viernes, 15 de octubre de 2010

Documentos Políticos III: El foro de feflexión (1999) 3. CUESTIONES DOCTRINALES

Infokrisis.-La primera parte de los documentos del Foro de Reflexión estaba dedicada a definir lo que era la "doctrina". Utilizábamos la palabra "doctrina" en lugar de "ideología" como explícabamos en el primer párrafo, por percibir en ésta un contenido peyorativo y anti-histórico. En el ambiente ultra se tendía a confundir ambos términos y se optaba por presentar una ideología "cerrada" en la que era imposible insertar ninguna interpolación relativa al presente, a la vista de que en su totalidad el edificio ideológico se había construido en los años 30 y no estaba en condiciones de suponer el soporte para una lucha política.El documento fue redactado en 1999

CUESTIONES DOCTRINALES
Si se dan las circunstancias para el debate, enumeradas en el parágrafo anterior, el primer jalón -y la primera criba- es la doctrina.

¿QUÉ ENTENDEMOS POR "DOCTRINA"?

Es preciso diferenciar entre "doctrina" (o principios) e "ideología". Lo que proponemos es la definición de unos principios de doctrina, no de una ideología. Consideramos que las ideologías están fuera de la modernidad y no son relevantes a la hora de establecer las bases de una lucha política.

    Entendemos por doctrina el conjunto de principios sobre los que se fundamenta la acción política, en buena medida, la doctrina es la "concepción del mundo" mas una serie de principios políticos inalterables.

    Hay que distinguir la doctrina de la estrategia o el programa. La doctrina es inamovible; por el contrario, la estrategia y el programa pueden variar en cualquier momento y adaptarse a las circunstancias sin que esa variación pueda ser considerada una muestra de oportunismo, renuncia o traición.

    La ideología es otra cosa. Se trata de una serie de principios a partir de los cuales se intenta interpretar la realidad y transformarla. Mientras que la doctrina engloba sólo unos pocos principios y sólo penetra en algunos aspectos de la realidad, la ideología intenta interpretar bajo su prisma cualquier aspecto de la realidad.

    La crisis del marxismo y la velocidad de los cambios de la modernidad, han evidenciado que las ideologías se transforman pronto en esquemas rígidos y dogmáticos incapaces de entender la realidad y alejados de la actualidad. Los "ideólogos" tienden a hacer encajar a martillazos la realidad con su esquema ideológico. El resultado lo hemos visto en los peores tiempos del estalinismo con la persecución a la que fueron sometidos los genetistas por el hecho de que sus descubrimientos no encajaban con el materialismo dialéctico.

    Desde finales de los años 60 hemos vivido el tiempo del "fin de las ideologías": las tres ideologías del siglo XX (nacionalismo, marxismo y liberalismo) son hoy arcaísmos que han llevado a los peores excesos. Las ideologías han terminado siendo sustituidas por las "concepciones del mundo" y, si han de aplicarse a la acción política, por la "doctrina".

    Lo que vamos a enumerar a continuación son unos cuantos principios doctrinales, en absoluto hemos pretendido elaborar un corpus ideológico coherente y completo -por lo demás innecesario para un partido político- sino enumerar una serie de principios, a partir de los cuales puede elaborarse un programa político.

LA MUNDIALIZACION COMO ENEMIGO PRINCIPAL

    Si examinamos la situación de la modernidad veremos que el principal riesgo para las libertades públicas, la independencia de las naciones y la justicia social, es la globalización. Entendemos por globalización la tendencia del capitalismo tardío a universalizar su sistema, mediante la creación de un mercado mundial, que optimice producción e inversiones para lograr un beneficio máximo.

    Los antecedentes remotos de la globalización se remontan al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se produce el boom de las comunicaciones y de los transportes. A esto se une la generalización de los medios de comunicación de masas que ya se habían establecido antes de la guerra y que, durante la misma, sirvieron como canales de la propaganda bélica de una y otra parte. Roosevelt utilizaba desde el principio del New Deal la radio para emitir mensajes "charlas de sobremesa" en tono coloquial al pueblo norteamericano. Las Olimpiadas de Berlín de 1936 mostraron las posibilidades de la televisión como medio de comunicación de masas. En cuanto a la radio, ciertamente, ya había demostrado su eficacia en las entreguerras y en la Guerra Civil Española.

    El segundo factor que contribuyó a la globalización fue la emancipación de las colonias europeas en Asia y África. Productores de materias primas, a partir de ese momento, dejaban de estar bajo la tutela de los países europeos para ofrecer sus materias primas a quien quisiera comprarlas.

    Además, el esfuerzo bélico y la aplicación de las nuevas tecnologías al armamento generó gigantescas concentraciones de capital en algunas empresas relacionadas con esta industria tales que su campo de acción rebasó las fronteras de un país, para actuar a escala internacional. Las multinacionales fueron los motores de la globalización, especialmente a partir de la creación de la Comisión Trilateral que constituyó un verdadero "estado mayor".

    La globalización quiere decir, en definitiva:

-    pérdida de las identidades nacionales,
-    pérdida de las culturas,
-    pérdida de las tradiciones ancestrales,
-    pérdida de los puntos de referencia que posibilitan el arraigo.

La globalización es, en definitiva, el enemigo de los pueblos y de las naciones libres celosos de conservar su identidad y de evitar difuminarse en el océano indiferenciado e informe generado por las necesidades de esta fase de evolución extrema del capitalismo.

    Podemos elegir cualquier otro tipo de enemigo, pero su entidad, sin duda, palidecerá ante la globalización. La globalización es un fenómeno único y sin precedentes en la Historia que se manifiesta a través de cuatro vertientes:

-    La vertiente económica.- La globalización es un estadio extremo del capitalismo. Al capitalismo incipiente o artesanal, al capitalismo decimonónico o industrial, al capitalismo multinacional posterior a la segunda posguerra, le ha sucedido un período posmultinacional que lleva a todos los extremos del planeta la doctrina del libremercado y la ley de la oferta y la demanda por encima de cualquier otra norma. La gran innovación del capitalismo globalizador es el haber arrojado fuera de su perspectiva cualquier alusión a la justicia social, cualquier referencia al Estado del bienestar y cualquier sistema de protección social. Todos, absolutamente todos los mecanismos del sistema económico se sitúan por encima de cualquier perspectiva "social". Y esto es importante por que refleja un paso atrás en relación a las formas más tempranas de pre-globalización de los años 70. En efecto, en aquella época, los teóricos "fabianos", los Rockefeller y las dinastías económicas norteamericanas, todavía defendían ciertas formas de previsión y protección social: en el fondo se trataba simplemente de transformar a los productores alienados en consumidores integrados y, para ello, era preciso un cierto nivel de bienestar social. En las últimas evoluciones del capitalismo, incluso estas mínimas "conquistas" han desaparecido. Finalmente, el capitalismo globalizador vuelve a los orígenes del capitalismo industrial: depredador al máximo, absolutamente de espaldas a cualquier sensibilidad social y preocupado únicamente por la cuenta de resultados y los dividendos financieros. La diferencia es que, mientras en la etapa industrial la explotación extrema se producía a nivel de factorías, en la actualidad, naciones, continentes enteros, son víctimas del saqueo capitalista para mayor gloria del beneficio financiero.
-    La vertiente geopolítica.- A pesar de que el capitalismo no está ligado necesariamente a ningún país en particular, es cierto que el centro y la razón social de los principales núcleos de poder globalizador se encuentran en Estados Unidos que se configura como el centro estratégico globalizador y que pone a su servicio el enorme potencial bélico y armamentístico de las FFAA norteamericanas. Mientras, desde principios del siglo XIX, el centro del capitalismo se encontraba en Europa, poco a poco, ha ido migrando hacia el Norte del continente americano. La globalización ha seguido un camino de Este a Oeste. En la actualidad esta tendencia prosigue vertiginosamente y no en vano la "doctrina Rumsfeld", enunciada por el actual Secretario de Defensa Norteamericano, establece que el Océano Pacífico es el nuevo teatro preferencial de operaciones y de expansión de los EE.UU. No en vano, allí se encuentran 1.200 millones de chinos que se configuran, no sólo como un incipiente mercado, sino también como el futuro centro de producción mundial de manufacturas.
-    La vertiente étnica.- Llama la atención que uno de los efectos de la globalización sea el desplazamiento masivo poblaciones del Sur hacia el Norte. Esta "deportación" tiene un nombre: inmigración. El Nuevo Orden Mundial difunde la doctrina del mestizaje como algo inevitable, rico y saludable, cuando en realidad, lo que tiende es a debilitar las concepciones culturales y de civilización que podrían oponérsele. La globalización favorece una mentalidad cosmopolita e internacionalista que se opone a cualquier forma de nacionalismo en beneficio de un melting-pot.
-    La vertiente espiritual.- Finalmente el Nuevo Orden Mundial trae una innovación en el terreno religioso. Si se examina con detenimiento se verá que en las declaraciones de las cabezas visibles de la globalización (los Bush, los Rumsfeld, los Chenney), abundan las declaraciones de contenido seudomístico o seudoreligioso. De hecho, tras la Segunda Guerra del Golfo, George Bush, entonces presidente de los EE.UU., habló de la "misión que la Providencia había concedido a los EE.UU.", de la misma forma que antes los grupos conservadores que apoyaron a Reagan (la "mayoría moral" y los extremistas evangélicos de los EEUU), habían realizado declaraciones en el mismo sentido. De hecho, el proyecto es que a un "gobierno mundial", corresponde una "religión mundial". En la actualidad estamos asistiendo a una verdadera revolución seudoespiritualista que va paralela al advenimiento del Nuevo Orden Mundial: de otro la extensión y popularización de las seudoreligiones que acompañan al fenómeno de la "New Age", de otro el ascenso de formas bastardizadas y extremistas del Islam -wahabbismo-, la proliferación de sectas exóticas y de cultos "mestizos" incluso en Occidente. No es una nueva revolución religiosa lo que sustituirá a las religiones tradicionales en un orbe globalizado, sino una seudo-religión que se no será otra cosa más que un cúmulo de supersticiones y creencias en buena medida supersticiosas y demoníacas.

    A poco que examinemos estos elementos veremos que, en realidad, configuran un línea que no es ni de derechas, ni de izquierdas, si bien contiene y resalta elementos procedentes de la izquierda y de la derecha. De la derecha neoliberal extrae el culto supremo a la ley de la oferta y la demanda y el servilismo más absoluto a las leyes del mercado. De la izquierda incorpora el cosmopolitismo internacionalista, la religión laica, la idea de relativismo étnico y una evidente permisividad. Se trata de un trasversalismo "por lo bajo", que integra los peores aspectos de la derecha y de la izquierda.

    Ahora bien, esta "superación" de la izquierda y de la derecha no se ha operado "por arriba" en función de síntesis superiores y más avanzadas que permitan estadios de mayor justicia social, estabilidad internacional o nuevo marco de las relaciones internacionales. Por el contrario, esta ideología ha surgido del detritus más abyecto de las ideologías que hasta ahora habían dominado el debate político: la síntesis es inferior cualitativamente hablando a cada una de las componentes iniciales. En el fondo el internacionalismo proletario estaba concebido como un objetivo en función del cual, la humanidad proletaria, marchaba unida en pos de un mundo mejor; por el contrario, en la caída del internacionalismo proletario al cosmopolitismo globalizador, se ha perdido la noción de "misión", de "liberación", de unidad para conseguir un mundo más justo. Incluso la noción liberal de libremercado ha sido pervertida: no hay posibilidades de un libremercado cuando solo unos pocos conglomerados financiero-industriales-monopolistas dominan el mercado.

    Pero existe otra forma de trasversalismo. La globalización, en realidad, ha hecho saltar muchas barreras y una de ellas han sido las categorías de izquierda y derechas que, a partir de ahora, ya no tienen sentido. Un partido en el siglo XXI, propio de su tiempo, no puede definirse en términos de izquierdas o de derechas, sino que debe ser, necesariamente transversal. Puede estar próximo a la derecha en algunos terrenos y a la izquierda en otros, y probablemente a ninguno de los dos en la mayoría de opciones, por eso el carácter transversal debe estar presente en todo momento.

    Un trasversalismo "por arriba" debe basarse en cuatro principios:

-    La recuperación del pasado ancestral unido al progreso científico más avanzado.
-    La doctrina de la identidad y el arraigo como sustitutos del nacionalismo y del internacionalismo.
-    La anteposición de un régimen de justicia social a los beneficios de las grandes concentraciones de capital.
-    La necesidad de un Estado Federal Europeo que de una forma concreta a la Europa de las Naciones.
    Puestas así las cosas, queda establecido que la globalización es el "enemigo principal". ¿De qué manera se puede luchar contra ella de la manera más eficaz posible?
    Una lucha contra la globalización puede partir de varios elementos:
-    El arraigo es uno de los valores más sólidos en la lucha contra la globalización.
-    Desde el punto de vista institucional, los Estados Nacionales son hoy baluartes de la antiglobalización: existen, tienen arsenales legislativos, instituciones armadas, fronteras nacionales, estructuras administrativas capaces de cerrar las puertas a la pérdida de la identidad causada por los grandes flujos migratorios, bien de la colonización cultural, o la quiebra de la economía nacional a causa del libre mercado mundial.
-    Para que un Estado Nacional operara en esa dirección, necesariamente debería tener voluntad política.
-    Hoy, esa voluntad política es inexistente, de ahí que los Estados Nacionales no estén poniendo todos los recursos que tienen a su alcance para contener a la globalización. Y, en buena medida no lo hacen por que han perdido la noción de lo cuál es su misión.
-    Por que, efectivamente, el elemento que imprime carácter a una Nación es la idea de "Misión" y de "Destino", esto es, el proyecto a realidad por esa comunidad.

    España ha renunciado a tener un papel activo en la política internacional e incluso en la política europea. A pesar de los intentos de Aznar por aparecer en primera página de la prensa mundial, no hay que ver en este esfuerzo la búsqueda de una Misión y de un Destino, sino más, bien el intento de autodefinirse como un ayuda de cámara y un complemento para la realización del destino mundial de los EEUU y de su misión de convertirse en potencia hegemónica mundial y mantenerse así tanto tiempo como sea posible.

    A pesar de que las ideas patrióticas y nacionalistas hayan acompañado muy frecuentemente a la derecha, hay que reconocer que la política del PP no ha sido ni una cosa ni otra, sino más bien uno de los más bochornosos episodios en la historia de España. Por que Aznar no sólo no ha sabido elegir a sus aliados, sino que ha elegido a los enemigos de Europa; preso de los esquemas de la derecha anteriores al fin de la Guerra Fría, el PP ha visto en el "amigo americano" datado de un proyecto hegemónico alógeno pero por el que ha juzgado que valía la pena apostar, aunque para ello debiera colocarse en el furgón de cola del americanismo y enfrentarse al eje central de la Unión Europea, con la que compartimos intereses económicos, políticos, de lucha antiterrorista e incluso geopolíticos. Ni siquiera el PSOE se atrevió a tanta bajeza.

