Cuando la monarquía agonizaba, en pleno gobierno Berenguer –la
llamada “dictablanda”- Juan Aparicio que sería luego uno de los fundadores de
La Conquista del Estado cuenta algunos detalles sobre el manifiesto que dio
vida a la publicación. Dice Aparicio: “Cuando Ramiro Ledesma me leyó el
borrador para el manifiesto de “La Conquista del Estado”, las cuartillas
manuscritas yacían dentro de un ejemplar de las “Lecciones sobre la Filosofía
de la Historia Universal” de Jorge Guillermo Federico Hegel. Le visitaba por
primera vez en su domicilio de Santa Juliana, 3, más allá del Cinema Europa y
antes de llegar a la estación de Metro de Estrecho y en aquella barriada
popular, operaria, proletaria, tenía delante, con además suasorio, aunque sin
prodigarme concesiones, más que un capitán de la juventud, un ágil metafísico
de veinticinco años: sarcástico, acerado, terco, reticente, agresivo, audaz,
pero cuya intimidad era pura y candorosa”. Sigue luego un párrafo en el que
describe Aparicio cómo recuerda a Ledesma (“se peinaba ya con el mechón de pelo
caído sobre la sien izquierda, enmarcando su fisonomía, donde los ojos zarcos y
el mentón voluntarioso, eran dos síntomas de su integérrima tenacidad, con una
insolencia entre autoritaria y despectiva…”), para luego aportar algunos datos
sobre las influencias ideológicas que experimentaba: “a la postre fueron
Federico Nietzsche y Carlos Maurras quienes catalizaron su meollo para la
acción política” (…) “Un par de influjos vivos, un par de personas amigas, lo
empujaron también con la fascinación de su conocimiento de Italia y Alemania a
que redactase las palabras proféticas y peligrosas de la proclama de “La Conquista del Estado” . Cita a ese
“par de influjos”: Giménez Caballero y José Francisco Pastor (tuberculoso,
tímido, intransigente, hijo de un santero valenciano, para sucumbir después
casi desterrado en el hogar de un hispanófilo comunista de Holanda- había
enviado a “La Gaceta Literaria” de
Ernesto, una síntesis del alma alemana bajo la impresión quiritaria del
profesor Gundolf y la camarilla hermética de los poetas en torno a Esteban
George” (1).
Las influencias que reconoce Aparicio (Nietzsche, Maurras, Gudolf,
George) pueden parecer contradictorias, sin embargo, están todas implícitas en
la obra de Ledesma y explican sus distintas tendencias: hay en su análisis de
España algo del racionalismo cartesiano de Maurras, hay mucho de Nietzsche en
su concepción del mundo, aunque no era hombre de poesía ni de excesos
literarios, se percibe también el interés por los símbolos de Stefan George.
Pero si hay que creer a los propios fundadores del semanario, la inspiración
estaba implícita en la lista de colaboradores que acompaña al primer panfleto
con el que se anunció la aparición de la revista. Dice Aparicio al respecto:
“Editamos un prospecto de papel verde grueso encabezado por un
arcángel lidiando con un dragón, debajo del cual insertamos, según el uso, la
lista por orden alfabético de los presuntos colaboradores. Allí se codeaban
Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Henri Barbusse, Jacques Bainville, Antonio Ferro, Américo Castro, José Bergamín,
Rafael Alberti, el doctor Pittaluga, el profesor del Río Ortega, Baroja,
Maeztu, Menéndez Pidal, Araquistáin, Gabriel Franco, Benjamín Jarnés, Valentín
Andes Alvarez, Emilio García Gómez, Félix Lorenzo, etc, etc. En fin, toda la
gama de periodistas, ensayistas y viejos, zurdos y derechistas, que defendía la
Monarquía hostigada o suspiraban a cada instante por la República” (2) …
Naturalmente no habían pedido permiso a nadie para implicar su nombre en
la aparición del semanario, con lo que menudearon los desmentidos (“Todos se
sintieron denunciados y comprometidos y todos quisieron a la vez purificarse o
proclamar su inocencia”, dice Aparicio después de definir a la redacción del
semanario como “un pendemonium, una retorta infernal, una monstruosa nave de
los locos”).
