El juicio por el incendio del Reichstag tuvo lugar del 21 de
septiembre al 23 de diciembre de 1933 en Leipzig. En el banquillo de los
acusados, además de Marinus Van der Lubbe se sentaron Giorgi Dimitrov, delegado
de la III Internacional en Alemania y su futuro jefe, el dirigente comunista
alemán Ernst Togler y otros dos húngaros, funcionarios del Komintern, adjuntos
de Dimitrov, Vasili Panev y Blagoj Popov. Indudablemente, los procesados de mayor rango eran
Dimitrov y Togler (1). Éste último era un diputado comunista que
había iniciado su carrera en el SPD para pasar luego a los “socialistas
independientes” (USPD, una formación de izquierda radical que terminó
convergiendo con los comunistas) e integrarse en 1920 al KPD y en 1921 ya fue elegido
concejal por Berlín. En 1924 sería elegido diputado para el Reichstag, llegando
a ser vicepresidente del grupo parlamentario comunista en 1927 y presidente en
1929. En 1933, Göring emitió una orden para su arresto al considerarse que era
uno de los parlamentarios comunistas que habían sido los últimos en abandonar
el edificio. En clandestinidad en ese momento, se entregó a las autoridades a
los pocos días siendo acusado en julio de “incendio premeditado y traición”.
Dimitrov, por su parte, había sido detenido al día siguiente junto con los
otros dos búlgaros.
En el juicio, Dimitrov siempre
consideró a Van der Lubbe como el responsable del incendio y toda su defensa se
basó en negar cualquier relación entre su partido y el principal acusado. Su
defensa fue ardorosa y se imprimió en un folleto publicado por el Komintern y
distribuido por todo el mundo. Hanna Arendt, lamentando la pasividad de la
clase obrera alemana que esperaba hubiera declarado la huelga general a
instancias del KPD, reprodujo una frase que se le suele atribuir a ella: “En
Alemania sólo existe un hombre… y es búlgaro” (2).
El Tribunal Supremo Alemán quiso
en este juicio dar un ejemplo de imparcialidad: las declaraciones de Hitler,
Goebbels, Göring sobre la inserción del incendio dentro de una conspiración
comunista más amplia (lo que implicaba incluir a Dimitrov y a sus dos
auxiliares como co–responsables del mismo) no serían tomadas en cuenta, lo que
contarían serían las pruebas objetivas e incontrovertibles. Estas, en realidad,
solamente pesaban contra Van der Lubbe. El teorema de la acusación era: la
Internacional Comunista, representada por Dimitrov y sus dos adjuntos, había
dado la orden al KPD de acentuar el camino hacia la insurrección y el partido,
a su vez (de ahí la presencia en el banquillo de Ernst Togler), había
contratado a Marinus Van der Lubbe para ejecutar materialmente el crimen. Tal era
la “versión oficial” que, sin embargo, iba acompañada solamente de pruebas
circunstanciales: el hecho de que el KPD era una fuerza que recibía órdenes de
una potencia extranjera, el hecho de que en el registro a la sede del KPD se
hubieran encontrado proclamas llamando a la huelga general (lo que equivalía en
aquel momento al inicio de un proceso insurreccional), la violencia comunista
que se había desarrollado desde noviembre de 1918 hasta las elecciones de
marzo, etc. Nada concreto, si bien el teorema tenía como objetivo demostrar que
si los comunistas habían sido capaces de cometer todos esos crímenes, bien
podían haber participado en el incendio en concreto. Una tesis de este tipo no
fue aceptado por el Tribunal Supremo en un momento en el que el Decreto del
Incendio del Reichstag y la Ley de Habilitación ya tenían nueve meses de
recorrido, lo que indicaba que este alto organismo de justicia seguía actuando
según los principios jurídicos universalmente aceptados (3).
