muy poca luz en el XIX y en la que hay priva lo que hasta aquí hemos definido como espíritu sudista. Con todo, durante el siglo surgieron individualidades notables, hijas del caos en muchos casos y de una búsqueda cuyo Norte se había perdido, autodidactas que jamás distinguieron lo importante de lo accesorio. Hijos todos de la confusión. 

El siglo XIX registra una caída de nivel en todos los sentidos. Las logias masónicas se convierten en compañías gestoras de intereses y solo unas pocas individualidades dan que hablar en medio de un contexto general de oportunismo y olvido de los orígenes. La magia y la espiritualidad sufren una lenta transformación hacia el ocultismo; esto es, un proceso de decadencia. Lo esotérico se convierte en sinónimo de lo clandestino y conspirativo. Carbonarios, comuneros y masones, compiten por la misma clientela y un proyecto político común cuyos reales se asentaron sobre el liberalismo de allende fronteras. Los “napoleónidas” entraron por el Norte, pero el mismo espíritu, liberal y burgués, apareció en Cádiz. Los intelectuales que optaban por uno u otro bando, compartían los mismos ideales, solo que para unos, los franceses eran ángeles y para otros demonios. Malasaña y sus vecinos, el timbaler del Bruch, Castaños, los defensores de Zaragoza y Gerona, los menestrales ejecutados en Barcelona, ni uno solo sabía algo del liberalismo y sus “inmortales principios”. Lo suyo fue una reacción de autodefensa que luego otros intentaron –y lograron- capitalizar. En la “guerra del francés” se luchó contra una agresión extranjera y no por una causa sociopolítica. Tuvo algo de guerra civil. Por primera vez no existieron en España, no una sino dos “Luces del Sur”: la de Cádiz y la de los Afrancesados.

    Nuestra pesquisa por el XIX se inicia con un hombre que llegó a la madurez recién iniciado el siglo. Su vida es propia de un aventurero. Su estilo el de un condottiero. Tras el personaje lo que aflora es el genio de la raza y el drama quienes debieron elegir entre patriotismo y pragmatismo. Uno de ellos fue “Ali Bey”. Reconstruir la biografía de Domingo Badía Leblich, más conocido por "Ali Bey", es una tarea casi imposible. Si bien existen de él varias biografías, todas ellas son incompletas, y eluden aquellos aspectos que a nosotros más nos interesan; unas repiten lo ya dicho en otras que, en el fondo, no es sino la transcripción literal de lo que él mismo quiso comunicarnos sobre sus viajes y aventuras, a través de su libro, un auténtico best-seller de la época. Pero Ali Bey calló mucho. Y eso es lo que precisamente nos interesa.

    Por otra parte, quien desee reconstruir la biografía de Domingo Badía deberá ir con sumo cuidado. Pocas figuras como esta han sufrido una tergiversación por parte de historiadores demasiado celosos por defender al personaje. El nacionalismo hace siempre un flaco servicio a la historia y cuando se mezclan pretensiones nacionalistas no cabe duda que aquellos aspectos que un personaje pueda tener contrarios a esta ideología son menospreciados o simplemente se prescinde de ellos por importantes que pudieran ser. Esto ocurrió con Domingo Badía que, periódicamente, es objeto de intentos de recuperación por el nacionalismo catalán.

    Finalmente queda una última advertencia. Nuestro aventurero y explorador tiene, como el Jano bifronte, dos aspectos completamente distintos: Domingo Badía es uno de ellos, Ali Bey el Abassy, otro. Si el hombre nacido en Barcelona pudo aparentar ser un descendiente del profeta, fue porque, efectivamente, una parte de él, pensaba en términos de cultura islámica. Ali Bey llevó su papel mucho más allá de lo que le exigía la importancia de la misión encargada por Godoy. Predicó el Islám en tierras musulmanas sin que nadie se lo pidiera. Cuando el cirujano le circuncidó en Londres, una parte de él murió también. Pero cuando murió a pocas jornadas de Damasco, la cruz que llevaba colgada al pecho era el último recuerdo de la personalidad de Domingo Badía.

Quizás sea este el personaje más misterioso de cuantos se traten en este libro, y, desde luego, aquel cuya vida, aun hoy ha dejado más incógnitas en suspenso.

LOS PRIMEROS AÑOS: EL NIÑO PRODIGIO Y SUS VALONES

Es fácil suponer que Domingo Badía fue un inadaptado en su infancia y que esta característica cinceló drásticamente su carácter. Nacido en Barcelona en 1767 se le bautizó en la Catedral. Nunca pisó un aula universitaria pero su cultura era muy superior a la media, y no solo en lengua árabe y cultura islámica, sino que también estudio por su cuenta astronomía y física, historia natural, matemáticas y filosofía. Trabó amistad con Simón de Rojas Clemente otro orientalista apasionado. A los 14 años ya ocupaba un puesto de funcionario en Granada y poco después aparece como Contador de Guerra con honores de comisario, pero resultaba evidente que un espíritu tan cultivado no iba a resignarse a pasar los mejores años de su vida trás una escribanía. Carlos IV le nombró luego administrador de tabacos de Córdoba. Contaba entonces nuestro hombre 26 años y seguía acumulando saber y erudición.
No está clara cual era su psicología. Debía ser, en cualquier caso, muy compleja. Ya desde los 14 años desempeñó funciones muy superiores a lo que sería de esperar en un adolescente de su edad. Nunca explicó de donde procedía su identificación con el mundo islámico. ¿Es posible que en algún momento se creyera reencarnación de algún descendiente del profeta? Lo ignoramos; pero sí estamos seguros que el ambiente provinciano de los destinos que le iba concediendo la Corona debían fastidiarle profundamenta a un joven de sus aspiraciones y con sus conocimientos.

