No se puede pactar con el diablo. Ante el “diablo”, ceder un poco
es capitular mucho. Es algo que Feijóo en su intento de ser un “político creíble”
nunca ha entendido. Y Feijóo ha trasteado ya demasiadas veces con “diablo” como
para que no esté bajo sospecha de contaminación. El “diablo”, naturalmente es
el pedrosanchismo. La tibieza con la que Feijóo hace “oposición” y las
esperanzas que se forja en que la “moderación” le llevará a La Moncloa, figuran
entre lo patético y lo ingenuo del capitoste pepero. De momento, esta actitud ha llevado a la ruptura de los pactos
autonómicos con Vox. Vamos a analizar lo que supone esta ruptura para ambos
partidos, para España y para el futuro.
¿FEIJÓO SERÁ PRESIDENTE DEL GOBIERNO ESPAÑOL ALGUNA VEZ?
Quien esto escribe, celebró la sustitución de un “progresista”
como Casado al frente del PP (véase el artículo: CASADO,
LA OTRA PATA DE LA AGENDA 2030, escrito en febrero de 2022). Cualquier cosa
que viniera después contribuiría a dar un mayor perfil político a la derecha. Y
llegó Feijóo. No era, desde luego, la mejor opción. Pero tampoco había muchas. Feijóo
era el presidente gallego aquel que, durante el covid había amenazado con la
vacunación obligatoria y con multar a quien no se vacunada. No eran las mejores
credenciales. Además, el tipo tenía menos vivacidad que Rajoy, desprovisto
de la flema de éste, además era carente por completo de sentido del humor y de
la retranca que siempre adornó a Rajoy; venía con aspecto avinagrado, en
absoluto carismático y sus primeras declaraciones afirmando que el PSOE era la
opción número uno para pactar, no dejaban augurar nada bueno.
Desde aquel momento, dijimos que Feijóo no se había enterado de
que no estábamos en aquellos tiempos ya pasados en los que el dominio del
“centro político” garantizaba la mayoría absoluta. Feijóo, ni en aquel
momento ni ahora, se ha enterado de que hemos entrado en una fase de
polarización y de política de “bloques”: derecha contra izquierda. Bloque
conservador contra bloque progresista. O se entiende y se acepta (y, en ese
caso, se reconoce el verdadero rostro de la política mundial en 2024) o se
rechaza y se refugia uno en concepto obsoletos y periclitados (el “centrismo
es moderación”, “el dominio del centro da el poder político en España”, “hay
que huir de la crispación” y así sucesivamente). Y si no que se lo
pregunten a Ciudadanos cuyos restos todavía andan por ahí predicando “centrismo”,
como si estuviéramos en un clima mediterráneo, estable y benévolo, cuando, en
realidad, padecemos una temperatura política crispada, con inviernos glaciares
y veranos abrasadores. La izquierda progresista con su pie clavado en el
acelerador hacia la Agenda 2030 y sus derivados, lo que ha precipitado la “política
de bloques”, generando una reacción en contra de 180º.
En los meses siguientes, Feijóo dio una de cal y otra de arena. A
veces cumplía su papel opositor, para luego, poco después, reafirmar que su
primera opción de pacto y negociación era con el PSOE. A veces añadía “con un
PSOE liberado de Pedro Sánchez”… El “centrismo” siempre seguía siendo su desiderátum
con pinceladas progres a lo casado y manteniendo a algunos “casadistas” locales
en sus feudos. Cualquier pacto con el “diablo” suponía arriesgarse a no ser
entendido por la mayoría de los propios. Feijóo cree que esta posición pactista
es “prudente”, “madura” y “política”. No, en realidad, es suicida, ingenuo-felizota
y tiende a eternizar al pedrosanchismo en el poder. No solamente no ha
entendido la polarización que se está operando en la política de todos los
países occidentales, sino que, además, tampoco ha entendido el carácter
psico-patológico que adorna al pedrosanchismo. (ver artículo: EL
PP CON EL FORO ECONÓMICO MUNDIAL, FRENTE A VOX)
Pactar la elección de miembros del CGPJ, apoyar en el parlamento
la regularización de 500.000 inmigrantes ilegales, votar en contra de la moción
de censura presentada por Vox (ver artículo: LA
MOCIÓN DE CENSURA DE VOX, escrito en octubre de 2020 y DEJAD
QUE EL NINOT ARDA SOLO de marzo de 2023), trabajar con el PSOE en el
parlamento europeo y, finalmente, aceptar la distribución de MENAS por todo el
territorio nacional, no son solo errores políticos de Feijóo, la renuncia a
su papel opositor, sino también traicionar a su electorado -que espera una
política decidida y el entierro definitivo del pedrosanchismo- y, lo que es aún
peor, traición a la sociedad española y a su futuro ignorando la gravedad
de la situación que estamos atravesando y sus repercusiones en un próximo
futuro.
