En la noche del 27 de febrero de 1933,
cuando aún no se cumplía un mes del nombramiento de Hitler como Canciller, el
Reichstag quedaba convertido en cenizas. Aun hoy subsiste en debate sobre quién
incendió el edificio e incluso el autor material, Marinus van der Lubbe, ha
sido rehabilitado en 1998. La respuesta del gobierno consistió en presentar una
ley especial para la represión de estos actos de terrorismo que tuvo como
consecuencia la prohibición del Partido Comunista Alemán (KPD) y sucesivas
modificaciones legales que concentraron el poder en manos de Hitler.
Presentamos la cronología de los acontecimientos y un análisis crítico del
episodio.
El 23 de marzo de 1933, Hitler
pronunciaba un discurso ante el Reichstag reunido provisionalmente en Potsdam,
cuando los ánimos ya se habían tranquilizado. De ese discurso entresacamos esta
frase relativa al incendio:
“Partiendo del
liberalismo del siglo pasado, este proceso encuentra naturalmente su término en
el caos comunista. La movilización de los instintos primitivos lleva a una
conexión entre las concepciones de una idea política y los actos de verdaderos
criminales. Empezando por los saqueos, los incendios, los siniestros
ferroviarios, los atentados, etc. todo encuentra en la idea comunista su
sanción moral. Sólo los métodos de terrorismo individual de la masa han costado
en pocos años al movimiento nacionalsocialista más de 350 muertos y decenas de miles
de heridos.
El incendio del Reichstag, abortado intento de una vasta
acción, no es más que un signo de lo que Europa tendría que esperar del triunfo
de esa diabólica doctrina. Si hoy determinada prensa, especialmente fuera de
Alemania pretende identificar con esta infamia el levantamiento nacional en
Alemania, conforme a la falsedad política que el comunismo elevó a principio,
esto no puede hacer más que confirmarme en mi resolución de no omitir nada,
para que, con la mayor rapidez, se expíe este crimen con la ejecución pública
del incendiario culpable y de sus cómplices.
Ni el pueblo alemán ni el resto del mundo se han dado suficiente cuenta de las proporciones que tenía la acción premeditada por esa organización. Sólo la fulminante intervención del Gobierno impidió una evolución que de haber tenido una salida catastrófica hubiera conmovido a toda Europa. Muchos de los que hoy fraternizan, dentro y fuera de Alemania, con los intereses del comunismo, por odio al resurgimiento nacional, hubieran sido ellos mismos víctimas de semejante evolución.
La suprema misión del Gobierno nacional será extirpar por
completo y eliminar de nuestro país este fenómeno, no sólo en interés de
Alemania, sino en interés del resto de Europa” (1).
De esta cita se extraen algunas conclusiones sobre cuál era
el pensamiento de Hitler en aquel momento:
1) Liberalismo y comunismo están íntimamente unidos, el
segundo es consecuencia directa del primero (2).
2) Atribución al marxismo de una naturaleza criminal y
amoral (3).
3) Recordatorio de los 350 muertos que tuvo el NSDAP en su
etapa de ascenso al poder ante a un enemigo despiadado.
4) Consideración del incendio del Reichstag como inicio de
un golpe comunista.
5) Declaración de la voluntad del gobierno de eliminar al
comunismo.
El teorema oficial del incendio es, pues, que se trató del
desencadenante de lo que debía ser un golpe comunista y el gobierno actuó para
desarticularlo. ¿Puede sostenerse tal versión? Históricamente, está hoy fuera
de duda –y solamente los pequeños grupos antifascistas o bien gentes poco
avisadas– que el autor material del incendio fue Marinus Van der Lubbe, un
“comunista” del que hará falta matizar su origen y tendencia. Harina de otro
costal es considerar que el episodio formaba parte de un complot más amplio en
el que estaban implicados los directivos de la sección alemana de la III
Internacional, Dimitrov y sus compañeros. Estos fueron juzgados y absueltos (4).
La exageración de la importancia del episodio y su vinculación a un complot, o
bien fue una suposición de las autoridades alemanas fuertemente influidas por
los sentimientos anticomunistas o bien una invención de los mismos que serviría
para proclamar la primera ley de excepción. En nuestra opinión, la primera
posibilidad es la cierta y respecto a la segunda, no existen pruebas
concluyentes, ni siquiera los Juicios de Nuremberg (en los que se buscaban
afanosamente pruebas para demostrar la maldad concretamente de Göring) lograron
obtener el más mínimo testimonio en dirección a que se tratara de una operación
false flag (5).
