viernes, 12 de febrero de 2021

La concepción estratégica de Ramiro Ledesma (6 de 8) - La pérdida de la iniciativa estratégica: de la ruptura con Falange al final de La Patria Libre

Es difícil establecer cuándo se iniciaron las suspicacias mutuas entre Ledesma y Primo de Rivera. Lo cierto es que, con el paso de los meses y con las dificultades en el día a día en la acción política, estas desconfianzas mutuas fueron en aumento y terminaron en el proceso escisionista. El resultado para Ledesma fue que se quedó bruscamente apeado de cualquier estrategia, especialmente de la más ambiciosa –“construcción de un gran partido fascista”- que él mismo había diseñado. Lo que sucedió en ese período demuestra que los líderes del “fascismo español” eran humanos y tenían reacciones mucho más humanas que políticas. El resentimiento era uno de esos rasgos. Y lo hubo por las dos partes, al menos durante unos meses.

Ledesma explica el proceso que llevó a la escisión en el capítulo 7 de ¿Fascismo en España? Y ahí prácticamente termina la obra. Los últimos datos que aporta son de noviembre de 1935. Emiliano Aguado en su Ramiro Ledesma en la crisis de España menciona en varias ocasiones ¿Fascismo en España? Pero no cita en absoluto el proceso de la escisión ni tampoco menciona La Patria Libre. En Ramiro Ledesma fundador de las JONS apenas se menciona en una ocasión a Primo de Rivera y se evitan alusiones al proceso que llevó a la escisión. Queda la Biografía apasionada de José Antonio para dar la visión de los fieles a Primo de Rivera, extremadamente hostil a Ledesma y que incluso demuestra hasta qué punto el paso del tiempo no sirvió para que algunos atenuaran sus hostilidades y reproches mutuos, algo que los propios protagonistas, Ledesma y Primo de Rivera habían superado completamente un año después del conflicto.

Parece que el Consejo Nacional de Falange estaba previsto para principios de octubre de 1934, pero estallo la sublevación de Asturias y un más irresponsable que nunca, Luis Companys, declaró una independencia de opereta en Cataluña. Así que el Consejo no pudo celebrarse en el ambiente de serenidad y estabilidad que hubiera sino deseable, sino en medio de una tensión política inusitada y prácticamente sin precedentes. Fue así como se modificaron los estatutos y se nombró a Primo de Rivera “jefe nacional”, superando la etapa del triunvirato. Se aprobó también la creación de una Junta Política de carácter “consultivo” a la que se encargó la redacción del programa del partido. Ledesma no era el “líder máximo” y el “gran timonel” de Falange, pero estaba próximo y seguía siendo la personalidad más influyente del partido, después del “jefe nacional”.

El 7 de octubre el “jefe nacional” ordenó manifestarse para celebrar la victoria del Estado sobre el sainete independentista catalán. Presidían la manifestación Primo de Rivera, Ledesma, Ruiz de Alda y Pablo Rada, recientemente nombrado jefe de milicias en sustitución de Ansaldo. Parece que, efectivamente, para ser una manifestación espontánea y sin preparación previa, consiguió atraer a varios miles de personas (Ledesma dice que la iniciaron 500 y alcanzaron en Puerta del Sol los 20.000 asistentes (1). La bandera (republicana por más señas) la llevaba Roberto Bassas, jefe de la falange catalana. Pero, cuando se trató de describir el discurso pronunciado por Primo de Rivera, Ledesma se muestra hostil: lo califica de discurso “ingenuo, inexperto y candoroso”, si bien termina justificándolo por la tensión de los últimos días.

Donde Ramiro se equivoca visiblemente es en atribuir a las fuerzas armadas en aquellos días una voluntad de atajar el caos republicano. Todo induce a pensar que, si bien en algunos oficiales jóvenes identificados con los ideales de la derecha, empezó a hablarse de actitudes de fuerza, lo cierto es que, en su inmensa mayoría, las fuerzas armadas no se plantearon otra cosa más que mantener su fidelidad republicana. Hay que recordar que gobernaban cedistas y radicales en un gobierno de centro-derecha que tranquilizaba a los sectores conservadores del país (2).

