Es fácil suponer que la anécdota anterior llegó
inmediatamente a oídos de Ledesma. Y no venía sola; de hecho, los “amigos
vascos”, con Areilza y Sangroniz al frente, desde hacía tiempo le insistían en
que no perdiese de vista los intentos de Primo de Rivera en constituir un
“partido fascista”. Ledesma, era consciente de que los medios que se iban a
concentrar en torno al hijo del dictador iban a ser, como mínimo, bastante
mayores que los que él mismo podía disponer. Su miedo estribaba en que las
ideas en ese entorno no estuvieran suficientemente claras y todo terminara en
una orgía reaccionaria de la peor especie, al estilo de la Unión Patriótica o
del propio Partido Nacionalista de Albiñana. Es cierto que Ledesma tenía un
escaso capital político, pero al menos, había conseguido darle una doctrina,
crecer entre la juventud universitaria, editar una revista teórica y extenderse
por las principales capitales de España. Ciertamente, no disponían todavía de
un plan estratégico claro, pero en los dos últimos años habían mejorado
extraordinariamente sus planteamientos: habían cancelado el verbalismo ultra-revolucionario
propio de los movimientos juveniles, habían terminado advirtiendo tempranamente
el fracaso de la República y la imposibilidad de hacer nada para rectificar su
andadura. Iban, en definitivo, por un buen camino, pero la lentitud de los
progresos debía ser exasperante para unos jóvenes, por definición, inquietos y
con ganas de realizar grandes gestas políticas. A fin de cuentas, repartir
panfletos, dar charlas y redactar una revista teórica terminan aburriendo…
Para Ledesma y para los suyos, se trataba de
ampliar el radio de acción. Para Primo de Rivera de tener justo lo que le
faltaba: sobre todo una doctrina coherente. En los once números de JONS, ésta
había someramente pergeñada. Era inevitable que, antes o después, ambos hombres
terminaran unificando esfuerzos.
Ledesma acababa de salir de su retiro de dos
meses en prisión, cuando el 16 de marzo de 1933 se produjo el episodio de la
revista El fascio (1). Luego, en ¿Fascismo en España? él mismo relató el
episodio de manera muy negativa que no concuerda con el apoyo efectivo que le
prestó (2). Los jonsistas fueron requeridos para que participaran en la
redacción de la nueva revista (3). Formaban parte de la redacción Delgado Barreto,
Giménez Caballero, Primo de Rivera, Ramiro Ledesma, Sánchez Mazas y Juan
Aparicio. Se anunció la tirada 130.000 ejemplares del primer número, más de lo
que Ledesma había sumado los 22 números de La
Conquista y los 11 de JONS. Se
sabe cómo terminó aquello, pero si destacamos el episodio es porque se trató de
la primera colaboración directa entre Ledesma y Primo de Rivera. El paso
siguiente sería, naturalmente, la fusión para lo que había que afrontar las
resistencias que ambos encontraban en sus respectivos grupos.
En esta fase Ledesma demuestra haber alcanzado la
madurez: tiene una estrategia y se pliega a esa estrategia, la de “construcción
del partido”. En esta etapa apenas comete errores, salvo el terminar
escindiéndose como fruto de su impaciencia juvenil y de cierta antipatía mutua
que se profesaron en ese tiempo Ledesma y Primo de Rivera.
¿Qué implica “construir el partido”? Vale la pena
enumerar las condiciones necesarias para aceptar que se está, verdaderamente,
“construyendo el partido” y que se trata de un instrumento revolucionario y no
meramente de una sigla electoralista. Para ello hará falta:
1) Dotarlo en primer lugar de medios económicos y
materiales con los que se estará en condiciones de disponer de órganos de
propaganda, locales, fondos para desplazamientos, salarios de funcionarios,
etc.
2) Ampliar su base de manera que tenga una masa
crítica capaz de hacer sentir su presencia en la sociedad, está presente de
manera determinante en algunos sectores sociales (y lo conseguirá entre los
intelectuales y los jóvenes, especialmente).
3) Disponer de un núcleo de cuadros lo
suficientemente tupido como para asegurar que la detención de algunos o la
muerte de otros no interrumpirán la acción política.
4) Completar el patrimonio estratégico de la
organización mediante documentos doctrinarios y programáticos que definan el
perfil del partido de manera indubitada y sin riesgo de ser confundidos con
otras fuerzas políticas.