    Sin embargo, el Estado Español, por ejemplo, podría, todavía hoy, oponerse al nuevo proyecto de Constitución Europea que incluye en su definición a Turquía, una nación que, geopolítica e históricamente, ha sido el enemigo de Europa. El Estado Español (o el austriaco, o el belga, o el francés), por ejemplo, podría oponerse a la desaparición del veto en la admisión de inmigrantes. Pero cuando el Estado Español haya delegado buena parte de sus funciones en la estructura superior de la Unión Europea, ese arsenal legislativo y coercitivo se habrá esfumado: no existirán ya defensas institucionales.

    De todas formas, no queremos presentar a la Unión Europea como algo negativo. Será negativo, en el momento en que las ideas globalizadoras se filtren por algún resquicio en su futuro marco legal, la Constitución Europa. La Constitución Europea es una pieza fundamental en la construcción de la Europa del futuro y este proyecto es el elemento básico para construir un mundo multipolar en el que el destino de la humanidad no dependa de la ambición de la pandilla de oligarcas enloquecidos que gobiernan en Washington.

    Si la región o nacionalidad (la "patria carnal" como se la conoce en Francia) nos ofrece la posibilidad del arraigo, el Estado Nacional y la Nación nos ofrecen una forma de vivir el patriotismo como Misión y Destino. Europa, por su parte, nos ofrece la posibilidad de revivir lo que fue la "fides" la lealtad que unía a las diversas partes de un Imperio a su centro. Más adelante volveremos a este orden de ideas.

    Y es importante que existan defensas institucionales por que, en estos momentos, aquí y ahora el enemigo es la globalización. Globalización quiere decir nivelación, quiere decir uniformización e igualitarismo extremo. Globalización quiere decir abolición de las fronteras físicas de los estados nacionales y de las fronteras culturales en beneficio de una cultura global y de una economía mundial regida por el capital y ante la cual los seres humanos somos objetos (y no sujetos) de las leyes del mercado.

    Situarse en una lucha eficaz contra la globalización implica tener muy presente lo dicho hasta aquí en relación a las cuatro vertientes del proceso. Por que para ser eficaz una lucha antiglobalizadora debe necesariamente contestar a estas cuatro vertientes o de lo contrario, lo que único que se hará será dar respuestas parciales que permitirán la formación de nuevas síntensis que reconstruyan el proceso globalizador. Así pues se trata de rechazar globalmente a la globalización y ello a través del rechazo a sus cuatro vertientes ideológicas:

-    Frente a la vertiente económica.- recuperar la idea de la justicia social. No hay nada, absolutamente nada, ni los beneficios, ni los dividendos empresariales, que se sitúe por delante del derecho que todos los hombres y mujeres tienen a un sistema de previsión y seguridad social, el derecho a la vivienda, el derecho a un trabajo digno y con una retribución capaz de satisfacer sus necesidades, tienen derecho a que el Estado se preocupe de resolver los problemas que puede plantear su jubilación y, tienen derecho, finalmente, a poder decidir sobre su destino y el de su comunidad con entera y total libertad.
-    Frente a la vertiente geopolítica.- la "thalasocracia" americana, la "nueva Cartago", industrial que son hoy los EE.UU., debe ser afrontada por una "telurocracia" de nuevo cuño surgida en torno a la idea de Euroasia: la alianza entre los pueblos de Europa con Rusia y su prolongación asiática, es decir, la formación de un poder "continental", capaz de afrontar la hegemonía actual del poner "oceánico" de los EE.UU. es la única garantía de que el proceso de globalización va a ser roto en su dimensión geopolítica. Y esto implica el que un bloque euroiasiático rompa el Acuerdo Internacional de Aranceles y establezca medidas proteccionistas.
-    Frente a la vertiente étnica.- es fundamental recuperar la idea de "identidad". Es de la mayor importancia rechazar de plano la idea de "mestizaje" cultural y afirmar que la civilización europea nace en el cruce de tres influencias: la cultura greco-latina, la cultura germánica y la cultura católica. Nosotros reivindicamos el derecho a mantener nuestra identidad cultural, de la misma forma que aceptamos, sostenemos y defendemos el derecho a la existencia de otras identidades propias de otros horizontes geográficas. Y en este terreno es preciso hacer dos afirmaciones:
"    contra los flujos migratorios masivos y
"    a favor de una síntesis federal de los actuales Estados Nacionales Europeos en el marco de una Europa de las Naciones capaz de conservar el patrimonio identitario que hemos definido.
-    Frente a la vertiente Religiosa.- Hemos de mantener la prevalencia de las religiones tradicionales de nuestros pueblos y de la racionalidad de la filosofía del mundo clásico, frente a la invasión de los cultos exóticos y de las supersticiones seudoespiritualistas. Afirmamos el derecho de las grandes religiones tradicionales ligadas a marcos geográficos y culturales concretos a ser las fuerzas preeminentes en el terreno espiritual. Es preciso enfrentarse al nacimiento de una "seudo-religión mundial", demoledora de las religiones tradicionales.

    Todo esto implica rechazar la lucha sólo aparentemente antiglobalizadora de cierta izquierda "humanista", que, en realidad, no es más que, como ellos mismos afirman, "otra forma de globalización". Pero:

1.    La antiglobalización no puede realizarse en nombre del cosmopolitismo, por que el cosmopolitismo forma parte de los valores del adversario que se pretende combatir. El cosmopolitismo no es la solución, es una parte del problema.

2.    La antiglobalización no puede realizarse en nombre de una abstracta "humanidad", cuando precisamente en los rasgos de esa "humanidad" se disuelven los rasgos diferenciales y la riqueza identitaria que son los principales valores que contrarrestan el uniformismo globalizador.

3.    La lucha antiglobalizadora, finalmente, no puede realizarse en nombre de un pequeño nacionalismo, por que, realmente, dado el actual momento de desarrollo de la historia, las pequeñas naciones históricas no están en condiciones de responder al gigantismo de los EE.UU. Es necesaria la formación de un gran bloque continental que, tendiendo la mano hacia el Este, constituya una Europa de las Naciones, única estructura geopolítica en alianza con Rusia, y en condiciones de medirse con la superpotencia de la "nueva Cartago", los EE.UU.

ARRAIGO E IDENTIDAD
Establecida la naturaleza del enemigo principal falta ahora saber en nombre de qué principios y orientaciones deberá combatirse. Para nosotros esos principios se resumen en dos palabras: "arraigo" e "identidad".

    El ser humano para poder explotar el máximo de sus potencialidades precisa estar "arraigado" en una tierra, en la tierra natal.

    El ser humano no construye su vida sobre el vacío precisa unos puntos de referencia que están implícitos en el hecho mismo del nacimiento.

    Este se realiza sobre una base territorial, en el seno de una célula familiar que desarrolla su existencia sobre esa misma base y perteneciente a un linaje que ha visto suceder generaciones sobre esa misma tierra natal.

    Hay que entender el arraigo como un sistema de referencias etológicas y anclajes físicos sobre el cual el ser humano construye su vida en un entorno que le es familiar y en el cual experimenta la sensación de encontrarse en un entorno que le pertenece (y al que pertenece) y fuera del cual siente la lejanía y la privación. Todo esto implica:

-    tener raíces en la tierra natal, supone compartir el instinto territorial propio de los mamíferos superiores;
-    compartir con los que han nacido en esa misma tierra el mismo concepto de pertenecer a una misma comunidad;
-    tener unos valores de referencia y unas secuencias culturales que han compartido generaciones de ancestros y que conforman la identidad cultural de esa tierra.

    Este arraigo está por encima de las opiniones políticas y prevalece sobre ellas. Es el elemento que verdaderamente unifica a una comunidad por que está insertado en lo más profundo de cada uno de sus miembros.

    El haber nacido sobre una misma tierra

-    confiere unos rasgos de carácter comunes; los miembros de una misma comunidad suelen caracterizarse por la preponderancia de determinadas características que los definen ante otros: los catalanes laboriosos, los genoveses amantes del dinero, los andaluces alegres, los gallegos introspectivos, los bretones tozudos, los prusianos disciplinados, etc. Aunque en cierto sentido estos rasgos sean clichés tópicos, a nadie se le escapa que, en buena medida, dicen mucho sobre las comunidades definidas o como son percibidas por otras.
-    un pasado común que les ha hecho atravesar el tiempo de la historia al mismo paso, les ha conferido experiencias comunes, ha establecido entre ellos lazos de solidaridad, ha generado referencias comunes, mitos compartidos por todos ellos y, finalmente, hace nacer los mismos reflejos en todos ellos.
-    unas tradiciones comunes que han emanado directamente de las condiciones antropológicas y geopolíticas y han creado un estilo propio en cada región. Estas tradiciones son los elementos verticales que unen a las distintas generaciones que han nacido sobre una misma tierra. Es el nexo que une pasado y futuro.
-    unos vínculos sentimentales que siguen en fuerza e intensidad a los que aparecen en el núcleo familiar.

En buena medida estas características no están racionalizadas: son así, pocos se preguntan por qué son de esa manera y no de otra; simplemente son aceptadas por los miembros de una comunidad y anidan en el sustrato emotivo y sentimental de la naturaleza humana. Esto introduce un elemento problemático en el conjunto: la irracionalidad.

    Como puede intuirse, el arraigo es un instinto natural que posiblemente derive de nuestra condición de mamíferos superiores y suponga una adaptación del instinto territorial del que hablan los etólogos.

    En tanto que elemento instintivo, el arraigo tiene una componente irracional que puede resultar peligrosa si no está equilibra por otros elementos que deriven directamente de la racionalidad.

    La naturaleza humana en tanto que tal no está completamente hecha de racionalidad, a pesar de que experimentos la necesidad de racionalizar nuestra vida; existen otros elementos esenciales en la ecuación humana y uno de ellos es la emotividad, algo esencialmente irracional. Si estuviéramos en condiciones de desterrar la irracionalidad de la naturaleza humana, probablemente lo que resultaría sería un robot frío, sin matices ni emociones.

    Pero es rigurosamente necesario que lo irracional no esté completamente desbocado. Cuando eso ocurre, aparecen los momentos más dramáticos de la historia. Frecuentemente el nacionalismo es una resultante de un irracionalismo que no ha tenido una contrapartida capaz de atenuarlo. Este irracionalismo se percibe sin dificultad en los partidos micronacionalistas los cuales son:

o    capaces de modificar la historia para adaptarlo a su doctrina,
o    capaces de realizar limpiezas étnicas y culturales injustificables y nefastas incluso para la misma nacionalidad que dicen defender,
o    capaces de decantarse por los asesinos sobre las víctimas si creen que aquellos se identifican más con su nacionalidad;
o    capaces, finalmente, de ir contra la lógica más elemental y generar callejones sin saluda de los que sus propios ciudadanos son los primeros afectados.

    Así pues si el arraigo -que tiene una componente emotiva y sentimental evidente- no tiene una racionalidad como contrapartida se convierte en un virus disgregador y cancerígeno para una comunidad. Esta contrapartida puede proceder de distintos órdenes:

o    el orden político.- en el neolítico, la mayor unidad de convivencia que podía concebirse era la tribu. A medida que la flecha del tiempo ha ido avanzando las sociedades políticas han ganado en complejidad. Si bien durante el neolítico, el arraigo y la familia eran las únicas formas en la que el ser humano podía encontrar la fuerza para insertarse en una comunidad, a medida que las tribus se federaron, cuando surgieron los pequeños reinos medievales, cuando estos fueron convergiendo, cuando, se crearon los Estados Nacionales y, finalmente, cuando las necesidades de supervivencia de estos han forzado la convergencia de distintos Estados Nacionales en bloques geopolíticos más amplios, proceso en el que nos encontramos en la actualidad, en todas estas etapas la "dimensión" de lo político ha ido variando. En el reconocimiento de esta variación reside una lógica política variable que, a medida que va creciendo, tiene más que ver con la identidad que con el arraigo.
o    el orden geopolítico.- la unidad geopolítica menor es la comarca; en el marco de la comarca se concreta el arraigo; pero la comarca está insertada en unidades geopolíticas mayores e interdependientes. En el límite sólo existen dos unidades geopolíticas esenciales: América y Eurasia. Cada uno de estas unidades está a su vez dividida en unidades menores: América del Norte, América Central, América Andina, Cono Sur, de un lado y Europa, Rusia, Asia Central, China, la "dorsal islámica" en el otro. A su vez, cada una de estas unidades está -por lo general- dividida en Estados Nacionales y estos, finalmente, en regiones (o nacionalidades) y comarcas. Pues bien, el arraigo se realiza solamente en estas últimas, pero es preciso tener la inteligencia política suficiente como para poder percibir que la comarca no es el centro del mundo, sino tan solo de nuestra vida, pero que es, habitualmente irrelevante para el desarrollo de la historia mundial.
o    el orden científico.- los principios científicos son universales, valen para todos los tiempos, todas las épocas y para todas las latitudes. Si bien es cierto que la ciencia se desarrolla más en determinadas zonas geopolíticas y está prácticamente ausente en otras, al menos las aplicaciones de esa ciencia y su espíritu son universales. El orden científico avanza gracias al método científico que se afirma en Europa en el siglo XVII, donde había nacido en el siglo VI a de JC. Si bien es cierto que la intuición y la creatividad han hecho avanzar a sobresaltos la ciencia, no es menos cierto que ésta se afirma gracias al método científico, esto es a la lógica aplicada a la ciencia. Por lo demás, no es gracias a la irracionalidad que ha avanzado la ciencia, sino a la genialidad de hombres que son capaces de transformar sus intuiciones y su creatividad en método lógico.
o    el orden lógico.- el motor de toda racionalidad es el orden lógico que, partiendo de unas premisas demostrables, concatena sus razonamientos siguiendo unas leyes implacables que conducen a conclusiones incontrovertibles. La lógica no implica frialdad ni "mineralidad"; de hecho, a través de la lógica y de la matemática es posible alcanzar las más altas cotas de la belleza. La música clásica es un buen ejemplo de lo que decimos, la geometría fractal y sus leyes explican las formas de la naturaleza y las encierran en fórmulas matemáticas, sin que, por ello, la belleza de una rama de acacia o de un muro de basalto cristalizado se vean afectados. La lógica (y el sentido común) deben estar presentes allí en donde la emotividad y el sentimentalismo se afirman.

    Por todo ello el arraigo, siendo un impulso natural, debe ir parejo a formas de racionalidad científica o de lo contrario aparecerán fenómenos absolutamente aberrantes como los micronaciona-lismos y su tendencia más extremista que en el País Vasco responde a las siglas siniestras de ETA.

    No puede existir arraigo en la dimensión de un Estado Nacional moderno por que éste es excesivamente grande como para que solo exista una sicología, una cultura y un mismo horizonte geopolítico; por el contrario, existen distintos acentos, lenguas y dialectos, historias y aportaciones étnicas y, finalmente, distintas tradiciones locales que hacen impensable el arraigo más allá de una determinada dimensión geográfica.