Así pues no parece que haya demasiados “enigmas históricos”
en todo este episodio del que vamos a procurar dar solamente los datos
objetivos, reservándonos el derecho, finalmente, de elaborar una hipótesis
elaborada a la vista de los hechos.
Del 30
de enero al 27 de febrero de 1933
El día después de la llegada de Hitler al poder el diputado
socialdemócrata Julius Leber (6), hablando en nombre “de los trabajadores
alemanes” decía que éstos “no tenían miedo de afrontar la lucha” y terminaba su
declaración diciendo que el nuevo gobierno no era el de Hitler, sino el de
Alfred Hugenberg (7) … nombre que no dirá mucho a la mayoría de lectores y del
que hay que recordar que era el líder del partido nacionalista DNVP (8),
considerado por los socialistas como el “dueño de la situación” a la vista de
sus relaciones con el gran capital y la industria pesada (9). Era evidente, que
los socialistas se engañaban sobre la situación. Por otra parte, el Zentrum,
partido del Vaticano en Alemania, se preocupaba solamente de que ni se tomasen
medidas anticonstitucionales, ni se fomentasen enseñanzas anticristianas. La
jerarquía católica permaneció muda a la vista de que la mayoría de votantes del
NSDAP eran protestantes, mientras que estas iglesias saludaron la llegada de
Hitler sin reservas. Finalmente, los comunistas afirmaban que el nuevo gobierno
traería otra “guerra imperialista” y que los derechos de los trabajadores
serían pisoteados. A decir verdad, este repaso a cómo las fuerzas políticas
alemanas acogieron la llegada del “gobierno de concentración nacional”, indica
la debilidad de sus análisis. En cuanto a la opinión pública, presionada por
años de crisis y por los ensayos de todas las combinaciones posibles de
coalición, estaba harta de inestabilidad y percibió que, al menos, el gobierno
“de Hitler” tenía la posibilidad de ser algo diferente a cuanto habían visto
hasta entonces.
Es preciso señalar que los medios de prensa del NSDAP no
calificaron la formación del “gobierno de concentración nacional” como “toma
del poder”, sino como “recepción del poder” para destacar la escrupulosa legalidad
que había presidido el proceso. Si esto es cierto, no es menos cierto que ese
día puede ser inscrito en la historia como el de la muerte de la República de
Weimar. A partir de ahí, y en las seis semanas siguientes, se produjeron
cambios vertiginosos en medio de los cuales hay que insertar el incendio del
Reichstag; tomar en consideración tales cambios es esencial si aspiramos a
comprender cuál era la situación en aquel momento en Alemania y cómo se
desarrollaron los hechos a partir de entonces. Este primer período del gobierno
de Hitler, en realidad, podría prolongarse hasta la muerte del mariscal
Hindenburg cuando asumió los poderes de canciller y presidente del Reich, sin
embargo, limitaremos nuestro recorrido ahora a las semanas anteriores y posteriores
al incendio del Reichstag.
Todos los historiadores que hemos consultado insisten en que,
en esas primeras semanas de gobierno, Hitler se mostró dialogante, acogió
consejos y sugerencias y siguió buscando apoyos en la sociedad alemana. Intentó
por todos los medios rebajar las tensiones y actuar por consenso mucho más que
mediante decretos–ley. Incluso en lo que respecta a la prohibición del KPD
–para la que no faltaban motivos–, Hugenberg se mostraba mucho más favorable a
la medida que Hitler quien argüía que podría desencadenar una incómoda huelga
general. Tendió especialmente la mano al Zentrum (10) y se entrevistó con sus
líderes a los que ofreció incluir a un miembro en el gobierno (les ofreció el
ministerio de justicia). Estos rechazaron, así que el gobierno carecía de
mayoría para acometer las reformas constitucionales que había propuesto en su
programa de gobierno. Este rechazo hizo que debieran convocarse nuevas
elecciones generales. Von Papen, pidió garantías de que fueran las últimas, a
lo que Hitler y Göring respondieron que “se evitaría definitivamente al vuelta
al sistema parlamentario” (11).
