¿ES UN
PROBLEMA EL DESCENSO DE LA POBLACIÓN EN EUROPA?
El
resultado de todos estos factores, sumados, es una reducción de la natalidad y
un “achicamiento” de la población europea. En realidad, esto no sería un grave
problema: Europa ha funcionado bien en el último siglo, recuperándose
rápidamente de dos guerras catastróficas para el continente, así que un
descenso de la población podría redundar en un mayor confort, más espacio
disponible, menos masificación, menos necesidades de consumo alimentario… El
problema poblacional radica en África y en Asia en donde la población se ha
triplicado en setenta años. No es, pues, en Europa en donde existen problemas.
Ni siquiera
la famosa cuestión del “pago de las pensiones” constituye un problema real: si la
pirámide de población laboral es menor que la que se esperaba para poder pagar
pensiones, todo el problema radica en deshacerse del dogma de que el dinero de
las pensiones solamente puede salir de la “caja de las pensiones”: de hecho,
puede salir de los presupuestos generales del Estado, a condición de que el
dinero público se administre mejor, se reduzcan gastos, se racionalicen y se
eliminen determinadas partidas presupuestarias que suponen verdaderas losas
para la economía nacional. Por otra parte, las nuevas tecnologías tienden a
reducir mano de obra (incluso en trabajos no cualificados de la agricultura),
lo que implica, por una parte, necesidad de técnicos cualificados, y por otra,
reducción del peonaje no cualificado (en todos los sectores laborales).
Al hablar
de bajas tasas de natalidad y de reducción de población europea, no estamos
aludiendo a una catástrofe: es preciso recordar que más vale “calidad” que
“cantidad”. Y el problema es justamente que el sistema educativo, cada vez,
tiende a generar menos “calidad” y la inmigración masiva, trae únicamente
“cantidad”. El mito de que el descenso de población en Europa supondría una
hecatombe hay que considerarlo como una de tantas ensoñaciones de demógrafos al
servicio de cualquiera de los poderes que dictan las “verdaderos oficiales”.
EL
VERDADERO CALLEJÓN SIN SALIDA
Treinta
años de inmigración masiva en España y medio siglo de fenómeno análogo en
Europa Occidental han demostrado varias cosas y muy especialmente:
- que las políticas de asimilación e integración resultan siempre un fracaso y no han prosperado ni alcanzado su objetivo en un solo país europeo, ni siquiera en los de sólidas tradiciones humanistas y democráticas.
- que las inversiones realizadas para integrar la inmigración en los hábitos europeos se han saldado siempre y en todos los países provistos de sistemas liberal democráticos antiguos, con resultados no solo próximos a cero, sino en grandísima medida negativos.
- que existe hoy paz étnica y social en Europa gracias a un sistema de subsidios y subvenciones que genera un triple fenómeno: desincentiva los esfuerzos que deberían orientarse hacia el trabajo, constituye en sí mismo el “efecto llamada” para nuevas riadas migratorias y, finalmente, genera resquemores entre la población europea: por una parte, agravios comparativos y por otra la sensación de que se está subsidiando a unos grupos étnicos que generan más problemas que resuelven situaciones. La contrapartida inevitable es el aumento del racismo y de la xenofobia entre la población europea y la sensación de que está aumentando la presión fiscal, especialmente sobre las clases medias, para pagar lo que en Francia ha sido definido como “una aspiradora de recursos públicos”.
- que el crecimiento demográfico en todos los países de Europa Occidental se debe a estos contingentes de inmigrantes llegados en el último medio siglo y que tienen unas tasas de natalidad que oscilan entre dos y tres veces la de las mujeres en edad fértil en Europa.
Todo esto
genera unas proyecciones de futuro extremadamente preocupantes. En primer lugar
porque a la velocidad con la que crecen los grupos étnicos procedentes de
África (tanto por la natalidad de los ya instalados, como por las llegadas
continuas de nuevos elementos), en 2050 se habrá llegado, no solamente a una
“Europa multicultural”, sino a una Europa Occidental en la que los grupos
étnicos norteafricanos casi serán mayoría (en algunas zonas como Inglaterra,
serán indiscutiblemente mayoritarios) y la religión islámica será la de mayor
seguimiento con todo lo que ello implica (empezando por la exigencia de una
“doble legislación” que plantean los grupos musulmanes: una para no islamistas
y la otra para islamistas, el establecimiento de la sharia en algunas
zonas y terminando por la yihad considerada como el “sexto pilar del
islam”[1]. El islam
no tiene predicadores y difusores misionales: se expande mediante la “guerra
santa”.