    A decir verdad, la intensidad del arraigo está en razón inversa a la dimensión geográfica. Se diría que el arraigo se diluye con la ampliación de la extensión geográfica. Fuera de las amplias extensiones de paisaje monótono (el desierto, la taiga siberiana, el espacio andino, las selvas), el paisaje tiende a variar con una frecuencia inusitada. El desierto imprime un carácter árido y sin matices a las concepciones del mundo defendidos por los pueblos que lo habitan. Por el contrario en zonas boscosas y en escenarios con cambios frecuentes de paisaje, pueden entenderse tanto los panteones griego, romano y germánico, como el monoteísmo modulado (las tres personas de la trinidad y la presencia de los santos).

    El vigor que experimentan algunos nacionalismos periféricos en España en este momento, se debe a que han sabido aprovechar para su proyecto político el arraigo que se manifiesta todavía con fuerza en las zonas rurales. Por el contrario, el nacionalismo español no ha estado en condiciones de articular las distintas formas de arraigo con la definición de una identidad española.

    Pero el análisis de la trayectoria de los partidos nacionalistas da algunas claves:

1)    los partidos nacionalistas que operan en la periferia (PNV, CiU y BNG) han aprovechado, manipulado y reconducido la tendencia al arraigo de las poblaciones (no en vano, estos partidos sufren un proceso creciente de ruralización, especialmente el PNV, cuya influencia, poco a poco, se va atenuando en las grandes ciudades, manteniendo la iniciativa, solamente, en núcleos rurales).

2)    Los partidos nacionalistas (PVN y CiU) han traicionado a sus electores y han demostrado que explotar el arraigo de las poblaciones en su tierra natal ha sido un mero artificio para situar a una clase funcionarial y urbana al frente de las pesadas burocracias autonómicas.

3)    Los partidos nacionalistas han demostrado que, en esencia, no eran diferentes del partido de centro-derecha (PP), y reproducían iniciativas y orientaciones similares, solamente al nivel de esa nacionalidad concreta, como si se tratara de una fotocopia reducida.

4)    En los partidos nacionalistas existe una contradicción entre las burocracias que los dirigen (burocracias ciudadanas sociológi-camente idénticas a las que gobiernan cualquier otro partido no nacionalista) y los sentimientos de las bases que se sienten arraigados en su tierra natal.

5)    Los partidos nacionalistas han tenido un doble aspecto: de un lado han vivido explotando y subvencionando los elementos más emotivos y folklóricos de las nacionalidades (las subvenciones a los pelotaris, a los aizkolaris, a los grupos de castellers, de grallers, las coblas sardanísticas, etc.), pero de otro esos mismos partidos machacan a las tradiciones locales y a las clases medias, abriendo las puertas (como nadie había hecho hasta ahora), a la especulación inmobiliaria, a las grandes superficies (las cuales incentivan fiscalmente e incluso les regalan terrenos a cambio de la creación de puestos de trabajo) y a las multinacionales.

6)    Los partidos nacionalistas, finalmente, han conservado su situación privilegiada por dos motivos:

-    Las simetrías electorales del Congreso han obligado a que tanto el PSOE como el PP tuvieran necesidad de gobernar apoyados por nacionalistas cuando no han obtenido mayorías absolutas y en algunos momentos, hayan sido partidos estatalistas los que han apoyado al nacionalismo cuando éste ha preciso ayuda.
-    Los partidos nacionalistas reproducen los comportamientos jacobinos del Estado creando en su nacionalidad tendencias a la centralización. El catalán que promociona la Generalitat es el que se habla en Barcelona, no el específico de cada "vegueria"; los espacios doblados al catalán de TV3 son emitidos a los "Països Catalans", pero ninguno de los programas doblados en valenciano o mallorquín son reproducidos en Catalunya. 
-    Los partidos nacionalistas se han beneficiado de que ni el PP, ni el PSOE, ni fuerza política alguna, han estado en condiciones de reactualizar y revisar los contenidos que necesariamente deben acompañar a la idea de "España". Esa idea, por tanto, a medida que ha ido diluyendo el pensamiento del 98, no ha podido ser reactualizada y, por tanto, la constitución de 1979, ha dejado un vacío en el que el nacionalismo periférico ha asentado sus reales.

    Si los partidos políticos no han experimentado la necesidad de redefinir la idea que se hacen de España e introdujeron la ambigüedad en el texto constitucional se debe a que, desde principios del siglo XIX, la vida se ha ido concentrando en las grandes ciudades y en estas el arraigo es prácticamente imposible.

    El arraigo no desaparece del todo en las ciudades, simplemente cambia de orientación. El extraordinario fervor con que los ciudadanos siguen la suerte de su club de fútbol es un reflejo atenuado de la tendencia al arraigo. La preferencia que algunos tienen por las noticias de sus ciudades (e incluso de sus barrios) sobre las noticias de la nación o sobre las internacionales, es otro reflejo atenuado del arraigo. Vale la pena seguir el proceso degenerativo del instinto del arraigo.

    La industrialización creciente ha generado en todo el globo una tendencia hacia la concentración de las poblaciones en grandes núcleos urbanos. Los campos se despueblan progresivamente. Las pequeñas ciudades pierden cada vez más influencia junto a las grandes megalópolis que concentran capital, poder, riqueza, bienestar, posibilidades. Las villas y los pueblos pequeños languidecen perdiendo a sus elementos más jóvenes.

    En estas circunstancias hay que plantear el problema del arraigo en las grandes ciudades por que, a decir verdad, la tierra natal imprime un carácter que se diluye en las grandes ciudades sin alma.

    Contra mayores son los puntos de referencia que una comunidad ofrece a sus miembros, mayor es la posibilidad de que éstos, reconociéndolos y asumiéndolos, estén arraigado en ella.

    Estos puntos de referencia son, fundamentalmente culturales y antropológicos, pero también psicológicos y geopolíticos. Existe arraigo en una tierra (geopolítica), que ha modelado la forma de ser (sicología) de un grupo étnico (antropología), que disfruta de unos mismos valores (cultura) heredados de sus ancestros (tradición).

    Hasta no hace mucho tiempo uno de los peores castigos a los que se sometía a los reos era el destierro. Ser desterrado implicaba interrumpir la relación con los propios orígenes, ver castigado un crimen con la imposibilidad de ejercer el arraigo. La riqueza de las naciones occidentales se evidencia en que cada comarca, cada región, tiene unas tradiciones específicas que la hacen relativamente diferente a las inmediatamente contiguas.

    Por su parte, el fundamento de la Nación no es el arraigo, sino la idea de Misión y de Destino. Ahora bien, es preciso superar la contradicción existente entre el arraigo que afecta a las regiones y nacionalidades, y la idea de Misión que debe caracterizar a un Estado Nacional. Especialmente por que, a partir de ambas, pueden encontrarse los elementos necesarios como para afrontar el principal problema que tienen la humanidad en este momento: el fantasma de la globalización.

    Dentro de una misma Nación y de un mismo Estado existen distintas formas de entender el arraigo en cada región y nacionalidad. Incluso dentro de una misma región, la forma de vivir el arraigo puede variar extraordinariamente. Pero, en general, las posibilidades de un arraigo real disminuyen:

1)    con la dimensión geográfica y
2)    en el marco urbano.
    No puede existir arraigo en una gran ciudad formada por un crisol de venidos de los más distintos horizontes geográficos. Es innegable que las ciudades, cada vez más, se parecen unas a otras; los centros comerciales de todo Occidente son casi exactamente iguales; no existen variaciones esenciales de una a otra ciudad. En las ciudades se pierde el sentido de lo comunitario. En un gran inmueble de apartamentos, la única posibilidad de contacto entre unos y otros vecinos, es la "asamblea de vecinos" cuya finalidad es esencialmente administrativa. Se diría que el asfalto ha creado una película impermeable que impide la posibilidad de arraigo.
    Es innegable que la tendencia actual en Occidente es a concentrar las poblaciones en grandes ciudades y vaciar las zonas rurales. Esto repercute negativamente en el arraigo de las poblaciones. Este va disminuyendo entre el bosque hierro, vidrio y cemento, sobre el asfalto. Para colmo, las ciudades modernas no son uniformes. Están parceladas en barrios y estos tienen un contenido de clase. Existen barrios acomodados, muy acomodados, marginales, obreros, comerciales, burgueses, residenciales, dormitorio, etc. La perversión de las grandes ciudades consiste en que han sustituido el arraigo a una tierra por la pertenencia a una clase económica, con el consiguiente tránsito de valores.
    De ahí que la doctrina del arraigo tenga sólo una importancia limitada si no se la acompaña con la doctrina de la Identidad. Es innegable que dentro del actual paradigma de civilización y con la actual demografía, las ciudades son las unidades de convivencia más adaptadas. Dentro de ellas, la solidaridad entre sus miembros solamente aparece en momentos de grandes catástrofes (cuando los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, durante alguna gran catástrofe natural o algún atentado criminal), pero difícilmente se manifiesta en una situación de normalidad.
    Ahora bien, la ciudad se inscribe dentro de una región (o de una nacionalidad) y forma parte de una Nación-Estado, e incluso, en el caso europeo, un ciudad se inscribe también dentro del marca de una federación supranacional. Por ello, si bien es cierto que en las grandes ciudades la población está menos arraigada que en las áreas rurales, ello no quiere decir que en ese marco no existan unos vínculos identitarios para el ciudadano que vengan definidos por la región (o nacionalidad), la Nación-Estado o Europa.

    Todo esto implica:

1)    Que las ciudades modernas están mal planificadas y tienden a reproducir (en lugar de atenuar) la estratificación social.
2)    Que esta estratificación social es el reflejo de un orden económico injusto traído por el liberalismo salvaje.
3)    Que tal como están diseñadas las ciudades modernas se convierten en un marco despersonalizador y masificador.
4)    Que el gigantismo es el elemento que acentúa estas lacras que acompañan a la vida ciudadana.
5)    Que la especulación inmobiliaria tiende a acentuar el carácter de clase de los barrios.
6)    Que en las grandes ciudades no puede existir arraigo con la tierra natal sino identidad con la región, la nación, etc.
7)    Que una sabia política de gobierno debe:
-    descongestionar las grandes ciudades
-    detener la especulación inmobiliaria
-    imprimir carácter propio a cada ciudad
-    evitar los procesos de masificación
-    atenuar la división de clase de los barrios
-    evitar la aparición de ghettos
-    resaltar los valores comunitarios urbanos
    El desarraigo que implica la vida en las grandes ciudades tiende a generar fenómenos perniciosos que pasarán a las crónicas del siglo XX y XXI como muestras del poder disolvente y deletéreo de las megalópolis postindustriales:
-    La violencia urbana
-    Los fenómenos de terrorismo
-    Las tribus urbanas
-    La alineación urbana
-    El cosmopolitismo
-    La aculturalización
-    La masificación
-    La inidentificación
   
Todos estos conflictos generados en las grandes ciudades pueden terminar. Cuando en 1967 Herbert Marcusse explicaba que nos aproximábamos al "fin de la utopía" aún no podía conocer la transformación de la humanidad que iba a crear el boom de las comunicaciones y de la microinformática. En la actualidad las propias direcciones empresariales todavía no han advertido plenamente lo que eso supone.

    Por que si hace solo unas décadas era necesaria la concentración de personal en empresas ubicadas en lugares físicos concretos y eso implicaba la existencia de "polígonos industriales" o bien de edificios consagrados y equipados para albergar a las administraciones de los complejos industriales, en la actualidad, cada parte -salvo la productiva, obviamente- puede desarrollar su trabajo desde su hogar y este puede estar alejado de los grandes centros industriales y urbanos, sin que se resienta la calidad del trabajo desarrollado. Esto implica la posibilidad de un cierto retorno al campo.

    Por lo demás, la oposición a una economía globalizada pasa por cierta autosuficiencia de las comunidades. La despoblación del campo en Europa Occidental hace que el Viejo Continente sea ampliamente tributario de los alimentos llegados del exterior. Esto implica una situación de precariedad e inseguridad. Es preciso recolonizar los campos de Europa Occidental y evitar que las áreas urbanizadas vayan creciendo progresivamente.

    No se trata de dar marcha atrás en la rueda de la historia, sino de prever lo que puede ocurrir en caso de trastornos graves en los países o en las zonas productoras de alimentos. Lo contrario de la globalización es la localización. Pues bien, lo que proponemos es la relocalización de la capacidad agrícola de Europa y orientar la política de consumo de alimentos hacia la inmediatez: es decir, hacia lo que se cultiva en la propia región.

    Por lo demás, no hay que olvidar que uno de los terrenos en donde se manifiesta tanto el arraigo como la identidad de un pueblo es en su cocina. La sabiduría popular, durante siglos, ha orientado automáticamente la alimentación de los pueblos hacia los estándares óptimos desde el punto de vista dietético y productivo. La dieta mediterránea, por ejemplo, es la más adecuada para los ciudadanos de las orillas del Mare Nostrum por que incorpora precisamente lo que se produce en ese entorno. Una dieta de ese estilo sería imposible en la sabana africana o en el centro de Moscú. La relación de inmediatez entre el cultivo de un alimento y su consumo, es fundamental para la conservación de sus cualidades nutricionales. Un cordero criado en Australia es más barato que uno criado en nuestra región... pero el cordero australiano ha tenido que viajar congelado durante mes y medio, mientras que el criado en el corral de nuestro hogar o en la región evita en gran medida este proceso.

    Por otra parte lo que estamos proponiendo no es un cultivo exclusivamente biológico (que implica una producción limitada), sino simplemente la repoblación de los campos  el retorno a la producción agrícola para consumo de los habitantes de esa comarca y el abastecimiento de la región.

    No hay que olvidar que la civilización se desarrolla en el momento en que se fijan las poblaciones sobre un terreno concreto gracias a la roturación y al cultivo de los campos. Tampoco puede olvidarse que la colonización de los territorios fue la mejor manera de prevenir las invasiones de fuerzas hostiles y colonizar territorios recién ocupados. Finalmente, no hay que olvidar los rasgos de la mentalidad campesino extraordinariamente necesarios en el panorama actual caracterizado por la ausencia de valores:

-    La idea de la fidelidad a la tierra.
-    La idea del respeto al medio ambiente y de defensa de la naturaleza.
-    La idea de la hermandad entre los que viven y trabajan sobre la misma tierra.
-    La idea de la lealtad entre hombres y entre los hombres y las estructuras de gobierno de que se han dotado.
-    La idea del esfuerzo y el trabajo para construir el porvenir, la naturaleza no regala nada a nadie.
-    La idea de la simplicidad en el estilo de vida, alejado de lujos y artificios.
-    La idea de la fidelidad a la tradición ancestral.
-    La idea de la libertad individual conjugada con la del destino de la comunidad.

    Ese estilo humano no puede desaparecer de la Vieja Europa. Dos siglos de industrialización han generado distintas riadas migratorias del campo a la ciudad, pero nada impide -y mucho menos la irrupción de las nuevas tecnologías- el inicio de un movimiento en sentido contrario. Por lo demás, las nuevas tecnologías aplicadas a la siembra y a la recolecta aseguran razonablemente la desaparición de los aspectos más ingratos de la vida rural.