Todo esto lo adquiere Falange Española a partir
de la fusión con las JONS. Antes Falange Española era un grupo más de la
marejada de grupos de la extrema-derecha española de la época. En los discursos
de José Antonio, hasta ese momento, hay brillantes ejercicios de análisis
político, disquisiciones de alto nivel, comentarios de fino estilista
parlamentario, pero no hay nada que indique la existencia de una doctrina, como
máximo de unas tendencias que redondean una “visión del mundo”, nada más. Con
Ledesma aparece el “nacionalsindicalismo” en la Falange. Ledesma ve crecer vertiginosamente
su radio de acción: la “joven promesa de provincias”, se ha convertido en
triunviro del que, sin duda, será el “gran partido fascista” español. Ha dado
un vuelto a la situación: antes su organización, aunque excepcionalmente
activa, apenas reunía a entre 200 y 400 estudiantes en Madrid. Lo suficiente
para hacer notar su presencia en las aulas, pero demasiado poco para salir de
los altos muros de la universidad, nada, desde luego, para actuar en política
nacional. Ahora, está al frente, en dirección colegiada, de una formación en la
que abundan los títulos de nobleza, no faltan medios económicos y si bien es
cierto que buena parte de la militancia está atraída por que creen que aquello
es el “fascismo español” (y, ya se sabe que Ledesma prefiere no utilizar la
palabra “fascista” al considerarlo como un fenómeno específicamente italiano,
para él, el “fascismo español” se llama a todos los efectos
“nacionalsindicalismo”) y tienen connotaciones derechas sino reaccionarias,
pero, a fin de cuentas, no es nada que él no conociera ya. De hecho, así era el
grupo de Valladolid cuando lo conoció y, sin embargo, se ha convertido en un
grupo militante de cierta extensión que encarna las virtudes castellanas y la
energía revolucionaria agraria del nacionalsindicalismo.
No es el caso describir cómo se llegó a la
fusión. Ya ha sido contada en innumerables ocasiones, pero sí vale la pena
describir qué es lo que supuso este hito en el diseño estratégico de Ramiro
Ledesma y porqué, marca un éxito personal (que luego, él mismo se encargará de
dilapidar y que le hará perder algo más de un año, tiempo precioso
especialmente si tenemos en cuenta que a partir de febrero de 1936 todo se
precipita y se abre la recta final hacia la guerra civil).
Los datos recogidos en distintas fuentes nos
hablan de un proceso de fusión tormentoso y áspero en el que cada parte
responsabiliza a la otra de retrasarse el acuerdo (4). Ledesma no celebró con
alharacas la fundación de Falange Española: “Como se ve, las derechas, en su
más extrema representación, se adscribieron al mitin, desde luego sin violentar
mucho los textos. Y los oradores, Valdecasas, Ruiz de Alda y Primo de Rivera,
no le pusieron a esa adscripción reparo alguno visible” (5). Después de la
frustrada experiencia de El Fascio vendrán las vacaciones y será en agosto de 1933
cuando las partes planteen el proceso de fusión de manera definitiva (6).
Borrás cuenta el proceso así:
“Hay cabildeos, Valdecasas, Sánchez
Mazas, Ruiz de Alda, Areilza, tratan de Ramiro. Quién argumenta a José Antonio
que él puede por sí mismo alzar su capitanía personal sin ligazones. También
que Ramiro está cohibido en su acción porque es un pobre y carece hasta de
donde dejar caer muertos a sus valedores. En contra de los denigrantes están
los que aprecian el descomunal esfuerzo que culmina, a mediados de aquel 33, en
una mitad de tratadistas encajada en otra mitad de “ofensiva” y arrojo a la
acción directa (…) Se inclina José Antonio a conjuntar con Ramiro las tesis, de
origen y fórmula que se entrelazan. En San Sebastián se hallan los
joseantonianos (es agosto) y llaman a Ramiro. Este acude. Entrevistas. Ruiz de
Alda hace de poder moderador. A Ramiro le preocupa no la autoridad futura, ni
la conducta (perfecta) de José Antonio, sino las adherencias que soporta,
zurrapas de upetismo, taras conservadoras, uñas de agarrados a sus ventajas que
buscan en “esos muchachos” otra Guardia Civil que los libre de socialismos. No
quiere ser mesnadero de las clases mandadas retirar. Que no se le confunda con
un “condottiero” que alquila mercenarios. O Sindicalismo Nacional y que se
marchen las momias, o nada. No se puede ceder, porque transigir es perecer,
anularse, albiñanearse” (7).