Justo en esos momentos, Ledesma propone “una acción armada”. La sensación que da en esos momentos es que los sucesos de octubre de 1934 habían influido extraordinariamente en su espíritu y le habían hecho perder la serenidad. Repite que, en aquel momento, “En esa hora, los generales conspiraban y la base más joven del Ejército vivía en una permanente espera de hechos a que sumar su entusiasmo” (3). Le traicionó la impaciencia y la tensión de aquellos momentos. Primo de Rivera, que conocía mucho mejor que Ledesma el ambiente militar “dio algunos pasos” (e Ledesma quien lo cuenta) y añade: “No muchos. Pues Primo era escéptico y —lo que no es frecuente ni normal en los jefes— subestimaba entonces la fuerza y la misión de su propio Partido. No le cabía en la cabeza que Falange tuviese o debiera tener en aquella hora de España una intervención decisiva, subestimando con exceso, repetimos, su relieve y sus efectivos” (4).

¿Qué estaba ocurriendo? Es fácil intuirlo: Ledesma había pasado en pocos meses de ser el teórico indiscutible del nacionalsindicalismo, pero rodeado sólo por un par de centenares de jóvenes en Madrid, a participar como dirigente en una concentración que había logrado movilizar 2.000 escuadristas en el aeródromo de Carabanchel, y figurar al frente de una manifestación que arrastró a 20.000 madrileños. Con locales, con una organización extendida a nivel nacional, con un semanario, con milicias armadas y en torno a 10.000 militantes, Ledesma quedó deslumbrado por la desproporción entre lo que podía disponer sólo unos meses atrás y el patrimonio político que tenía en aquel momento… y que, contrariamente, a lo que él creía, no era mucho.

Su situación, salvando distancias y proporciones era muy similar a la de Hitler en las jornadas que precedieron al golpe de Munich en 1923. El futuro führer, que había visto como se derrumbaba el ejército imperial, que había visto como los freikorps se desangraban en luchas sin esperanza, que se desesperaba ante la ausencia de una “oposición nacional” digna de tal nombre, cuando consiguió reunir a 8.000 SA en Munich creyó que con un golpe de audacia -¿no lo había intentado Kapp dos años antes, un simple burócrata obtuso?- se alzaría con el poder y establecería una “dictadura nacional”. Lo propio de los jóvenes (Hitler lo era en 1923 y Ledesma en 1934 apenas superaba la treintena) es la impaciencia y mostrar lagunas en su experiencia. Eso conduce inmediatamente a errores de percepción y, consiguiente, a fallos estratégicos, si no se mantiene la serenidad, la lucidez y la objetividad del juicio. Hitler tuvo tiempo de meditar sobre esto en su celda de Lambserg y Ledesma hizo otro tanto cuando se atenuaron los fragores generados por su escisión de Falange.

Es entonces cuando se percibe lo más pernicioso de la influencia de Curzio Malaparte en la formación de los criterios estratégicos de Ledesma: se sabe que, para el autor italiano, el “golpe de Estado” era una cuestión técnica y no política. Bastaba, y así lo explica, en todas y cada una de las páginas de su libro con una reiteración e insistencia digna de encomio, que todo el misterio del golpe de Estado es la audacia de los golpistas unida a una planificación absoluta. Y cita el caso de Trotsky: sus 2.000 guardias rojos fueron suficientes para llegar allí a donde Lenin y sus decenas de miles de bolcheviques se llegaban a ir, a prender la mecha de la revolución (5). Las líneas de Malaparte debieron causar una honda impresión en su espíritu cuando éste pone en boca de Trotsky estas palabras: “el espantoso desorden que reina en Petrogrado es más eficaz que una huelga general. Es el desorden el que paraliza a Estado y el que impide al gobierno prevenir la insurrección. Ya que no podemos apoyarnos en la huelga, nos apoyaremos en el desorden” (6). Siempre siguiendo al Trotsky pintado por Malaparte (y conocido por Ledesma que incluso reprodujo este capítulo en la ya lejana La Conquista del Estado) (7).