    Es preciso airear la bandera de un retorno a los campos, especialmente para los jóvenes, promover la creación de nuevas entidades agrícolas que renueven el sentido comunitario y el estilo de los campesinos que desde las fronteras de la Reconquista hasta las marcas del Este colonizaron y defendieron las fronteras de Europa, desde los espartanos que abandonaban el arado y la grada para coger el escudo y el yelmo, desde los legionarios romanos que, una vez desmovilizados, recibían como mayor premio a sus servicios tierras de cultivo, hasta los combatientes alemanes que tras la I Guerra Mundial fueron al Báltico a liberar tierras para asentarse en ellas, siempre ha existido la misma constante: el campesino defendiendo su tierra ha sido un eficaz e imbatible combatiente.

    Por que es en los campos en donde será posible renovar más ímpetu el arraigo de las comunidades. Las distintas formas de arraigo, sumadas, y adicionando valores históricos, antropológicos y sicológicos dan como resultado la "identidad". Esta identidad, en nuestro ámbito geográfico e histórico, es a la vez regional, nacional y europea.

EL ESTADO NACIONAL Y LA CUESTION DE LAS NACIONALIDADES Y LAS REGIONES.

La historia nos obliga a buscar fórmulas de convivencia adaptadas a las nuevas situaciones generadas por el devenir. Si conservásemos las estructuras culturales y de comunicaciones propias del neolítico, evidentemente el arraigo se confundiría con la identidad nacional. Pero este no es el caso:

-    En el siglo XXI, la dimensión del Estado debe asegurar la supervivencia de la nación.
-    La fórmula Nación-Estado que se generalizó a partir de la paz de Westfalia y de la revolución francesa ya no basta en un mundo globalizado.
-    Se tiende a los grandes bloques geopolíticos, capaces de asegurar la supervivencia de las Naciones que los componen en el terreno de la economía, la defensa, la investigación científica, y las relaciones internacionales.
-    En el interior de esos bloques pueden coexistir naciones y nacionalidades, pero es evidente que deben delegar algunas de sus atribuciones al Estado Federal capaz de unificar esfuerzos.
-    Toda esta situación implica que existen tres contradicciones fundamentales:
i.    Entre los micronacionalismos y los Estados Nacionales.
ii.    Entre los propios Estados Nacionales y
iii.    Entre bloques geopolíticos (EEUU y la UE)
-    La primera no tiene solución: los micronacionalismos suponen una vuelta atrás de la rueda de la historia.
-    La contradicción entre Estados Nacionales solamente puede ser resuelta en el marco de la UE que, por el momento, ha evitado en medio siglo el estallido de guerras entre naciones europeas.
-    La contradicción entre EEUU y la UE es, inicialmente, una contradicción económica y comercial, para ser luego una contradicción geopolítica [como veremos más adelante].

    El caso de los partidos nacionalistas demuestra que han surgido de una contradicción no resuelta, la existente entre el arraigo a la "patria carnal" y la identidad del Estado Nacional.

    Repetimos que el arraigo sólo se manifiesta en la inmediatez, mientras la identidad es un concepto más amplio. Cuando un partido nacionalista asfixia la identidad en beneficio del arraigo, lo que está es defendiendo a la "tribu" o (como hemos dicho). Pero la "tribu" está inadaptada para ejercer un papel efectivo en la historia moderna. Es imposible atribuir una Misión y un Destino a la "tribu" por que sus dimensiones son demasiado reducidas como para que pueda establecerse de manera realista y objetiva.

    A la inversa, un partido estatalista tiende a desconocer las formas de ser de la periferia acaso por que las "élites" periféricas se han incorporado a los partidos nacionalistas, restando visión a los partidos estatalistas.

    El problema radica en que los partidos mayoritarios durante los últimos 25 años han demostrado no estar en condiciones de aportar una Misión y un Destino a la España democrática. Tras los fastos del 92 (Olimpiada de Barcelona, Expo de Sevilla, Vº Centerario) que parecieron querer definir una proyección internacional de España, pero que se agotaron en el fango de los GAL, la corrupción y la crisis económica, el PP evidenció, especialmente a partir de los bombardeos sobre Yugoslavia en 1998, que carecía de un proyecto nacional. Y no solo eso, sino que su "proyecto" apenas implicaba otra cosa que colocarse en el furgón de cola del americanismo más agresivo y antieuropeo, pretendiendo dar a España una vocación noratlantista que jamás ha tenido.

    La inexistencia de un proyecto nacional supone una válvula de oxígeno para los partidos nacionalistas: ellos aportan a sus comunidad un proyecto tribal, excepcionalmente limitado y pobre, situado fuera de la Historia e incluso, contra la Historia: desde que la Unión Europea se autodefinió como "unión de Estados Nacionales", los nacionalismos periféricos han sido arrojados a la cloaca de la Historia. Sólo hace falta que lo acepten, lo asuman, lo digieran y se reconviertan. Lo que parece probable dado que todavía mantienen su cuota electoral.

    Si el arraigo no tiene una contrapartida que lo universalice se convierte en algo irrelevante que tiene más que ver con la antropología y el folklore que con la política (arte guiar a las comunidades en el cumplimiento de su Destino). Esa contrapartida es la identidad nacional y la identidad europea.

    Por el contrario, si la identidad nacional desconsidera la posibilidad del arraigo en las regiones o en las nacionalidades, se convierte en unas construcción meramente intelectual o en una voluntad de poder desvinculada de las masas.

    Una estabilidad política precisa de un equilibrio entre arraigo e identidad. Si tal equilibrio no se produce y el arraigo queda priorizado, vence el nacionalismo y la tribu. Si, por el contrario, es el Estado Nacional el que se tiene en cuenta en exclusiva, se reproducen comportamientos jacobinos, uniformizadores e igualitaristas. Así pues de lo que se trata es de mantener equilibrios. Estas páginas contribuyen a explicar, a partir de los parágrafos XXXX, en que pueden consistir estos equilibrios.

    Para las doctrinas nacionalistas el Estado hace a la Nación y no a la inversa, tal como evidencian las conocidas palabras de Rousseau: "Son las instituciones las que forman el genio propio de los pueblos, el carácter y los gustos y las costumbres de una nación". Así como en las monarquías medievales es la "fides" y la figura del monarca la que generaban el "reino", en las naciones modernas será el Estado quien crea a la nación y le da forma. A partir del reinado de Felipe "El Hermoso" de Francia, se empezó a registrar una tendencia hacia la centralización que luego confirmó Federico II, el hijo del "buen Barbarroja", en el Sacro Imperio. Las monarquías pasaron primero a ser absolutas en las que se demostró la tendencia hacia la centralización y a la creación de aparatos administrativos cada vez más amplios que sustituían a la "fides" medieval. A partir de un cierto momento -a mediados del siglo XVIII, cuando ya las monarquías se habían convertido en "absolutas"- esa tendencia siguió su curso en el Despotismo Ilustrado que facilitó el basamento teórico al absolutismo.

    El crecimiento económico, la aparición de los procesos incipientes de producción industrial, completaron un proceso que se había iniciado durante el renacimiento cuando el comercio de especies generó una acumulación de capital en manos de los comerciantes que estaban fuera de cualquier disciplina gremial. En el último tercio del siglo XVIII esta casta de poseedores del capital ya había crecido lo suficiente como para que irrumpieran en el terreno político. Pero para poder afirmar su primacía, era preciso que la burguesía se deshiciera de la casta que le impedía el acceso al poder: la nobleza. Lo que rechazaba la clase que se estaba perfilando como hegemónica, no era el proceso de centralización del Estado, sino la primacía de la aristocracia de sangre, sobre la aristocracia del dinero en ese mismo Estado. La revolución francesa evidenció de forma dramática el odio de los revolucionarios burgueses contra los nobles, en lo que constituye un genocidio sistemático y siniestro realizado bajo el brillo del metal de las guillotinas. No es que la nuevas casta hegemónica, la burguesía, rechazara las guerras de conquistas -tal como demostró Bonaparte, el heredero de la Revolución- y el sacrificio que implicaban para la población, sino que este esfuerzo se va a realizar en nombre del nacionalismo, es decir, de la totalidad de la Nación en armas. Y es entonces cuando se desatan en los dos siglos siguientes guerras por toda Europa motivadas por rivalidades económicas y tendentes a la conquista de nuevos mercados. Por que el proceso de fortalecimiento de los Estados Nacionales integra dos tendencias: hacia el fortalecimiento del propio aparato del Estado y hacia el fortalecimiento del mercado.

    De la misma forma que en el interior de las monarquías medievales surgió la tendencia hacia la centralización y la monarquía feudal pasó a convertirse en absoluta en apenas tres siglos, ahora los Estados nacionales, a fuerza de ir alimentando los poderes del Estado y ampliando el mercado han terminado desencadenando el proceso de globalización. Así como la burguesía desaloja del poder a la aristocracia masacrándola, ahora son los detentadores de la alta finanza quienes componen la nueva clase hegemónica del período multinacional y globalizador.

    Vamos a referirnos ahora al "Estado Nacional". Ese concepto aparece históricamente en 1789, antes no existía. Existían los "reinos": el reino de España, el reino de Francia, el reino de Prusia, el reino de Baviera, los reinos itálicos, etc. A partir de las revoluciones burguesas aparecen los "Estados Nacionales". Y esto genera un problema. Tales Estados aparecen en una fase avanzada de desarrollo de las monarquías, su fase absolutista.

    El Estado Nacional en su forma revolucionaria y jacobina, sustituye históricamente a los reinos y representa una exacerbación de la tendencia a la uniformización que aparece con las monarquías absolutas. Estas, empezaron cercenando los fueros regionales y locales, continuaron amputando las libertades de los gremios, y crearon progresivamente cuerpos funcionariales para el dominio de los amplios espacios bajo su control en un proceso de burocratización creciente que siempre se ha configurado como el estadio final de las formas políticas.

    Al producirse la revolución francesa, los aspectos más problemáticos del absolutismo, fueron heredados y exasperados por el nacionalismo jacobino. Este, además, consideró al ser humano en su dignidad específica para reconvertirlo en "enfant de la patrie". El derecho a llevar armas que detentaban sólo algunas categorías sociales, fue extendido a toda la sociedad con el reclutamiento obligatorio, iniciándose así un proceso de nivelación que destruyó a los cuerpos intermedios de la sociedad. Lo más problemático del jacobinismo fue la cercenación de las autonomías regionales, la uniformización de los Estados Nacionales que no admitían fisuras en su estructura y para ello debían necesariamente borrar la posibilidad de arraigo en las "patrias carnales", regiones o nacionalidades.

    Y en este sentido el jacobinismo fue el heredero de la monarquía absoluta, a pesar de que el tránsito de una a otra fuera sangriento y se realizara en medio de esa masacre sin precedentes que fue la Revolución Francesa.

    Las monarquías absolutas de los primeros borbones, no tenían nada que ver con las monarquías medievales cuyo nivel de descentralización era total y que permitían un alto grado de autonomía a los distintos cuerpos de la sociedad:
-    de una parte a los estamentos verticales (gremios de artesanos, órdenes militares y órdenes ascéticas como representantes de las tres castas: la burguesa, la guerrera y la religiosa) y
-    de otra estamentos horizontales (los ducados, los condados, las ciudades, los reinos asociados).

    En su locura igualitaria, el absolutismo monárquico, a partir de Felipe "El Hermoso", rey de Francia, se preocupó de abolir progresivamente la autonomía de los cuerpos intermedios de la sociedad. A partir de la disolución de la Orden Templaria en 1314 y de las limitaciones a los privilegios de los gremios, lo que se puede ver, cada vez con más intensidad, es un proceso de nivelación creciente cuyo límite es la aparición del Estado Nacional con la revolución francesa (precedida por la independencia americana que no había pasado por este proceso en la medida en que la monarquía británica jamás tuvo arraigo en las colonias de Nueva Inglaterra; pero, esas mismas ideas, traídas a Europa y agitadas con los principios de la Ilustración y con la tarea subterránea de las logias masónicas, generó la revolución francesa).

    Es significativo, en cualquier caso, que la primera revolución burguesa tuviera lugar en EE.UU. y de ahí se exportara a Francia y a Europa. Estas ideas solamente podían haber derivado de sectores en ruptura con su pasado, tal como eran los puritanos llegados a Nueva Inglaterra. De hecho, quienes no tienen ninguna tradición, ni ninguna posibilidad de arraigo, desean abatir cualquier tradición.

    El hecho de que las democracias modernas hayan nacido de las revoluciones franceses y americanas es un hecho meramente coyuntural. Estas democracias seguramente hubieran aparecido cuando las fuerzas productivas, el nivel educativo y las circunstancias políticas lo hubieran permitido. De hecho, no hay que olvidar que los Estados Generales de Francia fueron convocados por el propio Luis XVI y suponían una forma de "democracia orgánica" que, con el tiempo se hubiera convertido en alguna forma de democracia próxima a la que conocemos. El moderno Estado-nación, se basa en los siguientes principios:

1.    Cada marco nacional es diferente al resto. De ahí nace su "razón suficiente" para justificar su existencia independiente.
2.    En democracia la soberanía nacional reside en la voluntad de los habitantes de una nación. A cada nación corresponde, pues, un Estado.
3.    Los ciudadanos se deben por entero al Estado-Nación, no tienen ningún valor, ni estructura superior a él.
4.    Contra más fuerte es un Estado más posibilidades tiene de dar libertad, prosperidad y seguridad a sus miembros.
5.    El Estado es la forma en la que se organizan los ciudadanos de una nación.

    Estos valores están presentes en todas las constituciones democráticas del mundo desde la Constitución Americana hasta las modernas constituciones de las nuevas democracias del Este; en sí mismos, siendo discutibles, no son rechazables.

    El nacionalismo suele ser presentado como amor a la nación; pero eso no es ser nacionalista. En la práctica el nacionalismo es otra cosa y consiste en:

-    Pretender que solamente existe un Estado dentro de las fronteras nacionales. Lo que implica necesariamente la aparición del jacobinismo (uniformización de las diferencias nacionales y/o regionales dentro del Estado).
-    Que la pertenencia a un grupo étnico y a la ciudadanía sean la misma cosa. Lo que conduce a los micronacionalismos (pretender que cada nación por minúscula que sea tenga su propio Estado).

    En el fondo, más que reverenciar a la Nación, el nacionalismo lo que hace es sacralizar al Estado emanado de la "soberanía popular" de los habitantes de una región, nación o nacionalidad. El nuevo tótem surgido a finales del siglo XVIII es el binomio Estado-Nación como entidad metafísica depositaria de la soberanía nacional. Incluso el ritual electoral tiene mucho de liturgia sagrada: se realiza sobre un ara, la mesa electoral, frente a los sumos sacerdotes que han recibido de la junta electoral la consagración para realizar la tarea sagrada del recuento de votos. La transmutación de los votos individuales en voluntad colectiva se realiza dentro de un sagrario o urna electoral. Incluso es preciso un período previo de purificación, la jornada de reflexión, como antes era preciso un ayuno para recibir la Sagrada Forma. La proclamación de los candidatos y su investidura es lo más parecido a una iniciación religiosa, algo que, los propios diputados confirman cuando juran sobre el "libro". Al igual que un sacrificio sagrado es preciso renovar temporalmente el ritual para reafirmar su validez ¿Es o no es un ritual religioso?

