Esto es cuanto puede decirse de las concepciones estratégicas de
Ramiro Ledesma Ramos. No puede afirmarse que, en el momento de ser asesinado,
hubiera alcanzado los objetivos que se había propuesto en 1930 cuando decidió
abandonar una prometedora carrera como intelectual inquieto e irrumpir en el
terreno de la política. Era Ledesma en 1930, cuando apareció el primer número
de La Conquista del Estado, un joven
sin experiencia en el terreno político y apenas sin experiencia de la vida.
Seis años después se había convertido en un curtido dirigente político que
había aprendido a golpes y siempre al paso de los acontecimientos. Aquel joven
de provincias no aprendió en la escuela de ningún partido, sino directamente, a
medida que alumbraba proyectos, los ponía en práctica, comprobaba su alcance y
rectificaba el tiro.
Rápidamente fue aprendiendo que en política no todo es idealismo,
voluntarismo y abnegación. Era preciso un método y, sobre todo, una doctrina.
En los primeros números de La Conquista del Estado se encuentran, sobre
todo, esos ecos juveniles, ingenuos, que luego desaparecerán en fases
posteriores y darán lugar a un Ledesma maduro y consciente de lo que debía
introducir en el morral que le acompañaría en su andadura política. Lo esencial
de la doctrina lo elaboraría en los últimos números de La Conquista del
Estado y en el período de la revista JONS,
especialmente las características que debería tener el “fascismo español” (…
que, por ser español, no podría ser “fascismo”, sino que sería
“nacionalsindicalismo”).
Esa reflexión doctrinal proseguiría luego cuando se integró en
Falange Española, a tenor de la fecha de aparición de su Discurso a las Juventudes de España. Solamente su escisión de
Falange Española le permitió situarse momentáneamente al margen de la dinámica
endiablada que supone figurar en la cúspide de una dirección política y retomar
sus notas para componer esa sinfonía inigualable en la pre-guerra que fue este
libro con sus dos “disgresiones”. Ledesma, mejor que nadie en España, entendió
lo que era el fascismo y lo que suponía para Europa.
Pero el temperamento de Ledesma le impulsaba a la acción tanto como
al pensamiento y nunca, a partir de 1930, quiso ausentarse de la política sino
participar en primera línea. Entendió también hacia finales del período de La Conquista, la necesidad de disponer
de una estrategia, es decir, de un plan general de operaciones en pos de… la
conquista del Estado.
Si la transformación del Ledesma intelectual al Ledesma político se
debió en buena medida a su fuego interior y a las conversaciones con Giménez
Caballero, la búsqueda de una estrategia tuvo mucho que ver con la lectura de
Curzio Malaparte y de su Técnica del
Golpe de Estado. Ledesma supo por esa lectura que precisaba de un método y
de una técnica, pero le resultaba difícil adaptarla a la situación española y a
operar sobre aquel caos sostenido que fue la II República. Quería construir un
“gran partido nacional”, no una “secta hiperrevolucionaria” como algunos creen
hoy. El pragmatismo fue su norma, no un pragmatismo sin principios, sino un
pragmatismo modulado por la doctrina que él mismo había elaborado.
Y, sobre todo, en este terreno, buscaba “la eficacia” (como él mismo
proclamó insistentemente). Su acción fue eficaz en todos los períodos, desde
finales de La Conquista del Estado
hasta su escisión de Falange Española. Aún hoy, leyendo ¿Fascismo en España? no se terminan de ver con claridad los motivos
que le llevaron a la escisión e incluso puede sospecharse que existieran
elementos y situaciones de los que nos da cuenta que influyeron decisivamente
en la escisión. O, simplemente, causas subjetivas que, por un momento, se
impusieron a la fría objetividad intelectual de la que siempre hizo gala
Ledesma. Sea como fuere, entre enero y marzo de 1935, cometió sus tres grandes
errores en cadena: 1) separarse de Falange, 2) asumir de nuevo una actitud
ultrarrevolucionaria en el banquete-homenaje a Giménez Caballero y 3) quemar
fondos en La Patria Libre y en una batalla
que desde el primer momento tenía perdida. Los tres errores le llevaron al
espléndido aislamiento del que hizo gala entre marzo de 1935 y principios de
1936. En ese tiempo, Ledesma queda al margen de cualquier estrategia y sin
posibilidad aparente de reconstruir una.
