viernes, 30 de junio de 2023

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: PARIS, ENSAYO GENERAL PARA LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE 2024

Los incidentes que se están desarrollando en París en estos días, protagonizados por lo que allí llaman “la racaille” (equivalente a “la escoria”), dicen que han sido provocados por la muerte de un menor que trató de huir de la policía. No es cierto, como tampoco es cierto que los incidentes muy similares que tuvieron lugar durante la final de la Champions hace algo más de un año fueran “espontáneos”. De hecho, desde la intifada de 2005, que se prolongó durante más de un mes, tampoco hubo nada imprevisto: todo esto -y lo que seguirá- es el resultado de haber admitido, en Francia desde los años 70, a flujos masivos de inmigración descontrolada. Aquellas aguas, trajeron inevitablemente, estos lodos. El problema no es hasta cuándo se prolongarán estos incidentes -es verano y la sangre está más caliente que en otras épocas del año- sino lo que ocurrirá el año que viene por estas fechas, cuando la irresponsabilidad y las mordidas de las que se hizo acreedor el Comité Olímpico Internacional situaran en París las próximas olimpiadas. Hará falta situar un blindado en cada esquina y unidades de paracaidistas en los terrados con orden de disparar a matar, para mantener el orden ¿Apostamos? Si Macron sobrevive a la que se avecina, puede decirse que está tocado con la gracia celestial…

EL PARÍS QUE CONOCÍ

En 1980 yo era de los que pensaba que París era la mejor ciudad del mundo. Mientras estuve allí, viví en varios barrios. Por supuesto, la pequeña habitación en la isla de Sant Louis desde cuyo ventanuco se podía ver el ábside de Notre Dame, era mi lugar favorito. Como también el apartamento en la Avenue Versailles, esquina Exelmans. O la Montaigne de Sainte Genevieve y la place de la Contrescarpe en el Latino. Y, cómo no, la rue Gay-Lussac. En aquellos años, ya había “barrios peligrosos”. Ir, por ejemplo, por Stalingrad, prolongación de la zona golfa de Pigalle, era lo más parecido a sumergirse en la qashba de Argel. Los macarras, los burdeles y las putas de la rue Saint-Denis también eran como para no tomárselos a broma. Y, en la zona en donde estuvo la sede de Ordre Nouveau, en la rue des Lombards, no muy lejos de les Halles, también había que ir con tiento. Zonas, como Place d’Italie, estaban tomadas por los “amarillos”. Me di cuenta cuando me dieron las llaves de un apartamento situado en un rascacielos frente a la universidad de Tolbiac y, esperando el ascensor, todos los que me rodeaban eran orientales. En la prisión de La Santé, todo estaba rigurosamente distribuidos: los subsaharianos en unos módulos, los argelinos en otros, los europeos en los que quedaban. Ni siquiera los argelinos querían estar con los argelinos.

Buscado en España, tras una manifestación contra el local barcelonés de la UCD, en el que se produjeron algunos incidentes leves, tuve que refugiarme en Francia una temporada. Casi agradecí tener que irme: era la posibilidad de vivir “la aventura”. Y la experimenté hasta las heces. Nada más llegar a París, A. Robert, antiguo Secretario General de Ordre Nouveau me dio las llaves de un apartamento en Courveneuve. En plena banlieu, no lejos de Saint-Denis, población de donde había sido alcalde Jacques Doriot. Allí vivía ya una amplia comunidad argelina y subsahariana. Demasiado para mi gusto, pero el ambiente que se vivía era relajado, tranquilo, pacífico, en una palabra.

