P.- ¿Volverá
el fascismo?
R.- No, desde
luego, ni como lo vimos, ni como lo conocimos. Ni siquiera con los nombres que
tuvo en sus distintas variedades nacionales. Pero, lo que sí veremos, es una
respuesta a las sucesivas crisis que se desatarán en los próximos treinta años
y que darán lugar a formas actualizadas y variantes de la doctrina originaria
de los fascismos.
P.- Así pues,
los fascismos no están muertos.
R.- Lo que se
conoce con el nombre de “fascismo” no es más que la traslación al primer tercio
del siglo XX de una forma de entender la vida y el papel del ser humano sobre
la tierra que ha existido siempre, desde los albores de los tiempos. El
fascismo fue la doctrina en la que se reconocen todos los pesimistas activos de
los siglos precedentes y de los que vendrán, gentes de acción convencidos de
que la decadencia es el sentido de la historia y resueltos a evitar esa
decadencia.
P.- ¿A qué se
debe la mala prensa del fascismo en nuestros días?
R.- Parece
evidente que perder una guerra es la mejor forma de que los vencedores den del
vencido la imagen que mejor les convenga. Si se examina la prensa de la segunda
mitad de los años 30, se verá que Hitler y Mussolini eran los políticos más
populares a nivel mundial, incluso en el Tercer Mundo, entonces formado por las
colonias franco-británicas. Incluso sectores de la izquierda veían con simpatía
al Reich en la medida en que los antiguos militantes del KDP habían sido
integrados en el régimen y que los logros en materia social eran perceptibles
con facilidad. La guerra interrumpió la revolución y es paradójico que la
guerra se iniciara cuando Roosevelt convenció al gobierno polaco de que el
Reino Unido y Francia acudirían en su defensa en el asunto del corredor de
Danzig… el gobierno polaco, una dictadura antidemocrática, por cierto, con
fuertes rasgos antisemitas. Al perder la guerra, el vencedor creyó legitimarse
caracterizando al vencido con todos los vicios y las lacras habidas y por
haber. Los derrotados, incluso en nuestros días -Gadafi, Saddam…- siempre han
recibido el mismo trato.
P.- Sin
embargo, Gadafi y Sadam fueron derrotados ayer, mientras que los soviéticos
tomaron Berlín hace tres cuartos de siglo, ¿Por qué esa persistencia en
denigrar al adversario vencido?
R.- Por varios
motivos: en primer lugar, para que cualquier respuesta y oposición al
stablishment mundial pueda ser demonizada con un adjetivo que sugiere estímulos
negativos. Ochenta años de denigración garantizan que, en el imaginario
colectivo de la humanidad, la palabra “fascismo” ha quedado como símbolo del
“mal absoluto”. En segundo lugar, porque es preciso mantener vivos los ideales
antifascistas: partidocracia, conservadurismo, mundialismo, progresismo.
Ideales que, en gran medida y, en sí mismos, han constituido un fracaso e
intentan legitimarse manteniendo el recuerdo de su victoria contra el “mal
absoluto”.
P.- En la
primera parte de este número doble especial de la Revista de Historia del
Fascismo, explicas los contenidos de esta doctrina. ¿Era el momento de realizar
tal definición?
R.- Un amigo
italiano, también dedicado al estudio de la historia del fascismo, sostiene que
“hasta ahora la historia la han contado nuestros adversarios; ahora nos toca a
nosotros”. Es decir, a nosotros, los que, de una forma u otra, hemos sido
considerados y llamados “fascistas”, simplemente porque íbamos contra corriente
y no encontrábamos ni legitimidad ni veracidad a las ideologías vencedoras en
1945. Y era curioso, porque después de 67 números de la revista dedicados al
estudio del fascismo, todavía no habíamos intentado explicar en qué consistía
el fenómeno. En nuestro lema decimos: “ni apologistas ciegos, ni detractores
sistemáticos. Así fue una época del siglo XX”. Es decir: consideramos que
el fascismo es un fenómeno propio del pasado, pero exigimos que se le trate con
objetividad y rigor, no con los esquemas de la propaganda de guerra propios del
período 1939-1945, verdadero insulto para el sentido común y para la propia
Historia.
P.- ¿Por qué
el fascismo ya no tiene lugar en nuestros días como fenómeno político?
