Es difícil establecer cuándo se iniciaron las suspicacias mutuas
entre Ledesma y Primo de Rivera. Lo cierto es que, con el paso de los meses y
con las dificultades en el día a día en la acción política, estas desconfianzas
mutuas fueron en aumento y terminaron en el proceso escisionista. El resultado
para Ledesma fue que se quedó bruscamente apeado de cualquier estrategia,
especialmente de la más ambiciosa –“construcción de un gran partido fascista”-
que él mismo había diseñado. Lo que sucedió en ese período demuestra que los
líderes del “fascismo español” eran humanos y tenían reacciones mucho más
humanas que políticas. El resentimiento era uno de esos rasgos. Y lo hubo por
las dos partes, al menos durante unos meses.
Ledesma explica el proceso que llevó a la escisión en el capítulo 7
de ¿Fascismo en España? Y ahí
prácticamente termina la obra. Los últimos datos que aporta son de noviembre de
1935. Emiliano Aguado en su Ramiro Ledesma en la crisis de España menciona en
varias ocasiones ¿Fascismo en España?
Pero no cita en absoluto el proceso de la escisión ni tampoco menciona La Patria Libre. En Ramiro Ledesma fundador de las JONS apenas se menciona en una
ocasión a Primo de Rivera y se evitan alusiones al proceso que llevó a la
escisión. Queda la Biografía apasionada
de José Antonio para dar la visión de los fieles a Primo de Rivera,
extremadamente hostil a Ledesma y que incluso demuestra hasta qué punto el paso
del tiempo no sirvió para que algunos atenuaran sus hostilidades y reproches
mutuos, algo que los propios protagonistas, Ledesma y Primo de Rivera habían
superado completamente un año después del conflicto.
Parece que el Consejo Nacional de Falange estaba previsto para
principios de octubre de 1934, pero estallo la sublevación de Asturias y un más
irresponsable que nunca, Luis Companys, declaró una independencia de opereta en
Cataluña. Así que el Consejo no pudo celebrarse en el ambiente de serenidad y
estabilidad que hubiera sino deseable, sino en medio de una tensión política
inusitada y prácticamente sin precedentes. Fue así como se modificaron los
estatutos y se nombró a Primo de Rivera “jefe nacional”, superando la etapa del
triunvirato. Se aprobó también la creación de una Junta Política de carácter
“consultivo” a la que se encargó la redacción del programa del partido. Ledesma
no era el “líder máximo” y el “gran timonel” de Falange, pero estaba próximo y
seguía siendo la personalidad más influyente del partido, después del “jefe
nacional”.
El 7 de octubre el “jefe nacional” ordenó manifestarse para celebrar
la victoria del Estado sobre el sainete independentista catalán. Presidían la
manifestación Primo de Rivera, Ledesma, Ruiz de Alda y Pablo Rada, recientemente
nombrado jefe de milicias en sustitución de Ansaldo. Parece que, efectivamente,
para ser una manifestación espontánea y sin preparación previa, consiguió
atraer a varios miles de personas (Ledesma dice que la iniciaron 500 y
alcanzaron en Puerta del Sol los 20.000 asistentes (1). La bandera (republicana
por más señas) la llevaba Roberto Bassas, jefe de la falange catalana. Pero,
cuando se trató de describir el discurso pronunciado por Primo de Rivera,
Ledesma se muestra hostil: lo califica de discurso “ingenuo, inexperto y
candoroso”, si bien termina justificándolo por la tensión de los últimos días.
Donde Ramiro se equivoca visiblemente es en atribuir a las fuerzas
armadas en aquellos días una voluntad de atajar el caos republicano. Todo
induce a pensar que, si bien en algunos oficiales jóvenes identificados con los
ideales de la derecha, empezó a hablarse de actitudes de fuerza, lo cierto es que,
en su inmensa mayoría, las fuerzas armadas no se plantearon otra cosa más que
mantener su fidelidad republicana. Hay que recordar que gobernaban cedistas y
radicales en un gobierno de centro-derecha que tranquilizaba a los sectores
conservadores del país (2).