Los errores de percepción de las coyunturas políticas, preludian y siempre acompañan a los errores estratégicos. Porque si Ledesma percibía que había “elementos objetivos” como para desencadenar una “acción armada” (el golpe catilinario dotado de perfección técnica que analizaba Malaparte), de lo que se trataba era de adoptar una estrategia de lucha armada, una estrategia, en definitiva, insurreccional: había que defender la legalidad republicana (de ahí que la manifestación del 7 de octubre no se planteara en absoluto enarbolar la bandera monárquica) contra los enemigos de la República, socialistas golpistas, comunistas al servicio de Moscú, radicales corruptos y populares ganados por la pasividad… También aquí es perceptible el análisis del autor de Técnica del golpe de Estado cuando examina el 18 brumario de Napoleón Bonaparte (8). El golpe debe tener, como mínimo, una apariencia de legalidad, al menos en sus primeros pasos.

El problema era en octubre de 1934 que no existían ni remotamente “condiciones objetivas” para una maniobra golpista de común acuerdo con las Fuerzas Armadas y mucho menos para adoptar una estrategia de lucha armada. Tal fue la madre de todos los errores que llevó a Ledesma a cometer su gran error político: escindirse de Falange Española, intentar romper el “partido fascista” que él mismo había colaborado en construir y que era necesario para ulteriores fases estratégicas más ambiciosas y de ruptura. En las páginas de ¿Fascismo en España? en donde Ledesma relata estos episodios insinúa que Primo de Rivera no tuvo el valor para comprometerse en un proceso golpista. Ledesma, a lo Mishima, parecía querer inmolarse él y el partido y lo dice expresamente:

“Un fracaso de Falange Española de las J.O.N.S. en noviembre de 1934, desencadenando una acción violenta, habría dado con sus dirigentes en la cárcel, habría desarticulado momentáneamente sus organizaciones; pero junto a todo eso le habría también conseguido fuerza moral y prestigio entre las grandes masas españolas. La habría incrustado, en fin, en el porvenir seguro de la Patria, con una ejecutoria de luchas, de sacrificios y de afán heroico por la victoria” (9).

Como hemos dicho, para abordar una estrategia de lucha armada (el castrismo, el guevarismo y el maoísmo de los años 60 analizaron este problema con precisión matemática) es preciso que la organización sea sólida, que tenga una alta capacidad de captación, que esté en condiciones de soportar los golpes de la represión y de cubrir inmediatamente las propias bajas. Y para eso hace falta que a la etapa de “lucha armada” preceda una larga etapa de agitación – propaganda – organización. Con la agitación se captan afiliados, con la propaganda se les forma, con la organización se les encuadra (10). De lo contrario, si la organización no es lo suficientemente sólida, bastará la represión policial correrá el riesgo de destruirla de un plumazo. Ledesma no había meditado suficientemente sobre estos temas o bien se mostraba esencialmente optimista sobre las posibilidades de Falange. Primo de Rivera, quizás por prudencia, o quizás porque el análisis objetivo le había llevado a percibir que solamente conspiraba una minoría militar, en absoluto la mayor parte de las fuerzas armadas, se mostró mucho más ponderado y realista. La lectura de Malaparte había hecho creer a Ledesma que bastaba con que una ínfima minoría concibiera un plan técnico perfecto para que los “catilinarios” llegaran al poder. Pero la Rusia que pinta Malaparte no es la España que se recuperaba de la insurrección de Asturias y que sonreía con la falta de cuajo del independentismo catalán, de la misma forma que Falange Española de 1934 no era el Partido Bolchevique de 1917.

