Los incidentes que se están desarrollando en París en estos días,
protagonizados por lo que allí llaman “la racaille” (equivalente a “la
escoria”), dicen que han sido provocados por la muerte de un menor que trató de
huir de la policía. No es cierto, como tampoco es cierto que los incidentes muy
similares que tuvieron lugar durante la final de la Champions hace algo más de
un año fueran “espontáneos”. De hecho, desde la intifada de 2005, que se
prolongó durante más de un mes, tampoco hubo nada imprevisto: todo esto -y lo
que seguirá- es el resultado de haber admitido, en Francia desde los años 70, a
flujos masivos de inmigración descontrolada. Aquellas aguas, trajeron
inevitablemente, estos lodos. El problema no es hasta cuándo se prolongarán
estos incidentes -es verano y la sangre está más caliente que en otras épocas
del año- sino lo que ocurrirá el año que viene por estas fechas, cuando la
irresponsabilidad y las mordidas de las que se hizo acreedor el Comité Olímpico
Internacional situaran en París las próximas olimpiadas. Hará falta situar un
blindado en cada esquina y unidades de paracaidistas en los terrados con orden
de disparar a matar, para mantener el orden ¿Apostamos? Si Macron sobrevive a
la que se avecina, puede decirse que está tocado con la gracia celestial…
EL PARÍS QUE CONOCÍ
En 1980 yo era de los que pensaba que París era la mejor ciudad
del mundo. Mientras estuve allí, viví en varios barrios. Por supuesto, la
pequeña habitación en la isla de Sant Louis desde cuyo ventanuco se podía ver
el ábside de Notre Dame, era mi lugar favorito. Como también el apartamento en
la Avenue Versailles, esquina Exelmans. O la Montaigne de Sainte Genevieve y la
place de la Contrescarpe en el Latino. Y, cómo no, la rue Gay-Lussac. En
aquellos años, ya había “barrios peligrosos”. Ir, por ejemplo, por Stalingrad,
prolongación de la zona golfa de Pigalle, era lo más parecido a sumergirse en la
qashba de Argel. Los macarras, los burdeles y las putas de la rue
Saint-Denis también eran como para no tomárselos a broma. Y, en la zona en
donde estuvo la sede de Ordre Nouveau, en la rue des Lombards, no muy lejos de
les Halles, también había que ir con tiento. Zonas, como Place d’Italie,
estaban tomadas por los “amarillos”. Me di cuenta cuando me dieron las llaves
de un apartamento situado en un rascacielos frente a la universidad de Tolbiac
y, esperando el ascensor, todos los que me rodeaban eran orientales. En la prisión
de La Santé, todo estaba rigurosamente distribuidos: los subsaharianos en unos
módulos, los argelinos en otros, los europeos en los que quedaban. Ni siquiera
los argelinos querían estar con los argelinos.
Buscado en España, tras una manifestación contra el local
barcelonés de la UCD, en el que se produjeron algunos incidentes leves, tuve
que refugiarme en Francia una temporada. Casi agradecí tener que irme: era la
posibilidad de vivir “la aventura”. Y la experimenté hasta las heces. Nada más
llegar a París, A. Robert, antiguo Secretario General de Ordre Nouveau me dio
las llaves de un apartamento en Courveneuve. En plena banlieu, no lejos de
Saint-Denis, población de donde había sido alcalde Jacques Doriot. Allí vivía
ya una amplia comunidad argelina y subsahariana. Demasiado para mi gusto, pero
el ambiente que se vivía era relajado, tranquilo, pacífico, en una palabra.
EL PARÍS QUE VÍ CAER
A lo largo de los veinte años siguiente volví una y otra vez a París,
visité los barrios nuevos que se habían ido construyendo durante el período de
Mitterand. Lamenté que la masificación turística hubiera erosionado aquella
capital. La última vez que volví fue en 2000 cuando se celebró el congreso del
Front National, tras la escisión de los “megretistas”; tres años después Jean
Marie Le Pen llegaría a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Era
normal: lo que media entre 1980 y 2000, lo que vi directamente, fue la caída en
picado de una ciudad. El abandono, la delincuencia, la masificación, la locura,
parecían haberse apoderado de París. Recuerdo que, dando una vuelta a primera
hora, por Saint Michel vi a un colegio de primaria dirigirse hacia Notre-Dame:
de los 30-35 niños, apenas dos, quizás tres como máximo, eran de origen
europeo. Aquello era inviable. No he querido volver nunca más a París. Ya he
reconocido que lloré cuando vi como las llamas se apoderaban de Notre-Dame.