Justo en esos momentos, Ledesma propone “una acción armada”. La
sensación que da en esos momentos es que los sucesos de octubre de 1934 habían
influido extraordinariamente en su espíritu y le habían hecho perder la
serenidad. Repite que, en aquel momento, “En esa hora, los generales
conspiraban y la base más joven del Ejército vivía en una permanente espera de
hechos a que sumar su entusiasmo” (3). Le traicionó la
impaciencia y la tensión de aquellos momentos. Primo de Rivera, que conocía
mucho mejor que Ledesma el ambiente militar “dio algunos pasos” (e Ledesma
quien lo cuenta) y añade: “No muchos. Pues Primo era escéptico y —lo que no es
frecuente ni normal en los jefes— subestimaba entonces la fuerza y la misión de
su propio Partido. No le cabía en la cabeza que Falange tuviese o debiera tener
en aquella hora de España una intervención decisiva, subestimando con exceso,
repetimos, su relieve y sus efectivos” (4).
¿Qué estaba ocurriendo?
Es fácil intuirlo: Ledesma había pasado en pocos meses de ser el teórico
indiscutible del nacionalsindicalismo, pero rodeado sólo por un par de
centenares de jóvenes en Madrid, a participar como dirigente en una
concentración que había logrado movilizar 2.000 escuadristas en el aeródromo de
Carabanchel, y figurar al frente de una manifestación que arrastró a 20.000
madrileños. Con locales, con una organización extendida a nivel nacional, con
un semanario, con milicias armadas y en torno a 10.000 militantes, Ledesma quedó
deslumbrado por la desproporción entre lo que podía disponer sólo unos meses
atrás y el patrimonio político que tenía en aquel momento… y que,
contrariamente, a lo que él creía, no era mucho.
Su situación, salvando
distancias y proporciones era muy similar a la de Hitler en las jornadas que
precedieron al golpe de Munich en 1923. El futuro führer, que había visto como
se derrumbaba el ejército imperial, que había visto como los freikorps se desangraban en luchas sin
esperanza, que se desesperaba ante la ausencia de una “oposición nacional”
digna de tal nombre, cuando consiguió reunir a 8.000 SA en Munich creyó que con
un golpe de audacia -¿no lo había intentado Kapp dos años antes, un simple
burócrata obtuso?- se alzaría con el poder y establecería una “dictadura
nacional”. Lo propio de los jóvenes (Hitler lo era en 1923 y Ledesma en 1934
apenas superaba la treintena) es la impaciencia y mostrar lagunas en su
experiencia. Eso conduce inmediatamente a errores de percepción y,
consiguiente, a fallos estratégicos, si no se mantiene la serenidad, la lucidez
y la objetividad del juicio. Hitler tuvo tiempo de meditar sobre esto en su
celda de Lambserg y Ledesma hizo otro tanto cuando se atenuaron los fragores
generados por su escisión de Falange.
Es entonces cuando se
percibe lo más pernicioso de la influencia de Curzio Malaparte en la formación
de los criterios estratégicos de Ledesma: se sabe que, para el autor italiano,
el “golpe de Estado” era una cuestión técnica y no política. Bastaba, y así lo
explica, en todas y cada una de las páginas de su libro con una reiteración e
insistencia digna de encomio, que todo el misterio del golpe de Estado es la
audacia de los golpistas unida a una planificación absoluta. Y cita el caso de
Trotsky: sus 2.000 guardias rojos fueron suficientes para llegar allí a donde
Lenin y sus decenas de miles de bolcheviques se llegaban a ir, a prender la
mecha de la revolución (5). Las líneas de Malaparte debieron
causar una honda impresión en su espíritu cuando éste pone en boca de Trotsky
estas palabras: “el espantoso desorden que reina en Petrogrado es más eficaz
que una huelga general. Es el desorden el que paraliza a Estado y el que impide
al gobierno prevenir la insurrección. Ya que no podemos apoyarnos en la huelga,
nos apoyaremos en el desorden” (6). Siempre siguiendo al
Trotsky pintado por Malaparte (y conocido por Ledesma que incluso reprodujo
este capítulo en la ya lejana La
Conquista del Estado) (7).