La envergadura de estos errores y las reiteradas afirmaciones de
que el PSOE sigue siendo la principal opción Feijóo en materia de coaliciones,
dan que pensar sobre si el dirigente del PP se sentará alguna vez en La Moncloa: porque está claro que el pedrosanchismo siempre preferirá crecer
gracias al basurero de extrema-izquierda, obtener nuevo electorado cultivando
subsidios a los “nuevos españoles” y lo que le falte lo obtendrá de pactos con ex
etarras e independentistas. Hoy, con Feijóo, la “derecha pepera” está
demostrando ser más “maricomplejines” que nunca: en el peor momento para serlo.
Y, lo peor es que, entre un Feijóo voluble que no ha entendido todavía los
cauces por los que circula la política española en 2024 y un psicopatón sin
escrúpulos, siempre vencerá este último.
UN ITINERARIO PERSONAL DE CAMBIANDO DE ACTITUD
Hará diez años, el que suscribe era de los que se consideraba, a
la manera joseantoniana, “ni de derechas, ni de izquierdas”, que no era nada
más que la adaptación carpetovetónica de la consigna enarbolada por Arnaud
Dandieu y Roberto Aron en su libro La revolution nécessaire: “No
somos ni de derechas, ni de izquierdas, pero si es necesario definirnos en
términos parlamentarios, estamos a medio camino entre la derecha y la
izquierda, por detrás del presidente y dando la espalda a la asamblea”.
Bonito ¿verdad?, incluso lógico en los años 30. Tras desvincularme de
grupúsculos políticos, me limité a definirme como “apolítico”, no en el sentido
de desinterés de la política, sino por distanciamiento. En 2021 publiqué en
este mismo blog: ESTOS
SON MIS PRINCIPIOS, NO TENGO OTROS… que, básicamente, coincide con lo
propuesto por Vox en los últimos años.
Con todo, hasta 2023 tenía claro que para derrotar a la
izquierda y a la vista de los resultados electorales de aquel año en los que el
PP no obtuvo los escaños suficientes para poder formar gobierno con Vox a causa
de las particularidades de la Ley d’Hondt y de los “restos” que se perdieron en
casi una decena de provincias, era necesario un PROGRAMA COMÚN DE LA DERECHA (véase
el artículo escrito en enero de 2024: LAS
CULPAS DE LA DERECHA) y, frente a una izquierda que, cada día que pasa se
parece más a una olla de grillos y en el que la fragmentación llega hasta lo
indecible, en especial a la izquierda del PSOE, formar un “frente unido
conservador” capaz, ante todo, de desalojar al pedrosanchismo del poder. Llegué
a recomendar en este mismo blog votar al PP en las elecciones generales y a Vox
en las europeas, (ver artículo ¿VOTAR?,
¿A QUIÉN VOTAR?, escrito en abril de 2024) considerando que todavía no
había llegado “la hora de Vox” y que esta llegaría solamente cuando Feijóo
alcanzara el poder… y empezara a decepcionar a todos sus electores,
practicando una política -en lo esencial- “continuista” en relación al
pedrosanchismo: afirmación de los principios de la Agenda 2030, sin cambios
esenciales en la postura ante la inmigración, ante la delincuencia o ante el
independentismo, sin cambios ni en educación, ni en sanidad… Sería ese el
momento en el que Vox aparecería como la ÚNICA alternativa para la derecha
conservadora.
Pero los últimos meses me han convencido de que la deriva
emprendida por Feijóo y la orientación de su partido son un peligro, en primer
lugar, para ellos mismos: cada día que pasa están consiguiendo decepcionar más
y más a su electorado, antes incluso de llevar las riendas del poder. Para
colmo, los restos del “progresismo casadista”, con María Guardiola, la
presidenta extremeña que, no pierde ocasión en parecer más próxima al PSOE que
a su propio partido y que, desde el principio, se sentía incómoda con el apoyo
de Vox, lejos de ser purgados del aparato pepero, han ido atribuyendo el
estancamiento de su partido a… los pactos con Vox que serían los que lo
recluirían, presuntamente, en la “fachosfera”.
Hoy, estoy convencido de que el PP es una nave a la deriva, mal
dirigida, provista de un programa y de unas intenciones más propias del
“progresismo” que de la derecha conservadora y que, irremisiblemente, mientras
esté dirigido por Feijóo, seguirá considerando al PSOE como la “otra columna”
del régimen y hará todo lo posible para garantizar una alternancia de gobierno
con él, sin cambios esenciales en las políticas del Estado.