Es importante señalar que cuando Hindenburg disolvió el
Reichstag y convocó nuevas elecciones, nadie absolutamente ignoraba que lo que
se iba a dirimir en esa consulta era una modificación constitucional que
aboliese el régimen de Weimar y se adoptaran medidas excepcionales ante la
crisis socio–política que vivía el país. Es cierto que el procedimiento para
modificar la constitución correspondía al parlamento, pero tal como estaba
configurado en ese momento el Reichstag era imposible, y que la forma elegida
para la reforma parecía más un plebiscito, pero legalmente, nada impedía que el
Presidente Hindenburg tomara la medida de disolver el Reichstag. Y eso fue lo
que se hizo en la noche del 31 de enero de 1933 y se comunicó a la sociedad el
1 de febrero.
El lema elegido por el NSDAP para afrontar la campaña
tampoco llamó a engaños: “¡Contra el marxismo!”; ni lo que se pretendía era
oscuro: a la vista de los “actos de terrorismo” cometidos por los comunistas,
se trataba de promulgar un decreto que von Papen no se había sentido con fuerza
suficiente para aplicar cuando los comunistas ordenaron la huelga general
contra su gobierno en 1932. El 1 de febrero, por la tarde, se reunió el
gobierno y Hitler leyó la proclama dirigida al pueblo alemán que se emitió por
la noche. Parte de la redacción se debía a Papen (12). Era, en realidad, un manifiesto
político, en el que se denunciaba la dependencia del sistema político de la
actitud comunista: “Catorce años de marxismo han arruinado Alemania. Un año de
bolchevismo la aniquilaría”. Se proponía la restauración de la unidad nacional,
la defensa del cristianismo “fundamento de nuestra moralidad” y la familia
“germen de la nación” (13). Se combatiría el nihilismo político y cultural.
Para resolver el problema del paro se proponían dos planes cuatrienales y la
“reorganización de la economía” que deberían resolver la situación del
campesinado y absorber la totalidad del paro. Se pedía el establecimiento del
servicio del trabajo, asentamientos campesinos y estabilidad financiera. El
documento terminaba: “Pueblo alemán, danos cuatro años, juzga luego y
senténcianos”.
En la noche del 3 de febrero, a invitación del general Von
Blomberg, Hitler se reunió con el comandante general del ejército, barón Kurt
von Hammerstein–Equord a la vista de que algunos sectores militares no parecían
del todo convencidos de cuál iba a ser la gestión del nuevo gobierno. Hitler lo
tranquilizó: se fortalecería las fuerzas armadas que se mantendría al margen de
la política y por encima del NSDAP (detrás de esta suspicacia de las esferas
militares se encontraba la sospecha de que Rohem y sus SA aspiraban a ser “el
nuevo ejército alemán”. Hitler tranquilizó a Hammerstein–Equord. Hitler dio
seguridades y a cambio pidió serenidad a la vista de la situación internacional
y especialmente de la actitud de Francia. Habló de “la conquista de espacios
vitales en el Este” pero no aludió a la preparación de un plan de guerra. Los
militares presentes acogieron de diversa manera el planteamiento de Hitler, pero
ninguno se opuso frontalmente y las posiciones variaron desde la frialdad
(Ludwig Beck), el desdén (von dem Bussche–Ippenburg), la preocupación (von
Fritsch), el distanciamiento (von Leeb) y la admiración (Erich Raeder)… todos
callaron en aquel momento su opinión. Von Reichenau (14),
jefe de gabinete del ministerio de von Blomberg, elaboró las conclusiones:
“coincidencia parcial” e “incorporación de las fuerzas armadas al nuevo Estado
para ocupar el puesto que les corresponde”. Unas semanas antes, Göring había
abierto esta vía asegurando que el NSDAP se bastaba solo para destruir al
marxismo y que las fuerzas armadas podrían permanecer en “actitud de descanso”.
Y luego estaba el tema de la dotación para el gasto militar.