Se trataba, para Ledesma, obviamente, de dar sus primeros pasos en
política. Si bien es cierto que él no fue el primer fascista (pues antes que él
el propio Albiñana, mucho más específicamente Giménez Caballero, pero también
algunas personalidades de la dictadura de Primo de Rivera ya los podemos
considerar como individualidades interesadas en la experiencia italiana), si
fue el primero en querer trasladar a España un fenómeno similar al fascismo
italiano y de lanzar el primer semanario que, sin restricciones, aceptaba el
adjetivo de “fascista”. Hay que añadir que, salvo por las conversaciones que
Ledesma tuvo con Giménez Caballero, que le indujeron a rectificar su búsqueda
personal, trasladándola de los senderos filosóficos y literarios a los de la
política, él fue el único inspirador del proyecto y, por tanto, a él cabe atribuirle
el resultado de la operación (3).
Llama la atención que llamara al breve manifiesto que publicó en el
número 1, en la página 2 (una de las que registran menos lectores en todos los
medios de comunicación y que fue a parar ahí por impericia de los redactores) con
el nombre de “Aviso a los lectores”, “declaración ideológica y táctica” (4). En ella se
muestran las orientaciones doctrinales del movimiento, pero se percibe también
cierta confusión que luego será habitual en el resto de formaciones
nacional-sindicalistas, incluso en nuestros días, entre doctrina y táctica. Un
“programa táctico” es un programa que puede cambiar en cualquier momento en el
caso de que cambien las circunstancias políticas o sociales de un país. En
cambio, una declaración doctrinal es un polo inamovible que, desde el platónico
“mundo de las ideas”, inspira la acción política encarnada en una “clase
política” y permite marcar objetivos políticos. En el
documento publicado por Ledesma como “Aviso a los lectores”, a pesar de
que él mismo lo define como “declaración ideológica y táctica” no está muy
claro que hay de lo segundo: en realidad se trata de una declaración ideológica
a secas, sin más aspiraciones. Y, por lo demás, aunque tuviera algún elemento
táctico –que no lo tiene- haría falta antes dejar clara cuál es la estrategia
al servicio de la cual se enuncia una táctica.
Es posible reconstruir a posteriori cuál debió ser el pensamiento
estratégico de Ramiro Ledesma, y hacerlo en función, no de sus propias
declaraciones expresas en las que enuncie la estrategia expresamente, sino
según las concepciones que nosotros mismos nos hacemos de lo qué es estrategia
e intentábamos percibir en los escritos de Ledesma. Esta precisión es
importante porque, en sus textos, las concepciones estratégicas son opacas y no
están formuladas expresamente. Falta saber si en circulares internas, en
documentos que no han llegado a nosotros, Ledesma precisaba más en el interior
de la organización cuál era su estrategia. La peligrosa confusión entre
estrategia, táctica y doctrina, se percibe también en los documentos de Falange
Española y puede decirse que siempre acompañó al movimiento
nacionalsindicalista un alto grado de ambigüedad, sino de confusión al
respecto.
En realidad, si las concepciones fascistas de Ledesma procedían de
GeCé, como se acepta unánimemente, habrá que convenir que el problema aparece
justamente ahí: Giménez Caballero es un escritor, un intelectual
individualista, verdadero “verso libre” en el magma del fascismo español, mucho
más interesado por la “estética” fascista que por la “política”. En cuanto a Ledesma, su formación filosófica
le llevaba inercialmente a abordar mucho más los enfoques doctrinales que los
políticos. Es indudable que, cuando se lanzó a la acción política, debió
meditar sobre lo que implicaba el tránsito del pensamiento a la acción y de
ésta a la “conquista del Estado”.
A diferencia de Lenin, que estudió los clásicos del pensamiento
militar (5), tanto Ledesma
como Giménez Caballero, se sienten atraídos por la “milicia”, pero la conciben
como militantismo, escuadrismo, activismo, combate, incluso como “violencia”
útil, necesaria y justa para resolver los problemas políticos. Pero no parecen
advertir que el empleo o no de la “violencia” no es una estrategia, sino una
táctica y que, antes es preciso definir cuál será el camino elegido para llevar
adelante la lucha política: “estrategia electoralista”, “estrategia
insurreccional”, etc. Y nunca, es preciso afirmarlo en este punto en el que
estudiamos los albores del fascismo español, nunca en el ámbito de estos grupos
se planteó un debate estratégico. Fueron las circunstancias las que obligaron a
adoptar distintos proyectos estratégicas, sin que quienes lo hacían parecieran
darse cuenta de la importancia de este concepto. Ni GeCé, ni Ledesma, ni
tampoco José Antonio Primo de Rivera, tenían una formación militar propia de
oficiales salidos de una Academia, por tanto nunca plantearon la conquista del
poder en términos “militares”: definiendo objetivos, estrategia y táctica. La
mayor parte de su teorización se centró en los aspectos doctrinales y la mayor
parte de su acción fue puro tacticismo, existiendo en ellos muy escasa
reflexión estratégica, acaso como resultado de su ausente formación militar.
