Hasta ahora, aquel que quería zamparse un rollito de
primavera, un chop-suey con gambas, un pollo agridulce o un pato laqueado, no
tenía nada más que irse al restaurante chino de la esquina y por un módico
precio saciarse. Igualmente, quien deseaba una herramienta de baja calidad, un
cacharro de cocina poco sofisticado o un juguete para el Terminator de turno,
solamente tenía que ir a un “Todo a 100” chino y ahí sabía que podría hacerse
por unos pocos euros con unas objetos que prácticamente quedarían inservibles a
poco de estrenarlos. Nos habíamos habituado a eso y lo dábamos como normal. Así
que no me quejo de nada de todo ello.
El problema es que China tiene, más que cualquier otro país
del mundo, una población excedentaria y sus dirigentes están contentísimos con
que abandonen las fronteras nacionales y se busquen la vida en cualquier otro
país del mundo. Por aquello de las reglas no escritas de la globalización,
parece como si China tuviera la venia para exportar cualquier volumen de
inmigrantes vulnerando las leyes nacionales de inmigración, especialmente en
algunos países como España. Por otra parte, estos nuevos recién llegados cobran
salarios de miseria, pero, de manera increíble, han conseguido hacerse con
miles y miles de bares en todas las ciudades españolas. No han cambiado apenas
la decoración, intentan servir lo mismo que antes y hacer como si nada hubiera
cambiado.
De dónde llegan los capitales para pagar los traspasos de
los bares, es un misterio que nadie parece interesado en explorar. Y sería
interesante. Pero lo cierto es que, un buen día, en cientos de barrios de esta
España entristecida y cuernilarga, uno va a tomar el café con leche de todas
las mañana y se encuentra con que, en lugar del camarero que conocíamos desde
siempre, nos encontramos con un chino hermético que apenas conoce las palabras:
“café con leche”, “café solo”, “cubata”, “cerveza” y poco más. Los nuevos
camareros de estos bares no parecen haber seguido ningún curso de “manipulador
alimentario”, ni desde luego han salido de las aulas de ninguna escuela de
hostelería. Y ahí están. De eso me quejo.
Las tapas les llegan por catering. Si antes podía
identificarse por el sabor un bar propiedad de gallegos o de andaluces, si en
los bares de extremeños el jamonaco partía con la pana, e incluso las cazuelas
de habas a la catalana podían encontrarse en muchos bares del reino de
Puigdemont, lo cierto es que ahora, se tome la tapa que se tome, en la provincia
que sea, si detrás de la barra hay un rostro chino, todas saben igual y todas
parecen haber salido de la misma factoría.
ME QUEJO DE QUE INCLUSO NUESTROS BARES ESTÁN PERDIENDO LAS
SEÑAS DE IDENTIDAD. Se dirá que es el signo de los tiempos: globalización,
mundialismo y clientela poco exigente.
Es así, pero no necesariamente debería serlo. De hecho, no
es bueno que así sea. La mayoría de bares chinos tienen a un personal
contratado subpagado. Ni les interesa hacer clientela, ni les interesa nada de
lo que pueda interesar a los clientes. Sin olvidar que, buena parte de los que
están al otro lado de la barra –vale la
pena recordarlo, y me resisto a llamarlos “camareros”- apenas sabe hablar
castellano. Aquí tenemos otra muestra de empobrecimiento de la vida urbana (de
la urbana y de la rural, porque nos hemos encontrado bares chinos en pueblos
del interior de apenas 100 habitantes).
El cliché étnico y el tópico dice que los chinos son “guarros”.
No sé si será cierto o no e incluso afirmarlo podría ser delictivo en esta
España políticamente correcta, paraíso del pensamiento único. Pero la fama de “guarros”
les acompaña y contribuye a disuadir a muchos, entre ellos a mí, de frecuentar
bares con chinos al otro lado de la barra. Además, de tanto en tanto, me gusta
conversar con el camarero. Sobre todo si lo veo todos los días. No me gusta
tener a un chino hermético al que sé de sobras que no le importo nada, ni que
comparte nada de aquello que me pueda interesar.
Los hijos del mandarinato tienen poco que ver con los hijos
de la Vieja Europa.
¿Boicot a los bares chinos? Si quiero un restaurante
indonesio, tengo un restaurante indonesio; si quiero cocina balinesa, seguro
que encuentro algún local y si me apetece un kebab como los servidor en Siria o
en Ankara, no faltarán. PERO COMO MUESTRA DEL ABSURDO DE LA MODERNIDAD Y DE LA
GLOBALIZACIÓN, SI EN EL ENSANCHE BARCELONÉS, EN EL BARRIO EN EL QUE NACÍ,
QUIERE UNAS TAPAS ESPAÑOLAS ¡¡NO LAS ENCONTRARÉ!!
A cambio, eso sí, tendrá
decenas de bares en donde me servirán el mismo café aguado, la misma
ensaladilla rusa amazacotada, olivas del mismo sabor, cubatas de garrafón, todo
eso sí, servido con expresión hermética. Ni siquiera podré discutir de Lao-Tsé
o de Confucio con el que está al otro lado de la barra: porque apenas le
interesa otra cosa más que el juego y los culebrones chinos, es hijo de su
tiempo, ni siquiera de la China de siempre.
Me quejo de todo eso: de que ni siquiera los chicos de los
bares son los descendientes de los constructores de la Gran Muralla o los
educados en las filosofías contemplativas.
¿BAR CON CHINOS? SERÁ TU BAR, NO EL MÍO.