En la reunión del gobierno del 8 de febrero, Hitler confirmó
que “los próximos años tienen que estar consagrados a la restauración de la
capacidad de defensa del pueblo alemán”. Se estableció el primer plan de empleo
y se formó el Comité para la Creación de Empleo con un presupuesto de 500
millones. En esa reunión Hitler declaró que para combatir el paro lo mejor era
realizar “encargos públicos” y a ese fin se dedicó esa primera cantidad. Es
importante destacar que los vectores de creación de empleo en ese momento
fueron tres: de un lado la “obra pública” (lo que en la reunión del 8 de
febrero se había llamado “encargos públicos”), la industria de defensa y el
sector de la automoción. La combinación de estos elementos dio como resultado
“el milagro alemán”.
El gobierno contaba entre los campesinos con apoyos masivos,
en primer lugar de la Reichslandbund
(Liga Agraria del Reich) que desde finales de los años 20 ya era extremadamente
favorable al NSDAP y había sido uno de los elementos de acercamiento entre el
NSDAP y el DNVP. En ese terreno, las primeras medidas tomadas consistieron en
defender de los acreedores y usureros a los propietarios agrícolas endeudados,
proteger la producción agrícola (mediante impuestos a las importaciones) y
mantener una estabilidad en los precios del grano que fuera favorable para la
producción.
Luego estaba la industria pesada con el omnipotente Gustav
Krupp von Bohlen und Halbach (15) presidente del mayor consorcio siderúrgico
alemán y al mismo tiempo jefe de la patronal. El 20 de febrero Krupp y la
patronal se reunión con Hitler en casa de Göring. Al parecer, Krupp tenía
preparado un discurso protestando contra las medidas adoptadas para defender al
campesinado (en aquel momento existían históricas diferencias entre la patronal
agrícola y la industrial sobre cual de las dos debía priorizar el gobierno).
Hitler prometió ayuda al comercio exportador y estabilidad monetaria. La
reunión duró hora y media. Hitler tomó la palabra y presentó su proyecto: les
tranquilizó a todos. Se trataba de destruir definitivamente al marxismo en las
urnas y se respetaría la propiedad privada y la empresa individual. Insistió
mucho en la subordinación de la economía a la política. Krupp no pudo leer su
discurso y al terminar la reunión, cuando Hitler ya se había ido, los
industriales presentes “pasaron por caja” dando a Göring para la tesorería del
NSDAP, tres millones de marcos destinados a sufragar la campaña electoral. Poco
después, la asociación patronal presidida por Krupp se disolvió siendo
sustituida por la Reichsstand der Deutschen Industrie (RDI, Asociación del
Reich para la Industria Alemana) vinculada al nuevo régimen.
A partir de esta reunión, y a pesar de las reticencias de
Krupp, la patronal alemana fue variando su posición hacia el régimen y del
escepticismo pasó al entusiasmo e incluso terminaron aceptando que fuera el
Estado, y no el mercado, quien dictara la política económica. Sí, es cierto que
el capitalismo se mantenía donde estaba… pero dejaba de ser el árbitro de la
situación que pasaba a manos del Estado, relegando al capital a mero auxiliar
del mismo. El historiador Ian Kershow pasando revista a estas decisiones
comentada: “Es indudable que Hitler acariciaba la idea de una sociedad alemana
próspera, en la que los viejos privilegios de clase hubieran desaparecido, que
disfrutase los beneficios de la tecnología moderna y de un nivel de vida más
alto” (16). De ahí que el otro vector de crecimiento fuera la industria
automovilística.
En efecto, el 11 de febrero Hitler
se había reunido con los empresarios de la industria del motor. Simplemente les
cautivó con sus planes transmitidos en el discurso de apertura de la Exposición
Internacional de Automóviles y Motocicletas en el Kaiserdamm de Berlín. Los
motivos de tal entusiasmo estaban justificados por las medidas que el gobierno
les comunicó que iba a adoptar en las próximas semanas: un plan de disminución
gradual de impuestos para la industria del automóvil y un plan para la creación
de 5.000 kilómetros de autopistas que recorrerían el Reich de un extremo al
otro. Hitler demostró ser un gobernante moderno, un visionario que percibía que
el automóvil en el futuro no sería ya, como había sido hasta ese momento, el
objeto de consumo de una clase económicamente privilegiada, sino algo popular y
que el aumento del tráfico por carretera solamente podía ser absorbido por un
nuevo modelo de vía. Dado que un proyecto de este tipo no podía ser realizado
por la empresa privada, correspondía al Estado asumir esa tarea.
