La última ofensiva woke no ha salido como esperaban sus
promotores. Los JJOO “más inclusivos de la historia”, se han convertido en un
espectáculo que ha recogido críticas casi unánimes, silencios elocuentes y dado
alas a interpretaciones conspiranoicas. Lo que está claro es que, el “olimpismo”
debería redefinirse, porque, en su concepción actual -y no solamente en la
ceremonia de inauguración- ya no queda nada del “espíritu olímpico” tal como lo
definió el barón Pierre de Coubertin y es justo contrario, casi una inversión satánica,
de lo que fueron los Juegos Olímpicos en el mundo clásico.
FRANCIA: LA PEOR OPCIÓN PARA CELEBRAR UNAS OLIMPIADAS
Contrariamente a la “versión oficial” y a las opiniones de los “especialistas”,
lo cierto es que, desde el principio -y especialmente desde los incidentes
que se produjeron en la final de la Champions en París en 2022- el gran riesgo
de estos juegos -y lo que los hacía desaconsejable- era el deterioro del orden
público y de la seguridad ciudadana en París y, especialmente, el descontrol
que existe en la “banlieu”, especialmente porque, parte de las pruebas atléticas
y de natación tendrán lugar en el conflictivo barrio de Saint-Denis, las de
vela en Marsella y parte de las de fútbol en esta misma ciudad y en Toulouse,
zonas o bien con mayoría de población de origen no europeo o bien con barrios
convertidos en guetos de inmigración. En estos barrios, en cualquier momento,
el más mínimo incidente, puede provocar una nueva “intifada”.
A decir verdad, si la seguridad en estos JJOO y, especialmente en
la ceremonia inaugural, ha movilizado a casi 60.000 miembros de cuerpos y
fuerzas policías y militares, no es sólo -en grandísima medida- para
imposibilitar atentados terroristas similares a los que ocurrieron en Francia
en 2015, el 7 de enero, en la revista de humor Charlie-Hebdo (12 muertos
y 11 heridos) y el 13 de noviembre de 2015 (130 civiles muertos y 415 heridos, en
la sala Bataclán y en otros lugares de París), sino para desincentivar la
actuación de bandas étnicas. No es que el terrorismo yihadista haya sido superado,
sino que se ha replegado después de que el ISIL fuera, literalmente masacrado
en Siria. Los incidentes de la Champions demostraron que las
bandas étnicas con base en las “zonas liberadas” de los suburbios,
aprovechaban cualquier evento internacional para expoliar a hinchas despistados
al acercarse a “zonas conflictivas” (en la jerga oficial “zonas particularmente
sensibles” y en la jerga más popular “zonas sin ley” (zonas de non-droit).
Amplísimas zonas de Saint-Denis, Marsella, Toulouse, coinciden con estos
barrios conflictivos en los que la República Francesa, en la práctica, ha
dejado de existir.
Por otra parte, desde que se nombró a París “sede olímpica” en
2014, las cosas han empeorado mucho en Francia. Las bandas étnicas han ampliado
sus territorios, su armamento e, incluso, su impunidad. Solamente entre el 27
de junio y el 5 de julio de 2023 un total de 2.508 edificios y 12.031 vehículos
fueron incendiados en territorio francés por la muerte de un menor de origen
magrebí que huía de la policía. Desde 2005 estos incidentes son frecuentes
y la quema de vehículos se ha convertido en una tradición cotidiana regularmente
practicada por miembros de las bandas étnicas de origen africano.
Todo esto impedía pensar que Francia sería la “mejor opción” para
celebrar unas olimpiadas.
¿POR QUÉ SE ELIGIÓ PARÍS COMO SEDE OLÍMPICA?
La prensa publicó que “los parisinos” se sintieron “muy honrados”
por albergar los JJOO 2024. Era la tercera ocasión en el que este evento se
llevaba a París… pero en circunstancias muy diferentes a las anteriores: en
1900, París era una ciudad burguesa con un alto nivel de desarrollo, mientras
que en 1924 existía euforia por la victoria en la Primera Guerra Mundial y una no
había nubarrones en el horizonte. En esta ocasión, los parisinos, han preferido
ausentarse de sus viviendas habituales, coger vacaciones anticipadas, salir de
viaje antes de afrontar los problemas que plantea el evento.