Alguna tensión debió generarse también cuando se procedió a redactar el programa político falangista, los famosos 27 puntos. La primera redacción la realizó Ledesma, presidente de la Junta Política, corrigiendo Primo de Rivera el redactado y algunos puntos, y consiguiendo, al decir del primero, hacer “más abstractas las expresiones y de dulcificar, desradicalizar, algunos de los puntos”, añadiendo: “La hoja quedó así un tanto desvaída, llena de preocupaciones académicas, menos apta para interesar a las grandes muchedumbres de la ciudad y del campo” (11). A cuatro meses de la insurrección de Asturias, el partido había perdido algunos miembros que se habían ido al recientemente constituido Bloque Nacional de Calvo Sotelo, los sindicatos obreros (cuya existencia era la condición que habían puesto los dirigentes de Renovación Española para entregar mensualmente un subsidio a Falange) (12)  estaban en plena atonía… Ledesma no  veía ningún motivo para el optimismo y ciertamente la situación era difícil. A ello había que añadir el clima causado por los atentados y las balas izquierdistas y la espiral de represalias y contrarrepresalias que no cesaba. Y en esas condiciones se convocó una reunión de la Junta Política presidida por Ledesma.

El clima de la reunión, más que tormentoso, fue depresivo. Primo de Rivera reconoció el “bache”, pero Ledesma apostilla: “Primo de Rivera, a no ser la confesión de gravedad y la leve insinuación de que abandonaría el puesto, no aclaró lo más mínimo el futuro ni propuso consigna alguna «para salir del bache»” (13). A las 20:00 se levantó la reunión y quiso el azar que Ledesma, Redondo y Sotomayor (acompañado éste por Manuel Mateo, excomunista) tomaran la misma dirección y decidieran sentarse en la cafetería Fuyma de la Gran Vía. Y allí prosiguieron con el relato de las noticias negativas: que si apenas quedaban 2.000 obreros inscritos en los sindicatos (dirigidos por Sotomayor y Mateo), que si el partido estaba perdiendo perfil, que si no se hacía nada, que si los sindicatos estaban estudiando declararse independientes…

No está muy claro, a tenor del relato de Ledesma, de quien partió la idea de la escisión: no de él mismo, de quien dice explícitamente que “opuso algunos reparos” (no olvidemos que es “Roberto Lanzas” quien escribe) y propuso dimitir de todos sus cargos quedando al margen de la organización; en cuanto al papel de Redondo, se dice únicamente que “la sección de Valladolid adoptaría la escisión como un solo hombre” (14). En cuanto a los sindicalistas, ni siquiera se pusieron de acuerdo: Mateo fue a Valencia para intentar ganar a aquella Junta para los escindidos, pero de retorno decidió quedarse con Primo de Rivera y asumir la dirección de los sindicatos abandonando a Sotomayor (15). Y esto es todo lo que afirma Ledesma. ¿Cómo ve el episodio la otra parte?

La obra de Ximénez de Sandoval, por lo “apasionado” del título y del contenido no parece la mejor fuente de datos, pero hay pocos más, así que no hay más remedio que tomarlo en consideración. Bruscamente, uno de los parágrafos se titula simplemente “Expulsión de Ramiro Ledesma” (16). El autor es extremadamente hostil a Ledesma de quien dice que apenas se le veía por la sede. Después de explicar que apenas conocía a Ledesma, no albergaba ninguna hostilidad con él, unido a algunos otros elogios, pasa a definir su personalidad como un compendio de “vanidad, ambición, soberbia, indisciplina” (17), insiste en que ha sido una de los “hombres más extraordinarios de la Falange”. Cuenta que, efectivamente, tal como sospechábamos, “hay gente que opina que no debe de hablarse de este episodio”. ¿Cuáles son sus fuentes? “Mi versión se reduce a cosas sueltas oídas a José Antonio, a Mateo y a otros camaradas sobre el asunto” (18).