EL PARÍS QUE VÍ CAER

A lo largo de los veinte años siguiente volví una y otra vez a París, visité los barrios nuevos que se habían ido construyendo durante el período de Mitterand. Lamenté que la masificación turística hubiera erosionado aquella capital. La última vez que volví fue en 2000 cuando se celebró el congreso del Front National, tras la escisión de los “megretistas”; tres años después Jean Marie Le Pen llegaría a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Era normal: lo que media entre 1980 y 2000, lo que vi directamente, fue la caída en picado de una ciudad. El abandono, la delincuencia, la masificación, la locura, parecían haberse apoderado de París. Recuerdo que, dando una vuelta a primera hora, por Saint Michel vi a un colegio de primaria dirigirse hacia Notre-Dame: de los 30-35 niños, apenas dos, quizás tres como máximo, eran de origen europeo. Aquello era inviable. No he querido volver nunca más a París. Ya he reconocido que lloré cuando vi como las llamas se apoderaban de Notre-Dame.

En 1970, en Toulouse ya me había perdido por algún barrio completamente islamizado y luego, en Perpignan, en el barrio de Saint-Jacques, vi como los argelinos disputaban a los gitanos el control de las calles. Y llegó la intifada de 2005 en París. Recuerdo lo que escribió nuestro llorado Guillaume Faye: “son los primeros chispazos de una guerra civil que será a la vez racial y social”. Tenía razón.

En los veinte años que siguieron se ha convertido en una tradición el incendio nocturno de vehículos: hoy, que ardan 40 en una sola noche es lo más normal y algo que no altera a casi nadie. Como el que sean entre 200 y 400 los que arden en fin de año. Normal. ¿Quién los incendia? Obviamente, “la racaille”. Y es evidente que, amordazados por la corrección política, por el arsenal legislativo emanado desde los ministerios de la verdad, nadie pueda decir en voz alta, bien alta, clara y nítida, de dónde ha salido esa “racaille”, quién la forma y a que grupos étnicos-sociales pertenecen.

“SER FRANCES” Y “HABER NACIDO EN FRANCIA”, NO SON LO MISMO

Es algo parecido a lo que ocurre en España con la violencia de género: el mal en ascenso, no puede atajarse porque existe una negativa deliberada a certificar qué grupos étnico sociales protagonizan esa violencia. No vale decir -ni en Francia, ni en España- que los incidentes estén protagonizados “por españoles, nacidos en España”. Para ser “español” hace falta estar integrado en la sociedad española, de la misma forma que para poder ser considerado “francés” hace falta algo más que tener pasaporte francés.

Y los “papeles” europeos se han repartido con una alegría irresponsable a personas que, en muchos casos, ni siquiera hablaban nuestras lenguas romances o germánicas, ni siquiera tenían la más mínima intención de integrarse, ni creían tener ninguna obligación con los Estados europeos, más que el de darles un número de cuenta corriente para que les ingresaran los subsidios y las subvenciones.

Miente -o, lo que es casi peor, se equivoca en su idealismo cándido- quien diga que la inmigración masiva ha “enriquecido” a Europa. Mirad las calles de París y lo comprobaréis.

PREPARAD EL FUNERAL POR LAS PRÓXIMAS OLIMPIADAS

En julio de 2024 deberían celebrarse los XXXIII Juegos Olímpicos en París. No sé que va a ser peor: que se celebren (veremos los incidentes de la Champions reproducidos durante quinces días y con un mayor nivel de violencia y agresividad) o que no se celebren (reconociendo implícitamente que las sociedades multiétnicas son inviables). Lo que si sé es que Macron puede encomendarse a sus hados porque la va a resultar muy difícil demostrar en las siguientes elecciones presidenciales, previstas para 2027, que conseguirá mantener el orden en las calles. Por poco que Marina Le Pen haga, tiene asegurado dormir en El Elíseo en el verano de ese año.