El parisino -como el ciudadano de cualquier otra ciudad “olímpica”-
no ha entendido todavía que ya no es el protagonista, ni siquiera el
beneficiario del evento, sino el sujeto pasivo que lo sufre. No estamos en los JJOO de Barcelona-92 en los que la ciudad
experimentó un “tirón”, urbanizándose zonas, hasta entonces industriales. Y es
que en estos últimos 30 años muchas cosas han cambiado en la forma de
elección de las ciudades olímpicas.
Cuando Madrid intentó ser sede olímpica para los JJOO de 2012,
2016 y 2020, ya se advirtieron “sombras de corrupción” en la actuación del
Comité Olímpico Internacional: por encima de las condiciones objetivas
adecuadas para celebrar los juegos, lo que contaba era que los miembros del
COI se sintieran “agradecidos” con la ciudad. Les parecía justo que, si
el COI daba a tal ciudad la posibilidad de obtener una promoción internacional
gracias a los JJOO, esta ciudad devolviera el favor anticipadamente a los miembros
del COI de manera contante y sonante. París y Los Ángeles, ciudades mucho
más “mundanas” y próximas a estas prácticas oportunistas y -digámoslo
claramente- corruptas, lo entendieron mucho mejor que Madrid.
No puede extrañarnos e, incluso, pensar lo contrario sería un
absurdo: en un momento en el que el lucro es el principal motor de la
historia, resulta imposible pensar que los miembros del COI no se guían por el
mismo principio. El problema es que París y los parisinos, no son los
beneficiarios, sino los miembros del COI. A esto se le llama “nuevo modelo de
negocio”.
Pongamos un ejemplo. Ryan Air ofrece vuelos baratos. El
pasajero que los adquiere piensa que el “producto” que compra es el “viaje en avión”.
Se equivoca: el producto es él. En efecto, Ryan Air ha pactado
con el ayuntamiento de tal o cual ciudad que le llevará cada año “X” millones
de viajeros y a cambio exige “Y” millones para derivar ese “producto” (el
viajero) a esta ciudad y no a la otra: él, el pasajero, es la mercancía. Así
mismo, el COI propone unas “olimpiadas” al mejor postor: poco importa dónde se
celebren, si existen o no condiciones óptimas. La ciudad que accede a pagar
a los miembros del COI las cantidades y las prebendas más sustanciosas, recibe como
un honor el ser nombrada “sede olímpica” en la que se consumirá como producto
el deporte y el olimpismo, pero en realidad, el “producto” es la propia
ciudad, los propios ciudadanos que pagan al COI para promover el verdadero
producto: la ciudad como destino turístico futuro. Vale la pena no
olvidarse que Barcelona, descolló como “sede turística” a partir del campeonato
mundial de fútbol de 1982 o que fueron las olimpiadas del 92, las que
constituyeron el impulso turístico definitivo (del que ahora una gran parte de
los barceloneses se arrepiente, reniega o es consciente de que ha
alterado completamente la ciudad y la vida ciudadana). París quería seguir
siendo la ciudad más visitada del mundo y, para ello, precisaba pagarlo al “proveedor”:
el COI.
¿Y DÓNDE QUEDA EL OLIMPISMO?
Para entender lo que fue el olimpismo en el mundo clásico vale la
pena leer el
capítulo de Rivolta contro il mondo moderno de Julius Evola, titulado “Juegos
y victoria”. Ahí está todo lo que vale la pena saber sobre el olimpismo
clásico y sobre los antiguos juegos olímpicos y ahí remitimos. Tras la lectura
de este texto, parece bastante claro que, cuando Pierre de Coubertin fundó
el “movimiento olímpico moderno”, tenía una concepción de este “sana”, “bienintencionada”
y “positiva”, pero que tenía mucho más que ver con el idealismo burgués ingenuo
y angelical, mucho más que con el concepto clásico del deporte y de las
Olimpiadas.