La idea de cubrir Alemania con una red de autopistas, en
realidad, no era de Hitler sino del ingeniero de caminos, Fritz Todt (17), un
muniqués que ya en diciembre de 1932 había enviado a Hitler un memorándum
proponiendo el proyecto. Totd preveía que el plan podía absorber 600.000
parados y que la revitalización de la industria del automóvil, con todo lo que
implicaba para la industria auxiliar, absorbería otro tanto. Es decir,
solamente el decidido impulso del Estado a este sector haría que desapareciera
el 25% del paro en Alemania.
Hitler añadió que la época de los Rolls–Royce y de los vehículos para las élites debían de ceder el puesto a la era del “coche del pueblo” (el Volksauto) (18). Los empresarios salieron entusiasmados de aquel acto y se pusieron a la tarea: en el segundo cuatrimestre de 1933, se logró duplicar la producción de vehículos en relación al mismo período del año anterior. A final de año, Fritz Totd disponía de amplios poderes y solamente debía de rendir cuentas de su trabajo y de sus necesidades al Führer desde su cargo de Inspector General de las Carreteras Alemanas.
Y entonces, ardió el Reichstag.
NOTAS
(1) Cfr. Obras Completas, Adolf Hitler, Vol. I, edición digital, pág. 30.
(2) Unos meses después, el 29 de octubre
de 1933, José Antonio Primo de Rivera dirá en el Discurso del Teatro de la
Comedia exactamente lo mismo y ligará “el nacimiento del socialismo” a la
injusticia del liberalismo. Versión on line: http://www.rumbos.net/ocja/jaoc0011.html
(3) En sus fracciones más antisemitas,
el NSDAP consideraba que las desviaciones amorales del comunismo, su facilidad
para recurrir al terrorismo y su falta de escrúpulos eran altamente tributarias
de su “origen judío”. Julius Streicher –quien sin duda representaba el sector
más extremista del NSDAP en materia de antisemitismo– solía citar en su
revista, Der Sturmer, párrafos del
Talmud para demostrar que el judaísmo albergaba un odio secular hacia los
“goims” (gentiles). Cfr., por ejemplo, estos dos artículos de Streicher
reproducidos por una web antisemita actual http://der–stuermer.org/spanish/dos%20articulos%20del%20diario%20der%20sturmer%20sobre%20el%20talmud.pdf,
o bien cfr. http://www.nizkor.org/hweb/people/s/streicher–julius/streicher–pornographer–01.html,
en donde las citas son elegidas por un grupo judío. Para datos sobre la vida de
Streicher puede recurrirse a Todos los
hombres del Führer, Fernando Gallego, Capítulo
2, Julius Streicher: mirando hacia atrás con ira, pág. 73–102, Libro de
Bolsillo, Random–House–Mondadori, Barcelona 2008.
(4) Las campañas que incluso en nuestros
días reivindican el nombre de van der Lubbe y su inocencia, parecen no tener en
cuenta que él fue condenado en el mismo proceso en el que otros personajes
resultaron absueltos… así pues, el juicio se celebró con las garantías
jurídicas normales en un Estado del Derecho y la falta de pruebas implicó la
absolución de Dimitrov y de sus compañeros, a pesar de la opinión de Hitler
atribuyendo el episodio a una conspiración.
(5) False flag:
bandera falsa, dícese de aquel tipo de operación de provocación en la que el
emisor de la misma deriva la responsabilidad del episodio a sus oponentes
políticos.
(6) Leber,
alsaciano, ingresó pronto en el SPD y se enroló como voluntario en 1914,
ascendido a teniente, fue herido dos veces, luego continuó sus estudios en
Friburgo. En 1921 dirigió
el diario socialdemócrata Lübecker
Volksboten y fue concejal de Lübeck
siendo Willy Brandt uno de sus colaboradores. En marzo de 1933 fue arrestado y
permaneció hasta 1937 detenido como “oponente peligroso”. Al ser puesto en
libertad siguió conspirando contra el régimen contactando con oficiales de la Wehrmacht como von Stauffenberg y el
círculo de Kreisau formado en torno a Helmuth von Moltke quienes lo designaron
como ministro en caso de triunfar la conspiración. Leber intentó incluir al KPD
en la conspiración, sin embargo, un agente de la Gestapo se infiltró en la
dirección comunista logrando que fuera arrestado el 5 de julio quince días
antes de la fecha prevista para el golpe. Juzgado como traidor fue ejecutado el
20 de octubre. Sobre Leber en relación a la conspiración: cfr. Operación Walkiria, Jesús Hernández,
Editorial Nowtilus, Madrid 2008, pág. 140 y una biografía básica en Who’s Who in Nazi Germany, Robert S.
