Infokrisis.- Cuando no hace mucho se han cumplido los 35 años de la muerte de Franco parece ya el momento de que la sociedad española sea capaz de realizar un análisis mesurado y objetivo de lo que supusieron aquellos cuarenta años en la historia de España. Se suele decir que los ánimos no están todavía serenos (¿Y cuándo lo estarán? ¿Cuándo la sociedad española será capaz de considerar al franquismo como una parte de la historia de España y valorarla como tal al igual que la crisis finisecular de 1898 o que la restauración monárquica o incluso como la dictadura de Primo de Rivera que, a fin de cuentas no está mucho más lejana en el tiempo que el 18 de julio de 1936?) y que tanto a un extremo como a otro del arco político todavía hay que vencer muchas filias y fobias? A un lado los partidarios de cambiar la historia (y la historia fue lo que fue: una República fracasada e insostenible y un movimiento cívico militar que apuntilló lo que ya estaba muerto prácticamente a desde el mismo momento en que nación, una guerra con vencedores y vencidos) y a otro los partidarios de idealizarla (quienes consideran con añoranza que el franquismo fue el mejor de los mundos y que el régimen y su líder eran, por definición, perfectos). Ni una cosa ni otra. Basta rascar un poco en ambas posiciones para ver que destilan visceralidad e irracionalidad y que ambas tienen un defecto fundamental: no considerar que el franquismo hoy ya es historia, como en 1936.
Vale la pena extrapolar los años que han transcurrido. En 1936 estaba claro que lo que había ocurrido 40 años antes (la crisis de 1898 y la pérdida de Cuba y Filipinas) ya se consideraba historia y tan solo servía como punto focal de las meditaciones sobre la regeneración de España. Pues bien, el inexorable paso del tiempo ha hecho que el lapso habido entre 2010 y 1936 sea de casi 75 años. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto que el propio Franco, Ramiro, José Antonio y los teóricos de Renovación Española o de la izquierda se hubieran quedado anclados en lo que ocurrió 75 años antes, esto es en 1861 cuando España se anexionó la República Dominicana? El tiempo lo aleja todo y vale más no perder de vista que la historia nunca da marcha atrás, salvo cuando se repite como tragicomedia.
Adquirimos uso de razón cuando el franquismo estaba en su apogeo y mayoría de edad cuando declinaba. Hijos de una familia completamente apolítica, a pesar de contar entre sus miembros a fundadores de la Falange barcelonesa, pero también a militares republicanos y a regionalistas catalanes de centro, no albergamos el menor encono al franquismo y tuvimos entre nuestros amigos de infancia a compañeros que luego destacaron en la oposición antifranquista. Por todo esto nos consideramos en disposición de realizar un breve análisis objetivo de lo que fueron aquellos 40 años en la historia de España.
1. La figura de Franco
Cuando Franco dijo a su secretario Salgado-Araujo aquello de “Hágame caso no se dedique nunca a la política” estaba explicando lo que fue el eje de su gobierno: el pragmatismo. Franco era un militar y, como tal, austero. Soldado valeroso, hablaba poco, practicaba el “lenguaje lacónico” enseñado en las escuelas militares desde la antigua Esparta. Así es como se dan órdenes en la milicia, breves como detonaciones, sin posibilidad de equívoco, sin confusión posible, con extrema claridad. En la milicia se enseña al soldado que su eficacia depende de su supervivencia y ésta solamente tiene por encima el honor. Franco durante 40 años fue un superviviente político y debió esa supervivencia, como veremos, al pragmatismo del que siempre hizo gala.
Por una serie de acontecimientos –las muertes de Mola y Sanjurjo- Franco terminó haciéndose cargo de la dirección del Estado y de la conducción militar de una sublevación que, no lo olvidemos, se hizo en nombre de la República y en la que participaron masones como el General Cabanellas que recibió el mando en las primeras semanas y que fue financiada por grandes capitales nacionales (como el sefardita Juan March).
A lo largo de los siguientes 40 años, Franco se apoyó en unas u otras fuerzas políticas que siempre eran las que más convenían en cada momento tal como veremos. La guerra civil y el maquis lo convirtieron sobre todo en un anticomunista, partidario del orden a cualquier precio. Un hombre de derechas, católico y poco más. No fue falangista, no digamos “ramirista”, tampoco fue carlista, ni siquiera Alfonsino y, evidentemente, no fue en absoluto un republicano.
Si algún régimen se le puede parecer en la Europa convulsa de aquella época, podrían tratarse paralelismos con el régimen del Mariscal Petain en la Francia gobernada desde Vichy y, por supuesto, con el Portugal de Oliveira Salazar: regímenes autoritarios pero paternalistas, católicos, de derechas, anticomunistas y antimasónicos (en tanto que católicos), partidarios del “orden” y la “autoridad”.