R.- El fascismo
“histórico” -y recalco lo de “histórico”, es decir, el que tuvo lugar entre
1919 y 1945, siendo todo lo anterior pre-fascismo y todo lo posterior
neo-fascismo, hasta la práctica extinción de este último en la última década
del siglo XX- estuvo ligado a fenómenos muy concretos que se dieron en la
coyuntura histórica de Europa tras la Primera Guerra Mundial: millones de ex
combatientes que volvieron, derrotados unos y sin reconocerse otros en el bando
de los vencedores, que habían conocido un modelo de vida en las trincheras
solidario, unitario y jerárquico y, sobre todo, en un período de grandes
cambios sociales, avances científicos y técnicos, vinculados a la Segunda
Revolución Industrial. Hoy vamos, por la Cuarta y el mundo del siglo XXI tiene
ya muy poco que ver con los problemas del período 1919-1945.
P.- ¿Cuáles
son las grandes diferencias?
R.- En todos los
órdenes: los avances científicos que llegaron después de 1945 “empequeñecieron”
al mundo. La dimensión nacional de los Estados ya no es la más adecuada para
responder a los retos del siglo XXI. Existen proyectos científicos cuyo coste
es superior al presupuesto nacional de un Estado de tamaño medio. La fórmula
“Estado-Nación” que nació a finales del XVIII, ya no es la más adecuada en un
momento en el que se tiende a grandes bloques geopolíticos. Desde el punto de
vista de la economía, vivimos en la época del neo-liberalismo, fase terminal
del capitalismo; mientras que en la época de los fascismos históricos se
permanecía en la fase del capitalismo industrial, a la que siguió en los años
60, el del capitalismo multinacional y, tras la caída del Muro de Berlín, se
llegó al capitalismo globalizado y del liberalismo salvaje. Ya no hay legiones
de excombatientes buscando un destino a sus vidas. Las sociedades ya no son
homogéneas, sino mosaicos etno-culturales. Y, para colmo, la revolución
científica actualmente en curso, construirá a mediados del siglo XXI, un mundo
que ya no se parecerá en nada al de 1919-45.
P.- ¿Estás
sugiriendo que ya no queda nada del siglo XX?
R.- El drama de
los conservadores radica en que ya no hay nada que conservar… Los restos del
“novecento” están desapareciendo aceleradamente. Fijémonos en la Iglesia,
posiblemente hoy una de las instituciones más antifascistas -cuando paradójicamente,
la Iglesia colaboró con el fascismo italiano y solamente se distancia del
alemán porque éste no aceptaba entregar al clero la educación de la juventud-
hoy, una institución en vías de extinción. Las aristocracias han desaparecido y
las monarquías parecen más propias de la prensa del corazón que de liderar
pueblos. La deslocalización ha liquidado a la clase obrera occidental. La
inmigración masiva la ha sustituido, con la diferencia de que es más
parasitaria que productiva. Las formas de ocio han cambiado totalmente. En
cuanto a los campos de investigación científica, en este momento, la ingeniería
genética, la criogenia, la nanotecnología, la robótica, la inteligencia
artificial, están en vanguardia. Lo único que queda del siglo XX y, más que del
XX, del XVIII, es la forma de gobierno de las sociedades occidentales. Este es
el verdadero arcaísmo: que se está dirigiendo a la sociedad moderna con los
principios de hace 300 años.
P.- Por lo
que veo, en la segunda parte de tu estudio aludes con detalle a todo este
asunto, pero ¿por qué crees que podría aparecer una nueva forma de fascismo,
eso que llamas “transfascismo”?
R.- En el
estudio digo que el fascismo es hijo de la tempestad y de los tiempos de
crisis. No hay fascismo posible en un clima de calma chicha. Y no van a ser
crisis las que faltarán en los próximos 30 años. El siglo se inició con la
caída de las Torres Gemelas, más como símbolo del fin de un mundo (el de la
tercera revolución industrial) que como acto terrorista que supuso el “casus belli”
para la respuesta no menos terrorista en Afganistán e Iraq. Todo esto ocurrió
hace 19 años y parece más lejano incluso que la caída del Muro de Berlín. El
estallido de la burbuja inmobiliaria, la crisis bancaria y la crisis del a
deuda del período 2007-2011 fueron otro paso que no ha tenido nada que ver con
la siguiente crisis económica generada, ahora, por una pandemia. Las crisis
cada vez se producen a mayor velocidad y son de mayor intensidad. Por tanto, la
tormenta perfecta o lo que Mussolini llamaba “el tiempo de las afirmaciones
absolutas y de las negaciones soberanas”, en donde una parte de la población
será consciente de que con el boletín de voto no se supera ninguna crisis, está
a la vuelta de la esquina. Esto, por sí mismo, generará las condiciones
objetivas para el desarrollo del “transfascismo”.