Es cierto
que no hay que confundir “guerra santa” con “terrorismo”… pero prácticamente
todos los terroristas que han actuado en Occidente en los últimos diez años,
han considerado sus acciones como parte de la “guerra santa”. El hecho
de que la “guerra santa” esté contemplada en el Corán de manera muy
específica (y no como una “guerra interior”[2] -algo que
solamente será considerada por teólogos musulmanes en países árabes bajo
dominación colonial en el siglo XIX- sino como guerra abierta con choques,
enfrentamientos y muertes); el hecho de que abunden las referencias escritas en
el Corán y en los hadits[3] es
extremadamente preocupante porque nada garantiza que los imanes de las
mezquitas, cambien bruscamente de opinión y, en lugar de insistir en los cinco
primeros “pilares del Islam” (el testimonio de fe, la oración, el ayuno, la
limosna y la peregrinación a la Meca), pasen a resaltar el último: la yihad.
Y nadie puede decirles, ni siquiera desde posiciones islámicas que Mahoma dijo
algo diferente[4].
Porque,
contra la opinión de los demógrafos[5] que
hasta principios del milenio afirmaban que el establecimiento del islam en
Europa haría que mejoraran las condiciones de vida de las poblaciones
musulmanas y que esto generaría un fenómeno parecido al que se había producido
entre los grupos étnicos europeos (menos hijos, menos matrimonios y menor
religiosidad), lo que se ha demostrado es justamente lo contrario: la
demografía musulmana apenas baja, los procesos de integración se dan a nivel
individual, pero colectivamente, los grupos musulmanes, lejos de asimilarse, o
bien se enrocan en su cultura originaria o bien atraviesan un proceso de
aculturalización con la contrapartida de la brutalización, la delincuencia y la
marginalidad.
Esto
implica que, el resultado final de la marejada migratoria que estamos
registrando terminará con una “sustitución de población” que será irreversible
a partir del 2050 y que hará que en pocos años, mientras persista el actual
sistema electoral, la población de origen musulmana empezará a ser mayoritaria
y, por tanto, a exigir que las legislaciones naciones y la legislación europea
incluyan los principios de la ley coránica. Será la fase de “equilibrio
de fuerzas” en el que los musulmanes se sentirán numéricamente lo
suficientemente fuertes como para negociar sus condiciones. Esta segunda fase
seguirá a la actual (la fase de “defensiva estratégica”, con incipientes
comunidades islámica que todavía dependen de subsidios públicos, y de las
líneas políticas de otros partidos) y precederá a la tercera fase (la de “ofensiva
estratégica”) en la que no es descartable, desde progresos electorales
basados en la fuerza del número con un proceso progresivo y gradual de
islamización de la sociedad, de las costumbres y de la legislación, hasta
insurrecciones que culminen en la proclamación de la yihad en Europa y
la aceleración brusca del proceso de islamización.
ASPECTOS DE
LA TEORIA DEL GRAN REEMPLAZO: LA “DHIMMITUD”
La teoría del
“Gran Reemplazo” prosigue presentando un obscuro porvenir: la sociedad y la
cultura francesa y europea, en breve, en apenas 20 años, será sustituida
integralmente por la cultura musulmana (pues, no en vano, los grupos étnicos
que profesan el islam son los que llegan a Francia y se reproducen más
masivamente). Esto terminará generando un “genocidio cultural” con
posibilidades de convertirse en un genocidio en sentido estricto de la palabra,
habida cuenta de la intolerancia del islam con otras confesiones religiosas y
sus concepciones de “guerra santa”, con las recompensas, siempre sensualistas y
miríficas, en el más allá anunciadas por Mahoma.
La teoría
del “gran reemplazo” tiene dos vertientes: una étnica (sustitución de un
grupo étnico autóctono, por otro halógeno) y otra religiosa (sustitución del
catolicismo por el islam). Dado que, en la actualidad, ínfimas minorías
autóctonas se convierten al islam, hay que considerar ambas vertientes como
dos caras de un mismo fenómeno: la “islamización de Europa” (aslamah).
Con ello se entiende un proceso de “adaptación” (voluntario o por la fuerza) de
una sociedad no islámica a la religión recién llegada.