2. El papel histórico del franquismo en la historia de España
El gran papel que le correspondió asumir a Franco desde 1936 a 1975 fue el conducir a España desde el subdesarrollo hasta estadios avanzados de desarrollo.
En 1936, España era un país atrasado que había ido acumulando fracaso tras fracaso. El siglo XIX había constituido una tragedia constante y sumida nuestra historia en un marasmo de guerras civiles, insurrecciones, pronunciamientos, conspiraciones, altas tasas de criminalidad política y una retahíla de gobiernos incapaces de prolongarse en el tiempo y de trazar políticas de larga duración capaces de generar riqueza. Fueron las burguesías catalana y vasca –seguramente por ser las regiones más próximas a Europa y porque los hijos de estas burguesías fueron a aprender a Francia y al Reino Unido, quienes generaron una industria centrada en esas regiones, o por individualidades como el marqués de Salamanca que tuvieron voluntad de innovación muy similar a la que se daba en Europa. Pero en esos mismos años, otras regiones –Andalucía y particularmente Cádiz- se estancaron e incluso bajo el reinado de Isabel II se convirtieron en meros folklorismos pintorescos generándose esa imagen de “lo andaluz” casi asimilado a lo gitano que apareció gracias a esa reina, sin duda la mas disoluta y discutible de toda la historia de España.
Del atraso económico derivaba todo nuestro atraso político y los altos niveles de analfabetismo que España tenía en esa época y que estaban muy por encima de los países de Europa central y del norte.
Para colmo, el primer tercio del siglo XX fue una prolongación del siglo XIX: atraso, miseria y la sensación de que cada vez se estaba más lejos de Europa y de que se carecía completamente de peso político internacional a la vista de que seguíamos en el subdesarrollo y sin esperanzas de superarlo.
El puntillazo de todo esto fue la II República que vivió una crisis permanente desde su establecimiento hasta el 1º de abril de 1939. Conspiraciones de derechas, conspiraciones de izquierdas, conspiraciones separatistas, una violencia política en la calle infinitamente superior a la que se dio en la transición con el terrorismo de ETA y del GRAPO, inestabilidad, gobiernos que en ningún caso duraron más de dos años, escándalos de corrupción, todo ello dentro del mismo marco de subdesarrollo y caciquismo en la mayor parte de España que inhabilitaban los resultados electorales de las derechas y de las izquierdas.
Tras el desenlace de la guerra civil quedaba la tarea de reconstrucción del país, casi a partir de cero. Es en ese momento, cuando Franco muestra gran lucidez: permanece fuera del conflicto mundial que se desata en septiembre de 1939 (la España atrasada y además, destrozada no está para más guerras, sino para reconstruirse). A partir de ese momento, Franco se propone ganar el tiempo perdido en el siglo XIX y en el primer tercio del XX y proceder a la industrialización del país.
En 1975 esa meta ya está conseguida. La España de 1975, realmente, ha cambiado por completo, en todo: en costumbres, en nivel de desarrollo, en fisonomía, la burguesía cuya debilidad hizo imposible la II República y la generación de cualquier forma de democracia, ese año ya tiene fuerza suficiente como para protagonizar el futuro. La alta burguesía y el gran capital se han concentrado lo suficiente durante los últimos 25 años (1950-1975) como para albergar otros objetivos.
En esos 25 años finales del franquismo se ha formado un capitalismo español quizás todavía raquítico, pero que tiene a su alcance todos los instrumentos jurídicos y financieros para poderse desarrollar. A partir de finales de los años 60, tanto intramuros del régimen como por parte del gran capital autóctono, cobran forma unas cuantas ideas básicas:
- Franco está envejecido, no durará siempre y, a pesar de que la Ley Orgánica del Estado ha sido aprobada en 1967, lo cierto es que muy pocos creen en un “franquismo sin Franco” y muchos menos en una prolongación del franquismo operada por un príncipe que carecía completamente de simpatías y apoyos fuera de los que Franco le había aportado. Cuando muera Franco, morirá el régimen.
- Si los años de franquismo sirvieron para industrializar España, el capitalismo autóctono, al tener a finales de los 60 una primera acumulación de capital y un buen nivel productivo, precisaba de otros horizontes comerciales para poder exportar lo producido. El Mercado Común Europeo exigía una fórmula política democrática para ingresar en sus filas. Y España era considerado como poco como un régimen paternalista autoritario y como mucho como una dictadura. Mientras el régimen no adoptara un marco democrático, el capitalismo español tendría vedados los mercados europeos.