La obra de Ximénez de Sandoval ha sido la fuente a través de la cual se ha podido realizar un “planteamiento de clase” del conflicto (19). El “burgués” Primo de Rivera, despreciaba al “proletario” Ledesma, era el eterno tópico del “conservador” contra el “revolucionario”, del que lo tiene todo contra el que no tiene nada. Pero, aunque pueda haber algo de esto, se trata de una simplificación abusiva. Ledesma no se movía mal en los ambientes de la alta burguesía: los conocía desde antes de que apareciera La Conquista del Estado y tenía la misma facilidad para hacerlo en el ambiente de intelectuales, artistas, literatos y personalidades de relevancia social. Así pues, hay que dudar de que todo se tratase de “resentimiento de clase”, de falta de socialización de Ledesma.

Primo de Rivera consiguió moverse rápidamente y atajar la escisión. Ximénez de Sandoval cuenta que el foto del conflicto eran las CONS (lo que contribuye a corresponsabilizar de la crisis, tanto a Ledesma como a Sotomayor) y allí fue Primo de Rivera consiguiendo salir airoso del trance. Inmediatamente después se publicó la expulsión de Ledesma. Redondo se quedó en el partido convencido por el propio Primo de Rivera y con él la pujante sección vallisoletana que seguía publicando el Libertad. Poco después de la escisión, en este medio de prensa se publicó la noticia de la celebración de un mitin en aquella ciudad en el cine Hispania, al que asistieron “mil estudiantes”. Primo de Rivera proclamó en ese acto que el movimiento era “uno e indivisible”. Las escisión había perdido su punto fuerte y Ledesma siempre atribuyó el que los escindidos no hubieran podido arrastrar al grueso de los antiguos jonsistas, a la defección de Redondo.

Una vez fuera del partido, Ledesma cometió un segundo error: no ser consciente de los efectivos que le habían acompañado en la escisión (prácticamente nulos). Se creyó con fuerza suficiente para disputar la propiedad de las siglas JONS y lanzó una revista, La Patria Libre –que agotó rápidamente los fondos. Es en los artículos de esta revista en los que se percibe a las claras que Ledesma se ha quedado sin estrategia y que, en la soledad de su semanario de escasa tirada y más pequeña difusión, le resulta imposible reconstruir una estrategia realista.

Para colmo de desgracias para el zamorano, Primo de Rivera había aprendido la lección: insistió en los temas del jonsismo y, desandando lo andado desde la no admisión de Calvo Sotelo, al disolverse las Cortes, miró hacia la derecha parlamentaria (no hacia Renovación Española, el partido que en esos momentos estaba más próximo a sus posiciones, sino a Gil Robles y a la CEDA) para tratar de asegurarse algún escacho y evitar quedar comprimido y sin posibilidades de respirar entre las masas de la derecha liberal y cedista y de la izquierda socialista. Primo de Rivera había entendido algo de la estrategia que durante meses había planteado Ledesma (la de fusionar a las distintas fracciones del “fascismo español” en aras de la construcción del partido… y si bien es cierto que lo esencial de los “fascistizados” se encontraba en Renovación Española, las Juventudes de Acción Popular iban en la misma dirección, tal como se vio luego tras las elecciones de febrero cuando empezaron a pasarme en masa a Falange).