Lo que se está viviendo en París estos días -y lo que se va a vivir en los próximos días- certifica que la policía francesa está inerme ante la delincuencia: que puede dar el alto y ver como el delincuente huye -como en el caso de Näel, el joven de 17 años, pequeño delincuente que circulaba sin carné, con antecedentes y en un vehículo, del que las informaciones dicen que era “muy potente”, pero que evitan aclarar si era suyo. La prensa progresista tiende a “beatificar” a Näel, mientras que los sindicatos policiales lo han descrito como un “matón de barrio” y a sus padres (la madre ha organizado las movilizaciones) como “incapaces de educar a su hijo". Esa prensa ha exaltado que se matriculase en el liceo Louis-Blériot en Suresnes, “donde asistió a clase seis meses”, añadiendo poco después “antes de ausentarse el resto del año escolar”. O que se lance un tupido velo sobre la propiedad del vehículo (que desde luego no está al alcance de una familia de las banlieus).

ALGUNOS PUNTOS DIFÍCILMENTE REBATIBLES

La muerte de todo ser humano es una tragedia. Pierde todo lo que tiene, incluso la posibilidad de rectificar errores pasados. Obviamente, se trata de que muertes de este tipo no vuelvan a repetirse, pero si nos limitáramos a afirmar esto, nos quedaríamos en el cómodo lecho recorrido por los peces muertos que siguen la corriente. Hace falta añadir algo más y hacerlo con todo el realismo de lo que seamos capaces:

1. Algo ha fallado en los últimos cuarenta años en Francia y en toda Europa. En ningún lugar del continente se ha logrado “integrar” a la inmigración masiva.

2. La ley es igual para todos, hay que cumplirla: si alguien es parado por la policía, no hay excusa para no parar. Si no se para, si se escapa, uno debe atenerse a las consecuencias. Kyllan Mbappé, queda disculpado -por ser futbolista y no sociólogo o filósofo- al llamar al fallecido sin ironía “este angelito”. Cuando declinen los incidentes conoceremos el historial del fallecido y entenderemos mejor porqué huyó cuando le pidieron la documentación.

3.  En una sociedad castigada por la delincuencia étnica, como la francesa o la norteamericana, no es raro que se los grupos que protagonizan mayoritariamente actos ilegales sean sometidos a un control más habitual que otros grupos mayoritariamente inofensivos. Raro sería que se pidiera la documentación a turistas suecos o a japoneses que fotografían la arquitectura de Gaudí. Todos -salvo los que se niegan a reconocerlo- intuyen que grupos albergan los mayores contingentes de delincuencia.

4. Desposeer a la policía de autoridad para cumplir su misión supone realizar un doble salto mortal sin red: si no hay más delincuencia es porque, esencialmente, la policía cumple con las funciones que le son asignadas. Persígase a los policías, sométaselos a sospechas y se retraerán de sus funciones. Dado que el vacío no existe, la delincuencia aumentará.

5. La intuición de Faye a finales del siglo XX de que Europa camina hacia una guerra civil étnica, religiosa y social, se ha cumplido. No es una profecía: es una realidad. Reconocerla, equivale a reconocer el fracaso de la reglamentación europea sobre inmigración y la ruina sin el más mínimo resultado de las medidas de integración positiva y de subvenciones entregadas.

6. Cuando se llega a la conclusión de que las políticas adoptadas por derechas, por izquierdas, por instituciones nacionales e internacionales, son erróneas, el sentido común exige cambiar en dirección opuesta. Creemos que, en la actualidad, ya va a ser muy difícil no alcanzar el último grado de un conflicto de esta naturaleza -la guerra civil-; lo que estamos viendo hoy son los habituales choques entre vanguardias que preceden a las grandes batallas.

7. De las tres alternativas para la inmigración (asimilación, integración, multiculturalidad) han fracasado las dos últimas (pensar que el inmigrante podía integrarse en la sociedad de acogida recibiendo estímulos económicos y culturales, y pensar que la convivencia entre culturas separadas por brechas antropológicas es viable). Así que solamente queda la ASIMILACIÓN que se resume en “integración o expulsión” y, poco importa lo que diga el DNI. Ahora bien, para ello es preciso tener el valor de finir lo que es Europa, lo que es la cultura europea, lo que es el modo de vida europeo y lo que son los estándares europeos. Algo que la UE no ha estado en condiciones jamás de definir.

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