El análisis del personaje nos dice que sufría una extraña ezquizofrenia: de un lado era un erudito occidental, Domingo Badía, de otro un príncipe abassida, Ali Bey y tal dualidad va mucho más lejos de lo que podría esperarse de un hombre investido de las misiones oficiales que le correspondieron. Son dos papeles que asume como propios como veremos más adelante.
En 1791 se casa con Maria Berruezo, su entrañable "Mariquita" de la que no se separará salvo en sus aventuras y viajes.  Inducirá a su suegro a participar en una aventura económica fracasada cuando se apasionó por los "balones aerostáticos". Se le verá en 1799 en la c/Puebla, 33 de Madrid y al año siguiente, corto de caudales, en Leganitos, 3. Su cerebro de aventurero ya no puede más. Y entonces va a ver al "Príncipe de la Paz".

El 7 de abril de 1801, presenta a Godoy un proyecto en el que ha trabajado con Clemente, durante varios años. Es la memoria de una expedición científico-geográfica que debería recorrer la mayor parte de Africa. El Príncipe de la Paz se sintió a traído por el proyecto. No se trataba de un valido tan caprichoso -al menos no era solamente eso- como hoy le solemos considerar, sino un hombre de cierta perspicacia política, frecuentemente muy intuitivo. En esta ocasión acertó al preveer que el imperio español en América terminaría por derrumbarse y urgía buscar territorios nuevos y más próximos sobre los que extender el dominio español. Africa quedaba, en orden de proximidad, en primer lugar. Así que Godoy, cuando examinó detenidamente el proyecto de Badía, se limitó a reconducirlo en interés del Estado.

A todo esto Badía y Clemente se habían ido a París y a Londres, a recabar informaciones de todo tipo y adquirir instrumentos científicos de reciente invención. No se sabe exactamente ni a quienes visitaron ni que otra cosa hicieron. Era difícil en la época, tanto en una como en otra capital, hablar de ciencia de vanguardia y no recibir, antes o después la propuesta de "entrar en logia". Es muy probable que fuera en el curso de estos viajes cuando Badía fue iniciado como franc-masón. Esto explicaría buena parte de sus amistades y los recursos que inmediatamente obtenía de lugares y países en donde nunca antes había estado y que los historiadores suelen atribuir a su "encanto personal" que, efectivamente, existía pero que no basta para explicar como logró escalar, sin título alguno, ni fortuna, las más altas cancillerías europeas, cuando era un simple funcionario. A este respecto hemos de decir que, desde el principio sospechamos que lo esencial del proyecto de Badía -que desarrolla en cinco partes- era realizar un viaje por Africa: entrar por el Estrecho, ganar el Atlas y bajar por el Sahara hasta el Golfo de Guinea; de ahí ganar el Nilo, remontarlo hasta el Cairo y luego, orillando el Mediterráneo cruzar el desierto líbico hasta el Estrecho. En total 3250 leguas. Argumentaba con razón Badía que los diferentes jalones de esta ruta eran recorridos habitualmente por caravanas y si ningún europeo había conseguido completarlas era por su vestimenta y aspecto que estimulaba a los saqueadores y bandoleros. Había, pues, que disfrazarse de musulmán y hacer el recorrido como uno de ellos.

Un proyecto de esta naturaleza suscitó el encono de los medios científicos; su autor no esgrimía título alguno y la ligereza de  disfrazarse no se escapaba a los académicos bienpensantes de la época. Godoy, estaba  muy alejado de estas sutilezas: le importaba solo el bien del Estado y autorizó a Badía y su socio, Clemente, a realizar el "viaje preliminar" explicitado en el proyecto. Fue así como llegaron a Londres. Una mañana, mientras Clemente recogía hierbas, Badía fue circuncidado. Algún autor malintencionado ha dicho que en la mente de Badía estaba ya la idea de engañar a su mujer y era necesario, para ello, si quería ser tomado como árabe, proceder a la dolorosa operación... argumento que señalamos mas a título anecdótico que por su rigor.

De regreso, Godoy lo llamó a despacho. El proyecto seguia adelante, solo que con una orientación diferente. Lo político se impondría sobre lo científico. Marruecos atravesaba una delicada situación y había que ver de qué forma España podía aprovecharse. Para eso enviaba a Badía a la zona. Su misión era contactar con el Sultán de Marruecos, ponerse en contacto con los rebeldes y estimularles para que atacaran. España entonces intervendría para ofrecer su protección al Sultán.

DONDE NACE ALI BEY EL ABASSY

Badía y Clemente abandonaron Madrid luciendo lujosos atuendos árabes. Ignoraba Clemente que Godoy había prohibido que acompañara a Badía; aquel era un científico, en absoluto el aventurero que se requería para la operación. Badía se lo quitó de encima adelantando el viaje a Marruecos; atavesó el estrecho el 25 de mayo de 1803. En la correspondencia que cruzaron ambos utilizaban sus nombres musulmanes. A efectos de la operación, Badía pasó a llamarse -y a "ser"- Alí Bey el Abassy, príncipe de los Abassidas, hijo de Othman Bey. Badía había falsificado documentos y genealogías escritas en árabe antiguo en los que se demostraba "fehacientemente" su origen y linaje santo: era descendiente del tío del Profeta y, por tanto, merecía un trato especial.