Los errores de percepción
de las coyunturas políticas, preludian y siempre acompañan a los errores
estratégicos. Porque si Ledesma percibía que había “elementos objetivos” como
para desencadenar una “acción armada” (el golpe catilinario dotado de
perfección técnica que analizaba Malaparte), de lo que se trataba era de
adoptar una estrategia de lucha armada, una estrategia, en definitiva,
insurreccional: había que defender la legalidad republicana (de ahí que la
manifestación del 7 de octubre no se planteara en absoluto enarbolar la bandera
monárquica) contra los enemigos de la República, socialistas golpistas,
comunistas al servicio de Moscú, radicales corruptos y populares ganados por la
pasividad… También aquí es perceptible el análisis del autor de Técnica del golpe de Estado cuando
examina el 18 brumario de Napoleón Bonaparte (8). El golpe debe tener,
como mínimo, una apariencia de legalidad, al menos en sus primeros pasos.
El problema era en
octubre de 1934 que no existían ni remotamente “condiciones objetivas” para una
maniobra golpista de común acuerdo con las Fuerzas Armadas y mucho menos para
adoptar una estrategia de lucha armada. Tal fue la madre de todos los errores
que llevó a Ledesma a cometer su gran error político: escindirse de Falange
Española, intentar romper el “partido fascista” que él mismo había colaborado
en construir y que era necesario para ulteriores fases estratégicas más
ambiciosas y de ruptura. En las páginas de ¿Fascismo
en España? en donde Ledesma relata estos episodios insinúa que Primo de
Rivera no tuvo el valor para comprometerse en un proceso golpista. Ledesma, a
lo Mishima, parecía querer inmolarse él y el partido y lo dice expresamente:
“Un fracaso de Falange Española de las J.O.N.S. en noviembre de 1934, desencadenando una acción violenta, habría dado con sus dirigentes en la cárcel, habría desarticulado momentáneamente sus organizaciones; pero junto a todo eso le habría también conseguido fuerza moral y prestigio entre las grandes masas españolas. La habría incrustado, en fin, en el porvenir seguro de la Patria, con una ejecutoria de luchas, de sacrificios y de afán heroico por la victoria” (9).
Como hemos dicho, para abordar una estrategia de lucha armada (el
castrismo, el guevarismo y el maoísmo de los años 60 analizaron este problema
con precisión matemática) es preciso que la organización sea sólida, que tenga
una alta capacidad de captación, que esté en condiciones de soportar los golpes
de la represión y de cubrir inmediatamente las propias bajas. Y para eso hace
falta que a la etapa de “lucha armada” preceda una larga etapa de agitación –
propaganda – organización. Con la agitación se captan afiliados, con la
propaganda se les forma, con la organización se les encuadra (10). De lo
contrario, si la organización no es lo suficientemente sólida, bastará la
represión policial correrá el riesgo de destruirla de un plumazo. Ledesma no
había meditado suficientemente sobre estos temas o bien se mostraba
esencialmente optimista sobre las posibilidades de Falange. Primo de Rivera,
quizás por prudencia, o quizás porque el análisis objetivo le había llevado a
percibir que solamente conspiraba una minoría militar, en absoluto la mayor
parte de las fuerzas armadas, se mostró mucho más ponderado y realista. La
lectura de Malaparte había hecho creer a Ledesma que bastaba con que una ínfima
minoría concibiera un plan técnico perfecto para que los “catilinarios”
llegaran al poder. Pero la Rusia que pinta Malaparte no es la España que se
recuperaba de la insurrección de Asturias y que sonreía con la falta de cuajo
del independentismo catalán, de la misma forma que Falange Española de 1934 no
era el Partido Bolchevique de 1917.