En el fondo, Coubertin no era nada más que otro burgués “ilustrado”
(de ascendencia aristocrática y de fe monárquica legitimista), una mentalidad
propia del siglo XIX que creía que había que hacer todo lo posible para
favorecer la armonía entre las naciones y la unificación mundial (en su caso a
través del deporte) y que esto llevaría a un futuro mundo unido con un solo
gobierno mundial, una sola religión mundial, una sola raza mundial, una sola
economía mundial… Y puso su granito de arena. De aquello tampoco queda mucho. Aquellos
ideales “unificadores”, se han ido apagando, demostrando su inviabilidad, rompiéndose
en mil pedazos o embarrancando de manera miserable. El olimpismo ha
sobrevivido por los beneficios económicos que reporta a sus promotores.
Con el paso del tiempo, los “valores” enunciados por Pierre de
Coubertin, se han ido “adaptando” a las exigencias de los gestores de la
modernidad. Al lema “citius, altius, fortius” se le ha unido el “Communiter”:
“Más rápido, más alto, más fuerte – Juntos”… Añadido impuesto por la
lógica del nuevo trilema de la modernidad de la que los JJOO 2024 han asumido: “Libertad,
inclusión, diversidad”.
Si se lee el capítulo de Julius Evola que hemos recomendado, se
percibirá que, en una primera fase, la que corresponde a Coubertin, los Juego
Olímpicos se reducen a una competición internacional, similar a una competición
de canicas solo que a una escala mayor. Nada que ver con lo sagrado, nada
que ver con ritos propiciatorios, nada que ver con atletas que vencen porque
una fuerza superior a ellos los ha dado la victoria. Coubertin no ha hecho nada
más que “laicizar” el deporte, en aquel momento en vías de convertirse en
espectáculo de masas y para masas. Y lo hace con su carácter aristocrático:
saludo olímpico brazo en alto, desfile de los atletas en la ceremonia
inaugural, queda el amateurismo en aquel primer momento, la renuncia a hacer
del deporte un modus vivendi, etc. La ceremonia olímpica se va perfilando
con el paso de los años y llega a su culminación en las Olimpiadas de Berlín en
el verano de 1936. Tras la guerra, varias cosas irán cambiando con el paso
de las décadas. El deporte, lejos de unir, es un elemento más de confrontación
entre naciones y bloques. Poco a poco, incluso la ceremonia olímpica se va
convirtiendo cada vez más en un espectáculo concebido para ser emitido por televisión,
mucho más que para ser visto en directo por unos cuantos miles de espectadores.
Y, naturalmente, va asumiendo los rasgos impuestos por las organizaciones
mundialistas creadas a partir de 1945: ONU y, posteriormente, UNESCO. Sigue
la retórica “olimpista”, pero cada vez más alejada de las concepciones del
barón Coubertin. La ruptura final se produce en los JJOO de París 2024. Todo
salta por los aires, incluso los últimos restos de la ceremonia y todo se
convierte en un símbolo de la “nueva era”: el mundo perfilado por la Agenda
2030.
Si podemos definir de alguna manera los JJOO de París es llamándolos,
no “Juegos Olímpicos”, sino “los Juegos de la Agenda 2030”. Sería imposible descubrir en ellos algo del “espíritu originario”
al que aspiraba Pierre de Coubertin.
LOS SIMBOLOS Y LAS REALIDADES
En el mundo clásico todos los símbolos de los Juegos Olímpicos
tenían significados e intenciones precisas que suponían la presencia de las
fuerzas inmateriales que afectaban al destino de los hombres (ver el texto de
Evola antes citado). En estos JJOO de París el simbolismo no ha faltado,
pero no solamente se trata de unos símbolos “materializados”, sino que, además,
representan la inversión completa, total y absoluta de los simbolismos originarios
del mundo clásico.
Pasemos una revista no exhaustiva. La fealdad, es el primero que
se nos viene a la cabeza. Ha estado presente en la inauguración en muchos
momentos. La belleza o la fealdad es algo subjetivo solamente para quien ignore
todo sobre la cultura europea. En Europa ha existido siempre un canon para
expresar la proximidad o el alejamiento de la belleza: la “divina proporción”,
el “número áureo”, el límite de la serie de Fibonacci, que está presente en la
estatuaria clásica, en la pintura, en la naturaleza e, incluso, en los rostros y
en las proporciones de cuerpos “bellos”. Lo que hemos visto en la inauguración era,
no una exaltación de la belleza, sino un canto a la “fealdad”. En cada parte
de la ceremonia, la “fealdad” era algo recurrente y cada vez más ofensivo,
hasta cristalizar en toda su brutalidad en la ya famosa y denostada caricatura
grosera de la “última cena”.