P.- ¿Por qué
“transfascismo” y no neo-fascismo o populismo? ¿no son concepciones que
estarían muy cercanas?
R.- En realidad,
no. El neo-fascismo fue una supervivencia del fascismo que fue perdiendo vigor
a medida que nos alejábamos de los años 30. Yo fui testigo del final del
neo-fascismo a mediados de los años 80, cuando fuimos teniendo conciencia de
que iban apareciendo fenómenos nuevos imposibles de integrar en la ecuación
fascista clásica. Hoy, salvo en Italia y en círculos restringidos, el
neo-fascismo ha desaparecido como fenómeno político. En cuanto al “populismo”
es una respuesta coyuntural a los desfases interiores del sistema
socio-político que se producen cada vez con mayor frecuencia, pero que aspiran
solamente a poner “parches técnicos”, no a sustituir a la partidocracia, ni a
la economía liberal. Digamos que el neo-fascismo intentó oponerse y fue,
literalmente, aplastado. Más hábiles, los “populistas” tratan de denunciar las
consecuencias del sistema, pero no sus raíces.
P.- ¿Por qué
“transfascismo”?
R.- Porque
trasciende al fascismo. Porque no puede ser lo mismo que fue el fascismo histórico,
pero el neologismo es suficientemente claro de lo que será: una adaptación del
impulso eterno y permanencia hacia el Orden, la Autoridad, la Jerarquía, la
síntesis entre tradición y revolución, entre modernidad y tradición, la
destrucción de los mitos progresistas y liberales, el retorno a los orígenes
culturales de Europa, los únicos con los existirán una raíces lo
suficientemente fuertes para que la más rabiosa modernidad y los avances
científicos y tecnológicos más espectaculares no hagan perder el rumbo a la
humanidad tal como se percibe en los delirios de las ideologías
trans-humanistas. Un árbol, por alto que sea, se sostiene sobre sus raíces:
cuanto más alto es un árbol, más profundas deben ser sus raíces. El
contraejemplo es la falta de arraigo de la modernidad y de todos los fenómenos
que conlleva el progresismo: el carecer de raíces, consiguen una construcción
cada vez más inestable y con riesgo de desplome en cualquier momento.
P.- ¿Existen
grupos sociales preferenciales sobre los que el transfascismo pueda operar?
R.- El modelo
interpretativo de la sociedad que presento y al que camina Europa es el
siguiente: una pequeña cúpula de beneficiarios de la globalización, dinastías
económicas, oligarcas forman la cúspide de una sociedad piramidal, en la que la
base, excepcionalmente amplia está formada por grupos sociales subvencionados,
ni-nis, colgados a causa de la banalización en el consumo de sustancias
tóxicas, inmigrantes, etc., todos ellos viviendo de la caridad pública y
neutralizados por el salario mínimo de subsistencia que les posibilita el
acceso a ocio y drogas, sin interés por su formación, ni mucho menos por su
preparación, legiones de fracasados que ni siquiera tienen la conciencia de que
han fracasado. Y en medio de estos dos grupos, una clase media trabajadora,
cada vez más presionada fiscalmente que deberá mantener con sus impuestos,
tanto a los de arriba, como a los de abajo. Vamos camino de este tipo de
sociedad. Los límites entre estos grupos son siempre difusos: el estrato intermedio
entre el escalón inferior subsidiado y el grupo intermedio, está formado por
trabajadores en paro que no se resignan a esta situación y aspiran a tener un
salario real. De este estrato intermedio es de dónde el transfascismo
encontrará a su grupo social preferencial.
P.- ¿Cómo
será el partido transfascista del futuro?
R.- Será un
anti-partido. No creo que sea nada parecido a lo que hemos visto hasta ahora.
El término “movimiento” se le acercaría más, pero tampoco sería el más
adecuado. El “movimiento” es la suma de distintas iniciativas sectoriales,
nacidos en grupos sociales muy diversos, que se reconocen en objetivos,
propuestas y concepciones comunes. Por ejemplo: organizaciones de defensa
vecinal, por barrios y ciudades; o también, organizaciones profesionales y
corporativas; asociaciones de jubilados, asociaciones culturales, etc. Todo
esto forma parte del “movimiento” que dispone, a su vez, de una dirección
colegiada. Por encima debería encontrarse un organismo superior, al que
llamamos “la Orden” en donde reside la “dirección ética y moral” del conjunto,
mientras que en el “movimiento” reside la “dirección estratégica” del mismo. Y
en las organizaciones de base se encuentra la “dirección táctica”.
