Infokrisis.-Como todo régimen autoritario (y no hay nadie, por muy partidario de Franco que sea que pueda negar esta componente en el régimen) el franquismo desconsideró las libertades públicas. No había libertad de reunión, de manifestación, de opinión o de organización. La tolerancia –que existió- era mayor o menor con determinadas fuerzas políticas, pero solamente se permitieron manifestaciones en apoyo del régimen, se cerraron diarios dirigidos por disidentes del régimen e incluso en los últimos años, a pesar de los tímidos intentos aperturistas de Fraga, la información no fue libre, y se vivió una situación muy parecida a la del Marruecos actual: censura previa o autocensura que llegó incluso a reprimir a partidarios del régimen y a fuerzas que habían participado en su fundación (caso de la prohibición de manifestarse en Alicante el 20-N de 1970 para las Juntas Promotoras de Falange Española, o incluso prohibición de manifestarse por “Gibraltar español” que fue convocada en 1973 por el semanario Fuerza Nueva, por no hablar del cierre de los círculos José Antonio en 1973 tras los incidentes que tuvieron lugar en el Día Nacional de los Círculos en Toledo). Si esto era lo que tenían ante la vista los partidarios del régimen (o al menos los disidentes moderados del mismo) podemos pensar lo que recibieron otras fuerzas políticas.
En España, además, aunque la tortura no fuera generalizada, los malos tratos y las detenciones eran constantes en la extrema-izquierda y no precisamente contra terroristas sino contra simpatizantes de grupos incluso de izquierda moderada. Los nombres de algunos policías de la Brigada Político Social se hicieron tristemente famosos por cumplir con excesivo celo su tarea de mantener el orden público y por la facilidad con que recurrían a la tortura y a los malos tratos. Y nadie puede negar esto. Si tenemos en cuenta que yo mismo fui detenido en cuatro ocasiones en 1973 sin ningún motivo y que mi teléfono y mi correspondencia estuvo intervenida sin orden judicial alguna durante más de dos años e incluso que se me negó el certificado de “buena conducta” (sic) necesario para obtener el carné de conducir, se verá que desde el punto de vista de los derechos cívicos el franquismo no fue ninguna ganga.
Pero todo ello tenía una intención precisa. Franco se había propuesto industrializar el país y para ello fue necesario establecer varios Planes de Desarrollo que no se hubieran podido aplicar si el país hubiera tenido un gobierno democrático y, por tanto, sometido a cambios cada cuatro años. El desarrollo implicaba estabilidad en el ejercicio del poder y en las orientaciones del mismo.
En otras palabras: las libertades políticas estaban por detrás del afán de industrialización y de los planes de desarrollo. ¿Se hubiera conseguido prosperar económicamente de otra manera? Sospecho que no. La historia enseña que hay que concentrar esfuerzos en el objetivo que se pretende alcanzar: la URSS lo hizo especialmente a partir de Stalin cuando en pocos años se pasó de las hambrunas del período leninista a disponer de la bomba de hidrógeno. Alemania y Japón consiguieron convertirse en motores económicos después de 1945 cuando renunciaron a disponer de ejércitos fuertes y bien armados; su revancha no sería militar sino económica. La reducción de las libertades políticas fue una exigencia del desarrollismo y la planificación económica.
Cuando se trató de expandir la economía española y aplicar un modelo de economía liberal, poco a poco fueron (durante la transición y durante el felipismo) desapareciendo los rasgos de paternalismo franquista (durante el período de Franco un empleado que trabajase tres días en una empresa ya pasaba automáticamente a ser empleado fijo, los “puntos” daban un apoyo a los padres de familia, existían amplios sectores de la economía sometidos a regulaciones y demás medidas proteccionistas), el nuevo modelo económico exigía también un nuevo modelo político homologable en Europa: la democracia liberal y partidocrática. Y así se hizo.
IV. El franquismo uno y trino
Se suele hablar del “franquismo”, sin tener en cuenta que el franquismo no existió como tal, sino que existieron “los franquismos” como fruto del pragmatismo del régimen y de su cabeza visible. Llama la atención como los partidarios del régimen todavía hoy cuando son pocos, pero sobre todo en la transición cuando eran bastante más, desconocían el hecho de que Franco era fundamentalmente apolítico y pragmático y en distintos momentos se apoyó en fuerzas políticas contradictorios y que estuvieron en permanente guerra civil entre sí.