Alguna tensión debió generarse también cuando se procedió a redactar
el programa político falangista, los famosos 27 puntos. La primera redacción la
realizó Ledesma, presidente de la Junta Política, corrigiendo Primo de Rivera
el redactado y algunos puntos, y consiguiendo, al decir del primero, hacer “más abstractas las
expresiones y de dulcificar, desradicalizar, algunos de los puntos”, añadiendo:
“La hoja quedó así un tanto desvaída, llena de preocupaciones académicas, menos
apta para interesar a las grandes muchedumbres de la ciudad y del campo” (11).
A cuatro meses de la insurrección de Asturias, el partido había perdido algunos
miembros que se habían ido al recientemente constituido Bloque Nacional de
Calvo Sotelo, los sindicatos obreros (cuya existencia era la condición que
habían puesto los dirigentes de Renovación Española para entregar mensualmente
un subsidio a Falange) (12) estaban en plena atonía… Ledesma no veía ningún motivo para el optimismo y
ciertamente la situación era difícil. A ello había que añadir el clima causado
por los atentados y las balas izquierdistas y la espiral de represalias y
contrarrepresalias que no cesaba. Y en esas condiciones se convocó una reunión
de la Junta Política presidida por Ledesma.
El clima de la reunión,
más que tormentoso, fue depresivo. Primo de Rivera reconoció el “bache”, pero
Ledesma apostilla: “Primo de Rivera, a no ser la confesión de gravedad y la
leve insinuación de que abandonaría el puesto, no aclaró lo más mínimo el
futuro ni propuso consigna alguna «para salir del bache»” (13).
A las 20:00 se levantó la reunión y quiso el azar que Ledesma, Redondo y
Sotomayor (acompañado éste por Manuel Mateo, excomunista) tomaran la misma
dirección y decidieran sentarse en la cafetería Fuyma de la Gran Vía. Y allí prosiguieron
con el relato de las noticias negativas: que si apenas quedaban 2.000 obreros
inscritos en los sindicatos (dirigidos por Sotomayor y Mateo), que si el
partido estaba perdiendo perfil, que si no se hacía nada, que si los sindicatos
estaban estudiando declararse independientes…
No está muy claro, a
tenor del relato de Ledesma, de quien partió la idea de la escisión: no de él
mismo, de quien dice explícitamente que “opuso algunos reparos” (no olvidemos
que es “Roberto Lanzas” quien escribe) y propuso dimitir de todos sus cargos
quedando al margen de la organización; en cuanto al papel de Redondo, se dice
únicamente que “la sección de Valladolid adoptaría la escisión como un solo
hombre” (14). En cuanto a los sindicalistas, ni siquiera se pusieron de
acuerdo: Mateo fue a Valencia para intentar ganar a aquella Junta para los
escindidos, pero de retorno decidió quedarse con Primo de Rivera y asumir la
dirección de los sindicatos abandonando a Sotomayor (15). Y esto es todo lo que
afirma Ledesma. ¿Cómo ve el episodio la otra parte?
La obra de Ximénez de
Sandoval, por lo “apasionado” del título y del contenido no parece la mejor
fuente de datos, pero hay pocos más, así que no hay más remedio que tomarlo en
consideración. Bruscamente, uno de los parágrafos se titula simplemente
“Expulsión de Ramiro Ledesma” (16). El autor es extremadamente
hostil a Ledesma de quien dice que apenas se le veía por la sede. Después de
explicar que apenas conocía a Ledesma, no albergaba ninguna hostilidad con él,
unido a algunos otros elogios, pasa a definir su personalidad como un compendio
de “vanidad, ambición,
soberbia, indisciplina” (17), insiste en que ha sido una de los
“hombres más extraordinarios de la Falange”. Cuenta que, efectivamente, tal
como sospechábamos, “hay gente que opina que no debe de hablarse de este
episodio”. ¿Cuáles son sus fuentes? “Mi versión se reduce a cosas sueltas oídas
a José Antonio, a Mateo y a otros camaradas sobre el asunto” (18).