En realidad, hay mucha poesía y admiración en la
biografía de Borrás y no hay que tomar todo lo que cuenta al pie de la letra.
Parece como si Ramiro Ledesma adquiriera la fisonomía de “guardián de las
esencias” frente a los “derechistas”, versión oficial que han sostenido desde
1939 todos los que se han considerado “jonsistas” o “ramirianos”. En realidad,
no es así. Es cierto que Ledesma –y todos los testimonios lo recuerdan- temió
al principio que el núcleo que figuraba en torno a Primo de Rivera estuviera
compuesto por antiguos upetistas y partidarios de la dictadura y aquello,
obviamente, no le gustaba. Mal se podía “vender” una opción política de esas
características y ahí estaba Albiñana para recordar los límites de un intento
de ese estilo. Salaya explica que no se pudo llegar a la fusión por “demasiada
intransigencia” de Ledesma (8). Pero, en realidad, el propio Ledesma ya había
elogiado en la revista JONS a uno de
los presentes en la reunión de San Sebastián, a García Valdecasas del que
habían reproducido un discurso parlamentario añadiendo: “Y aquí está
Valdecasas, muy cerca de las JONS, como una figura de porvenir” (9)… siendo
como era el más derechista del triunvirato fundador de Falange (10).
Nos equivocaríamos si aceptáramos lo que escribe
Ledesma sobre su estancia en Falange Española en ¿Fascismo en España? sin someterlo a crítica. Esa obra está escrita
cuando aún no se ha disipado la amargura de haber quedado apeado del partido
político que contribuyó a construir y al que sacrificó la estructura de las
JONS, doto de doctrina e incluso de estrategia, como veremos. En esas
circunstancias, es normal que manifestara una hostilidad hacia la línea del
partido e incluso que episodios a los que apenas había prestado atención, al
producirse la ruptura se convirtieran en temas centrales para explicar la
tensión que llevó a la ruptura.
Si repasamos esas notas insertadas en el Capítulo 6, La lucha por el
nacionalsindicalismo (11), veremos que, junto a las anécdotas aparecen dos
episodios que indican que el proyecto estratégico que Ledesma había elaborado
suponía ir ampliando el radio de acción, integrando a los que en esa misma obra
llama, con cierto despecho, “fascistizados”. Nuestra tesis es que en el curso de su
reflexión estratégica, Ledesma había llegado a la conclusión de que era preciso
incorporar a cuantas más gentes mejor, especialmente a los que gozaban de algún
prestigio en la España de la época. En su análisis de los partidos fascistas
europeos había llegado a la conclusión de que el fascismo era una adición de
distintas tendencias, no siempre convergentes. Esto era bastante evidente tanto
en el NSDAP como en el PNF, formaciones en las que existió siempre, desde el
mismo arranque, una corriente más derechista y otra más izquierdista, una que
insistía en el anticomunismo y otra que lo hacía en la lucha contra la burguesía
y el capital. Lo sabía, además, porque conocía la obra de Malaparte. La fase
del dogmatismo ideológico había quedado atrás, la fase de hiperrevolucionario
también, la desconfianza en caer en manos de supuestas o reales maniobras
reaccionarias, desaparece por completo en ese período (para reaparecer luego al
producirse la ruptura y en un estado de ánimo favorable a atacar al partido
matriz del que se ha separado dramáticamente).