Pronto entró en contacto con el Sultán y cumplió su cometido político, fiel y eficazmente. Frecuentó, no solo las casas nobles sino también al pueblo llano. Describe sus impresiones y las escenas, en ocasiones truculentas, de las que fue testigo, con un estilo directo y apasionante. Predijo un eclipse de sol gracias a las tablas astronómicas que llevaba. El pueblo llano se manifestó temeroso ante su casa gritando "Sávanos Ali Bey". Muchos le consideraban brujo, hechicero y nigromante. Otros un santo, hasta el punto que debió trocear su chilaba y repartir los fragmentos entre la multitud.
El sultán le regaló una mujer blanca y una negra; no se atrevió a rechazarlas, pero tampoco les hizo mucho caso. Manifestó que no quería gozar con mujer hasta visitar la ciudad del Profeta, la Meca. Compartía la opinión que le dió un sabio judío: "La mujer es una perturbación para el sabio".
En cuanto a su misión, si hemos de creerse, afirma que logró azuzar la rebelión de las tribus opuestas al Sultán y crear las condiciones objetivas óptimas para una intervención española. Sin embargo, el plan de Godoy fracasó; lo único que se le había escapado al taimado estadista era el carácter timorado de su patrón, Carlos IV, que nada queríaa saber de nuevos problemas e intervenciones militares. Preocupado solo por sus cacerías eludía, como gato el agua, afrontar cualquier problema de Estado. Godoy escribió a Badía cancelando el proyecto y éste empezó a operar por su cuenta. Pidió autorización al Sultán para desplazarse a La Meca y éste lo despidió con lágrimas en los ojos.

Meses después, tras indecibles peripecias, llega al patio del templo, la Casa de Dios y besa la piedra negra de la Kahaba, traida por el Arcángel Gabriel. Dió seis vueltas en torno suyo y volvió al día siguiente a dar siete vueltas más. Conoció al jefe de los envenenadores, estremeciéndose cada vez que le ofrecía un vaso de agua. Ali Bey le regaló valiosos presentes induciéndole a qué pensara que era mejor que viviera. Tiró siete piedras contra la "Casa del Diablo" y otras siete en el paraje en donde vivió el infame Abugehel, enemigo del profeta. Antes de abandonar La Meca encontró al envenedador quien le obsequió con el último vaso de agua.
El relato del viaje prosigue por otros horizontes. Damasco, El Cairo, Constantinopla, Tierra Santa. Hoy todo esto parece fácil de realizar pero no hay que olvidar que Domingo Badía Leblich fue el primer europeo que vió y besó la piedra negra de la Kahaba. Solo por eso ya hubiera merecido pasar a la historia.

Hay un par de detalles que Alí Bey no cuenta en su libro pero de los que hay constancia en la correspondencia que mantuvo con Godoy. El primero es relativo a sus pretensiones sobre el Imperio Marroquí. Durante su andadura, albergó el sueño quimérico de asumir la corona mediante un golpe de Estado; para ello afirmaba contar con 3.000 combatientes. Se creía una especie de Hernán Cortes en territorio islámico: "O me da Muley el cetro buenamente para la organización y reforma del Imperio, o Yo me lo tomo... Creo que dije que tengo un Montezuma entre las uñas y lo repito, los Guardias de Palacio me hacen los honores"... Godoy comentaba a sus íntimos todas estas proezas que, obviamente eran meras exajeraciones. Como exajeración también era su dominio sobre la religión y la lengua árabes. En las siete primeras líneas de su introducción a "Los Viajes de Ali Bey", escritas en árabe, después de olvidar la basmala (invocación obligada en el encabezamiento de todo escrito musulmán, "En el nombre de Dios misericordioso y Clemente), comete no menos de media docena de faltas de ortografía. Todo induce a pensar que Ali Bey exajeraba; afortunadamente España no envió tropas a Marruecos para apoyar a unos rebeldes con los que Ali Bey jamás contactó.

En la ecuación personal de Ali Bey hay, junto a rasgos de esquizofrenía, una componente mitomaníaca. Años después, cuando se ponga al servicio de Luis XVIII, intentará elaborar unas falsas raíces galas en su genealogía. En esa misma ocasión afirmará que su gestíón en Marruecos tenía como objetivo dotar al país de una "Constitución". Hay en todo ello mucho oportunismo, todo lo cual empaña siquiera levemente la exhuverancia del personaje.

EN BUSCA DE LA ATLANTIDA

El capítulo XIX de "Los viajes de Ali Bey" lleva un título curioso "De la antigua isla Atlántida". Ali Bey creía en la existencia de restos del continente desaparecido en medio del océano y veía en la cordillera del Atlas su último apéndice. Ali Bey conoce a la perfección el relato de Platón; cree que el reino atlante llega desde la parte, hoy desaparecida bajo las aguas, fronteriza con la cordillera del Atlas, hasta Libia, Cirenaica y Egipto. Se le hace cuesta arriba creer que el continente se hundió por catástrofes naturales, piensa que el terremoto ha sido limitado y solo habría tragado a algunas islas, mientras que en otros puntos habría sucedido el fenómeno contrario, a saber, la elevación de las tierras antes ocupadas por las aguas, de tal forma que el desierto del Sahara sería el fondo del mar atlante y de ahí la abundante arena...