Lenin y Trotsky (como luego Mao Tse Tung y Ernesto “Ché” Guevara, en cambio,
leyeron a los teóricos de la estrategia militar y los adaptaron a sus
necesidades de lucha política. La exigencia de una estrategia aparecía entonces
claramente reflejada en libros como ¿Qué hacer? de Lenin o en los “escritos militares” de Mao, Trotzsky
o el Ché Guevara.
Ledesma quería “hacer la revolución” y para ello necesitaba una estructura que agrupase a los
que se alineaban con él. Para ello crea una revista, para formar el equipo
revolucionario inicial. Y lo hace sin mucha exigencia: en realidad, la mitad de
la 10 de redactores, apenas dos años después se orientarán en direcciones
completamente diversas: uno, Bermúdez Cañete, tras traducir el Mein Kampf de Hitler, retorna a las
filas de la derecha católica de las que había salido para su breve estancia en La Conquista; otro, Souto Villas, al que
Ledesma califica de “campesino celta”, abandona pronto la actividad política
(Ledesma le había encargado la formación del Bloque Social Campesino, tan
virtual como otras iniciativas políticas intentadas en aquellos momentos);
Giménez Caballero –a quien podemos llamar con propiedad “el detonador”- tras
influenciar decisivamente sobre Ledesma en su cambio de la filosofía por la
política y por el fascismo, seguirá como antes de la publicación del semanario:
libre como el viento e individualista como el intelectual modernista que era;
Ricardo de Jaspe, para Ledesma un “diletante fascista”, terminará fichando por
el partido de Azaña y será uno de sus mandos intermedios, muy alejado de la
experiencia fascista de La Conquista, que consideró apenas como un “pecadillo
de juventud”; Francisco Mateos, el dibujante con aspiraciones de redactor,
tenía buenos asideros en la izquierda comunista; Alejandro Ramínez, ateneísta y
administrador, terminará sus días políticos en el lerrouxismo; Iglesias Parga
–del que Ledesma duda de su salud psíquica- irá a parar al comunismo; Escribano
Ortega, “piadoso varón”, seguirá siempre en la órbita del catolicismo. Tal era
el equipo que Ledesma quería transformar en núcleo originario de su proyecto
revolucionario que, en aquel momento estaba todavía en mantillas (6). Se percibe una
extraordinaria falta de coherencia a la vista de la evolución posterior del
equipo (hay que tener en cuenta que éste se forma en 1930-31 y que el propio
Ledesma lo relaciona en su obra publicad en 1935: apenas median 4 años y
solamente Juan Aparicio y él prácticamente persisten en la misma línea, nada
parecido, pues, a un equipo sólido, riguroso, doctrinariamente unificado y
políticamente decidido a abordar un proyecto revolucionario.
¿Qué ha ocurrido? Que la estrategia de formación del núcleo
revolucionario o de la clase dirigente no ha sido suficientemente rigurosa por
la sencilla razón de que para que exista proyecto revolucionario debe existir
previamente claridad en torno a los contenidos de esa revolución. Basta releer
los 17 puntos del manifiesto fundacional para percibir que hay en ellos mucho
entusiasmo juvenil, pero que el proyecto está todavía “verde”, falta
teorización, falta perfilarlo y limarlo, falta, en definitiva, desbastarlo.
Mussolini tenía previamente años de agitador socialista, casi veinte años de
lecturas de textos socialistas y anarquistas, una larga etapa de agitación al
frente de Il Popolo de Italia y de diversos medios socialistas y, contactos,
sobre todo contactos en distintos medios políticos y sociales.