¿Por qué Hanna Arendt, entonces
dirigente comunista y otras fuentes de distinta extracción, sostuvieran que, a
poco de haber sido detenido, el gobierno ruso y el gobierno alemán habían
fraguado un acuerdo para que, fuera cual fuera el resultado del juicio se
repatriara a la URSS a Dimitrov y a sus dos compañeros? A fin de dar mayor
credibilidad a esta versión se añadió que la colaboración posterior de Togler
con el Reich, se produjo porque había sido excluido de la negociación. En
realidad, no hay pruebas, sino simplemente sospechas de que esta negociación
pudo producirse. Es evidente que si la negociación entre dos gobiernos
habitualmente calificados como “totalitarios” se había producido, la sentencia
del Tribunal Supremo alemán no sería el resultado de una ponderada valoración
de las pruebas, sino de un “enjuague” realizado completamente al margen de las
leyes vigentes y que, por eso mismo, el Tribunal alemán habría demostrado ser
un mero títere del gobierno (4). De ahí el interés en sostener incluso sin pruebas la teoría del
“arreglo ruso-alemán”.
De todo el proceso, la pieza más
famosa es, sin duda, el último alegato de Dimitrov, a la vista de que la
declaración de Van der Lubbe no aportó nada nuevo a lo ya conocido desde el
primer momento del incendio. El tribunal estaba compuesto por cinco jueces y el
primero en declarar fue, precisamente, el principal acusado. Antes, el
presidente del tribunal hizo constar que el acusado se negó a aceptar
voluntariamente ninguna clase de defensa jurídica. En efecto, abogados que
estaban dispuestos a asumir su defensa no le faltaron, pero todos ellos, fueron
rechazados. El presidente pregunto al encausado si era comunista, a lo que
sorprendentemente dijo que no. Cuando le fue formulada la pregunta de cómo se
definía políticamente, bajo la cabeza y no respondió. En la lectura de los
antecedentes políticos de Van der Lubbe quedó constancia de que había
abandonado el partido comunista en 1931. En todo momento se negó a contestar
sobre sus creencias políticas en ese momento. Se mantuvo con la cabeza baja y
de tanto en tanto reía a carcajadas siendo llamado al orden por el presidente
del tribunal (5). Al día siguiente el tribunal tomó declaración al neurólogo Von
Hoesser que había realizado una peritación psicológica de sobre la personalidad
de Van der Lubbe al que definió como persona completamente normal, aunque su
carácter era algo reservado. Testimonió a continuación Heines, el jefe de
policía berlinesa y dirigente de las SA, quien rechazó cualquier
responsabilidad en el incendio (por entonces, como veremos, un panfleto
comunista lo había responsabilizado a él directamente del fuego siguiendo las
órdenes de Göring). Heines declaró que se encontraba en el momento del fuego en
un hotel de Gleiwitz. Por su parte, otro perito declaró que Van der Lubbe no
era pirómano en el sentido psicológico del término. El defensor de Togler
intentó interrogar a Van der Lubbe para que exculpara a este partido de
responsabilidad en el atentado, pero éste se negó a contestarle y simplemente
le volvió la espalda. No tuvo, sin embargo, inconvenientes en responder que los
interrogatorios a los que había sido sometido, se desarrollaron todos en unos
términos “extremadamente corteses” y reiteró el motivo que le había llevado a
incendiar el Reichstag: “creer que era necesario demostrar a los obreros que
había llegado el momento de sublevarse”.
En esa segunda sesión del juicio,
el defensor de Togler declaró que había tenido conocimiento de que en el
extranjero se calificaba al proceso de “farsa” y pidió “que se adoptaran
medidas contra los corresponsales de dichos periódicos en Alemania” (6) y a continuación se leyó un folleto que los
hermanos de Van der Lubbe habían redactado desmintiendo la versión que en esos
momentos circulaba en el exterior de Alemania, según las cuales “el procesado
no era más que un espía fascista” (7). En realidad, el acusado se
encontraba en huelga de hambre y a partir del 24 de septiembre los médicos
declararon que estaba en “un estado de debilidad absoluta”, obligando al
presidente del tribunal a que su estado de salud fuera vigilado por un médico (8).