Ledesma describe de manera ambigua la petición de
Calvo Sotelo de integrarse en Falange Española tras su regreso del exilio. Y es
que Calvo Sotelo era una pieza clave en el diseño estratégico de Ledesma de
construir, no un “partido fascista”, sino un “gran partido fascista”, es decir,
una formación que incluyera a todas las tendencias del “fascismo español” (o
que, en realidad, querían construir un partido similar al fascista italiano y
al nacional-socialista alemán en España). Ledesma se limita a escribir sobre el
episodio:
En mayo, al regresar Calvo Sotelo a
España, después de la amnistía, quiso entrar en el Partido y militar en su
seno. Primo de Rivera se encargó de notificarle que ello no era deseable ni
para el movimiento ni para él mismo. Parecerá extraño, y lo es, sin duda, que
una organización como Falange, que se nutría en gran proporción de elementos
derechistas, practicase con Calvo Sotelo esa política de apartamiento. Y más si
se tiene en cuenta que éste traía del destierro una figura agigantada y que le
asistían con su confianza anchos sectores de opinión. Calvo Sotelo aparecía
como un representante de la gran burguesía y de la aristocracia, lo que chocaba
desde luego con los propósitos juveniles y revolucionarios del Partido, así
como con la meta final de éste, la revolución nacional-sindicalista. En ese
sentido, Primo, que se iba radicalizando, tenía, sin duda, razón. Ruiz de Alda
se inclinaba más bien a la admisión, guiado por la proximidad de la revolución
socialista y la necesidad en que se encontraba el Partido, si quería intervenir
frente a ella con éxito, de vigorizarse y aumentar, como fuese, sus efectivos
reales. No carecía de solidez esa actitud de Ruiz de Alda; pero Primo se
mantuvo firme (12).
Lo que puede deducirse de ello es:
1) Que fue Primo de Rivera (no Ledesma) quien
insistió en que no se le admitiera.
2) Que Ruiz de Alda (la persona más próxima a
Ledesma en aquel momento y con el que le unían buenas relaciones personales) se
mostró a favor de la incorporación de Calvo Sotelo.
3) Que Ledesma intenta mantener los equilibrios y
velando su actitud, sin decantarse, ni a favor de Primo de Rivera, ni de Ruiz
de Alda, acaso porque en el momento de escribir esas líneas había reverdecido
en él la actitud hiperrevolucionaria al haber perdido momentáneamente el norte
estratégico tras su salida de Falange.
Vamos a ver cómo tratan otras fuentes el mismo
episodio. Ximénez de Sandoval, coincide en que fue Primo de Rivera (y no
Ledesma) quien se opuso a la entrada de Calvo Sotelo (13). En las filas
jonsistas las cosas no varían tampoco: Emiliano Aguado (14) no menciona ni en
una sola ocasión a Calvo Sotelo, Gutiérrez Palma (15) hace otro tanto. En
cuanto a los historiadores, la tendencia es a resaltar que Ledesma no se opuso
–contrariamente a lo que se podría pensar- al ingreso de Calvo Sotelo y que
dejó que la cuestión la planteara el “triunviro” más próximo a él, Ruiz de Alda
(16).
Ligeramente más clara –insistimos en lo de
“ligeramente”- fue la actitud de Ledesma ante el “caso Ansaldo”. Ledesma
reconoce que a las pocas semanas de entrar Ansaldo en el partido ya controlaba
la “organización militarizada del movimiento” (17). Su valoración del personaje
es extremadamente condescendiente (18), encontrando incluso antecedentes
históricos en el NSDAP que justificaban plenamente para él la presencia de
Ansaldo en el partido. Para Ledesma, todo el problema consistía en que Ansaldo
debía tener sobre él una dirección identificada con los principios
revolucionarios (19).
Es significativo que, justo después de aludir por
primera vez a Ansaldo, Ledesma reconozca que el partido “iba adquiriendo
densidad y volumen” y narre la primera concentración de milicias en el
aeródromo de Carabanchel: 2.000 milicianos a las órdenes de Ansaldo y del triunvirato.
Todos ellos fueron multados, pero se trató de la primera demostración del
potencial militantes de la nueva organización unificada. Después de este acto
empezó el descontento en un clima de atentados, represalias y contra-represalias
que enrareció el clima en torno a Falange. Ansaldo “polarizó el descontento” (20)
e intentó su “golpe de timón” (21).
Ledesma lo que le reprocha, no es su intento de alejar a Primo de Rivera, sino
el que tendiera a que la “organización fascista abandona su misión histórica”
¿cuál? ¿la lucha contra el capital? ¿la lucha contra la derecha reaccionaria?
No, la “lucha contra la preparación insurreccional de los socialistas” y contra
la “vergüenza nacional del lerrouxismo” (22).