Mussolini disponía de un prestigio previo como agitador político,
cuando funda el primer Fasci di Combatimento no es un desconocido: ha dado
mucho que hablar, conoce lo que es la estrategia y la táctica, no dispone
ciertamente de una ideología “cerrada”, pero tiene lo esencial que debe tener
un político revolucionario: un proyecto antiburgués, unos enemigos a la
izquierda a los que sabe como combatir (pues conoce las tácticas de los que
hasta hace poco han sido sus camaradas). Y dispone con él de un núcleo de
intelectuales brillantes que, como Marinetti o D’Anunzio, predican con el
ejemplo, y realizan también tareas de agitación que les ponen en contacto con
la realidad italiana de la época. Nada de todo esto, absolutamente nada, estaba
al alcance de Ledesma, cuyo contacto más conocido era el imprevisible Giménez
Caballero y sus fuentes (limitadas por lo demás) de financiación, los
monárquicos alfonsinos vascos. Los jóvenes a los que logró atraer estaban, en
esa primera época, prendidos con alfileres al proyecto revolucionario,
cualquier tensión o la más mínima variación en sus vidas podía hacerles cambiar
de carril como, de hecho, así ocurrió.
No hay que olvidar que la publicación de La Conquista del Estado se
sitúa en un período intermedio entre el final de la monarquía y el principio de
la República. Quienes forman su primera redacción no esperaban que la irrupción
de la República acarrease una oleada de violencia tan drástica como apareció
desde el primer momento, ni tampoco pensaban que la andadura de la revista se
iba a ver salpicada por una persecución policial que terminó siendo obsesiva y
haciendo imposible su aparición regular.
Si nos atenemos a los contenidos de la publicación hay en ellos
algunos comentarios de actualidad, unas pocas colaboraciones llegadas del
exterior o traducciones (de las que ignoramos si fueron autorizadas) de textos
clásicos del fascismo, del nacionalsocialismo o de distintos autores, algunas
que llegaban de grupos que se creían similares a La Conquista del Estado en Francia (Philip Lamour) y en Portugal
(los nacional-sindicalistas de aquel país), algunas entrevistas y artículos
lanzando puentes a la CNT (como la realizada a Alvárez de Sotomayor, uno de los
pocos cenetistas que logró atraer Ledesma, o el artículo sobre el Congreso de
la CNT a la que dedicó la última página del número 14 de 13 de junio de 1931),
unos cuantos artículos en los que Ledesma perfiló sus posiciones ideológicas
(el famoso artículo El individualismo ha
muerto, aparecido en el número 11, del 23 de mayo de 1931), proclamas
nacionalistas (como el archiconocido España
sangre de Imperio, del número 12, 30 de mayo de 1931, o el artículo España
una e indivisible, del número 14, 13 de junio de 1931), unas cuantas crónicas
internacionales, no sólo sobre Europa, sino frecuentemente sobre
acontecimientos acaecidos en extremo-oriente (véase, entre otros, ¿Se retiran los japoneses de Manchuria?,
número 12 ), artículos en los que intenta dar una realidad orgánica al grupo
(como el que anuncia la creación del Bloque Social Campesino, número 14, 13 de
junio de 1931), muchas referencias intelectuales (artículos sobre Ortega y
Gasset, sobre Unamuno, y algunos textos que indican reflexiones estratégicas,
someras aunque significativas (Nuestras
consignas: la movilización armada, aparecido en el número 16 de 27 de junio
de 1931).
La lectura de estos contenidos indica una preocupación general por
todos los aspectos de la lucha política y quizás hubieran tenido algo de
influencia en aquellos momentos, si la revista hubiera tenido una tirada mayor
(apenas tiraba 6000 ejemplares de las que se vendió en el mejor momento la
mitad), hubiera aparecido como diario y durante más tiempo. Faltaba
financiación y el verbalismo revolucionario del que hacía gala atrajo inmediatamente
la atención policial y las sanciones, secuestros de la tirada y molestias a los
redactores fueron continuas. En esas circunstancias, la revista constituyó un
absoluto e inapelable fracaso. Ledesma no logró alcanzar ni uno solo de los
objetivos que debió formularse: la revista no sirvió para crear una “central
revolucionaria” (a pesar de que, sobre la marcha, se produjeron tres adhesiones
notables: la de Luis Batllés, un aguerrido estudiante alicantino, la de Matías
Montero, dirigente estudiantil que luego sería asesinado como miembro de
Falange Española; y la de Manuel Carrión, el pasante de José Antonio Primo de
Rivera del que Aparicio dice que “desde el primer día interesó seguirnos la
pista” (7). Y añade Aparicio,
no sin cierta sorna: “Aparte de estas tres adhesiones de honor, hubo tres o
cuatro docenas de espías marxistas, confidentes policíacos, jovenzuelos
alucinados por la prosa patética de Ramiro y algún anciano nacionalista
intransigente o algún maniático de la novedad” (8). Nada, en definitiva, que pueda
calificarse como “sólido” o “prometedor”.