La obra de Ximénez de Sandoval
ha sido la fuente a través de la cual se ha podido realizar un “planteamiento
de clase” del conflicto (19). El “burgués” Primo de Rivera,
despreciaba al “proletario” Ledesma, era el eterno tópico del “conservador”
contra el “revolucionario”, del que lo tiene todo contra el que no tiene nada. Pero,
aunque pueda haber algo de esto, se trata de una simplificación abusiva.
Ledesma no se movía mal en los ambientes de la alta burguesía: los conocía
desde antes de que apareciera La
Conquista del Estado y tenía la misma facilidad para hacerlo en el ambiente
de intelectuales, artistas, literatos y personalidades de relevancia social.
Así pues, hay que dudar de que todo se tratase de “resentimiento de clase”, de
falta de socialización de Ledesma.
Primo de Rivera consiguió
moverse rápidamente y atajar la escisión. Ximénez de Sandoval cuenta que el
foto del conflicto eran las CONS (lo que contribuye a corresponsabilizar de la
crisis, tanto a Ledesma como a Sotomayor) y allí fue Primo de Rivera consiguiendo
salir airoso del trance. Inmediatamente después se publicó la expulsión de
Ledesma. Redondo se quedó en el partido convencido por el propio Primo de
Rivera y con él la pujante sección vallisoletana que seguía publicando el Libertad. Poco después de la escisión,
en este medio de prensa se publicó la noticia de la celebración de un mitin en
aquella ciudad en el cine Hispania, al que asistieron “mil estudiantes”. Primo
de Rivera proclamó en ese acto que el movimiento era “uno e indivisible”. Las
escisión había perdido su punto fuerte y Ledesma siempre atribuyó el que los
escindidos no hubieran podido arrastrar al grueso de los antiguos jonsistas, a
la defección de Redondo.
Una vez fuera del partido,
Ledesma cometió un segundo error: no ser consciente de los efectivos que le
habían acompañado en la escisión (prácticamente nulos). Se creyó con fuerza
suficiente para disputar la propiedad de las siglas JONS y lanzó una revista, La Patria Libre –que agotó rápidamente
los fondos. Es en los artículos de esta revista en los que se percibe a las
claras que Ledesma se ha quedado sin estrategia y que, en la soledad de su
semanario de escasa tirada y más pequeña difusión, le resulta imposible
reconstruir una estrategia realista.
Para colmo de desgracias para
el zamorano, Primo de Rivera había aprendido la lección: insistió en los temas
del jonsismo y, desandando lo andado desde la no admisión de Calvo Sotelo, al
disolverse las Cortes, miró hacia la derecha parlamentaria (no hacia Renovación
Española, el partido que en esos momentos estaba más próximo a sus posiciones,
sino a Gil Robles y a la CEDA) para tratar de asegurarse algún escacho y evitar
quedar comprimido y sin posibilidades de respirar entre las masas de la derecha
liberal y cedista y de la izquierda socialista. Primo de Rivera había entendido
algo de la estrategia que durante meses había planteado Ledesma (la de fusionar
a las distintas fracciones del “fascismo español” en aras de la construcción
del partido… y si bien es cierto que lo esencial de los “fascistizados” se
encontraba en Renovación Española, las Juventudes de Acción Popular iban en la
misma dirección, tal como se vio luego tras las elecciones de febrero cuando
empezaron a pasarme en masa a Falange).