Ya hemos recordado en alguna ocasión cuáles fueron esos momentos, pero los volvemos a repetir a fin de completar el esquema que nos hemos propuesto.
1) Período falangista imperial (1936-1943).- En el momento en que el destino del régimen recién nacido dependía de la ayuda de los países del Eje (Alemania e Italia) gobernados por regímenes fascistas y nacional-socialistas, Franco echó mano de la Falange cuyas características eran homologables a esos regímenes: masas militarizadas, uniformidad, ansias de “revolución nacional”, rituales exactamente iguales, misma retórica, etc. Era una forma de satisfacer a los aliados, Mussolini e Hitler, pero también de galvanizar a las masas con una retórica imperial y el alumbramiento de una nueva fe y de una esperanza patriótica de redención y de aumento de la potencia. Se llegaron a publicar libros en los que España manifestaba sus “reivindicaciones territoriales” a costa de Francia o de Marruecos, e incluso se proponía una ampliación de Guinea Ecuatorial.
Este período duró hasta la derrota alemana en Stalingrado. Serrano Suñer partidario de esta opción cayó en desgracia, oficialmente a causa de un asunto de faldas, pero su caída tenía mucho más calado. Tanto él como otros altos cargos del régimen fueron sustituidos por “aliadófilos”, se retiró la División Azul, se convirtió en apátridas a los voluntarios que siguieron combatiendo en el Frente del Este, se ayudó bajo mano a los judíos exiliados en España en un intento de hacerse perdonar por los aliados.
Es evidente que en un momento en que la guerra quedaba cerca y el esfuerzo de la Falange era evidente, Franco no pudo (o no quiso, por puro pragmatismo) alejarla definitivamente de las esferas de poder, pero se limitó a reducirla al terreno que le era propio: las políticas sociales, mientras que el carlismo (entonces bastante anglófilo) vio reducida su influencia al ministerio de justicia, casi hasta los últimos momentos del régimen. Franco lo que estaba hizo continuamente fue variar las proporciones en las que cada fuerza política estuvo presente en cada momento. Estas fuerzas eran fundamentalmente tres: la falange, los propagandistas católicos y el Opus Dei.
A partir de 1943, Franco entendió que la Falange debía pasar a segunda fila o de lo contrario su régimen sería considerado como enemigo por los aliados vencedores en la medida en que sus signos externos eran los mismos que los del vencido. Y lo hizo sin pestañear.
2) Período nacional-católico (1943-1955).- Desplazados los falangistas como fuerza hegemónica y galvanizadora de las masas, Franco advierte que tanto en Alemania como en Italia (los países vencidos) la fuerza hegemónica a partir de 1945 es la “democracia cristiana”. En España no existía nada de todo esto, pero un sector político que se aproximaba lo suficiente: la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.
Fundado en 1908 por el jesuita Ángel Ayala, su función era seleccionar jóvenes católicos de preparación política suficiente para revitalizar el mortecino catolicismo de la época reducido a mero culto exterior. Su primer presidente fue Ángel Herrera Oria un abogado del Estado (antes de alcanzar el sacerdocio y el cardenalato) eficaz organizador y periodista de talento tal como demostró en El Debate. Durante la dictadura de Primo de Rivera tuvieron participación en el poder. La ACNP no era un partido, pero sí un grupo de presión cuya influencia se extendí en muchos ámbitos. DE ellos partió la fundación de Acción Española (con tres “propagandistas”: Vegas Latapié, Víctor Pradera y Pemán que secundaron a Ramiro de Maeztu). Las derechas durante la República estuvieron dirigidas por otro “propagandista”, Gil Robles, los carlistas tuvieron entre su dirección al también “propagandista” Marcelino Oreja Elósegui. En 1934 lograron llevar a las Cortes a 34 propagandistas por distintos partidos.
En cuanto a Falange Española tuvo también su cuota de “propagandistas” en la figura de Onésimo Redondo, lo que no fue óbice para que durante el “período falangista imperial”, la ACNP fuera inicialmente marginada de las esferas de poder. Cuando los falangistas dejaron en 1943 de ser la fuerza hegemónica dentro del franquismo, las necesidades de amistad con el Vaticano y de asimilarse lo más posible a las “democracias cristianas” europeas hizo que Franco recurriera a los “propagandistas” desde el inicio de la segunda fase de su régimen.