La gordura no es algo que merezca ser exaltado: una mala dieta, un
régimen desordenado lleva a la obesidad… esto ya indica una falta de control de
la persona sobre sus propios instintos, algo poco recomendable. Menos
recomendable aún es alardear de algo que, lejos de ser un “orgullo” es algo que
acorta la vida, genera enfermedades y riesgos cardiovasculares. No se trata
de “condenar” la obesidad, sino de evitarla. No se trata de transformarla en
reclamo publicitario a imitar y mucho menos en unos juegos olímpicos, sino de aprovechar
un evento mundial para educar a la población en una sana alimentación. Esto
no solo no se ha hecho, sino que se ha hecho todo lo contrario: justo lo
opuesto, la inversión, de lo que a todas luces es correcto. Y esto, además, en
un marco deliberadamente ofensivo para las creencias religiosas tradicionales.
Nadie medianamente formado se le ocurrió llamar “gorda” a Montserrat
Caballé cuanto cantó, junto a Freddy Mercury, en las Olimpiadas de
Barcelona-92. Y es que, ambos, además de la obesidad de una y de la
homosexualidad del otro, eran grandes voces. Aportaban algo a la ceremonia
olímpica que no era solo su aspecto físico o sus tendencias sexuales. En el
acto inaugural lo que hemos visto ha sido todo lo contrario: un cuerpo
pesado, obeso, sin nada más de lo que estar orgulloso. De hecho, lo mismo
ha ocurrido con la sobredosis de homosexualidad y, sobre todo, travestismo con
que han “adornado” la ceremonia. En 1992, nadie se le ocurrió criticar a
Mercury por su homosexualidad. Sabíamos que, tanto él como otros cantantes de
la época lo eran, pero nada impedía admirar su arte. Ahora, en cambio, especialmente
a partir del milenio, sufrimos la sobrecarga, primer de “días del orgullo
gay”, luego se “semanas”, ahora de “meses” y algunos nos sentimos saturados de todo
esto: especialmente, porque estar “orgulloso” de la forma de sexualizarse es
una forma bastante baja de lo que sentirse “orgullo”. Gentes que en
absoluto, sin compartirlo, no eran hostiles a la homosexualidad en 1992,
deploran, rechazan y vomitan ante las nuevas formas de sexualidad freaky, manifiestamente
enfermizas y carne de psiquiátrico.
Y en estas últimas olimpiadas hemos visto, también como símbolo,
cómo la antorcha olímpica llegaba a París siendo recibida, no como era
tradición, por un hombre y una mujer, sino por dos hombres, uno de ellos, vestido
de mujer… Espanto y rechinar de dientes de las feministas que, cada vez se sienten
más alejadas de lo que representa el “complejo LGTBIQ+”. Ni siquiera los “estudios
de género” han conseguido explicar los motivos por los que se sobrepromociona a
los drags queens, e incluso se les lleva a parvularios para “ilustrar” a los
niños.
De hecho, el color rosa ha sido el de esta ceremonia inaugural y
no la bandera tricolor del país anfitrión. Rosa
fue el color que marcó toda la coreografía de “Lady Gaga”, rosa fue el color
dominante en el triste cancán descafeinado que se bailó ante los
muelles del Sena. El dionisismo exasperado y salvaje que estaba presente en el Moulin
Rouge, se transformó en la ceremonia olímpica en un tranquillo y relajado
ejercicio de levantar una pierna y luego la otra por parte de bailarines de
ambos sexos.