- La caída de los regímenes autoritarios de Portugal y Grecia entre 1973-75 daba una sensación de absoluta soledad y aislaba todavía más al gobierno español, sensación que cobró forma especialmente en dos momentos: durante el proceso de Burgos (diciembre de 1970 cuando fueron juzgados y condenados los militantes de ETA con delitos de sangre) y durante septiembre de 1975 (cuando fueron juzgados, condenados y ejecutados dos miembros de ETA y tres del FRAP produciéndose protestas internacionales de alto voltaje). Para colmo, justo cuando se iniciaba la enfermedad terminal de Franco, las relaciones con Marruecos llegaron a un punto pre-bélico por la cuestión del Sahara. Antes, el asesinato del presidente Carrero Blanco suponía la muerte del delfín de Franco, el que debería tutelas la transición y, por tanto, hacía todavía más imposible la prolongación del régimen.
En efecto, Carrero Blanco, sin duda la mente más lúcida del régimen tardofranquista tenía un proyecto alternativo: como militar que era, todo consistía en elaborar una estrategia adecuada y esta consistió en intentar por una parte abrir nuevos mercados para los productos españoles que no nos hicieran dependientes del Mercado Común. Estos nuevos mercados estaban situados en la esfera comunista. Se dio la circunstancia, aparentemente paradójica, que a partir de 1972, Carrero impulsara el comercio con los países del bloque comunista. Por otra parte, se trataba de llevar a cabo una transición tutelada que equiparara a España a países como Alemania en donde el partido comunista estaba prohibido (y reducido a algo anecdótico) y nadie negaba su homologación democrática. Carrero lanzó desde 1970 mensajes al PSOE para que se comprometiera en ese proyecto: democracia hasta los socialistas, sin los comunistas. Los minúsculos círculos socialistas dejaron de ser encarcelados e incluso se impulsaron varios proyectos de “asociacionismo político” para organizar a la derecha frente a una izquierda comunista que empezaba a estar organizada.
Pero cuando es asesinado Carrero, todo esto dista mucho de haber tenido un éxito. Y entre diciembre de 1973 y noviembre de 1975 las esferas gubernamentales viven una creciente desazón en la que cada vez cobra más forma la idea de que la transición, para ser creíble, deberá ser total. El capital autóctono así lo quiere y, para colmo, los EEUU conspiran por que tienen intereses muy concretos: integrar a España en la OTAN para dar “profundidad de campo” a la Alianza Atlántica, y estimular importaciones y exportaciones con España. Lo esencial de la transición se diseña en la reunión del Club Bildelberg celebrada en Mallorca poco después de morir Franco. Es el principio del fin.
Por paradójico que pueda parecer, el franquismo murió víctima del desarrollismo y de la superación del atraso secular de España. Cuando el capitalismo español tuvo un nivel de desarrollo suficiente, simplemente precisó homologarse a las democracias europeas y las patronales se convirtieron en arietes de la democracia.
© Ernesto Milá – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen
Vale la pena extrapolar los años que han transcurrido. En 1936 estaba claro que lo que había ocurrido 40 años antes (la crisis de 1898 y la pérdida de Cuba y Filipinas) ya se consideraba historia y tan solo servía como punto focal de las meditaciones sobre la regeneración de España. Pues bien, el inexorable paso del tiempo ha hecho que el lapso habido entre 2010 y 1936 sea de casi 75 años. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto que el propio Franco, Ramiro, José Antonio y los teóricos de Renovación Española o de la izquierda se hubieran quedado anclados en lo que ocurrió 75 años antes, esto es en 1861 cuando España se anexionó la República Dominicana? El tiempo lo aleja todo y vale más no perder de vista que la historia nunca da marcha atrás, salvo cuando se repite como tragicomedia.
Adquirimos uso de razón cuando el franquismo estaba en su apogeo y mayoría de edad cuando declinaba. Hijos de una familia completamente apolítica, a pesar de contar entre sus miembros a fundadores de la Falange barcelonesa, pero también a militares republicanos y a regionalistas catalanes de centro, no albergamos el menor encono al franquismo y tuvimos entre nuestros amigos de infancia a compañeros que luego destacaron en la oposición antifranquista. Por todo esto nos consideramos en disposición de realizar un breve análisis objetivo de lo que fueron aquellos 40 años en la historia de España.