Sin embargo, dado que cualquier parecido con una democracia formal era pura coincidencia, los “propagandistas” jamás fueron homologados como “democristianos”, asumiendo y aceptando el calificativo de “nacional-católicos”. Así como los Girón de Velasco, los Fernández Cuesta y demás fueron los nombres señeros de la línea falangista, los de Larráz López, Ruiz-Giménez, Castiella, Silva Muñoz, Martín Artajo, fueron los apellidos de referencia nacional-católicos.
Esta línea incidía en la educación católica, en el vínculo con el Vaticano y la promoción de una moral inspirada en el catolicismo más estricto. Fue en esa época cuando se cerraron los burdeles, cuando la censura cinematográfica se exaspero y cuando llegaron a taparse con pez negra anuncios ingenuos de sujetadores femeninos.
La convivencia con los falangistas fue de mal en peor especialmente con José Luis de Arrese y con su propuesta de transformar el régimen en una “democracia orgánica”. Preparó la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado y reivindicó de nuevo el papel galvanizador de la Falange sobre las masas… pero desde un punto de vista desprovisto de los rasgos “fascistas” que quedaban en la Secretaria General del Movimiento. Era 1955.
3) Período tecnocrático-desarrollista (1955-1975).- En 1953 tienen lugar dos hechos fundamentales que liberan al régimen franquista de buena parte de la presión internacional que había tenido a partir de 1946 cuando empezó el aislamiento internacional. Se firman en un lapso de pocos meses, los acuerdos de cooperación con los EEUU y el Concordato con el Vaticano. El resultado de todo esto es que es que en 1955, el presidente norteamericano Eisenhower visita España y se funde en un abrazo con Franco. A partir de ese momento afluye dinero a España (tanto capitales particulares de los grandes consorcios de inversión de la época, como en forma de ayuda por parte del gobierno americano). A partir de ese abrazo se inicia el tercer período en la historia del régimen. A tiempo nuevo, gestores nuevos.
La firma de los acuerdos con los EEUU y el abrazo Franco-Eisenhower finiquitaron el período de influencia nacional-católica. A partir de ese momento, Franco ya no necesitaba ni a los falangistas (que encerró prácticamente en la Secretaría General del Movimiento y en los Sindicatos verticales), ni en los nacional-católicos (reducidos a unos cuantos medios de prensa, a la censura y poco más), sino que precisaba técnicos y gestores capaces de desarrollar la economía del país, planificarla y realizar una ambiciosa tarea de saneamiento económico que serían el Plan de Estabilización (1959) que supuso la ruptura con la autarquía económica, y los Planes de Desarrollo (Primer Plan de 1964 a 1967, Segundo Plan de 1968 a 1971 y Tercer Plan de Desarrollo de 1972 a 1975).
Ni los falangistas tenían técnicos económicos, ni los nacional-católicos disponían de ellos. Para administrar esa tercera etapa existía un pequeño grupo católico que desde 1939 se había apalancado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en distintas universidades: el Opus Dei. A los “tecnócratas” del Opus les correspondió gestionar esta tercera etapa en permanente rivalidad con la falange que seguía teniendo cierto peso movilizador.
En esa etapa los nacional-católicos (los “propagandistas” se vieron sorprendidos por el cambio progresivo de costumbres (el turismo, la relajación de la moral sexual con la aparición de la píldora anticonceptiva y la minifalda, la música rock, etc.) y, especialmente, por la desorientación en la que cayó el catolicismo español después del resultado catastrófico del Concilio Vaticano II.
Por otra parte, los “propagandistas” estallaron literalmente: unos fundaron Cuadernos para el Diálogo y con Ruiz Giménez pasaron al campo de la oposición, otros con Gil Robles participaron en el Contubernio de Munich, los hubo –como Pemán- que se sumaron a los partidarios de Don Juan de Borbón, ingresando en su consejo privado… Y otros, finalmente, como Blas Piñar, miembro también de los “propagandistas”, tendieron a reducir todo el franquismo a los apenas 10 años de nacional-catolicismo, para luego en el tardo-franquismo y en la transición pasar a dirigir el llamado “bunker”. Blas en ese momento, pidió su baja como “propagandista”. En la transición siguieron actuando políticamente a través del Grupo Tácito, en Alianza Popular, en la UCD y, por supuesto, en las distintas formaciones democristianas que aparecieron en ese momento con poco éxito a pesar de estar auspiciadas por el cardenal Tarancón (bestia parda del “bunker”). Hoy siguen parapetadas en la COPE (con Coronel de Palma) y en el PP.