    En realidad la democracia real es algo mucho más sencillo. Consiste en la aplicación de dos principios fundamentales:

1)    El reconocimiento de una serie de derechos y obligaciones de los ciudadanos: derechos que garantizan las libertades públicas y los derechos fundamentales.
2)    El reconocimiento de la ley del número para elegir a sus representantes y resuelve sus problemas mediante algo tan simple como el recurso a la mayoría y a la minoría. Mientras no se invente un sistema mejor, éste es razonablemente aceptable. Ciertamente, se pueden aplicar modificaciones a fin de que alcanzar mayores niveles de representatividad:

"    Normalizar el recurso al referéndum y la iniciativa popular.
"    Evitar correcciones a la representación como la Ley d'Hont.
"    Introducción de las listas abiertas en las que cada elector sepa quien es "su" diputado y cada diputado tenga la obligación de oír a los ciudadanos de su distrito.
"    Mejora de los mecanismos de lucha contra la corrupción política.
"    Limitar el poder de los partidos y sus interrelaciones con los grupos de presión económicos.
"    Convertir el Senado en una cámara de representación orgánica en donde estén presentes representantes de los sindicatos, la patronal, las universidades, los colegios profesionales, las ONGs, las comunidades autónomas y la sociedad civil en general.

    Ahora bien, cuando se sacraliza el voto y el simple hecho de votar se convierte en un ritual casi animista, la conclusión es que los elegidos están aureolados con un poder semidivino y por tanto son, a su vez, intocables. El caso italiano con un Berlusconi que hace aprobar una ley de amnistía que le beneficia especialmente a él, o el de Bush que resulta elegido presidente por una minoría de votantes, no son compatibles con una democrático real.

    Pero, fatalmente, el nacionalismo no se limita solo a defender la identidad y las diferencias nacionales, sino que termina siendo el "individualismo de los pueblos" y estos terminan enfrentándose unos contra otros. El nacionalismo del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX generó una reacción contraria: el internacionalismo o cosmopolitismo. Pero lejos de ser la antítesis del nacionalismo, apenas pasaba de ser su consecuencia extrema. Si el jacobinismo nacionalista uniformizó, nivelo e hizo desaparecer las diferencias regionales dentro de cada Estado, ahora las diferencias entre Estados tienden a nivelarse y desaparecer en beneficio del cosmopolitismo.

    Cuando aún hoy se examinan las posiciones que determinados "líderes" de la Unión Europea han tomado se percibe que en ellos todavía existe el lastre nacionalista (ingleses boicoteando el euro, españoles sirviendo a los intereses de EEUU facilitando la entrada de Turquía en la UE, franceses enfrentándose a austriacos y permaneciendo silenciosos durante el incidente de Perejil, etc.), sin hablar de las guerras balcánicas que han azotado aquella zona durante 10 años o sobre los delirios del lendakari Ibarreche creyendo que su enemigo es "España" sin aludir en absoluto al verdadero adversario de las naciones y los pueblos: la globalización.

    La aparición del nacionalismo genera, necesaria e inevitablemente, el surgimiento de otro de signo contrario en los países vecinos. Así se protegen contra la agresividad expansionista que implica por definición todo nacionalismo. Si tal agresividad no estuviera presente, no estaríamos de hecho ante un nacionalismo.

-    Todo partido nacionalista tiene como ley interna crear un "Estado-Nación" que corresponda a su ámbito étnico.
-    Todo partido nacionalista tiene como objetivo la independencia nacional, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar un fin: la supremacía sobre otras unidades nacionales vecinas. El nacionalismo catalán generó como respuesta la aparición de un nacionalismo valenciano más anticatalán que antiespañol; el propio nacionalismo español, tras irrumpir en la historia en el siglo XIX generó a las pocas décadas los nacionalismos catalán y vasco. 

    El nacionalismo es un fruto de la modernidad, mientras que en el mundo pre-moderno existía la noción de Imperio. A no confundir, necesariamente, Imperio con imperialismo, siendo éste el proceso en el que una potencia conquista, domina, explota y aniquila culturalmente a otras. Nada más alejado con la noción de Imperio. Bajo Carlos V, emperador que reunía en torno suyo territorios extremadamente diversos, no se produjeron choques, ni interferencias culturales, ni mucho menos limpiezas étnicas, sino que siempre se dio un respeto escrupuloso a las peculiaridades y leyes propias de los territorios integrados en el conjunto.

    Llama la atención que una de las singularidades más chocantes de los que en España se han considerado nacionalistas españoles, por ejemplo, los franquistas, es la de considerar que, con los Austrias, España alcanzó su apogeo, para, a continuación, ignorar el modelo en que se basó ese apogeo. Así, de manera insistente se hablaba en tiempos del franquismo de las glorias de Carlos I de España y V de Alemania, de Felipe II y aun de los restantes Austrias, pero no se quiso entender que en esa época los Habsburgos españoles respetaban escrupulosamente la existencia de peculiaridades legales que diferenciaban entre sí a sus reinos hispánicos. Esos mismos nacionalistas españoles del modelo franquista, ignoran que fueron los Borbones quienes acabaron con esas peculiaridades forales de los reinos hispánicos y mientras se les llenaba la boca con el "España una" ignoraban que hasta las Cortes de Cádiz (las denostadas Cortes de Cádiz) ni un sólo documento oficial de la Corte de la Monarquía católica habló jamás de España, sino que siempre se empleó la formula de "las Españas...".

    El proceso histórico iniciado en España con las Cortes de Cádiz supone la irrupción del nacionalismo jacobino en nuestra patria que mostró todos sus efectos perversos. Por que la revolución francesa acabó finalmente con los privilegios de los gremios y de las ciudades, abolió los particularismos locales, supuso un rodillo sobre las formas culturales ligadas a la tierra natal. Pero hubo algo peor: España, Francia, el resto de los reinos devenidos "estados nacionales", existían como unidades antes de que el Estado hubiera proclamado su voluntad uniformizadora.

    En las guerras civiles del siglo XVIII, los catalanes quieren que el rey "de las Españas" sea austriaco: esto es, no tienen inconveniente en "ser" una de las Españas. Es más, los defensores del Barrio de la Ribera y de las murallas del Raval, los combatientes de los gremios barceloneses y los héroes de la ciudad como Rafael de Casanova, vertieron su sangre para que una monarquía no borbónica, esto es, no absoluta, gobernara en "las Españas". Fueron precisamente los nobles exiliados de Barcelona tras la derrota del 11 de septiembre los que siempre mantuvieron desconfianza y resquemor hacia los borbones y se refugiaron en la Catalunya interior repoblando Osona, el Bergueda, etc. o bien se fueron a combatir junto la Duque de Habsburgo en las guerras centroeuropeas de la época. Fue precisamente en estas mismas zonas de la Catalunya interior, donde cien años después, los rescoldos de aquella revuelta sucesoria se avivarán aprovechando el nuevo escenario generado por las guerras carlistas que, como los legitimistas vandeanos franceses y los jacobitas ingleses, defendían los viejos fueros en contra del absolutismo y del republicanismo masónico.

    Existe una saludable diferenciación entre patriotismo y nacionalismo. El patriotismo sería el apego a la tierra de los padres, mientras que el nacionalismo es la exaltación de los valores reales o supuestos atribuidos a la nación.

    Lamentablemente existe un equívoco semántico que es preciso desterrar: lo que se entiende en España por nacionalismo no es hoy exactamente lo mismo a lo que se entiende en Francia. Históricamente el nacionalismo nace en Francia y las tropas napoleónicas lo extienden por toda Europa. De la misma forma que los conceptos de derecha e izquierda han variado con el paso del tiempo (inicialmente, la derecha definía a los diputados monárquicos que se sentaban a la derecha de la Asamblea Nacional, mientras que los republicanos se sentaban a la izquierda), también el significado semántico de los términos nacionalismo y patriotismo han ido cambiando en el decurso de los años. Si en un principio el nacionalismo definió a los jacobinos, a los "enfants de la patrie" y a los que aceptaban el paradigma revolucionario ("libertad, igualdad, fraternidad"), un siglo después, en la misma Francia, el nacionalismo pasaba a ser sinónimo de anticomunismo.

    El nacionalismo en su acepción actual nace con la revolución francesa y es inseparable de ella. De ahí que el nacionalismo -todo nacionalismo- sea inseparable de la idea uniformizadora jacobina y para imponerse deba necesariamente barrer cualquier diferencia.

    A partir de Maurras, se consideraba que los valores nacionalistas eran el clavo más sólido sobre el que podía asentarse una cruzada anticomunista. Solamente en la medida en que el comunismo ocupó buena parte de la historia del siglo XX, el nacionalismo pasó a ser sinónimo de lucha contra el más perverso de los comportamientos ideológicos marxistas: el internacionalismo. Durante una buena etapa del siglo XIX quien no era comunista, era nacionalista, de tal manera que no existió sólo una forma de nacionalismo sino diversas, pero todas -salvo las aparecidas en el Tercer Mundo- tenían como denominador común su anticomunismo.

    En España, las cuatro décadas de convivencia entre marxistas y nacionalistas periféricos en el seno de la oposición democrática, no lograron salvar las reservas y la diferente ubicación política de unos y otros. Mientras que los primeros estaban situados en la izquierda política, los otros se situaban en el centro-derecha y, más generalmente, en el centro. Esta diversidad de posiciones se evidenció tras concluir el franquismo y abrirse el período democratizador. Los nacionalismos se situaron en posiciones inequívocamente de derecha y centro-derecha, abandonando a los que hasta ese momento habían sido sus socios mayoritarios en el seno de la "oposición democrática". La izquierda moderada -PSOE- en su tarea de poder, demostró estar cerca de la derecha moderada -PP- en su concepción de un cierto nacionalismo español.

    El nacionalismo del PP enlaza en gran medida con el del franquismo que identificaba a toda la oposición democrática como un frente articulado por los comunistas y, por tanto, se definía a sí misma como anticomunista. De nada sirvió la existencia de textos falangistas en donde se alertase sobre la diferencia entre nacionalismo y patriotismo o entre patriotismo y micronacionalismo. La caída del franquismo puso en crisis a este sector que, hasta tal punto estaba identificado con ideales nacionalistas, que entrañó también la crisis de la nación española. Unos y otros habían olvidado el verdadero origen y orientación del nacionalismo.

    Digamos desde el principio:

-    Que el nacionalismo español, el europeo o cualquier micronacionalismo será inseparable de una componente jacobina.
-    Que el mundo en el que triunfó el nacionalismo fue el mundo del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, es decir los años del capitalismo industrial.
-    Que cuando el capitalismo alcanzó un desarrollo multinacional primero y globalizador después, el nacionalismo quedó fuera de la historia.
-    Que las grandes luchas políticas del siglo XIX han sido luchas entre el nacionalismo y el socialismo.
-    Que la caída del muro de Berlín, selló la victoria de una forma de nacionalismo globalizador (lo que la izquierda llamó hasta ese momento inter-nacionalismo): el Nuevo Orden Mundial.
-    Que es imposible sostener una lucha política eficaz sobre las bases equívocas de un nacionalismo de cualquier dimensión.
-    Que el nacionalismo sitúa fronteras, mientras que la realidad del siglo XXI impone realidades geopolíticas.
-    Que Europa (desde Gibraltar al Cabo Norte y desde Brest a los Urales) es una realidad geopolítica.
-    Que esa realidad es la única capaz de crear un mundo multipolar y garantizar la seguridad euroasiática.
-    Que un bloque de esas características no puede sostenerse en el nacionalismo de sus partes.
-    Que un bloque geopolítico europeo precisa definir la identidad europea y la misión y el destino de Europa.
-    Que la identidad europea es la de los pueblos que la han formado históricamente.
-    Que la misión de Europa es romper las ambiciones imperiales, económicas y comerciales de la "nueva Cartago", los EEUU.
-    Que el destino de Europa es abrir un nuevo ciclo histórico pos-globalizador.
-    Que ninguno de los Estados que componen Europa está en condiciones de cumplir ese destino y esa misión.
-    Que el desafío científico-tecnológico y el retorno a los orígenes de nuestra cultura deben ir parejos.
-    Que el siglo XXI será de aquellos que recuperen la identidad que corresponde a su "alma" más profunda y la conjuguen con el desarrollo científico más avanzado y prometeico.
-    Que las dos flechas de Europa del siglo XXI deben ser: el máximo desarrollo científico (flecha hacia el futuro) y el recuentro consigo mismo (flecha hacia su pasado).
-    Que en este contexto el jacobinismo es el intento de fijar una comunidad en un momento histórico concreto (el siglo XIX y mediados del XX) y a despecho de las necesidades reales de una comunidad.
-    Que el nacionalismo jacobino no mira a los orígenes, sino a anteayer y no se proyecta sobre el futuro, sino al ayer.
-    Que el nacionalismo jacobino aun tiene fervor popular al hundir sus raíces en la irracionalidad emotiva y sentimental de las masas.
-    Que esta irracionalidad debe ser sustituida por racionalidad y objetividad.
-    Que esta nueva racionalidad debe surgir del paradigma científico postmecanicista.
-    Que esta objetividad debe surgir del reencuentro con nuestros orígenes.
-    Que la revolución del siglo XXI es la revolución de la racionalidad y la objetividad.
-    Que la irracionalidad y la subjetividad morirán en cuanto las masas se hayan convertido en Pueblo, es decir, se hayan "vertebrado".
-    Que el Pueblo es la agrupación orgánica de personas y cuerpos intermedios dotados de unos mismos valores, de un mismo proyecto y de un mismo destino.
-    Que el proceso de desmasificación de la cultura y de la sociedad es un proceso inseparable de la lucha contra el jacobinismo y la globalización.
-    Que la lucha de los seres humanos por construir un Pueblo dotado de una Identidad y un Arraigo, capaz de ejecutar un Destino y una Misión Históricas, puede ser llamada en rigor la revolución del Siglo XXI.

    A lo largo del siglo XIX, la identidad entre nacionalismo y jacobinismo que estaba suficientemente claro para la historiografía oficial, se fue alterando en España. La pérdida de los restos del imperio colonial supuso un duro golpe para España que, a todo esto, se había convertido a lo largo de un proceso caótico y confuso, en Estado-Nación. Cuando cae el imperio, los mejores de la generación del 98, espíritus modernos, intentan que regenerar la maltrecha autoestima de los españoles. Y lo hacen en nombre de "España" que conciben como Estado-Nación.

    Esta doctrina tiene éxito sobre todo en medios religiosos, funcionariales y militares. Es fácil explicar por qué: en las regiones en donde tuvo lugar un mínimo proceso de industrialización (Cataluña y el País Vasco) los hijos de la burguesía encontraban ocupación liderando el proceso de industrialización.

    Por lo demás en estas regiones habían generado un mayor número de inmigrantes obligados (o de buen grado) a "hacer las Américas" que regresaron a partir de 1880 con unos excedentes de capital que emplearon en la industrialización de sus regiones natales. Por el contrario, Andalucía, Castilla y otras regiones permanecieron ajenas a este proceso. Los hijos de la burguesía tenían que ganarse la vida entre las clases funcionariales, los militares y el clero. Eso generó una clase burocrática mayoritariamente castellana frente a unas clases burguesas pujantes sobre todo en la periferia.