El 24 de septiembre declaró
Dimitrov y sus dos adjuntos búlgaros. Todos ellos negaron su imputación en los
hechos. Dimitrov declaró que conocía a Panev y Popov desde el tiempo en el que los tres eran inmigrantes en
Yugoslavia y que luego volvió a encontrarlos en Berlín y, a partir de entonces,
se veían de tanto en tanto. Dimitrov procuró no implicar a los otros dos en las
actividades del Komintern y hacer coincidir su declaración con la defensa de
estos que los presentaba como “exiliados por cuestiones políticas”. El
presidente del tribunal le interrumpió recordándole que había reconocido en una
primera declaración que había conocido a Popov en Moscú…
Las declaraciones en los días sucesivos no aportaron nada nuevo a lo
esencial, como tampoco la sucesión de testigos y peritos en todos los terrenos.
Quedó claro que faltaban pruebas contra Dimitrov y, poco a poco, se hizo cada
vez más evidente que la sentencia hacia Togler y los búlgaros sería
absolutoria. Dimitrov, consciente de su posición, terminó el proceso realizando
un alegato final que fue reproducido y reeditado en todos los idiomas en los
que la Internacional disponía de agentes.
En la última sesión del juicio, Dimitrov solicitó “en virtud del
artículo 258 del Código Procesal” el derecho a hablar a la vez como defensor y
como acusado”, que le fue autorizado por el presidente. Lo que realizó Dimitrov
fue uno de aquellos habituales actos de propaganda a los que estaba tan
acostumbrado. Reconoció que no había sido presionado y sólo reprochó el que sus
interrogadores no le informaron sobre las peculiaridades de la ley alemana (9). Recordó que había pedido a varios abogados que asumieran su defensa,
pero que todos ellos habían sido rechazados por un motivo u otro, así que
asumió esa tarea, añadiendo: “prefiero ser
condenado injustamente a muerte por la justicia alemana, que ser absuelto por
una defensa como la que hizo de Togler el Dr. Sack”. El presidente le
interrumpió en este punto por primera vez. Dimitrov replicó: “Me defiendo a mí
mismo, como comunista acusado. Defiendo mi honor personal de comunista, mi
honor de revolucionario. Defiendo mis ideas, mis convicciones comunistas.
Defiendo el sentido y el contenido de mi vida. Por esta razón, cada palabra pronunciada
por mí ante el tribunal es, por decirlo así, sangre de mi sangre y carne de mi carne. Cada palabra mía es la expresión de mi indignación más
profunda contra esta injusta acusación, contra el hecho de que se impute a los
comunistas un crimen tan anticomunista”. Reafirmó su fidelidad como comunista:
“Es cierto que para mí, como
comunista, la suprema ley es el programa de la Internacional Comunista y el
Tribunal Supremo – la Comisión de Control de la Internacional Comunista” y añadió, tras nuevamente amonestado por el presidente: “Mi
objetivo ha consistido en rechazar la acusación, según la cual, Dimitrov,
Togler, Popov y Panev, el Partido Comunista de Alemania y la Internacional Comunista
tienen algo que ver con el incendio”.
Luego entró en el fondo de la cuestión: “el Dr. Teichert nos ha
reprochado el que nos hubiésemos colocado nosotros mismos en la situación de
acusados por el incendio del Reichstag. A esto debo contestar que, desde el 9
de marzo, en que fuimos detenidos, hasta que se abrió este proceso, transcurrió
mucho tiempo. En este tiempo habrían podido investigarse todos los factores que
dejaban margen a sospechas. Durante la instrucción del sumario hablé con
funcionarios responsables de la llamada «Comisión del Incendio del Reichstag».
Dichos funcionarios me dijeron que los búlgaros no eran culpables del incendio
del Reichstag. Sólo se nos acusaba de haber vivido con pasaportes falsos, bajo
nombres falsos, sin inscribirnos…etc”.