En cuanto a las estatuas de mujeres que se elevaban, vale la
pena recordar que buena parte de ellas eran alcanzaron fama enarbolando la
causa del aborto (Simone Veil, Gisèle Halimi). Simone de Beauvoir, iniciadora
de los “estudios de género” y, por cierto, con varias denuncias por haber
abusado de sus alumnas). Louise Michel, anarquista de la Comuna. Alice Milliat,
deportista francesa que se enfrentó a Coubertin impulsando los Juegos Olímpicos
Femeninos. Llama la atención la inclusión de Paulette Nardal, activista
cultural negra. Entre los personajes “históricos”, los organizadores eligieron
a Christine de Pizan, una autora del siglo XV, poco brillante y prácticamente
olvidada (evitando citar a Leonor de Aquitania, infinitamente más brillante,
importante y “feminista” que ella, o a Juana de Arco, demasiado vinculado al
pasado tradicional de Francia) y Olimpia de Gouges, autora de una Declaración
de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana durante la revolución francesa y
activista antiesclavitud, vinculada a la masonería y guillotinada durante “el
Terror”. Se nos ocurren decenas de mujeres franceses, infinitamente mas
conocidas y con papeles históricos muchos más relevantes, incluso en el tema de
los derechos de la mujer, que esta selección de personas, la mayoría
completamente desconocidas, incluso para el francés medio.
Pero quizás, uno de los aspectos más desagradables de la
ceremonia fue la imagen de María Antonieta guillotinada, interpretada, por
supuesto, por un travestido, dentro de una sinfonía rosada. Un verdadero
recordatorio banalizado de lo que fue en realidad la revolución francesa: una
masacre.
Quien ha querido ver en el becerro de oro y en los caballos del
Apocalipsis, la inclusión deliberada de símbolos apocalípticos y
anticristianos, una forma de satanismo banalizado, está en su derecho a tenor
del contenido global de la ceremonia.
¿Se salva algo? En una ceremonia concebida “para todos los
públicos”, era inevitable que existieran excepciones. Una de ellas fue el
pianista Alexander Kantorow y los “Juegos de agua” de Ravel. La otra,
naturalmente, fue el broche final de Céline Dion cantante a Edith Piaf y, no se
olvide, de los Minions
en París. Salvo esto, hay que agradecer
al dios de la lluvia que impidiera la escenificación de algunos otros números
que se suspendieron por la imposibilidad que suponía hacerlos sobre un terreno
húmedo.
PARÍS 2024: ENTRE LA DHIMMITUD Y EL WOKISMO
Llama la atención la escasa presencia del segundo grupo étnico residente
hoy en Francia: la población magrebí. Francia
sabe que aludir a este grupo “sale caso”, sea lo que sea lo que se diga, es
peligroso. Si no es elogioso, puede estallar otra revuelta o pueden repuntar
los incendios cotidianos de vehículos. Si es elogioso, una parte cada vez mayor
de Francia puede protestar o ironizar (el Ressemblament National está hoy
apoyado por más de 11.000.000 de votos, siendo el primer partido en número de
apoyos, con 3.000.000 más que el “Nuevo Frente Popular”). Así que, mejor
dejarlos en sus banlieus, rezando para que, como ocurrió en el partido
de fútbol Argentina-Marruecos, no interrumpan el terreno de juego (lo hicieron
en 10 ocasiones) o incluso en las calles de París exaltados por una victoria o
una derrota.
Esta “ausencia” magrebí confirma la dirección que apuntábamos en
nuestro análisis
de las pasadas elecciones francesas: los tres partidos que ocuparon las
tres primeras posiciones representaban las tres voluntades del electorado
francés: el Nuevo Frente Popular, es el voto del electorado magrebí que quiere
la islamización de Francia, sin términos medios, instaurar la sharia y la dhimitud
(la sumisión de los no musulmanes). Apoyados por cada vez menos intelectuales incapaces
de renunciar o reconducir su “antifascismo”, son hoy, el primer partido en número
de escaños. La segunda fracción, son los “macronistas”, los que son conscientes
de los cambios que se avecinan a la vuelta de 10 años, y aceptan su dhimitud.
Ante la perspectiva de una guerra civil en la que se arriesgan a perderlo todo,
incluida la vida, y la sumisión al islam, optan por esto último. Segundo
partido en número de escaños. Finalmente, el tercer partido es el de aquellos
que, cueste lo que cueste se oponen a la islamización de Francia y son
conscientes de que hay que parar los pies aquellos que decían “huir de la
guerra” para obtener el estatuto de “refugiados” y, en realidad, están trayendo
la guerra a Europa. Tercer partido en número de escaños, pero no nos olvidemos,
el primero en número de votos y, con mucho.
