Se conocen perfectamente los movimientos de Hitler, Göring y
Goebbels en la noche del 27 de febrero y en los días inmediatamente anteriores
y posteriores. Todos los historiadores serios reconocen que no existen indicios
de que la dirección del NSDAP o del “gobierno de concentración nacional”
esperasen algún acontecimiento de carácter terrorista (1).
Ya hemos descrito los primeros movimientos de los tres dirigentes
nacionalsocialistas a poco de enterarse del incendio. Lo que ocurrió allí es
significativo del estado de ánimo en el que se encontraban.
Cuando Diels comunicó a Hitler les indicó que se había
detenido a un hombre que parecía haber actuado solo, acaso la obra de un loco,
éste, lejos de creerle, montó en cólera. Visiblemente nervioso (2),
Hitler le interrumpió, espetándole que el atentado había sido “reparado
meticulosamente”, añadió que había que ahorcar a los diputados comunistas como
traidores. “No estaba fingiendo”, añade Kershaw (3),
lo que equivale a decir que verdaderamente creía que estaba asistiendo a los
primeros chispazos de una insurrección comunista. Esta opinión cristalizó
espontáneamente en todos ellos en esos primeros momentos. Göring, aun antes de
que llegara Hitler, a poco de iniciarse el fuego, ya expresó a sus colaboradores
esa misma convicción y así se la transmitió también a Hitler cuando éste llegó
a las 10:30, añadiendo que los últimos en abandonar el edificio antes de que
prendieran las llamas habían sido algunos diputados comunistas. Este hecho y la
detención del incendiario que había confesado su filiación comunista, eran
suficientes para que Göring considerase que se estaba en el inicio de una
conspiración comunista. Hitler compartió este criterio y así se lo comunicó, a
su vez, a Von Papen inmediatamente llegó: “¡Esto es una señal que envía Dios,
Herr Vicecanciller! ¡Si este incendio es, tal como creo, obra de los
comunistas, entonces debemos aplastar a esa plaga asesina con puño de hierro!” (4).
Diels no se sintió con valor para contradecirles a la vista del clima de
excitación que había llegado al máximo.
A las 10:45, Hitler convocó una reunión a la que asistieron
Göring, Goebbels y Frick (ministro del interior del Reich) en el domicilio del
primero. Fue Göring quien dio las primeras órdenes y Diels quien las recibió:
alerta policial en todo el Reich, autorización para utilizar armas de fuego al
más mínimo indicio de agitación, detenciones preventivas de los agitadores
comunistas más conocidos. De aquella reunión se tiene noticia por Diels quien,
una vez “desnazificado”, en sus memorias (5)
describió el ambiente extraordinariamente tenso e incluso disparatado en el que
se adoptaron las medidas y que excluye de partida, la posibilidad de una
operación false flag con el objetivo
de acabar con la oposición comunista (6).
A la mañana siguiente, Wilhelm Frick presentó al gobierno el
borrador del decreto “Para la Protección del Pueblo y del Estado” que daba al
gobierno del Reich plenos poderes para intervenir en los länders ante amenazas insurreccionales. En caso de motines y
disturbios correspondía al ministerio del interior del Reich tomar la
iniciativa, algo que hasta ese momento correspondía a los poderes regionales o
bien –dependiendo de la gravedad de la situación– a la Reichswehr (7). La
cuestión del decreto fue el último tema tratado en la reunión del “gobierno de
concentración nacional” en la mañana del 28 de febrero. Se aprobó sin discusión
después de que Frick leyera su texto y de que Hitler lo defendiera. El Führer explicó que había llegado la hora
del enfrentamiento final con los comunistas y que “no tenía sentido esperar
más”. La pieza se conocería como “Decreto del incendio del Reichstag” y el
Mariscal Von Hindenburg no dudó ni un momento en firmarlo, después de que fuera
revisado por sus asesores legales; estos concluyeron que el Artículo 48 de la
Constitución habilitaba al Presidente de la República a tomar “las medidas
necesarias para salvaguardar la seguridad pública”. Así pues, se trataba de un
decreto completamente legal, a la vista de la importancia del episodio
terrorista.
