Comentar lo que
ocurrió ayer en Cataluña es simple: para la mitad de los catalanes no
ocurrió absolutamente nada que fuera de interés. Ninguna sigla de la amplia opción
(25 candidaturas) interesó a la mitad de los catalanes. Pero lo significativo no es este
desinterés, sino cómo se distribuyó. Solamente esto, explica los resultados que
se produjeron. Ni en los catorce días previos de campaña electoral,
ninguna sigla consiguió “emocionar”, ni movilizar el voto. Y esto, y no quien
fue el vencedor, es lo más interesante de esta jornada electoral.
DESINTERÉS Y
DESAFECCIÓN
El que los
porcentajes de voto hayan bajado 22 puntos en relación a 2017, es importante,
pero, mucho más importante es preguntarse por qué. Obviamente, el Covid y el
terror sembrado, tienen algo que ver, pero no hay que exagerar: podía votarse
por correo y, si se hubieran esforzado un poco, hubiera podido votarse
telemáticamente. Pero la cuestión es:
1) Que solamente votó la mitad del electorado (como ocurrió en Galicia y en el País Vasco anteriormente).
2) Que la “abstención” no afectó de manera igual a todos los partidos: dos sectores se vieron favorecidos: ERC, JxCat y Vox.
3) Que no solamente hubo desinterés el día de las votaciones, sino que la campaña electoral careció de ritmo y vida (salvo para los que consideraron un deber arrojar piedras sobre Vox).
Y esto no puede explicarlo
solamente el Covid, en un momento en el que la curva de contagios ha bajado y nos
encontramos entre ese interregno entre la “tercera” y la “cuarta” ola.
Y no hay que
confundir: un 20% del electorado, no suele votar por las razones que sean, pero
un 22% es demasiado como para pensar que solamente el virus ha sido el
culpable. Hay otra explicación mucho más simple:
- El ciudadano medio tiene la sensación de que la “administración” lleva un año fallando (la asistencia sanitaria, especialmente, la educación, las oficinas municipales…), y el nacionalismo se ha preocupado de identificar obsesivamente “administración” con “generalitat”. De hecho, en Cataluña no existe otra “administración” pública que la elefantíaca burocracia de la gencat. Si la “administración” se apaga, una parte sustancial de los ciudadanos tiene tendencia a pensar que es a causa de la gencat… no de quien la gestiona, sino de la estructura de poder regional.
- El ciudadano medio desde, algo así como 2004, viene percibiendo que todo lo que tiene que ver con la gencat es la discusión en torno al “autogobierno”, “el ejercicio del derecho a la autodeterminación”, el “referéndum soberanista” y demás conceptos repetidos obsesivamente desde la plaza de Sant Jaume. Y tiene la sensación de que esta cantinela va a seguir, incluso aun cuando un socialista se siente en la poltrona de la presidencia (no olvidemos que toda esta marejada de consignas apareció cuando Pascual Maragall era presidente de la gencat.
- Al ciudadano medio le resulta imposible olvidar que desde hace algo más de 10 años, cualquier noticia sobre la gencat difundida en los medios, tiene que ver con el “proceso soberanista” y no con el bienestar de los ciudadanos. La gencat, por así decirlo, ha difundido de manera militante el ideal independentista. Ha gobernado -y esto es lo importante- para un sector de Cataluña, no para toda Cataluña. Y esto, especialmente en momentos de crisis, lo ha percibido el electorado.
El resultado
de todo esto ha sido la DESAFECCIÓN de la mitad del electorado por cualquier
cosa que tenga que ver con la gencat: es la sensación que impregna a muchos
ciudadanos catalanes de que “esto no va conmigo”, “la gencat gobierna para
los suyos”, “los indepes de la gencat solamente se preocupan de la
independencia y el resto les trae al fresco”, “¿la gencat? ¡que le den!”.
Ayer, hasta las
10:30, cuando la absurda ordenación anti-covid de la gencat, obligó a cerrar
los bares, lo que se oía en las conversaciones era DESAFECCIÓN hacia todo lo
que pudiera emanar de la institución autonómica… incluidas unas elecciones.
Y esto,
solamente, explica la distribución anómala de la abstención que puede resumirse
así:
- En las zonas nacionalistas la abstención ha sido menor que en “Tabarnia” o en las zonas en las que el independentismo es más débil.