Subsisten dudas sobre lo que pretendía Ansaldo:
parece claro que se trataba de alejar a Primo de Rivera del mando único que
había sustituido al triunvirato, pero, sustituirlo ¿por quién? ¿Se hubiera
presentado Ledesma como el “hombre de la situación”, el “centrista”, distante
de las posiciones derechistas de Ansaldo y de las posiciones parlamentaristas
de Primo de Rivera, amigo de ambos y que contaba también con el apoyo de Ruiz
de Alda, amigo también de Ansaldo y de Primo? ¿Esperaba que le ofrecieran a él
el mando como sucesor de Primo de Rivera? Sea como fuere no hay ninguna prueba
de que Ledesma conspirase contra Primo de Rivera (a pesar de que éste tuvo
sospechas de que así había sido) (23). Con todo, es cierto que la posición de
Ledesma ante la crisis de Ansaldo no es la misma que la que tuvo ante el caso
Arredondo (24), cuadro de milicias, traído por Ansaldo, militar reaccionario
sin más, de cuya expulsión Ledesma se felicitó… no así de la de Ansaldo en la
que mantiene prácticamente la misma neutralidad expositiva que en el episodio
de Calvo Sotelo.
El “incidente Ansaldo” y el “incidente Calvo
Sotelo”, nos presentan otro aspecto que los “ramiristas” de ayer y de hoy se
niegan pertinazmente a reconocer: que Ledesma no fue el gran opositor a la
presencia de “reaccionarios”, “derechistas”, “monárquicos alfonsinos” en el partido,
sino su respaldo. Su miedo, no era que estuvieran presentes en Falange (de
hecho, él ya había convivido en las JONS con un Redondo que no tenía nada que
envidiar doctrinalmente ni a Calvo Sotelo ni a Ansaldo) sino que controlaran al
partido y determinaran la imagen que Falange daba ante la población. Eso era
todo.
Ledesma, en esos momentos, seguía con su
estrategia de construcción del partido. Hay que tener en cuenta que, en
aquellos tiempos revueltos, la organización “militar” de un partido fascista era
extremadamente importante. Malaparte así lo había establecido: los
“catilinarios” de izquierdas y derechas podían y debían hacer uso de la
violencia para combatir al Estado y afrontar el problema técnico de la
conquista del poder. Ledesma entendió pronto que “el pensamiento dirige al
fusil” y que lo verdaderamente importante era la existencia de lo que luego se
llamó una “central política” de carácter revolucionario que dirigiera las
operaciones armadas y no al revés: que fuera la milicia armada la que marcara
la línea a la dirección política. Lo sabía por sus estudios sobre al ascenso
del NSDAP y del PNF. Lo sabía a través de la lectura de Malaparte quien había
previsto con casi cuatro años de anticipación el enfrentamiento entre el
NSDAP-OP y las SA. Lo sabía gracias a tener una visión particular de la
revolución bolchevique dada por Curzio Malaparte, en la que el técnico Trotsky
se impone sobre el político Lenin. Pero si la posición de Trotsky es la
correcta para Ledesma (y para Malaparte) se debe a la rigurosa posición
revolucionaria del personaje y a su análisis del proceso revolucionario como
una partida de ajedrez. Anticipándose a la teorización de la extrema-izquierda
castrista y guevarista de los años 60: Ledesma tiene claro que la “dirección
militar” debe de estar subordinada a la “dirección política”. Más aún, que la
“dirección política” debe de estar por encima de la “dirección parlamentaria”.
En definitiva, que el “proyecto revolucionario” debe de superar a los intereses
personales de los dirigentes (por eso Primo se opone encarecidamente a la
entrada de Calvo Sotelo en el partido y Ledesma no), que la creación del “gran
partido fascista” (a la italiana, a la alemana) debe de estar por encima de los
fraccionalismos y de las desviaciones “derechistas” e “izquierdistas” (cuya
fantasía él mismo había alentado en los primeros números de La Conquista del Estado y a las que
luego renunció visiblemente), que se trata de defender la “eficacia
revolucionaria” por encima de cualquier otra cosa, salvo del propio proyecto
político.
Por eso esta tercera etapa en la evolución de las
concepciones estratégicas de Ramiro Ledesma es clave: demuestra la lucidez del
personaje, su capacidad de autocorrección de los errores cometidos con
anterioridad, su inmensa capacidad intelectual para absorber en poco tiempo
experiencias propias y ajenas desarrolladas en otros países y su inmensa
capacidad de análisis político. Estamos persuadidos de que si en 1934, Falange
Española hubiera admitido a Calvo Sotelo en sus filas, a éste le habría seguido
lo esencial de Renovación Española hasta el punto de que este partido hubiera
terminado desapareciendo o bien fusionándose en Falange y se hubiera llegado a
las elecciones de 1936 con la posibilidad para las candidaturas falangistas de
obtener un grupo parlamentario propio. Al mismo tiempo, la Primera Línea –de no
haberse producido la crisis de Ansaldo o de haberse cerrado esta de otra
manera- se habría conseguido constituir una temible milicia que no solamente
fuera yunque sino además martillo, hasta el punto de disuadir a los “chiribís”
y a las milicias comunistas de mantenerlos como objetivos de sus armas.