¿En dónde residió el error de Ramiro Ledesma? A primera vista en
haberse dedicado a la acción política sin tener el basamento técnico suficiente
como para hacerlo y sin haber cerrado un sistema ideológico preciso. A Ledesma
y a los suyos no les gustaba que se les calificara de “fascistas”. Para ellos
el fascismo era una ideología “italiana” que en otros países tendría otra
traducción y otras características específicas. Ellos se sentían y se querían
“nacional-sindicalistas”, entendiendo que su intención consistía en crear algo
parecido al fascismo italiano en versión española. Cuando acusan a los
“nacionalsindicalistas” portugueses de ser un partido fascista más sin
preocuparse de las especificidades nacionales (aun cuando su referencia
doctrinal principal eran los integralistas portugueses, a los que no puede
acusarse más que de acendrado patriotismo) (9). En 1931, Ledesma todavía no había
madurado suficientemente sus posiciones ideológicas y carecía del prestigio
suficiente como para liderar un movimiento fascista. Lo comprenderá algo más
tarde, pero su error en aquel momento es lanzar una publicación con un
optimismo insensato y pensar que solamente con un par de pequeñas aportaciones
de sus amigos vascos bastará para poner en marcha un mecanismo revolucionario.
Ledesma era joven y sus primeros escritos (incluso su Discurso a las Juventudes de 1935) son
un canto a la juventud (característica, por lo demás, propia del fascismo y que
está presente en los escritos de Drieu y Brasillach en Francia, en los de
Marinetti y Malaparte en Italia, y en los Benn, Carossa e incluso Goebbels en
Alemania) con todos los errores que ello comporta: impaciencia, impulsividad,
verbalismo revolucionario y cierto desenfoque con la realidad. Debió de dedicar
más tiempo a la elaboración teórica y a la reflexión. Si no hubiera empleado
tanto tiempo entre 1930 y 1935 en luchas políticas que excedían sus medios y
sus fuerzas, seguramente hubiera alumbrado antes su Discurso a las Juventudes de España, máximo nivel de teorización
del fascismo español en la pre-guerra. Si hubiera dedicado más tiempo a meditar
sobre la obra de Curzio Malaparte o hubiera estudiado con más detenimiento el
proceso de los “catilinarios” italianos, alemanes, polacos y soviéticos,
hubiera afinado más sus concepciones estratégicas.
No lo hizo, su impaciencia juvenil le traicionó. Quería implicarse
en un combate heroico como el que en aquellos mismos momentos se estaba
desarrollando en Alemania o en Francia y que había culminado en Italia y en la
URSS con la victoria de los “catilinarios” de derechas e izquierdas. Quería
vivir una aventura, vivir peligrosa e intensamente… Por eso fundó La Conquista del Estado. Por eso fracasó en esta primera etapa.
La experiencia, por supuesto, le ayudó a comprender parte de los
mecanismos de la acción política, tal como se comprobará en sucesivas
experiencias que desarrollaría entre finales de 1931 y julio de 1936. Cuando
aludamos a las tácticas, en la última parte de nuestro estudio, veremos que
también en este terreno hubo en esta primera fase algunos errores cometidos por
Ledesma, debidos a la juventud y falta de experiencia tanto propia como de sus
huestes.
NOTAS
(1) Cfr.
Juan Aparicio, op. cit. Pág. 15-17.
(2) Cfr.
Juan Aparicio, op. cit., pág. 30-31.
(3) Después
de analizar los contenidos publicados en la revista G. Viadero escribe en sus
conclusiones: “La idea del periódico es de Ramiro, él escribe su manifiesto
fundacional, busca a un grupo de jóvenes que lo apoyen y acompañen en la
aventura, marca la línea ideológica y responde por los artículos sin firma, por
lo que La Conquista del Estado es la obra de un solo hombre”. La Conquista del Estado, G. Viadero
Carral, Ed. Nueva República, pág. 95. La autora, sin embargo, tiende a
infravalorar tanto el papel de GeCé como la inspiración de Curzio Malaparte, a
pesar de que es evidente y perfectamente documentada la influencia del primero
y hemos establecido en estas páginas el papel inspirador del segundo. Escribe
Viadero: “Ernesto Giménez Caballero, la pluma más prestigiosa del periódico, no
llega a implicarse nunca con el semanario, ya que, cuando surgen problemas con
el gobierno, los abandona” (op. cit., pág. 95). La personalidad exuberante de
GeCé hace que en toda su vida y su obra, haya sido la de un intelectual
individualista que, simplemente, tanto durante la etapa de La Gaceta Literaria, como en los cinco primeros números de La
Conquista, como cuando se comprometió fugazmente con Falange Española o luego
en las elecciones de 1936 con el “Frente Nacional”, su vida y su obra fue un
canto a la independencia total, no solamente de la política sino de cualquier
doctrina. Fue fascista, por supuesto, a su manera y más que Mussolini, su
maestro en fascismo fue, por cierto, Malaparte, intelectual como él, exuberante
como él e individualista como él.