- En las zonas de mayor implantación “constitucionalista”, la abstención ha sido mucho mayor (no llegando a veces ni al 45%).
Esto implica que
los principales afectados por la abstención han sido los partidos “constitucionalistas”
y, por sí mismo, explica, que la caída en picado de Cs, no haya sido recuperada
por ningún partido (salvo, algunos votos por Vox):
- La abstención ha afectado especialmente a los “constitucionalistas”.
- Quienes han ido a votar, mayoritariamente, han sido: por un lado, los nacionalistas empeñados en que tienen más del “50% de los votos” (como si una fotografía electoral en un momento dado, del 51% de los votos fuera suficiente para justificar la independencia, idea a la que se van a aferrar en los próximos meses) y, por otro, los “estatalistas” (no, los “constitucionalistas”) que están hartos de la deriva de la gencat desde 2004 y están dispuestos a manifestar su protesta votando, no a los más agresivos, sino a los que, de hecho, han sido víctimas de los más agresivos durante la campaña electoral: Vox.
LA "VICTORIA" PÍRRICA DEL NACIONALISMO INDEPENDENTISTA
Sumado, el
voto independentista (ERC+JxC+CUP) supone el 47,45%... ¡del 50% del total de la
población catalana! Es decir, en la práctica, algo menos de un 24%. Y estas cifras ya están mucho más
próximas a la realidad lingüística catalana. Hay una cifra que indica cuál es
el techo máximo del independentismo: el 35% de usuarios de la lengua catalana
habitualmente que, no mayoritariamente, pero sí significativa, utilizan el
catalán el 100% de su tiempo (y, en buena medida, solamente ven TV3).
La diferencia
entre el 23% de votantes independentistas y ese 35% (deducidos los que, por
supuesto, votan al PP o al PSC) son los “nacionalistas” con miedo al Covid que
no han votado. Pero en unas elecciones normales, el bloque indepe no podría
tener más allá de ese 35%. Si en alguna ocasión ha tenido más ha sido, simplemente,
porque cada vez más, la gencat se ha convertido en portavoz, encarnación y gran
timonel del “procés” y ha utilizado las “armas institucionales” (TV3, Catalunya
Radio, prensa subsidiada, subsidios a la sociedad civil favorable) a su favor,
creando el espejismo que se disolvería si, un buen día, el nacionalismo fuera
apartado de la gencat.
Las
declaraciones de los dirigentes indepes no dejan lugar a dudas: creen que han
vencido, como en su infinita ingenuidad (o idiotez; recordar: “La República
Catalana no existe, idiota”) porque sumados se aproximan a ese 51% mítico
para ellos.
Aquí vale la pena
hacer un aparte sobre las candidaturas que se han presentado a las elecciones.
Algunas de ellas no han suscitado el más mínimo comentario, pero están ahí: se suele olvidar que no existían
solamente tres “opciones indepes” (ERC, JxCat y CUP), sino que a estas había
que sumar otras cuatro: el Partido Demócrata de Cataluña (restos en
putrefacción de CDC, que intentaban jugar la carta de la moderación y retornar
al nacionalismo de los años 80) (2,72%), el Partit Nacionalista de Catalunya (0’16%),
el Front Nacional de Catalunya (0’18%) y el Moviment Primaries per la
Independencia de Catalunya (0’21%), calderilla que, en conjunto da un 3,27% y
sumados al 47,45%, suma ¡un 50,72%!... es decir, un 25% del total de la
población catalana…
Los
nacionalistas e indepes difícilmente puede hablar de éxito. Su predicación (para
quien escucha los sermones diarios de los “grandes sacerdotes” del sector) cada
vez deja más indiferente a la gente y, a fuerza de insistir, el independentismo
tiende a ser, cada vez más, una secta, mucho más que una religión amplia. La
temática de las sectas siempre es obsesiva y cansina… salvo para los que
comparten la creencia y están dispuestos a ir un día de lluvia, desapacible,
con Covid, que, para colmo, es el día de los enamorados, a votar a los
redentores de Cataluña.
¿Y AHORA QUE…?