Wistrcih, Rouletge, Nueva York, 1995, pág. 151.
(7) Economista
y abogado militó en partidos nacionalistas desde muy joven y a partir de 1909 se dedicó a los negocios.
Trabajo para Krupp como asesor financiero, ganando la confianza y la amistad
del jefe de la familia de siderúrgicos. En 1918 creó su propia empresa
periodística que tras la guerra llegó a ser la más importante del país; tras la
guerra se afilió al DVNP (Partido Popular Nacional de Alemania), siendo
diputado en 1920 y asumiendo la dirección del partido en 1928. A partir de 1929
y a la vista del éxito electoral del NSDAP buscó una aproximación en la lucha común
contra el referéndum sobre el Plan Young. A partir de 1932, cuando cayó el
gobierno de Von Papen, Hugenberg impulso una alianza con el NSDAP, siendo
ministro de economía en el “gobierno de concentración nacional”. El 29 de junio
renunció al cargo y poco después el DNVP se auto disolvía entrando la mayoría
de sus miembros en el NSDAP. En 1945 sería detenido e internado como
“colaborador con el nazismo”. No fue procesado y murió en 1951. Cfr. Who’s Who…, op. cit., pág. 127.
(8) Sobre
las relaciones entre los “nacionalistas” y los “nacional–socialistas”, con reservas, puede recomendarse la
obra de Hermann Beck, The Fateful
Alliance: German Conservatives and Nazis in 1933 Berghahm Books, 2008.
(9) Cfr. Hitler, 1889–1936, Ian Kershaw, Círculo de Lectores, Barcelona
1999, pág. 426.
(10) Para insertar al Zentrum en su
tiempo y disponer de una somera historia del mismo, puede leerse en castellano Historia de la Iglesia en la época
contemporánea, Vicente Cárcel Orti, Ediciones Pelícano, Madrid, 2003,
especialmente págs. 187–188 y 227–228.
(11) Idem., pág. 433.
(12) Idem, 434.
(13) Cfr. El Reich Sagrado, Richard Steigmann–Gall, Akal, Tres Cantos, 2007,
pág. 160.
(14) Para situar a todos los militares
alemanes citados hasta aquí, puede leerse la monumental Histoire de l’Armée Alemagne (tres volúmenes), de Jacquest Benoist–Mechin,
Éditions Albin Michel, París 1964, especialmente el Capítulo III, especialmente
págs. 62–157.
(15) Para una historia completa de la
familia Krupp puede consultarse Krupp: A
History of the Legendary German Firm, Harold James, Princeton University
Press, Princeton, 2012, especialmente págs. 187–196.
(16) Cfr. Op. cit., pág. 442.
(17) Recientemente se ha publicado la
hasta ahora mejor biografía de Fritz Totd, Hitler’s
Engineers: Fritz Todt and Albert Speer, Master Builder of the Third Reich,
Blaine Taylor, Newbury, 2010.
(18) Para una historia completa del Volksauto puede consultarse Hitler’s Chariots, Volkswagen, from Nazi People’s Car to New Beetle, Blaine Taylor, Schifing Publishing, Londres, 1011.
ENLACES:
Arde el Reichstag 1 – Del
30.01.33 al 5.03.33, semanas decisivas
Arde
el Reichstag 2 – Llamas en el Reichstag
Arde
el Reichstag 3 – La conspiración indemostrable
Arde
el Reichstag 4 – Las elecciones de marzo de 1933
Arde
el Reichstag 5 – Las modificaciones constitucionales
Arde
el Reichstag 6 – El juicio, absoluciones y condenas
Arde
el Reichstag 7 – Moscú miente y la mentir se institucionaliza
Arde
el Reichstag 8 – Conclusión