El problema
que plantea el islam en Europa es sencillo: no es una religión en el sentido
que ha sido el catolicismo tal como ha llegado hasta nosotros -una fe que se
profesa de manera individual y, en tanto que habitual en la historia de Europa,
ha influido en la redacción y en la concepción de leyes y en las formas de
gobierno-, sino que se trata de un “paquete” en el que va unida la fe religiosa
y la forma político. La primera se proyecta directamente sobre la segunda y
le da un “rostro” particular. Esto plantea el problema de que, cuando una
sociedad ha sido “suficientemente islamizada”, deberá cambiar sus concepciones
legales hasta en sus más mínimos detalles: comida halal, concepción del
matrimonio y de la familia, días de culto, y días festivos, tradiciones,
templos, moral pública, incluso vestuario (especialmente femenino). En otras
palabras: cuando una sociedad está, hasta cierto punto, es fase de islamización,
no puede dejar de producirse un cambio en sus conceptos y en su forma de
organización, en sus valores y en su misma estructura.
Se dice que
una sociedad “se ha islamizado” cuando ha adoptado mayoritariamente la
religión, las prácticas, los usos y las costumbres propias del islam. Esto
implica el abandono de los “valores occidentales”. ¿Es
razonable pensar en una Europa del futuro gobernaba por la sharia?
Indudablemente, mientras la inmigración masiva procedente de países musulmanes
siga con el volumen de los últimos treinta años, a Europa no le quedarán más de
15 a 25, como cultura autóctona. ¿Motivo? La diferencial demográfica (entre
tres y cuatro nacimientos, dependiendo de los países, de mujeres halógenas, por
entre 0’50 y 0’75 hijos como promedio para mujeres autóctonas) a lo que hay que
sumar las continuas llegadas de más población inmigrante.
Así pues,
la teoría del “gran reemplazo”, hasta aquí parece cierta y razonable. Incluso,
a medida que pasa el tiempo, los efectos de la inmigración masiva en Europa
Occidental van siendo cada vez más evidentes y desmienten por completo las
opiniones que demógrafos y sociólogos defendían hace un cuarto de siglo.
El “creced
y multiplicaros” sigue siendo válido para los “pueblos del Libro” (de la Biblia:
judaísmo, cristianismo e islam), pero solo uno, el islam, sigue creyendo en él
y aplicándolo. Y no solo por motivos religiosos. Lo cierto es que, en la
actualidad, las tasas de reproducción de la población musulmana siguen
prácticamente como hace un cuarto de siglo, mientras que las autóctonas no
dejan de descender. Por tanto, no constituye ninguna locura conspiranoica pensar
que, en pocas décadas (dos como máximo en Europa Occidental), la mayoría de la
población será de convicciones islámicas y, por su simple peso numérico
impondrá una normativa legal inspirada en la sharia. En el Reino
Unido este proceso ya ha comenzado en algunas ciudades en las que las
candidaturas musulmanas se han hecho, por primera vez, con alcaldías de grandes
ciudades. Si tenemos en cuenta que, en Londres, la población autóctona de
origen británico es de apenas un 32%, se entiende perfectamente que este
proceso sea inevitable, primero en ciudades, luego en regiones, finalmente, en
naciones enteras.
La teoría
del “gran reemplazo” se completa con una conclusión que podría titularse “el
gran miedo”. La población autóctona, a partir de cierto momento, minoritaria,
será tratada como “dhimmi”. Este concepto y el de “dhimmitud”
es fundamental en esta teoría. El “dhimmi” es la “protección”
ejercita por el Estado Islámico sobre las personas de otras religiones
monoteístas. El jefe del Estado Islámico les inhibe del servicio militar
(el derecho a portar armas queda reservado a los musulmanes, pues, no en vano,
como vimos la yihad es el “sexto pilar del islam”) y de pagar el
impuesto religioso (zakat) al tener una fe diferente, pero, en su lugar,
deberán pagar un impuesto especial (yizia) y un impuesto sobre la tierra
(jarach), deberán acatar la autoridad del sultán y, a cambio, tendrán
derecho a practicar su religión -eso sí, con restricciones que la harán casi
clandestina- y a disponer de jueces propios de su misma fe en cuestiones
civiles.