Alí Bey menciona "La Historia filosófica del mundo primitivo", del que ningún comentarista ha encontrado referencias; se trata en realidad de "La historia filosófica del género humano" escrito por Fabre d'Olivet publicada hacia finales del siglo XVIII. Fabre menciona a los atlantes y a Pitágoras y su libro influenció todo el ocultismo francés del siglo XIX... El conocimiento de esta obra es otra prueba de que Ali Bey estuvo familiarizado con este tipo de pensamiento.

El tema atlante no fue, naturalmente, mencionado para nada en la memoria que envió a Godoy. Sin embargo, resulta evidente, sobre todo tras la lectura de "Los viajes de Ali Bey" que la ruta inicialmente propuesta por el aventurero estaba destinada a confirmar sus tesis sobre la Atlántida. Badía pensaba que existía un mar interior en Africa que se extendería al sur del Sahara y alcanaría las Fuentes del Nilo. Las zonas subsaharianas estaban muy deficientemente exploradas en la época y la tesis de Badia era que al elevarse el fondo del océano y sacar a flote las arenas habían aislado una porción de agua en el continente, al estilo del mar Caspio.
Se trataba de una superchería y de una mala lectura de Platón, deformada por otra deficiente lectura de Fabre d'Olivet, a lo que se unían sus apreciaciones personales. Demuestran en cualquier caso que Ali Bey conocía -y hasta cierto punto quiso rectificar- el pensamiento ocultista de fines del XVIII y principios del XIX.

ARMADO CABALLERO CRUZADO

Las biografías de Badía Leblich se fijan más en la espectacularidad y colorido de sus viajes y aventuras que en algunas misiones que desempeñó. Particularmente curiosa es su plan de reforma de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén que, paradójicamente, apenas es mencionada en sus biografías más difundidas.
Entre 1806 y 1814, distintos miembros de la Orden del Santo Sepulcro, habían constatado la difícil situación en que se encontraban los religiosos que desempeñaban tareas misionales en Tierra Santa. Los turcos les exigían cada vez tributos más pesados y existía un ambiente generalizado de menosprecio y marginación de los cristianos del lugar. Entre los patricios que denunciaron esta situación figura el Conde de Chateaubriand y el propio Ali-Bey ejerciendo, para esta ocasión, de Domingo Badía. Chateaubriand y Badía llegaron a conocerse, en su "Itinerario de París a Jerusalén", el famoso escritor francés menciona a "un rico turco, viajero y astrónomo, llamado Ali Bey el Abassy" que habría leido "Atala".
Badía se presentó en Jerusalén y el 28 de julio de 1807 llamó discretamente a la puerta del convento de los Frailes Menores; pudo entrevistarse con Fray Ramirez de Arellano, natural de Ocaña, quien le preparó una visita con el procurador de lo Orden ese día enfermo. La inoportuna llegada de la autoridad turca interrumpió la entrevista que se reanudó al día siguiente. Las indagaciones de Badía le llevaron a establecer una cuadro extremadamente realista -y dramático- de la situación de los cristianos en Tierra Santa y en particular de la Orden del Santo Sepulcro.
Su amigo el Marqués de Almenara, embajador plenipotenciario de Carlos IV en la Sublime Puerta, preparó la entrada de Ali Bey en Constantinopla, llegando a prepararle unas habitaciones "al estilo de su religión" para acallar las voces musulmanas que decían que se había "cristianizado". A los pocos días salió para Viena en donde empezó a ordenar sus apuntes sobre la cuestión de Tierra Santa. El documento, manuscrito, consta de tres partes: una valoración sobre el estado de los religiosos en Tierra Santa, medios propuestos para remediar la dramática situación y un plan concreto de remedio para los males compuesto por 31 artículos, de los cuales 22, cifra cabalística, están dedicados a la Orden del Santo Sepulcro. El 9 de agosto de 1808 terminó la memoria en Bayona. Un mes antes había sido armado Caballero Cruzado, en el nombre de San Miguel y San Jorge e investido en la Orden del Santo Sepulcro el 18 de julio.

En sus 22 artículos Badía describía como debería reconstruirse la Orden del Santo Sepulcro, descendiendo incluso a los particulares más nimios, como el uniforme y los grados de los caballeros. Un "manto roxo con cuello blanco bordado en oro al cuello" debería ser el distintivo de las Grandes Cruces y sin oro el del grado inferior. Proponía que no se tratara solo de títulos honorarios, sino que la Orden dispusiera de fuerza militar propia, presta a la intervención. Cifraba los efectivos de la orden en 1250 caballeros, de los que 420 serían españoles, 20 de ellos "grandes cruces" y 940 franceses, 40 del grado distinguido. Deberían de cotizar y financiar con su peculio la presencia cristiana en Tierra Santa.

El París de aquellos años parecía querer olvidar la resaca del terror jacobino y el sonido de la guillotina, con fugas románticas hacia Oriente. Fabré Palaprat, un pedicuro, había reconstruido la Orden de los Caballeros Templarios, sobre la base de unos documentos espúreos -"El Levitikon", libro de inspiración juanista, "El manuscrito de Maestre Roncellin" y la "Regla del Maestre Larmenius"-; pero, a pesar de la falacia, el experimento tuvo éxito y varios miles de caballeros hasta entonces manestrales y pequeños industriales vistieron el manto blanco con cruz roja al pecho, símbolo de la Orden Templaria. Badía y su proyecto discurrían por un camino mucho más serio; quizás por ello su gestión no tuvo eco alguno. Carlos IV, el indolente rey Borbón, se desentendió de él; Napoleón I prefería obtener cosas más concretas y políticamente rentables de Badía.