Ledesma cometió, entonces, otro error que le generaría odios en el partido falangista. En las columnas de La Patria Libre intentó presentar su posición como si hubiera ganado la partida de la escisión. También en esto, es posible que la lectura de Curzio Malaparte tuviera una influencia negativa en su ecuación personal. Malaparte sostenía que los catilinarios de derechas e izquierdas desprecian la verdad y que se trata de plegar ésta a sus fines. Si no existen condiciones objetivas para un golpe de Estado, simplemente se crean y una de las formas de hacerlo es en las columnas de los medios de comunicación. Ledesma intentó hacerlo con La Patria Libre, pero su influencia fue minúscula, su difusión ínfima y su poder de convicción igual a cero. A pesar de que Ledesma insistiera en las columnas de su semanario en que Falange estaba desarbolada, que él se había llevado lo esencial del partido y que las JONS se habían escindido, pronto se impuso la verdad y quedó claro que, prácticamente, había sido expulsado, sino en solitario, sí al menos con una porción minúscula de las antiguas JONS. No era necesario seguir falseando la situación y era preciso reconocer cuanto antes que los escindidos habían perdido la partida.

A partir de ahí, Ledesma reconoce su situación: apeado de la propia estrategia que había diseñado, ésta sería incorporada al partido que acaba de abandonar. Estaba huérfano y solitario, con sólo unas decenas de jonsistas dispersos por toda la geografía nacional con los que apenas podía difundir una limitada hoja semana en la que Bedoya, mucho más que él, iba colocando exabruptos contra la Falange. Así pues, se decidió a escribir sus “memorias políticas” en uno de los pocos libros esclarecedores sobre el origen y la historia del fascismo español que aparecieron antes de la guerra, y por otra parte sus reflexiones doctrinales sobre el problema de España, en su Discurso a las Juventudes. Fue una especie de exilio interior, de repliegue sobre sí mismo, el que había realizado Ledesma a la espera de mejores tiempos. Y, desde el punto de vista intelectual, seguramente, ese fue uno de sus momentos más fecundos. El poder dedicarse durante unas semanas de nuevo a la elaboración teórica, el haber tenido tiempo para meditar en la situación de “disponible forzoso” sobre la estrategia más adecuada, le hizo retornar a su vocación original, mucho más la de doctrinario de un movimiento revolucionario que la de tribuno y agitador.

Hasta ese momento Ledesma no había entendido que las acciones de un hombre político deben tener siempre presente su opción estratégica. No se trataba solamente de haber logrado –finalmente y tras ímprobos esfuerzos e intentos frustrados- de haber escogido la estrategia de construcción del partido y de fusión de las corrientes diversas del “fascismo español”, sino de tener, a partir de entonces, presente en todos los momentos de su vida, la vía elegida, costara lo que costara y supusiese los enfrentamientos que supusiesen con sus antiguos camarada que quizás no entendían el diseño estratégico o quizás ni siquiera entendían lo que era la estrategia. Creemos que, efectivamente, Ledesma se sintió arrastrado por otros, seguramente por Mateo a quien respetaba su antiguo compromiso comunista. En aquella tarde de primavera, en una mesa de la cafetería Fuyma, en plena Gran Vía, Ledesma selló su destino. Perdió un año, pero ganó una obra teórica que incluso sus máximos detractores no fueron capaces de minusvalorar y escribió una de las pocas historias del “fascismo español” construidas con testimonios directos de los protagonistas. Pero se quedó apeado de toda estrategia a la espera de tiempos mejores que no llegarían. Con todo y en los meses que seguirán, Ledesma, tenaz y lúcido como siempre, logró reconstruir su esquema estratégico y, de no haber estallado la guerra civil, seguramente habría tenido un papel capital en la marcha del “fascismo español”.

 

NOTAS

(1) Idem, pág. 83.

(2) Cfr. El colapso de la República (1933-1936), Stanley Payne, Planeta, Barcelona 2005, especialmente el capítulo 13, La conspiración militar, pág. 463 y sigs. Al respecto de la situación en octubre de 1934 dice lo siguiente: “Aunque Azaña despertó con éxito la hostilidad de muchos de ellos, los militares todavía mostraban un interés menor por desempeñar un papel político y sus simpatías iban desde lo liberal moderado a lo conservador, con una pequeña minoría izquierdista y otra monárquico-derechista que no era mucho mayor. De ahí que todos los esfuerzos por promover la intervención militar entre la primavera de 1 934 y la de 1936 fracasaran por completo. Como lo expresó Franco en el invierno de 1936, el ejército estaba, en primer lugar, demasiado dividido internamente y no respaldaba la posición política de nadie, por lo que cualquier esfuerzo por intervenir de manera abierta, o promover un golpe de Estado sólo a manos de los militares, estaba destinado al fracaso” (pág. 465).