Ledesma cometió,
entonces, otro error que le generaría odios en el partido falangista. En las
columnas de La Patria Libre intentó
presentar su posición como si hubiera ganado la partida de la escisión. También
en esto, es posible que la lectura de Curzio Malaparte tuviera una influencia
negativa en su ecuación personal. Malaparte sostenía que los catilinarios de
derechas e izquierdas desprecian la verdad y que se trata de plegar ésta a sus
fines. Si no existen condiciones objetivas para un golpe de Estado, simplemente
se crean y una de las formas de hacerlo es en las columnas de los medios de
comunicación. Ledesma intentó hacerlo con La
Patria Libre, pero su influencia fue minúscula, su difusión ínfima y su
poder de convicción igual a cero. A pesar de que Ledesma insistiera en las
columnas de su semanario en que Falange estaba desarbolada, que él se había
llevado lo esencial del partido y que las JONS se habían escindido, pronto se
impuso la verdad y quedó claro que, prácticamente, había sido expulsado, sino
en solitario, sí al menos con una porción minúscula de las antiguas JONS. No
era necesario seguir falseando la situación y era preciso reconocer cuanto
antes que los escindidos habían perdido la partida.
A partir de ahí, Ledesma
reconoce su situación: apeado de la propia estrategia que había diseñado, ésta
sería incorporada al partido que acaba de abandonar. Estaba huérfano y
solitario, con sólo unas decenas de jonsistas dispersos por toda la geografía
nacional con los que apenas podía difundir una limitada hoja semana en la que
Bedoya, mucho más que él, iba colocando exabruptos contra la Falange. Así pues,
se decidió a escribir sus “memorias políticas” en uno de los pocos libros
esclarecedores sobre el origen y la historia del fascismo español que
aparecieron antes de la guerra, y por otra parte sus reflexiones doctrinales
sobre el problema de España, en su Discurso
a las Juventudes. Fue una especie de exilio interior, de repliegue sobre sí
mismo, el que había realizado Ledesma a la espera de mejores tiempos. Y, desde
el punto de vista intelectual, seguramente, ese fue uno de sus momentos más
fecundos. El poder dedicarse durante unas semanas de nuevo a la elaboración
teórica, el haber tenido tiempo para meditar en la situación de “disponible
forzoso” sobre la estrategia más adecuada, le hizo retornar a su vocación
original, mucho más la de doctrinario de un movimiento revolucionario que la de
tribuno y agitador.
Hasta ese momento Ledesma
no había entendido que las acciones de un hombre político deben tener siempre
presente su opción estratégica. No se trataba solamente de haber logrado
–finalmente y tras ímprobos esfuerzos e intentos frustrados- de haber escogido
la estrategia de construcción del partido y de fusión de las corrientes
diversas del “fascismo español”, sino de tener, a partir de entonces, presente
en todos los momentos de su vida, la vía elegida, costara lo que costara y
supusiese los enfrentamientos que supusiesen con sus antiguos camarada que
quizás no entendían el diseño estratégico o quizás ni siquiera entendían lo que
era la estrategia. Creemos que, efectivamente, Ledesma se sintió arrastrado por
otros, seguramente por Mateo a quien respetaba su antiguo compromiso comunista.
En aquella tarde de primavera, en una mesa de la cafetería Fuyma, en plena Gran
Vía, Ledesma selló su destino. Perdió un año, pero ganó una obra teórica que
incluso sus máximos detractores no fueron capaces de minusvalorar y escribió
una de las pocas historias del “fascismo español” construidas con testimonios
directos de los protagonistas. Pero se quedó apeado de toda estrategia a la
espera de tiempos mejores que no llegarían. Con todo y en los meses que
seguirán, Ledesma, tenaz y lúcido como siempre, logró reconstruir su esquema
estratégico y, de no haber estallado la guerra civil, seguramente habría tenido
un papel capital en la marcha del “fascismo español”.
NOTAS
(1) Idem, pág. 83.