(4) En
el número 2 de La Conquista del Estado,
pág. 3, se publicó un resumen del manifiesto con el título de Nuestra dogmática:
“1 .° Todo el poder corresponde al Estado.
2.° Hay tan sólo libertades políticas en el Estado, no sobre el Estado ni frente al Estado.
3.° El mayor valor político que reside en el hombre es su capacidad de convivencia civil en el Estado.
4.° Es un imperativo de nuestra época la superación radical, teórica y práctica del marxismo.
5.° Frente a la sociedad y al Estado comunista oponemos los valores jerárquicos, la idea nacional y la eficacia económica.
6.° Afirmación de los valores hispánicos.
7.° Difusión imperial de nuestra cultura.
8.° Auténtica colaboración de Universidad Española. En la Universidad radican las supremacías ideológicas que constituyen el secreto último de la ciencia y de la técnica. Y también las vibraciones culturales más finas. Hemos de destacar por ello nuestro ideal en pro de la Universidad magna.
9.° Intensificación de la cultura de masas utilizando los medios más eficaces.
10.° Extirpación de los focos regionales que den a sus aspiraciones un sentido de autonomía política. Las grandes comarcas o confederaciones regionales, debidas a la iniciativa de los municipios, deben merecer, por el contrario, todas las atenciones. Fomentaremos la comarca vital y actualísima.
11.° Plena e integral autonomía de los municipios en las funciones propia y tradicionalmente de su competencia, que son las de índole económica y administrativa.
12.° Estructuración sindical de la economía. Política económica objetiva.
13.° Potenciación del trabajo.
14.º Expropiación de los terratenientes. Las tierras expropiadas se nacionalizarán y serán entregadas a los municipios y entidades sindicales de campesinos.
15.° Justicia social y disciplina social.
16.° Lucha contra el farisaico caciquismo de Ginebra. Afirmación de España como potencia internacional.
17.° Exclusiva actuación revolucionaria hasta lograr en España el triunfo del nuevo Estado. Método de acción directa sobre el viejo Estado y los viejos grupos político-sociales del viejo régimen”.
Se trata, como puede comprobarse, de un documento con un contenido
muy radical, que incluye los elementos típicamente fascistas (Puntos 1 y 3),
incluyendo incluso frases de Mussolini (“Todo el poder corresponde al Estado”
que parafrasea aquella del Duce “Nada fuera del Estado, todo dentro del
Estado”), exalta los valores patrióticos en sí mismos (Puntos 6, 7, 8, 10 y 16)
y frente a cualquier forma de separatismo y demuestra una vocación social que
remiten a la ecuación de Georges Valois: nacionalismo + socialismo = fascismo.
Se perciben algunos rastros de futurismo (“intensificación de la cultura de
masas”) y sindicalismo soreliano (Puntos 12-15). Dichos puntos constituían el
resumen del manifiesto publicado en el primer número.
(5) Cfr.
Lenin and Clauswitz, The militarization
of the marxism, 1914-1921, Jacob W. Kipp, Military Affairs, reproducido
en link
(6) La
relación de colaboradores la incluye Ledesma en la II parte de su ¿Fascismo en España? Titulado La publicación de La Conquista del Estado.
Publicado
por Ediciones de La Conquista del Estado, Madrid, 1.935. Hemos consultado la edición digital http://www.ramiroledesma.com/nrevolucion/ifascismo.html,
págs. 20-22
(7) Cfr.
Juan Aparicio, op cit., pág. 27
(8) Cfr.
Idem, pág. 27-28.
(9) Cfr.
El integralismo lusitano: monarquismo,
crítica antidemocrática y pre-fascismo en Portugal, Victor Figueira
Martins, Revista de Historia del Fascismo,
nº XIV, págs. 114-149.