(3) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 85.

(4) Idem., pág. 85.

(5) Cfr. Técnicas del golpe de Estado, op. cit., págs. 119-159.

(6) Idem, pág. 149.

(7)

(8)  “Cuanto más se esfuerzan por permanecer en la legalidad, por manifestar un respeto leal por la cosa públcia, más ilegales son sus actos, más profundo se revela suy desprecio hacia la cosa pública. Cuando se apean del caballo para aventurarse a pie en el terreno político, siempre se olvidan de quitarse las espuelas” (pág. 93)“.

(9) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 86.

(10) Cfr. Manual de lucha política, especialmente el Capítulo III. Fuerza social. Agitación, propaganda y organización (ediciones Infokrisis, Alicante 2009), págs. 33-50.

(11) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 88.

(12) Cfr. Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español, op. cit., pág. 298.

(13) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 90.

(14) Idem., págs. 90-91. Ahora bien, parece que, efectivamente, en Valladolid se produjo algún tipo de incidente en el interior de la junta provincial de Falange y que repercutió en el semanario Libertad. Ximénez de Sandoval cuenta a este respecto: “Como en Valladolid, algunos rebeldes de los que siguieron a Ledesma perturbaban la vida del semanario Libertad, fundado por Onésimo Redondo, y querían llevar a él normas distintas del puro estilo falangista -demagogias de las que escribían o habían escrito en el libelo ledesmista ya fallecido-, José Antonio decidió suprimirlo. Hubo de vencer algunas dificultades por el natural cariño que Onésimo tenía a su criatura, pero al fin se impusieron la serenidad, la disciplina y la cordura en los viejos jonsistas vallisoletanos, que consideraban a José Antonio, a pesar de los exabruptos de Bedoya y otros  pocos «intransigentes»” (op. cit., pág. 343).

(15) Ledesma no juzga de manera hostil a Mateo de quien dice que “hizo bien en apartarse de Sotomayor, individuo un tanto averiado” Idem., págs. 91.

(16) Biografía apasionada, op. cit., pág. 264 y sigs.

(17) Idem., pág. 264.

(18) Idem., pág. 264.

(19) En la nota de la página 265 puede leerse: «El episodio de la expulsión de Ramiro tiene su origen en la envidia personal que sentía por José Antonio, nacida quizá de las diferencias de origen, ambiente y educación. Era la expresión en la Falange de la lucha de clases, que en España envenenaba todas las actividades. Eso, unido a la difícil situación económica de Ramiro, le hacía apto para ser instrumento de los partidos derechistas, que deseaban sembrar la cizaña en nuestras filas.» (Carta citada de Fernández-Cuesta del 9 de febrero de 1942)

ENLACES DE LA SERIE:

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (1 de 8) – Objetivos y métodos del fascismo español

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (2 de 8) – Paralelismos entre Ledesma y la Técnica del Golpe de Estado

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (3 de 8) – Las cuatro etapas en la evolución estratética de Ledesma

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (4 de 8) – La etapa “nuclear”: La Conquista del Estado

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (5 de 8) – La etapa de construcción del partido: las JONS

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (6 de 8) – La etapa de unión del “fascismo español”. La fusión con Falange

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (7 de 8) – La pérdida de la iniciativa estratégica: de la ruptura del Falange al final de La Patria Libre

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (8 de 8) – Las dudas finales: ¿construcción del partido o lucha armada?

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA – Conclusión