En España, además, aunque la tortura no fuera generalizada, los malos tratos y las detenciones eran constantes en la extrema-izquierda y no precisamente contra terroristas sino contra simpatizantes de grupos incluso de izquierda moderada. Los nombres de algunos policías de la Brigada Político Social se hicieron tristemente famosos por cumplir con excesivo celo su tarea de mantener el orden público y por la facilidad con que recurrían a la tortura y a los malos tratos. Y nadie puede negar esto. Si tenemos en cuenta que yo mismo fui detenido en cuatro ocasiones en 1973 sin ningún motivo y que mi teléfono y mi correspondencia estuvo intervenida sin orden judicial alguna durante más de dos años e incluso que se me negó el certificado de “buena conducta” (sic) necesario para obtener el carné de conducir, se verá que desde el punto de vista de los derechos cívicos el franquismo no fue ninguna ganga.
Pero todo ello tenía una intención precisa. Franco se había propuesto industrializar el país y para ello fue necesario establecer varios Planes de Desarrollo que no se hubieran podido aplicar si el país hubiera tenido un gobierno democrático y, por tanto, sometido a cambios cada cuatro años. El desarrollo implicaba estabilidad en el ejercicio del poder y en las orientaciones del mismo.
En otras palabras: las libertades políticas estaban por detrás del afán de industrialización y de los planes de desarrollo. ¿Se hubiera conseguido prosperar económicamente de otra manera? Sospecho que no. La historia enseña que hay que concentrar esfuerzos en el objetivo que se pretende alcanzar: la URSS lo hizo especialmente a partir de Stalin cuando en pocos años se pasó de las hambrunas del período leninista a disponer de la bomba de hidrógeno. Alemania y Japón consiguieron convertirse en motores económicos después de 1945 cuando renunciaron a disponer de ejércitos fuertes y bien armados; su revancha no sería militar sino económica. La reducción de las libertades políticas fue una exigencia del desarrollismo y la planificación económica.
Cuando se trató de expandir la economía española y aplicar un modelo de economía liberal, poco a poco fueron (durante la transición y durante el felipismo) desapareciendo los rasgos de paternalismo franquista (durante el período de Franco un empleado que trabajase tres días en una empresa ya pasaba automáticamente a ser empleado fijo, los “puntos” daban un apoyo a los padres de familia, existían amplios sectores de la economía sometidos a regulaciones y demás medidas proteccionistas), el nuevo modelo económico exigía también un nuevo modelo político homologable en Europa: la democracia liberal y partidocrática. Y así se hizo.
IV. El franquismo uno y trino
Se suele hablar del “franquismo”, sin tener en cuenta que el franquismo no existió como tal, sino que existieron “los franquismos” como fruto del pragmatismo del régimen y de su cabeza visible. Llama la atención como los partidarios del régimen todavía hoy cuando son pocos, pero sobre todo en la transición cuando eran bastante más, desconocían el hecho de que Franco era fundamentalmente apolítico y pragmático y en distintos momentos se apoyó en fuerzas políticas contradictorios y que estuvieron en permanente guerra civil entre sí.
Ya hemos recordado en alguna ocasión cuáles fueron esos momentos, pero los volvemos a repetir a fin de completar el esquema que nos hemos propuesto.
1) Período falangista imperial (1936-1943).- En el momento en que el destino del régimen recién nacido dependía de la ayuda de los países del Eje (Alemania e Italia) gobernados por regímenes fascistas y nacional-socialistas, Franco echó mano de la Falange cuyas características eran homologables a esos regímenes: masas militarizadas, uniformidad, ansias de “revolución nacional”, rituales exactamente iguales, misma retórica, etc. Era una forma de satisfacer a los aliados, Mussolini e Hitler, pero también de galvanizar a las masas con una retórica imperial y el alumbramiento de una nueva fe y de una esperanza patriótica de redención y de aumento de la potencia. Se llegaron a publicar libros en los que España manifestaba sus “reivindicaciones territoriales” a costa de Francia o de Marruecos, e incluso se proponía una ampliación de Guinea Ecuatorial.
Este período duró hasta la derrota alemana en Stalingrado. Serrano Suñer partidario de esta opción cayó en desgracia, oficialmente a causa de un asunto de faldas, pero su caída tenía mucho más calado. Tanto él como otros altos cargos del régimen fueron sustituidos por “aliadófilos”, se retiró la División Azul, se convirtió en apátridas a los voluntarios que siguieron combatiendo en el Frente del Este, se ayudó bajo mano a los judíos exiliados en España en un intento de hacerse perdonar por los aliados.
Es evidente que en un momento en que la guerra quedaba cerca y el esfuerzo de la Falange era evidente, Franco no pudo (o no quiso, por puro pragmatismo) alejarla definitivamente de las esferas de poder, pero se limitó a reducirla al terreno que le era propio: las políticas sociales, mientras que el carlismo (entonces bastante anglófilo) vio reducida su influencia al ministerio de justicia, casi hasta los últimos momentos del régimen. Franco lo que estaba hizo continuamente fue variar las proporciones en las que cada fuerza política estuvo presente en cada momento. Estas fuerzas eran fundamentalmente tres: la falange, los propagandistas católicos y el Opus Dei.
A partir de 1943, Franco entendió que la Falange debía pasar a segunda fila o de lo contrario su régimen sería considerado como enemigo por los aliados vencedores en la medida en que sus signos externos eran los mismos que los del vencido. Y lo hizo sin pestañear.
2) Período nacional-católico (1943-1955).- Desplazados los falangistas como fuerza hegemónica y galvanizadora de las masas, Franco advierte que tanto en Alemania como en Italia (los países vencidos) la fuerza hegemónica a partir de 1945 es la “democracia cristiana”. En España no existía nada de todo esto, pero un sector político que se aproximaba lo suficiente: la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.
Fundado en 1908 por el jesuita Ángel Ayala, su función era seleccionar jóvenes católicos de preparación política suficiente para revitalizar el mortecino catolicismo de la época reducido a mero culto exterior. Su primer presidente fue Ángel Herrera Oria un abogado del Estado (antes de alcanzar el sacerdocio y el cardenalato) eficaz organizador y periodista de talento tal como demostró en El Debate. Durante la dictadura de Primo de Rivera tuvieron participación en el poder. La ACNP no era un partido, pero sí un grupo de presión cuya influencia se extendí en muchos ámbitos. DE ellos partió la fundación de Acción Española (con tres “propagandistas”: Vegas Latapié, Víctor Pradera y Pemán que secundaron a Ramiro de Maeztu). Las derechas durante la República estuvieron dirigidas por otro “propagandista”, Gil Robles, los carlistas tuvieron entre su dirección al también “propagandista” Marcelino Oreja Elósegui. En 1934 lograron llevar a las Cortes a 34 propagandistas por distintos partidos.
En cuanto a Falange Española tuvo también su cuota de “propagandistas” en la figura de Onésimo Redondo, lo que no fue óbice para que durante el “período falangista imperial”, la ACNP fuera inicialmente marginada de las esferas de poder. Cuando los falangistas dejaron en 1943 de ser la fuerza hegemónica dentro del franquismo, las necesidades de amistad con el Vaticano y de asimilarse lo más posible a las “democracias cristianas” europeas hizo que Franco recurriera a los “propagandistas” desde el inicio de la segunda fase de su régimen.
Sin embargo, dado que cualquier parecido con una democracia formal era pura coincidencia, los “propagandistas” jamás fueron homologados como “democristianos”, asumiendo y aceptando el calificativo de “nacional-católicos”. Así como los Girón de Velasco, los Fernández Cuesta y demás fueron los nombres señeros de la línea falangista, los de Larráz López, Ruiz-Giménez, Castiella, Silva Muñoz, Martín Artajo, fueron los apellidos de referencia nacional-católicos.
Esta línea incidía en la educación católica, en el vínculo con el Vaticano y la promoción de una moral inspirada en el catolicismo más estricto. Fue en esa época cuando se cerraron los burdeles, cuando la censura cinematográfica se exaspero y cuando llegaron a taparse con pez negra anuncios ingenuos de sujetadores femeninos.
La convivencia con los falangistas fue de mal en peor especialmente con José Luis de Arrese y con su propuesta de transformar el régimen en una “democracia orgánica”. Preparó la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado y reivindicó de nuevo el papel galvanizador de la Falange sobre las masas… pero desde un punto de vista desprovisto de los rasgos “fascistas” que quedaban en la Secretaria General del Movimiento. Era 1955.
3) Período tecnocrático-desarrollista (1955-1975).- En 1953 tienen lugar dos hechos fundamentales que liberan al régimen franquista de buena parte de la presión internacional que había tenido a partir de 1946 cuando empezó el aislamiento internacional. Se firman en un lapso de pocos meses, los acuerdos de cooperación con los EEUU y el Concordato con el Vaticano. El resultado de todo esto es que es que en 1955, el presidente norteamericano Eisenhower visita España y se funde en un abrazo con Franco. A partir de ese momento afluye dinero a España (tanto capitales particulares de los grandes consorcios de inversión de la época, como en forma de ayuda por parte del gobierno americano). A partir de ese abrazo se inicia el tercer período en la historia del régimen. A tiempo nuevo, gestores nuevos.
La firma de los acuerdos con los EEUU y el abrazo Franco-Eisenhower finiquitaron el período de influencia nacional-católica. A partir de ese momento, Franco ya no necesitaba ni a los falangistas (que encerró prácticamente en la Secretaría General del Movimiento y en los Sindicatos verticales), ni en los nacional-católicos (reducidos a unos cuantos medios de prensa, a la censura y poco más), sino que precisaba técnicos y gestores capaces de desarrollar la economía del país, planificarla y realizar una ambiciosa tarea de saneamiento económico que serían el Plan de Estabilización (1959) que supuso la ruptura con la autarquía económica, y los Planes de Desarrollo (Primer Plan de 1964 a 1967, Segundo Plan de 1968 a 1971 y Tercer Plan de Desarrollo de 1972 a 1975).
Ni los falangistas tenían técnicos económicos, ni los nacional-católicos disponían de ellos. Para administrar esa tercera etapa existía un pequeño grupo católico que desde 1939 se había apalancado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en distintas universidades: el Opus Dei. A los “tecnócratas” del Opus les correspondió gestionar esta tercera etapa en permanente rivalidad con la falange que seguía teniendo cierto peso movilizador.
En esa etapa los nacional-católicos (los “propagandistas” se vieron sorprendidos por el cambio progresivo de costumbres (el turismo, la relajación de la moral sexual con la aparición de la píldora anticonceptiva y la minifalda, la música rock, etc.) y, especialmente, por la desorientación en la que cayó el catolicismo español después del resultado catastrófico del Concilio Vaticano II.
Por otra parte, los “propagandistas” estallaron literalmente: unos fundaron Cuadernos para el Diálogo y con Ruiz Giménez pasaron al campo de la oposición, otros con Gil Robles participaron en el Contubernio de Munich, los hubo –como Pemán- que se sumaron a los partidarios de Don Juan de Borbón, ingresando en su consejo privado… Y otros, finalmente, como Blas Piñar, miembro también de los “propagandistas”, tendieron a reducir todo el franquismo a los apenas 10 años de nacional-catolicismo, para luego en el tardo-franquismo y en la transición pasar a dirigir el llamado “bunker”. Blas en ese momento, pidió su baja como “propagandista”. En la transición siguieron actuando políticamente a través del Grupo Tácito, en Alianza Popular, en la UCD y, por supuesto, en las distintas formaciones democristianas que aparecieron en ese momento con poco éxito a pesar de estar auspiciadas por el cardenal Tarancón (bestia parda del “bunker”). Hoy siguen parapetadas en la COPE (con Coronel de Palma) y en el PP.
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En cada una de estas tres etapas (falangista-imperial, nacional-católica y tecnocrático-desarrollista) una sola fuerza es hegemónica, permaneciendo las otras dos en situación de minoría pero representadas siempre en el régimen. Esto fue lo que dio cierta coherencia al franquismo y también lo que le permitió sobrevivir y hacer gala de un pragmatismo extremo.
© Ernesto Milá – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen