jueves, 11 de febrero de 2021

La concepción estratégica de Ramiro Ledesma (6 de 8) - La etapa de unión del “fascismo español”: la fusión con Falange

Es fácil suponer que la anécdota anterior llegó inmediatamente a oídos de Ledesma. Y no venía sola; de hecho, los “amigos vascos”, con Areilza y Sangroniz al frente, desde hacía tiempo le insistían en que no perdiese de vista los intentos de Primo de Rivera en constituir un “partido fascista”. Ledesma, era consciente de que los medios que se iban a concentrar en torno al hijo del dictador iban a ser, como mínimo, bastante mayores que los que él mismo podía disponer. Su miedo estribaba en que las ideas en ese entorno no estuvieran suficientemente claras y todo terminara en una orgía reaccionaria de la peor especie, al estilo de la Unión Patriótica o del propio Partido Nacionalista de Albiñana. Es cierto que Ledesma tenía un escaso capital político, pero al menos, había conseguido darle una doctrina, crecer entre la juventud universitaria, editar una revista teórica y extenderse por las principales capitales de España. Ciertamente, no disponían todavía de un plan estratégico claro, pero en los dos últimos años habían mejorado extraordinariamente sus planteamientos: habían cancelado el verbalismo ultra-revolucionario propio de los movimientos juveniles, habían terminado advirtiendo tempranamente el fracaso de la República y la imposibilidad de hacer nada para rectificar su andadura. Iban, en definitivo, por un buen camino, pero la lentitud de los progresos debía ser exasperante para unos jóvenes, por definición, inquietos y con ganas de realizar grandes gestas políticas. A fin de cuentas, repartir panfletos, dar charlas y redactar una revista teórica terminan aburriendo…

Para Ledesma y para los suyos, se trataba de ampliar el radio de acción. Para Primo de Rivera de tener justo lo que le faltaba: sobre todo una doctrina coherente. En los once números de JONS, ésta había someramente pergeñada. Era inevitable que, antes o después, ambos hombres terminaran unificando esfuerzos.

Ledesma acababa de salir de su retiro de dos meses en prisión, cuando el 16 de marzo de 1933 se produjo el episodio de la revista El fascio (1). Luego, en ¿Fascismo en España? él mismo relató el episodio de manera muy negativa que no concuerda con el apoyo efectivo que le prestó (2). Los jonsistas fueron requeridos para que participaran en la redacción de la nueva revista (3). Formaban parte de la redacción Delgado Barreto, Giménez Caballero, Primo de Rivera, Ramiro Ledesma, Sánchez Mazas y Juan Aparicio. Se anunció la tirada 130.000 ejemplares del primer número, más de lo que Ledesma había sumado los 22 números de La Conquista y los 11 de JONS. Se sabe cómo terminó aquello, pero si destacamos el episodio es porque se trató de la primera colaboración directa entre Ledesma y Primo de Rivera. El paso siguiente sería, naturalmente, la fusión para lo que había que afrontar las resistencias que ambos encontraban en sus respectivos grupos.

En esta fase Ledesma demuestra haber alcanzado la madurez: tiene una estrategia y se pliega a esa estrategia, la de “construcción del partido”. En esta etapa apenas comete errores, salvo el terminar escindiéndose como fruto de su impaciencia juvenil y de cierta antipatía mutua que se profesaron en ese tiempo Ledesma y Primo de Rivera.

¿Qué implica “construir el partido”? Vale la pena enumerar las condiciones necesarias para aceptar que se está, verdaderamente, “construyendo el partido” y que se trata de un instrumento revolucionario y no meramente de una sigla electoralista. Para ello hará falta:

1) Dotarlo en primer lugar de medios económicos y materiales con los que se estará en condiciones de disponer de órganos de propaganda, locales, fondos para desplazamientos, salarios de funcionarios, etc.

2) Ampliar su base de manera que tenga una masa crítica capaz de hacer sentir su presencia en la sociedad, está presente de manera determinante en algunos sectores sociales (y lo conseguirá entre los intelectuales y los jóvenes, especialmente).

3) Disponer de un núcleo de cuadros lo suficientemente tupido como para asegurar que la detención de algunos o la muerte de otros no interrumpirán la acción política.

4) Completar el patrimonio estratégico de la organización mediante documentos doctrinarios y programáticos que definan el perfil del partido de manera indubitada y sin riesgo de ser confundidos con otras fuerzas políticas.

Todo esto lo adquiere Falange Española a partir de la fusión con las JONS. Antes Falange Española era un grupo más de la marejada de grupos de la extrema-derecha española de la época. En los discursos de José Antonio, hasta ese momento, hay brillantes ejercicios de análisis político, disquisiciones de alto nivel, comentarios de fino estilista parlamentario, pero no hay nada que indique la existencia de una doctrina, como máximo de unas tendencias que redondean una “visión del mundo”, nada más. Con Ledesma aparece el “nacionalsindicalismo” en la Falange. Ledesma ve crecer vertiginosamente su radio de acción: la “joven promesa de provincias”, se ha convertido en triunviro del que, sin duda, será el “gran partido fascista” español. Ha dado un vuelto a la situación: antes su organización, aunque excepcionalmente activa, apenas reunía a entre 200 y 400 estudiantes en Madrid. Lo suficiente para hacer notar su presencia en las aulas, pero demasiado poco para salir de los altos muros de la universidad, nada, desde luego, para actuar en política nacional. Ahora, está al frente, en dirección colegiada, de una formación en la que abundan los títulos de nobleza, no faltan medios económicos y si bien es cierto que buena parte de la militancia está atraída por que creen que aquello es el “fascismo español” (y, ya se sabe que Ledesma prefiere no utilizar la palabra “fascista” al considerarlo como un fenómeno específicamente italiano, para él, el “fascismo español” se llama a todos los efectos “nacionalsindicalismo”) y tienen connotaciones derechas sino reaccionarias, pero, a fin de cuentas, no es nada que él no conociera ya. De hecho, así era el grupo de Valladolid cuando lo conoció y, sin embargo, se ha convertido en un grupo militante de cierta extensión que encarna las virtudes castellanas y la energía revolucionaria agraria del nacionalsindicalismo.

No es el caso describir cómo se llegó a la fusión. Ya ha sido contada en innumerables ocasiones, pero sí vale la pena describir qué es lo que supuso este hito en el diseño estratégico de Ramiro Ledesma y porqué, marca un éxito personal (que luego, él mismo se encargará de dilapidar y que le hará perder algo más de un año, tiempo precioso especialmente si tenemos en cuenta que a partir de febrero de 1936 todo se precipita y se abre la recta final hacia la guerra civil).

Los datos recogidos en distintas fuentes nos hablan de un proceso de fusión tormentoso y áspero en el que cada parte responsabiliza a la otra de retrasarse el acuerdo (4). Ledesma no celebró con alharacas la fundación de Falange Española: “Como se ve, las derechas, en su más extrema representación, se adscribieron al mitin, desde luego sin violentar mucho los textos. Y los oradores, Valdecasas, Ruiz de Alda y Primo de Rivera, no le pusieron a esa adscripción reparo alguno visible” (5). Después de la frustrada experiencia de El Fascio vendrán las vacaciones y será en agosto de 1933 cuando las partes planteen el proceso de fusión de manera definitiva (6). Borrás cuenta el proceso así:

“Hay cabildeos, Valdecasas, Sánchez Mazas, Ruiz de Alda, Areilza, tratan de Ramiro. Quién argumenta a José Antonio que él puede por sí mismo alzar su capitanía personal sin ligazones. También que Ramiro está cohibido en su acción porque es un pobre y carece hasta de donde dejar caer muertos a sus valedores. En contra de los denigrantes están los que aprecian el descomunal esfuerzo que culmina, a mediados de aquel 33, en una mitad de tratadistas encajada en otra mitad de “ofensiva” y arrojo a la acción directa (…) Se inclina José Antonio a conjuntar con Ramiro las tesis, de origen y fórmula que se entrelazan. En San Sebastián se hallan los joseantonianos (es agosto) y llaman a Ramiro. Este acude. Entrevistas. Ruiz de Alda hace de poder moderador. A Ramiro le preocupa no la autoridad futura, ni la conducta (perfecta) de José Antonio, sino las adherencias que soporta, zurrapas de upetismo, taras conservadoras, uñas de agarrados a sus ventajas que buscan en “esos muchachos” otra Guardia Civil que los libre de socialismos. No quiere ser mesnadero de las clases mandadas retirar. Que no se le confunda con un “condottiero” que alquila mercenarios. O Sindicalismo Nacional y que se marchen las momias, o nada. No se puede ceder, porque transigir es perecer, anularse, albiñanearse” (7).

En realidad, hay mucha poesía y admiración en la biografía de Borrás y no hay que tomar todo lo que cuenta al pie de la letra. Parece como si Ramiro Ledesma adquiriera la fisonomía de “guardián de las esencias” frente a los “derechistas”, versión oficial que han sostenido desde 1939 todos los que se han considerado “jonsistas” o “ramirianos”. En realidad, no es así. Es cierto que Ledesma –y todos los testimonios lo recuerdan- temió al principio que el núcleo que figuraba en torno a Primo de Rivera estuviera compuesto por antiguos upetistas y partidarios de la dictadura y aquello, obviamente, no le gustaba. Mal se podía “vender” una opción política de esas características y ahí estaba Albiñana para recordar los límites de un intento de ese estilo. Salaya explica que no se pudo llegar a la fusión por “demasiada intransigencia” de Ledesma (8). Pero, en realidad, el propio Ledesma ya había elogiado en la revista JONS a uno de los presentes en la reunión de San Sebastián, a García Valdecasas del que habían reproducido un discurso parlamentario añadiendo: “Y aquí está Valdecasas, muy cerca de las JONS, como una figura de porvenir” (9)… siendo como era el más derechista del triunvirato fundador de Falange (10).

Nos equivocaríamos si aceptáramos lo que escribe Ledesma sobre su estancia en Falange Española en ¿Fascismo en España? sin someterlo a crítica. Esa obra está escrita cuando aún no se ha disipado la amargura de haber quedado apeado del partido político que contribuyó a construir y al que sacrificó la estructura de las JONS, doto de doctrina e incluso de estrategia, como veremos. En esas circunstancias, es normal que manifestara una hostilidad hacia la línea del partido e incluso que episodios a los que apenas había prestado atención, al producirse la ruptura se convirtieran en temas centrales para explicar la tensión que llevó a la ruptura.

Si repasamos esas notas insertadas en el Capítulo 6, La lucha por el nacionalsindicalismo (11), veremos que, junto a las anécdotas aparecen dos episodios que indican que el proyecto estratégico que Ledesma había elaborado suponía ir ampliando el radio de acción, integrando a los que en esa misma obra llama, con cierto despecho, “fascistizados”.  Nuestra tesis es que en el curso de su reflexión estratégica, Ledesma había llegado a la conclusión de que era preciso incorporar a cuantas más gentes mejor, especialmente a los que gozaban de algún prestigio en la España de la época. En su análisis de los partidos fascistas europeos había llegado a la conclusión de que el fascismo era una adición de distintas tendencias, no siempre convergentes. Esto era bastante evidente tanto en el NSDAP como en el PNF, formaciones en las que existió siempre, desde el mismo arranque, una corriente más derechista y otra más izquierdista, una que insistía en el anticomunismo y otra que lo hacía en la lucha contra la burguesía y el capital. Lo sabía, además, porque conocía la obra de Malaparte. La fase del dogmatismo ideológico había quedado atrás, la fase de hiperrevolucionario también, la desconfianza en caer en manos de supuestas o reales maniobras reaccionarias, desaparece por completo en ese período (para reaparecer luego al producirse la ruptura y en un estado de ánimo favorable a atacar al partido matriz del que se ha separado dramáticamente).

Ledesma describe de manera ambigua la petición de Calvo Sotelo de integrarse en Falange Española tras su regreso del exilio. Y es que Calvo Sotelo era una pieza clave en el diseño estratégico de Ledesma de construir, no un “partido fascista”, sino un “gran partido fascista”, es decir, una formación que incluyera a todas las tendencias del “fascismo español” (o que, en realidad, querían construir un partido similar al fascista italiano y al nacional-socialista alemán en España). Ledesma se limita a escribir sobre el episodio:

En mayo, al regresar Calvo Sotelo a España, después de la amnistía, quiso entrar en el Partido y militar en su seno. Primo de Rivera se encargó de notificarle que ello no era deseable ni para el movimiento ni para él mismo. Parecerá extraño, y lo es, sin duda, que una organización como Falange, que se nutría en gran proporción de elementos derechistas, practicase con Calvo Sotelo esa política de apartamiento. Y más si se tiene en cuenta que éste traía del destierro una figura agigantada y que le asistían con su confianza anchos sectores de opinión. Calvo Sotelo aparecía como un representante de la gran burguesía y de la aristocracia, lo que chocaba desde luego con los propósitos juveniles y revolucionarios del Partido, así como con la meta final de éste, la revolución nacional-sindicalista. En ese sentido, Primo, que se iba radicalizando, tenía, sin duda, razón. Ruiz de Alda se inclinaba más bien a la admisión, guiado por la proximidad de la revolución socialista y la necesidad en que se encontraba el Partido, si quería intervenir frente a ella con éxito, de vigorizarse y aumentar, como fuese, sus efectivos reales. No carecía de solidez esa actitud de Ruiz de Alda; pero Primo se mantuvo firme (12).

Lo que puede deducirse de ello es:

1) Que fue Primo de Rivera (no Ledesma) quien insistió en que no se le admitiera.

2) Que Ruiz de Alda (la persona más próxima a Ledesma en aquel momento y con el que le unían buenas relaciones personales) se mostró a favor de la incorporación de Calvo Sotelo.

3) Que Ledesma intenta mantener los equilibrios y velando su actitud, sin decantarse, ni a favor de Primo de Rivera, ni de Ruiz de Alda, acaso porque en el momento de escribir esas líneas había reverdecido en él la actitud hiperrevolucionaria al haber perdido momentáneamente el norte estratégico tras su salida de Falange.

Vamos a ver cómo tratan otras fuentes el mismo episodio. Ximénez de Sandoval, coincide en que fue Primo de Rivera (y no Ledesma) quien se opuso a la entrada de Calvo Sotelo (13). En las filas jonsistas las cosas no varían tampoco: Emiliano Aguado (14) no menciona ni en una sola ocasión a Calvo Sotelo, Gutiérrez Palma (15) hace otro tanto. En cuanto a los historiadores, la tendencia es a resaltar que Ledesma no se opuso –contrariamente a lo que se podría pensar- al ingreso de Calvo Sotelo y que dejó que la cuestión la planteara el “triunviro” más próximo a él, Ruiz de Alda (16).

Ligeramente más clara –insistimos en lo de “ligeramente”- fue la actitud de Ledesma ante el “caso Ansaldo”. Ledesma reconoce que a las pocas semanas de entrar Ansaldo en el partido ya controlaba la “organización militarizada del movimiento” (17). Su valoración del personaje es extremadamente condescendiente (18), encontrando incluso antecedentes históricos en el NSDAP que justificaban plenamente para él la presencia de Ansaldo en el partido. Para Ledesma, todo el problema consistía en que Ansaldo debía tener sobre él una dirección identificada con los principios revolucionarios (19).

Es significativo que, justo después de aludir por primera vez a Ansaldo, Ledesma reconozca que el partido “iba adquiriendo densidad y volumen” y narre la primera concentración de milicias en el aeródromo de Carabanchel: 2.000 milicianos a las órdenes de Ansaldo y del triunvirato. Todos ellos fueron multados, pero se trató de la primera demostración del potencial militantes de la nueva organización unificada. Después de este acto empezó el descontento en un clima de atentados, represalias y contra-represalias que enrareció el clima en torno a Falange. Ansaldo “polarizó el descontento” (20)  e intentó su “golpe de timón” (21). Ledesma lo que le reprocha, no es su intento de alejar a Primo de Rivera, sino el que tendiera a que la “organización fascista abandona su misión histórica” ¿cuál? ¿la lucha contra el capital? ¿la lucha contra la derecha reaccionaria? No, la “lucha contra la preparación insurreccional de los socialistas” y contra la “vergüenza nacional del lerrouxismo” (22).

Subsisten dudas sobre lo que pretendía Ansaldo: parece claro que se trataba de alejar a Primo de Rivera del mando único que había sustituido al triunvirato, pero, sustituirlo ¿por quién? ¿Se hubiera presentado Ledesma como el “hombre de la situación”, el “centrista”, distante de las posiciones derechistas de Ansaldo y de las posiciones parlamentaristas de Primo de Rivera, amigo de ambos y que contaba también con el apoyo de Ruiz de Alda, amigo también de Ansaldo y de Primo? ¿Esperaba que le ofrecieran a él el mando como sucesor de Primo de Rivera? Sea como fuere no hay ninguna prueba de que Ledesma conspirase contra Primo de Rivera (a pesar de que éste tuvo sospechas de que así había sido) (23). Con todo, es cierto que la posición de Ledesma ante la crisis de Ansaldo no es la misma que la que tuvo ante el caso Arredondo (24), cuadro de milicias, traído por Ansaldo, militar reaccionario sin más, de cuya expulsión Ledesma se felicitó… no así de la de Ansaldo en la que mantiene prácticamente la misma neutralidad expositiva que en el episodio de Calvo Sotelo.

El “incidente Ansaldo” y el “incidente Calvo Sotelo”, nos presentan otro aspecto que los “ramiristas” de ayer y de hoy se niegan pertinazmente a reconocer: que Ledesma no fue el gran opositor a la presencia de “reaccionarios”, “derechistas”, “monárquicos alfonsinos” en el partido, sino su respaldo. Su miedo, no era que estuvieran presentes en Falange (de hecho, él ya había convivido en las JONS con un Redondo que no tenía nada que envidiar doctrinalmente ni a Calvo Sotelo ni a Ansaldo) sino que controlaran al partido y determinaran la imagen que Falange daba ante la población. Eso era todo.

Ledesma, en esos momentos, seguía con su estrategia de construcción del partido. Hay que tener en cuenta que, en aquellos tiempos revueltos, la organización “militar” de un partido fascista era extremadamente importante. Malaparte así lo había establecido: los “catilinarios” de izquierdas y derechas podían y debían hacer uso de la violencia para combatir al Estado y afrontar el problema técnico de la conquista del poder. Ledesma entendió pronto que “el pensamiento dirige al fusil” y que lo verdaderamente importante era la existencia de lo que luego se llamó una “central política” de carácter revolucionario que dirigiera las operaciones armadas y no al revés: que fuera la milicia armada la que marcara la línea a la dirección política. Lo sabía por sus estudios sobre al ascenso del NSDAP y del PNF. Lo sabía a través de la lectura de Malaparte quien había previsto con casi cuatro años de anticipación el enfrentamiento entre el NSDAP-OP y las SA. Lo sabía gracias a tener una visión particular de la revolución bolchevique dada por Curzio Malaparte, en la que el técnico Trotsky se impone sobre el político Lenin. Pero si la posición de Trotsky es la correcta para Ledesma (y para Malaparte) se debe a la rigurosa posición revolucionaria del personaje y a su análisis del proceso revolucionario como una partida de ajedrez. Anticipándose a la teorización de la extrema-izquierda castrista y guevarista de los años 60: Ledesma tiene claro que la “dirección militar” debe de estar subordinada a la “dirección política”. Más aún, que la “dirección política” debe de estar por encima de la “dirección parlamentaria”. En definitiva, que el “proyecto revolucionario” debe de superar a los intereses personales de los dirigentes (por eso Primo se opone encarecidamente a la entrada de Calvo Sotelo en el partido y Ledesma no), que la creación del “gran partido fascista” (a la italiana, a la alemana) debe de estar por encima de los fraccionalismos y de las desviaciones “derechistas” e “izquierdistas” (cuya fantasía él mismo había alentado en los primeros números de La Conquista del Estado y a las que luego renunció visiblemente), que se trata de defender la “eficacia revolucionaria” por encima de cualquier otra cosa, salvo del propio proyecto político.

Por eso esta tercera etapa en la evolución de las concepciones estratégicas de Ramiro Ledesma es clave: demuestra la lucidez del personaje, su capacidad de autocorrección de los errores cometidos con anterioridad, su inmensa capacidad intelectual para absorber en poco tiempo experiencias propias y ajenas desarrolladas en otros países y su inmensa capacidad de análisis político. Estamos persuadidos de que si en 1934, Falange Española hubiera admitido a Calvo Sotelo en sus filas, a éste le habría seguido lo esencial de Renovación Española hasta el punto de que este partido hubiera terminado desapareciendo o bien fusionándose en Falange y se hubiera llegado a las elecciones de 1936 con la posibilidad para las candidaturas falangistas de obtener un grupo parlamentario propio. Al mismo tiempo, la Primera Línea –de no haberse producido la crisis de Ansaldo o de haberse cerrado esta de otra manera- se habría conseguido constituir una temible milicia que no solamente fuera yunque sino además martillo, hasta el punto de disuadir a los “chiribís” y a las milicias comunistas de mantenerlos como objetivos de sus armas.

Ledesma está pues en lo que podemos llamar su “plenitud estratégica”. Ha entendido cómo se construye un partido fascista, ha entendido, finalmente, lo que antes solamente intuía y lo que desconocía cuando lanzó los primeros números de La Conquista del Estado:

- Que hace falta una teoría revolucionaria (la que construyó en la revista JONS)

- Que hace falta un partido revolucionario de masas (el que quería construir sumando las distintas “partes” del “fascismo español”).

- Que la dirección política debe de estar por encima de las personas, de los grupos, de los dogmas e incluso de las armas.

Luego, en los meses siguientes y durante algo más de un año, todo eso se torcerá y Ledesma quedará bruscamente desembarcado del proyecto falangista que asumirá Primo de Rivera casi al pie de la letra. También él ha ido aprendiendo mucho en los últimos años.

NOTAS

(1) Explica Ledesma: “Indudablemente, tras de Barreto estaba ya José Antonio Primo de Rivera. No se olviden las relaciones de Delgado Barreto con el general. Y ahora, ante la empresa fascista, operaba de acuerdo con los propósitos políticos del hijo, de José Antonio, que en estas fechas comenzó a soñar con un partido fascista del que él fuese el jefe. No obstante, Delgado Barreto daba ya entonces la sensación de que no le dominaba una fe absoluta en cuanto a la capacidad de José Antonio, y con mucha prudencia eludía jugarlo todo a la carta exclusiva de éste”. ¿Fascismo en España? Op. cit., pág. 35.

(2) Una página entera dedicada al “movimiento español JONS”, con entrevista a Ledesma luciendo camisa negra y corbata roja. Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 94.

(3) “Estos se prestaron de malísima gana, porque les horrorizaba verdaderamente el título del periódico y porque no veían garantías de que aquello no se convirtiese en una madriguera reaccionaria. Pero el afán de destacar su labor y de popularizar en lo posible al movimiento jonsista pudo más que todo, y convinieron entrar en aquel Consejo, si bien bajo el compromiso de que ellos, los de las J.O.N.S., redactarían dos planas, que de un modo exclusivo estarían con integridad dedicadas al jonsismo” ¿Fascismo en España? Op. cit., pág. 35.

(4) En Biografía apasionada de José Antonio, se lee: “Ledesma Ramos escribe a Bravo que “no ha sido posible, después de cien intentos, en los que siempre correspondió a las J.O.N.S. la iniciativa, entenderse con esos caballeros desviados” (Felipe Ximénez de Sandoval, Fuerza Nueva Editorial, Madrid, edición digital, pág. 162), mientras que el propio .

(5) Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 52. Si bien, inmediatamente después modera esta opinión añadiendo: “Año y medio después han sobrevenido las rectificaciones, la de las derechas, no sintiéndose representadas por el fascismo de Primo de Rivera, calificándolo de movimiento enteco y sin brío, y la de Primo de Rivera no aceptando como única la filiación derechista.”

(6) Cfr. Ramiro Ledesma…, op. cit., pág. 445.

(7) Idem., pág. 444.

(8) Idem., pág. 445.

(9) Cfr. Antología de las JONS, Juan Aparicio, Ediciones FE, Madrid 1939, edición digital, pág. 114-115.

(10) Luego Ledesma juzgará con más aspereza a Valdecasas cuando escriba: “A los quince días escasos, Valdecasas, obedeciendo nadie sabe a qué motivos, desapareció de la órbita de F.E. sin dejar rastro. Parece que hizo un gran matrimonio con una marquesa y, dejando a un lado sus propósitos de salvación nacional, estiró su luna de miel por el extranjero durante más de seis meses. Fue, desde luego, un percance para F.E., porque Valdecasas tiene un talento claro y eficaz, ingrediente del que no anduvo nunca muy sobrada la organización fascista” (¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 53).

(11) ¿Fascismo en España?, op. cit., op. cit., págs. 66-81.

(12) ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 69.

(13)  “José Antonio no estuvo nunca dispuesto a esta unión por diferentes razones, que más tarde se expondrán con toda sinceridad. A su juicio, las ideas que pudiese aportar Calvo Sotelo no arrastrarían jamás a la juventud española para una empresa total revolucionaria”. Biografía apasionada…, op. cit., pág. 205.

(14)  Ramiro Ledesma en la crisis de España, Emiliano Aguado, Editora Nacional, Madrid 1942.

(15)  Sindicatos y agitadores nacional-sindicalistas, Gutiérrez Palma, op. cit.

(16)  F. Gallego en su Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español, (Editorial Síntesis, Madrid 2005) sostiene algo que otros muchos, antes y después han señalado: que Primo de Rivera recelaba de que Calvo Sotelo pudiera disputarle el liderazgo, al ser buen orador como él, estar bien relacionado como él, pero tener mucha más experiencia parlamentaria que él y, finalmente, estar seguido por huestes más extensas (pág. 243). Gallego sostiene que la posición de Ledesma “no es un signo de carencia de escrúpulos ideológicos, sino de lucidez a la hora de medirlos con las necesidades políticas” (pág. 243) 

(17)  Cfr. ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 67.

(18)  “[Ansaldo] Procedía de los núcleos que con más fidelidad y dinamismo habían defendido hasta última hora al Rey. A pesar de eso, de su poquísima compenetración doctrinal —él era, después de todo, un exclusivo hombre de acción—, su presencia en el Partido resultaba de utilidad innegable porque recogía ese sector activo, violento, que el espíritu reaccionario produce en todas partes como uno de los ingredientes más fértiles para la lucha nacional armada. Recuérdese lo que grupos análogos a ésos significaron para el hitlerismo alemán, sobre todo en sus primeros pasos.”, idem., pág. 68.

(19)  “Claro que la intervención de esos elementos resulta sólo fecunda cuando no hay peligro alguno de que consigan influir en los nortes teóricos y estratégicos. Es decir, cuando hay por encima de ellos un mando vigoroso y una doctrina clara y firme. Si no, son elementos perturbadores y nefastos”, idem., pág. 69.

(20)  Idem, pág. 75.

(21)  “Ansaldo consiguió que un grupo de militantes destacados se uniese a su actitud de protesta. Urdieron entonces un plan al objeto de conseguir la expulsión misma de Primo de Rivera. Ese plan llegó a ser aceptado por varios sectores, y, a pesar de ser propuesto por quien representaba una tendencia calificadamente derechista, encontró ayuda y apoyo entre los estudiantes de actitud más revolucionaria. Cuando ya éstos se habían medio comprometido a auxiliar la protesta, enteraron a Ledesma de ello; pues, a ser posible, pretendían que el Triunvirato, basándose en la situación de indisciplina y en lo extenso del sector que exigía medidas contra Primo, apoyara por mayoría los propósitos de los descontentos. En otro caso, parecían dispuestos a apelar a la violencia para apartar a Primo de Rivera”. Idem, pág 75-76.

(22)  Idem., pág. 75-76.

(23)  F. Gallego, por su parte, especula: “Ledesma trató de ganarse el apoyo indispensable de Ruiz de Alda para llevar adelante un golpe dem ano aprovechando la oferta realizada por los milicianos de la Primera Línea para desplazar a Primo de Rivera, planteando que debía  evitarse que tal destitución pudiera ir acompañada de una inclinación del partido hacia las posiciones políticas alfonsinas. Es decir, lo que Ledesma estaba planteando era la sustitución de Primo de Rivera por su propia persona, aunque sin alejar a José Antonio de la dirección del partido” (Ramiro Ledesma y el fascismo…, op. cit., pág. 262).

(24)  Idem., pág. 58.

 

ENLACES DE LA SERIE:

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (1 de 8) – Objetivos y métodos del fascismo español

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (2 de 8) – Paralelismos entre Ledesma y la Técnica del Golpe de Estado

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (3 de 8) – Las cuatro etapas en la evolución estratética de Ledesma

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (4 de 8) – La etapa “nuclear”: La Conquista del Estado

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (5 de 8) – La etapa de construcción del partido: las JONS

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (6 de 8) – La etapa de unión del “fascismo español”. La fusión con Falange

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (7 de 8) – La pérdida de la iniciativa estratégica: de la ruptura del Falange al final de La Patria Libre

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (8 de 8) – Las dudas finales: ¿construcción del partido o lucha armada?

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA – Conclusión