La dhimmitud
deriva de la visión del mundo musulmana que divide el globo en dos partes: el al-harb
(territorio en guerra en el que todavía no se ha impuesto el islam) y el dar
al-islam (o territorio del islam). Europa es hoy, al-harb… esto es,
“territorio en guerra”. Los habitantes de estos territorios -nosotros, europeos
autóctonos- somos “harbis”. La correlación de fuerzas entre harbis
y musulmanes pueden dar lugar a tres circunstancias: cuando los no-creyentes o harbis
están en situación de mayoría numérica y de fuerza, las autoridades
político-religiosas islámicas pueden negociar con ellos “treguas” que no serán
permanentes sino solo durante el tiempo en el que los musulmanes sean
minoritarios. En el momento en el que se llegue a un equilibrio de fuerzas o a
una situación en la que el islam sea hegemónico, las tornas cambiarán y lo que
hasta entonces ha sido “negociación”, se convertirá en “imposición”. A
partir de ese momento, el “dhimmi” se convierte en un ciudadano de
segunda clase, tolerado, pero… a cambio deberá asumir la casi totalidad de la
carga fiscal del Estado islámico. Por supuesto, no podrá ocupar altos cargos en
el Estado Islámico. Se le tolerará, pero recordándole continuamente su
situación de inferioridad. El dhimmi está discriminado
incuestionablemente por la ley, por la moral y por las costumbres del Estado
islámico. Ni siquiera su testimonio es aceptado en un juicio por delitos
menores. La situación del dhimmi en una sociedad islamizada ni siquiera
es estable: en cualquier momento puede cambiar… a peor. Se le pueden imponer
nuevos impuestos según las necesidades del Estado. Sus jefes políticos o
religiosos, como ocurrió históricamente en los Balcanes, pueden ser
secuestrados o encarcelados y pedir rescate por ellos. Si, el futuro de la
población europea autóctona, a la vuelta de unas décadas, es la dhimmitud,
se entiende que esta perspectiva no sea ni agradable, ni siquiera razonable.
ALGUNOS YA
HAN ACEPTADO SU FUTURA “DHIMMITUD”
Este
problema resulta particularmente desagradable para los miembros del stablishment
político. Los argumentos en contra se acumulan, mientras que, a medida que pasa
el tiempo, la oposición crece. Estamos lejos ya de los tiempos en los que
solamente Oriana Fallaci, entre la intelectualidad progresista, dio el grito de
alarma, y la época descrita en 1973 por Jean Raspail en su novela Le Camp
des Saints, en la que Europa ha colapsado por la llegada masiva de
inmigración tercermundista. De hecho, en la actualidad, solamente los
intelectuales que tienen algún compromiso e intereses con los partidos hasta
ahora mayoritarios, miembros de la Iglesia Católica, pero, sobre todo políticos
de izquierdas, siguen defendiendo la idea de una Europa tierra de acogida a la
que cualquier llegado de no importa dónde tiene la posibilidad de asentarse.
Los efectos negativos de la inmigración masiva, sobre los índices de pobreza,
los grupos subsidiados, la delincuencia, las prisiones, el orden público, es
tal, que la mayoría de notables prefieren callar antes que manifestar una
opinión en contra.
En España,
no hace mucho nos enteramos de que la presidente de la Comunidad Foral de
Navarra sugería que no se dieran datos étnicos sobre violadores, una práctica
que se sigue a rajatabla desde hace como mínimo un cuarto de siglo en España.
Los partidos mayoritarios -que quieren seguir siéndolo- optan, o bien por la
estrategia del silencio, o bien se han fijado como objetivo incorporar a su
electorado a estos grupos halógenos. El centro-derecha, habitualmente, opta
por la primera solución. La izquierda por la segunda. En realidad, ambos están
equivocados: los primeros, porque los secretos a voces no pueden silenciarse
eternamente y los segundos porque, lo que están haciendo es compensar la
pérdida de electorado “obrero” (que cada vez vota más a partidos de
“extrema-derecha”) por los “nuevos europeos” a cambio de un generoso régimen de
subsidios que, en la práctica es una “compra de votos” encubierta. Y, por lo
demás, como muestra el Reino Unido y algunas zonas de Francia, esto no dudará
siempre: en el momento en el que los musulmanes sean mayoría ¿para qué van a
necesitar negociar sus votos con no musulmanes, si ellos mismos pueden
administrar ayuntamientos directamente?
¿”ASIMILACIÓN”
– “INTEGRACIÓN” – “MULTICULTURALIDAD”? ASÍ SE LIQUIDA LA IDENTIDAD EUROPEA
En cuanto a
la “integración” es cosa del ayer: hace medio siglo, se pensaba que los
inmigrantes que llegarían a Europa se “asimilarían” a los nacionales,
con alguna especificidad propia, pero sin diferencias abismales con las
costumbres de cada país. Luego, a la vista de que esto no se dio en la
realidad, se creó la teoría de la “integración”: el inmigrante, conserva
sus peculiaridades propias, su lengua, su religión, su forma de vestir, sus
costumbres, pero acepta convivir en paz con el país de acogida. Esta teoría
tampoco dio buenos resultados: a medida que los gobiernos occidentales inyectaban
más y más fondos para la “integración”, apenas se producían avances reales. Fue
entonces, cuando se pasó a la tercera posibilidad: el “multiculturalismo”.