(2) Cfr. El colapso de la República (1933-1936), Stanley Payne,
Planeta, Barcelona 2005, especialmente el capítulo 13, La conspiración militar,
pág. 463 y sigs. Al respecto de la situación en octubre de 1934 dice lo
siguiente: “Aunque Azaña despertó con éxito la hostilidad de muchos de ellos,
los militares todavía mostraban un interés menor por desempeñar un papel
político y sus simpatías iban desde lo liberal moderado a lo conservador, con
una pequeña minoría izquierdista y otra monárquico-derechista que no era mucho
mayor. De ahí que todos los esfuerzos por promover la intervención militar
entre la primavera de 1 934 y la de 1936 fracasaran por completo. Como lo
expresó Franco en el invierno de 1936, el ejército estaba, en primer lugar,
demasiado dividido internamente y no respaldaba la posición política de nadie,
por lo que cualquier esfuerzo por intervenir de manera abierta, o promover un
golpe de Estado sólo a manos de los militares, estaba destinado al fracaso”
(pág. 465).
(3) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 85.
(4) Idem., pág. 85.
(5) Cfr.
Técnicas del golpe de Estado, op. cit., págs. 119-159.
(6) Idem,
pág. 149.
(7)
(8) “Cuanto más se esfuerzan
por permanecer en la legalidad, por manifestar un respeto leal por la cosa
públcia, más ilegales son sus actos, más profundo se revela suy desprecio hacia
la cosa pública. Cuando se apean del caballo para aventurarse a pie en el
terreno político, siempre se olvidan de quitarse las espuelas” (pág. 93)“.
(9) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 86.
(10) Cfr. Manual de lucha
política, especialmente el Capítulo
III. Fuerza social. Agitación, propaganda y organización (ediciones
Infokrisis, Alicante 2009), págs. 33-50.
(11) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 88.
(12) Cfr. Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español,
op. cit., pág. 298.
(13) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 90.
(14) Idem., págs. 90-91.
Ahora bien, parece que, efectivamente, en Valladolid se produjo algún tipo de
incidente en el interior de la junta provincial de Falange y que repercutió en
el semanario Libertad. Ximénez de
Sandoval cuenta a este respecto: “Como en Valladolid, algunos rebeldes de los
que siguieron a Ledesma perturbaban la vida del semanario Libertad, fundado por
Onésimo Redondo, y querían llevar a él normas distintas del puro estilo
falangista -demagogias de las que escribían o habían escrito en el libelo
ledesmista ya fallecido-, José Antonio decidió suprimirlo. Hubo de vencer
algunas dificultades por el natural cariño que Onésimo tenía a su criatura,
pero al fin se impusieron la serenidad, la disciplina y la cordura en los
viejos jonsistas vallisoletanos, que consideraban a José Antonio, a pesar de
los exabruptos de Bedoya y otros pocos
«intransigentes»” (op. cit., pág.
343).
(15) Ledesma
no juzga de manera hostil a Mateo de quien dice que “hizo bien en apartarse de
Sotomayor, individuo un tanto averiado” Idem., págs. 91.
(16) Biografía apasionada, op. cit., pág. 264
y sigs.
(17) Idem., pág. 264.
(18) Idem., pág. 264.
(19) En la nota de la página
265 puede leerse: «El episodio de la expulsión de Ramiro
tiene su origen en la envidia personal que sentía por José Antonio, nacida
quizá de las diferencias de origen, ambiente y educación. Era la expresión en
la Falange de la lucha de clases, que en España envenenaba todas las
actividades. Eso, unido a la difícil situación económica de Ramiro, le hacía
apto para ser instrumento de los partidos derechistas, que deseaban sembrar la
cizaña en nuestras filas.» (Carta citada de Fernández-Cuesta del 9 de febrero
de 1942)
ENLACES DE LA SERIE:
LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (1 de 8) – Objetivos y métodos del fascismo español
LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (4 de 8) – La etapa “nuclear”: La Conquista del Estado