    A lo largo de la primera mitad del siglo XIX los "nacionalistas españoles" tenían un denominador común: eran masones, carbonarios y comuneros. Tomaban como modelo la revolución francesa querían privar de sus fueros a las comunidades intermedias. El propio Fernando VII siendo un absolutista no tuvo inconvenientes en rodearse de élites dirigentes representantes de los estamentos más liberales de aquel momento. Cuando muere, a un lado queda el pretendiente carlista como representante de la "vieja España" y de sus fueros y del otro una extraña alianza inestable entre absolutistas y liberales. La derrota militar de los primeros, hace que en Cataluña y el País Vasco la burguesía se dedique, primero a la industrialización y luego a la "regionalización".

    Este proceso en Cataluña es extremadamente significativo. Solamente en círculos masónicos a partir de mediados del siglo XIX aparece un tipo de nacionalismo rupturista con España. Pero la línea dominante es un regionalismo "leal" con España. La Lliga Regionalista de los fundadores, no pretende escindirse de España, sino asumir las riendas de España. Salvo algún texto de Prat de la Riba, el conde de Güell no pretendía otra cosa más que aportar la experiencia catalana a la gobernabilidad y regeneración de España. De una España que permitiera un cierto nivel de autonomía a cambio de lealtad. Así había ocurrido en la Edad Media: la autonomía de las partes se contrapesaba con el concepto de "fides": "Tu me permites… y, a cambio, yo te soy leal. Y para ello sellamos un pacto sagrado".

    En el siglo XX, aparecen otros problemas. En las márgenes del "regionalismo", confrontado a las élites funcionariales militares del Estado, algunos empiezan a entrever la inviabilidad de una "regeneración" de España y, en parte por su limitada visión, en parte por resentimientos personales, en parte por esa sicología que hace considerar a algunos que su pueblo es el centro del universo, aparecen los nacionalismos regionales.

    Estos regionalismos reciben el apoyo de una parte de las iglesias regionales y en buena medida se predican desde los púlpitos. Esto les garantiza audiencia y primeros éxitos. Pronto, los desencadenantes del proceso son ganados por los sectores más radicales y así el regionalismo, tras extremizarse en nacionalismo, deviene, finalmente, separatismo.

    Durante la II República el separatismo está al lado de los vencidos. Es minoritario en relación a las corrientes principales de aquel momento: en el cuartel general de Franco en Salamanca había muchos catalanes y vascos (acaso fueran mayoría), y luego la clase empresarial catalana y vasca colaboró con el franquismo en los Planes de Desarrollo y en el despegue industrial.

    Bajo el franquismo se empezó a realizar una identificación maniquea: de un lado el franquismo con su concepto de España-Nación, su desconsideración -salvo la meramente floral y folklórica- a la periferia; de otro, la oposición democrática y su concepto de las "nacionalidades históricas" identificado con los "estatutos de autonomía" otorgados por la II República y con formas de nacionalismo.

    La oposición democrática consiguió que los partidarios de la unidad de España terminaran siendo identificados con el franquismo y con la laminación de las libertades democráticas (manifestación, organización y expresión), mientras que los partidarios de la oposición lo hacían con la democracia y sus valores y con el concepto de autonomía regional.

    Esta división maniquea pesa todavía hoy y ha lastrado fatalmente en Catalunya y el País Vasco, la situación política a través de la aparición de partidos nacionalistas y de partidos socialistas filonacionalistas.

    Pero existía, en todo esto, un equívoco. Si bien la España visigoda, la España medieval y la España de los Habsburgo, mantuvieron el concepto de "fides" como contrapartida a la "autonomía", entre los nuevos regionalistas esto desapareció completamente y todo se redujo a un cambalecheo sobre lo que obtenía el partido tal o el partido cual a partir de un determinado marco autonómico y si avanzar más allá, hasta la autodeterminación y la independencia, atraía a capas mayores de electores. Por lo demás, los partidos nacionalistas -a pesar de su aspiración- son solo una parte de las sociedades regionales. En absoluto, la totalidad. Frecuentemente forzaron el proceso de "nacionalización regional" más allá de lo que pedían buena parte de sus ciudadanos y lo que es peor, hicieron de ese proceso un lucrativo negocio electoral y económico.

    Se creó así un tipo de cultura subvencionada en la cual las ventas de productos culturales eran inviables si no estaban subvencionadas, pero aún estándolo, y después de 25 años de política autonómica, los porcentajes de ventas de libros en catalán y de utilización del catalán en la vida social se han estancado.

    Paradójicamente, estos partidos nacionalistas no facilitaron el arraigo de las poblaciones en sus "patrias carnales". Al margen de unas cuantas concesiones de carácter festivo y antropológico, los partidos nacionalistas y de unas limitadas aspiraciones a crear productos culturales propios (en tanto que acentuaban la oposición a la cultura del Estado), lo cierto es que estos mismos partidos facilitaron extraordinariamente la penetración de los productos culturales y las formas económicas propias de la globalización. Ha sido la Generalidad de Catalunya la que ha cedido terrenos y otorgado exenciones fiscales a las grandes superficies que han situado al pequeño comercio al borde de la extinción. Ha sido esa misma Generalitat la que se ha mostrado más partidaria de que el cine-basura importado de Hollywood se tradujera al catalán, en lugar de favorecer un cine propio o, en cualquier caso, un cine de calidad.

    Para colmo estos partidos terminaron forjándose una historia propia, adulterada, frecuentemente grotesca, que respondiera exactamente a sus aspiraciones y ocultara sus puntos débiles. Y, finalmente, en lugar de ser elementos de corrección y aligeramiento de la burocracia, generaron ellos mismos una burocracia asfixiante y omnipresente extremadamente más pesada que la existía antes. Por que, a la postre, las autonomías españolas, se han configurado, no según un modelo descentralizador, ágil y ligero, sino que han reproducido las taras de la forma jacobina de Estado, en versión reducida.

    Medidas y normas que hace 20 años tenían cierta lógica para salvaguardar las culturas regionales hoy tienen menos explicación, especialmente en un momento en el que los niveles de utilización lingüística permanecen estables desde hace una década. Y, sobre todo, cuando los problemas son otros.
   
    Por que el problema principal de las culturas regionales en este momento no es el "Estado Español", sino el proceso de globalización que ha generado una pérdida de las identidades locales y, una de sus consecuencias más perniciosas, la inmigración masiva.

    En estos momentos, ante la deriva de los nacionalismos catalán y vasco que jamás ven saciadas sus aspiraciones autonómicas, el problema de fondo no es el reconocimiento de la plurinacionalidad del España, que ya está recogida en la constitución, sino el reconocimiento de la pluriidentidad catalana y vasca, es decir, del reconocimiento de la existencia de dos formas identitarias en Cataluña y el País Vasco. Los partidos micronacionalistas ignoran el carácter pluriidentitario de sus comunidades y gobiernan como si, de hecho, solamente existiera una identidad, la suya propia. Su control sobre las burocracias autonómicas hace que utilicen la estructura de la Autonomía para reforzar, mediante la reproducción de los tics jacobinos a escala de su Autonomía, la identidad nacionalista excluyente.

    Esto introduce un elemento nuevo y real: la existencia de distintas formas de concebir la propia identidad en el País Vasco y en Catalunya. La trampa que los nacionalistas generan es la sobrevaloración del "factor diferencial", una sobrevaloración que ellos mismos realizan alimentando mediante subvenciones ilimitadas todo aquello que aumenta la diferencia entre la identidad de España y la de estas dos Autonomías. Pero, en realidad, tal diferencia es mucho menor de lo que desearían los nacionalistas. Centurias de convivencia han hecho que exista un sustrato histórico común mucho más amplio que la historia "independiente" de Cataluña o el País Vasco. Esa convivencia, el pragmatismo, los intercambios humanos y comerciales, los flujos migratorios interiores, etc. han igualado los primitivos "factores diferenciales" y atenuado su impacto. Algo que los nacionalistas no aceptan; de ahí que tengan una irreprimible tendencia a rescatar los elementos culturales propios de cada Autonomía y a magnificar su importancia real. Este proceso es perverso en la medida en que la afirmación de las identidades Autonómicas tiende a la construcción de "Estados-Nación" a partir de las actuales Autonomías en lugar de a la recuperación de las identidades históricas y desconociendo completamente la noción de "fides". Esto supone intentar dar marcha atrás a la rueda de la historia.

    Uno de los factores de la identidad comunitaria es el étnico. Las comunidades lo son en función del factor étnico que determina en primer lugar las características antropológicas de esa comunidad: cultura, folklore, valores. Alterando las características étnicas de una comunidad se altera esa escala de valores. De ahí que para preservar la identidad comunitaria sea precisa una unidad étnica y antropológica. El mestizaje, étnico y cultural, lejos de "enriquecer" a la comunidad, la disgrega en tantas partes como conjuntos mixtos puedan aparecer. Frecuentemente, estos conjuntos mixtos se convierten en rivales unos de otros y aparece el conflicto étnico primer paso a la guerra civil. Por que allí donde hay conflicto étnico-cultural, allí hay un fermento de guerra civil. El caso yugoslavo es suficientemente significativo como para que valga la pena extendernos sobre él.

    Alain de Benoist aludió a la "semantofobia", es decir, al rechazo a utilizar determinadas palabras y conceptos por parte de los defensores de lo "políticamente correcto". Palabras como "raza" o "etnia" han sido erradicados del lenguaje político e incluso coloquial sin percatarse de que se niega la existencia a realidades tangibles. Un país es tanto más gobernable cuanto más homogéneas son las partes que lo componen. La etnia es una parte fundamental para definir esa homogeneidad por que trasciende los valores puramente biológicos para incluir los culturales y antropológicos que la acompañan. Entonces ¿por qué habríamos de negar la importancia del elemento étnico a la hora de planificar el futuro? Hay una razón: lo políticamente correcto y los demás valores de la globalización (mestizaje, multiculturalidad, etc) implican ruptura de la unicidad étnica y transvase poblacional. Aprovechando el factor racista del nazismo e identificando cualquier alusión a lo "étnico" a la ideología derrotada se conseguía arrastrar fuera de las teorías políticas y de los programas electorales a quienes introducían en su discurso siquiera leves alusiones a estos elementos necesarios en toda teoría política. Hacerlo implicaba automáticamente el riesgo de ser considerado "racista" y solidario con las ideologías vencidas en 1945. Pero es imposible huir del elemento étnico que, aún cerrándole la puerta en las narices, entra por la chimenea.

    No podemos evitar huir de la etnia a la que pertenecemos y en la que hemos nacido. Está implícita en nuestro ADN, quizás las diferencias étnicas ocupen un espacio mínimo en nuestro mapa genético (sólo un 20% de genes diferencian al Ser Humano de la mosca), pero no por ello son menos importantes. Si se ha repetido hasta la saciedad que la familia es la célula básica de la sociedad, la etnia es el cuerpo máximo de la misma.

    La existencia de distintas etnias no implica su enfrentamiento. Frecuentemente los enfrentamientos entre pueblos y naciones se han debido sobre todo a conflictos económicos y geopolíticos... pero también culturales y antropológicos, esto es, étnicos. Negar que tras la

    Nacemos sobre una tierra; esta tierra es la "patria carnal". Vivimos en una nación. El proceso histórico y los destinos políticos alteran la dimensión nacional. La historia es una proyección dinámica de la voluntad de los seres humanos. Advertir tal dinamismo es una exigencia para una justa orientación política. Para el celta poblador de nuestras tierras en tiempo remoto, su horizonte se reducía a la tribu. No concebía la idea de Estado, ni la de Destino, ni mucho menos la de Misión. Se reconocía en otras tribus similares que practicaban los mismos ritos, dominaban las mismas técnicas y físicamente tenían un parecido innegable. Todo estos factores constituyen una "identidad". Las distintas tribus celtas, arraigadas cada una en un terruño particular, tenían también la convicción de pertenecer a una "nacionalidad"; esos factores diferenciales delimitaban su "identidad". En el momento en que entraban en contacto con otros pueblos y otras tribus que mantenías costumbres diversas (el tipo de culto, la forma de enterramiento, el carácter patriarcal o matriarcal de la sociedad, etc.), los celtas y cualquier otro pueblo antiguo tenían inmediatamente conciencia de si "los otros" compartían su misma identidad o no. Con los primeros les unían lazos de solidaridad, con los segundos reserva y desconfianza.

    Naturalmente el devenir histórico hizo que todo esto se alterara y debiera variar necesariamente su dimensión. Tan solo permaneció estable el arraigo en la tierra natal, cambiaron sus contenidos pero no su orientación: la relación del ser humano con su tierra natal era una relación de proximidad e inmediatez. Cada cual amaba a la región en la que había nacido y estaba persuadido de que había algo de ella en su interior, en su sicología y en su forma de ser. Distintas regiones o distintas nacionalidades terminaron aproximándose mediante procesos históricos bien distintos y formaron, primero los reinos y luego los Estados Nacionales. Estos, a partir del siglo XVIII se configuraron como núcleos de convivencia articulados por el Estado. Pero esta dimensión nacional no iba a ser eterna. Apenas dos siglos después se hizo evidente que la dimensión nacional era demasiado pequeña para responder a las necesidades del mundo globalizado. La investigación científica, la renovación tecnológica, la producción industrial, la defensa nacional, todo ello había adquirido tal envergadura y coste para una sola nación -a no ser que se tratara de una superpotencia- que ya no estaba en condiciones de poder asegurar su progreso e independencia. Por lo demás, a partir de 1945 el mundo se había empequeñecido a causa del boom de las comunicaciones y de los transportes. Fue Europa Occidental quien a mediados de los años 50 entendió que para sobrevivir económicamente y evitar las luchas fratricidas, debía iniciar un proceso de convergencia. Primero fue solo económico y a partir de Maastrich, pasó a ser político. Hoy la Unión Europea puede convertirse en breves años en una federación de Estados Nacionales capaz de competir en peso e influencia con los EEUU y restarle en control de Eurasia. La UE garantiza la viabilidad de grandes proyectos de investigación que no estarían en absoluto al alcance de cualquiera de los países que la componen. Supone, así mismo, un mercado importante de consumo y de recursos. Su unicidad interior es aceptable y su nivel cultural y tecnológico, como mínimo, tan alto como el de EEUU. Existe una posibilidad de arraigo en las regiones y nacionalidades y una identidad propia de los Estados Nacionales, pero también de la Unión Europea.

    Esta sucesión de hechos nuevos marca tres círculos: región, España, Europa. Tales son las tres vías del arraigo y la identidad. Estas tres vías tienen un común denominador: la cultura europea formada por tres aportaciones, la cultura clásica, la cultura nórdico-germánica y la cultura católica. Nosotros, somos como somos, por que nuestros ancestros proceden de la fusión de estas tres culturas.