La Orden del Santo Sepulcro fue creada por los caballeros cruzados a modo de orden militar, del mismo estilo que los hospitalarios y templarios, pero restringida a la defensa de los Santos Lugares. El segundo monarca del Reino Latino de Jerusalén y de los Santos Lugares, Balduino I -sucesor de Godofredo de Bouillón quien, a pesar de ser nombrado rey, no quiso llevar corona en aquel lugar en el que Cristo fue coronado de espinas- en 1103 asumía el Gran Maestrazgo de la Orden, delegando en su ausencia en el Patriarca de Jerusalén. Pero en la retirada de Tierra Santa éste último murió ahogado en el puerto de San Juan de Acre, cerca de donde un marino templario que luego haría fortuna en el Mediterráneo, Roger de Flor, al frente de sus almogávares, comandaba un buque de su Orden.

El papa, a la vista del descalabro del Reino Latino decidió abstenerse de nombrar un nuevo Patriarca y el maestrazgo de la Orden del Santo Sepulcro quedó en manos del Rey de Francia. Pedro III de Aragón, al casarse con una nieta de Federico II Hofenstahufen, tomó partido por el Imperio contra la Casa de Anjou y, consiguientemente, contra el papado. Sicilia fue conquistada en pocas jornadas por las tropas catalano-aragonesas. Conradino, nieto de Federico II, Rey legítimo de Jerusalén, recibió la corona de la isla. El contraataque de la Casa de Anjou y del papado no se hizo esperar y Conradino fue ejecutado. La leyenda señala que mostró gran valor en el cadalso y despojándose de su guante lo arrojó a los presentes; uno de ellos lo guardó, exclamando: "lo recojo en nombre del Rey de Aragón". Poco después los sicilianos se sublevaron contra la tiranía de los Anjou y enviaron una delegación a Pedro III, entre ellos el poseedor del guante. La nueva expedición dió a Pedro la corona de Sicilia y la de Jerusalén, pues no en vano, Conradino al morir sin descendencia, transmitió la corona de los Santos lugares y el maestrazgo de la Orden a la hija de su hermano Manfredo, nieta de Federico II... casada, a su vez, con el Rey Pedro III de Aragón. Esta corona pasó a los Reyes Católicos y de la dinastía de los Austrias a la de los borbones...

 Alí-Bey no pareció dar mucha importancia a esta gestión de la que solo queda como huella el documento manuscrito que, por insondables caminos, caería en manos de Eduard Todá, igualmente aventurero y explorador, cualidades que unía a las de hijo de Reus, amigo de infancia del que sería gran arquitecto Antonio Gaudí y, finalmente, notorio franc-masón. Todá depositó el manuscrito en la biblioteca del Arcediano, situada frente a la Catedral.

A decir verdad, la gestión de Badía fue sorprendente. Lo que estaba proponiendo en sus artículos del proyecto era la defensa de los Santos Lugares y, como Federico II, llegar a un entendimiento con la autoridad musulmana. Por una parte, preconizaba la fuerza de una posición decidida, casi llamaba a una nueva cruzada, mientras que por otra, solicitaba entendimiento y negociación con los turcos.

EL REGRESO DEL AFRANCESADO. LO INCONFESABLE

El 9 de mayo de 1808 fue a ver a Carlos IV en Bayona. Una semana antes habían ocurrido los luctuosos sucesos de la insurrección popular madrileña contra las tropas napoleónicas. Ali Bey, volvía a ser Domingo Badía. Carlos IV seguía siendo el mismo de siempre, amante de la caza, apático, debil y temeroso, ansioso de evitar problemas y sobrevivir como fuera.
Badía se puso a su servicio para cualquier gestión e incluso acompañarlo al exilio. Carlos IV prefirió disuadirlo de seguir su suerte; se limitó a decirle que "España ha pasado al dominio de Francia por un tratado" y le recomendó que tan brillantes proyectos fuera a exponérselos al Emperador: "Ve de nuestra parte a Napoleón y dile de tu persona". Es de suponer el estado de ánimo de Badía. Carlos IV, no solamente había echado por tierra su misión en Marruecos, sino que además se desentía de la lealtad de sus súbditos. Con todo, a decir verdad, el afán de aventura, pesaba más que su patriotismo. Se entrevistó en París con Napoleón varias veces. El gran corso tenía una particular predilección por Africa. Es de suponer que se sentía a gusto conversando con el aventurero; de no haber sido por los múltiples problemas que debía afrontar, Napoleón lo hubiera puesto a su servicio y Badía quizás sería hoy recordado tanto como puede serlo Champolion en el vecino país. El emperador ordenó que se trajeran de Madrid los papeles de Badía y eso da la medida del interés que puso en el aventurero.