Sobre la declaración de Hellmer, un funcionario policial, según
el cual, Dimitrov y Van der Lubbe habían estado en el restaurante Bayernhof,
reiteró su negativa a aceptar el teorema oficial sobre el incendio centrado en
la responsabilidad del KPD. Dimitrov trató de sostener que el fiscal general
había traducido a términos jurídicos la versión dada desde el primer momento
por Göring. Según Dimitrov, “El
Partido Comunista de Alemania, aun siendo ilegal, en una situación apropiada,
puede realizar la revolución”, añadiendo que el KPD no se
encontraba ante el dilema “insurrección
o muerte”, sino que sabía que a partir del 30 de enero de 1933 se inicia un
“trabajo ilegal costaría numerosos sacrificios y exigiría valor y abnegación,
pero sabía también que sus fuerzas revolucionarias se fortificaban y que sería
capaz de cumplir las tareas que tenía planteadas. Por eso, está absolutamente
descartado que el Partido Comunista de Alemania haya querido, en aquel momento,
jugarse el todo por el todo. Los comunistas
no son, afortunadamente, tan miopes, como sus enemigos, ni pierden la cabeza en las situaciones difíciles”. Siguió
luego una defensa de la naturaleza de la Internacional Comunista como faro y
guía de la revolución y partido del proletariado mundial.
Aun hoy, el movimiento comunista
en todo el mundo suele manejar esta declaración final de Dimitrov como una
muestra del valor personal de los comunistas. En realidad, la declaración
aportaba poco a lo ya dicho en el juicio, cuando parecía evidente que, con las
pruebas aportadas, nadie salvo Van der Lubbe iban a resultar condenados, como
así fue.
NOTAS
(1) En caso de Ernst Togler, es
particularmente significativo, tras el juicio fue puesto en libertad, viviendo
fuera de Berlín y trabajando en la empresa Electrolux. La dirección del KPD
establecida en el exilio en Bruselas, expulsó a Togler por haber incumplido la
orden del partido y entregarse a la policía. A partir de ese momento colaboró
activamente con el régimen. En junio de 1940 fue empleado en el Ministerio de
Propaganda y en 1941, en tanto que buen conocedor del bolchevismo, trabajó en
la propaganda alemana en la parte ocupada de la URSS. Luego fue trasladado a
Checoslovaquia a las órdenes de Reinhard Heydrich. Tras el atentado contra
Hitler el 20 de julio de 1944, fue detenido, pero su jefe directo, dio
testimonio de su lealtad al régimen, siendo puesto en libertad y trabajando
hasta el final de la guerra a Bückeburg en la administración de la ciudad. Al
acabar la guerra mantuvo su puesto con ayuda el ejército americano. Afirmó
haber sido forzado a colaborar con el III Reich e intentó unirse de nuevo al KPD,
siendo rechazado. Finalmente se integró en la socialdemocracia muriendo en Hannover
en 1963. Su hijo, Kurt viajó a la URSS en 1935 en donde fue arrestado en 1937
siendo liberado solamente tras el Pacto Germano–Soviético en 1940. Traductor
del ejército moriría en el frente oriental (Datos extraídos de http://en.wikipedia.org/wiki/Ernst_Togler)
(2) La frase ha sido
repetida en muchas ocasiones, nosotros la hemos extraído de Hannah Arendt
and the Uses of History: Imperialism, Nation, Race, and Genocide de Richard H. King, Dan Ston, (Berghahm Books, Nueva York,
2007), el cual la ha extraído de una fuente que no especifica. En realidad, la
frase atribuida a la Arendt no es suya, sino que aparece en su obra Eichmann en Jerusalén (Editorial Lumen,
Barcelona 1999, Capítulo 11, pág. 114): “… Giorgi Dimitrov, el comunista búlgaro
que se encontraba en Alemania cuando los nazis accedieron al poder y a quien
eligieron para acusarle del Reichstagsbrand, el misterioso incendio del
Parlamento de Berlín, ocurrido el 27 de febrero de 1933. Dimitrov fue juzgado
por el Tribunal Supremo Alemán y se efectuó un careo entre él y Göring, al que
interrogó como si él mismo Dimitrov– fuese el presidente de la sala [en
realidad, Dimitrov actuaba como su propio abogado y el “careo” fue en realidad
un interrogatorio al que Dimitrov-abogado sometió a Göring-testigo. NdA];
gracias a Dimitrov, todos los acusados, salvo Lubbe, fueron absueltos. Su
comportamiento le mereció la admiración del mundo entero, sin excluir a
Alemania. La gente solía decir: “En Alemania tan solo queda un hombre de veras,
y esta hombre es búlgaro”…
(3) Sin olvidar que en el juicio estuvieron presentes 120 periodistas (La
Vanguardia, edición del 22 de septiembre de 1933, pág. 27).