En 1970, en Toulouse ya me había perdido por algún barrio
completamente islamizado y luego, en Perpignan, en el barrio de Saint-Jacques, vi
como los argelinos disputaban a los gitanos el control de las calles. Y llegó
la intifada de 2005 en París. Recuerdo lo que escribió nuestro llorado
Guillaume Faye: “son los primeros chispazos de una guerra civil que será
a la vez racial y social”. Tenía razón.
En los veinte años que siguieron se ha convertido en una tradición
el incendio nocturno de vehículos: hoy, que ardan 40 en una sola noche es lo
más normal y algo que no altera a casi nadie. Como el que sean entre 200 y 400
los que arden en fin de año. Normal. ¿Quién los incendia? Obviamente, “la
racaille”. Y es evidente que, amordazados por la corrección política, por el
arsenal legislativo emanado desde los ministerios de la verdad, nadie pueda
decir en voz alta, bien alta, clara y nítida, de dónde ha salido esa “racaille”,
quién la forma y a que grupos étnicos-sociales pertenecen.
“SER FRANCES” Y “HABER NACIDO EN FRANCIA”, NO SON LO MISMO
Es algo parecido a lo que ocurre en España con la violencia de
género: el mal en ascenso, no puede atajarse porque existe una negativa
deliberada a certificar qué grupos étnico sociales protagonizan esa violencia. No
vale decir -ni en Francia, ni en España- que los incidentes estén
protagonizados “por españoles, nacidos en España”. Para ser “español” hace
falta estar integrado en la sociedad española, de la misma forma que para poder
ser considerado “francés” hace falta algo más que tener pasaporte francés.
Y los “papeles” europeos se han repartido con una alegría
irresponsable a personas que, en muchos casos, ni siquiera hablaban nuestras
lenguas romances o germánicas, ni siquiera tenían la más mínima intención de
integrarse, ni creían tener ninguna obligación con los Estados europeos, más
que el de darles un número de cuenta corriente para que les ingresaran los
subsidios y las subvenciones.
Miente -o, lo que es casi peor, se equivoca en su idealismo cándido-
quien diga que la inmigración masiva ha “enriquecido” a Europa. Mirad las
calles de París y lo comprobaréis.
PREPARAD EL FUNERAL POR LAS PRÓXIMAS OLIMPIADAS
En julio de 2024 deberían celebrarse los XXXIII Juegos Olímpicos
en París. No sé que va a ser peor: que se celebren (veremos los incidentes de
la Champions reproducidos durante quinces días y con un mayor nivel de
violencia y agresividad) o que no se celebren (reconociendo implícitamente que
las sociedades multiétnicas son inviables). Lo que si sé es que Macron puede
encomendarse a sus hados porque la va a resultar muy difícil demostrar en las
siguientes elecciones presidenciales, previstas para 2027, que conseguirá
mantener el orden en las calles. Por poco que Marina Le Pen haga, tiene
asegurado dormir en El Elíseo en el verano de ese año.
Lo que se está viviendo en París estos días -y lo que se va a
vivir en los próximos días- certifica que la policía francesa está inerme ante
la delincuencia: que puede dar el alto y ver como el delincuente huye -como en
el caso de Näel, el joven de 17 años, pequeño delincuente que circulaba sin
carné, con antecedentes y en un vehículo, del que las informaciones dicen que
era “muy potente”, pero que evitan aclarar si era suyo. La prensa progresista
tiende a “beatificar” a Näel, mientras que los sindicatos policiales lo han
descrito como un “matón de barrio” y a sus padres (la madre ha organizado las
movilizaciones) como “incapaces de educar a su hijo". Esa prensa ha
exaltado que se matriculase en el liceo Louis-Blériot en Suresnes, “donde
asistió a clase seis meses”, añadiendo poco después “antes de ausentarse el
resto del año escolar”. O que se lance un tupido velo sobre la propiedad del
vehículo (que desde luego no está al alcance de una familia de las banlieus).