De regreso a España en octubre de 1809, Jose I, el injustamente conocido como "Pepe Botella", hermano del Emperador, lo designó Intendente General de la Provincia de Segovia. Si los historiadores nacionalistas eluden esta parte de su vida, no es porque dejara en la provincia una particular mala impresión, sino porque dice mucho de las convicciones políticas de nuestro hombre. Ciertamente, Badía se vió desbordado por las exigencias de abastecimiento de las tropas napoleónicas de ocupación y debió requisar víveres y tributos en cantidades mayores de las posibilidades de la provincia. En alguna ocasión debió recurrir a una pequeña guarnición y en otras a bandos amenazadores. Solía terminar sus cartas de respuesta a los requerimientos de las tropas de ocupación con un latiguillo que se hizo habitual: "He aquí cuando un Intendente puede hacer desde su bufete para el servicio de la Tropa".

En noviembre de 1809 los campesinos amenazaban con no sembrar, cogidos entre dos fuegos, las exigencias napoleónicas y los abusos de los guerrilleros. Badía escribió una proclama apelando a que los párracos convencieran a los campesinos de la conveniencia de sembrar, exortando "su Religión, su Filantropía y patriotismo propios". La alusión a la "filantropía" es sospechosa, una vez más, el concepto solo era utilizado por los franc-masones y pertenecía a su jerga particular.

De nada sirvió que estableciera premios para los cultivadores que más grano aportaran. La actividad de los guerrilleros crecía de todo y las proclamas del Intendente también: llamaba a los guerrilleros "partidas de bandoleros", decía de ellos que estaban "capitaneados por hombres más o menos soeces", que se ganaban la vida "robando y salteando los pueblos y los caminos". Les amenazaba con la presencia del Emperador, "Vereis las águilas del Gran Napoleón arrojarse sobre las víboras que envenenan vuestra existencia" y añadía "la suerte de España está fixada por el Héroe de Europa". Terminaba sus bandos con otra frase sospechosa: "El Rey lo manda y la Humanidad lo exige"; esta referencia a la "humanidad" decía mucho en aquel tiempo de su profesión de fé. José I honró su lealtad condecorándolo con la "Orden de España", por él creada.

Otro testimonio de su paso por Segovia es elucidador. Estuvieron con él dos catalanes, Jaime Amat y su sobrino, Torres Amat, el primero siendo Tesorero de Intendencia y Administrador de Bienes Nacionales, el cual escribe en sus memorias: "A pesar de tratarle familiarmente y de no poder ignorar que estábamos allí, jamás supimos que fuera catalán" (...) "oíamos, si, la voz popular de que era judío, que estaba circuncidado, que había sido musulmán y otras mil especies con que el pueblo se complacía en presentarle, no solo como afrancesado, sino como masón e impío"... pues bien, es posible que todas estas acusaciones tuvieran un poso de realidad.

¿JUDIO, MASON, IMPIO?

Nuestra tesis es que la personalidad de Domingo Badía hay rasgos ezquizofrénicos, quizás propios del niño prodigio que fue. Una parte de él fue musulmana y no creemos que fuera por burla o engaño, ni siquiera por exigencia del papel político que debió representar. Cuando habla sobre el Islam lo hace con tal fervor que diríase que, efectivamente, estamos ante un descendiente del profeta. En la introducción a "Los Viajes de Ali Bey" escribe: "Alabanza sea dada a Dios; a él que es altísimo, el inmenso; a él que nos enseña por el uso de la plegaria, que sirve a los hombres a salir de la ignorancia. Alabanza a Dios que nos guió a la verdadera fé del Islam, hasta Tierra Santa".

Podría haber obviado el viaje a La Meca que no era requerido por ninguna misión diplomática. Ni siquiera estaba contemplado en el proyecto original; si realmente hubiera tenido afán de investigación científica, hubiera recorrido el Africa subsahariana. Pero su decisión era ir a La Meca, donde "todo verdadero creyente debe hacer el viaje", tal como explicó al Sultán de Marruecos. Escribió al peregrinar al Monte Aarafat: "El habitante del Caucaso, presentando una mano amiga al etíope o al negro de la Guinea, el indio y el persa hermanados con el berrismo y el marroquí, el hombre llano y el de la montaña, de la choza y el del palacio... todos mirándose como hermanos. Qué espectáculo más sencillo, más tierno y majestuoso". Y llegó a predicar en la falda del monte: "Filósofos de la tierra, permitid a Ali Bey, defender su religión, como vosotros defendeis el espiritualismo o el materialismo"...

Una parte de Domingo Badía fue, efectivamente, Ali Bey y, como tal, fiel súbdito de Mahoma y devoto de Allah. Pot eso cuantos le tachaban de "impío" en Segovia, probablemente tenían algo de razón. Luego estaba la acusación de "judío". El retrato más antiguo que se conserva de él tiene ciertamente un parfil casi caricaturescamente hebreo. El apellido "Leblich", a pesar de ser belga de origen, no garantiza la ausencia de sangre judía. A decir verdad el apellido tiene resonancias israelitas, y muy concretamente de judíos llegados a Bélgida de alguna migración del Este Europeo, acaso de judíos polacos, probablemente conversos.