(4) Otra versión que circuló en aquellos momentos sostenía, así mismo, de
manera muy imaginativa que los escritores franceses André Malraux y André
Malraux, se habían entrevistado con Goebbels en 1934, intercediendo a favor de
Dimitrov. Se trata de una confusión y jamás existió tal reunión. Malraux había
participado en la primera reunión de la Association des Écrivains et Artistes
Révolutionnaires que presidía Gide… ignorando que la asociación estaba
manipulada por uno de los mejores agentes de Moscú, Willi Münzenberg, el
principal responsable de la versión que implicaba a las SA en el incendio. En
enero de 1934, Malraux y Gide fueron a Alemania pero no fueron recibidos ni por
Hitler ni por Goebbels, es más, en el momento en que celebran su viaje, el
proceso de Leipzig ya ha sido cerrado y Dimitrov está absuelto, en libertad y
en Moscú (André
Malraux, une vie, Olivier Todd, Éd. Gallimard, 2001, pág. 131). El malentendido procede
de que en su viaje a Alemania, Malraux y Gide escribieron una carta abierta a
Goebbels fechada el 4 de enero de 1934 en su calidad de presidentes del Comité
Dimitrov.
(5) Cfr. La Vanguardia,
idem. Sobre las risas, al día
siguiente quedó establecido que se debía a la hilaridad que le causó algunas
conclusiones del informe sobre sus actividades políticas, en concreto su
relación con el NSDAP de Drocjwitz.
(6) Ese mismo día habían sido detenidos en Leipzig dos periodistas
soviéticos que habían resultado detenidos durante siete horas. El día anterior,
Pravda había publicado: “El gobierno
fascista se ha esforzado en ocultar a la opinión pública el fracaso del proceso
de Leipzig” y el Izvestia, al que
pertenecía el otro corresponsal detenido, insinuaba que “pueden rebelarse
muchas cosas y comprometer a sus iniciadores”, sugiriendo que el incendio había
sido obra del gobierno (La Vanguardia,
edición del 23 de septiembre de 1933, pág. 23).
(7) La Vanguardia, 23 de septiembre de
1933, pág. 23. Curiosamente, ese mismo día y en esa misma página se incluía una
declaración del enviado del Reich a Londres quien declaró que Albert Einstein
“nada tenía que temer del régimen hitleriano y que sólo sería perseguido por
falsa propaganda en el extranjero”.
(8) La Vanguardia, 24 de septiembre de
19933, pág. 23.
(9) El alegato de Dimitrov está incluido en Ante los tribunales nazis, Vanguardia Obrera, Madrid 1898, pág. 29–75.
ENLACES:
Arde el Reichstag 1 – Del
30.01.33 al 5.03.33, semanas decisivas
Arde
el Reichstag 2 – Llamas en el Reichstag
Arde
el Reichstag 3 – La conspiración indemostrable
Arde
el Reichstag 4 – Las elecciones de marzo de 1933
Arde
el Reichstag 5 – Las modificaciones constitucionales
Arde
el Reichstag 6 – El juicio, absoluciones y condenas
Arde
el Reichstag 7 – Moscú miente y la mentir se institucionaliza
Arde
el Reichstag 8 – Conclusión