El decreto contaba de seis artículos y puede resumirse así:
Artículo 1. – Se suspendía “hasta nuevo aviso” el ejercicio
de las libertades básicas (expresión, prensa, asociación, reunión y secreto de
las comunicaciones), se permitía a las autoridades practicar registros.
Artículos 2 y 3. – El Ministerio del Interior asumía las
facultades de orden público que hasta ese momento correspondían a los länders.
Artículos 4 y 5. – Establecían las penas para “actos
contrarios a la seguridad pública” que iban desde multas de 15.000 Reichsmark
hasta la pena de muerte según la gravedad del delito y la resistencia que
opusieran a las autoridades del Reich.
Artículo 6. – Fijaba la entrada en vigor del decreto.
No se trataba de una legislación específicamente
“hitleriana” sino que unos meses antes, Kurt von Schleicher, antecesor de
Hitler en el cargo de canciller, ya había amenazado al KPD con medidas “duras”
a la vista de su participación en acciones terroristas y de violencia urbana:
“Confieso que no creo que fuera desastroso si a largo plazo no aplicásemos
estas disposiciones duras en Alemania. Por ello, he pedido al Presidente del
Reich medidas excepcionales para tranquilizar la situación del país. El
presidente del Reich ha puesto como condición que estas medidas se basen en el
buen sentido de la población respetuosa con la ley, pero manifestó que no
dudaría en adoptar un reglamento fuerte para la protección del pueblo alemán,
si se viera engañado en sus expectativas. Los alborotadores profesionales, así
como algunos instigadores, la prensa que envenena la atmósfera, recibirán una
advertencia con este reglamento. Espero que no sea necesaria su utilización,
como espero que no sea necesario utilizar al ejército. Pero no quiero que se
dude que el gobierno nacional va a ahorrar medidas para evitar que prospere la
subversión comunista” (8).
Las cifras de detenidos en virtud de la aplicación de este
Decreto varían extraordinariamente: Kershaw alude a que “solamente en Prusia se
detuvieron a 25.000 personas” (9), sin
embargo, cuando Richard Julius Hermann Krebs (a) “Jan Valtin”, antiguo miembro
del KPD y funcionario del Komintern, da unas cifras mucho menores: “Más de
cuatro mil setecientos jefes comunistas y socialistas fueron arrestados en la
noche del incendio del Reichstag” (10).
Valtin aporta en estas mismas páginas otros dos datos significativos: las
detenciones empezaron en Prusia (feudo de Hermann Göring, en donde el NSDAP era
ampliamente mayoritario) y desde el primer momento los comunistas, aun sin
pruebas, sin saber siquiera quién era el comunista detenido, acusaron a Göring
de haber ejecutado el atentado. Valtin, en efecto, cuenta que en “en la madrugada ya se
habían dispersado nuestros coreos para dar la orden de imprimir y distribuir
grandes ediciones de octavillas encabezadas con las siguientes palabras: ‘El
nazi Göring ha incendiado el Reichstag’” (11). Así pues, a poco de conocer la
noticia, ignorando exactamente lo que había ocurrido, el KPD ya hacía circular
la versión inculpatoria, lo que demuestra a las claras que si bien el “gobierno
de concentración nacional” actuaba creyendo que efectivamente existía una
conspiración comunista en marcha (y no solamente las llamas del Reichstag, sino
las acciones del KPD desde su fundación les inducían a considerarlo como una
organización terrorista), el KPD lanzó la versión de una operación false flag por simple conveniencia
política. ¿Qué pretendían con ello? Valtin lo explica cuando da cuenta de las