El presidente Macron, a través de los emisarios del Eliseo, ha
debido recomendar a los organizadores del París 2024 que evitaran referencias magrebíes
y musulmanas que pudieran radicalizar los ánimos. Es público y notorio que
el islam condena y es extremadamente riguroso con el travestismo, el
transexualismo, la homosexualidad y los estudios de género. Así pues, había que
evitar unir este complejo promovido a dogma por la Agenda 2030, a la religión
islámica: que los musulmanes de Francia pensaran “qué degenerados son estos
franceses” (como, de hecho, han pensado). Pero a los organizadores -en su
desconocimiento de lo que es el islam- han olvidado que también ellos se han
sentido ofendidos por la versión insultante de la “última cena”: en efecto, los
“progres” ignoran con demasiada frecuencia que el Islam es uno de los “pueblos
del Libro” (la Biblia) y que, para ellos, la figura de Jesucristo, no es la del
Mesías, pero si la de un Profeta. Y esto explica, porque los gobiernos de
Argelia y Marruecos, entre otros, han protestado por la presencia sacrílega de
la escena.
A pesar del cuidado con que los organizadores han tratado el tema
feminista (ver lo ya dicho sobre las estatuas emergentes), lo cierto es que el
feminismo tradicional -en general, incluso el más radicalizado- no ha tragado
con la exaltación del travestismo, los drags-queens y del transexualismo. Por
otra parte, a pesar del cerco de silencio y del boicot de las agencias
informativas, lo cierto es que, en Francia, está muy claro que los “violadores”,
los “agresores” y las “manadas”, no están compuestas por galos, ni por francos.
El secreto a voces hace que las feministas cada vez estén más enfrentadas a la
inmigración musulmana, de la misma forma que ésta ve en los colectivos LGTBIQ+
y en las propias feministas, muestras de la “degeneración europea”.
Francia -y, en particular Macron y los organizadores de las
olimpiadas- que nunca “llueve a gusto de todos” y que, si este evento debía
servir para aplacar los ánimos a la sombra del nuevo lema olímpico “citius, Altius,
fortius - Communiter”, por el momento, está sirviendo para todo lo
contrario. Macron y los macronistas, los que ya se han resignado a su “dhimitud”
futura, no esperaban esta acumulación de problemas, tendencias opuestas y
conflictos latentes.
EL WOKISMO COMO DESTINO
Las imágenes finales de la ceremonia olímpica son elocuentes por
sí mismas. Primera. Un anciano decrépito, en silla de ruegas, que en otro
tiempo fue alguien, un atleta condecorado, recibe la llama olímpica y la
entrega a dos atletas, hombre y mujer, jóvenes y fuertes, negros. Estos
encienden un pebetero con un fuego falso que se eleva… Segunda. En lo alto
de un edificio se canta La Marsellesa, pero quien la canta no es la Marianne
tradicional exaltada en la iconografía revolucionaria, sino una mujer negra.
Tercera. Una mujer con aspecto de ser una de las muchas que pueden
encontrarse en el viejo Pigalle o en la rue Saint-Denis, se trata de “Aya
Nakamura”, nacida en Malí y francesa desde 2021, es, naturalmente, negra, como
la mayor parte de las bailarinas que le siguen. Su aspecto, sus formas y maneras,
su cantar es grosero, olvidable, del montón, ¡pero es “popular”! y, por eso se
le ha incluido en la ceremonia de apertura (como si el hecho de ser “popular” implicara
“calidad”: los McDonals lo son, pero no puede decirse que su calidad
justifique ni uno, ni cinco tenedores…), pero baila al son de una música de
banda militar en perfecta formación… ¿Se puede abofetear con más saña al ejército
francés? Podríamos seguir. Los ejemplos no faltan: la presencia de personas
de origen subsahariano ha sido masiva en la ceremonia inaugural. Es el tributo
al wokismo que embarga a la progresía europea.