Llama la atención, igualmente, el encendido elogio que hace de las mujeres judías de Marruecos: "Estas judías andan descalzas y se ven obligadas a postrarse a los pies ricamente adornados de negras horribles que disfrutan el amor brutal de sus amos", anota y la descripción que hace de aquellas mujeres judías, de cabellos rubios y ojos encantadores, demuestra una gran admiración hacia el pueblo judío como desprecio a las razas de color. En Marruecos le entregaron una mujer de raza negra, la bañaron y purificaron, escribe: "Yo la dejé encerrada en una habitación. No sé en que consiste, pero no puedo vencer mi repugnancia a una negra de labios gruesos y nariz aplastada". En Rabat travó amistad con un sabio astrónomo de nombre Matte Moreno, oriundo de España, a quien regaló sus tablas astronómicas.
¿Badía judío converso? corramos un tupido velo. Faltan datos, pero el apellido Leblich da cierta verosimilitud a la hipótesis. Su falta de patriotismo, propia del judaismo transhumante y desarraigado de su tierra originaria hasta mediados del presente siglo, es otro de los factores que juegan a favor de la tesis.

En cuanto a la acusación de franc-masón nos parece mejor obviarla. No se trata de que en una pequeña ciudad como Segovia, en donde los secretos apenas podían ser mantenidos, se le considerara como tal, sino que son muchas las referencias y alusiones que emplea Badía en ese período que remiten a la temática masónica, o por lo menos a un cierto tipo de masonismo. No hay que olvidar que buena parte de los "afrancesados" militaban en las logias de la época. Badía escaló mucho y muy rápidamente en la corte de José I quien, por lo demás, fue Gran Maestre de la franc-masonería española tras ocupar el trono, hasta el punto que en enero de 1812 aparece en Cádiz una real célula que ratifica el decreto de 1751, prohibiendo la masonería. Lo sorprendente es que, entre los miembros de las Cortes de Cádiz la proporción de masones no es menor. La explicación a esta aparente contradicción hay que encontrarla en que la masonería a la que pertenecen los afrancesados es de obediencia gala, mientras que los miembros de las Cortes de Cádiz habían sido ganados por logias, o bien preexistentes, o bien, y sobre todo, traidas por las tropas inglesas que combatieron en España.

Se habían creado logias en Barcelona, Burgos, Cádiz, Figueras, Gerona, La Coruña, San Sebastián, Tenerife, Santander, Santoña, Sevilla, Talavera, Vitoria y Zaragoza. En Madrid se crean la "Beneficencia de Josefina", "Santa Julia", "Almagro" y "San Juan de Escocia de la Estrella de Napoleón". De aquí deriva la "Gran Logia Nacional de España". En un principio, las logias están compuestas solo por oficiales franceses, luego ingresarán en ellas profesores, funcionarios, médicos, sacerdotes y abogados. Humanistas, su primer objetivo será la abolición de la Inquisición. La marcha de José I acarreará el desmantelamiento de las logias afrancesadas.

El perfil funcionarial de Badía en aquellos años responde al de "afrancesado franc-masón". Ocupará cargos de relevancia, después de su tránsito por Segovia, en Córdoba, Lucena y Ecija. El 13 de junio de 1811 es llamado a Madrid después de su enfrentamiento con el mariscal Soult y el conde de Montarco, comisario regio para Andalucía. Queda constancia de este traslado en una noticia de "El correo de Córdoba" donde se explicita que "Ha sido llamado a un destino más importante". Ese destino era la prefectura de Valencia, cargo del que no llegó a tomar posesión. El mariscal Suchet, gobernador de la zona, prefirió imponer a sus amigos parisinos en un momento en que las tropas de ocupación empezaban a pensar que las cosas se les ponían excesivamente cuesta arriba y no podían confiar ni siquiera en los españoles afrancesados.

Badía en 1813 emprendió la huida a Francia con José I.

EL SEGUNDO VIAJE A ORIENTE.

A partir de aquí los datos que hay sobre su vida son especialmente escasos; el misterioso Badía-Ali Bey es, a partir de ese momento, aun más misterioso. Nunca regresará a la patria carnal, si bien solicitará el perdón a Fernando VII. Su misiva jamás fue contestada. Corto de dinero, decidirá publicar sus recuerdos en un libro que ha pasado a la historia de la literatura de exploración como un clásico: "Los viajes de Ali Bey". El libro fue un éxito en Francia y se tradujo a todos los idiomas europeos, la edición más tardía en aparecer fue la española...

En el libro no se habla para nada de Domingo Badía, es Ali Bey quien cuenta su historia. El mismo editor fue engañado y en el prólogo llegaba a escribir: "Ciertas personas contrariadas en sus intrigas por la rectitud de las intenciones de Ali Bey y no pudiendo atacarle por su conducta, quisieron despertar sospechas o suscitar dudas sobre su origen. Ligeras nubes que el menor viento ha sido bastante en disipar". Este párrafo hace pensar que en buena medida, incluso en París, Badía siguió siendo Ali Bey.

En 1815 casó a su hija con un Académico, D'Isle de Sales. Al producirse la caida de Napoleón y la subida al trono del hermano de Luis XVI, Luis XVIII (el XVII fue el desgraciado Delfín, del que jamás se sabrá si murió en la Torre del Temple de París o bien sobrevivió en la persona de Naundorf en uno de los enigmas más apasionantes de la historia francesa), éste requirió la colaboración de Domingo Badía. Pocas semanas después partía para su segundo viaje a Oriente. El rey le otorgó el grado de Mariscal de Campo. El rey, por cierto, había sido iniciado en la franc-masonería y altos personajes -el duque de Berry, sobrino del rey y heredero del trono, fue dignatario del Gran Oriente, el primer ministro, duque de Decazes, el duque de Choiseul, el conde de Segur, altos cargos de la restauración borbónica, fueron así mismo Grandes Comendadores del Supremo Consejo del Gran Oriente Francés. ¿Fue gracias a todas estas militancias que Badía Leblich pudo contar con la confianza del monarca? Es muy posible. Su misión al partir a finales de 1817 de París era secreta. Sus credenciales no iban a nombre de Ali Bey, sino del padre de este, Otman Bey. La razón de ello era que muchos conocían ya la verdadera identidad del aventurero.