Se daba por sentado que los Estados receptores de inmigración que, hasta ese
momento, era “uniculturales”, debían aceptar en plano de igualdad cualquier
otra aportación cultural que trajeran los inmigrantes. Desde este punto de
vista, Beethoven era tan digno de atención como el tam-tam. Y, por supuesto, en
el plano religioso, si se trataba de musulmanes tenían todo el derecho a
edificar sus lugares de cultos y a practicar en ellos su religión… lo que
suponía una ignorancia completa de lo que es el islam. Los nacionalistas por
ejemplo, desde principios del milenio, hablaban con una seriedad pasmosa del
”islam catalán” y, para ellos, el que un musulmán aprendiera catalán era un
victoria indescriptible de la que había que regocijarse… salvo por el hecho de
que, el musulmán seguía considerando el árabe como la lengua sagrada en la que
Mahoma recibió el Corán del mismísimo Alá y la única noción de
“nacionalidad” que contempla el islam es la “umma”, la comunidad mundial
de todos los “creyentes en el islam”. En otros casos, muy notables,
agnósticos y ateos recibían con los brazos abiertos a los islamistas recién
llegados, mientras manifestaban una hostilidad manifiesta hacia el catolicismo
que, a fin de cuentas, había sido la fe de sus padres y abuelos. El
resultado de la multiculturalidad no ha sido mejor que el de las dos opciones
anteriores. Dos vasijas, un cántaro de barro y un cántaro de hierro nunca
pueden viajar juntas: el roce hará que, antes o después, una de las dos se
rompa, tal será, sin duda, el destino de la más frágil. Y, en este momento, la
más frágil es el cristianismo y, por extensión, los restos de la cultura
clásica greco-latina y de la cristiandad.
[1] A este respecto, cf. El lenguaje político del Islam, Bernard Lewis,
Taurus Humanidades, Madrid, 1990. Especialmente el capítulo titulado, “Guerra y
paz”, págs. 123-153
[2] El término “guerra santa” no aparece en el Corán, que habla únicamente de
“guerra” y, por las referencias que siguen, hay que interpretar necesariamente
como “guerra de conquista” contra “infieles”. Bernard Lewis escribe: “En
particular, la colocación del adjetivo “santo” junto al sustantivo “guerra” no
aparece en los textos islámicos clásicos. Su uso en el árabe moderno es
reciente y de origen foráneo” (op.cit., pág. 125). Y más adelante: “Todas las
grandes colecciones de hadits contienen una sección dedicada a la yihad,
en la que predomina el sentido militar (…) Lo mismo vale para los manuales
clásicos sobre la ley de la Sharia. Hubo quien afirmó que la yihad
se debía entender en un sentido moral y espiritual más que militar. Estos
argumentos fueron defendidos por los teólogos chiitas y, con mayor frecuencia,
por los modernistas y reformistas del siglo XIX y XX. Sin embargo, la inmensa
mayoría de los teólogos, juristas y tradicionalistas clásicos, entendieron la
obligación de la yihad en un sentido militar y así lo han expuesto” (op. cit.,
pág. 126-127). Finalmente: “De acuerdo con las enseñanzas musulmanas, la yihad
es uno de los mandamientos básicos de la fe, una obligación que Dios ha
impuesto, a través de la revelación a todos los musulmanes” (pág. 128).
[3] Cf. La yihad en Europa, diagnosticarla, prevenirla y contenerla,
artículo de Ernesto Milá en Info-krisis. Se citan todos los textos coránicos en
los que se realizan llamamientos y descripciones sobre la yihad https://info-krisis.blogspot.com/2015/02/importante-documento-sobre-el-yihadismo.html
[4] Esto
explica los rápidos “deslizamientos” que se registran con frecuencia entre
protagonistas de la yihad en Europa que hasta poco tiempo antes eran
pacíficos, tranquilos y relajados en materia de práctica religiosa.
[5] Tal era la opinión de Emmanuel Todd expuesta en
varias obras, concretamente en Le destin des immigrés, Seuil, París,
1982 o en Allah n’y est pour rien!, Le Publieur, París 2011.
ANÁLISIS.
EL GRAN REEMPLAZO (I)
ANÁLISIS.
EL GRAN REEMPLAZO (II)
ANÁLISIS.
EL GRAN REEMPLAZO (III)