Ledesma está pues en lo que podemos llamar su
“plenitud estratégica”. Ha entendido cómo se construye un partido fascista, ha
entendido, finalmente, lo que antes solamente intuía y lo que desconocía cuando
lanzó los primeros números de La Conquista del Estado:
- Que hace falta una teoría revolucionaria (la
que construyó en la revista JONS)
- Que hace falta un partido revolucionario de
masas (el que quería construir sumando las distintas “partes” del “fascismo
español”).
- Que la dirección política debe de estar por
encima de las personas, de los grupos, de los dogmas e incluso de las armas.
Luego, en los meses siguientes y durante algo más
de un año, todo eso se torcerá y Ledesma quedará bruscamente desembarcado del
proyecto falangista que asumirá Primo de Rivera casi al pie de la letra.
También él ha ido aprendiendo mucho en los últimos años.
NOTAS
(1) Explica Ledesma: “Indudablemente, tras de Barreto estaba ya José
Antonio Primo de Rivera. No se olviden las relaciones de Delgado Barreto con el
general. Y ahora, ante la empresa fascista, operaba de acuerdo con los
propósitos políticos del hijo, de José Antonio, que en estas fechas comenzó a
soñar con un partido fascista del que él fuese el jefe. No obstante, Delgado
Barreto daba ya entonces la sensación de que no le dominaba una fe absoluta en
cuanto a la capacidad de José Antonio, y con mucha prudencia eludía jugarlo
todo a la carta exclusiva de éste”. ¿Fascismo
en España? Op. cit., pág. 35.
(2) Una página
entera dedicada al “movimiento español JONS”, con entrevista a Ledesma luciendo
camisa negra y corbata roja. Cfr. ¿Fascismo
en España?, op. cit., pág. 94.
(3) “Estos se prestaron de malísima gana, porque les horrorizaba
verdaderamente el título del periódico y porque no veían garantías de que
aquello no se convirtiese en una madriguera reaccionaria. Pero el afán de
destacar su labor y de popularizar en lo posible al movimiento jonsista pudo
más que todo, y convinieron entrar en aquel Consejo, si bien bajo el compromiso
de que ellos, los de las J.O.N.S., redactarían dos planas, que de un modo
exclusivo estarían con integridad dedicadas al jonsismo” ¿Fascismo en España? Op. cit., pág. 35.
(4) En Biografía apasionada de José Antonio, se lee: “Ledesma Ramos
escribe a Bravo que “no ha sido posible, después de cien intentos, en los que
siempre correspondió a las J.O.N.S. la iniciativa, entenderse con esos
caballeros desviados” (Felipe Ximénez de Sandoval, Fuerza Nueva Editorial,
Madrid, edición digital, pág. 162), mientras que el propio .
(5) Cfr. ¿Fascismo en España?,
op. cit., pág. 52. Si bien, inmediatamente después modera esta opinión
añadiendo: “Año y medio después han sobrevenido las rectificaciones, la de las
derechas, no sintiéndose representadas por el fascismo de Primo de Rivera,
calificándolo de movimiento enteco y sin brío, y la de Primo de Rivera no
aceptando como única la filiación derechista.”
(6) Cfr. Ramiro Ledesma…, op. cit., pág. 445.
(7) Idem., pág. 444.
(8) Idem., pág. 445.
(9) Cfr. Antología de las JONS, Juan Aparicio,
Ediciones FE, Madrid 1939, edición digital, pág. 114-115.
(10) Luego Ledesma juzgará con más aspereza a Valdecasas cuando
escriba: “A los quince días escasos, Valdecasas, obedeciendo nadie sabe a qué
motivos, desapareció de la órbita de F.E. sin dejar rastro. Parece que hizo un
gran matrimonio con una marquesa y, dejando a un lado sus propósitos de
salvación nacional, estiró su luna de miel por el extranjero durante más de
seis meses. Fue, desde luego, un percance para F.E., porque Valdecasas tiene un
talento claro y eficaz, ingrediente del que no anduvo nunca muy sobrada la
organización fascista” (¿Fascismo en
España?, op. cit., pág. 53).