¿Porqué “magrebíes no” y “subsaharianos si”? Es una pregunta pertinente que pocos se han formulado. Caben
varias respuestas y no estamos muy seguros de cuál pueda ser la correcta. La
primera de todas, es que el Comité Olímpico Francés ha rendido tributo al
wokismo. Es la moda, el signo de los tiempos: ya que los negros viven en Europa
que se enorgullezcan de algo. Es comprensible, podemos pensar en lo que siente
un niño negro en cualquier escuela europea cuando se estudia física, química,
filosofía, ciencias naturales, literatura, y no aparece ni un solo negro. O en
historia y descubre que la de África empieza realmente solo con la
colonización. O que desde que se ha producido la descolonización, África no ha
levantado cabeza. Todos tenemos derechos a sentirnos “orgullosos”, así que los
organizadores habrían decidido otorgar un desmesurado protagonismo a los
subsaharianos para compensar sus debilidades en otros terrenos. Wokismo puro.
Otra interpretación: algunos franceses -Macron entre ellos- están
asustados. La islamización de Francia es imparable y deriva hacia la guerra
civil étnica, religiosa y social prácticamente inevitable. ¿Qué ocurre si se
rompe el “frente de las banlieus”? No es una mala estrategia ¿Qué ocurre si se
rompe la alianza tácita que existe entre bandas étnicas africanas y bandas
étnicas magrebíes y árabes? ¿retrasaría esta situación la perspectiva de una
guerra civil? La idea, según esta interpretación, sería debilitar al adversario
y lograr que, al menos, una fracción hiciera causa común con el macronismo: ¿la
negritud?
Y, una interpretación final: a lo mejor las cosas son mucho más
simples y el coreógrafo que ideó la ceremonia, simplemente, “le gusta lo negro”,
carece de identidad propia, entre un negro y un magrebí, se queda con el
primero al que considera más infantil, más ingenuo, más amistoso, incluso, más
manipulable…
Ya hemos dicho que el “progre” lo ignora casi todo del Islam y de
lo que puede suponer un sistema religioso para un pueblo. Si bien es cierto que
el islam practica hacia la negritud un desprecio que va más allá del racismo
convencional, también es cierto que el islam se está expandiendo por África y
que buena parte de los inmigrantes negros que llegan a Europa son musulmanes.
ALGUNA CONCLUSIÓN
Cuando el judoka español, Fran Garrigós obtuvo la primera medalla
de bronce para España, el japonés al que acababa de vencer, le negó el saludo.
Y en redes sociales se multiplicaron las amenazas contra él: “Por
aquí [Japón] no vuelvas”. Si queríamos alguna muestra de que el “espíritu
olímpico” se había evaporado -o había resultado asesinado- esta es
suficientemente significativa.
Desde unos días antes, incluso, se habían multiplicado incidentes
(robos a la delegación argentina y australiana). El sabotaje a los trenes que
llegaban a París el mismo día de la inauguración, el apagón simbólico de París,
salvo el Sacré Coeur, las quejas de los atletas por el régimen de alimentación
ofrecido por la organización (en un 30% vegano, con limitaciones de consumo de
huevos), el malestar del público por los controles continuos policiales y por
los precios de los alimentos y los hoteles, las perspectivas de que, a pesar del
control policiaco-militar puedan producirse incidentes parecidos a los de la
Champions de 2022, las protestas por los contenidos de la ceremonia inaugural
que han obligado al COI a “disculparse”, etc, etc, etc, permiten pensar que estos
JJOO se recordarán, no como “los más inclusivos” de la historia, sino como los
más conflictivos y los menos “olímpicos”.
Habrá que esperar otros cuatro años, para confirmar o desmentir
que la lección de París 2024 ha servido para algo y para rectificar o para ir
aún más lejos en esta vía. En buena medida todo va a depender de quién venza en
las elecciones norteamericanas de noviembre. Por el momento, la ceremonia de
inauguración ha sido una muestra de la crisis y del callejón sin salida en el
que se encuentra buena parte de Europa Occidental: dhimitud, conversión al
islam o revuelta identitaria en defensa de la libertad de Europa. Tales son
las alternativas, sin tapujos.