O REALISMO, O NUEVAS ELECCIONES
La hegemonía
entre los indepes, se dirime hoy por hoy, entre ERC y JxCat. Son hermanos
separados: Junqueras y Puigdemont, se odian. El primero fue estafado,
literalmente, por el segundo, que tomó las de Villadiego y ahí sigue a pan y
cuchillo en Waterloo. El segundo “chupó talego” como suele decirse. Este es
solamente uno de los muchos agravios comparativos y puyas que llevan lanzándose
unos contra otros desde hace cuatro años. ¿Lograrán acordar firmar un pacto que les permitiría
formar gobierno? Es probable. Pero, el problema es ¿para hacer qué?
Las
declaraciones de los dirigentes de estos grupos ayer y hoy no pueden tomarse en
serio, siguen la inercia de la campaña electoral. Todos hablan de máximos, pero
las cosas no están tan claras: en ERC existe una corriente que reconoce el
fracaso del “procés” y habla de inaugurar un “camino nuevo”. En JxCat no quiere
oírse hablar de fracaso, sino del erre que erre: referéndum, camino hacia la
independencia. Incluso en algunos sectores de este grupo existe la opinión
de que ya hubo referéndum y lo ganaron, así que…
Si bien, lo
más normal sería un acuerdo ERC+JxCat, no parece claro que se vayan a poner de
acuerdo y, en última instancia, esto implicaría el fin de los coqueteos de ERC
con Sánchez y la apertura de un nuevo período de inestabilidad en las
relaciones entre la gencat y el Estado que, como ya se ha demostrado,
siempre es desfavorable para el más débil, la gencat.
Luego está la
otra opción, ERC+PSC, a la que se apuntaría En Común-Podemos (otro partido con una
caída de votos de casi el 50%: de los 326.360 de 2017, ha pasado a los 194.017
de ahora). Con Illa, como presidente (que por eso ha sacado un 1’71% más que
ERC). Sería la opción
más razonable para que la gencat pudiera mantener relaciones de buena armonía
con el Estado y arrancar alguna competencia y euracos para afrontar el
post-covid (porque Cataluña, uno de los primeros destinos turísticos del
Estado, está apagándose económicamente).
Cada partido
tiene problemas internos y gravosos costes para abordar cada opción: si por
Junqueras fuera, ERC ya habría adoptado un nuevo curso y pactaría con el PSC,
constituyéndose como la CiU del siglo XXI. Pero el liderazgo de Junqueras no es
sólido. Pere Aragonés -que vive a dos pasos de donde vivo yo- no es muy
apreciado, ni siquiera por sus vecinos, pero ejerce el poder que le da el
haberse sentado en la poltrona presidencial y hará lo que sea para mantenerse
allí.
Todas las formaciones
independentistas están presas de sus maximalismos: el que, públicamente,
renuncie ahora a la independencia, corre el riesgo de ser abandonado por el
electorado que irá, como la vaca va al toro, hacia quien le prometa independencia
para pasado mañana.
Las siglas
indepes y, en concreto, ERC, están presas de su pasado: y éste queda cada vez
más atrás. Visto hoy,
Francés Macià es una antigualla gagá, Companys un pobre diablo sin carácter fusilado
después de haber cometido errores y crímenes, Prats de Molló, una aventura
irresponsable, el 6 de octubre de 1934 una locura sin base, lo 40 años de
ausencia de ERC de la política catalana indican su oportunismo y el escaso
valor de sus miembros que no fueron capaces ni siquiera de montar células
clandestinas, y la aventura independentista del “procés” sólo ha sido como ver una
película de Charlot en tiempos de Star Wars. Si ERC renuncia a
su pasado, se sitúa ante el abismo y ante el peligro de disidencia interna y
abandono por parte del electorado indepe (las candidaturas menores indepes
pensaban poder sobrevivir por las pérdidas de las dos mayoritarias que
solamente han conservado votos, manteniendo la ficción indepe).
No va a ser
fácil formar gobierno, y sea cual sea el que se forme, el fantasma de la
inestabilidad no se habrá disipado cuando se aleja el fantasma del Covid.
Y AHORA TOCA
HABLAR DE VOX
Lo que ha pasado
con los partidos constitucionalistas, Pp y Cs, ya lo hemos explicado a través
de la “desafección”, incluso el por qué Vox ha subido. Tengo delante la publicidad que Vox envió a todo
el electorado. Era solamente una carta de Ignacio Garriga, por una cara, en
castellano, con ocho párrafos. No creo que nadie haya votado a Vox por esta
pobre hoja en la que solamente con buena voluntad podría percibirse un programa
político. La explicación debe estar en otro lugar.