(11) ¿Fascismo en
España?, op. cit., op. cit., págs. 66-81.
(12) ¿Fascismo en España?, op. cit., pág. 69.
(13) “José Antonio no estuvo nunca dispuesto a esta
unión por diferentes razones, que más tarde se expondrán con toda sinceridad. A
su juicio, las ideas que pudiese aportar Calvo Sotelo no arrastrarían jamás a
la juventud española para una empresa total revolucionaria”. Biografía apasionada…, op. cit., pág.
205.
(14) Ramiro
Ledesma en la crisis de España, Emiliano Aguado, Editora Nacional, Madrid
1942.
(15) Sindicatos y agitadores
nacional-sindicalistas, Gutiérrez Palma, op. cit.
(16) F. Gallego en su Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español, (Editorial Síntesis,
Madrid 2005) sostiene algo que otros muchos, antes y después han señalado: que
Primo de Rivera recelaba de que Calvo Sotelo pudiera disputarle el liderazgo,
al ser buen orador como él, estar bien relacionado como él, pero tener mucha
más experiencia parlamentaria que él y, finalmente, estar seguido por huestes
más extensas (pág. 243). Gallego sostiene que la posición de Ledesma “no es un
signo de carencia de escrúpulos ideológicos, sino de lucidez a la hora de
medirlos con las necesidades políticas” (pág. 243)
(17) Cfr. ¿Fascismo
en España?, op. cit., pág. 67.
(18) “[Ansaldo] Procedía de los
núcleos que con más fidelidad y dinamismo habían defendido hasta última hora al
Rey. A pesar de eso, de su poquísima compenetración doctrinal —él era, después
de todo, un exclusivo hombre de acción—, su presencia en el Partido resultaba
de utilidad innegable porque recogía ese sector activo, violento, que el
espíritu reaccionario produce en todas partes como uno de los ingredientes más
fértiles para la lucha nacional armada. Recuérdese lo que grupos análogos a
ésos significaron para el hitlerismo alemán, sobre todo en sus primeros
pasos.”, idem., pág. 68.
(19) “Claro que la intervención
de esos elementos resulta sólo fecunda cuando no hay peligro alguno de que
consigan influir en los nortes teóricos y estratégicos. Es decir, cuando hay
por encima de ellos un mando vigoroso y una doctrina clara y firme. Si no, son
elementos perturbadores y nefastos”, idem.,
pág. 69.
(20) Idem,
pág. 75.
(21) “Ansaldo consiguió que un
grupo de militantes destacados se uniese a su actitud de protesta. Urdieron
entonces un plan al objeto de conseguir la expulsión misma de Primo de Rivera.
Ese plan llegó a ser aceptado por varios sectores, y, a pesar de ser propuesto
por quien representaba una tendencia calificadamente derechista, encontró ayuda
y apoyo entre los estudiantes de actitud más revolucionaria. Cuando ya éstos se
habían medio comprometido a auxiliar la protesta, enteraron a Ledesma de ello;
pues, a ser posible, pretendían que el Triunvirato, basándose en la situación
de indisciplina y en lo extenso del sector que exigía medidas contra Primo, apoyara
por mayoría los propósitos de los descontentos. En otro caso, parecían
dispuestos a apelar a la violencia para apartar a Primo de Rivera”. Idem, pág 75-76.
(22) Idem.,
pág. 75-76.
(23) F. Gallego, por su parte, especula: “Ledesma
trató de ganarse el apoyo indispensable de Ruiz de Alda para llevar adelante un
golpe dem ano aprovechando la oferta realizada por los milicianos de la Primera
Línea para desplazar a Primo de Rivera, planteando que debía evitarse que tal destitución pudiera ir
acompañada de una inclinación del partido hacia las posiciones políticas
alfonsinas. Es decir, lo que Ledesma estaba planteando era la sustitución de
Primo de Rivera por su propia persona, aunque sin alejar a José Antonio de la
dirección del partido” (Ramiro Ledesma y
el fascismo…, op. cit., pág. 262).
(24) Idem.,
pág. 58.
ENLACES DE LA SERIE:
LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (1 de 8) – Objetivos y métodos del fascismo español
LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (4 de 8) – La etapa “nuclear”: La Conquista del Estado