Hoy, en una situación completamente nueva, sostengo que el voto
a Vox es una obligación para todos aquellos que -no perteneciendo a Vox- valoramos
la situación de nuestro país como extremadamente grave y que es preciso dar un
“volantazo” y no una tímida ralentización de la marcha hacia el abismo que es,
a fin de cuentas, lo que propone Feijóo y que no serviría nada más que para
prolongar la agonía de España, de su sociedad y de su sistema político unos
cuantos años.
VOX HA ALCANZADO MAYORÍA DE EDAD
Vox pareció, inicialmente, un partido católico antiabortista,
situado a la derecha del PP, que ponía especial énfasis en la lucha
antiterrorista y en la “unión de España”. Bien, pero insuficiente. Sus primeros
resultados electorales confirmaron tales limitaciones. Fue solamente cuando
incorporaron el elemento anti-inmigracionista a su programa cuando iniciaron su
crecimiento. Si el partido precisaba un “tema-estrella”, ya lo tenía. Es normal:
buena parte de la población europea está cada vez más preocupada por la
islamización de Europa Occidental, por la permisividad ante la delincuencia,
por la constatación de que innegablemente la inmigración masiva genera
distorsiones y problemas crecientes y constituye una losa y una verdadera
aspiradora de recursos sociales y por el fracaso de TODOS los programas de
integración en TODOS los países europeos. Vox merece ser apoyado mientras
este elemento esté presente en su programa. Cualquier otro tema puede coadyuvar
a la elaboración de un programa de actuación, pero la política anti-islámica y
anti-inmigración masiva debe ser la punta de lanza (como, de hecho, ha
ocurrido en toda Europa).
Ahora bien, la experiencia europea indica que esta temática
conduce a la incorporación de clases trabajadoras y medias al electorado de Vox…
por lo tanto, esa composición debe también reflejarse en los liderazgos locales
y regionales y en la propia cúpula del partido que debe adaptarse a las
características de este electorado: LO SEMEJANTE VOTA A LO SEMEJANTE, LO
SEMEJANTE SE RECONOCE EN LO SEMEJANTE.
Y así llegamos al desencuentro entre el PP y Vox. El PP
contemporiza con el pedrosanchismo en la cuestión de los MENAs. El problema
de fondo no es repartir los MENAs que lleguen a Canarias en las distintas
comunidades autónomas: el problema -y solamente he oído a Vox decirlo alto y
claro- es devolver esos MENAs a sus
países de origen para que los gobiernos de esos países soberanos los devuelvan
a sus familias que es, a fin de cuentas, con quienes deben estar los menores.
Esta idea solamente una “solución radical” en la medida en que
apunta a la raíz de los problemas. Una solución que, por supuesto, Feijóo no quiere
aceptar porque, en el fondo, desea mantener para el futuro la puerta abierta a
una “gran coalición” con el PSOE. No advierte que
el “PSOE” es un cadáver en putrefacción desde el post-felipismo y que, en su
actual fase de descomposición, se ha transformado en “pedrosanchismo”, un “ente”
cuyo único objetivo es mantener en el poder el más tiempo posible a los de “la familia”
(en el sentido mafioso del concepto) en el poder, taponando electoral, judicial
y mediáticamente, con todo tipo de ardides, a la oposición. El
pedrosanchismo nunca ha practicado el fair play, ni lo va a hacer. Y
mucho menos en materia de inmigración: no quiere que se toque su nuevo nicho
electoral y está dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de que ganarse
ese nicho de los “nuevos españoles”…
Vox lo ha entendido correctamente: no puede aceptar el reparto de
200 MENAs por comunidad autónoma. Efectivamente, hoy son 200, mañana 400 y
pasado 2.000. No se puede traicionar un programa a cambio de unos cuantos sueldos
autonómicos. O se cree que la inmigración masiva y descontrolada es un
riesgo y se coloca una línea roja al eventual “aliado”, o bien se acepta el “aquí
vale todo” y se traiciona al electorado que ha depositado su confianza en la
sigla Vox. Y la dirección de Vox ha obra de manera correcta, tanto
política como moralmente, en su ruptura de los pactos autonómicos con el PP. Con
la ruptura de estos pactos, Vox ha demostrado ser un partido cuya clase
política cree en lo que propone. Podríamos decir que Voz “se ha puesto el
pantalón largo”, o, dicho de otra manera, que ha alcanzado la mayoría de edad
política.
