La comunidad islámica soriana
denuncio el pasado diciembre de 2005 las pegatinas colocadas por un minúsculo
partido de extrema-derecha en el que podía leerse: “No a la islamización de
Europa”. Como éste, las comunidades islámicas y las ONGs islamófilas han
denunciado otros 278 de idéntica gravedad. De estas, solamente un 5,3% han sido
agresiones a personas (y no siempre confirmadas) y “vandalismo contra mezquitas”
(habitualmente pintadas) un 5,3%. La mayor parte de estas denuncias son por “ciberodio”
(21’8%) o acciones contra mujeres por la indumentaria (20%). La Plataforma
contrala Islamofobia ha recordado que el 40% de los musulmanes residentes en
España, son españoles (cabría decir, en rigor, que la inmensa mayoría de
islamistas han recibido la nacionalidad). Una pintada hecha con rotulador en un
urinario se convierte en un “atentado contra la comunidad islámica”, utilizar
la palabra “islamismo” en lugar de “yihadismo” es confundir el Islam con el
terrorismo, una pelea de discoteca se convierte en un “incidente islamófobo”… y
así sucesivamente.
¿España es un país racista? ¿Islamófono
quizás? En realidad, no. Suponiendo que las 278 denuncias presentadas por los
círculos islamistas por “islamofobia” sean reales, lo que está claro es que en ningún
caso, son graves. No se ha producido ningún muerto, ningún herido, ni siquiera
han tenido ningún tipo de repercusión mediática. Y esto en un momento en el que
prácticamente cada mes salimos a redadas de yihadistas, cuando el velo islámico
integral cada vez se ve más en nuestras calles y cuando el recién llegado (o el
recién nacionalizado, sin ninguna exigencia y por un decreto administrativo)
suele pasar por delante del nacido aquí y cuyo linaje a contribuido a levantar
este país, especialmente en materia de subsidios, subvenciones y ayudas
sociales.
Las 278 denuncias en un momento
en el que en media Europa han empezado los atentados yihadistas y en donde, por
“integración” se entiende adaptación del país receptos a las costumbres de los
recién llegados (que, por lo demás, están aquí por voluntad propia), en donde los
esfuerzos de integración de los islamistas a las sociedades de acogida se
pueden contar con los dedos de la oreja, parecen muy pocas denuncias.
Frecuentemente, algunas de estas
denuncias son porque la policía ha pedido identificarse a algún ciudadano procedente
de países islamistas. A eso, la Plataforma contra la Islamofobia le llama “discriminación
religiosa”. ¿Lo es? Lo sería si el islam fuera una religión como todas las
demás, pero, lamentablemente, es la única religión –y recalcamos lo de “única”-
en nombre de la cual, en estos momentos, en el siglo XXI, se mata y se muere.