Pero luego, tanto él como Primo de Rivera realizan un giro
inesperado y discreto (tan discreto que ha pasado prácticamente desapercibido
tanto para los admiradores de éste como de Ledesma). Y, sin embargo, los datos
que llevan a considerar esa reaproximación, aunque fragmentarios, existen y
hemos dado cuenta de ellos. En la última parte de nuestro estudio hemos
intentado construir una hipótesis sobre los motivos que llevaron a Ledesma a
lanzar Nuestra Revolución. Era
necesario: si este proyecto era, simplemente, un intento aislado de cualquier
contexto estratégico, sin objetivo y sin considerar siquiera cómo iba a
sufragarlo –tal como prácticamente lo plantean algunos “ramirianos” hoy- eso
supondría que Ledesma no había aprendido nada en los seis años precedentes: que
seguía pensando que una pequeña redacción bastaría para poner en marcha un
movimiento histórico, que sin fondos suficientes podían lanzarse más allá de
media docena de números de escasa tirada y nula difusión… Y Ledesma había
aprendido mucho.
No hay nada nuevo en Nuestra
Revolución… salvo que consideremos que Primo de Rivera y él habían pactado
una estrategia de penetración en el medio obrero (financiada por Renovación
Española directamente o a través de Primo, poco importa). Nunca Ledesma critica
a Renovación Española, ni siquiera a los tradicionalistas y pronto, dos meses
después de la escisión, cesa sus críticas a Falange Española; su hostilidad se
orienta contra los socialistas y contra la derecha parlamentaria: es decir,
contra los partidos mayoritarios y centristas. Deseaba contribuir con sus
escasas fuerzas a que se polarizasen las fuerzas: de un lado hacia la
extrema-derecha (fascista, fascistizada o en fase de fascistización) y por otro
la extrema-izquierda que, sin duda terminaría controlando al Frente Popular por
encima de los socialistas moderados. Sería la actitud de la CNT y de las
Fuerzas Armadas la que determinaría el destino de aquella “fractura vertical”.
Por eso, seguramente, y por nada más, Nuestra
Revolución era una revista construida para ser leída y aceptada por
elementos de la CNT.
El riesgo de provocar un choque entre las “dos Españas” consistía en
que los elementos reaccionarios de un lado y los elementos antipatriotas de otro,
tomaran el control de los acontecimientos. De ahí que hubiera que crear un
“polo de agregación” de carácter “fascista” (esto es, en España,
“nacionalsindicalista”) que fuera lo suficientemente fuerte como para que,
cuando se produjera el choque final, tuviera la iniciativa. Porque, tanto
Ledesma como Primo de Rivera estaban convencidos de que la “lucha armada” era
el único destino que aguardaba al final del camino de la triste II República.
La rapidez con la que Ledesma asume que ha llegado el momento de las armas
apenas unos segundos después de que colgara el teléfono cuando su desconocido
interlocutor le informó del asesinato de Calvo Sotelo, indican a las claras que
había meditado largamente sobre esa posibilidad.
La discusión sobre lo que ocurrió después es ociosa. Poco importa, a
nuestros efectos, si Ledesma se convirtió al catolicismo, si lo que cuenta el
padre Villares es completamente cierto o una manera de defender la memoria del
personaje, o incluso la forma cómo fue asesinado. Lo que nos ha interesado en
este estudio es el Ledesma-político, no el Ledesma-individuo (pues no hemos
querido realizar ni una hagiografía, ni siquiera una biografía, sino un estudio
político). Y estas son las conclusiones a las que hemos llegado. Posiblemente,
alguien considerará “temerario” el último capítulo de esta obra relativo a Nuestra
Revolución. Hemos intentado sustentarlo sobre datos objetivos y sobre una
legítima reducción ad absurdum que
contribuye a explicar quién financió el proyecto, por qué lo abordó Ledesma,
qué intentaba y por qué no fue una continuación de La Patria Libre. De ser otra cosa, es decir, un mero exabrupto de
Ledesma, su figura quedaría inmediatamente empequeñecida y con grave riesgo de
parecer inconsecuente y de no haber aprendido nada de la experiencia de los
seis años anteriores. Y eso es lo que nos resulta difícil de admitir a la vista
de su trayectoria anterior.
En julio de 1936, ya quedaba lejos aquel tiempo en el que Ledesma
había incluido en su novela de juventud la famosa frase de Nietzsche relativa a
los hombres que abordan tareas superiores a ellos y fracasan (1).
No era el fracaso, sino la tenacidad y el método con la que el
herrero crea los más duros aceros, lo que contemplaba Ledesma. En ello estaba
cuando fue asesinado. No hubo más reflexión estratégica tras su desaparición en
el universo nacionalsindicalista.
Notas:
(1) “Amo al que quiere crear algo superior a él y sucumbe”. El Sello de la Muerte, Ramiro Ledesma, edición digital, pág. 146.
ENLACES DE LA SERIE
LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (1 de 8) – Objetivos y métodos del fascismo español
LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (4 de 8) – La etapa “nuclear”: La Conquista del Estado
LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (conclusión) -