    La cultura clásica tiene en Grecia las bases éticas y teóricas. En Roma, este fundamento se universaliza y se une al pragmatismo civilizador. Roma es hija de la Grecia doria y aquea, tanto como Europa es hija de Roma. Pero cuando el espíritu de Roma se apagó tras siglos de guerras y de tarea civilizadora y murieron sus mejores hijos, el espíritu de los antiguos aqueos y dorios revivió con las invasiones germánicas. Gracias a ellas se rectificó el espíritu del cristianismo primitivo y de la síntesis de todo ello surgió la Catolicidad Medieval. La aportación hebrea y musulmana a la cultura europea es residual, marginal y ubicada en unos pocos siglos de la edad media.

    Aun debía incorporarse un último elemento que suponía, en cierto sentido, un retorno a los orígenes. El humanismo renacentista recuperaba en buena medida la temática de la antigua tradición griega, enlazando incluso con el atisbo de interés científico por explicar el mundo y su naturaleza que ya puede encontrarse en los presocráticos y sus especulaciones.

    Un pensamiento de este tipo que uniera el pragmatismo a los principios, la objetividad al idealismo y la meditación sobre la realidad con la acción para transformarla, solo podía haber nacido sobre Europa. No es raro que el eje de la civilización mundial haya tenido en Europa a su polo de referencia y que, a diferencia de Estados Unidos donde la única base es la disidencia religiosa de los siglos XVII y XVIII y un pragmatismo sin principios, que ha concluido en la aparición de una civilización extremadamente tosca, pero al mismo tiempo dotada de una inmensa capacidad destructiva. No es raro que la especulación científica del siglo XIX Europeo advirtiera sobre la perversión de una "ciencia sin conciencia". Precisamente el espíritu de la "Vieja Europa" es justo el opuesto.

    Esta Europa, durante siglos, desde Salamina e Himera, desde las Termópilas, afirmó su identidad; la volvió a afirmar a lo largo de tres largas guerras púnicas en el curso de las cuales el poder de los adoradores de la diosa, de Tanit y de Astarté, Cartago, fue liquidado. Se afirmó cuando una coalición de romanos, francos y visigodos españoles detuvo a los hunos en los Campos Catalaunicos. Volvió a renacer en Covadonga y en los valles pirenaicos catalanes, entre la vieja nobleza visigoda que no aceptó el tributo al Islam y emprendió la Reconquista. Apareció de nuevo en la colonización de América en el mismo momento en el que las galeras dirigidas por Don Juan de Austria vencían a los turcos en Lepanto y detenían el avance islámico a las puertas de Viena. Pero este espíritu se rompió en la Paz de Westfalia que selló la balcanización de Europa.

    Desde ese momento, Europa ha estado prácticamente ausente de las grandes cuestiones internacionales y embarcada en una sucesión interminable de guerras nacionales que solamente la creación de la Unión Europea ha puesto fin. A partir de la Segunda Guerra Mundial, tercer conflicto entre Francia y Alemania en apenas cuatro generaciones, con el descubrimiento de la energía atómica y de medios de destrucción masivos, era evidente que ambos países debían de revisar su historia reciente y establecer formas de cooperación e integración, o de lo contrario, el próximo conflicto podría ser el que acabara definitivamente con ambos contendientes. Hay que reconocer, primero a las "Europa Verde", luego a la "Comunidad Económica Europea" y, finalmente, a la "Unión Europea" surgida de Maastrich, el valor de haber detenido el permanente enfrentamiento intereuropeo que desde la Paz de Westfalia sacudía periódicamente al continente.

    Nosotros, como españoles, no podemos permanecer ajenos a este acontecimiento que, sin duda, ha supuesto un hito en la historia de las naciones europeas. Pues bien, este hito solamente se ha visto oscurecido por la actitud del PP de mirar hacia Washington antes que a nuestros propios vecinos.

    España es, con Portugal, una unidad geopolítica. Esta unidad forma parte de otra unidad geopolítica mayor, Europa; en el proceso de defensa de la identidad europea, España ha asumido un papel preponderante en algunos momentos. La geopolítica -es decir, la ciencia que considera el peso decisivo de los factores geográficos propios de la tierra natal, en la evolución histórica y política de las comunidades que habitan sobre esa tierra- impone sus leyes a los pueblos. Dentro de esa unidad geopolítica que es España resulta inviable la independencia de las actuales autonomías. El conflicto que llevó a la independencia de Portugal deriva de causas históricas -entre ellas la influencia inglesa en el vecino país- que finalmente terminaron creando una conciencia nacional en el vecino país y una historia propia a partir del siglo XVI desvinculada completamente de la española.

    Para que una región o nacionalidad de España pudiera ser verosímilmente independiente precisaría un factor diferencial, no solamente étnico, lingüístico o cultural, sino también y sobre todo, un espacio geopolítico propio con el que el espacio geopolítico español no tuviera una secuencia de continuidad. Este supuesto no se da. Incluso en los altos valles de la provincia de Guipúzcoa que han conseguido mantener cierta pureza étnico-cultural, lo cierto es que estos rasgos afectan más a la antropología que a la política y el hecho mismo que solo estén vivos en zonas rurales, indica que son hasta cierto punto incompatibles con el progreso. Al País Vasco le faltan dos elementos esenciales para poder alcanzar una independencia viable: una historia propia y separada de otras -como la portuguesa lo está de la española a partir del siglo XVII- lo cual no se da en el caso vasco, y la existencia de un marco geopolítico propio en el cual la etnia vasca pueda asegurar su supervivencia. Este espacio no existe. Más aún, en el neolítico es presumible que una parte importante de la Península Ibérica estuviera poblada por los íberos, de los que los vascos actuales serían los últimos descendientes. Así se pueden explicar la existencia de topónimos vascos en lugares muy alejados de la actual País Vasco, como Granada (primer nombre "Iliberri"), o el mismo nombre de Iberia (Ebero, el país del gran río). Esto indicaría una tendencia al repliegue de la cultura vasca, justamente por que la carencia de un baluarte geopolítico hace que progresivamente se vayan viendo arrinconados hasta el núcleo que conocemos hoy.

    En el caso catalán la situación es similar. Algunos teóricos del nacionalismo independentista actual -Josep Guía- han reconocido que la geopolítica no ayuda a la independencia del conjunto que ellos mismos definen abarcando un territorio "de Fraga a Mahón y de Salses a Guardamar". Dentro de este territorio la unidad lingüística es muy relativa, se reconocen entre ocho y nueve formas dialectales, no existe en absoluto conciencia de pertenecer a una misma unidad geopolítica, ni tampoco está clara la idea de un Destino o de una Misión esencialmente diferente a la del resto de España. Por lo demás, la historia común con el resto de España y la falta de una componente étnica propia, unido a las causas geopolíticas, hacen inviable una independencia catalana.

    España es nuestra realidad geopolítica: su frontera son los mares y los Pirineos, su unicidad cultural es evidente y de entre todas las lenguas españolas (es decir, las lenguas que se hablan dentro del Estado Español) el castellano es hegemónica en tanto que ha demostrado una mayor vitalidad internacional. Afortundamente, el jacobinismo solamente ha aparecido en momentos puntuales de la historia de España y en la actualidad las regiones y nacionalidades gozan de buena salud. 

    Estamos manejando unos conceptos peligrosos que es preciso definir: nación, nacionalidad, Estado, región. Intentemos afinar algo más nuestro análisis.

-    Nación.- Es un proyecto comunitario de vida en común presidido por una Misión y un Destino
-    Nacionalidades.- Unidades políticas de convivencia que mantienen algunos rasgos diferenciales antropológicos respecto a otros colectivos vecinos.
-    Región.- Unidades geográficas básicas de convivencia basadas en la continuidad territorial.
-    Patria carnal.- Término francés que alude al lugar específico de nacimiento. Puede corresponder con una nacionalidad o con una región.
-    Estado.- Es la expresión organizada de la comunidad y su estructura de mando y poder para la realización de la Misión y el Destino de una Nación.

    Dentro de un mismo Estado, pueden existir distintas nacionalidades. De hecho en la Edad Media no existían naciones, pero sí nacionalidades. Una nación, por su parte, puede estar o no, encuadrada dentro de un Estado. Una región puede coincidir con una nacionalidad, pero no necesariamente. Un conjunto de regiones pueden estructuras una Nación y aceptar un mismo Estado. Pero también una nacionalidad puede estar dividida en varios Estados.

    Lo esencial es establecer un orden de jerarquías y de prioridades. Si el único factor a tener en cuenta fuera el "arraigo", este se daría solo en el nivel de la región y la nacionalidad. Si, por el contrario, se tratara de valorar su importancia política, en primer lugar se encontraría la Nación y bajo ésta, las Nacionalidades. Si se tratara de establecer qué concepto es más importante desde el punto de vista administrativo o de poder político, desde luego, el Estado tendría la preeminencia, en cuando que engloba a Nación, Nacionalidad y Región. Desde el punto de vista histórico, las nacionalidades y la nación, son habitualmente los factores preeminentes.

    Pero a esto hay que añadir toda la teorización que hemos realizado sobre la dimensión nacional, la cual nos remite a Europa y a su necesaria construcción.

    Cualquier proyecto independentista tendente a formar microestados partiendo de la ruptura del Estado Español, es absurdo de partida: en primer por que niega el proceso histórico de concentración de reinos iniciado en la Edad Media y concluido en 1492. Proceso irreversible, natural y lógico que sólo es negado y condenado en la particular historiografía de ficción propia de los nacionalismos periféricos. Por otra parte, los nacionalismos locales suponen la balcanización de los Estados Nación y la fragmentación de Europa en un mosaico de pequeños microestados celosos de su independencia y que difícilmente pueden entender proyectos de mayor envergadura.

    Los nacionalismos periféricos no son los sujetos históricos del futuro, en tanto que la vida de los microestados derivados de ellos, es inviable. En buena medida pertenecen a un pasado romántico pero no a las exigencias del presente. La esperanza que han ostentado desde el Tratado de Maastrich es que la Unión Europea, disolviera los actuales Estados-Nación para que las nacionalidades periféricas pudieran acceder a la categoría de microestados y, por tanto, a su independencia. Pero esta sueño fue flor de un día: la Unión Europea es una "unión de Estados nacionales". La U.E. es consciente de la imposibilidad de gobernar un territorio tan amplio fracturándolo en más de un centenar de microestados y por tanto ha dado el carpetazo definitivo a las aspiraciones independentistas de algunas nacionalidades.

    Por otra parte, es significativo que el discurso de los nacionalismos sobre el arraigo sea limitado y estrecho y se reduzca a imponer una lengua y un folklore, pero sean incapaces -y ni siquiera tengan interés- por cortar de raíz la importación de subproductos culturales norteamericanos a nuestro país. A la Generalitat, por ejemplo le preocupa que el cine norteamericano no esté traducido al catalán, cuando el problema lo constituyen los contenidos de ese mismo cine, no la lengua en la que se expresen y, por lo demás, olvidan que el modelo de cultura norteamericano está difuminando las identidades culturales europeas, incluida la catalana. A la Generalitat, por ejemplo, le preocupan las bajas tasas de natalidad de Cataluña, pero aquí no hay campañas que estimulen la natalidad y se confía en la importación de mano de obra extranjera a la que lo único que se le exige es que pase por los cursos de catalán como si un argelino que hable en catalán haya dejado atrás sus raíces magrebíes. A la Generalitat, por ejemplo, le preocupa que en sus medios de comunicación se utilicen ciertas palabras o conceptos sobre España Nación (la única nación para CiU es Cataluña), pero no le importa tanto que nuestros hijos sean educados en teleseries-basura importadas de EEUU o de su principal factoría colonial en el terreno del manga, Japón. ¿Qué arraigo defiende la Generalitat? ¿La Cataluña de la Generalitat es la Cataluña de las grandes cadenas de alimentación y de los fase food, la Cataluña del 32% de inmigrantes en el Raval, del 36% de inmigrantes en Rosas, del 18% de inmigrantes en Hospitalet, la Cataluña del 34% de inmigrantes en el barrio de la Ribera y en Can Anglada, etc., etc., etc., es la Cataluña abierta a las multinacionales y cuya razón de ser es la administración cada vez mayor de recursos económicos especialmente en beneficio de su clase funcionarial más alta, de los partidos mayoritarios que han convertido Cataluña en un jardín privado, con el acompañamiento emotivo y sentimental de los castellers, los grallers, las coblas sardanísticas y las reivindicaciones lingüísticas. En esto reside el arraigo para esta casta funcionarial. Pero no es nuestro arraigo.

    En tanto que Europeos (y por tanto miembros de una comunidad nacional y de una nacionalidad o región) vivimos una situación extremadamente rica en cuanto a nuestras identidades de referencia; y al haber nacido en un determinado marco geográfico tenemos la posibilidad de estar arraigados sobre un territorio concreto. Esta situación privilegiada posibilita la existencia de lo que podríamos llamar tres círculos de proximidad: Europa, España y la Región o la Nacionalidad. Vamos a intentar establecer como puede articularse esta relación.

    Europa es la totalidad, las raíces últimas y la dimensión geopolítica que conviene en los momentos en los que sólo existe un "imperio" mundial sin que ningún Estado Nacional esté en condiciones de afrontar sus abusos, sus desmanes y su política criminal homicida, agresiva y cínica. Europa tiene el deber moral de asumir su defensa (fuera del marco de la OTAN) frente a la desmesura del "imperio" y a la agresividad del mundo unipolar. Y sólo lo puede hacer reconociendo que la aproximación entre sus distintas partes es más deseable que una Europa balcanizada y sin peso político; que la convergencia de sus naciones y la formación de una federación continental, es la única alternativa que proporcionará una dimensión geopolítica y económica con envergadura suficiente para debilitar la presencia norteamericana en Eurasia.

    Por lo demás, este bloque tiene, como hemos visto, bases históricas e ideológicas suficientes como para estar plenamente justificado. Mundo clásico, mundo indo-germánico y mundo católico son los elementos distintivos de la Identidad Europea, el círculo identitario de mayor amplitud.

    En el otro extremo se encuentra el círculo de menor entidad cualitativa: las patrias carnales, los terruños, las tierras que nos vieron nacer. Son los valores de la proximidad, de la cercanía a nuestros ancestros, de las costumbres y el folklore local. En estos terruños, hoy llamados "nacionalidades del Estado Español" o "autonomías", se generó un fenómeno desde el siglo XVIII cuando ya despuntaban los primeros albores de la industrialización. La existencia constante de migraciones interiores entre todas las regiones de España, y que ha continuado imparable hasta el último cuarto del siglo XX, ha hecho que las masas de inmigrantes interiores se desplazaran de unas regiones a otras. Doscientos cincuenta años de este tipo de desplazamientos han creado tensiones puntuales. Es inevitable que los que han nacido sobre una tierra se consideren apegados a esa tierra y a las costumbres ancestrales; de la misma forma que es inevitable que los que han llegado de otras tierras, sigan apegados a su lengua, a sus tradiciones y a su forma de ser. En la medida en que los abismos no son insalvable y en que las dos comunidades apuestan por la integración, ésta es posible. Por lo demás, entre un andaluz, murciano, extremeño o gallego llegado a Cataluña, no hay excesivas diferencias con la cultura que ha vivido un catalán desde su infancia. El abismo culturas, étnico y antropológico no existe; mucho menos el abismo religioso. A parte existe una lengua vehicular común, el español, hablado por 400 millones de personas, idioma pujante que sería absurdo ocultar, minusvalorar o simplemente proscribir tal como pretenden algunos nacionalismos. Ese idioma es uno más e los muchos vehículo de integración de la inmigración interior que existen y que se han mostrado eficaces en los últimos 40 años.