Vox ha hecho
una campaña marcada por agresiones y altercados provocados por los
independentistas radicales y permitidos por la Conselleria de Interior. Los “cerebros”
que dirigen las porras y las cámaras de video de los Mossos d’Esquadra, han
pensado que era mejor acallar a Vox e impedir que pudieran lanzar sus consignas,
y lo que han logrado es que, ante determinado electorado, harto y cansado de
las consignas indepes, de las consignas blandi-blup de Cs y de la mediocridad e
irrelevancia del PP catalán, se enterase de la existencia de Vox y le apoyara,
no tanto por su programa (insisto: la carta enviada por Vox a todos los
hogares era muy, pero que muy discreta y, en absoluto suficiente para movilizar
a un 7,69% del electorado).
Ha sido el independentismo radical el que, con sus acciones hostiles, sus
agresiones, su intolerancia y su violencia hacia quien públicamente se
manifiesta en oposición a ellos, ha hecho la verdadera campaña de Vox.
Como era
inevitable, Vox se presentó desde ayer como el gran vencedor. No lo era por la
sencilla razón de que estas elecciones han sido anómalas por todo lo dicho
anteriormente. Pero lo que sí es cierto, es que el “constitucionalismo” ha
perdido fuerza en su conjunto y Vox ha recuperado a los votos más hartos
procedentes de ese sector. Falta ahora ver lo que hacen y dicen sus once
diputados en el Parlament. Porque de eso dependerá su futuro.
MÁS CARNAVAL
QUE DIA DE LOS ENAMORADOS
Un 20% de los
llamados a estar presentes en mesas, dijeron que no, que no estaban dispuestos
a tener que relacionarse con unos cuantos cientos de ciudadanos, de los que,
estadísticamente, algunos estarían contaminados por el virus. Así que la gencat
encontró la solución: en
las últimas horas de votación, debían acudir a votar los infectados por el
virus… para ello, los miembros de las mesas debían ponerse un traje aislante
por completo similar a los utilizados en guerra química y bacteriológica.
Suponemos que alguna oficinilla de la gencat que habrá puesto las botas
comprando este equipamiento. El caso es que las instrucciones -algo
complicadas- para ponerse el disfraz estaban solamente en inglés, alemán y
polaco. Y, para colmo, nadie o casi nadie, fue a votar en esa franja horaria.
Era como si en las elecciones al soviet supremo de la URSS se hubiera ordenado
a los “rusos blancos” que fueran con uniforme zarista para poder ser estigmatizados
mejor por sus vecinos.
Las
declaraciones sobre los miembros de las mesas hoy en las distintas
televisiones, me han hecho pasar un buen rato: todos ellos insistían en la desorganización,
el caos, y en el carnaval que suponía esta medida tan estúpida como las “franjas
horarias” en los bares. Uno de los presidentes de mesa, decía en A3 que,
después de ponerse el uniforme, esperaban un desfile de votantes zombis que no
se produjo.
Otro detalle de
ayer: certifico que, en mi pueblo, no hubo colas para votar en ningún momento
(y tengo a gala vivir en un pueblo cuya tasa de abstenciones fue superior a la
media catalana), pero, viendo TV3 parecía como si las colas fueran la
constante en toda Cataluña. No hubo ni una sola toma de TV3 en las que no se
vieran unas colas, como las que encontramos cuando aparecía algún cantante
de moda… El “ministerio de la verdad” tenía que entrar en acción. Y lo hizo.
LA LECTURA
NACIONAL DE LAS ELECCIONES CATALANAS
Estamos en un
momento decisivo para el gobierno Sánchez. El gran problema para el
presidente y, sobre todo, para los barones sociatas, consiste en cómo
deshacerse de la presencia del moños, de sus concubinas y de los restos de
Podemos. Las declaraciones de sus dirigentes de Podemos, cada vez son más
marcianas, inoportunas y abren más y más fisuras dentro del PSOE.
A esto se une
la presión la de la UE: “deshazte de estos irresponsables”, es el consejo
general. Se lo dieron a Sánchez en Europa antes del verano y las elecciones
catalanas han sido una nueva advertencia: a pesar de que no hay ministros
de Podemos catalanes y que el moños apenas ha estado presente en la campaña
electoral la caída de votos de su partener catalana (En Común-Podemos que
une, en su interior a la antigua Izquierda Unida, al partido de la Colau y a la
rama catalana de Podemos) ha sido notable, demostrando que la opción que
nació del “movimiento de los indignados”, se encuentra en fase terminal y
agónica.