El 18 de enero de 1818 escribió desde Milán una última carta a su familia, carta premonitaria y verdadero presagio de muerte: "Escribiendo este papel, que me ha costado algunas lágrimas y bastante esfuerzo, para llevar a cabo, me parece que os tengo delante de mis ojos, que os ven por última vez". Una última carta llega, por vía diplomática desde Constantinopla el 20 de marzo del mismo año. A partir de ese momento ya no hay noticias suyas.
El rumor generalmente aceptado fue que murió asesinado cerca de Damasco en 1819 según unos y en 1822 o 1824 según otros. Los mandatarios de su envenenamiento serían los diplomáticos ingleses que tendrían su misión como un intento del gobierno francés de ganar influencia en la zona. A mediados del siglo pasado el gran cronista madrileño Ramón de Mesonero Romanos escribió una apasionada biografía de Ali Bey e investigó su desaparición. Mesonero dijo haber visto una carta del guardián del convento español de San Francisco en Damasco, donde dice que Domingo Badía murió de desentería en 1822. Otra versión, coincidente con esta, sitúa los hechos a finales de 1818. Encontrándose en Damasco, camino para la Meca, encontró al médico francés Chabassou, quien a lavista de su estado de salud le pidió que desistiera del viaje. Se encontraban a dos días de Mazarib cuando murió.
Al registrar sus pertenencias encontraron una cruz que llevaba pendida en el pecho y un compañero de caravana, Abd-el-Carim, "Agá de los Africanos" se quedó con una parte de sus papeles. El resto fue adquirido por una dama inglesa, Lady Lucy Hester Stanhope, sobrina del primer ministro inglés Pitt; en 1810 se había establecido en las cercanías de Alepo, rodeada de una guardia personal y ejerciendo autoridad sobre los pastores y montañeses de la zona... el sueño de Ali Bey realizado. Lady Stanhope y el "Agá de los Africados". Ambos creían que en sus notas se encontraban secretos para encontrar tesoros ocultos... ¿Eran quizás notas escritas en el alfabeto masónico tan de moda en el siglo pasado? Jamás lo sabremos, llama la atención que los papeles criptografiados, tuvieran tanto interés. Sabemos que Badía era muy aficionado al símbolo y a la criptografía e incluso utilizaba los signos astrológicos para referirse a cada día de la semana. Así para mencionar el domingo (sunday) utilizaba el signo del Sol, para el lunes, el de la Luna, etc.

DONDE ALI-BEY RESUCITA

El 26 de noviembre de 1879 se colocó un retrato de Alli Bey, obra de Modesto Teixidor, en el Salón de Sesiones del Centro Excursionista de Catalunya. Esto demostraba que su recuerdo no se había difuminado completamente. Siete años despues, en 1886, en "El Globo", periódico madrileño, se publicaron 19 artículos titulados "Cartas de Egipto", firmados por "Ali Bey". El anónimo autor no era otro que Eduard Toda y Güell, reusense, de quien ya hemos dicho que era amigo íntimo de Gaudí y fundador con él de la revista "Arlequín"; ambos cursaron juntos el bachillerato. Toda, franc-masón, fue diplomático de carrera y desempeñó destinos de importancia en varios países del mundo, incluido Egipto, donde se interesó por la presencia del aventurero en aquel lugar ochenta años antes. De regreso a España en 1882 se afilió la Asociación Catalana de Excursiones Científicas, uno de los círculos socio-culturales próximos a la "Renaixença Catalana". Dos años después volvería a Egipto desde donde enviaría nuevas crónicas, en esta ocasión firmadas con su inicial, T, que es también la "tau" templaria y la esquematización de la escuadra masónica.

Por razones que cuestan de entender el movimiento patriótico-cultural de la "Renaixença" ensalzaba la figura de Domingo Badía y su imagen figuraba en la ACEC, junto a las de Lluís Vives y Ramón Llull. Toda se entrevistó con Víctor Balaguer -franc-masón como él y cronista de la ciudad de Barccelona- a cuya biblioteca-museo legó algunas de las antigüedades que había traído de Egipto. Balaguer, fue otro de los que más colaboraron para rescatar del olvido la memoria de Ali Bey, seguramente en nombre de la fraternidad masónica. A su actividad se debe que en Barcelona exista una calle que lleve su nombre. En 1888 el diario "La Renaixença" realizó la traducción catalana del libro de Ali Bey. En 1920, Toda sostenía el proyecto de escribir una biografía del aventurero y a lo largo de su vida recuperó varios documentos inéditos escritos por el el propio Badía. Sin embargo el libro jamás vería la luz, acaso por que, a esas alturas, a Toda se le habría diluido el atractivo inicial que tuvo para él el personaje, entre otras cosas porque su presunto catalanismo brillaba por su ausencia.

Esto fue sintomático. El fin de la Reinaxença como movimiento cultural acarreó el olvido de Alí Bey. Hemos oído como muchos barceloneses, y no precisamente incultos, nos decían que Ali Bey era el nombre de un "almirante turco"...

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