    Para unos estamos hablando de "regiones", para otros de "nacionalidades", para otros de "naciones sin Estado". Es evidente que se trata, en principio, de ser realista: la transición generalizó el "café para todos" y la cuestión de las "nacionalidades históricas" se transplantó a catorce autonomías para mayor gloria de UCD. La historia de España está suficientemente entretejida como para que haya algún iluminado que pretenda realizar la historia aparte de cualquier pueblo de España desvinculada del resto del conjunto. Desde que los romanos pusieron el pie en la península Ibérica, llamaron al "extremo-occidente": Hispaniae, el país de las Hespérides. Ese nombre tuvo fortuna y a lo largo de los siglos prosperó y ganó identidad propia. España era pues anterior a la conversión de Recaredo: fue una unidad geopolítica antes que una unidad religiosa. Y, por lo demás, esta también fue tierra de herejías, desde Prisciliano hasta el arrianismo. Reducir la historia de España a la historia de la España católica tal como hizo cierta corriente histórica es amputar los primeros siglos a nuestro pasado: las tribus íberas y celtas, tenían conciencia de autonomía y compromisos de defensa y comercio con quienes eran iguales a ellos. Compartían un territorio geopolíticamente homogéneo y formaban, no tanto unidad "nacional" (difícilmente podía existir algo que derivaría de un concepto desconocido en la época) como una unidad geopolítica y antropológica, muy similar a otras unidades que poblaban el resto de Europa.

    La historia hizo que en algunas zonas de España se afirmara una vida propia con una riqueza e intensidad que no se produjo en otras. El reino suevo de Galicia es un ejemplo; las revueltas de la nobleza visigoda en Cataluña otro; luego, la formación de los reinos peninsulares y de los idiomas romances creó otros elementos nuevos que dieron personalidad a las "nacionalidades". Pero no hay que engañarse con todo esto: hasta bien entrado el Renacimiento (e incluso siglos después) era más importante la pertenencia a una casta o a un estamento que a una "nacionalidad". El noble catalán se entendía mucho mejor con el noble castellano que con el clero catalán. El artesano gallego hablaba el mismo lenguaje que el artesano vasco o de cualquier otra nacionalidad española o incluso europea. Y es que la sociedad medieval fue una sociedad supranacional en la cual las divisiones horizontales (geográficas y "nacionales") tenían mucho menos peso que las divisiones "verticales" o estamentales.

    Así pues, el concepto de reino o de nacionalidad que se tenía hasta bien entrada la Edad Moderna no tenía nada que ver con el concepto de "estado nacional independiente" que existe hoy y que no es más una secuela de la modernidad. De ahí la legitimidad del segundo círculo de arraigo: el Estado Nacional, marco jurídico-administrativo, geopolítico e histórico que en nuestro caso es España. Por que gracias al Estado Nacional primero y luego, gracias al Estado Nacional y Democrático, fue posible abolir las perniciosas tendencias del absolutismo y luego los excesos uniformizadotes de la revolución francesa y del jacobinismo. El marco de convivencia en el cual cada región o nacionalidad acepta las reglas del juego, con el espíritu de la vieja "fides" evidenciado a través de un estatuto de autonomía, supone un retorno a las formas políticas que siempre han imperado en Europa y que se fueron abolidas por el absolutismo monárquico y el jacobinismo revolucionario.  Tales son los otros dos círculos, el de "proximidad", el que afecta liga a nuestra comunidad a una tierra natal, a una patria carnal (la región o la nacionalidad), y la que la liga a una articulación bajo la forma de Estado-Nación, o Estado Nacional, surgido de una historia común y de intereses comunes.

    Admitiendo la teoría de los tres círculos de arraigo e identidad por orden de dimensión geopolítica (Europa, España, Región o Nacionalidad) o bien por proximidad (Región o Nacionalidad, España y Europa), admitiendo un sustrato cultural común, unos intereses económicos, políticos y sociales comunes, admitiendo que ninguno de estos tres círculos pueden subsistir sin los otros dos (sin Europa los Estados Nación y las nacionalidades o regiones carecen de entidad para sobrevivir en un mundo globalizado y propiedad de las multinacionales; pero Europa sin las nacionalidades es una superestructura burocrático-administrativa sin alma; de la misma forma que las naciones y los Estados Nación históricos precisan para subsistir una nueva dimensión nacional paneuropea por arriba y un acercamiento antijacobino a las patrias carnales, sin los que apenas sería otra cosa que la expresión política de las burguesías locales).

    Cualquiera de estos tres círculos en solitario y sin el concurso de los otros dos es incompleto e ineficaz. Pero estos tres sin la voluntad decidida e inquebrantable de defender la identidad nacional, europea y regional, no sirven absolutamente para nada y abren el paso a la Europa mestiza, a los estados nacionales modelados a imagen y semejanza del "amigo americano" y a las regiones y nacionalidades transformadas en manifestación de las ideas más limitadas y pueblerinas sin proyección universal.

    Pero estos tres círculos deben estar también presentes en la lucha política cotidiana. Europa es el pasado tanto como el futuro: nuestro origen y nuestro destino. Las regiones y nacionalidades son la posibilidad de arraigo en la tierra natal y en la patria carnal. El Estado Nacional y la Nación son entidades formadas por una voluntad histórica de convergencia de distintas nacionalidades o regiones y, por lo demás, son nuestro momento presente que garantiza un arsenal legislativo e institucional capaz de resistir el empuje de la globalización.

    Estos tres círculos componen nuestra identidad. Es imposible que exista uno sin el otro. Cualquier planteamiento que no contemple, englobe y articule a los tres, no sólo es incompleto, sino que además, es infecundo, de la misma forma que un ser humano sin cuerpo es un ente muerto, sin alma es un ser amputado de la parte trascendente y sin espíritu es un cerebro vacío de ética, pensamiento y psicología. Los tres círculos son los tres niveles de nuestra identidad.

    Para afirmarlos es preciso arrojar bien lejos las sombras de jacobinismo y las pulsiones derivadas de los residuos del concepto del absolutismo terminal de las monarquías. Así pues, los programas políticos de los movimientos identitarias deben contemplar estos tres niveles que conforman nuestra identidad como personas, como comunidad histórica y como destino. Y en este sentido, deben estar abiertos, por abajo, a las patrias carnales; por arriba, al destino europeo y al presente a los Estados Nacionales.

    Esto implica en la práctica incorporar a los movimientos identitarios españoles dos dimensiones que han ocupado un lugar secundario en relación al eje central del movimiento identitario español: el concepto de España-Nación como único sujeto histórico a tener en cuenta. Por que si ese sujeto no se abre hacia arriba y hacia abajo, permanece el mismo concepto que se defendió en los últimos tiempos del absolutismo borbónico y en los primeros tiempos del liberalismo jacobino del siglo XIX y que tuvieron un revival a causa de las condiciones históricas propias del siglo XX en las primeras formas del franquismo de postguerra.

    Una de las obras más importantes sobre el futuro de Europa y la formación de un nuevo pensamiento alternativo es la escrita por Guillaume Faye titulada "El Arqueofuturismo". Faye, lanza una serie de disparos en esta obra a fin de estimular la polémica.

    Lejos de suponer una traición o una rectificación a nuestra tradición política, en realidad es un volver a los orígenes. El pensamiento identitario en España no puede por menos que tener una respuesta "arqueofuturista" a los problemas de nuestra comunidad: encontrar respuestas en nuestro pasado ancestral y tener el valor de incorporar las soluciones propuestas por las ciencias de vanguardia y las nuevas tecnologías.

    Si hubiera que buscar en la mitología clásica los modelos que pueden inspirar al europeo del futuro, estos son dos: Hércules y Prometeo. Hércules que nos muestra una concepción de la vida como combate, lucha, superación y destino. Prometeo por que nos muestra el valor del sacrificio altruista y la búsqueda de nuevas fronteras científicas y técnicas.

    Sólo en Europa es posible encarnar la aparición de un Nuevo Prometeo, sólo en Europa es posible partir de nuestras tradiciones más ancestrales y conjugarlas con el progreso científico más avanzado. No en vano la reflexión científica nació de los presocráticos. Sólo la llama del Nuevo Prometeo puede iluminar el próximo ciclo de civilización. Nosotros votamos por que así ocurra.

LA ECONOMIA SOCIAL

Podemos definir la economía social como aquella forma de economía que sitúa en primer plano la resolución de los problemas de la sociedad antes que la optimización de los beneficios del capital. Para la economía social lo importante no son las leyes de la rentabilidad sino el poner la economía al servicio del ser humano.

    Las propuestas y principios básicos de la economía social se basan en los siguientes principios:

1)    A nivel internacional se trata de romper el modelo de globalización.
2)    A nivel nacional se trata de generar una economía no dirigida pero si orientada.
3)    A nivel geopolítico se trata de formalizar la constitución de bloques continentales autosuficientes.
4)    A nivel social se trata de colocar la economía al servicio de los derechos constitucionales, especialmente de las capas más desfavorecidas por la fortuna.

    Estos principios se traducen en una serie de orientaciones concretas, algunas de las cuales pueden resumirse así:

2.5.3.1.    Impedir las grandes concentraciones de capital: no es el capital sino su extrema concentración la que crea las disfunciones en el sistema. Las grandes concentraciones de capital impiden el discurrir normal de las leyes del mercado: en el momento en que existe una gran concentración de capital existe la posibilidad de un oligopolio
2.5.3.2.    Impedir los beneficios exagerados de las empresas: más allá de un cierto límite el beneficio del capital invertido tiende a encarecer los precios de la producción y de los bienes de consumo. En ese momento, el capital se convierte en un elemento antisocial cuya existencia solo beneficia a su detentador.
2.5.3.3.    Impedir el trabajo basura y los contratos en precario que solamente tienen como beneficio optimizar los beneficios del capital e despecho de las situaciones de inseguridad o de explotación que generan.
2.5.3.4.    La ley principal de la economía social tiene que ver, precisamente, con la seguridad: el sistema económico debe tender a asegurar la estabilidad, la seguridad y el progreso de los individuos que participan en el ciclo económico.
2.5.3.5.    Existen derechos constitucionales relacionados directamente con la vida económica. Por ejemplo, el derecho a la vivienda no puede verse atacado por intereses abusivos que graven las hipotecas. Ningún derecho constitucional puede convertirse en negocio para ninguna institución de crédito. .
2.5.3.6.    En este sentido, los créditos sociales y las hipotecas no pueden estar gravados con intereses superiores a la inflación paralela. Cualquier institución de crédito que pretenda entrar en el juego del préstamo con interés deberá ofrecer como contrapartida ventajas sociales en terrenos como las hipotecas o los créditos a las pequeñas empresas y empresas cooperativas.
2.5.3.7.    La inversión en bolsa debe ser gravada por impuestos especiales, especialmente las que supone el tránsito de capital de un país a otro en busca de mayores beneficios. La economía globalizada debe romperse impidiendo que el capital migre a economías que puedan ser consideradas competidoras.
2.5.3.8.    La riqueza de un país no debe residir en sus reservas monetarias sino en la capacidad de trabajo de sus gentes. El patrón oro debe ser sustituido por el trabajo y las reservas monetarias por las reservas humanas y la calidad de las gentes que componen una nación, valor objetivo en cuanto demuestran su capacidad productiva perfectamente mesurable y cuantificable.
2.5.3.9.    El trabajo no puede ser gravado por ningún tipo de impuesto. Es el capital el que debe ser gravado como un medio para limitar su concentración.
2.5.3.10.    Ni los alimentos, ni los bienes de primera necesidad pueden ser gravados con ningún tipo de impuesto y su precio debe estar reglamentado. La economía social no considera lícita la recaudación a costa de los derechos constitucionales y de las necesidades básicas de los pueblos.
2.5.3.11.    La disminución de ingresos en las arcas del Estado debe tener como contrapeso una disminución en el peso de la burocracia, la optimización de los recursos del Estado y una mayor disciplina en el gasto público.
2.5.3.12.    Es preciso combatir la perniciosa idea de que sólo las privatizaciones permiten que los sectores afectados funcionen correctamente. Por el contrario, es preciso reordenar la economía nacional en tres sectores: el privado, el público y el mixto. El sector público debe englobar a las empresas de importancia estratégica que tienen relación directa con la seguridad nacional. El Estado no puede confiar a las leyes del mercado la estabilidad y seguridad de un país: es preciso que tutele, influya u oriente determinados sectores de la producción y la economía para evitar que puedan debilitar al Estado o generar efectos indeseables en la población.
2.5.3.13.    El Estado debe tender a estimular la propiedad comunitaria de los medios de producción y él mismo debe asumir esa propiedad al servicio de la comunidad en el sector nacionalizado de la economía.
2.5.3.14.    El Estado debe facilitar la creación de empresas comunitarias y cooperativas incentivando su creación y concediendo ventajas fiscales con objeto de ampliar los sectores de la producción en el que el trabajo y el capital estén unificados.
2.5.3.15.    El sector de la construcción precisa una regulación particular. Esta regulación debe tender a evitar los abusos en la recalificación de terrenos y en los beneficios que proporciona la construcción, promoción y venta. Así se evitará la creación de burbujas inmobiliario, el encarecimiento de la vivienda -que nunca podrá exceder la tasa de inflación anual más un punto- y los procesos especulativos.
2.5.3.16.    La economía debe de tender a lograr espacios autárquicos, independientes de otros, de tal manera que se optimicen los recursos de los bloques geopolíticos.
2.5.3.17.    La ayuda al desarrollo no puede ser un cheque en blanco para las oligarquías de los países pobres o en vías de desarrollo. Los países de la Unión Europea deben de tener la posibilidad de controlar la distribución de esta ayuda. Se trata de ofrecer ayuda al desarrollo a cambio de la posibilidad de gestionar directamente esa ayuda.
2.5.3.18.    El mito del desarrollo sostenible y la creación de un mercado único mundial, deben ser sustituido por la idea de sistema económico de dos velocidades, cada uno de los cuales responda a determinadas zonas geopolíticas.

LOS VALORES CONSTITUCIONALES

Desde la revolución americana y francesa las constituciones han sido bonitas declaraciones de principios separadas años luz de la realidad socio-política del país. Mientras las constituciones han supuesto una especie de utopía, la realidad ha contradicho frecuentemente tan nobles intenciones por que, a la postre, los Estados estaban en manos de los detentadores del capital y estos utilizaban las cartas magnas como meras declaraciones de principios sin ninguna intención de llevarlas a la práctica. Pero hoy, el desarrollo de las fuerzas productivas hace que la utopía sea posible por primera vez en la historia.

Por que ya no se trata de bellas intenciones, sino de aplicaciones prácticas. O existe una voluntad de llevar las constituciones a la práctica o no son nada más que papel mojado.
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