reuniones que el Secretariado Ejecutivo del KPD mantuvo con Dimitrov, el
enviado del Komintern, en Hamburgo y en Berlín y en las que él mismo participó:
“El Komintern exigía una ofensiva general en todo el frente y, antes que nada,
la provocación de una huelga general contra el gobierno hitlerista (…) ¿Con qué
propósito? El delegado del Komintern, un húngaro, contestó de forma agria:
–Para echar a Hitler mediante la huelga general” (12). Se produjeron tensiones
en ambas reuniones y Westerman, uno de los dirigentes, abandonó la reunión al
no creer que la huelga general pudiera tener éxito. Al día siguiente fue
expulsado del partido y en el verano de 1935 la Gestapo lo detuvo suicidándose
poco después. Valtin–Krebs añade: “Nosotros aceptamos la orden del partido. En
los primeros días de febrero de 1933, organizamos la distribución de millones
de octavillas que llevaban el titular: “Obreros de Alemania. ¡Abajo Hitler! ¡La
huelga general es la consigna del momento!”. Era evidente que se trataba de una
política suicida: la del enfrentamiento directo con un enemigo que no solamente
estaba organizado en poderosas Secciones de Asalto, sino que disponía de los
recursos del Estado. Ya no se trataba de vencer a la “peste parda”, sino de
vencer al Estado. Tal como Westerman y otros dirigentes comunistas conscientes
de la situación pensaban, aquella estrategia supondría el hundimiento del KPD
que un año después ya estaba completamente desintegrado.
Es evidente que tanto el “gobierno
de concentración nacional” como el KPD no examinaron la situación con
objetividad: los primeros, llevados por las experiencias habidas desde 1919
hasta la noche del 27 de febrero de 1933, vieron en las llamas que circundaban
a la cúpula del Reichstag como si se tratara de otro atentado del Frente Rojo
Armado, la organización militar del KPD. A ello contribuyeron las declaraciones
de las que nos habla Valtin, los panfletos repartidos masivamente llamando a la
huelga general y a la sublevación de la clase obrera para echar a los nazis.
Para colmo, en la confusión de los primeros momentos, Van der Lubbe se había
declarado voluntariamente comunista aun sosteniendo que había actuado en
solitario, pero para quienes conocían el funcionamiento del KPD era difícil
pensar que alguno de sus miembros podía acometer acciones terroristas sin orden
superior. El hecho de que no existieran comunistas de tendencia “consejista” o
“pannekoekista” en Alemania y la inquietud ante las reiteradas amenazas del
KPD, hicieron todo lo demás.
Los comunistas no evaluaron bien la
situación en Alemania desde finales de los años 20. A fuerza de proclamarse
como “vanguardia de la clase obrera alemana” habían olvidado que solamente representaban
a una fracción de la misma y si bien su presencia era masiva en algunas zonas
(en Hamburgo el KPD llegó a tener 100.000 afiliados), en otras eran
prácticamente inexistentes y en otras incluso, el NSDAP les había rebasado
completamente atrayendo incluso a afiliados y cuadros… que conocían
perfectamente cómo actuaba el KPD y el Komintern. Para estos no había duda: si
había que mentir, se mentía y si había que lanzar el bulo de que Göring era el
responsable del incendio – ¿acaso no había llegado antes que otros dirigentes
nazis al escenario…?– ningún cuadro sentía el más mínimo escrúpulo en imprimir
millones de octavillas con esta mentira, porque el fin –el avance de la
subversión comunista– justificaba cualquier medio y la mentira no era más que otro
elemento táctico de su arsenal maquiavélico.