1. La figura de Franco
Cuando Franco dijo a su secretario Salgado-Araujo aquello de “Hágame caso no se dedique nunca a la política” estaba explicando lo que fue el eje de su gobierno: el pragmatismo. Franco era un militar y, como tal, austero. Soldado valeroso, hablaba poco, practicaba el “lenguaje lacónico” enseñado en las escuelas militares desde la antigua Esparta. Así es como se dan órdenes en la milicia, breves como detonaciones, sin posibilidad de equívoco, sin confusión posible, con extrema claridad. En la milicia se enseña al soldado que su eficacia depende de su supervivencia y ésta solamente tiene por encima el honor. Franco durante 40 años fue un superviviente político y debió esa supervivencia, como veremos, al pragmatismo del que siempre hizo gala.
Por una serie de acontecimientos –las muertes de Mola y Sanjurjo- Franco terminó haciéndose cargo de la dirección del Estado y de la conducción militar de una sublevación que, no lo olvidemos, se hizo en nombre de la República y en la que participaron masones como el General Cabanellas que recibió el mando en las primeras semanas y que fue financiada por grandes capitales nacionales (como el sefardita Juan March).
A lo largo de los siguientes 40 años, Franco se apoyó en unas u otras fuerzas políticas que siempre eran las que más convenían en cada momento tal como veremos. La guerra civil y el maquis lo convirtieron sobre todo en un anticomunista, partidario del orden a cualquier precio. Un hombre de derechas, católico y poco más. No fue falangista, no digamos “ramirista”, tampoco fue carlista, ni siquiera Alfonsino y, evidentemente, no fue en absoluto un republicano.
Si algún régimen se le puede parecer en la Europa convulsa de aquella época, podrían tratarse paralelismos con el régimen del Mariscal Petain en la Francia gobernada desde Vichy y, por supuesto, con el Portugal de Oliveira Salazar: regímenes autoritarios pero paternalistas, católicos, de derechas, anticomunistas y antimasónicos (en tanto que católicos), partidarios del “orden” y la “autoridad”.
2. El papel histórico del franquismo en la historia de España
El gran papel que le correspondió asumir a Franco desde 1936 a 1975 fue el conducir a España desde el subdesarrollo hasta estadios avanzados de desarrollo.
En 1936, España era un país atrasado que había ido acumulando fracaso tras fracaso. El siglo XIX había constituido una tragedia constante y sumida nuestra historia en un marasmo de guerras civiles, insurrecciones, pronunciamientos, conspiraciones, altas tasas de criminalidad política y una retahíla de gobiernos incapaces de prolongarse en el tiempo y de trazar políticas de larga duración capaces de generar riqueza. Fueron las burguesías catalana y vasca –seguramente por ser las regiones más próximas a Europa y porque los hijos de estas burguesías fueron a aprender a Francia y al Reino Unido, quienes generaron una industria centrada en esas regiones, o por individualidades como el marqués de Salamanca que tuvieron voluntad de innovación muy similar a la que se daba en Europa. Pero en esos mismos años, otras regiones –Andalucía y particularmente Cádiz- se estancaron e incluso bajo el reinado de Isabel II se convirtieron en meros folklorismos pintorescos generándose esa imagen de “lo andaluz” casi asimilado a lo gitano que apareció gracias a esa reina, sin duda la mas disoluta y discutible de toda la historia de España.
Del atraso económico derivaba todo nuestro atraso político y los altos niveles de analfabetismo que España tenía en esa época y que estaban muy por encima de los países de Europa central y del norte.
Para colmo, el primer tercio del siglo XX fue una prolongación del siglo XIX: atraso, miseria y la sensación de que cada vez se estaba más lejos de Europa y de que se carecía completamente de peso político internacional a la vista de que seguíamos en el subdesarrollo y sin esperanzas de superarlo.
El puntillazo de todo esto fue la II República que vivió una crisis permanente desde su establecimiento hasta el 1º de abril de 1939. Conspiraciones de derechas, conspiraciones de izquierdas, conspiraciones separatistas, una violencia política en la calle infinitamente superior a la que se dio en la transición con el terrorismo de ETA y del GRAPO, inestabilidad, gobiernos que en ningún caso duraron más de dos años, escándalos de corrupción, todo ello dentro del mismo marco de subdesarrollo y caciquismo en la mayor parte de España que inhabilitaban los resultados electorales de las derechas y de las izquierdas.
Tras el desenlace de la guerra civil quedaba la tarea de reconstrucción del país, casi a partir de cero. Es en ese momento, cuando Franco muestra gran lucidez: permanece fuera del conflicto mundial que se desata en septiembre de 1939 (la España atrasada y además, destrozada no está para más guerras, sino para reconstruirse). A partir de ese momento, Franco se propone ganar el tiempo perdido en el siglo XIX y en el primer tercio del XX y proceder a la industrialización del país.