P.- ¿Y los
jóvenes? ¿el transfascismo no será un movimiento de juventud?
R.- En realidad,
la juventud es muy diferente a lo que era hace 100 años. Lejos de ser la
“fracción activa de las masas”, la juventud constituye, en su sector
mayoritario, un simple peso muerto. Es víctima, claro está del sistema de
enseñanza frustrado y del hundimiento de la institución familiar. Por otra
parte, hoy los avances en las ciencias de la salud, permiten que un ser humano
llegue a los 50-60 años, en plenitud de facultades y pueda ejercer,
prácticamente, un rol casi juvenil. Ahora bien, es cierto que en determinados
sectores es necesario que la juventud esté presente de manera masiva: entre los
estudiantes de las carreras vinculadas a las nuevas tecnologías especialmente.
P.- Has
hablado de “estrategia”. ¿Es posible definir una estrategia realista para el
“transfascismo”?
R.- Groso modo,
por supuesto. El sistema tiene una consistencia diamantina: resistente a
presiones y convulsiones internas, con una dureza a toda prueba. Pero, como
toda estructura diamantina, tiene un punto de fractura, golpeado el cual con una pequeña presión, todo
salta por los aires. En las sociedades modernas, ese punto de fractura son las
redes informáticas. El sindicalismo revolucionario creía que un cambio de
sistema podía operarse mediante la “huelga general”, mientras que los fascismos
históricos creían que era posible hacerlo mediante un “alzamiento nacional”. En
realidad, hoy, podrían pasar semanas de “huelga general” y no ocurrir nada (lo hemos
visto durante los meses de confinamiento obligatorio) y en cuanto al
“alzamiento nacional”, de producirse sería sofocado por los países vecinos o,
por simple asfixia económica. La simple amenaza con paralizar las redes
informáticas y la demostración de que es posible, podrían bastar incluso para
generar la caída del sistema mundial tal como hoy está concebido.
P.- Me ha
llamado la atención la poca importancia que atribuyes en tu estudio a la
geopolítica…
R.- La
geopolítica es y ha sido siempre, sólo, una ciencia auxiliar de la política. Sigue
y seguirá teniendo su vigencia en los próximos años. Siempre seguirá siendo
importante el control de un estrecho y las zonas costeras predispondrán para el
comercio, pero lo que durante la guerra fría fue determinante, hoy lo es mucho
menos. Más importante que la geopolítica es la geoeconomía, pero incluso esta
irá disminuyendo en los próximos años si tenemos en cuenta que se calcula que
en apenas 20-30 años podrá iniciarse la explotación de la Luna y la extracción
de minerales en Marte.
P.- Para
terminar: da la sensación de que, a pesar de haberse dividido la temática en
dos volúmenes, has intentado comprimir la materia tratada.
R.- En el índice
de estos dos volúmenes, se ve la materia tratada: unas consideraciones
preliminares, un texto -centrado en España-, una enumeración de todas las
características presentes en el fascismo genérico, una descripción de lo que
nos espera y cómo serán los próximos treinta años y la ruptura que supondrá
dentro de la propia modernidad, unas consideraciones sobre los cambios sociales
a los que asistiremos, la descripción del fenómeno transfascista en relación a
lo que fue el fascismo histórico y unos apuntes sobre estrategia, táctica y
fisonomía de lo que podría ser un movimiento transfascista… Es cierto que todo
esto está tratado de manera apresurada, pero bastante completa y, sobre todo,
es un punto de partida, no de llegada, que tiene como intención el abrir
debates, lanzar ideas y estimular la meditación sobre todo esto. Los últimos
cuarenta años demuestran que todo esto sujeto a cambios. Los próximos treinta
verán una vorágine incesante de cambios: es necesario observar la tendencia de
todos estos cambios, ser capaces de anticiparse a ellos, preverlos y, sobre
todo, tener muy claro que, a partir de cierto número de lavados, un traje ya no
puede ser utilizado, queda desgastado y hay que buscar un recambio. El
“sistema” y todo lo que conlleva, es hoy ese traje, literalmente, hecho polvo,
insalvable y que es preciso sustituir. El transfascismo sería una posibilidad
alternativa. Aunque siempre, claro está, existe la posibilidad de descender un
peldaño más.
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Los números LXVIII y LXIX de la Revista de Historia del Fascismo pueden ser solicitados a eminves@gmail.com