LAS CONSECUENCIAS DE UNA RUPTURA
Los “tertulianos de sobre”, al servicio del pedrosanchismo o del
PP, han presentado esta ruptura como el “fin de Vox”. Incluso consideran que,
con esta fractura, el PP sale de la “fachosfera” y los ataques del
pedrosanchismo contra esa sigla han perdido su sentido. Otros consideran que
Vox ha actuado de manera infantil y que ha sido la “habilidad de Feijóo” la que
ha impuesto la ruptura (como si Feijóo fuera un “cerebro estratégico”
maquiavélico). En realidad, esta ruptura -a la larga- solamente beneficiaría
al PP, si el problema que denuncia Vox desapareciera de Europa Occidental y,
claro está, de España. Pero, allende fronteras, la situación de Francia, de
Bélgica, incluso de Suecia o de Alemania del Oeste, u Holanda -por no hablar de
Inglaterra- en materia de inmigración es catastrófica y estamos ante un
problema que no dejará de agravarse. El problema de la inmigración masiva y de
la islamización de Europa Occidental no se resolverá regularizando cada año a
500.000 ilegales y convirtiendo las escuelas españolas en centros de residencia
para MENAs. Feijóo se ha equivocado. Vox, además de haber mantenido su
posición, ha demostrado una coherencia que será recompensada por el electorado
en el futuro.
Pero, aquí y ahora, lo innegable es que algunos cargos públicos
de Vox se han negado a dimitir. Normal: el partido precisaba pasar a su clase
dirigente por un filtro, el de la HONESTIDAD. Honestos son los que han dimitido,
sus principios antes que su sueldo. No es habitual en España. De hecho, es casi
inaudito. Y les honra. Lo deshonesto es prometer una cosa al electorado para
luego apalancarse en el carguito y aceptar la traición a lo prometido. El
efecto secundario y no previsto por la ruptura PP-Vox es que este último
partido se ha deshecho de quienes -siguiendo el canon de la clase política
española- sitúan el sueldo antes que los principios. El partido queda limpio de
oportunistas sin escrúpulos, trepas, peperos emboscados, tibios, timoratos y
demás basura presente en todos los partidos y de los que Vox, hasta ahora, no
era una excepción.
El electorado no olvidará esta ruptura. El PP tampoco. Parece
difícil que el pedrosanchismo pueda mantenerse en el poder hasta finales de
2024. Habrá nuevas elecciones y el PP, con sus apoyos a Von der Leyen en
Europa, su permanente mano tendida al pedrosanchismo, difícilmente obtendrá la
mayoría absoluta. Si alguien cree que el pedrosanchismo será desalojado del
poder por el simple hecho de que todas sus medidas, sin excepción, pueden ser
consideradas como pasos adelante en la desintegración del Estado, la negación
de España y el cuestionamiento de los derechos de los españoles autóctonos… se
equivoca. Cada día que pasa, el número de “inmigrantes naturalizados”
aumenta, con lo que, por mal que lo haga el pedrosanchismo, con tal de que
garantice impunidad para okupas, subsidios y subvenciones para ilegales, reagrupaciones
familiares inmediatas, sanidad universal, disminuya la presión contra el
narcotráfico procedente de Marruecos, etc, tiene ganados cientos de miles de
votos. A lo que se unirán medidas propiamente dictatoriales y bananeras para el
control de los medios de comunicación, control creciente sobre los mecanismos
judiciales que garantiza impunidad para los propios y presiones -judiciales y fiscales-
para los adversarios, establecimiento de “verdades oficiales”, utilización de
los medios de comunicación públicos para su difusión, prácticas propias del “ministerio
de la verdad” orwelliano…
No se pacta con el “diablo”, o si preferimos la misma frase desdramatizando
lo “diabólico”, podemos decir que no se pacta con la traición, no se pacta con
el amiguismo, el nepotismo y la corrupción, no se pacta con quienes se han
aliado sistemáticamente con la no-España, no se pacta con los aspirantes a
pequeños dictadores bananeros que generan repulsión incluso de jugadores de
fútbol, habitualmente ajenos a la política (tal como hemos visto reciente y
significativamente, constituyendo un hecho insólito en la política mundial).
Para ganar unas elecciones hace falta algo más que no está al
alcance de Feijóo y que el electorado pepero necesita como agua de mayo: claridad
de objetivos, voluntad de defender un programa de regeneración nacional y
decisión de llevarlo a la práctica, el programa por encima del sueldo, los
principios, en una palabra. Y esta crisis ha demostrado que, al menos, Vox
sabe lo que quiere. Y no está dispuesto a renunciar a ello. Los tibios y los
oportunistas han saltado del tren en marcha. Ni siquiera Feijóo les recompensará
en el futuro: proceden de la “fachosfera”, así que ahí termina su carrera
política. Incluso, es muy posible que ahí concluya también la carrera de
Feijóo…