En 1975 esa meta ya está conseguida. La España de 1975, realmente, ha cambiado por completo, en todo: en costumbres, en nivel de desarrollo, en fisonomía, la burguesía cuya debilidad hizo imposible la II República y la generación de cualquier forma de democracia, ese año ya tiene fuerza suficiente como para protagonizar el futuro. La alta burguesía y el gran capital se han concentrado lo suficiente durante los últimos 25 años (1950-1975) como para albergar otros objetivos.
En esos 25 años finales del franquismo se ha formado un capitalismo español quizás todavía raquítico, pero que tiene a su alcance todos los instrumentos jurídicos y financieros para poderse desarrollar. A partir de finales de los años 60, tanto intramuros del régimen como por parte del gran capital autóctono, cobran forma unas cuantas ideas básicas:
- Franco está envejecido, no durará siempre y, a pesar de que la Ley Orgánica del Estado ha sido aprobada en 1967, lo cierto es que muy pocos creen en un “franquismo sin Franco” y muchos menos en una prolongación del franquismo operada por un príncipe que carecía completamente de simpatías y apoyos fuera de los que Franco le había aportado. Cuando muera Franco, morirá el régimen.
- Si los años de franquismo sirvieron para industrializar España, el capitalismo autóctono, al tener a finales de los 60 una primera acumulación de capital y un buen nivel productivo, precisaba de otros horizontes comerciales para poder exportar lo producido. El Mercado Común Europeo exigía una fórmula política democrática para ingresar en sus filas. Y España era considerado como poco como un régimen paternalista autoritario y como mucho como una dictadura. Mientras el régimen no adoptara un marco democrático, el capitalismo español tendría vedados los mercados europeos.
- La caída de los regímenes autoritarios de Portugal y Grecia entre 1973-75 daba una sensación de absoluta soledad y aislaba todavía más al gobierno español, sensación que cobró forma especialmente en dos momentos: durante el proceso de Burgos (diciembre de 1970 cuando fueron juzgados y condenados los militantes de ETA con delitos de sangre) y durante septiembre de 1975 (cuando fueron juzgados, condenados y ejecutados dos miembros de ETA y tres del FRAP produciéndose protestas internacionales de alto voltaje). Para colmo, justo cuando se iniciaba la enfermedad terminal de Franco, las relaciones con Marruecos llegaron a un punto pre-bélico por la cuestión del Sahara. Antes, el asesinato del presidente Carrero Blanco suponía la muerte del delfín de Franco, el que debería tutelas la transición y, por tanto, hacía todavía más imposible la prolongación del régimen.
En efecto, Carrero Blanco, sin duda la mente más lúcida del régimen tardofranquista tenía un proyecto alternativo: como militar que era, todo consistía en elaborar una estrategia adecuada y esta consistió en intentar por una parte abrir nuevos mercados para los productos españoles que no nos hicieran dependientes del Mercado Común. Estos nuevos mercados estaban situados en la esfera comunista. Se dio la circunstancia, aparentemente paradójica, que a partir de 1972, Carrero impulsara el comercio con los países del bloque comunista. Por otra parte, se trataba de llevar a cabo una transición tutelada que equiparara a España a países como Alemania en donde el partido comunista estaba prohibido (y reducido a algo anecdótico) y nadie negaba su homologación democrática. Carrero lanzó desde 1970 mensajes al PSOE para que se comprometiera en ese proyecto: democracia hasta los socialistas, sin los comunistas. Los minúsculos círculos socialistas dejaron de ser encarcelados e incluso se impulsaron varios proyectos de “asociacionismo político” para organizar a la derecha frente a una izquierda comunista que empezaba a estar organizada.
Pero cuando es asesinado Carrero, todo esto dista mucho de haber tenido un éxito. Y entre diciembre de 1973 y noviembre de 1975 las esferas gubernamentales viven una creciente desazón en la que cada vez cobra más forma la idea de que la transición, para ser creíble, deberá ser total. El capital autóctono así lo quiere y, para colmo, los EEUU conspiran por que tienen intereses muy concretos: integrar a España en la OTAN para dar “profundidad de campo” a la Alianza Atlántica, y estimular importaciones y exportaciones con España. Lo esencial de la transición se diseña en la reunión del Club Bildelberg celebrada en Mallorca poco después de morir Franco. Es el principio del fin.
Por paradójico que pueda parecer, el franquismo murió víctima del desarrollismo y de la superación del atraso secular de España. Cuando el capitalismo español tuvo un nivel de desarrollo suficiente, simplemente precisó homologarse a las democracias europeas y las patronales se convirtieron en arietes de la democracia.
© Ernesto Milá – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen