Por primera vez en la historia de la Europa posterior a
1945, un Estado no ha elegido entre candidatos procedentes de los “partidos
tradicionales” (los que llegaron en 1945 con los vencedores), sino entre
partidos de nuevo cuño: un candidato de la “derecha radical identitaria” (Norbert
Hofner) contra un candidato procedente del “ecologismo progresista” (Alexander Van
der Bellen). La victoria –a falta del recuento de los votos por correo que está
resultando de infarto- ha sonreído a Hofner. Con esta victoria electoral el FPÖ
culmina un ascenso al poder que le ha permitido ir adquiriendo una experiencia
de gobierno, en ayuntamientos y regiones.
Ya en 1999, Susane Riess-Passer, miembro del FPÖ se
convirtió en vicecanciller después de que el partido obtuviera el 27% de los
votos, cuando estaba dirigido todavía por Georg Haider. Éste, después de
encabezar una escisión, pero siguiendo siendo la fuerza hegemónica en Carintia,
murió en un oscuro accidente de tráfico en 2008. Desde entonces, el FPÖ ha
seguido creciendo y configurándose como una alternativa de “derecha radical
identitaria” en Europa Central.
Vale la pena no engañarse sobre lo que estaba en juego en
Austria y por qué se han polarizado las posiciones: de un lado el candidato ecologista-progresista
que se presentaba como el futuro canciller de “todos los que viven en Austria”
y que aspiraba a participar en la construcción de “los Estados Unidos de Europa”.
De otro el candidato de la derecha radical identitaria que enarbolaba “Austria
y los austríacos lo primero”, simplificación de su posición anti-inmigración, y
euroescéptica. ¿Sería posible una “tercera opción”? El electorado austríaco ha
identificado a las opciones “centristas” con las viejas formaciones de
centro-derecha y de centro-izquierda, desgastadas por la crisis económica y por
una multiculturalidad que, si bien satisface a algunos, es rechazada por otros
muchos.
De todas formas sólo un ignorante puede considerar al FPÖ
como un partido “extremista, xenófobo o racista”. Ni es el carácter austríaco,
ni está en los genes del partido. Y este es el problema que afrontan las
opciones implantadas en 1945 en toda Europa: si en un país como Austria no
ocurre una hecatombe al no ser gobernada ni por el centro-derecha ni por el centro-izquierda
habituales, es que eso mismo tampoco ocurrirá en Francia. La diferencia estriba
en que Austria no es miembro de la OTAN y Francia sí. Por otro lado, el Front
National ha cultivado sus buenas relaciones con medios políticos rusos (lo que,
por otra parte, también ha hecho el FPÖ más discretamente). Si bien, Austria es
un país que tiene poco peso en el conjunto de Europa, Francia, en cambio, tiene
un peso decisivo. Y si bien la subida al poder de un partido de la “derecha
radical identitaria” en Austria puede ser un ejemplo de normalidad política para
otros países europeos, la subida al poder del Front National implicaría un
terremoto en Europa: Francia es, no solamente clave en la defensa europea (y,
por tanto, en la OTAN), sino que también es una de las “locomotoras europeas”
(la UE, de hecho, no es más que el producto de la alianza franco-germana en los
50).
Se avecinan tiempos de cambio en Europa. Y España no
podrá inhibirse de tales cambios. Vale la pena que vayamos considerando esta
posibilidad.