Por otra parte, está
la famosa “mesa de diálogo” que Sánchez siempre ha retrasado (para
evitar que le pase lo que a ZP con Artur Mas) y que poco antes del inicio de la
campaña quedaron en reabrir las partes. Esto, unido a la puesta en libertad el
día antes de que empezara la campaña, de Junqueras, indica muy a las claras
que Sánchez desearía gobernar con el apoyo de ERC… Pero, para ello, precisa que
el PSC esté presente en el futuro gobierno de la gencat. Y una cosa son las
palabras y mensajes intercambiados antes de la campaña y, otra muy diferente,
estar en condiciones de hacerlos en realidad.
Presumiblemente el pacto era: pongo
en libertad a los presos, abrimos “mesa de diálogo” a cambio de un gobierno
PSC+ERC en Cataluña. Ahora queda ver si esto es posible, o quien ha
tomado el pelo a quien. Y mucho nos tememos que Sánchez, de la escuela de
trileros de Ferraz, tenga mucha más habilidad que ERC, al que, ya en su
momento, un tontorrón como Puigdemont logró, literalmente, tangar.
Pero entre
los “constitucionalistas” también van a producirse alteraciones: Cs, en primer
lugar, está desahuciado. Le queda de vida, lo que dure la legislatura. Y el PP
está escindido entre el afán de “moderación” para captar votos centristas
fugados de Cs y la necesidad de una mayor radicalidad para evitar que su propio
electorado le abandone en dirección a Vox. En Cataluña, de momento, ya se
ha producido el “sorpasso” (si bien es cierto, que en las circunstancias
excepcionales que hemos repasado) de Vox a Cs y al PP. Ahora queda ver, cuánto
tardará en producirse ese “sorpasso” a nivel de Estado.
CONCLUSIONES:
MOMENTOS DE IMPASSE
Como era de prever,
las elecciones catalanas ni podían resolver nada, ni han resuelto nada (de hecho, las elecciones, como
máximo aclaran el panorama político y modifican las correlaciones de fuerzas,
pero nunca, absolutamente nunca pueden resolver problemas).
La fiesta de
disfraces, el carnaval catalán de ayer, ni siquiera ha merecido una aprobación
popular: nadie puede decir, gane quien gane, he ganado yo. Nadie puede ganar
con un 50% de abstenciones. Absolutamente nadie. Nadie puede pretender que los
resultados electorales le beneficien porque todos ellos han quedado
condicionados por la altísima abstención.
¿Quién ha ganado
y quién ha perdido?
- Ha perdido, en primer lugar y, sobre todo, la gencat, ese gobierno autonómico solo para catalanes independentistas. Y de qué manera ha perdido: por goleada y por un abstencionismo histórico.
- Ha perdido el “constitucionalismo” con sus consignas blandiblups y su falta de liderazgo y de actividad política entre elecciones.
- Ha perdido el nacionalismo que apenas supone una cuarta parte del total del censo.
- Ha ganado Vox que ha aprovechado, no su campaña, sino la campaña criminal desarrollada contra ellos por los indepes más descerebrados y por la más descerebrada TV3.
- Ha ganado el PSC que casi ha duplicado el porcentaje de votos a pesar de la alta abstención y al margen de las cualidades reales de Illa, responsable de la mala gestión del Covid, pero “célebre” por su presencia diaria en medios de comunicación.
- Ha ganado, sobre todo, por encima de todo y sin discusión el partido de la abstención. Una cosa es que no sirva de nada abstenerse, pero otra cosa es mostrar el hartazgo hacia la gencat por parte del electorado, algo que siempre es una opción: “NO EN MI NOMBRE”, que quiere decir: “HAGA LO QUE HAGA EL NUEVO PARLAMENTO, LO HARÁ EN NOMBRE DE LA MITAD DE LOS CATALANES Y HAGRA LO QUE HAGA EL NUEVO GOBIERNO DE LA gencat LO HARÁ EN NOMBRE DEL 25% DE LOS CATALANES”. ¿Representatividad? ¡Vaya mierda de representatividad!
Casi nadie está enamorado de los partidos políticos, ni de la gencat. Lo demuestra la existencia del partido mayoritario: la abstención