ALGUNOS PUNTOS DIFÍCILMENTE REBATIBLES
La muerte de todo ser humano es una tragedia. Pierde todo lo que
tiene, incluso la posibilidad de rectificar errores pasados. Obviamente, se
trata de que muertes de este tipo no vuelvan a repetirse, pero si nos
limitáramos a afirmar esto, nos quedaríamos en el cómodo lecho recorrido por
los peces muertos que siguen la corriente. Hace falta añadir algo más y hacerlo
con todo el realismo de lo que seamos capaces:
1. Algo ha fallado en los últimos cuarenta años en Francia y en
toda Europa. En ningún lugar del continente se ha logrado “integrar” a la
inmigración masiva.
2. La ley es igual para todos, hay que cumplirla: si alguien es
parado por la policía, no hay excusa para no parar. Si no se para, si se
escapa, uno debe atenerse a las consecuencias. Kyllan Mbappé, queda disculpado -por
ser futbolista y no sociólogo o filósofo- al llamar al fallecido sin ironía “este
angelito”. Cuando declinen los incidentes conoceremos el historial del
fallecido y entenderemos mejor porqué huyó cuando le pidieron la documentación.
3. En una sociedad
castigada por la delincuencia étnica, como la francesa o la norteamericana, no
es raro que se los grupos que protagonizan mayoritariamente actos ilegales sean
sometidos a un control más habitual que otros grupos mayoritariamente
inofensivos. Raro sería que se pidiera la documentación a turistas suecos o
a japoneses que fotografían la arquitectura de Gaudí. Todos -salvo los que se
niegan a reconocerlo- intuyen que grupos albergan los mayores contingentes de
delincuencia.
4. Desposeer a la policía de autoridad para cumplir su misión supone
realizar un doble salto mortal sin red: si no hay más delincuencia es
porque, esencialmente, la policía cumple con las funciones que le son
asignadas. Persígase a los policías, sométaselos a sospechas y se retraerán de
sus funciones. Dado que el vacío no existe, la delincuencia aumentará.
5. La intuición de Faye a finales del siglo XX de que Europa
camina hacia una guerra civil étnica, religiosa y social, se ha cumplido.
No es una profecía: es una realidad. Reconocerla, equivale a reconocer el
fracaso de la reglamentación europea sobre inmigración y la ruina sin el más
mínimo resultado de las medidas de integración positiva y de subvenciones
entregadas.
6. Cuando se llega a la conclusión de que las políticas adoptadas
por derechas, por izquierdas, por instituciones nacionales e internacionales,
son erróneas, el sentido común exige cambiar en dirección opuesta. Creemos
que, en la actualidad, ya va a ser muy difícil no alcanzar el último grado de un
conflicto de esta naturaleza -la guerra civil-; lo que estamos viendo hoy son los
habituales choques entre vanguardias que preceden a las grandes batallas.
7. De las tres alternativas para la inmigración (asimilación,
integración, multiculturalidad) han fracasado las dos últimas (pensar que el
inmigrante podía integrarse en la sociedad de acogida recibiendo estímulos
económicos y culturales, y pensar que la convivencia entre culturas separadas
por brechas antropológicas es viable). Así que solamente queda la ASIMILACIÓN
que se resume en “integración o expulsión” y, poco importa lo que diga el DNI.
Ahora bien, para ello es preciso tener el valor de finir lo que es Europa, lo
que es la cultura europea, lo que es el modo de vida europeo y lo que son los
estándares europeos. Algo que la UE no ha estado en condiciones jamás de definir.
Para completar la lectura de este artículo ver:
10
VERDADES INCUESTIONABLES SOBRE LA INMIGRACIÓN MASIVA
UNA
NUEVA FASE DE LA INMIGRACIÓN MASIVA
NOTRE-DAME,
¿POR QUÉ CREO QUE FUE UN ATENTADO?
LAS
VIDAS DE LOS EUROPEOS IMPORTAN