Créanme si les digo que temo el período en el que se acercan
las fiestas mayores. Parece como si los calores de San Juan desataran el
fenómeno que se prolonga hasta finales de septiembre. Y no será porque no me
gusta la diversión e incluso el exceso. Pero las fiestas mayores se han
convertido en un espectáculo lamentable. Culpa de unos ayuntamientos que
solamente dan “pan y circo”: pan a la inmigración y circo a los más
descerebrados. De eso me quejo.
He vivido algunos años de mi vida en el barrio de Gracia, no
muy lejos de la plaza del Diamant. Se supone que las fiestas de aquel barrio
son de carácter “popular” porque una docena de calles, de las estrechas y umbrías,
lucen algunos adornos puestos por los vecinos. Y es así. Como es igualmente
cierto que buena parte de los habitantes de Gracia prefieren irse a otros
destinos cuando empiezan las fiestas. Otro tanto ocurre con los Sanfermines: ¿cuántos pamplonicas se quedan en su ciudad durante la semana? Viví en un pueblo
alicantino en el que en la semana de fiesta mayor las campanas de la iglesia
tocaban un minuto durante cada hora (y vivía a 100 metros del campanario). En
otro pueblo de la comarca (Villena) encargué a un arquitecto un proyecto en el
mes de abril. Tardó dos meses en hacer los planos de un chalet y cuando tocaba
hacer unas reformas era ya principios de julio. Me dijo que para después de
fiestas… Así que entendí que el mes de agosto era vacaciones y que julio era
una especie de temporada de trabajo ralentizado. Así que el 1 de septiembre
aparecí en su estudio. Inútil porque en ese momento empezaban las fiestas
mayores de Villena. ¿No es para quejarse?
Da la sensación de que esas fiestas mayores hace mucho
tiempo que han dejado de ser una ocasión para que los vecinos se reencuentren y
lo celebren. De hecho, nadie oculta que estas fiestas tienden a “dinamizar la
vida económica del barrio” atrayendo a gentes que no son del barrio o de la
población con el reclamo de la “fiesta”. Y lo que consiguen, en realidad, es
que borrachuzos y empanaos llegados de no importa donde vayan a converger como
moscas sobre el culo de una vaca, ante la promesa de desmadre, coloqueta y
botellón. DE ESO ME QUEJO: DE QUE LAS FIESTAS DE BARRIO SON CUALQUIER COSA
MENOS FIESTAS PARA LOS HABITANTES DE ESE BARRIO, Y AL IGUAL QUE LAS FIESTAS
MAYORES DE LOS PUEBLOS PARECEN EXCLUIR, POR DEFINICIÓN, A LOS HIJOS DE ESE
PUEBLO.
Los habitantes de esas zonas, en la semana de fiestas deben
de huir, literalmente, de la zona: porque la fiesta, habitualmente, no se
prolonga, como sería normal, a lo largo de un día, sino que cada vez abarca más
y más días: ahora, el promedio es de una semana, pero he visto poblaciones en
las que roza las dos. La vida se detiene en la zona. Frecuentemente lo hace
inmediatamente antes o inmediatamente después del mes de agosto. Los
ayuntamientos permiten que, muchas veces, en pleno casco urbano se instalen
carpas y discotecas improvisadas para las lonas, con bafles que irradian
chirridos hasta ¿las 4? ¿las 5? de la madrugada. Un motivo más para odiar a los gestores municipales y negarles el voto, el pan, la sal y los impuestos municipales.
Por todo el barrio se instalan chirinquitos y puestos de
venta de comida. Fíjense en la comida que se sirve en esas ocasiones y comprobarán
que está próxima a la “comida asesina”: comer una de aquellas morcillas supone
que por el tubo digestivo del insensato entra un flujo de colesterol que sería
capaz de atascar en poco tiempo una cloaca central. El aroma a fritanga
(fritanga de aceites vegetales en el límite de la sobreutilización… y, por
tanto, con más riesgo de ser cancerígenos) lo invade todo. Cualquier bebida es
una aproximación al atraco a mano armada. Luego están magrebíes, pakis y
andinos vendiendo bajo mano latas a dos euros. No puede extrañar que los
urinarios móviles no den abasto, como tampoco es raro que al día siguiente
(incluso tras la verbena de San Joan) uno tenga que ir esquivando vómitos en
las calles. Porque lo peor es, sobre todo, que la gente no sabe beber… y bebe.
Si no se emborracha no es feliz. Y si se emborracha, se queja de los efectos de
la cogorza. Luego dirán que el mundo les excluye.
ME QUEJO DE QUE YA NO QUEDA NADA DE LAS FIESTAS TRADICIONALES,
PORQUE LA VIDA COMUNITARIA HA DESAPARECIDO. VIVIMOS UNA ÉPOCA DE INDIVIDUALISMO
EXASPERADO: CADA UNO DE NOSOTROS ESTÁ SEPARADO POR MAMPARAS QUE LO RODEAN,
INCLUSO POR ARRIBA Y POR ABAJO Y LE IMPIDEN A LO LARGO DE 358 DÍAS AL AÑO RELACIONARSE
CON SUS VECINOS. EN LA SEMANA DE FIESTA MAYOR TENDRÁ LA POSIBILIDAD, NO DE
RELACIONARSE CON ELLOS, SINO CON LOS BORRACHUZOS Y COLGAOS QUE HAYAN ATENDIDO
AL RECLAMO MUNICIPAL PARA PROMOCIONAR LA FIESTA DE ESE AÑO. ¿De verdad le
extraña que los vecinos aprovechen cada vez más la “fiesta mayor” para irse a
cualquier otro sitio? De todo eso me quejo.