No se trataba solamente de que
existieran dos partidos “extremistas”, opuestos hasta el tuétano, el KPD y el
NSDAP, sino que lo que existían en Alemania en aquel momento eran dos puntos de
vista, el del “gobierno de concentración nacional” que se mostraba temeroso –y
con él millones de alemanes– ante la inmediatez de una subversión comunista, y
la del KPD que aspiraba sobre todo a expulsar a Hitler del poder mediante la
huelga general. El Decreto del incendio del Reichstag, es hijo de esta
contradicción insalvable. El gobierno eligió la vía del aplastamiento de la
subversión, cuando el KPD todavía no había comprendido su situación de
inferioridad estratégica incluso entre la clase obrera y seguía pensando en términos
de desafío al Estado.
El gobierno del Reich siempre
sostuvo, incluso tras la emisión de la sentencia absolutoria para los
representantes del Komintern, que Marinus Van der Lubbe no actuó solo y que el
incendio fue el resultado de una conspiración comunista. Las pruebas nunca
fueron presentadas, ni en el juicio que tendría lugar a finales de 1933, ni con
posterioridad.
NOTAS
(1) Por ejemplo: “Nada indica que la
dirección nazi tuviese pensado algo espectacular”, I. Kershaw, op. cit., pág. 459.
(2) Kershaw dice que se encontraba en
“un estado semihistérico”.
(3) Idem, pág. 449.
(4) Idem, pág. 452.
(5) Philip Metcalfe, Confessions of Rudolf Diels, Permanent
Press, 1990. Pág. 93.
(6) A pesar de que, como veremos, no se
dispone de ningún dato que avale la hipótesis de una operación “bandera falsa”
(false flag) esta versión sigue
reproduciéndose insistentemente, especialmente en obras de divulgación. Véase, por
ejemplo: “Hitler se había paseado por las ruinas humeantes del Reichstag,
espíritu gótico y expresionista a la vez, meditando sobre los futuros eslabones
de una historia de represalias. El fastuoso y estratégico incendio, que para la
opinión mundial no cabía duda que había sido preparado por los propios nazis
–particularmente por las SA– serviría para cimentar jornadas muy inmediatas de
represión al partido comunista” (Filosofía
de la conspiración: marxistas, peronistas y carbonarios, Horacio González,
Ensayos de Punta, Colihue, 2004, pág.
102). Hoy se sabe perfectamente que inmediatamente se conoció la noticia del
incendio, aun sin disponer de ningún dato concreto en esa dirección, las imprentas
del KPD ya daban esta versión.
(7) Se ha dicho que la introducción de
este punto se debía a que si era el ejército el que recibía la iniciativa en la
lucha contra la subversión, Hitler hubiera visto mermado su poder (I. Kershaw, op. cit., pág. 452), sin embargo la
respuesta es mucho más simple: Hitler había garantizado en la reunión ya
mencionada con los mandos militares el 3 de febrero, que no obligaría a
intervenir a la Reichswehr para sofocar motines…
(8) Cfr. http://de.wikipedia.org/wiki/Verordnung_des_Reichspr%C3%A4sidenten_zum_Schutz_von_Volk_und_Staat
(9) Op. cit.,
pág. 453.
(10) La Noche quedó atrás, op. cit., pág. 275. Es significativo que Valtin no se
pronuncie sobre la autoría del atentado, sin embargo, cuando le comunican las
órdenes de la Internacional (“todos los funcionarios tienen que cambiar sus
domicilios en seguida”) explica que los primeros arrestos se produjeron en
Prusia.
(11) Idem., pág.
275.
(12) Idem., pág.
265.
ENLACES:
Arde el Reichstag 1 – Del
30.01.33 al 5.03.33, semanas decisivas
Arde
el Reichstag 2 – Llamas en el Reichstag
Arde
el Reichstag 3 – La conspiración indemostrable
Arde
el Reichstag 4 – Las elecciones de marzo de 1933
Arde
el Reichstag 5 – Las modificaciones constitucionales
Arde
el Reichstag 6 – El juicio, absoluciones y condenas
Arde
el Reichstag 7 – Moscú miente y la mentir se institucionaliza
Arde
el Reichstag 8 – Conclusión